Incursiones relámpago, estilo Sturmtruppen, en episodios que tuvieron lugar en Andorra y cercanías durante la Guerra Civil española, la II Guerra Mundial y las dos postguerras, con ocasionales singladuras a alta mar, a ultramar y si conviene incluso más allá.
[Fotografía de portada: El Pas de la Casa (Andorra), 16 de enero de 1944. La esvástica ondea en el mástil del puesto de la aduana francesa. Copyright: Fondo Francesc Pantebre / Archivo Nacional de Andorra]

Mostrando entradas con la etiqueta El gran circo. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta El gran circo. Mostrar todas las entradas

sábado, 15 de febrero de 2014

Meunier: "Es cuestión de tiempo que los restos de Ken vuelvan a Argentina" (el caso Charney IV)

El aviador angloargentino Kenneth L. Charney, as de la II Guerra Mundial, yacía como saben los lectores olvidado en un nicho del cementerio de la Quera, en la Massana (Andorra), donde se estableció en 1980 y donde murió dos años después. Hasta que la constancia del historiador argentino Claudio Meunier (Bahía Blanca, 1970), que había reconstruido su periplo bélico en Alas de trueno y Nacidos con honor, lo rescató del olvido, esta segunda y definitiva muerte. El Comú de la Massana identificó en agosto de 2010 el nicho 209 con una humilde placa en memoria de Charney, y la sociedad civil de Bahía Blanca, donde el piloto se educó, se ha mobilizado para repatriar sus restos. El final feliz de esta historia está cada vez más cerca. O por lo menos, eso opina Meunier.

El historiador argentino Claudio Meunier, que localizó los restos de Charney en un nicho anónimo del cementerio de la Massana (Andorra), posa ante un Spitfire pelín más niquelado que los que el aviador angloargentino pilotó durante la II Guerra Mundial. Fotografía: Achivo C. Meunier.


-¿Cuándo y por qué se interesa en la figura de Charney?

-Hace una década me lancé a investigar la peripecia de los pilotos argentinos enrolados en los ejércitos aliados en la II Guerra Mundial. Charney me llamó la atención porque se alistó en la RAF sin haber concluido siquiera los estudios secundarios, algo realmente insólito. De hecho, lo habían expulsado tanto de su primer colegio, en Bahía Blanca, como del internado inglés adonde lo envió la familia para enderezarlo. Un caso, está claro, de notoria indisciplina.

-¿Qué tiene de singular el caso de Charney entre los 800 ciudadanos argentinos que se enrolaron en las fuerzas aéreas aliadas?
-Aparte de su registro -siete aviones enemigos abatidos, más cuatro probables y otros cinco dañados, récord absoluto entre los pilotos angloargentinos- Charney fue conocido por su temeraria, casi suicida táctica en combate. El mismo Clostermann, el gran as francés con quien voló en Normandía, evoca a Charney con admiración en su biografía, El gran circo.

-¿En qué consistía, esta táctica?
-Cuando descubría una formación de bombarderos, Charney enfilava su Spitfire de frente hacia el enemigo. Los pilotos alemanes se veían obligados a romper la formación para evitar el impacto, y a los cazas les resultaba más fácil abatirlo uno a uno. El mérito -temerario- de Charney consistía en mantener el rumbo aun sabiendo que si se encontraba entre los pilotos enemigos a uno como él, la colisión era inevitable. Él y otro aviador canadiense fueron los únicos entre los aliados con las narices suficientes para combatir así.

-¿Cómo localizó el destino final de Charney en Andorra?
-Pat Lang, una exnovia suya que vive en Argentina, me puso sobre la pista de sus hermanas, que hoy residen en Inglaterra. Ellas me informaron de su muerte en Andorra, en 1982. Creían equivocadamente que su cuerpo fue incinerado. Después tuve la fortuna de contactar con Miachel Leonard, uno de sus amigos andorranos, que me contó su triste final: murió de cáncer y casi en la miseria; su esposa, June Cherry, a duras penas pudo hacerse cargo del entierro. Fue el mismo Leonard quien descubrió el nicho donde Charney fue enterrado, y desde el Comú me lo confirmaron.

-¿En qué punto se encuentra la iniciativa para repatriar sus restos a Argentina?
-La atención que le han prestado los medios de comunicación ha levantado expectación; nos mobilizamos y en unas semanas reunimos 2.000 de los 11.000 euros que calculamos que costaría la operación. Hemos recibido importantes aportaciones a título individual, como la de Algie Middleton, veterano que fue compañero de Charney en la RAF. También se han interesado el capitán de navío Juan José Membrana, veterano de la guerra de las Malvinas que hoy trabaja en Aerolíneas Argentinas, y Óscar Luis Aranda Durañona, comodoro de la Fuerza Aérea. Es solo cuestión de tiempo.

