Incursiones relámpago, estilo Sturmtruppen, en episodios que tuvieron lugar en Andorra y cercanías durante la Guerra Civil española, la II Guerra Mundial y las dos postguerras, con ocasionales singladuras a alta mar, a ultramar y si conviene incluso más allá.
[Fotografía de portada: El Pas de la Casa (Andorra), 16 de enero de 1944. La esvástica ondea en el mástil del puesto de la aduana francesa. Copyright: Fondo Francesc Pantebre / Archivo Nacional de Andorra]

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jueves, 7 de mayo de 2015

Claudio Meunier, historiador: "La Bolsa de Falaise, en la campaña de Normandía, fue el momento estelar de Charney"

"Per ardua ad astra". Hacia las estrellas, a través de la adversidad. He aquí la sensacional divisa de la RAF, y he aquí también la leyenda que lucirá a partir del 9 de mayo la tumba de Kenneth Langley Charney (Quilmes, Argentina, 1920-La Massana, Andorra, 1982) en el sector británico del cementerio de la Chacarita, en Buenos Aires, donde será enterrado con todos los honores del as de la aviación que nuestro hombre fue. Los restos del piloto viajan hoy [12 de enero de 2015] hacia su Argentina natal, siete años después de que el historiador Claudio Meunier (Bahía Blanca, 1970) los localizara en un nicho anónimo del cementerio de la Quera, en la Massana. A partir de ahora descansaran definitivamente en casa. "Per ardua ad astra": capitán Ken, ¡qué envidia! En la conversación que transcribimos a continuación, mantenida el 10 de enero en el homenaje de despedida que el comú de la Massana le tributó a nuestro hombre, participan también el capitán Alejandro Covello, antiguo piloto de combate de la Fuerza Aérea Argentina, y Mike Leonard, quien fue vecino y amigo de Charney en sus años andorranos -además de piloto deportivo.

10 de enero de 2015: Michael Leonard, amigo de los años andorranos de Charney, conversa con el historiador Claudio Meunier y con el piloto Alejandro Covello en el cementerio de la Quera, en la Massana (Andorra), después de recoger la urna con las cenizas del aviador angloargentino. Fotografía: Máximus.
Lápida de la tumba del sector británico del cementerio de la Chacarita (Buenos Aires) donde yacen las cenizas de Kenneth L. Charney. El encabezamiento de la lápida, "Per ardua ad astra", es la sensacional divisa de la RAF; Charney se enroló en 1942, obtuvo su bautismo de fuego en julio de 1943 durante la campaña de Malta, y terminó la guerra con siete derribos confirmados y cinco probables. El rey Jorge VI le concedió la Distinguished Flying Cross, máxima condecoración del arma aérea británica, no una sino dos veces, de ahí la "bar", o banda. El sobrenombre de Caballero Negro se lo ganó en Malta por su temeraria táctica de combate. Foto: Archivo Claudio Meunier.

La tumba de Charney se encuentra a escasos 100 metros de la de Hans Langsdorff, el capitán del Graf Spee, el célebre acorazado de bolsillo. Ironías que tiene el destino.
Claudio Meunier: El sector británico de la Chacarita está al lado del alemán, donde descansan los caídos en la batalla del Río de la Plata. Pero han transcurrido 70 años y no hay rencor: angloargentinos y germanoargentinos conmemoran a sus muertos en armonía y con absoluto respeto. Al final todos son camaradas de armas. Lo mismo ocurre con los veteranos de las Malvinas, sean argentinos o británicos.

Charney es un as de la II Guerra Mundial porque abatió más de cinco aviones enemigos. Pero no queda claro si fueron seis o siete.
Claudio Meunier: Recientemente he localizado un informa de combate del piloto neozelandés Gray Stenborg. Volaron juntos en Malta y cuenta que en una misión conjunta derribaron un Messerschmitt 109. De regreso a la base, y en el momento de apuntarse la victoria, Ken le soltó: "¡A la mierda: quédesela usted!"

¿Conclusión?
Claudio Meunier: Los pilotos de combate eran así: cumplían con su deber, hacían su trabajo y no se daban importancia porque sabían que tarde o temprano les llegaría su hora, que vivían con los días contados. No acaparaban victorias para aumentar su score

Sobrevivió a cuatro años de guerra, y él mismo contaba que había visto morir a muchos pilotos que eran mejores que él. ¿Tuvo suerte?
Claudio Meunier: El Charney que llega a Malta en 1942 -a bordo del HMS Eagle, desde donde despegó sin experiencia previa en operar desde la cubierta de un portaaviones- es un piloto indudablemente novato y con escasas perspectivas de supervivencia. Pero de la veintena de pilotos que defendían la isla sólo dos salieron de ella con vida. La suerte en combate cuenta, por supuesto. Pero también la pericia, y el Ken que combate en Caen y en Normandía es un veterano con dos Distinguished Flying Cross en el zurrón. Va camino de la leyenda y lo sensato era apostar por él.
Mike Leonard: Pienso que era un piloto muy, muy bueno. Y la prueba es que tras la guerra permaneció en la RAF, algo que sólo lograban los mejores.

