Incursiones relámpago, estilo Sturmtruppen, en episodios que tuvieron lugar en Andorra y cercanías durante la Guerra Civil española, la II Guerra Mundial y las dos postguerras, con ocasionales singladuras a alta mar, a ultramar y si conviene incluso más allá.
[Fotografía de portada: El Pas de la Casa (Andorra), 16 de enero de 1944. La esvástica ondea en el mástil del puesto de la aduana francesa. Copyright: Fondo Francesc Pantebre / Archivo Nacional de Andorra]

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viernes, 10 de abril de 2015

Y le cortaron la cabeza en la plaza de Andorra

Bueno, o eso es lo que cuenta Héliodore Castillon en sendos artículos publicados en abril y mayo de 1878 en Le Soleil Illustré y rescatados por el bibliófilo Casimir Arajol. Y dice  el polígrafo francés que un contrabandista catalán llamado algo así como Masteü fue ejecutado en abril de 1861 en la plaza de Andorra la Vella. A golpes de espadón, y luego de ser declarado culpable del asesinato de un colega de oficio para arrebatarle un botín de 100 duros. Es el único caso de decapitación -por lo menos en época moderna-documentado hasta la fecha en nuestro rincón de Pirineo. Aunque decir "documentado" es en este caso quizás demasiado. Castillon es la única fuente, y del caso Masteü (¿deformación de Masdéu, quizás?) no queda rastro en el archivo del Tribunal de Corts que se conserva en el Archivo Nacional. Pero aunque el asunto atufa a mixtificación histórica perpetrada por nuestro buen Castillon, echémosle un vistazo. Nunca se sabe.






Portada del número de Le Soleil Illustré del 28 de abril de 1878 en que se publicó la primea parte del artículo de Héliodore Castillon en que el historiador (?) evoca el asesinato, diecisiete años antes, de un contrabandista de nombre Olette a manos de un colega de oficio, un tal Masteü, y la captura, juicio y ejecución de éste último: el verdugo le cortó la cabeza, cuenta Castillon, en una ceremonia que tuvo lugar el 11 de abril de 1861 en la actual plaza Benlloch de Andorra la Vella, un trabajo por el que se le abonaron 50 francos. Fotografía: Archivo Arajol.

Sabíamos por Robert Pastor que por aquí a las brujas las colgaban de horca bien alta y levantada -dice- hacia la parte donde hoy se encuentra el aparcamiento de los grandes almacenes Pyrénées, en pleno centro comercial de la capital. Sabíamos también por Lídia Armengol que el buen obispo Caixal decretó en 1854, y a instancias del Consell General, que en adelante las penas capitales dictadas por aquí arriba fuesen ejecutadas por el mucho más compasivo garrote vil, siguiendo el ejemplo de España, donde Fernando VII lo había instaurado en 1822. Argumentaba el prelado, en una pintoresca, o cuanto menos discutible interpretación de lo que es (y no es) "humanitario", que el garrote "permite conciliar el último e inevitable rigor de la justicia con la humanidad y la decencia en la ejecución de la pena máxima". Claro: no como la horca, que era inhumana e indecente. Y sabíamos, en fin, por Antoni Morell y sus Set lletanies de mort, por el documentalista Jorge Cebrián y su Pena capital, y de nuevo por Armengol, que en la última sentencia de muerte, dictada el 18 de octubre de 1943 -recuerden la celebérrima instantánea de Valentí Claverol, y las recientemente descubiertas por Climent Miró- el parricida Pere Areny, vecino de Canillo y el último reo condenado a muerte (y ejecutado) en Andorra, fue pasado excepcionalmente por las armas. Corría la II Guerra Mundial y la situación internacional no permitía recurrir al procedimiento habitual -importar un verdugo de Barcelona o de Foix, según- con lo que el Tribunal de Corts tomó una decisión salomónica: el pelotón de fusiamiento.

Pero todo esto yal lo sabíamos. Lo que desconocíamos, y que a muchos probablemente les helará la sangre, es que entre la horca, el garrote y el fusil -caramba, esto parece La hoguera de Krahe- habrá que añadir desde ahora mismo y en adelante la espada. O mejor, el espadón. Porque fue así, de un tajo de una enorme espada de doble filo -decapitado, glups- como ejecutaron a el 11 de febrero de 1861 al tal Masteü, alias El Borni [el Tuerto], contrabandista de 24 años de edad, originario de Esterri d'Àneu, en la vecina comarca del Pallars Sobirà, y culpable de haber asesinado a puñaladas y "a poca distancia del lugar de Salden" (¿quizás Soldeu?) a José Olette, colega de correrías por estas montañas. El homicidio había tenido lugar por lo visto el 10 de enero de 1861 en un lugar entre el Serrat y Ordino -que para los estándares andorranos esta más bien a "mucha distancia" de Soldeu. El móvil, un saquito con cien duros -500 francos, a lo que se ve y según Castillon- que el tal Olette se había agenciado como jefe de la partida en la última operación de contrabando en la que también había participado Masteü. Porque resulta que uno y otro eran socios.La víctima, dice el cronista, "era un hombre de constitución robusta, como lo suelen ser los contrabandistas del país, y muy conocido en el lugar; había recibido diecinueve puñaladas, y el robo había sido el móvil del crimen, porque el saco de cuero que la víctima llevaba a modo de riñonera, como acostumbran los contrabandistas, fue localizado cortado en tres pedazos, a unos 50 pasos del cuerpo y totalmente vacío". El pobre Olette fue trasladado a Ordino y enterrado en el cementerio de la localidad.

El caso es que nuestro hombre no fue capturado hasta una semana después del crimen y por una partida de hombres de Canillo, después de reconstruir los últimos días de vida de Masteü y su paso por una especie de hostal con muy mala reputación, de nombre Tête de loup (!), que servía de refugio y punto de reunión a los contrabandistas". Castillon aprovecha para esbozar un retrato entre tremendista y romántico del contrabandista, "oficio plagado de peligros que reporta a quienes lo ejercen grandes ingresos que casi siempre son dilapidados en bebida, juego y juergas". El antro en cuestión lo sitúa sin gran concreción por la parte del puerto de Callat, que según él conduce a Tavascan, en la Cerdaña (¿quizás el puerto de Cabús?). Por lo que respecta al homicida, dice que lo tuvieron que conducir atado y entre doce hombres hasta la Casa de la Vall, en Andorra la Vella, y que apenas lo podían contener: "Enseguida lo reconocieron: era el célebre Masteü, apodado El Tuerto, contrabandista de la peor especie, hombre de fuerza hercúlea y de audacia contrastada, nacido en el vecino valle de Esterri y que recorría estas montañas desde la infancia, primero como pastor y después como contrabandista".

