Incursiones relámpago, estilo Sturmtruppen, en episodios que tuvieron lugar en Andorra y cercanías durante la Guerra Civil española, la II Guerra Mundial y las dos postguerras, con ocasionales singladuras a alta mar, a ultramar y si conviene incluso más allá.
[Fotografía de portada: El Pas de la Casa (Andorra), 16 de enero de 1944. La esvástica ondea en el mástil del puesto de la aduana francesa. Copyright: Fondo Francesc Pantebre / Archivo Nacional de Andorra]

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miércoles, 11 de junio de 2014

Lluís Capdevila: un olvidado con mucha memoria

Cossetània publica el tercer volumen de la monumental autobiografía del dramaturgo, periodista y político catalán; La república, el periodisme, el teatre repasa sus años de madurez, como director del diario La Humanitat y hombre de confianza del presidente Companys

En nuestra muy transitada galería de ilustres olvidados, Lluís Capdevila (Barcelona, 1895-Andorra la Vella, 1980) es uno de los más egregios. Cosa que le hemos pagado como sólo saben nuestras muy ilustradas autoridades: ni una calle, mucho menos una plaza, ni un triste rincón del callejero lleva hoy su nombre. Nada. Como si por aquí arriba abundaran los tipos de una pieza -de muchas piezas, de hecho- como él, dramaturgo de éxito en los años dorados del Paralelo barcelonés, letrista de Cançó d'amor i de guerra -probablemente, la más célebre de las zarzuelas catalanas-, así como reportero de primera hora y protagonista de la época más gloriosa del periodismo catalán -los años de la II República, que Capdevila vivió como director de La Humanitat, el diario de Esquerra Republicana de Cataluña (ERC).

Y no se vayan todavía, que aún hay más: amigo íntimo de Companys, comisario de propaganda y cronista bélico durante la Guerra Civil, exiliado tras la derrota republicana primero en Poitiers y desde finales de los 60 en Andorra, y autor -atención- de Història de la meva vida i dels meus fantasmes, monumentales memorias en doce volúmenes de los que tan sólo se habían publicado los dos primeros -y como quien dice en la prehistoria: L'alba dels primers camins (1968) y De la Rambla a la presó (1975). Los dos pasto hoy de bibliófilo. Como el Llibre d'Andorra, ya que hablamos de libros inencontrables, probablemente la introducción más suculenta a los asuntos de este rincón nuestro de Pirineo que jamás haya salido de pluma humana. Y lo dice Sergi Mas, que conste.

El dramaturgo, periodista, político y finalmente,  memorialista Lluís Capdevila, fotografiado durante la Guerra Civil en su época de comisario de propaganda de la columna Macià-Companys, con la que cubrió entre otras la batalla de Belchite. Fotografía: Cròniques de guerra.

Pero hablábamos de Història de la meva vida..., que tan mala fortuna había tenido... hasta hoy, claro, que Cossetània rescata la tercera entrega: un tocho de tres centenares y medio de páginas, editado por el periodista catalán Francesc Canosa y titulado precisamente La República, el periodisme, el teatre. Es decir, los años de madurez de Capdevila, que coinciden con el segundo experimento republicano en España y que él vivirá des de primerísima fila como director de La Humanitat, militante de ERC y hombre con privilegiado hilo director con el presidente Companys. Canosa lo define como "un francotirador, un outsider y una rara avis" sin pelos en la lengua a la hora de juzgar severamente los Fets d'Octubre -ya saben, Companys proclamando el Estado Catalán desde el balcón del palacio de la Generalidad, en la plaza de San Jaime. Por falta de realismo, dice Canosa: "Capdevila lo vive como un fogonazo, un disparo al aire que acaba con la supresión del Estatuto y con Companys en prisión; la prueba, en fin, de que el país, la sociedad catalana del momento no está madura para un régimen como el republicano".

Era, insiste, un hombre de partido, catalanista, republicano y de izquierdas. Facción sindicalista. Por este motivo Companys lo colocó al frente del diario de ERC, un fenómeno -este de la prensa partidista- hoy exótico pero en la época absolutamente imprescindible para hacer carrera política. Pero si hay una característica que define a Capdevila es una personalidad intelectualmente poliédrica: dramaturgo, periodista, novelista, político y finalmente memorialista: "Un personaje polifacético, con inquietudes y campos de actuación muy diversos, emparentado con un humanismo en cierta manera muy actual", dice, y que no tendrá reparos en apartarse del discurso oficial y -siendo como era un miembro del stablishment- criticar la incapacidad de los hombres que habían de gobernar la República.

