Incursiones relámpago, estilo Sturmtruppen, en episodios que tuvieron lugar en Andorra y cercanías durante la Guerra Civil española, la II Guerra Mundial y las dos postguerras, con ocasionales singladuras a alta mar, a ultramar y si conviene incluso más allá.
[Fotografía de portada: El Pas de la Casa (Andorra), 16 de enero de 1944. La esvástica ondea en el mástil del puesto de la aduana francesa. Copyright: Fondo Francesc Pantebre / Archivo Nacional de Andorra]

jueves, 1 de octubre de 2015

"Naturellment! Nous sommes en Andorre: chez nous!"

[Este artículo se publicó cinco semanas antes de las elecciones del 1 de marzo de 2014, que revalidaron la mayoría absoluta de Demòcrates per Andorra, el partido-movimiento surgido en 2011 y aglutinado alrededor de la figura del actual jefe de Gobierno, Toni Martí, para desalojar del ejecutivo al socialdemócrata Jaume Bartumeu, que en 2009 había obtenido la primera victoria de la izquierda en la historia constitucional de Andorra. La actual cònsol de Sant Julià -entonces militaba en DA, hoy lo hace en el Partido Liberal de Andorra- tildó los dos años de Bartumeu al frente del ejecutivo de "accidente" en la historia política del país.]

La reportera catalana Irene Polo cubrió para el periódico La Humanitad la jornada del 31 de agosto de 1933. Por primera vez en la historia de Andorra podían votar todos los varones mayores de 25 años. La victoria se la jugaron tres partidos: los "bisbistes", los "antibisbes" y los "jóvenes". Polo concluye que ganaron las izquierdas. Incluso en Sant Julià. Y esto sí que es una noticia bomba.




La reportera catalana Irene Polo conversa los días anteriores a las elecciones con el síndico Roc Pallarès, depuesto de su cargo en junio por el Tribunal de Corts, junto con el Consell General en pleno; con el coronel Baulard, comisario extraordinario que aterrizó en Andorra a mediados de agosto con la misión de garantizar el orden público, y con Joseph Carbonell, turbio personaje -en opinión de la historiadora Ludmilla Lacueva- que fue nombrado veguer adjunto -un cargo creado ad hoc e inexistente en el ordenamiento institucional- pero que nunca fue reconocido por el Consell. Fotografías: Colección Casimir Arajol. 

Las elecciones, ya lo saben, el 1 de marzo. Mientras el panorama se aclara y los gurús a la izquierda y a la derecha se dejan querer, daremos un vistazo a las primeras elecciones con sufragio universal masculino que se convocaron por aquí arriba. Lo haremos, además, de la mano de la reportera catalana Irene Polo, que dejó de este episodio unas suculentas crónicas publicadas en el diario barcelonés La Humanidad. Los comicios tuvieron lugar el 31 de agosto de 1933, el año de la (ejem) "revolución", como dice el historiador Arnau González i Vilalta (La cruïlla andorrana de 1933). Se refiere, seguro que lo recuerdan, a la ocupación del Consell General perpetrada el 5 de abril de ese mismo año por un grupo de jóvenes -cerca de dos centenares, lo que no está nada mal si se tiene en cuenta que la población del país no superaba las 6.000 almas- que reclamaban para empezar el sufragio universal y la publicidad de las sesiones del Consell, que ejercía -salvando muchas, pero muchas distancias- una pintoresca amalgama de competencias, entre ejecutivas y legislativas, aunque el poder real -entre otras potestades, la de dirigir al servicio de policía- residía entonces en los veguers. La cosa se complicó con la destitución del Consell, por lo visto demasiado contemplativo, decretada por el Tribunal de Corts en junio, y para acabarlo de arreglar los obreros de Fhasa -más de medio millar, se ocupaban de levantar la central hidroeléctrica y concluir la red viaria- convocaron no una sino dos huelgas generales en un país donde las movilizaciones de este tipo eran una absoluta novedad. Suficiente berenjenal como para que el Copríncipe francés, con la aquiescencia del obispo Guitart, nos enviara a los guardias móviles de Baulard, nombrado comisario extraordinario para la ocasión.