Dice que lo pillaron "no lejos del puerto de Niouve (?), peligrosísimo durante todo el año pero sobre todo en invierno, en una cabaña de pastor abandonada". Se explaya luego en la vida y milagros del Tuerto, entonces de 24 años y cuya mayor hazaña fue una sonada guerra entre pastores españoles y franceses que pastoreaban por la parte de la solana del puerto de Garbet -dice-, y que tuvo lugar en 1858 terminó con tres hombres de Sigues muertos, y cinco de Montgarri gravemente heridos. Fue en esta ocasión donde el mismo Masteü perdió un ojo y se ganó el sobrenombre con que llegó al patíbulo. Aún hay más: al año siguiente, y cuando se había enrolado en una partida de muleteros que hacían el trayecto entre Huesca y Lérida, fue señalado por la justicia de Huesca como el principal sospechoso del asesinato de un viajero extranjero que había hecho insensatamente acto de presencia en medio de una reunión de contrabandistas en cierta Posada del Rey. Cuando lo fueron a prender, el bueno de Masteü ya se había esfumado: lo fichó un tal Meritchel, "jefe de los contrabandistas de Tabescan".

La operación que terminó con la carrera de Olette y del Tuerto fue una vulgar carrera entre la Seo y el albergue Tête de loup -"al pie del puerto de Callat, insiste, y después de pasar por Setúria y Pal- adonde uno y otro, junto a otros tres contrabandistas, llevaron sendos fardos -lástima que no se detenga en el contenido- por cuenta de su contacto francés. Es el 8 de enero de 1861, y cuando entregan la mercancía se reparten los honorarios pactados: Olette, como jefe de la partida, de embolsa sus 500 francos; los otros cuatro, 300 (o 60 duros, según dice). La misma noche del 8 de enero abandonan la posada, bajan por Pal y Arinsal y pasan por la fragua del Serrat, con la intención de llegar hasta Ordino. En la madrugada del 10 de enero, a Olette lo encuentra, exangüe y cerca de Soldeu -el itinerario es ciertamente caprichoso- un sacerdote francés que se dirige a pie hacia Andorra la Vella.

Entre los indicios que apuntan la culpabilidad de Masteü, la justicia señala un puñal "que hacía pasar por cuchillo", con sangre incrustada en el mango y el filo recientemente afilado, la ropa desgarrada y fuertes contusiones en la zona de la cabeza y de la espalda causadas supuestamente tras un forcejeo. Lo más sospechoso: los 700 francos que le fueron encontrados en su saquito reglamentario (140 duros, aclara Castillon), "suma exorbitante por cuanto su parte del negocio se limitaba a 300 francos". La suerte del Tuerto estaba echada. El juicio tuvo lugar el 10 de abril en el "palais de la République". Es decir, en la Casa de la Vall. De nada sirvió que el raonador -una especie de abogado defensor, dice Castillon- suplicara clemencia al tribunal -integrado por el veguer francés y el episcopal, el juez de apelaciones civiles y dos consellers generals que se limitaban a velar por el estricto cumplimiento de la legalidad- "para que el nble suelo andorrano no sea violado por a sangre criminal de este facineroso". A cambio, propone que lo condenen a cadena perpetua en los "presidios" -en los penales españoles del norte de África- "para que tenga la oportunidad de arrepentirse, hacer penitencia y reconciliarse con Dios".

No hubo lugar. La lectura de la sentencia, al día siguiente, en la actual plaza Benlloch y ante la expectación general: 200 persones asistieron al espectáculo -para una población que en la época difícilmente superaba los 5.000 habitantes en todo el país: el tribunal condena a Masteü, llamado el Tuerto, convicto de robo y asesinato, a la pena de muerte, que será ejecutada en las próximas 24 horas en la plaza de la capital. ¡Que Dios tenga misericordia del condenado!"

Todos estos detalles, y muchos otros, los aporta el historiador (?) Héliodore Castillon -autor de una curiosa Histoire d'Ax et de la Vallée d'Andorre (1851) y buen conocedor, cabe suponer, de nuestras cosas- en sendos artículos publicados en abril de 1878 y bajo el título Cour criminelle de la République d'Andorre en Le Soleil Illustré, revista quincenal -¡hebdomanaire!- con sede en París. La aguja en el pajar la ha localizado el bibliófilo Casimir Arajol -¿quién, si no? Recuerda Castillon que en las dos penas capitales que se habían dictado recientemente en Andorra -no aporta más detalles, ni los nombres de los reos ni las fechas- "si no aparecía un voluntario el Consell General mandaba buscar un verdugo a Barcelona o a Foix para hacer el trabajo: en este caso, el condenado sufría la pena ya fuese en el cadalso, ya en el garrote, según el estado del que provenía el verdugo". En el caso de Masteü, la espada. Así que no sabemos si fue un espontáneo o importado.

A mediodía del 11 de febrero, el verdugo -"Un individuo macizo, de cuello robusto y de constitución hercúlea, con el rosto oculto tras un pañuelo negro"- se dirige a la mazmorra de la Casa de la Vall para recoger al reo. "Así que tú eres el verdugo", le suelta Masteü. Y la respuesta es de una frialdad y de un estoicismo digna de Epicteto: "Sea yo o cualquier otro, alguien tiene que hacer el trabajo". Dicho esto, la arranca de un manotazo la barretina al Tuerto y lo conduce hasta la plaza escoltado por una guardia de ocho hombres y al carcelero, que responde al improbable nombre de Bepo: "En medio de la plaza, sigue el cronista, se ha erigido un patíbulo de un metro de altura sobre un lecho de arena y paja. Nada más llegar, el enmascarado le cubre al reo los ojos con un trapo, lo obliga a arrodillarse y le coloca la cabeza sobre un madero al que lo ata por los hombros; inmediatamente después, el verdugo coge con las dos manos una enorme espada de doble hoja, y de un solo tajo la cabeza del desgraciado cae al suelo".

Glups. Esto es exactamente lo que debieron pensar los centenares de vecinos que, siguiendo una tradición por lo visto universal, asistieron a la ejecución. Continúa Castillon -que por cierto, ni cita fuente ni dice en ningún lugar que él mismo fuera testimonio presencial de los hechos- que "un grito de terror se escapó del pecho de los espectadores", y que luego de la ejecución, "tres o cuatro vagabundos" reclutados para la ocasión se llevaron cuerpo y cabeza del reo mientras el verdugo, todavía enmascarado, regresaba a la Casa de la Vall para recoger sus emolumentos: 50 francos. Lo que son las cosas: la décima parte del botín por el que el ¿pobre? Tuerto perdió la cabeza.