Memorialista ingente
Es precisamente en las memorias donde emerge con toda su potencia el carácter proteico del personaje: "Es su terreno, donde se siente más cómodo, más él, donde más se deja ir".Un concentrado donde aparecen todas las facetas de Capdevila. Por ejemplo, la de hombre de mundo: por las páginas de La República, el periodisme, el teatre pululan una multitud de personajes: Companys, por supuesto, pero también García Lorca y Margarida Xirgú y H. G. Wells. Porque Capdevila no se conformaba con cualquiera a la hora de buscarse amistades. Atención también porque los doce volúmenes de Història de la meva vida... no tienen parangón en la literatura catalana contemporánea. Y habría que ver si en la española. Así que no es raro que Canosa los coloque en lo más alto de su bibliografía, por encima de su obra como dramaturgo y como novelista, e incluso como reportero de guerra -faceta que, por cierto, la Fundació Josep Irla recuperó hace dos temporadas en Cróniques de guerra: pueden descargrase la edición electrónica en la página web de esta entidad. 
¿Cómo puede ser que semejante personaje haya caído en el semiolvido? Canosa (se) lo explica por la debacle republicana, que acabó con el 80% de los periodistas catalanes en el exilio: "Es lo que denomino la Cataluña iceberg, congelada: todo lo que existía antes de la guerra no tuvo continuidad y jamás se retomaría". Y resulta que lo que había antes del 36 era mucho. Tanto, que hoy difícilmente nos lo podemos imaginar, sugiere. El periodismo catalán de los años 30 había llegado a un grado de desarrollo que no tenía nada que envidiar a los grandes coetáneos que en ese mismo momento triunfaban en los EEUU, Francia y Alemania. Mucho antes de que Capote inventara el Nuevo Periodismo, dice, en Cataluña ya se practicaba un reporterismo de estirpe indudablemente moderna. Con Domènech de Bellmunt, por ejemplo, otro que terminó con sus huesos en Andorra. Y otros muchos personajes que integraban la lustrosa clase media del ecosistema comunicativo catalán: Irene Polo, Just Cabot, Josep Maria Planes, Plató Peig, Josep Amic... y Lluís Capdevila, claro. Ellos y otros muchos como ellos, añade Canosa, son los que le confieren al Barrio Chino barcelonés su aura maldita: los sucesos ligados a la prostitución, la droga y el alcohol que cubrían como periodistas los procesaban como material de ficción y los acababan regurgitando en los dramas y sainetes que ellos mismos escribían y estrenaban en los teatros del Paralelo: "La primera cultura de masas que se generó en Barcelona".

Su papel durante la Guerra Civil, como comisario de propaganda de la columna Macià-Companys -cubrió por ejemplo la batalla de Belchite- queda para sucesivas entregas de las memorias, en manos de la familia y que Canosa confía que irán saliendo a la luz. El caso es que en una época como la nuestra en que se publica casi todo -y sin muchos miramientos- es sorprendente que lo más granado de la obra de Capdevila continúe mayoritariamente inédito. Unas memorias que comenzó a trazar en el exilio de Poitiers -en cuya universidad ejercía como profesor de literatura española- y que tendrán en Andorra su acto final. Así que ha llegado el momento de devolver la palabra a Sergi Mas, que retrata no al autor sino al personaje. Por ejemplo, a través de la anécdota quien sabe si apócrifa y que otras fuentes -advierte Mas- atribuyen al filósofo Francesc Pujols. Cuenta la leyenda que al dirigirse hacia el exilio y justo en el momento de cruzar la frontera, Capdevila trocó la cazadora de cuero y la gorra de comisario por el sombrero de copa, la corbata de diplomático, los pantalones de mil rayas y los botines de charol: "En fin, que el batallón de gendarmes que vigilaba la aduana no tuvo más remedio que cuadrarse para rendirle honores: ¡menudo tío!"

