Incursiones relámpago, estilo Sturmtruppen, en episodios que tuvieron lugar en Andorra y cercanías durante la Guerra Civil española, la II Guerra Mundial y las dos postguerras, con ocasionales singladuras a alta mar, a ultramar y si conviene incluso más allá.
[Fotografía de portada: El Pas de la Casa (Andorra), 16 de enero de 1944. La esvástica ondea en el mástil del puesto de la aduana francesa. Copyright: Fondo Francesc Pantebre / Archivo Nacional de Andorra]

Mostrando entradas con la etiqueta Galindo. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Galindo. Mostrar todas las entradas

sábado, 28 de febrero de 2015

A pie, con monseñor (Guitart)

Josep Moliné Troc se refugió en Andorra en los inicios de la Guerra Civil, y aquí se quedó toda la vida. Su hija evoca hoy el papel de Moliné en el paso clandestino de fugitivos de la Seo de Urgel y comarca en los primeros meses del conflicto. Entre sus clientes, atención, el obispo Guitart.

La versión oficial de esta historia consta en el Martirologi de l'Església d'Urgell y la recoge también Francisco Javier Galindo en en volumen La Seu, 1936. Y dice que el obispo Justí Guitart huyó de la Seo a primera hora de la mañana del 23 de julio de 1936, "en el auto del Fluix [el Flojo] y vestido con una simple sotana" -se trataba de no llamar demasiado la atención, porque probablemente se jugaba la vida- y que aquel mismo día cruzaron la frontera y se refugiaron en la casa rectoral de Andorra la Vella, como huéspedes de mossèn Lluís Pujol arcipreste de los Valles de Andorra. Una segunda versión, o mejor un capítulo complementario sobre la huida del Excelentísimo obispo de Urgel y copríncipe de Andorra, la aporta en sus memorias el que fuera alcalde de la Seo, Enric Canturri, según el cual Guitart ya había intentado huir en una ocasión pero le habían cerrado el paso en la frontera y se había visto obligado a regresar a la Seo con el báculo entre las piernas. Y hoy añadimos una tercera versión inédita hasta la fecha. Nos la ofrece Lourdes Moliné (la Seo, 1937), quien sostiene que fue su padre, Josep Moliné Troc (Calvinyà, 1909-Escaldes, 1978) quien ayudó al obispo en su huida a Andorra. A pie y por la montaña, nada de coche y chófer. Y añade un detalle: Guitart le confió a su padre un fajo de cartas con el encargo de enviarlas, "pero con las prisas del momento se olvidó de darle el dinero para los sellos y fue el mismo Moline quien tuvo que comprarlos de su bolsillo".

Josep Moliné y su esposa, Clara Altimir, padres de Lourdes, contrajeron matrimonio en febrero de 1938 en Escaldes. Fotografía: Familia Moliné.

Moliné era un hombre de izquierdas, según  recuerda su hija y corrobora su expediente, conservado en el Archivo Histórico de Lérida y exhumado -cómo no- por el historiador Josep Calvet: las autoridades franquistas no le autorizaron a regresar a España hasta septiembre de 1954. Lo acusaban de haber formado parte del comité de Anserall, localidad ubicada entre la Seo y Andorra. Pero enseguida que estalló la guerra, añade Lourdes, se refugió en Andorra: "Tenía claro que, si se quedaba, lo liquidaban. Fueron aquellos primeros seis meses en los que imperó el, ejem, terror rojo, con la veintena larga de asesinatos documentados por Galindo y perpetrados en la Seo y cercanías por los reglamentarios "incontrolados" y con la aquiescencia del comité local.

La primera mención oficial a Moline procede de un documento fechado en 1940 -dice que tiene 31 años- y su nombre aparece junto al de otros rojos de la comarca: José Obiols Miguel, "gran propagandista de izquierdas (...) está en un Batallón de trabajadores"; Enrique Travé Bigordá, "formó parte del comité durante ocho días, ingresó en la escuela de aviación voluntario (...), se encuentra enujn Batallón de trabajadores"; José Catalán Parra, de "ideología izquierdista (...), carabinero retirado (...), se encuentra actualmente detenido en la cárcel de la Seo de Urgel (...), no ejerció cargo alguno en el pueblo de Anserall"; Concepción Moles Martí, también de "ideología izquierdista", que durante el "período rojo se amistó con un miliciano (...), se encuentra en la actualidad en Francia", y José Coll Blasi, "toda su familia es de ideología izquierdista (...), formó parte del comité de Anserall y parece que su actuación fue bastante mala".

