Incursiones relámpago, estilo Sturmtruppen, en episodios que tuvieron lugar en Andorra y cercanías durante la Guerra Civil española, la II Guerra Mundial y las dos postguerras, con ocasionales singladuras a alta mar, a ultramar y si conviene incluso más allá.
[Fotografía de portada: El Pas de la Casa (Andorra), 16 de enero de 1944. La esvástica ondea en el mástil del puesto de la aduana francesa. Copyright: Fondo Francesc Pantebre / Archivo Nacional de Andorra]

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domingo, 20 de abril de 2014

Búnkers: con 'P' de Pirineos

El historiador Josep Clara reconstruye en Els fortins de Franco la historia de la línea fortificada con que el dictador pretendía hacer frente a una hipotética invasión aliada... ¿o era quizás a los nazis? Decenas de nidos vigilan todavía hoy la carretera N-260 entre Martinet y la Seo de Urgel.

Es imposible no verlos. Los has a decenas, diseminados a ambos lados de la carretera N-260 entre Martinet y la Seo, y entre la Seo y la Farga de Moles, en la frontera con Andorra. Hoy no son más que reliquias fuera de contexto, el testimonio mudo del mayor programa de ingeniería militar que emprendió la España franquista: la Línea P, también conocida como Línea Pirineos o Línea GUtiérrez, con que el dictador pretendió blindar la cadena, desde el Port de la Selva, en Gerona, hasta Hendaya, en Guipúzcoa. Un proyecto faraónico que prevía la erección de cerca de 10.000 asentamientos fortificados entre nidos de fusilería, búnkers, refugios, puestos de mando y de observación, que tenían que acoger ametralladoras, morteros, artillería pesada y baterías antiaéreas. La empresa comenzó en el verano de 1944, en plena guerra mundial, y no se abandonó hasta una diez años después, cuando la Guerra Fría y el nuevo juego a alianzas había posicionado la España de Franco en el bloque occidental y parecía definitivamente conjurado el peligro de una invasión. De los 10.000 fortificaciones prevista sobre el papel sólo se levantaron la mitad. Y de éstas, 2.850 corresponden a los Pirineos catalanes, vestigios de una amenaza fantasma -con perdón- que probablemente sólo existió en la imaginación de la jerarquía militar franquista. El historiador Josep Clara (Gerona, 1949) ha reconstruido sus orígenes, objetivos y distribución en Els fortins de Franco (Rafael Dalmau Editor), lectura absorvente que confirma con sorpresa que los estrategas que diseñaron la Línea P habían previsto incluso la (remotísima) posibilidad de que las fuerzas invasoras penetraran en territorio nacional a través de Andorra.



Tres de las fortificaciones erigidas a partir de 1944 a ambos lados de la N-260 entre Martinet y la Seo de Urgel; en todo el Pirineo se tenían que levantar 169 centros de resistencia, cada uno de los cuales contaba -sobre el papel- con un número variable de búnkers -entre 30 y 80- defendidos por un batallón de 600 hombres. Del total de 10.000 fortificaciones previstas, se llegaron a erigir la mitad, de los que 2.850 quedaron en el tramo catalán de los Pirineos. Fotografia: Tony Lara / El Periòdic d'Andorra.

Las 10.000 posiciones fortificadas de la Línea P -denominación oficiosa con que se ha venido designando este monumental, baldío esfuerzo de una España depauperada, pero que según Clara no aparece en la documentación militar hasta fecha tan tardía como 1963- se dividen en 169 centros de resistencia, según la terminología de la época. Así de denominaban los complejos defensivos integrados por un número variable de búnkers -entre 30 y 80- defendidos sobre el papel por un batallón de infantería (600 hombres, aproximadamente) y que dominaba una franja de entre 1 y 4 kilómetros de frente. Al Pirineo catalán le correspondieron 91 de estos centros de resistencia, y los que vigilaban la frontera andorrana eran los números 56 (coll de Sentó), 61 (rocas de Sarset), 62 (Pla de Lloses), 63 (Turó de Pradal), 64 (vértice Ricard), 65 (vértice Calvinyà), 66 (el Tossal), 67 (el Puig), 70 (Ars), 71 (la Pinosa), y 71 bis (vértice Saloria). El de Coll de Sentó -accesible por la Rabassa, (Andorra)- tenía que acoger nada mas y nada menos que 16 ametralladoras, 27 fusiles ametralladores, cuatro ametralladoras antiaéreas, cuatro morteros de 81 milímetros, dos cañones y tres refugios para personal. A la hora de la verdad sólo se construyeron cuatro de los búnkers previstos.