[Esta entrada es una versión ampliada del artículo publicado el 29 de septiembre de 2014 en el Diari d'Andorra]

viernes, 27 de febrero de 2015

1943: el lado oculto de la sentencia

Los milagros existen. Y si no, que se lo digan al conservador de los fondos fotográfico del Archivo Nacional de Andorra, Isidre Escorihuela, y a su directora, Susanna Vela, que seis meses atrás se quedaron estupefactos cuando el historiador Climent Miró se presentó en las dependencias con su último descubrimiento: tres instantáneas inéditas de la fatídica jornada del 18 de octubre de 1943. Seguro que lo recuerdan porque lo hemos contado aquí mismo en otras ocasiones: la lectura de la sentencia de muerte de Pere Areny Aleix, autor confeso del parricidio de su medio hermano, Antoni, la madrugada del 31 de julio de ese mismo año en el dormitorio que compartían en el domicilio familiar de Casa Gastó, en el lugar de Ransol (Canillo). Areny fue pasado por las armsas a mediodía del 18 de octubre, previa lectura pública de la sentencia en plaza Benlloch de Andorra la Vella, en un episodio convertido en espectáculo y del que hasta la fecha conocíamos tan solo gracias a la muy divulgada y canónica fotografía de Valentí Claverol, tomada desde el edificio del Comú, y a los dos minutos de película rodados por Bonaventura Rebés desde el balcón de la casa familiar en la misma plaza. Hasta ahora, insistimos: las tres imágenes exhumadas por Miró mientras revisaba fondos fotográficos para L'Abans: la Seu d'Urgell -monumental ejercicio de memoria gráfica de la que un día les hablaremos- forman parte de la colección particular de Manuel Pomares (la Seo, 1924-2014) que su nieta, Anna Solans, ha depositado en el Archivo Comarcal del Alto Urgel. Tres fotografías de autor vamos a decir que desconocido y de las que Solans ha cedido copia digital al Archivo Nacional de Andorra. Un tesoro documental que complementa la visión que hasta ahora teníamos de este trágico y decisivo capítulo de nuestra historia reciente, porque Areny fue el último reo condenado a muerte y ejecutado en este rincón de los Pirineos.


18 de octubre de 1943: el reo, Pere Areny Aleix, es conducido desde la prisión, ubicada en  la Casa de la Vall, hasta la plaza Benlloch de Andorra la Vella, donde se ha concentrado una pequeña multitud -que parece más numerosa en la fotografía de Claverol- para asistir a la lectura pública de la sentencia, que lo condenará a muerte. Las fotografías de Pomares están tomadas desde el lateral de la misma plaza, frente al Comú, probablemente desde el primer piso de Casa Cintet. Claverol era el único fotógrafo autorizado por el Consell General para documentar el episodio, por eso las imágenes de Pomares, que por otra parte era un fotógrafo aficionado, son de peor calidad, poco nítidas e incluso "sucias" : no dejan de ser imágenes robadas. Fotografía: Colección Pomares / Archivo Comarcal del Alto Urgel / Archivo Nacional de Andorra.

La fotografía canónica de Claverol, autor de las únicas imágenes de la lectura pública de la sentencia conocidas hasta la fecha. Claverol disparó desde el Comú de Andorra la Vella; Pomares, dese el segundo piso de Casa Cintet, que no aparece (por poco) en la fotografia de Claverol. En cambio, quien sí que sale con toda claridad es Bonaventura Rebés, que rodó dos impresionantes minutos de película: es el hombre trs la cámara a la derecha del balcón que preside la escena. Fotografia: Fundación Valentí Claverol / Todos los derechos reservados.

La más borrosa y probablemente la más impresionante de la fotografías aparecidas en el archivo de Pomares: tras la lectura de la sentencia y cuando ya conoce el veredicto, Pere Areny es conducido en comitiva hasta el patíbulo, situado al lado del cementerio de Andorra la Vella, a unos 500 metros escasos de este lugar. Aquí todavía está en la plaza, escoltado por un agente de policía y por mossèn Lluís Pujol, arcipreste de los Valles de Andorra, que le auxiliará en este último trance.  Fotografía: Colección Pomares / Archivo Comarcal del Alto Urgel / Archivo Nacional de Andorra.

Las fotografías de Pomares están tomadas desde el lateral de la plaza Benlloch que queda frente al Comú -el ayuntamiento de Andorra la Vella. Es decir, desde el ángulo inverso al de Claverol, que -lástima- no aparece en las fotografías de Pomares. Seguramente, por poco. Opina Escorihuela que nuestro hombre -hablamos ahora de Pomares, no de Claverol- debía encontrarse en el segundo piso de Casa Molines o, más probablemente, de Casa Cintet. Iconográficamente no aportan, advierte, novedad alguna al material hasta ahora conocido. Pero revelan una perspectiva absolutamente inédita del episodio: Calverol, que era el único fotógrafo autorizado por el Consell General para documentar la escena, tomó la versión oficial que ha permanecido hasta hoy en la memoria colectiva.

Por eso vemos de frente a consellers, batlles veguers, así como al resto de las autoridades que presiden el espectáculo. Nuestro fotógrafo va por libre, moviéndose como un reportero en tierra hostil, dispara a escondidas y por eso el resultado recuerda -en opinión de nuevo de Escorihuela y salvando todas las distancias- la fotografía "sucia" de los corresponsales de guerra de la época. Especialmente, arguye, la impresionante instantánea tomada a pie de calle, claramente robada y con el reo escoltado por un agente de policía y por mossèn Lluís Pujol, arcipreste de los Valles de Andorra, que lo atenderá en sus últimos momentos. Porque no olvidemos que este hombre a quien el mismo tribunal ha descrito en la sentencia como un individuo de mentalidad "bastante simple" y por quien no tendrá clemencia se dirige con la cabeza gacha, humilde y resignadamente al patíbulo, un poste de madera levantado al efecto en la Roureda de Moles, al lado del cementerio de Andorra la Vella, donde lo atarán, le vendarán los ojos y lo fusilarán.

La perspectiva de Pomares ayuda a hacerse una composición de lugar y una idea cabal de la escena: la plaza Benlloch no parece tan abarrotada como en las fotografías de Claverol, y asistimos, con mucha mayor nitidez que en la película de Rebés, al trágico, patético paseíllo que le obligaron a recorrer al reo desde la cárcel, un habitáculo entonces en la Casa de la Vall, hasta el centro de la plaza donde tendrá lugar la lectura de la sentencia. Pomares nos muestra también cómo el círculo de espectadores que asiste al espectáculo va cerrándose a su paso, cómo escucha el veredicto y cómo se lo llevan a pie, maniatado y escoltado, camino del patíbulo.