De nuestro hombre de hoy, Moliné Troc, se limita a consigna que ejerció "un cargo" en el comité de Anserall y que reside en Andorra. Hay que esperar tres lustros, hasta 1954, para volver a tener noticias oficiales de Moliné. El 10 de abril de 1954, el comisario jefe del puesto de la Seo informa al Director General de Seguridad y al gobernador civil de Lérida de la denuncia formulada por Nuria Calvet, vecina de la Seo, según la cual Moliné era el guía que acompañaba a su marido; Segismundo Gallifa, el día que éste pasó hacia Andorra para desde aquí, dice la mujer, dirigirse a zona nacional. Por lo visto, Gallifa nunca llegó a su destino.

Sostiene su viuda que fue asesinado en la montaña y que Francisco Escudé, otro fugitivo que partió hacia Andorra al día siguiente, el 24 de noviembre de 1936, en compañía de Jaime Carrera, creyó percibir a medio camino entre Arcabell y Bescarán cierto olor que indentificaron como el de un cadáver que alguien estuviera intentando quemar. Cadáver que  no llegaron a ver y que solo al llegar a Andorra y percatarse que Gallifa no había llegado a su destino concluyeron que podía ser el del marido de la denunciante. Se da la circunstancia de que otro fugitivo, José Vila, vecino de la Baronia de Rialb, que tenía que haber pasado a Andorra junto con Gallifa pero que tuvo que hacerlo dos días después a causa de un registro en su domicilio que le obligó a posponer el viaje, declara en las mismas diligencias haber hecho el trayecto con el mismo Moliné como guía, y que "el trato que recibió por su parte fue inmejorable, hasta el punto de llevarles cena al pajar donde los ocultó antes de partir, ya que debieron salir a las dos de la madrugada partiendo del pueblo de Calviña".

La viuda Calvet eleva su denuncia al saber que Moliné está gestionando ante las autoridades franquistas los trámites para regresar legalmente a España. El juez debió archivar las diligencias o por lo menos, fallar a favr de nuestro hombre, porque el 15 de septiembre del 1954 el mismo comisario de la Seo que medio año antes advertía de la denuncia que pesaba sobre Moliné, advierte a sus superiores de que "con fecha del día de hoy realiza su entrada en España el que fue exiliado español en los Valles de Andorra José Moliné Troc (...) que tiene autorizada su entrada en España por el Excmo. Sr. Ministro de la Gobernación, sin que exista comunicado en contrario, fijando su residencia en Calviñá, casa Vilanova". A ojos del franquismo, Moliné estaba limpio de sspecha.



Diligencias conservadas en el expediente de Josep Moliné del Archivo Histórico de Lérida: al solicitar permiso para residir legalmente en España, a principios de 1954, Moline fue denunciado por Nuria Calvet, vecina de la Seo: era sospechoso del asesinato de su marido, Segismundo Gallifa, al que al parecer ayudó a pasar a Andorra el 23 de noviembre de 1936. No consta la resolución del expediente, pero lo cierto es que el 15 de septiembre de 1954 el gobernador civil le autoriza expresamente a instalarse en España. A ojos de las autoridades franquistas, Moliné está limpio. Fotografia: Archivo Josep Calvet.

Una lista del ministerio de Gobernación con los nombes de vecinos de la Seo y comarca sospechosos de "izquierdismo". Al lado de Moliné aparecen también citados Josó Coll Blasi, Concepción Moles Martí, José Catalán Parra y Enrique Traver Bigordà. El documento es de 1940, dado que dice que Moliné tiene 31 años de edad y que nuestro hombre de hoy nació en 1909. Fotografía: Archivo Josep Calvet.

Ya fuera el obispo Guitart el cliente de Moliné, ya fuera otro religioso al que la memoria familiar ha ido ascendiendo en el escalafón eclesiástico hasta convertirlo en prelado, lo cierto es que fue durante los primeros meses de la Guerra Civil un activo guía que condujo, dice Lourdes, hasta una veintena de expediciones de fugitivos -gente "de orden", religiosos amenazados o simplemente, y como ocurre en todas las guerras, hombres en edad militar que no querían ser enviados al frente- que buscaban la relativa seguridad que ofrecía Andorra y pasar desde aquí y a través de Francia al lado nacional. Y decimos relativa porque -porque como recuerda Josep Llangort, abuelo de Galindo y él mismo fugitivo de primera hora, "las continuas visitas a Escaldes de gente sospechosa de la Seo y los rumores de una posible agresión contra los refugiados mantenían un justificado estado de inquietud" entre la colonia de fugitivos instalada en Andorra. Entre las expediciones que Moliné guió por la montaña hubo una muy especial: "En febrero de 1938 nos cogió a mi madre y a mí y nos trajo a Andorra. Por lo que después contaban, los piececillos me salían de la mochila donde me habían encasquetado". En esta misma expedición ayudó a pasar a dos familias más de Calviñá, una de las cuales era la de casa Pedescoll.