¿Es el más letal de los pilotos argentinos de la guerra?
Claudio Meunier: Este honor es para Eric Norman Woods, que ants de desaparecer en 1944 sobre el Adriático sumó 17 victorias. Por otra parte, en el Imperial War Museum de Londres se conservan filmaciones tomadas desde el avión -una cámara instalada en el morro se activaba automáticamente cuando el piloto disparaba el cañón- y resulta que tenemos documentadas 38 misiones de Charney. Hay que estudiarlas, y es posible que aparezcan nuevas victorias que hasta ahora no teníamos contabilizadas.

¿Cuántos veteranos angloargentinos quedan con vida?
Claudio Meunier: En 2004, cuando publiqué Alas de trueno -donde recogía la trayectoria de los 880 argentinos enrolados en las fueras aéreas aliadas- quedaban una veintena. Hoy, sólo uno: Ronald Scott, que tiene 97 años y que voló en el 838 escuadrón. Y que asistirá a la ceremonia del 9 de mayo.

Piere Clostermann, el gran as francés -además de íntimo de Charney: lo saca en su Gran circo- abatió 23 aviones enemigos; el récord absoluto de la guerra lo tiene el piloto alemán Eric Hartmann, con... ¡353! Las seis (o siete) de nuestro Ken le pueden saber a alguien a poco.
Claudio Meunier: Los aliados, sobre todo en los primeros años, cuando perdían la guerra, necesitaban saber por que y llevaban una estadística rigurosa; Hitler, en cambio, necesitaba héroes; la Luftwafe no hacía estadísticas, sino propaganda. Por otra parte, no era lo mismo combatir en el frente del Este, donde los alemanes consiguieron centenares de victorias, que en el del Oeste.

¿A qué se debe el sobrenombre de El Caballero Negro que Charney se ganó en Malta?
Claudio Meunier: A la nueva doctrina de combate que él y su compañero Alfred Ogilvie idearon: consistía en atacar de frente, con rumbo de colisión, a las formaciones cerradas de bombarderos enemigos, como los caballeros medievales que se enfrentaban en un torneo. Para evitar el impacto, los aviones enemigos acababan rompiendo la formación, dispersándose y convirtiéndose en un blanco fácil para los cazas. Ea el momento en que el resto del escuadrón aprovechaba para lanzarse a por el enemigo. Por supuesto, hacían falta grandes dosis de sangre fría, y por lo visto Ken la tenía.
Alejandro Covello: Se trataba de ver quién aflojaba primero. Un clásico de la aviación de combate.

Comparado con sus enemigos -el Macchi 202 italiano, y los Me 109 y Focke Wulff 190 alemanes- el Spitfire de Charney, ¿era una máquina superior?
Claudio Meunier: La guerra también se libró en el campo de batalla tecnológico: los británicos fabricaron una veintena de versiones del Spitfire. Más que superior, requería una habilidades diferentes, y una manera diferente de pilotar: los cazas alemanes atacaban en picado, disparaban y salían pitando; el Spitfire, en cambio, aprovechaba el excelente comportamiento en los virajes que le confería su ala  llevar al enemigo a su terreno: si el Me 109 picaba el anzuelo, estaba frito.
Mike Leonard: Los últimos modelos del Spitfire tenían hasta 3.000 CV de potencia. Una barbaridad. Hubo pilotos que tras la guerra intentaron pilotarlos y se estrellaron porque era una máquina especialmente caprichosa, sobre todo al despegar y al aterrizar. Como el Mersserscmitt, por otra parte.
Alejandro Covello: Durante la Batalla de Inglaterra, por lo visto un día Goring se acercó a Galland, otro de los grandes ases alemanes, muy desmoralizado por las enormes pérdidas de la Luftwaffe. "¿Qué necesitas?", le preguntó. Y Galland respondió: "Un escuadrón de Spitfires".

En 1945 fue transferido al Pacífico, pero no llegó a entrar en combate: ¿cuáles hubieran sido sus prestaciones ante los Zero japoneses?
Claudio Meunier: A aquellas alturas de la guerra las fuerzas aéreas niponas prácticamente habían dejado de existir. He entrevistado a veteranos del Pacífico que cuentan que podían transcurrir semanas enteras sin divisar un solo aparato enemigo. En cualquier caso, Ken formaba parte del primer escuadrón que llegó a Hong Kong, a bordo del portaaviones HMS Smiter.
Mike Leonard: Cuentan también que los Zero que intentaban seguir los virajes del Spitfire rompían las alas: no podían resistirlo.

Su historial de guerra incluye Malta y Normandía, raids sobre las rampas de lanzamiento de las V-1, y la célebre misión sobre Casen en que abatió con Clostermann cinco aviones alemanes. ¿Con cuál se queda usted?
Claudio Meunier: El momento estelar de Ken en la II Guerra Mundial fue la Bolsa de Falaise, en agosto de 1944. Él fue el primero en localizar lo que quedaba del VII Ejército pánzer en retirada, intentando huir de la ratonera en que se había convertido Normandía. Fue él quien dio la voz de alarma - "Envíen toda la fuerza aérea", fue su mensaje por radio. Los aliados destruyeron en aquella acción centenar y medio de blindados alemanes. Fue un golpe decisivo de la campaña, que allanó el camino hacia París.