-Su viuda, June, ¿está de acuerdo con la repatriación?
-Ella misma nos confirmó que el deseo de Charney era ser enterrado en un país.

-¿Por qué cree que se exilió en Andorra?
-Después de abandonar la RAF, en 1970, ejerció durante tres años como instructor de la fuerza aérea saudí. Se jubiló, regresó a la Argentina, probó en España y en 1980 se instala definitivamente en Andorra. Curiosamente, vivió sus últimos años muy cerca de Clostermann, vecino de Montesquiu. Pero por desgracia sólo lo supo después del fallecimiento de Charney. Una lástima.

-¿Cuál fue, en su opinión, la mayor victoria de Charney como piloto de caza?
-Según explica Clostermann, con quien había volado en el 602 escuadrón, en agosto de 1944 ellos dos y un tercer piloto, el noruego Johnsen, se toparon en Normandía con un escuadrón de 40 cazas alemanes, una formación mixta de Focke Wulff 190 y Me 109 pertenecientes al célebre escuadrón Richtofen. En lugar de retirarse prudentemente, como manda el sentido común -eran tres contra 40- entablaron desigual combate: abatieron cuatro cazas enemigos antes de que la artillería aliada ahuyentara a los alemanes, y salieron indemnes del encontronazo. Para rematarlo, hicieron una pasada final sobre la cabeza de playa en formación de V. Aquella acción le reportó a Charney su segunda Distinguished Flying Cross -la máxima condecoración del arma aérea de Su Graciosa Majestad.

-¿Qué aviones pilotó durante la contienda?
-Siempre voló el célebre Spitfire, en las versiones Vb, mientras estuvo estacionado en Inglaterra, con el escuadrón 91; el Vc Tropical, en Malta, con el 185 escuadrón; el Mk IX en Normandía, con el 602 escuadrón, y el Mk XIV al final de la guerra, con el 132.

-¿Lo tocaron alguna vez?
-Durante la campaña de Malta, a principios de 1942, un Me 109 le destrozó la cabina, y lo hirió de cierta gravedad en el rostro y en un brazo. Tuvo que efectuar un aterrizaje de emergencia sin tren de aterrizaje. Le gustaba contarlo diciendo que tuvo la suerte de haber salido del trance sin perder ni un solo diente.

-Sobrevivir a cuatro años de guerra tiene mérito.
-Por supuesto. Tanta longevidad no era habitual en un piloto de caza. Y más si tenemos en cuenta que efectuó más de 350 misiones. Peor vio caer a muchos colegas y eso le dejó tocado. Por eso siempre decía que en realidad él debería haber muerto muchas veces. El final de la guerra le dejó un enorme vacío. Era incapaz de llevar una vida familiar convencional, y por eso su mujer lo abandonó, llevándose con ella a las dos hijas que habían tenido.

-¿Cuál es su exacto lugar en los anales de la guerra aérea?
-Johnnie Johnson, el mayor as de la RAF, acreditó 33 victorias. Charney, la mitad, entre las confirmadas y las probables. En mi opinión, los registros alemanes .las 352 victorias de Eric Hartmann, sin ir más lejos- están hinchados. Hitler necesitaba héroes para su propaganda, y si hacía falta se los inventaba.

-Para terminar: ¿cómo cree que vivió Charney la guerra de las Malvinas?
-Como todos los veteranos argentinos de la RAF que he conocido, para quienes la soberanía del archipiélago es innegociable. De hecho, los hubo que se ofrecieron voluntarios y llegaron a pilotar aviones comerciales que transportaban soldados, medicinas, armamento y provisiones entre el continente y las islas. Y hubo, en fin, que al estallar la guerra se deshicieron de las condecoraciones ganadas con las alas de la RAF.