El mismo tío, dice, que se iba al frente con su monóculo, hecho un dandy, y que en los días de vino y rosas, cuando triunfaba como dramaturgo en Madrid y alternaba con Benavente, Valle Inclán y Echegaray en la tertulia del Pombo, se hacía conducir por un chófer negro... Como Cela, ya ven, pero medio siglo antes. O más. Un dandismo que lo acompañó en sus días andorranos, cuando ejercía como asesor de Editorial Andorra -a él se debe en buena parte el impresionante catálogo del sello: Sender, Max Aub y en este plan- y venía a pasar sus verano en cal Nagol de Sant Julià de Lòria. Hasta que se quedó: "Siempre con la pipa cargada con tabaco Dunhill, con coñac francés a mano y con el sueño de adquirir una capillita románica para instalarse en ella con sus libros". En fin, ya lo saben: La República, el periodisme, el teatre. Y a poner velas para que alguien se dé por aludido y se decida a publicar los otros nueve volúmenes de su vida que se nos deben. 

[Este artículo se publicó el 12 de febrero de 2013 en El Periòdic d'Andorra]

martes, 25 de marzo de 2014

José Bazán: "Para alguien como yo, que había pedido limosna en la calle, Andorra era la gloria"

Se instaló en Escaldes en 1939, con sus padres y tres hermanos: todos ellos, refugiados de la Guerra Civil. José Bazán (Monzón, 1930) deja constancia en Jo, un nen de la guerra (Editorial Andorra) de una infancia marcada por la derrota, la miseria y el exilio, así como de la Andorra de los primeros años 40: años de estraperlo, contrabando y lucha por la supervivencia, con la II Guerra Mundial y el tráfico clandestino de refugiados como telón de fondo. La vida de Bazán encarna y resume la de centenares de hombres y de mujeres que, como él, rehicieron su vida en Andorra y colaboraron decisivamente -y silenciosamente- a construir la, ejem, prosperidad actual. Rosa Sala Rose y Plàcid Garcia-Planas tiran de los recuerdos de nuestro hombre para documentar uno de los casos de la leyenda negra que reseñan en El marqués y la esvástica, reciente libro-reportaje que desenmascara el dudoso papel de César González Ruano en el sucio negocio del contrabando de hombres.

El aragonés José Bazán, en abril de 2008 en su domicilio de Escaldes (Andorra): hijo de anarquistas, fue enviado a Lieja y terminó en Andorra cuando su padre encontró trabajo como mecánico en la central hidroeléctrica de Fhasa. Se puso a trabajar a los 12 años, y en la segunda mitad de los años 40 ejerció como intermediario de los correos que la CNT enviaba a España durante el bloqueo internacional del régimen. Fotografía: Tony Lara / El Periòdic d'Andorra.

-A los 9 años ya conocía de primera mano buena parte de la geografía del exilio republicano: Portbou, Perpiñán, Lieja... y Escaldes. ¿Que ocurrió para que su familia acabara aterrizando en Andorra?
-El fin de la Guerra Civil nos pilló en Belgica, adonde habíamos ido a para muchos hijos de anarquistas. Mi padre había encontrado trabajo como mecánico en Fhasa; mi madre, encerrada en la prisión de Lérida y condenada a muerte por roja, se salvó del paredón gracias a la intercesión de un primo falangista. En cuanto tuvimos la oportunidad, nos reunimos con mi padre. Para alguien como yo, que venía de pasar hambre, de pedir limosna por las calles de Zaragoza, de sobrevivir gracias al Auxilio Social y de superar una sarna que estuvo a punto de enviarme al otro barrio, Andorra era la gloria.

-¿Y cómo era la gloria en 1939?
-El país estaba lleno de refugiados, pero había poco trabajo: Fhasa, la agricultura y las serradoras, en la época un auténtico negocio por la demanda española de madera para la construcción. La única alternativa era el contrabando, una ocupación durísima, inhóspita, sólo apta para valientes: cada año morían un par de chicos en la montaña. Recuerdo a un chaval gallego que vivía realquilado en casa y que contrabandeaba de todo: botones de nácar, ruedas de coche y de camión, y lana, mucha lana, que acarreaba en fardos que debían pesar por lo menos 30 kilos cada uno. Pero era esto o largarte a Francia, porque no había nada más.

-¿Qué trato recibían en el país unos refugiados quellegaban con una mano delante y otra detrás?
-Tuvimos que oír muchas veces aquello de "espanyolots refugiats". Pero eran cuatro fanfarrones. La mayoría no se portó mal con nosotros. De hecho, si no hubiera sido por el refugio que encontramos en Andorra, muy probablemente yo habría muerto hace muchísimos años. A mí, este país me resucitó, así que siempre le estaré agradecido. Y estoy seguro que lo mismo podrían contar la mayor parte de los refugiados que llegamos entonces.