Charney falleció en junio 1982, en el momento álgido de la guerra de las Malvinas. ¿Cómo cree que encajó aquel conflicto?
Claudio Meunier: Algunos compañeros de Ken, veteranos como él de la II Guerra Mundial -pienso en Wittinghton y en Harvey- se ofrecieron para volar con la fuerza aérea argentina. Otros quemaron su pasaporte y sus condecoraciones británicas. No sé lo que Ken hubiera hecho, ni lo que pensó, por supuesto. Pero probablemente hubiera dicho algo así como: "¡Mierda de guerra! Vayamos a tomar un whisky".

Nació en Quilmes, vivió en Bahía Blanca y lo entierran en Buenos Aires. ¿Por qué?
Claudio Meunier: También vivió en Buenos Aires, y en Rosario. Lo iban echando de todos los internados, porque por lo visto era un estudiante especialmente rebelde. Lo apodaban El Indio, que es como en Argentina llamamos a los tipos indomables.
Mike Leonard: Es curiosoque un tipo tan indisciplinado como Ken se enrolara en la RAF e hiciera carrera. Sus primeros meses debieron ser para él un auténtico suplicio.
Alejandro Covello: Esta querencia por la indisciplina es un rasgo de carácter muy común entre los pilotos de combate. Por otra parte, la comunidad británica tiene su centro en Buenos Aires, donde la comunidad inglesa tiene mucha presencia y mucha actividad. Era el lugar ideal para preservar su memoria.

¿Es fácil, disparar contra otro avión?
Alejandro Covello: Es algo instintivo. Cuando estás en el aire apenas hay tiempo para pensar. Si te agarra una turbulencia lo correcto, lo sensato y lo que te sale por instinto es responder tal como te has entrenado a hacer.

La viuda de Charney, June, ¿nunca propuso repatriar los restos de Ken a Inglaterra, a Sussex, donde ella vive?
Claudio Meunier: Jamás. Siempre estuvo de acuerdo con la idea de devolverlo a la Argentina.
Mike Leonard: Creo que también tiene un memorial en la capilla de Saint Clementines, donde se recuerda a todos los caídos de la RAF.

Oficialmente murió de un ataque al corazón. Pero existe la sospecha de que falleció a consecuencia de un cáncer que pudo tener su origen en las pruebas atómicas en Christmas, en el Pacífico, que tuvieron lugar durante su servicio en la isla.
Claudio Meunier: Esto es lo que sostiene su viuda, June. Por otra parte, se ve que dio bastante la tabarra a sus superiores porque empezó a cuestionar las pruebas: decía que comprometían la supervivencia de las formaciones coralinas que rodean la isla.
Mike Leonard: Un tío de mi esposa estuvo también destinado en Christmas y murió de cáncer a los 39 años. Es posible que recibieran altas dosis de radiación.

¿Pilotó siempre cazas, Charney? ¿Nunca lo hizo a bordo de bombarderos?
Claudio Meunier: El piloto de caza es un ser especial, individualista, que esta acostumbrado a volar solo y a solucionar por sí mismo los problemas que van surgiendo. Por otra parte, una de las primeras decisiones que se toman en una escuela de vuelo es el destino de los candidatos según sus cualidades: los hay que claramente no serán buenos pilotos, pero en cambio apuntan a artilleros, navegantes, ingenieros de vuelo...
Alejandro Covello: La verdad es que los que tienen mejores condiciones van a la aviación de caza. Y el resto, a bombarderos. Además de habilidad, el piloto de caza necesita ese plus de agresividad que es fundamental para este oficio. El piloto de bombardero está entrenado para despegar, volar cuatro horas -o las que haga falta- hasta el objetivo-, esquivar a los cazas enemigos y el fuego antiaéreo, soltar su carga de bombas y regresar a casa. El piloto de caza es todo lo contrario: básicamente, un depredador.

[Esta entrevista se publicó de forma muy resumida el 12 de enero el 2015 en el Diari d'Andorra]




sábado, 31 de enero de 2015

Charney: misión cumplida

El aviador angloargentino Ken Charney será enterado el 9 de mayo en el cementerio la Chacarita de Buenos Aires. El historiador Claudio Meunier, artífice de la repatriación de los restos del as de la II Guerra Mundial, recogió ayer la urna con las cenizas y le rindió un último homenaje en la Quero, el camposanto de la Massana (Andorra) donde han reposado desde el fallecimiento de Charney, en 1982.

La escena tuvo lugar ayer, sábado, a primerísima hora de la mañana y en medio de una inusual expectación. Inusual por el lugar y por el cometido, ya verán. El historiador argentino Claudio Meunier firmaba la documentación y recogía en una funeraria de la localidad de Escaldes la urna con las cenizas de Kenneth Langley Charney (Quilmes, Argentina, 1920-la Massana, 1982), cuyos restos habían sido incincerados el día anterior. Sólo quedaban dos detalles y habría culminado un apasionante ejercicio de memoria histórica de la de verdad, iniciado hace una década: subir hasta el cementerio de la Quera, en la Massana -donde los restos del piloto angloargentino descansaron durante 23 años y hasta el viernes- para rendirle un último homenaje -en un gesto que la comitiva argentina cumplimentó ayer mismo- y volver a cruzar el Atlántico en el Airbus que pilota el capitán Alejandro Covello, compañero de idor en esta misión y, por cierto, antiguo piloto de combate de la Fuerza Aérea Argentina. Piloto de Pucara, el célebre avión de ataque a tierra del que supimos por vez primera durante la guerra de las Malvinas. A Covello le fue de poco, pero no llegó a combatir en ella.