[Esta entrevista se publicó el 3 de noviembre de 2010 en El Periòdic d'Andorra]


---

Closterman: "Si pretende suicidarse, que lo haga él solo"

20 de diciembre de 1943, en algún lugar al noroeste de Francia. Un escuadrón de la RAF formado por cuatro Hurricanes  y cuatro Spitfires atacan lo que parece una rampa de lanzamiento de las temibles V-1, las bombas volantes que al final de la guerra aterrorizaron Londres y que se erigieron en la penúltima baza de Hitler para cambiar el signo del conflicto. Falló, pero esta es otra historia. El caso es que después de una primera pasada, la artillería antiaérea alemana abate tres de los Hurricanes. Charney, líder del escuadrón, ordena a dos de sus Spitfires que escolten al Hurricane superviviente, y al tercero que lo acompañe en un nuevo y arriesgado raid sobre la base de las V-1: La sangre se me heló en las venas. Ken estaba completamente rodeado. Si pretende suicidarse, que lo haga él solo". Quien así habla es, atención, Pierre Clostermann, el mayor as de la aviación francesa en la II Guerra Mundial, que terminó con un score de 23 victorias confirmadas, que servía entonces a las órdenes de Charney en el escuadrón 602 City of Glasgow de la RAF. Y es uno de los muchos y jugosos episodios protagonizados por Ken que el piloto francés relata en El gran circo, su estupenda autobiografía de guerra. Hay que decir que en el raid de las V-1 Clostermann lo acabó acompañando, y que los dos salvaron el pellejo por bien poco, bien magullados y después de sendos aterrizajes de emergencia en el aeródromo de Dentley.

Charney, a la cabina de un Spitfire, recibe el saludo de Pierre Clostermann, el mayor as de la aviación francesa; sirvieron juntos desde finales de 1943 en el escuadrón 602 Ciudad de Glasgow, con base en Skeabrae. Charney es uno de los personajes que desfilan por las páginas de El gran circo, las memorias de guerra del piloto francés. Fotografía. Archivo Claudio Meunier.
Hasta aquí, el relato de una derrota casi humillante. Pero no se engañe el lector, porque estamos ante dos ases de los de verdad. Así que El gran circo abunda también en victorias igualmente in extremis. La que ha pasado a los anales de la guerra aérea es la que protagonizaron el 2 de julio de 1944, en plena campaña de Normandía y sobre los cielos de Caen. Clostermann, Charney y dos pilotos más del 602 -el capitán Frank y el noruego Jonsen- son atacados por una formación de 40 Focke-Wulff 190 alemanes. Parecen muchos, y más teniendo en cuenta el momento, con Hitler jugándose el todo por el todo en Normandía, pero no seremos nosotros los que dudemos de la palabra de Pierre. El caso es que el desigual combate termina sorprendentemente bien para los buenos: Clostermann abate tres cazas enemigos, y Charney, otros dos, en una acción que les reportó sendas Distinguished Flying Cross, la preciada DFC. Deportivamente, el francés reconoce en el libro que "ciertos factores nos daban ventaja: combatíamos a 120 kilómetros de nuestra base, mientras que los cazas boches lo hacían a 200 de la suya. Así que eran los primeros en abandonar". Aun así, es difícil concebir cómo cuatro Spitfires cazaron ese día cinco Focke Wulff y dieron a la fuga a otros 35, que no está nada mal.
Hay que decir que no todo fue este colegueo de color de rosa entre nuestros dos portentosos aviadores: en otra misión sobre Abbeville, en el Somme, en diciembre de 1943, el Spitfire de Charney estuvo a punto de colisionar en pleno vuelo con el de Clostermann, que se vio obligado a ejecutar una maniobra evasiva que lo puso a tiro de los antiaéreos alemanes, los temibles Flak. Aun hay más episodios conjuntos: el fallido bombardeo del transporte Munsterland en el puerto de Cherburgo, el desastroso ataque a un convoy en Bény-Bocage, el tedio de la vida en la base de Skeabrae, en las islas Orcadas, las escapadas por los tugurios de Londres... ¿Qué pensaba Ken de esta vida de guerrero del aire? Pues demos la palabra a Meunier, que ha husmeado en los diarios de nuestro as: "No es que matar me produzca placer, pero me siento realizado cuando veo un enemigo abatido. Nos hemos entrenado exactamente para esto, y desde el principio supe que llegado el momento aplastaría a los alemanes a la menor oportunidad". Es lo que tiene la guerra, que incluso a los buenos se les pone cara de malos.