Los Moliné se instalaron en casa Felícia de Escaldes, y el padre compaginó desde entonces el trabajo como agricultor con el contrabando, la tienda de ultramarinos que más adelante abrieron en casa Quimet y con los ocasionales servicios como guía que le reportaban unos ingresos extra. En su madurez Moliné raramente hablaba de estos años durísimos. Pero Lourdes recuerda haberle oído referirse a los "malos guías" que veían en el tráfico clandestino de refugiados una oportunidad para el enriquecimiento fácil. Siempre que no se tuvieran escrúpulos, claro. Es la leyenda negra de los pasadores, que arranca antes de la II Guerra Mundial. Una denominación, por cierto, esta de "pasadores", que vino después y que "en casa", dice Lourdes, "nunca se usó": "Mucha gente se quedó en la montaña; hubo guías que los abandonaban o que los mataban para quedarse con el dinero y las joyas que pudieran llevar encima. Se sabía quiénes eran, estos malos guías, y tenían la precaución de no salir de noche por temor a represalias..."

Como muchos otros colegas, Moliné era desde antes del estallido de la Guerra Civil un consumado contrabandista, aficionado a la caza y a la pesca y que conocía por lo tanto todos los rincones de las montañas entre la Seo y Andorra. Él y sus camaradas de correrías -entre los que Lourdes recuerda a Enric Muntanya- bajaban a la Seo con el fardo a cuestas... si no tenían la mala fortuna de dar con una patrulla de la guardia civil; entonces tocaba correr y, en caso extremo, abandonar el fardo -50 quilos de tabaco a la espalda- con la esperanza de que los guardias se contentaran con decomisar el fardo y su contenido.Con frecuencia era así, pero el susto en el cuerpo solo servía para ir tirando: "Los que se llenaban los bolsillos eran los que estaban en los dos extremos de la cadena". La peripecia de Moliné incluye ingresos en prisiones francesas y, siempre según la memoria familiar, un internamiento en el campo de Argelés, de donde dice Lourdes que finalmente escapó. Por supuesto que en esta trayectoria sucintamente esbozada quedan lagunas por cubrir, y datos y fechas por verificar. Pero mola rescatar del olvido a un coetáneo de Cirera -el guía de san Josemaría- y hermano mayor de los Baldrich, Català y compañía.

La Seo, julio de 1936: entre el terror, la sangre y el éxodo
El obispo Guitart fue uno de las decenas, probablemente centenares de fugitivos de la Seo y comarca que en los primeros meses de la Guerra Civil se refugiaron en Andorra huyendo del terror rojo. Para llegar a entender la anarquía y la barbarie que señorearon en la época al otro lado de la frontera del río Runer conviene echarle un vistazo a La Seu, 1936. Galindo deja en él constancia de los asesinatos perpetrados en la ciudad entre el 22 de julio y el 11 de octubre de ese año, con episodios especialmente brutales como la caza de Ángel Ballarà, armero de la Seo, que logra huir de su casa, adonde lo han ido a buscar a medianoche, pero es perseguido hasta ser herido en una pierna y rematado en la Isla.

O el de los hermanos Lluís e Ignasi Tarragona, los dos introducidos a la fuerza en un coche la noche del 2 de septiembre, tiroteados y abandonados en Tavèrnoles, donde al día siguiente aparecieron sus cadáveres carbonizados. Sin olvidar las ejecuciones sumarísimas que tuvieron lugar los días 9, 10 y 11 de octubre en el cementerio de la Seo, con dos decenas más de víctima entre los cuales se encontraba Jaume Cebrià, que tuvo la ocurrencia, cuenta Galindo, de no morir a la primera descarga y a quien el enterrador encontró a la mañana siguiente cogido a la reja del camposanto: lo remató in situ. Entre la larga lista de fugitivos del Alto Urgel que pudieron huir a tiempo y que se refugiaron en Andorra, de paso o definitivamente, Galindo cita casos como los del vicario Fornesa, Llovera, Borró, Sinca, Pellicer, Ingla, Roca, Albiña, Cerqueda, Llinàs, Guardiet, Revés, Navarro y el secretario del obispo, Piquer. Así como las catorce monjas y novicias de la Sagrada Familia que el 27 de julio pasan a Andorra con la ayuda de un guía. Quien sabe si la de nuestro Moliné...