Charney, el primero por la izquierda, recibe el saludo del duque de Edimburgo. Fotografía: Archivo familia García (la Massana).

Charney posa en la carlinga de un reactor, probablemente un Meteor. Fotografía: Archivo familia García (la Massana). 

Firma autógrafa de Charney en las guardas de un libro sobre la II Guerra Mundial que hoy conserva la familia García, en cuyo chaletde la Massana vivió el piloto sus últimos años. Fotografía: Máximus.

Pero esta es otra historia. Será mañana cuando Meunier i el capitán Covello vuelen de regreso junto con el teniente Charney. El martes aterrizarán en Buenos Aires y culminará así un episodio que empezó en junio de 2005 cuando el Diari d'Andorra recogió el interés del historiador por contactar con amigos y conocidos andorranos del difunto Charney, as de la Segunda Guerra Mundial -siete aviones del Eje abatidos y dos Distinguished Flying Cross en su haber: la historia la hemos contado aquí mismo en otras ocasiones- que se había instalado a mediados de los 70 en Soldeu. Meunier pretendía reconstruir los años andorranos de Charney, un vacío en su biografía, y ha removido durante el último decenio cielo y tierra hasta conseguir la repatriación de los restos a su Argentina natal.

"Siempre tuve la convicción de que nos saldríamos con la nuestra", decía ayer con legítimo orgullo. El último obstáculo fue la autorización de la viuda, June Cherry, residente en Eastbourne (Inglaterra), requisito indispensable para la exhumación, cremación y traslado de los restos. El "sí" definitivo que abría de par en par las puertas a la Operación Charney llegó a finales de diciembre y de forma algo rocambolesca, a través de un conocido de Michael Leonard, amigo de los años andorranos del piloto, vecino a su vez de June. Rápidamente Meunier puso manos a la obra. Insiste el historiador que esta es una gesta colectiva en que él ha actuado simplemente como catalizador, concitando las complicidades del comú de la Massana, que habilitó una subvención para hacer frente al alquiler impagado del nicho donde yacía Charney y evitar el deshaucio; del mismo Leonard, decisivo a la hora de localizar la tumba del piloto y de gestionar el "sí" de la viuda; del capitán Covello, que ha facilitado el viaje transoceánico de regreso a casa a bordo de su Airbus, y del Consejo de residentes británicos en Argentina, que ha abonado los 1.200 euros de la factura de la funeraria. Todos unidos para hacer posible el final feliz, el final redondo de esta historia, que tendrá lugar el 9 de mayo en el sector británico del cementerio de la Chacarita, en Buenos Aires: "Que Ken vuelva finalmente a casa es culpa de todos los que durante estos diez años nos han ayudado de forma desinteresada a llega hasta aquí".

Se trataba, dice Meunier, de darle un adiós "digno de un hombre con ideales, que luchó por la libertad de todos sin pedir nada a cambio, y que participó activamente en la victoria aliada. Teníamos el deber moral de reconocérselo y evitar que esta historia se perdiera". Se trataba también, continúa, de demostrar que hubo ciudadanos argentinos comprometidos con la lucha por la democracia, para contrarrestar "cierta leyenda que define a Argentina con un país germanófilo". Charney -esto es cosa sabida- se enroló en la RAF y participó, en fin, en las campañas de Malta y Normandía. A diferencia de la mayoría de sus compañeros de armas -de los veinte pilotos destinados a Malta, recuerda Meunier, solo sobrevivieron dos- él sobrevivió a la guerra... después de 350 misiones de combate y un puñado de incidencias que hemos recordado aquí mismo en otras ocaciones. Sobrevivió, sí, pero tocado, como cuenta Pierre Clostermann, el as francés que sirvió a sus órdenes en el escuadrón 602 de la RAF, en sus memorias de guerra, Le grand cirque.

Y más aun cuando se jubiló, en 1973 y después de 40 años de servicio. Se convirtió en un hombre taciturno, dice el historiador y corroboran los que le conocieron en esta última, algo penosa etapa -Leonard, otra vez, y la familia García, que lo tuvo de inquilino en su chalet Carvajal de la Massana- incapaz de darle un sentido a su nueva condición de civil. Murió el 3 de junio de 1982, oficialmente a consecuencia de un ataque de corazón. Y su memoria ha estado a punto, muy a punto de perderse. El 9 de mayo, en la Chacarita, enterarán también un pedacito de Andorra: en la caja -coffin, dice Meunier- depositarán la maqueta en miniatura de un Spitfire que los últimos tiempos apareció en el nicho de la Quera. Y también una botella de whisky, el elixir de los pilotos de combate, dice Covello. Y no vamos nosotros a contradecirlo. Que la tierra le sea leve, Ken: misión cumplida.

[Este artículo de publicó el 11 de enero de 2015 en el Diari d'Andorra]


sábado, 15 de febrero de 2014

Meunier: "Es cuestión de tiempo que los restos de Ken vuelvan a Argentina" (el caso Charney IV)

El aviador angloargentino Kenneth L. Charney, as de la II Guerra Mundial, yacía como saben los lectores olvidado en un nicho del cementerio de la Quera, en la Massana (Andorra), donde se estableció en 1980 y donde murió dos años después. Hasta que la constancia del historiador argentino Claudio Meunier (Bahía Blanca, 1970), que había reconstruido su periplo bélico en Alas de trueno y Nacidos con honor, lo rescató del olvido, esta segunda y definitiva muerte. El Comú de la Massana identificó en agosto de 2010 el nicho 209 con una humilde placa en memoria de Charney, y la sociedad civil de Bahía Blanca, donde el piloto se educó, se ha mobilizado para repatriar sus restos. El final feliz de esta historia está cada vez más cerca. O por lo menos, eso opina Meunier.