Estas tres fotografías son la prueba, en fin, de que todavía es posible que aparezcan documentos históricos inéditos, de que en este ámbito no está todo dicho, aunque lo parezca. En este caso, los negativos de material plástico y del formato estándar en la época, 6 por 7 centímetros- forman parte de la colección de Pomares, contable de profesión y fotógrafo aficionado durante toda su vida, que se interesó sobre todo en las escenas, fiestas y celebraciones familiares. Un archivo que depositó en manos de la nieta con el encargo de no divulgarlo hasta su fallecimiento. Quizás era consciente de la transcendencia histórica del documento, algo que se les escapó a Solans pero que Miró supo detectar a tiempo. Por lo que respecta a la autoría, el mismo Miró especula con que fuese Pomares el autor de la serie; su nieta, en cambio, descarta la hipótesis y se decanta por alguno de los amigos de juventud del abuelo, que lo acompañaron hasta Andorra para asistir a un episodio que sin duda dio mucho que hablar en la comarca. El enigma está servido y esta historia parece que no se termina nunca. Estén atentos, porque habrá más.

[Este artículo se publicó, con alguna modificación, en el diario Bon Dia Andorra el 13 de febrero de 2015]

miércoles, 14 de mayo de 2014

Andorra, 18 de octubre de 1943: una crónica

El abogado catalán José María Malagelada relató la lectura de la última sentencia de muerte dictada en Andorra -y la subsiguiente ejecución del reo, Pere Areny Aleix- en el opúsculo Notas al margen de una ejecución capital.

De acuerdo: antes que nosotros ya había buceado en este fascinante opúsculo Jorge Cebrián en Pena capital -documental imprescindible paera una comprensión cabal del caso, hoy incomprensiblemente fuera de circulación- y gracias a Lídia Armengol, pionera en tanos ámbitos y que ya en 1977 publicó un extracto del libro en el número 2 de Quaderns d'Estudis Andorrans. Pero es que nosotros hemos tenido la fortuna de ir directamente al original, cortesía del bibliógrafo Casimir Arajol. Hablamos, claro, de Notas al margen de una ejecución capital, una obrita de apenas 15 páginas firmado en Andorra la Vieja en octubre de 1943 por Jose María Malagelada, abogado catalán y testimonio presencial de los hechos, que constituye lo más próximo a una crónica periodística de la infausta jornada del 18 de octubre de aquel año: ya saben, la lectura pública de la sentencia que condenaba a Pere Areny Aleix, autor confeso de la muerte de su hermano Anton Aleix Baró ,a ser pasado por las armas, y la inmediata ejecución del reo en el paraje de la Roureda de Moles, al lado del cementerio viejo de Andorra la Vella.






Los cuatro folios de la sentencia que condena a la pena capital a Pere Areny Aleix, dictada el 15 de octubre  que considera al reo "autor del delito de asesinato de su hermano, con los agravantes de alevosía, premeditación, nocturnidad, uso de medios desproporcionados y otros no especificados"; la pena capital acostumbraba a ejecutarla en Andorra un verdugo venido expresamente de España o de Francia; en esta ocasión, y en atención al contexto bélico, los jueces establecen que sea pasado por las armas y que de la ejecución se encarguen los seis agentes de policía entonces en servicio en Andorra; uno de ellos renunció a su puesto por motivos de conciencia. Fotografía: Archivo Nacional de Andorra. 

Y sacamos aquí a colación las Notas de Malagelada por el valor documental del relato, porque aporta una perspectiva estrictamente coetánea del shock que el asesinato de Anton produjo en la estrecha sociedad andorrana de la época:  un país con apenas 6.000 almas, con una economía de pura subsistencia y en el que la modernidad estaba a punto de irrumpir con fórceps. También porque completa la visión del caso que semanas atrás ofrecía aquí mismo Jordi Mas Bentanachs. Seguro que lo recuerdan: el pariente del fratrricida -y también de la víctima: eran hermanastros- denunciaba por primera vez en público las grietas del juicio que llevó al paredón a Pere Areny., que no fue examinado por los médicos a pesar de que el Tribunal de Corts -la instancia penal en el sistema judicial andorrano- le reconoció "una mentalidad bastante simple", así como las -según Mas Bentanachs- inexactitudes que se han ido repitiendo pertinazmente cada vez que el caso sale a debate: señaladamente, el móvil del crimen -el supuesto interés de Pere por hacerse con la herencia del hermano mayor (y heredero) y la muerte el año anterior al crimen de otra hermana, Antònia ,que la memoria popular pone también -y erróneamnte, sostiene Mas- en el zurrón de Pere.

Pero hoy es el turno de Malagelada, que insiste para empezar en que el móvil fue "el temor de la víctima, con ocasión del matrimonio que [Anton] tenía proyectado, de que se le alejara la posibilidad de heredarlo". La hipótesis oficial, que también se da como plausible en Pena capital, donde se cita incluso el nombre de la supuesta novia, vecina de Soldeu, con quien Anton se había prometido. Un extremo que Mas niega rotundamente. El abogado catalán alude también al rumor que atribuía a Pere la muerte de su hermana Antònia, "ahogándola en la misma cama donde yacía enferma desde tiempo atrás, afectada de una gravísima enfermedad, y haciendo creer que había muerto por causas naturales hasta que lo descubrió en el momento de confesar". Apela Mas en este punto a la presunción de inocencia y al hecho incontrovertible de que la sentencia -cuyo original se conserva en el Archivo Nacional de Andorra, y que reproducimos aquí arriba- no dice ni mu al respecto. Malagelada pierde en este asunto buena parte de su credibilidad -y demuestra que se ha dejado llevar por la rumorología popular- al sostener que Antònia había muerto "unos años antes": en realidad, falleció en 1942, el año anterior a los hechos. Tampoco se refieren a esta supuesta confesión las diligencias del batlle francés y de la policía cuyas copias conserva Mas y a las que hemos tenido acceso. Quizás existan otras diligencias en las que se menciona tanto el móvil como esta supuesta confesión, pero hasta que no aparezca el documento -si es que existe- parce que deberíamos atenernos, como solicita legítimamente Mas, a las pruebas de que disponemos, aunque sean menos truculentas que los rumores.

Describe Malagelada las últimas horas del reo, a quien el arcipreste de Andorra, mosén Lluís Pujol, comunica la sentencia el mismo 18 de octubre, poco antes de ser conducido en comitiva desde la celda situada en los bajos de Casa de la Vall hasta la plaza Benlloch, donde tendrá lugar la lectura pública: "Se hizo el silencio Se anuncia que la sentencia será leída y lo hace el notario francés, señor Moles (...) El reo escucha que será pasado por las armas sin que se le contraiga un solo músculo de la cara (...) Su expresión es de una serenidad que asusta (...) En cumplimiento de una antigua tradición indígena, el Tribunal espera si alguna autoridad o particular solicita clemencia para el reo, caso en el cual le sería conmutada la pena de muerte por la de reclusión perpetua. Sólo son dos minutos, pero parece que hayan tardado un siglo en transcurrir. Nadie ha dicho ni una palabra. El pueblo de Andorra, con su silencio, también ha dictado sentencia".