Enemigo a las puertas
La primera y más fascinante de las preguntas que suscita la Línea P es obvia: ¿quiénes eran los supuestos invasores contra los que se erigieron las fortificaciones? Es evidente, dice Clara, que la organización defensiva de los Pirineos se concibió pensando en un enemigo que debía llegar desde el norte a bordo de columnas blindadas y motorizadas: "En un primer momento, los aliados; a partir de 1955, con la firma del Pacto de Varsovia, las tropas comunistas" (!?) Clara también cita la posibilidad de una invasión nazi, tato si Hitler se hubiera decidido por la ocupación de Gibraltar -una operación prevista en los juegos de guerra del estado mayor de la Wehrmacht- como para contrarrestar un hipotético desembarco aliado en las costas peninsulares. La paradoja es que ni los alemanes ni las potencias aliadas ni mucho menos el Pacto de Varsovia hicieron jamás el mínimo intento (serio, se entiende) de penetrar en la Península, y que la única agresión a la que tuvo que hacer frente la España de Franco en sus 40 años de historia fue la invasión del Valle de Aran, en octubre de 1944, a cargo de guerrilleros comunistas. Precisamente, el único enemigo contra el que la Línea P era claramente inoperante. La otra gran paradoja la recoge el historiador de boca del coronel de artillería Fernando Martínez de Baños: "Una invasión aliada no se hubiera concretado jamás a través de los Pirineos sino de sendos desembarcos en las costas cántabras y mediterráneas, y de una operación aerotransportada en el centro de la Península, para acabar confluyendo sobre Madrid. Las fortificaciones pirenaicas las hubieran sobrevolado e ignorado, y hubieran caído solas".

La orden de levantar la Línea P consta en la Instrucción C-15 del estado mayor central del ejército, cursada el 23 de agosto de 1944. Las obras comenzaron en septiembre por la Junquera, y en marzo de 1945 ya se trabajaba en una quincena larga de centros de resistencia. Según un informe fechado este mismo año, cada centro de resistencia costaba la astronómica cifra de 736.000 pesetas. Los búnkers tenían que estar defendidos por ametralladoras Hotchins y Alfa; morteros de 50 y 81 milímetros; baterías antiaéreas Oerlikon de 20 milímetros y cañones del modelo 75/13. El centro de resistencia estándar se completaba con un perímetro defensivo protegido con fosos, minas y alambre de espino, y estaba servido -ya se ha dicho- por un batallón de 600 hombres. Evidentemente, ni las armas ni la dotación llegaron a desplegarse jamás. Hasta 1954, cuando se abandona definitivamente el programa, en el tramo catalán se habían completado 2.850 asentamientos, el 43% de todas las obras previstas. El ejército continuó girando inspecciones periódicas hasta 1988, y hasta los años 90 la Línea P estuvo protegida por el tampón de secreto militar. Clara destaca el incuestionable valor arqueológico, testimonio de la arquitectura militar de la primera mitad del siglo XX, y propone inventariarlo, preservar ejemplares de las diversas tipologías y restaurar los más representativos. Y pone como ejemplo el Parque los Búnkers inaugurado en 2007 en Martinet. Quizás son búnkers fantasma, sí, pero fantasmas con una historia que justo ahora comienza a conocerse. Con libros como el de Clara e iniciativas como la de Martinet, ya no hay excusa para ignorarla.