Los gabachos llegaron mediado agosto, oficialmente para garantizar el orden público. Polo, que formaba parte del batallón de corresponsales internacionales -La Vanguardia, El Diluvio y La Humanitat, pero también el Times, el Daily Mail y el New York Times- destacados hasta la Seo para seguir de cerca (?) los acontecimientos, los describe como "gente extraña, hombretones rubicundos, pesados, vestidos de azul y negro, con casco de hierro, porra, machete y revólver en la cintura", que los nativos observaban con una mezcla de "curiosidad, rabia y pasmo". La reportera visita días antes de la jornada electoral a monsieur Joseph Carbonell, turbio personaje que ejercía el cargo de veguer adjunto -creado por cierto para él, y que el Consell jamás se prestó a reconocer- y por lo visto el hombre fuerte del momento. Un individuo que no se cortaba un pelo al advertir que el solicito copríncipe francés enviaría tropas "de verdad" -no sólo policías- si el asunto se desmadraba. Es decir, si resultaban reelegidos los consellers destituidos -extremo harto improbable, porque tanto ellos como el síndico, Roc Pallarès, otro personaje, había sido inhabilitados por un año- o si al nuevo Consell se le ocurría romper la baraja y cortar con los Copríncipes. "Tropas, ¿también?", le pregunta Polo con impostada ingenuidad. "Naturellment! Nous sommes en Andorre, chez nous!", le responde el veguer adjunto. Claro que el tal Carbonell tenía una visión muy particular sobre los nativos: "La mayor parte [de los andorranos] son gente honrada y trabajadora, pero ha surgido una minoría que ha soliviantado tanto los ánimos que si no llegan a acudir los gendarmes hubiéramos visto cosas terribles. Lo que queremos es evitarle al país un baño de sangre", dice el buen Carbonell, con su cara de ángel bigotudo y barbudo.

31 de agosto. La reportera recorre los colegios electorales. Dice que en Sant Julià se han registrado "incidentes". Por culpa de las mujeres que, "ganadas por la significación religiosa del obispo esperaban a sus hombres a la puerta del colegio y en cuanto iban a depositar la papeleta en la urna los abrazaban desesperadamente rogándoles que no se dejaran arrastrar por la causa del demonio". En Encamp, en fin, encuentran la puerta del colegio expeditivamente atrancada con un... ¡fusil!. A las cuatro de la tarde, los colegios cierran y comienza el escrutinio. Polo aprovecha para reemprender el peregrinaje. En Canillo, el "conseller primer Armany, a quien llaman 'el Azaña de Andorra', anuncia la victoria de los consellers de izquierdas: Josep Areny, Jaume Bonell, Anton Duedra y Anton Torres". Si se molestan en buscar los nombres de los políticos hoy en activo, comprobarán como 80 años después sus nietos siguen en el cargo. Como si fuera con la herencia familiar. En fin, que según Polo estos Areny, Bonell, Duedra y compañía estaban "contra el obispo, contra Fhasa y contra la invasión de los franceses". Pues ocho décadas después tenemos obispo, tenemos Fhasa -hoy, Feda- y tenemos "franceses".

Si la victoria progresista es desde la perspectiva actual sorprendente en una localidad como Canillo -donde en las últimas dos elecciones ha concurrido una sola lista: la del Gobierno- todavía lo es más en Sant Julià, cuna de cierta y muy andorrana manera de ejercer la política, entendida como cosa de unas pocas familias, y se llevan el gato al agua los que Polo -siguiendo con la terminología de la época- denomina "antibisbes". Es decir, los que van contra los gendarmes, contra el obispo y contra Fhasa". Sus nombres: Anton y Ventura Duró, Manuel Areny y Ventura Fanus. Del mismo color es la victoria en la Massana, donde salen elegidos los consellers Guillem Areny, Gil Font, Ventura Torres y Pere Montané. En la capital -con Josep Coma, Anton Cerqueda, Josep Pla y Joan Serra- y naturalmente en Ordino, cómo no -Ventura Adellach, Miquel Pujol, Manuel Font y Ventura Coma- arrasa la derecha "bisbista". Y Encamp resulta la única parroquia donde se registra un reparto de consellers: un "acérrimo" del obispo, Antoni Picart; dos de los denominados "jóvenes" (Antoni Puy i Antoni Mussoy), y un "empate". Es decir, un conseller no asignado. Cómputo final para el Consell salido de las elecciones: dieciséis "antibisbes" contra siete "bisbistas". Así que puede afirma sin empacho que se han impuesto "las izquierdas".

¡¿Cómo?! ¡¿La izquierda, dice usted, en Andorra?! ¿Ocho décadas antes del accidente Bartumeu? Vilalta interpreta los resultados de aquellas primeras elecciones más o menos democráticas con la perspectiva del tiempo transcurrido y, sobre todo, con la documentación generada por la vegueria francesa ante los ojos. Y no lo tiene tan claro como Polo, que ganaran las "izquierdas" y los "antibisbes", porque lo cierto es que los gendarmes se marcharon del país el 9 de octubre, antes de las nevadas cortaran el puerto de Envalira y les obligaran a quedarse toda la temporada en tierra andorrana. Y concluye que si los gabachos se fueron es porque creían que la amenaza revolucionaria había pasado.

[Este artículo se publicó el 19 de enero de 2015 en el Diari d'Andorra]

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