¿Ejecución o espectáculo?
El relato completa también la película rodada por Bonaventura Rebés desde el balcón de su casa, al final de la cual se intuyen dos procesiones que emergen de la iglesia parroquial: son, dice Malagelada, las congregaciones de la Buena Muerte y de los Dolores, mientras las campanas del templo tocan a difuntos: "Es un entierro que sale a buscar a su muerto", concluye tétricamente el autor ,que acompaña al reo y al "piueblo de Andorra" hasta la Roureda de Moles, donde se ha levantado el patíbulo en que Pere Areny será ejecutado: "El batlle le ofrece escoger entre morir de frente o de espaldas al pelotón. El reo, que csigue esposado por delante, opta por la primera (...) El jefe de policía levanta el brazo, los fusiles apuntant y, sin decir ni una palabra, lo baja con un movimiento repentino al tiempo que suena una descarga cerrada (...) Dos médicos [Esteve Nequi y Antoni Vilanova, ambos con calle hoy a su nombre en Andorra la Vella] comprueban la defunción del reo, cosa que hace innecesaria el tiro de gracia.

Malagelada termina el relato con el perdón que Pere Areny, a través de mosén Lluís Pujol, pidió de forma póstuma a lpueblo de Canillo, "reconociendo la justicia de la sentencia", y no puede evitar una última y no muy amable consideración sobre lo que acaba de ver: el "rito" con que se reviste la ejecución, dice, parece haberla transformado en un puro "espectáculo". Lo cierto es que todo el proceso tuvo lugar siguiendo punto por punto las instrucciones del Manual Digest, cuyo capítulo III describe detalladamente el "ceremonial, modo i forma se trauen los reos a deposar", el "ceremonial en lectura de sentencias criminals majors" y la "ejecución de sentenas criminals majors". Es decir, el caso Areny. Todo está en el Manual Digest, una especie de compilación de los usos, costumbres locales escrito en 1748 por Fiter i Rossell: desde cómo hay que trasladar al reo desde Casa de la Vall hasta la plaza mayor -hoy, Benlloch- rodeado de una fuerza especialmente nutrida para evitar que al pasar por delante de la parroquial de Sant Esteve se pueda acoger a sagrado, hasta el reglamentario toque de difuntos y la salida en procesión de las congregaciones del Rosario, del Santísimo y de las Ánimas.

Todo, así que en 1943 no inventaron nada. Tan solo innovaron -como es bien sabido- en el procedimiento de ejecución: el obispo Caixal proscribió en 1854 la horca hasta entonces vigente por aquí arriba -recuerden el caso de las burjas locales- y la sustituyó por el más humanitario garrote vil. Bueno, esta era la teoría. Pero el contexto bélico y la imposibilidad de ir a buscar verdugo a Espoaña o a Francia obliga al Tribunal de Corts a improvisar la solució de pasar a Pere Areny por las armas. Hay que decir que, según el documental Pena capital -existe una copia disponible para consiulta pública en el Archivo Nacional- el garrote que hoy se econserva en los depósitos del servicio de Patrimonio del ministerio, en Aixovall, sólo su utilizó en una ocasión: en 1860, para ejectutar a Joan Mandicó, vecino como Pere de Canillo y -ya es casualidad- tío abuelo del mismo Pere y, claro, también de Anton. A diferencia de su sobrino nieto, Mandicó fus agarrotado en la intimidad de Casa de la Vall y se ahorró la exhibición pública de su suplicio. 

[Este artículo se publicó el 13 de noviembre de 2013 en El Periòdic d'Andorra]

lunes, 14 de abril de 2014

La última condena a muerte, a juicio

Los parientes de Pere Areny Aleix, ejecutado en 1943 tras la última sentencia capital dictada en Andorra, cuestionan los argumentos del Tribunal de Corts; accedemos a los interrogatorios a los que fue sometido el homicida, y les ponemos rostro a él y a la víctima, su hermano Anton.

Lo habíamos visto hasta ahora en la dramática fotografía tomada por Claverol a mediodía del fatídico 18 de octubre de 1943: de espaldas, esposado, con la cabeza gacha y humillado ante las autoridades, el servicio de orden y la pequeña multitud congregada en la plaza Benlloch de Andorra la Vella para asistir a la lectura de la que resultará la última sentencia de muerte dictada en nuestro rincón de Pirineo. Lo habíamos entrevisto también en la no menos dramática filmación de Bartomeu Rebés, dos minutos escasos de película en que intuimos al reo ahora sí de frente pero sin llegar nunca a verle el rostro, porque no levanta ni una sola vez la cabeza y porque la calidad de la imagen es más bien justita. Pero nunca hasta hoy le habíamos visto la cara a Pere Areny Aleix, el protagonista de aquel infausto episodio, el hombre que la madrugada del 1 de agosto había matado de un tiro a su medio hermano, Anton Areny Baró. Unos hechos que la sentencia dictada el 15 de octubre por el Tribunal de Corts describen así: "Hacia las 3 de la madrugada, el citado Pere Areny, después de asegurarse de que su hermano dormía profundamente, tomó una escopeta calibre 12 (...) y disparó sobre su hermano produciéndole una herida en la región derecha (...) mortal de necesidad".

Pere Areny y su hermano Anton. Fotografía: Tony Lara.
Lectura de la sentencia que condenaba a "ser pasado por lar armas" a Pere Areny Aleix, el lunes, 18 de octubre de 1943, en la plaza Benlloch de Andorra la Vella. E lreo aparece a la izquierda de la imagen, con la cabeza gacha. Fotografía: Fundació Valentí Claverol / Todos los derechos reservados.

Hasta hoy, decíamos, que los descendientes de Casa Gastó se han decidido a abrir los archivos familiares, a mostrar los rostros de las dos víctimas -las dos- de aquella jornada negra, y a cuestionar abiertamente los argumentos con que el Tribunal de Corts -la instancia penal en Andorra- castigó con la pena capital -"El condenado será pasado por las armas", concluye fríamente la sentencia- a Pere Areny, un hombre de 29 años que, según Jordi Mas Bentanachs, erigido en portavoz de la familia, padecía de problemas psíquicos, extremo que era de dominio público: "Transcurridos 70 años quizás ha llegado el momento de reflexionar sobre los hechos y no limitarnos a recordar la parte más escabrosa de la muerte de Anton y la ejecución de Pere", dice Mas, que dispara inmediatamente el desasosiego que lo carcomía y que le ha impulsado a hablar por primera vez en público sobre el caso: "Nadie se ha planteado jamás si tuvo un juicio justo ni si se respetaron las garantías judiciales mínimas. Se dan por válidas las conclusiones de la sentencia, pero si tenemos en cuenta las declaraciones de Pere y leemos con atención la instrucción, podemos sacar otras conclusiones", alega.
Se ve venir que ni Mas ni la familia comulgan con la versión oficial, la que consta como "hechos probados en la sentencia -depositada en el Archivo Nacional de Andorra y disponible para cualquier curioso- y la única, de hecho, que habíamos conocido hasta ahora. Una versión que declara a Pere "autor del delito de asesinato de su hermano (...) con los agravantes de alevosía, premeditación, nocturnidad y uso de medios desproporcionados", y que, aunque reconoce que "el inculpado ha revelado tanto en el sumario cmo en la audiencia una mentalidad bastante simple", concluye su "plena responsabilidad penal".