El historiador argentino Claudio Meunier, que localizó los restos de Charney en un nicho anónimo del cementerio de la Massana (Andorra), posa ante un Spitfire pelín más niquelado que los que el aviador angloargentino pilotó durante la II Guerra Mundial. Fotografía: Achivo C. Meunier.


-¿Cuándo y por qué se interesa en la figura de Charney?

-Hace una década me lancé a investigar la peripecia de los pilotos argentinos enrolados en los ejércitos aliados en la II Guerra Mundial. Charney me llamó la atención porque se alistó en la RAF sin haber concluido siquiera los estudios secundarios, algo realmente insólito. De hecho, lo habían expulsado tanto de su primer colegio, en Bahía Blanca, como del internado inglés adonde lo envió la familia para enderezarlo. Un caso, está claro, de notoria indisciplina.

-¿Qué tiene de singular el caso de Charney entre los 800 ciudadanos argentinos que se enrolaron en las fuerzas aéreas aliadas?
-Aparte de su registro -siete aviones enemigos abatidos, más cuatro probables y otros cinco dañados, récord absoluto entre los pilotos angloargentinos- Charney fue conocido por su temeraria, casi suicida táctica en combate. El mismo Clostermann, el gran as francés con quien voló en Normandía, evoca a Charney con admiración en su biografía, El gran circo.

-¿En qué consistía, esta táctica?
-Cuando descubría una formación de bombarderos, Charney enfilava su Spitfire de frente hacia el enemigo. Los pilotos alemanes se veían obligados a romper la formación para evitar el impacto, y a los cazas les resultaba más fácil abatirlo uno a uno. El mérito -temerario- de Charney consistía en mantener el rumbo aun sabiendo que si se encontraba entre los pilotos enemigos a uno como él, la colisión era inevitable. Él y otro aviador canadiense fueron los únicos entre los aliados con las narices suficientes para combatir así.

-¿Cómo localizó el destino final de Charney en Andorra?
-Pat Lang, una exnovia suya que vive en Argentina, me puso sobre la pista de sus hermanas, que hoy residen en Inglaterra. Ellas me informaron de su muerte en Andorra, en 1982. Creían equivocadamente que su cuerpo fue incinerado. Después tuve la fortuna de contactar con Miachel Leonard, uno de sus amigos andorranos, que me contó su triste final: murió de cáncer y casi en la miseria; su esposa, June Cherry, a duras penas pudo hacerse cargo del entierro. Fue el mismo Leonard quien descubrió el nicho donde Charney fue enterrado, y desde el Comú me lo confirmaron.

-¿En qué punto se encuentra la iniciativa para repatriar sus restos a Argentina?
-La atención que le han prestado los medios de comunicación ha levantado expectación; nos mobilizamos y en unas semanas reunimos 2.000 de los 11.000 euros que calculamos que costaría la operación. Hemos recibido importantes aportaciones a título individual, como la de Algie Middleton, veterano que fue compañero de Charney en la RAF. También se han interesado el capitán de navío Juan José Membrana, veterano de la guerra de las Malvinas que hoy trabaja en Aerolíneas Argentinas, y Óscar Luis Aranda Durañona, comodoro de la Fuerza Aérea. Es solo cuestión de tiempo.

-Su viuda, June, ¿está de acuerdo con la repatriación?
-Ella misma nos confirmó que el deseo de Charney era ser enterrado en un país.

-¿Por qué cree que se exilió en Andorra?
-Después de abandonar la RAF, en 1970, ejerció durante tres años como instructor de la fuerza aérea saudí. Se jubiló, regresó a la Argentina, probó en España y en 1980 se instala definitivamente en Andorra. Curiosamente, vivió sus últimos años muy cerca de Clostermann, vecino de Montesquiu. Pero por desgracia sólo lo supo después del fallecimiento de Charney. Una lástima.

-¿Cuál fue, en su opinión, la mayor victoria de Charney como piloto de caza?
-Según explica Clostermann, con quien había volado en el 602 escuadrón, en agosto de 1944 ellos dos y un tercer piloto, el noruego Johnsen, se toparon en Normandía con un escuadrón de 40 cazas alemanes, una formación mixta de Focke Wulff 190 y Me 109 pertenecientes al célebre escuadrón Richtofen. En lugar de retirarse prudentemente, como manda el sentido común -eran tres contra 40- entablaron desigual combate: abatieron cuatro cazas enemigos antes de que la artillería aliada ahuyentara a los alemanes, y salieron indemnes del encontronazo. Para rematarlo, hicieron una pasada final sobre la cabeza de playa en formación de V. Aquella acción le reportó a Charney su segunda Distinguished Flying Cross -la máxima condecoración del arma aérea de Su Graciosa Majestad.

-¿Qué aviones pilotó durante la contienda?
-Siempre voló el célebre Spitfire, en las versiones Vb, mientras estuvo estacionado en Inglaterra, con el escuadrón 91; el Vc Tropical, en Malta, con el 185 escuadrón; el Mk IX en Normandía, con el 602 escuadrón, y el Mk XIV al final de la guerra, con el 132.