[Esta entrada es una versión ampliada de un artículo publicado el 10 de noviembre de 2014 en el Diari d'Andorra]

lunes, 31 de marzo de 2014

Josep Cirera: un guía para un santo

Jordi Piferrer traza en Entre la noche y la esperanza (Milenio) la biografía del pasador que en 1937 condujo hasta Andorra a san Josemaría y su grupo; vecino de Bellestar (Lérida), ayudó a huir a dos centenares de fugitivos durante la Guerra Civil.

Se llamaba Josep Cirera, había nacido en 1914 en la masía de Cal Querol, en Sallent de Montanissell (Lérida), donde sus padres ejercían como masoveros, y en 1933 encontramos a toda la familia -progenitores y seis hermanos, seis- en otra masía, esta vez en Cal Roger, en la localidad de Bellestar, vecina de la Seo. A punto para ponerse al frente de digamos que exótica expedición que había salido el 8 de octubre de 1937 la embajada de Honduras en Madrid, y que tras pasar por Valencia y Barcelona iba a entrar finalmente en territorio andorrano -¡la libertad!- por el Mas d'Alins. Era el 2 de diciembre de aquel mismo año, y entre los fugitivos se encontraba Josemaría Escrivá de Balaguer, fundador de la prelatura del Opus Dei y destinado a convertirse un día en santo. Una canonización exprés -en 2022, tan solo una década después de ser beatificado- pero esta es otra historia.

El guía Josep Cirera (1914-2010), que entre el 28 de noviembre y el 2 de diciembre de 1937 ayudó a cruzar la frontera hispanoandorrana al grupo de san Josemaría, integrado por una treintena de fugitivos. Fotografía: Jordi Piferrer / Entre la noche y la esperanza.
Jordi Piferrer posa con un ejemplar de El pas dels Pirineus, la edición en catalán de Entre la noche y la esperanza. Fotografía: Tony Lara / El Periòdic d'Andorra.

Dos sanitarios atienden a un refugiado con las plantas de los pies despellajadas por las congelaciones. La escena fue captada en Andorra durante la Guerra Civil. Fotografía: Fondo Sirés, Archivo Nacional de Andorra.

No volveremos a relatar el periplo del grupo de Escrivá ni tampoco su(s) jornada(s) andorrana(s), recogido por el mismo Jordi Piferrer y por Alfred Llahí en Tierra de acogida. Hoy nos centraremos en el guía de aquella expedición, de quien Piferrer traza un suculento esbozo biográfico en Entre la noche y la esperanza, donde recoge precisamente las aventuras anteriores y posteriores a la etapa andorrana del periplo, con una prolija coda final en que reconstruye un puñado de evasiones que tuvieron lugar por la zona del Alto Urgel, el Pallars y Andorra. Pues bien, dice el autor que los hados de confabularon para que el grupo del futuro santo se encontrara aquel 28 de noviembre de 1937 con el guía Cirera: para empezar, el hombre debería haberse encontrado haciendo la mili en África y, por lo tanto, sirviendo en el bando franquista, pero por una de aquellos pintorescos errores burocráticos, los funcionarios del censo reescribieron su apellido con c (Cirera) en lugar de la s original (Sirera), con la buena suerte (para Josep) que los mozos de su quinta cuyo apellido empezaba con s fueron declarados excedentes de cupo y por lo tanto se libraron del sevicio militar.

Más aún: Cirera estaba vivo de milagro, porque meses antes de recoger al grupo de san Josemaría había sido tiroteado por tres milicianos a la altura de Tres Ponts, entre la Seo y Organyà, en una de sus expediciones hacia Andorra, y sobrevivió por pura chiripa a dos juicios sumarísimos: en uno encontró el coraje suficiente para enfrentarse al jefecillo de la patrulla de faístas que lo había cazado al frente de un grupo de doce fugitivos; la jugada la salió bien. En el segundo, lo salvó la presencia en el tribunal que lo juzgaba del médico que visitaba a su familia. Sin duda, Cirera estaba tocado por la varita de la suerte: en julio de 1936, cuando pasó por estos dos trances, los incontrolados -ya saben- pasaron por las armas a una veintena de personas sólo en la Seo. Lo cuenta Francisco Javier Galindo en La Seu, 1936, y cualquier día de estos hablaremos de este turbio, poco conocido asunto.