Revisión del caso
Mas rebate los argumentos del Tribunal de Corts con las diligencias del caso, a las que ha tenido acceso en calidad de pariente del reo, unos documentos que nunca hasta ahora habían visto la luz. Enseguida los analizaremos con detalle, pero avancemos la conclusión que extrae. El mismo 1 de agosto, dice, se practican hasta tres interrogatorios: Pere y su hermana, Àngela, declaran por separado ante el batlle francés, Joan Solsona; de nuevo Pere vuelve a prestar declaración, esta vez ante el jefe de policía. Al día siguiente, 2 de agosto, el batlle francés vuelve a interrogar al todavía presunto aunque ya confeso fratricida. Después de esto, nada más: "Hasta el 15 de octubre, cuando se reúne el Tribunal de Corts, no consta ninguna otra diligencia", se lamenta. Un hecho sorprendente porque, según parece, el Tribunal debería de haber tomado declaración a un sospechoso acusado de delito mayor -como era el caso de Pere.
Con las cinco páginas, cinco, que contienen las diligencias del batlle y de la policía -se sorprende mas, casi se escandaliza- "tuvieron suficiente para condenarlo a muerte; no fue un juicio justo; ha llegado el momento de que se reconozca que la manera como se condujo el proceso no fue ni corecta ni humana". Comprobémoslo yendo al fondo del asunto. El Tribunal le endosaba a Pere todo el repertorio imaginable de agravantes. Y Mas procede a desmontarlos a partir de las diligencias. El jefe de policía le pregunta a Pere "cómo procedió a ejecutar" el homicidio de su "medio hermano", que era en aquel momento el heredero de Casa Gastó y con quien compartía habitación y cama. Y responde el "declarante" -es decir, Pere- que "hacia las tres horas de la madrugada, encontrándose en un estado muy excitado, se levantó de la cama y tomando la escopeta, teniendo como de costumbre la luz encendida, disparó sin mirar a su hermano Anton Areny (...) que quedó muerto" (las cursivas son nuestras).
¿Hubo en verdad premeditación y alevosía, se pregunta Mas, cuando el mismo Pere dice que se levantó "en un estado muy excitado" y que disparó "sin mirar", y si tenemos además en cuenta que la escopeta -una de las tres que había en Casa Gastó, "como en la mayor parte de las casas de la Andorra de la época"- se encontraba en la misma habitación de los hechos, és decir, muy a mano? También el móvil del crimen plantea dudas razonables: la sentencia declara probado que Pere mató a Anton para "hacerse con la herencia de su hermano, puesto que este último tenía proyectado contraer matrimonio y el procesado dedujo que se le escapaba de manera definitiva la posibilidad de adquirir un día la herencia". Pues resulta que a la pregunta directa del batlle de si "tenía pretensiones de ser el heredero de los bienes y derechos de Casa gastó", Pere responde lapidariamente "que no", que "lo que pretendía como medio hermano era que lo ayudara a reunir un capitalito por su cuenta". Ante la policía se reafirma en su declaración -"Cuando [Pere] le pedía [ayuda] para tener alguna cabeza de ganado de la propiedad del declarante, [Anton] siempre se la negó"- pero admite, eso sí, que "habían tenido en alguna ocasión discusiones por lo expresado". Como se ve, de aquí a concluir que lo mató "para hacerse con la herencia de su hermano" va un mundo. Con los documentos disponibles, pura rumorología.
También discrepa amargamente Mas de la sentencia por lo que respecta a la imputación de Pere, de quien -recuerden- había concluido la "plena responsabilidad penal" aun habiendo constatado durante las diligencias una "mentalidad bastante simple" y apuntar que su hermana Àngela -la misma que el 1 de agosto presta declaración ante el batlle, y la tercera de los hermanos Areny que quedaban en Casa Gastó- "sufre de debilidad mental". Pues bien: resulta que esta misma Àngela será internada inmediatamente después de los hechos en un sanatorio psiquiátrico de Barcelona, donde morirá en 1980: "Existen indicios de que Pere podría sufrir la misma enfermedad mental -esquizofrenia paranoide- que se le diagnosticó a su hermana, pero no se solicitó ningún informe forense para conocer el alcance de la afección de Pere", se sorprende de nuevo Mas. Y eso que tenían a los doctores a mano: los dos que firmaron el acta de defunción del reo -y los dos con calle en Andorra la Vella: Esteve Nequi y Antoni Vilanova.

¿Dura? ¿Inhumana? ¿Injusta?
Aún más: "Uno de los síntomas de la esquizofrenia es la apatía,  la indolencia que Anton le reprochaba a Pere [cuando éste le pedía dinero dinero y le respondía que era un "gandul", que lo que tenía que hacer era ganárselo, según consta en las declaraciones ante el batlle]". Otro síntoma de la enfermedad es, recuerda, "la extrema agresividad, que acostumbra además a focalizarse en el círculo más íntimo". Por todo lo que antecede, "y habiendo hablado con personas que conocieron a los hermanos, me atrevo a afirmar que Pere probablemente padecía también de esquizofrenia".
La diatriba no se acaba aquí. Mas reserva también una dura reflexión sobre la poca compasión que la sociedad andorrana de la época mostró para con Pere: "Al final de la lectura de la sentencia, cuando según es tradición se dio la oportunidad de solicitar clemencia para el reo, el silencio fue sepulcral. Nadie dijo nada". Uno de los escasos gestos de humanidad que se registró en aquellas jornadas infaustas fue la renuncia de uno de los seis agentes de policía -no había más- para evitarse el trance de formar parte del pelotón de ejecución. Aquí sigue un extracto de la carta de dimisión del agente: "El abajofirmante, agente de policía, de la parroquia de Sant Julià de Lòria, con todo el respeto se dirige a vuestra jefatura (...) que no encontrándome en situación de ejercer mi cargo de policía(...) os ruego aceptéis mi dimisión". Lo firma el 17 de octubre, el día antes de la ejecución.
Mas termina pasando lista a las leyendas y mixtificaciones que se han ido repitiendo sobre el caso hasta adquirir carta de naturaleza. Por ejemplo, el rumor -recogido en el breve que La Vanguardia le dedicó al caso, publicado el 9 de noviembre de 1943- que Pere "no solamente se confesó autor del fratricidio sino que también declaró haber dado muerte, hace diez años, a una hermana, delito este que había quedado en la más completa impunidad". Nada de esto. En primer lugar, porque la hermana en cuestión, Antònia Areny Aleix, había muerto en 1942, y no "diez años antes". Y sobre todo, recuerda Mas, "porque en ninguna diligencia ni en un ningún documento consta que la muerte la provocara Pere. No existe, por lo tanto, ningún hecho cierto que permita llegar a esta conclusión".
¿Fue, en fin, una sentencia dura? ¿Inhumana? ¿injusta? ¿O sólo hija de su tiempo y del contexto bélico -estamos en plena guerra mundial? Dejémosle hoy, por primera vez y después de 70 años la última palabra a Mas, en nombre de Pere Areny: "Afortunadamente, Andorra es hoy un esatdo de derecho que ha suprimido la pena capital y que fija unas garantías para los acusados. Se ha recorrido un camino importante, pero no hay que bajar jamás la guardia. Las garantías en un proceso judicial son uno de los pilares de nuestra libertad. este caso debería servir de ejemplo de lo que jamás tendría que volver a producirse".