-¿Lo tocaron alguna vez?
-Durante la campaña de Malta, a principios de 1942, un Me 109 le destrozó la cabina, y lo hirió de cierta gravedad en el rostro y en un brazo. Tuvo que efectuar un aterrizaje de emergencia sin tren de aterrizaje. Le gustaba contarlo diciendo que tuvo la suerte de haber salido del trance sin perder ni un solo diente.

-Sobrevivir a cuatro años de guerra tiene mérito.
-Por supuesto. Tanta longevidad no era habitual en un piloto de caza. Y más si tenemos en cuenta que efectuó más de 350 misiones. Peor vio caer a muchos colegas y eso le dejó tocado. Por eso siempre decía que en realidad él debería haber muerto muchas veces. El final de la guerra le dejó un enorme vacío. Era incapaz de llevar una vida familiar convencional, y por eso su mujer lo abandonó, llevándose con ella a las dos hijas que habían tenido.

-¿Cuál es su exacto lugar en los anales de la guerra aérea?
-Johnnie Johnson, el mayor as de la RAF, acreditó 33 victorias. Charney, la mitad, entre las confirmadas y las probables. En mi opinión, los registros alemanes .las 352 victorias de Eric Hartmann, sin ir más lejos- están hinchados. Hitler necesitaba héroes para su propaganda, y si hacía falta se los inventaba.

-Para terminar: ¿cómo cree que vivió Charney la guerra de las Malvinas?
-Como todos los veteranos argentinos de la RAF que he conocido, para quienes la soberanía del archipiélago es innegociable. De hecho, los hubo que se ofrecieron voluntarios y llegaron a pilotar aviones comerciales que transportaban soldados, medicinas, armamento y provisiones entre el continente y las islas. Y hubo, en fin, que al estallar la guerra se deshicieron de las condecoraciones ganadas con las alas de la RAF.

[Esta entrevista se publicó el 3 de noviembre de 2010 en El Periòdic d'Andorra]


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Closterman: "Si pretende suicidarse, que lo haga él solo"

20 de diciembre de 1943, en algún lugar al noroeste de Francia. Un escuadrón de la RAF formado por cuatro Hurricanes  y cuatro Spitfires atacan lo que parece una rampa de lanzamiento de las temibles V-1, las bombas volantes que al final de la guerra aterrorizaron Londres y que se erigieron en la penúltima baza de Hitler para cambiar el signo del conflicto. Falló, pero esta es otra historia. El caso es que después de una primera pasada, la artillería antiaérea alemana abate tres de los Hurricanes. Charney, líder del escuadrón, ordena a dos de sus Spitfires que escolten al Hurricane superviviente, y al tercero que lo acompañe en un nuevo y arriesgado raid sobre la base de las V-1: La sangre se me heló en las venas. Ken estaba completamente rodeado. Si pretende suicidarse, que lo haga él solo". Quien así habla es, atención, Pierre Clostermann, el mayor as de la aviación francesa en la II Guerra Mundial, que terminó con un score de 23 victorias confirmadas, que servía entonces a las órdenes de Charney en el escuadrón 602 City of Glasgow de la RAF. Y es uno de los muchos y jugosos episodios protagonizados por Ken que el piloto francés relata en El gran circo, su estupenda autobiografía de guerra. Hay que decir que en el raid de las V-1 Clostermann lo acabó acompañando, y que los dos salvaron el pellejo por bien poco, bien magullados y después de sendos aterrizajes de emergencia en el aeródromo de Dentley.

Charney, a la cabina de un Spitfire, recibe el saludo de Pierre Clostermann, el mayor as de la aviación francesa; sirvieron juntos desde finales de 1943 en el escuadrón 602 Ciudad de Glasgow, con base en Skeabrae. Charney es uno de los personajes que desfilan por las páginas de El gran circo, las memorias de guerra del piloto francés. Fotografía. Archivo Claudio Meunier.
Hasta aquí, el relato de una derrota casi humillante. Pero no se engañe el lector, porque estamos ante dos ases de los de verdad. Así que El gran circo abunda también en victorias igualmente in extremis. La que ha pasado a los anales de la guerra aérea es la que protagonizaron el 2 de julio de 1944, en plena campaña de Normandía y sobre los cielos de Caen. Clostermann, Charney y dos pilotos más del 602 -el capitán Frank y el noruego Jonsen- son atacados por una formación de 40 Focke-Wulff 190 alemanes. Parecen muchos, y más teniendo en cuenta el momento, con Hitler jugándose el todo por el todo en Normandía, pero no seremos nosotros los que dudemos de la palabra de Pierre. El caso es que el desigual combate termina sorprendentemente bien para los buenos: Clostermann abate tres cazas enemigos, y Charney, otros dos, en una acción que les reportó sendas Distinguished Flying Cross, la preciada DFC. Deportivamente, el francés reconoce en el libro que "ciertos factores nos daban ventaja: combatíamos a 120 kilómetros de nuestra base, mientras que los cazas boches lo hacían a 200 de la suya. Así que eran los primeros en abandonar". Aun así, es difícil concebir cómo cuatro Spitfires cazaron ese día cinco Focke Wulff y dieron a la fuga a otros 35, que no está nada mal.
Hay que decir que no todo fue este colegueo de color de rosa entre nuestros dos portentosos aviadores: en otra misión sobre Abbeville, en el Somme, en diciembre de 1943, el Spitfire de Charney estuvo a punto de colisionar en pleno vuelo con el de Clostermann, que se vio obligado a ejecutar una maniobra evasiva que lo puso a tiro de los antiaéreos alemanes, los temibles Flak. Aun hay más episodios conjuntos: el fallido bombardeo del transporte Munsterland en el puerto de Cherburgo, el desastroso ataque a un convoy en Bény-Bocage, el tedio de la vida en la base de Skeabrae, en las islas Orcadas, las escapadas por los tugurios de Londres... ¿Qué pensaba Ken de esta vida de guerrero del aire? Pues demos la palabra a Meunier, que ha husmeado en los diarios de nuestro as: "No es que matar me produzca placer, pero me siento realizado cuando veo un enemigo abatido. Nos hemos entrenado exactamente para esto, y desde el principio supe que llegado el momento aplastaría a los alemanes a la menor oportunidad". Es lo que tiene la guerra, que incluso a los buenos se les pone cara de malos.