-Las autoridades, ¿también era tan... acogedoras?
-Lo importante era tener trabajo. Si trabajabas, la policía te toleraba. Entonces no te pedían los papeles, por la sencilla razón de que nadie los tenía y hubieran tenido que echar a todo el mundo. El problema, como ya he dicho, es que había poco trabajo: la construcción estaba casi parada y la agricultura era de pura subsistencia. Las chicas se ponían a servir en seguida que podían; yo encontré trabajo en la ferretería Lanau donde mi padre me colocó a los 12 años. Un día que no fui a trabajar para bañarme en el pozo de los Dos Valiras me pegó el único guantazo que jamás me dio. Después me colocó en la serradora de Amadeu Cintet, entonces en la plaza del Roc Blanc de Escaldes. Y allí me quedé durante 40 años.

-¿Cuál era el ambiente político en la Andorra de la época?
-Como los refugiados éramos muchos, se nos toleraba. a gran decepción vino al final de la guerra mundial. Era el momento de echar a Franco, pero no fue así por culpa de los ingleses, que lo mantuvieron en el poder para frenar al comunismo. Franco no fue más que un instrumento de los intereses estratégicos británicos durante la Guerra Fría.

-¿Tuvo usted algún papel en la lucha antifranquista?
-Muy tangencialmente: la CNT pidió voluntarios para franquear paquetes postales que no podían circular directamente entre España y Francia por el aislamiento internacional del régimen. La alternativa era hacerlos pasar a través de Andorra: nos los enviaban a nuestra dirección a través de Correos, y dentro colocaban otro sobre con la dirección francesa a la que teníamos que reenviarlo a través de La Poste.

-En sus memorias habla del estraperlo: parecía que el mercado negro era una miseria estrictamente española.
-En Andorra empezamos a pasarlo mal de verdad a partir de 1941, el segundo año de la guerra. El país tenía que subsistir con lo que era capaz de producir, que era más bien poco. Los únicos alimentos que había eran patatas, col, algún cereal, leche, de vez en cuando algo de carne y... ¡pan! Y se producían fenómenos de lo más... curioso: en 1941 se acabó la harina, pero en cambio en el mercado negro jamás faltó el pan. A precios abusivos, naturalmente.

-Imagino que no todo el mundo sufría el racionamiento de la misma manera.
-Exactamente: mi padre ganaba en Fhasa 450 pesetas al mes, y pagábamos 150 de alquiler. Con las 300 que quedaban teníamos que subsistir toda la familia. Y ten en cuenta que un litro de aceite podía costar 60 pesetas. Escalofriante. Por eso hubo gente que en aquel estado de miseria general pudo levantar mansiones: el estraperlo generó más de una fortuna.

-¿Hasta cuándo duró, esta época de vacas raquíticas?
-Las cosas empezaron a mejorar hacia 1944, con la retirada alemana de Francia, y sobre todo al finalizar la contienda. Pero lo pasamos muy mal: en casa, lo único que se comió durante mucho tiempo era la cesta de coles que nos traía una payesa de Engordany. El menú era siempre el mismo: col con patatas. Si aceite ni grasa, que sólo podías obtener de estraperlo. Lo único asequible era la grasa de cordero, que hay que ver lo mal que llega a saber. Para hacerlo algo más comible, mi madre aliñaba aquel rancho con un chorrito de... ¡leche!

-Otro episodio de la crónica negra de la época afecta a los pasadores que traicionaban a sus clientes y los abandonaban en la montaña. Y evoca en Jo, un nen de la guerra, uno especialmente miserable que tuvo lugar en Ràmio.
-Debía ser hacia 1942. Lo recuerdo porque todo el pueblo se concentró en el cementerio para enterrar a tres chicas que habían sido encontradas muertas entre Ràmio y Entremesaigües. Probablemente el guía se había cargado a sus familias, quizás ellas pudieron huir, pero cayeron luego de frío y de agotamiento. Las enterramos en el suelo, bajo unas sencillas cruces de madera y sin nombre, porque no lo sabíamos. Y con una muda indignación porque todos sospechábamos que los culpables de aquellas muertes se encontraban probablemente en el cortejo fúnebre, remedando la pena que los demás sentíamos...

[Esta entrevista se publicó el 19 de abril de 2008 en El Periòdic d'Andorra]