[Este artículo se publicó el 16 de agosto de 2010 en El Periòdic d'Andorra]

lunes, 17 de febrero de 2014

Biografia íntima de la Línea P

El historiador Albert Ibáñez Sanpol traza en La fortificació dels Pirineus el primer examen exhaustivo de los búnkers de la Cerdaña; la monografía se fija en los -así llamados en la terminología militar de la época- "centros de resistencia" de Martinet y completa el Parque de los Búnkers inaugurado en 2007.

Hasta no hace demasiado, pongamos que cinco años, los búnkers de la Línea P, la mayor obra de ingeniería militar del siglo XX español, eran poco más que siluetas fantasmagóricas que salpicaban el paisaje de la Cerdaña, del Alto Urgel e incluso de Andorra: fíjense bien si un día de estos, por una de aquella casualidades, pasean a los pies del Pic Negre, en el paraje de Camp Ramonet de Sant Julià de Lòria. Espectros que alimentaban la imaginación de unos poco iluminados, que cualquier conductor que circulaba por la N-260 veía a ambos lados de la carretera sin acabar de entender -¿qué es eso?- y de los que casi nadie sabía dar razón. La situación comenzó a cambiar en 2007 con la inauguración del Parque de los Búnkers de Martinet, y hace un par de años el también historiador Josep Clara publicó el primer y clarificador intento de sistematizar la poca información disponible en Els fortins de Franco, la biblia de la materia. Pues ahora es el turno de Albert Ibáñez Sanpol, que ha puesto su lupa de investigador en los dos centros de resistencia -esta es la terminología oficial que gastaba el ejército español de los años 40 para referirse a un conjunto más o menos autosuficiente de búnkers- levantados en la zona de Martinet i Montellà, en la Cerdaña. El resultado es Franco i la Línia P: la fortificació dels Pirineus, editado por Farell y que constituye una muy necesaria radiografía íntima y exhaustiva de los búnkers de este rincón de mundo.

Emplazamiento para ametralladora que domina la N-260 entre Martinet y la Seo de Urgel. Cada centro de resistencia constaba de unos setenta búnkrs como este; en la zona de Martinet hay dos de estos centros. Fotografía: Tony Lara / El Periòdic d'Andorra.

Íntima porque destripa todos sus secretos; exhaustiva porque el autor se ha pateado, GPS en mano, todos y cada uno de los búnkers de la zona que han sobrevivido hasta hoy. Y para los aficionados a la cosa bélica, una tentación imposible de resistir, porque invita a pillar el morral al vuelo y lanzarse a la apasionante aventura de cazar búnkers por los bosques de la Cerdaña. Apasionante... y adictiva, como decimos una cosa decimos también la otra. Unos datos básicos, antes de entrar en materia: la Línea P tenía que ser una colosal obra de ingeniería militar con la que Franco pretendía blindar los Pirineos con la erección de unas 10.000 fortificaciones entre el Port de la Selva (Gerona) y Hendaya (Guipúzcoa), distribuidos entre 166 de los llamados centros de resistencia. La construcción comenzó en otoño de 1944 y se prolongó hasta 1957, aunque en fecha tan temprana como 1947, coincidiendo con el perdón occidental al régimen franquista, se abandonaron las obras más importantes. En total, se llegaron a levantar la mitad de los 10.000 búnkers proyectados, de los que unos 2.850 fueron a parar al sector catalán de la Línea P.