El caso es que Cirera se puso al frente de su primera expedición en fecha tan temprana como el 21 de julio de 1936, y su cliente fue Manel Fiter Losada, hijo de cal Marqués de la Seo, cuenta Piferrer. Hubo unas cuantas más: en octubre cruza por el Mas d'Alins -la misma ruta que al año siguiente seguiría el grupo de san Josemaría- con el rector del colegio de los Escolapios de Barcelona, y entre mayo y agosto de 1937 condujo otras cuatro expediciones antes de mudarse él mismo a Andorra -no lo debía de ver muy claro-, ponerse a trabajar en la fábrica de tabacos Reig de Sant Julià de Lòria y dedicarse de forma habitual al contrabando. Hasta que el 28 de noviembre llega puntual (y rodado) a su cita con la historia: recoge al grupo de Escrivá en La Ribaleta, en el límite entre las comarcas del Pallars Sobirà y el Alt Urgell. Son en principio 23 personas, a las que se añadirán al pasar por Noves de Segre cinco más, así como un grupo de contrrabandistas que recoge cerca de casa de sus padres, en Cal Roger.

En total, cuenta Piferrer, la expedició con la que san Josemaría entró en Andorra estaba formada por una treintena larga de fugitivos: la más multitudinaria que jamás ayudó a cruzar, ya que hasta entonces -dice el autor- se había limitado a pasar grupos de cuatrro o cinco personas como máximo. No le debió convencer la experiencia, porque no repitió con grupos tan numerosos y, de hecho, en la primavera siguiente abandonó el oficio de pasador. Demasiado peligroso. El itinerario que siguió con el grupo de san Josemaría arranca de la Ribalera y pasa por Aubenç, Fenollet, Ares, Baridà, Cal Roger, el barranco de la Cabra Muerta -glups-, Argolell y el Mas d'Alins, justo en la frontera con Andorra. Fue el 2 de diciembre de 1937, y como es bien sabido lo primero que hicieron los expedicionarios al llegar a Sant Julià de Lòria fue celebrar una Misa en la parroquial. Vale decir que Cirera les cobró a los fugitivos 1.200 pesetas por barba. Y que el hombre murió en 2010 en Barcelona. Dice Piferrer que en sus últimos años le profesó una gran devoción al santo que había ayudado a salvarse.

Una deuda moral
Cirera y san Josemaría aparte, la otra gran contribución de Entre la noche y la esperanza a la epopeya de los pasadores es la reseña de una docena larga de expediciones que terminaron con fortuna diversa. Porque hasta hoy, el grueso de la historiografía se ha centado en los fugitovos que huían de norte a sur durante la II Guerra Mundial -ya saben: judíos, franceses en edad militar y aviadores aliados abatidos en los cielos de la Europa ocupada por los nazis. Piferrer se fija en cambio en el periplo inverso, que durante la Guerra Civil emprendieron miles de españoles que huían de la zona republicana. El autor calcula que por Andorra lo intentaron unos 10.000, que pagaban a los guía pequeñas fortunas de entre 500 y 3.000 pesetas.

Dos son las expediciones que Piferrer considera paradigmáticas: la primera tiene como protagonista a Josep Rossinyol i Barcons, que había salido de Manresa el 4 de febrero de 1938: de los 72 hombres que formaban parte de su cordada, 24 murieron congelados -atención: ¡24!- y otros 17 cayeron prisioneros antes de llegar a Andorra. Sólo se salvaron 31, entre los que se encontraba nuestro Rossinyol, que se hospedó en el hotel Les Termes de Escaldes y fue atendido de congelaciones en los pies en el "hospital de los gendarmes" como él lo llama. ¿Sería nuestro hombre el protagonista de aquella impactante fotografía del fondo Sirés del Archivo Nacional en que se ve a un médico, cigarrillo en mano, limpiando los pies destrozados de un refugiado? La segunda expedición es la del valenciano Eduardo García Cordellat, que por su precario estado de salud no pudo seguir con su expedición y tuvo que refugiarse en la casa Coll de Creus, cerca de Adraén. Sus guías le prometieron que lo recogería una futura cordada. Y contra pronóstico, y desmintiendo la mala fama de ciertos pasadores, estos sí que cumplieron la palabra dada: el 10 de diciembre de 1937 entraba en Andorra por la Rabassa .Justo el mismo día -casualidades de la vida- que el grupo de san Josemaría podía cruzar el puerto de Envalira y pasar a Francia camino de San Sebastián. Dos historias, las de Rossinyol y García Cordellat, que terminaron (medio) bien. De los 10.000 que lo intentaton, Piferrer especula que cerca de la quinta parte jamás llegaron a su destino. Recordar a estos olvidados de la historia  que carecen del (digamos) glamour de los fugitvos del nazismo es también un deber moral.

[Estos dos artículos se publicaron respectivamente el 26 de marzo de 2014 y el 22 de septiembre de 2012 en El Periòdic d'Andorra]