[Este artículo se publicó el 16 de noviembre de 2010 en El Periòdic d'Andorra]


miércoles, 15 de enero de 2014

El héroe sin nombre del nicho 209 (el caso Charney II)

El historiador argentino Claudio Meunier localiza en una tumba anónima del cementerio de la Massana los restos de Ken Charney; el piloto, as de la aviación aliada de la II Guerra Mundial, murió en 1982

Esta historia tiene un final triste. Tristísimo, porque acaba en un nicho con número pero sin nombre del cementerio de la Massana: el 209. En esta tumba sin lápida, cubierta solo por una gris capa de cemento, descansan los restos de Kenneth Langley Charney (Quilmes, Argentina, 1920-la Massana, Andorra, 1982), piloto angloargentino y as de la aviación aliada de la II Guerra Mundial, doblemente condecorado por el rey Jorge con la Distinguished Flying Cross -la máxima condecoración del arma aérea británica- y con una hoja de servicios que incluye siete aviones del Eje abatidos, cuatro más probables, y otros cinco dañados. Vale: no son las 352 vistorias de Hartmann, pero tampoco nos pondremos ahora exquisitos. Unas cifras, en fin, que lo convierten si no en e lmejor, por lo menos en el más letal de los cerca de 800 pilotos angloargentinos que se enrolaron en las fuerzas aéreas aliadas. El historiador Claudio Meunier, paisano de nuestro Charney, había reconstruido su azarosa carrera en Alas de trueno: sabía que a mediados de los años 70 se instaló en Soldeu, Andorra, con June Cherry, que en 1980 se convertiría en su esposa, y que había fallecido de cáncer el 3 de junio de 1982. Pero ignoraba el destino de sus restos. La oportuna aparición en escena de Michael Leonard, amigo de los años andorranos de Charney, permitió estrechar el cerco hasta que el Comú de la Massana confirmó la cruda realidad: Ken es el anónimo inquilino de la tumba número 209 del cementerio comunal de la Quera. Un inquilino en riesgo de deshaucio, porque el impago del alquiler de la tumba desde 1988 ha generado una deuda de 1.291 euros que Meunier pretende cubrir a fuerza de aportaciones voluntarias, a la vez que repatriar el cuerpo -o lo que queda de él- para enterrarlo en el cementerio de Bahía Blanca, la ciudad argentina donde el futuro piloto se crió y donde cocnoció a pioneros de la aviación como Saint Éxupéry, Jaen Mermoz y Paul Vachet.

Retrato de Charney con su uniforme de la RAF tomado durante la II Guerra Mundial. Fotografía: Archivo Claudio Meunier.
Esta es la historia que Meunier ha reconstruido pacientemente y que en verano verá la luz en forma de libro (Nacidos con honor) y documental (Voluntarios). Una historia teñida de épica que arranca a principios de 1942, cuando Charney se embarca en el transporte Highland Monarch con destino a la Gran Bretaña y con el objetivo de enrolarse en la Royal Air Force. Lo conseguirá, y hasta el final de la guerra volará en cerca de 300 misiones de combate integrado en los escuadrones 91, 185, 602 y 132 de la RAF, y siempre a la cabina de un Spitfire, el más célebre de los cazas aliados. Su carrera bélica tiene tres hitos ineludibles: el primero, la defensa de Malta, donde cazó su primera victoria -un Macchi 202 italiano, abatido el 1 de julio de 1943, y donde se ganó el sobrenombre del Caballero Negro, por la temeraria táctica consistente en atacar a los aviones enemigos de frente, como cargaban los caballeros medievales.

La Bolsa de Falaise
En junio de 1944 lo encontramos en Normandía, protegiendo las cabezas de playa aliadas: ya saben, Utah, Omaha, Sword y todos esos nombres hoy míticos. El 2 de julio protagoniza al lado de Pierre Clostermann -el as francés da cuenta del episodio en El Gran Circo, su autobiografía- un épico combate con un escuadrón de Focke-Wulff alemanes, y el 7 de agosto descubre las columnas blindadas nazis retirándose de la Bolsa de Falaise y lanza su célebre aviso por la radio: "¡Envíen a toda la Fuerza Aérea!" El resultado fue la destrucción de un centenar y medio de tanques del V Ejército Pánzer. Casi nada. En diciembre, Charney y todo el escuadrón 132 es transferido al teatro del Pacífico a bordo del HMS Smitter, pero el fin de la guerra le impedirá entrar en combate contra el Japón.
Se acaba aquí el periplo bélico del piloto. Seguirá enrolado en la RAF hasta 1970, pero antes de recalar en Soldeu aún tendrá tiempo de protagonizar un último e insólito capítulo como instructor de la Fuerza Aérea Saudí, nada menos.