La pregunta es obvia: ¿contra qué enemigo se erigió esta obra faraónica? ¿Contra los aliados? ¿Contra la Alemania nazi? ¿O contra los maquis que soñaban con derrocar a Franco y que aquel mismo otoño de 1944 protagonizaron la fracasada invasión del Valle de Arán? Ibáñez Sanpol repasa estas prometedoras hipótesis -¿y si Eisenhower hubiese decidido asaltar Europa por la península ibérica, en lugar de Italia?- y sorprende descubrir que si los aliados diseñaron hasta tres operaciones, tres, para ocupar la península -nombres en clave Pilgrim, Tonic y String, suenan bien- los nazis ya lo tenían todo previsto en fecha tan remota como 1942 con la llamada operación Ilona, y en 1943 disponían incluso de planes para fortificar los Pirineos para hacer frente a un hipotético desembarco aliado -por abajo, se entiende. Incluso Francia parece que soñó en algún momento de 1945 con una improbable expedición militar tras los Pirineos. Como se ve, candidatos a enemigo no le faltaban, a Franco, pero lo cierto es que cuando ordena la erección de la Línea P no se especifica cuál es el enemigo que los estrategas españoles tenían en la cabeza. Lo único que parece claro, dice Ibáñez Sanpol siguiendo la opinión de la mayoría de los autores, es que una fortificación  de esta magnitud y características era inútil contra las incursiones guerrilleras estilo maquis, las únicas que efectivamente tuvieron lugar.

Cada centro de resistencia contaba con un número variable de fortificaciones: en el caso de los de Martinet, unos 70 por barba. Los había de observación y de mando, para fusilería, antitanque y a cielo abierto, para morteros y para artillería antiaérea. Atención al coste, porque estamos a mediados de los años 40: entre 19 y 27 millones de pesetas cada centro de resistencia. Los búnkers estaban diseñados para resistir, en teoría, el impacto directo de proyectiles del calibre 155, y se completaban con parafernalia bélica que de hecho nunca se llegó a desplegar sobre el terreno, como tampoco el armamento que debía asegurar las posiciones: ametralladoras Hotchins y Alfa, morteros de 50 y de 81 milímetros; antiaéreas Oerlikon y cañones contra carro. El perímetro de cada centro se protegía -en teoría, claro- con fosos, minas y alambre de espino, y debía estar servido por un batallón de medio millar de hombres. Todo esto, claro, sobre el papel y antes de que a partir de mediados de los 50 la Línea P comenzara a caer en el olvido. Pero aquí está Ibáñez Sanpol para rescatarla. Vaya, que tenemos una cita en Martinet.

[Este artículo se publicó el 16 de marzo de 2012 en El Periòdic d'Andorra]

lunes, 13 de enero de 2014

Los búnkers olvidados

Franco levantó a lo largo de los Pirineos miles de fortificaciones para hacer frente a una invasión... ¿aliada? que nunca se materializó. Afortunadamente, claro.

Los Pirineos están literalmente sembrados de búnkers de hormigón que parecen salidos de una película bélica. No sé, Los cañones de Navarone, El día más largo, Los doce del patíbulo o así. Desde El Port de la Selva, en el extremo norte de Gerona, hasta Irún, en Guipúzcoa, se cuentan a millares: semienterrados, colgados por la maleza, convertidos en improvisados almacenes o en precarios refugios de indigentes. Como el del Faro de Arnella, en El Port de la Selva, donde en marzo de 2005 apareció el cadáver de una ciudadana suiza que se había instalado en él cuatro años antes. Fue asesinada. Un suceso inquietante, pero que a algunos les descubrió la existencia de unas fortificaciones que salpican toda la frontera con Francia, con especial densidad en la línea imaginaria que uniría El Port de la Selva -de nuevo- con San Clemente Sescebes y Darnius; la collada de Tosas; el valle del Segre, desde Martinet hasta la Seo y Andorra, y Bonaigua, la Vall Fosca y la boca sur del túnel de Viella. Muchos de estos búnkers son hoy visibles a simple vista desde las mismas carreteras que debían proteger de una invasión que nunca se produjo.

Boca de fuego del puesto de mando del centro de resistencia de Músser, que domina el valle del Segre y la carretera N-260 entre Bellver y la Seo de Urgel gracias a sus cinco oberturas. Para acceder a él, los ingenieros militares construyeron un túnel que salva el desnivel hasta la cima del Roc de l'Àguila. En la boca del búnker se ha conservado una inscripción: "RGTO ZAPA. n7 Cia Zapadores T H 11 - 10- 1944". Fotografía: Máximus.