Casa Gastó: cinco siglos de historia y diecisiete generaciones
La genealogía conocida de la familia arranca en 1552 con un tal Miquel Abella.


Casa Gastó de Ransol, en la parroquia de Canillo. La historia documentada de la casa se remonta a mediados del siglo XVI. Pere Areny (1913-1943) era el menor de los nueve hijos que tuvo Antoni Areny Duedra con sus dos esposas, Rosa Baró Duró -madre de Anton- y Josepa Aleix Solsona -madre de Pere. El homicidio tuvo lugar en el cuerpo principal de la casa, en el centro de la imagen; una vez cometido el crimen, Pere se refugió en el pajar, a la izquierda, hoy ampliamente reformado. Fotografía: Àlex Lara / El Periòdic d'Andorra.

Pere Areny Aleix (1913-1943) era el menor de los nueve hijos que tuvo Antoni Areny Duedra: los dos primeros, Antoni (1887-19439 y Rosa, con su primera esposa, Rosa Baró Duró; los siete últimos -Gil, Josepa, Josep, Antònia (1900-1942), otra Josepa, Àngela (1905-1980) y Pere- con la segunda, Josepa Aleix Solsona. Sólo cuatro de los nueve hermanos -Anton, Antònia, Àngela y Pere- llegaron a la edad adulta: los otros cinco murieron antes de los 5 años. El caso es que con la muerte de Antòjnia, Anton y Pere, que quedó como heredera de Casa Gastó fue Àngela, diagnosticada de esquizofrenia paranoide e ingresada en un sanatorio psiquiátrico el mismo año de 1943. Jordi Mas Bentanachs (1961) es uno de los herederos vivos de casa Gastó a través de su abuela, Antònia Areny Baró, prima hermana de Anton y de Pere.
Las primeras noticias documentales de la familia y de Casa gastó de Ransol, en Canillo, se remontan según el libro Nostres arrels a 1552, año en que falleció el primer heredero de quien conocemos la identidad: Miquel Abella. Cinco siglos y diecisiete generaciones separan a Abella de Mas Bentanachs, erigido hoy en portavoz familiar. Los hechos de 1943 tuvieron lugar en la  casa familiar, deshabitada desde 1943 y hoy prácticamente intacta.Una vez hubo matado a Anton, Pere se dirigió primero al dormitorio de Àngela, con la precaución de cerrar la habitación donde había disparado a su hermano "a fin de que ella no se diera cuenta de la desgracia fatal". Àngela no quiso por lo visto levantarse -eran las tres de la madrugada- así que Pere se fue al pajar -la construcción a la izquierda de la fotografía inferior, hoy completamente reformada- y ocultó el arma del crimen -una escopeta de 12 milímetros, un cañón y fuego central, según el atestado policial- "bajo la pared". En el pajar se quedó hasta las cinco de la madrugada, cuando fue a despertar a los segadores para ir a trabajar, e inmediatamente después avisó a los vecinos de la muerte de Anton, "pero sin confesarse autor del crimen".

[Este artículo se publicó el 7 de noviembre de 2013 en El Periòdic d'Andorra]

domingo, 23 de marzo de 2014

La última pena capital, en 8 milímetros

Se cumplen 70 años de la última sentencia a muerte que dictaron los tribunales andorranos; Bartomeu Rebés filmó desde el balcón de su casa la lectura pública de la pena, el 28 de octubre de 1943; el Archivo Nacional conserva una copia de la filmación, una película (muda) de dos minutos escasos.

De acuerdo: 70 años no es una cifra tan redonda como los 25, los 50 y no digamos los 100. Pero no siempre tendremos la suerte que tuvimos con la carretera [la General 1, desde la frontera a Andorra la Vella, que se inauguró el 24 de agosto de 1913], y digámoslo claro, la prudencia más elemental nos dice que el 18 de octubre del 2033 algunos de nosotros ya no estaremos en condiciones de recordarlo como merece. Así que aprovechemos la oportunidad que nos brinda el calendario y evoquemos hoy la lectura y ejecución de la última sentencia capital que se dictó en nuestro rincón de Pirineo. Lo haremos, además, no con la celebérrima fotografía de Valentí Claverol -estupenda, sí, pero mil veces vista- sino con los fotogramas de los dramáticos dos minutos filmados por Bartomeu Rebés desde el balcón de su casa, en la plaza Benlloch de Andorra la Vella. De hecho, si tienen a mano la fotografía de Claverol y observan bien, verán a Rebés en acción: es el hombre situado a la derecha del todo del balcón, con la cámara al hombro y grabando la escena.













Capturas de la película de dos minutos de duración que Bartomeu Rebés, cineasta aficionado, filmó el 18 de octubre de 1943 desde el balcón de su casa -Casa Rebés- en la plaza Benlloch de Andorra la Vella; bajo él, los batlles proceden a la lectura pública de la sentencia que condena a muerte a Pere Areny Aleix, autor del disparo que la madrugada del 31 de julio mató a su hermanastro, Anton Areny Baró; el fratricida fue fusilado el mismo 18 de octubre en el cementerio de la capital. Película: Bartomeu Rebés / Archivo Nacional de Andorra.