[Este artículo se publicó el 16 de noviembre de 2010 en El Periòdic d'Andorra]


miércoles, 15 de enero de 2014

El héroe sin nombre del nicho 209 (el caso Charney II)

El historiador argentino Claudio Meunier localiza en una tumba anónima del cementerio de la Massana los restos de Ken Charney; el piloto, as de la aviación aliada de la II Guerra Mundial, murió en 1982

Esta historia tiene un final triste. Tristísimo, porque acaba en un nicho con número pero sin nombre del cementerio de la Massana: el 209. En esta tumba sin lápida, cubierta solo por una gris capa de cemento, descansan los restos de Kenneth Langley Charney (Quilmes, Argentina, 1920-la Massana, Andorra, 1982), piloto angloargentino y as de la aviación aliada de la II Guerra Mundial, doblemente condecorado por el rey Jorge con la Distinguished Flying Cross -la máxima condecoración del arma aérea británica- y con una hoja de servicios que incluye siete aviones del Eje abatidos, cuatro más probables, y otros cinco dañados. Vale: no son las 352 vistorias de Hartmann, pero tampoco nos pondremos ahora exquisitos. Unas cifras, en fin, que lo convierten si no en e lmejor, por lo menos en el más letal de los cerca de 800 pilotos angloargentinos que se enrolaron en las fuerzas aéreas aliadas. El historiador Claudio Meunier, paisano de nuestro Charney, había reconstruido su azarosa carrera en Alas de trueno: sabía que a mediados de los años 70 se instaló en Soldeu, Andorra, con June Cherry, que en 1980 se convertiría en su esposa, y que había fallecido de cáncer el 3 de junio de 1982. Pero ignoraba el destino de sus restos. La oportuna aparición en escena de Michael Leonard, amigo de los años andorranos de Charney, permitió estrechar el cerco hasta que el Comú de la Massana confirmó la cruda realidad: Ken es el anónimo inquilino de la tumba número 209 del cementerio comunal de la Quera. Un inquilino en riesgo de deshaucio, porque el impago del alquiler de la tumba desde 1988 ha generado una deuda de 1.291 euros que Meunier pretende cubrir a fuerza de aportaciones voluntarias, a la vez que repatriar el cuerpo -o lo que queda de él- para enterrarlo en el cementerio de Bahía Blanca, la ciudad argentina donde el futuro piloto se crió y donde cocnoció a pioneros de la aviación como Saint Éxupéry, Jaen Mermoz y Paul Vachet.

Retrato de Charney con su uniforme de la RAF tomado durante la II Guerra Mundial. Fotografía: Archivo Claudio Meunier.
Esta es la historia que Meunier ha reconstruido pacientemente y que en verano verá la luz en forma de libro (Nacidos con honor) y documental (Voluntarios). Una historia teñida de épica que arranca a principios de 1942, cuando Charney se embarca en el transporte Highland Monarch con destino a la Gran Bretaña y con el objetivo de enrolarse en la Royal Air Force. Lo conseguirá, y hasta el final de la guerra volará en cerca de 300 misiones de combate integrado en los escuadrones 91, 185, 602 y 132 de la RAF, y siempre a la cabina de un Spitfire, el más célebre de los cazas aliados. Su carrera bélica tiene tres hitos ineludibles: el primero, la defensa de Malta, donde cazó su primera victoria -un Macchi 202 italiano, abatido el 1 de julio de 1943, y donde se ganó el sobrenombre del Caballero Negro, por la temeraria táctica consistente en atacar a los aviones enemigos de frente, como cargaban los caballeros medievales.

La Bolsa de Falaise
En junio de 1944 lo encontramos en Normandía, protegiendo las cabezas de playa aliadas: ya saben, Utah, Omaha, Sword y todos esos nombres hoy míticos. El 2 de julio protagoniza al lado de Pierre Clostermann -el as francés da cuenta del episodio en El Gran Circo, su autobiografía- un épico combate con un escuadrón de Focke-Wulff alemanes, y el 7 de agosto descubre las columnas blindadas nazis retirándose de la Bolsa de Falaise y lanza su célebre aviso por la radio: "¡Envíen a toda la Fuerza Aérea!" El resultado fue la destrucción de un centenar y medio de tanques del V Ejército Pánzer. Casi nada. En diciembre, Charney y todo el escuadrón 132 es transferido al teatro del Pacífico a bordo del HMS Smitter, pero el fin de la guerra le impedirá entrar en combate contra el Japón.
Se acaba aquí el periplo bélico del piloto. Seguirá enrolado en la RAF hasta 1970, pero antes de recalar en Soldeu aún tendrá tiempo de protagonizar un último e insólito capítulo como instructor de la Fuerza Aérea Saudí, nada menos.