Los restos de Charney descansan desde 1982 en el nicho número 209 del cementerio de la Quera, según ha confirmado el Comú de la Massana.Fotografía: El Periòdic d'Andorra.
El Charney que se instala en Andorra es ya un hombre tocadísimo: "Nunca fue capaz de adaptarse a la vida civil. Decía que entre 1942 y 1945 había vivido 50 vidas. Se lo veía cansado y hastiado", recuerda Leonard. A lo que hay que añadir el estrés de guerra que, dice Meunier, lo acabó separando de su primera mujer, Pamela Forster, con quien no se llegó a casar pero con quien tuvo dos hijas que hoy viven en los EEUU: "Al final sentía la pena inmensa de no haberse podido reunir con ellas, porque la madre se casó cun un diplomático norteamericano, cambió su nombre de soltera y les perdió la pista". Su segunda y última mujer, June, se marchó de Andorra tan deprisa que ni le puso nombre a la tumba. Su pista se pierde en Durban (África del Sur), de donde parece que era originaria. "Es una auténtica lástima que una vida tan intensa acabe de manera tan triste y anónima", se lamenta Meunier. La burocracia amenaza hoy con borrar la última huella del héroe anónimo del nicho 209. Sería una lástima que el mismo Comú que ha homenajeado justamente a los pasadores del Palanques se desentendiera ahora del destin de tan ilustre vecino.

[Este artículo se publicó el 10 de noviembre de 2008 en El Periòdic d'Andorra]

martes, 14 de enero de 2014

Un as yace entre nosotros (el caso Charney I)

[Empezamos hoy la publicación de la serie de artículos sobre Kenneth Langley Charney, piloto angloargentino y as de la II Guerra Mundial que murió en Andorra en 1982 y cuya memoria y biografía ha reconstruido el historiador Claudio Meunier, paisano de nuestro hombre. Un caso curiosísimo de auténtica recuperación de la memoria històrica, porque los restos de Charney, olvidados en un nicho anónimo del cementerio de la Massana, estuvieron a punto de acabar en el osario. Pero no. No avanzamos nada más, y reproducimos a continuación y por orden cronológico los artículos sobre nuestro aviador que hemos ido publicando desde junio de 2005, cuando supimos por primera vez de su azarosa existencia y de su triste final como quien dice al lado de casa. Aquí van y que los disfruten. Y mañana, más].

Había nacido en Bahía Blanca, Argentina, en 1920. Quizás por sus orígenes ingleses,  quizás por el recuerdo de Antoine de Saint-Éxupéry -que había escrito parte de Vuelo nocturno precisamente en Bahía Blanca durante su estancia en tierras australes- formaba parte del contingente de 522 ciudadanos argentinos que se enrolaron en la RAF durante la II Guerra Mundial. Una vez obtenidas las alas de combate se integraron mayoritariamente en el escuadrón 164 Firmes Volamos, con base en la localidad escocesa de Skeabrae: 122 de ellos murieron en combate.

Kenneth Langley Charney, Ken para los amigos, fue unos de los supervivientes. En la ilustración de aquñi abajo se lo intuye a los mandos de un Spitfire y volando en pareja con Pierre Clostermann, nada menos, as de la aviació francesa -abatió 33 aviones enemigos- en un combate sobre Normandía. Las seis victorias de Charney le reportaron la Distinguished Flying Cross, la máxima condecoració del arma aérea británica -se la impiuso el rey Jorge, el del discurso, en el palacio de Buckingham-  y lo convirtieron en el más grande de los aviadores angloargentinos -aunque a años luz, hay que reconocerlo de las 352 victorias del alemán Eric Hartmann, as entre los ases.

Charney, a los mando del Spirfire en primer plano, en combate sobre Normandía y formando pareja con Pierre Clostermann, en un óleo del ilustrador argentino Carlos García.
Esta es la peripecia militar de Charney que el historiador Claudio Meunier ha rescatado del olvido, junto a las de otro medio centenar de pilotos y compatriotas suyos, en Alas de trueno. Lo describe como un hombre a quien la guerra mutó en "triste y reservado". Quizás por eso abandonó su país natal y perdió el contacto con su familia. Poco más ha podido saber, y eso que el mismo Clostermann lo cita repetidamente en su célebre autobiografía, El gran circo. Poca cosa, aparte de un detalle que lo vincula definitivamente a Andorra, donde se casó en 1980 y donde parece que cioncidió co otro aviador, el canadiense Richard Maxwell Milne. Aquí murió dos años después, y aquí fue enterrado. La viuda, June, emigró a África del Sur -parece- y su recuerdo se ha acabado perdiendo, como las lágrimas del replicante Roy, Villon del futuro, en Blade Runner. Triste epitafio para un héroe de guerra.

[Este artículo se publicó el 11 de junio de 2005 en el Diari d'Andorra]