Hemos retrocedido hasta el 18 de octubre de 1943: una pequeña multitud se concentra en la plaza, en el mismo lugar -y no es casualidad- donde hoy crece un frondoso... ¿un almez? para oír al honorable señor batlle -el juez, vamos. Es lunes, pero el ambiente es de gran solemnidad, comenzando con los consejeros generales con el vestuario ceremonial: tricornio y gambeto. No es para menos, porque estamos a punto de asistir a un acontecimiento auténticamente insólito: no se guarda memoria de la anterior pena de muerte dictada en el país -Manel Bacó de Engordany, en una escena muy similar a la captada por Claverol y reproducida en su momento por L'Illustration, fue condenado en 1896 a trabajos forzados por haber liquidado a su madre- y de hecho, Pere Areny Aleix, nuestro protagonista de hoy, tendrá el dudoso honor de ser el último ejecutado en Andorra. No discutiremos aquí ni la dureza ni la oportunidad de la pena -esto lo haremos más adelante, y con los parientes vivos más cercanos del reo- pero el caso es que el Tribunal de Corts lo tuvo clarísimo y la sentencia -que se puede consultar en el Archivo Nacional, y que encontrarán aquí arriba- declaró a Gastó de Canillo, como también se conocía al fratricida, "autor del delito de asesinato de su hermano, Anton Areny Baró, con las agravantes de alevosía, premeditación, nocturnidad, uso de medios desproporcionados y otros no especificados, condenándolo a sufrir la pena capital".

Una pena capital que según la costumbre local -conservada en el Manual Digest, el mamotreto de Fiter i Rossell- la debería haber ejecutado un verdugo traído expresamente de España o de Francia pero que los mismos batlles especificaron que "dadas las circunstancias" -el contexto bélico, con la II Guerra Mundial en marcha y poniéndoles las cosas difíciles a los verdugos profesionales, ya es paradoja- el reo fuese "pasado por las armas". Fusilado, en fin, una misión que se encomendó a los seis miembros del servicio de orden de la época, que en la película de Rebés forman marcialmente con el mosquetón al hombro y dibujando el círculo fatídico en que transcurre la acción.

Estos agentes y el somatén, que también forma en un segundo plano con las armas listas, le confieren a la escena un aire de trágica inminencia. La sentencia la había dictado el Tribunal de Corts el 15 de octubre, y se ejecutó el mismo día 18, inmediatamente después de la lectura pública, en el cementerio de Andorra la Vella, hasta donde el reo es conducido por una fúnebre comitiva. Una crónica de la agencia Cifra publicada en La Vanguardia el 9 de octubre de 1943 nos ofrece los detalles algo morbosos del episodio: "En el exterior del cementerio el reo fue atado a un mástil empotrado en el suelo y fusilado por miembros de la Policía. Para evitarle sufrimientos en sus últimos instantes, le fueron vendados los ojos y el jefe del pelotón dio la señal de fuego con signos". Lo que no recoge la crónica de La Vanguardia es la... ¿leyenda? de que uno de los agentes no tuvo estómago suficiente estómago para disparar y presentó la dimisión antes del fatídico día.

El texto de la sentencia sí que se extiende en los, digamos, antecedentes de hecho y reconstruye el crimen con detalle: el caso es que considera probado que la noche del 31 de julio de 1943 Pere Areny, natural y vecino de la Cosa de Canillo -de ahí el sobrenombre- "dormía como era habitual con su hermano consanguíneo, Anton Areny Baró". Sobre las 3 de la madrugada, "y después de asegurarse de que su hermano dormía profundamente, tomó una escopeta del calibre 12 que cargada con balines guardaba la misma habitación y disparó sobre su hermano". El disparo le produjo a Anton "una herida en la región derecha que interesaba masa encefálica, mortal de necesidad". La sentencia establece también, ya se ha dicho, que el fratricida actuó con premeditación y que el móvil del crimen era la herencia del hermano. Un clásico, vamos. Los batlles lo cuentan como sigue: "Dado que este último [Anton] tenía proyectado contraer matrimonio, el procesado dedujo que se le escapaba definitivamente la posibilidad de adquirir un día la herencia".

Reincidente
Además de la premeditación, Areny según sus jueces -y su pétrea prosa- con todos los agravantes del repertorio: "Había aprovechado el momento en que Anton dormía encontrándose en la imposibilidad de defensa (...), actuó de noche y utilizando un medio, el arma de fuego, que imposibilitaba cualquier reacción de la víctima", con un móvil "bajo" y sin que mediara provocación ni enemistad previa. En resumen: indefensión, nocturnidad, alevosía y fuerza desproporcionada. Hay que reconocer que el tribunal admite que Gastó había manifestado durante la instrucción del sumario "una mentalidad bastante simple" y que una hermana sufría de "debilidad mental". Pero ni uno ni otro lo considera motivo suficiente para declararlo irresponsable. Al contrario, establece la "plena responsabilidad" del reo. Su suerte está dictada, a pesar, concluye algo hipócritamente la sentencia, "del ánimo del tribunal habitualmente inclinado a la indulgencia". Pues no: pena capital.

Lo que no dicen los jueces, pero en cambio sí que recoge el breve de La Vanguardia, es que por lo visto Areny había confesado durante la instrucción haber liquidado a otra hermana suya diez años atrás, "delito este que había quedado en la más completa impunidad", dice el diario barcelonés. Otro clásico, este del reincidente confiado en su suerte que vuelve a actuar con manifiesta temeridad y, claro, lo terminan pillando.
Pero volvamos con Rebés: los dos minutos escasos de filmación que se conservan en el Archivo Nacional carecen de sonido y la copia es de pésima calidad, pero se intuye la habilidad del autor para el encuadre, confiriéndoles a la escena un marcado dramatismo: a diferencia de la fotografía de Claverol, tomada con el reo de espaldas y las autoridades de frente, la película arranca con Areny solo, en el centro de la plaza, la cabeza gacha y esposado con las manos por delante; el plano se va abriendo y poco a poco aparece el personal que que ha ido formando un círculo a su alrededor, el jefe de policía atento a las órdenes de las autoridades antes de llevarse escoltado a Areny, hay que suponer que directo al patíbulo. Un momento, éste último, especialmente tétrico porque justo entonces cruza por el fondo de la pantalla un inoportuno y famélico chucho. Areny no levanta la cabeza ni una sola vez. Y cuando la comitiva ha desaparecido por la avenida Benlloch camino del cementerio y la multitud rompe el círculo, surgen del lado de la iglesia de Sant Esteve un grupo de mujeres en procesión. Puro Solana.

La película de Rebés sólo se ha visto en dos ocasiones: en el especial Tele-Fira de 1988 y en el documental Pena capital, el documental sobre el caso Areny que el periodista Jorge Cebrián dirigió en 2008. Pero como en tantas otras ocasiones -y pensemos en Borís, nuestro monarca preferido, para no eternizar el asunto- el mérito del pionero hay que ponerlo en el zurrón de Antoni Morell, que fue quien en 1981 exhumó la última sentencia de muerte y la convirtió en material literario en Set lletanies de mort, su debut en la ficción y el título fundacional de la novela andorrana contemporánea. Que conste. Así que en adelante, tengamos cuando crucemos por la plaza Benlloch un piadoso recuerdo para todos los protagonistas de aquella infausta jornada. Por cierto, ¿andaría por allí el veguer Lasmartres?

[Este artículo de publicó el 18 de octubre de 2013 en El Periòdic d'Andorra]