Los restos de Charney descansan desde 1982 en el nicho número 209 del cementerio de la Quera, según ha confirmado el Comú de la Massana.Fotografía: El Periòdic d'Andorra.
El Charney que se instala en Andorra es ya un hombre tocadísimo: "Nunca fue capaz de adaptarse a la vida civil. Decía que entre 1942 y 1945 había vivido 50 vidas. Se lo veía cansado y hastiado", recuerda Leonard. A lo que hay que añadir el estrés de guerra que, dice Meunier, lo acabó separando de su primera mujer, Pamela Forster, con quien no se llegó a casar pero con quien tuvo dos hijas que hoy viven en los EEUU: "Al final sentía la pena inmensa de no haberse podido reunir con ellas, porque la madre se casó cun un diplomático norteamericano, cambió su nombre de soltera y les perdió la pista". Su segunda y última mujer, June, se marchó de Andorra tan deprisa que ni le puso nombre a la tumba. Su pista se pierde en Durban (África del Sur), de donde parece que era originaria. "Es una auténtica lástima que una vida tan intensa acabe de manera tan triste y anónima", se lamenta Meunier. La burocracia amenaza hoy con borrar la última huella del héroe anónimo del nicho 209. Sería una lástima que el mismo Comú que ha homenajeado justamente a los pasadores del Palanques se desentendiera ahora del destin de tan ilustre vecino.

[Este artículo se publicó el 10 de noviembre de 2008 en El Periòdic d'Andorra]

martes, 14 de enero de 2014

Un as yace entre nosotros (el caso Charney I)

[Empezamos hoy la publicación de la serie de artículos sobre Kenneth Langley Charney, piloto angloargentino y as de la II Guerra Mundial que murió en Andorra en 1982 y cuya memoria y biografía ha reconstruido el historiador Claudio Meunier, paisano de nuestro hombre. Un caso curiosísimo de auténtica recuperación de la memoria històrica, porque los restos de Charney, olvidados en un nicho anónimo del cementerio de la Massana, estuvieron a punto de acabar en el osario. Pero no. No avanzamos nada más, y reproducimos a continuación y por orden cronológico los artículos sobre nuestro aviador que hemos ido publicando desde junio de 2005, cuando supimos por primera vez de su azarosa existencia y de su triste final como quien dice al lado de casa. Aquí van y que los disfruten. Y mañana, más].

Había nacido en Bahía Blanca, Argentina, en 1920. Quizás por sus orígenes ingleses,  quizás por el recuerdo de Antoine de Saint-Éxupéry -que había escrito parte de Vuelo nocturno precisamente en Bahía Blanca durante su estancia en tierras australes- formaba parte del contingente de 522 ciudadanos argentinos que se enrolaron en la RAF durante la II Guerra Mundial. Una vez obtenidas las alas de combate se integraron mayoritariamente en el escuadrón 164 Firmes Volamos, con base en la localidad escocesa de Skeabrae: 122 de ellos murieron en combate.

Kenneth Langley Charney, Ken para los amigos, fue unos de los supervivientes. En la ilustración de aquñi abajo se lo intuye a los mandos de un Spitfire y volando en pareja con Pierre Clostermann, nada menos, as de la aviació francesa -abatió 33 aviones enemigos- en un combate sobre Normandía. Las seis victorias de Charney le reportaron la Distinguished Flying Cross, la máxima condecoració del arma aérea británica -se la impiuso el rey Jorge, el del discurso, en el palacio de Buckingham-  y lo convirtieron en el más grande de los aviadores angloargentinos -aunque a años luz, hay que reconocerlo de las 352 victorias del alemán Eric Hartmann, as entre los ases.

Charney, a los mando del Spirfire en primer plano, en combate sobre Normandía y formando pareja con Pierre Clostermann, en un óleo del ilustrador argentino Carlos García.
Esta es la peripecia militar de Charney que el historiador Claudio Meunier ha rescatado del olvido, junto a las de otro medio centenar de pilotos y compatriotas suyos, en Alas de trueno. Lo describe como un hombre a quien la guerra mutó en "triste y reservado". Quizás por eso abandonó su país natal y perdió el contacto con su familia. Poco más ha podido saber, y eso que el mismo Clostermann lo cita repetidamente en su célebre autobiografía, El gran circo. Poca cosa, aparte de un detalle que lo vincula definitivamente a Andorra, donde se casó en 1980 y donde parece que cioncidió co otro aviador, el canadiense Richard Maxwell Milne. Aquí murió dos años después, y aquí fue enterrado. La viuda, June, emigró a África del Sur -parece- y su recuerdo se ha acabado perdiendo, como las lágrimas del replicante Roy, Villon del futuro, en Blade Runner. Triste epitafio para un héroe de guerra.

[Este artículo se publicó el 11 de junio de 2005 en el Diari d'Andorra]