Primer equívoco que hay que deshacer: estas infraestructuras militares no son vestigios de la Guerra Civil -como es el caso de las baterías de costa que se han conservado en las playas de Sant Martí d'Empúries, Caldas y Pineda de Mar, entre otras localidades de la costa catalana- sino los restos de la Línea Pirineos, una red levantada por Franco entre 1943 y 1947 a lo largo de toda la cadena, que pretendía impermeabilizar la frontera hispanofrancesa y que hasta principios de los años 90 estuvo protegida con el tampón del secreto militar. Sólo la perseverancia del historiador leridano Louis Estéva y del gerundés Arcadi del Pozo, coronel de ingenieros retirado, ha conseguido restituir una historia semiolvidada. La Línea P, como era conocida en el argot militar de la época, preveía la erección -sobre el papel, claro- cerca de 10.000 búnkers, pero sólo de levantaron la mitad. Aún así, el resultado es una obra de ingeniería bélica sin parangón en la Península, una réplica hispana -y a escala, claro- del Muro del Atlántico y de las célebres líneas Maginot y Sigfrid.

Ante el silencio que en este punto guarda la documentación oficial, tres son las hipótesis que los historiadores aventuran para justificar un esfuerzo descomunal, que drenó las energías humanas y los recursos materiales de un país exhausto que a duras penas luchaba por sobrevivir en lo más crudo de la postguerra. Las dos primeras tienen un innegable atractivo épico, incluso novelesco, pero la fuerza de los hechos les da poca o ninguna verosimilitud. Así, se ha relacionado la construcción de la Línea P con la amenaza del maquis, a partir de la coincidencia de fechas entre el despliegue de los regimientos de ingenieros que la levantaron y la frustrada invasión del Valle de Aran, en otoño de 1944. Del Pozo es taxativo a la hora de rebatir la hipótesis del maquis porque -afirma- "una línea fortificada como la Pirineos tenía sentido contra un ejército moderno, que se despliega en columnas blindadas y motorizadas, y en cambio es absolutamente ineficaz en una guerra de guerrillas".

Circuito de túneles y trincheras que comunica el sistema de nidos de fusilería del Cabiscol. Fotografía: Máximus.

Aún es más insólita la pista alemana. Del Pozo recuerda el especial y comprensible interés del estado mayor nazi en tomar Gibraltar, y la conocida finta que Franco le hizo a Hitler en Hendaya. Lo que ya no es tan conocido es que la Wehrmacht llegó a diseñar una Operación Félix que preveía la conquista del enclave británico cruzando previamente la Península con la aquiescencia de Franco. Y todavía más inquietante: la Operación Ilona, la ocupación de España hasta la línea del Ebro en respuesta a un hipotético desembarco aliado en la Península. Ni la una ni la otra se concretaron jamás, como es obvio, pero la sola existencia de estos planes ha bastado para dar credibilidad a una hipótesis digna de Sven Hassel.

Parece por lo tanto que se impone la opción aliada, sobre todo si tenemos en cuenta que desde finales de 1942, con la derrota de Stalingrado y el desembarco en el norte de África, se veía venir que la derrota nazi era sólo cuestión de tiempo. Pero Del Pozo vuelve a matizar: "Al final de la guerra, los partidos comunistas se convirtieron en fuerzas decisivas en Francia e Italia. Es este peligro rojo el que Franco debía de tener en la cabeza cuando ordenó la construcción de la Línea P, y no en una remota invasión aliada, sobre todo si pensamos en el contexto geopolítico, con la Guerra Fría a punto de estallar, y Franco postulándose ante los estadounidenses como un bastión anticomunista".

Más equívocos. A pesar de lo que podría parecer a primera vista, los batallones que se encargaron de levantar la Línea P no eran compañías disciplinarias integradas por excombatientes republicanos, sino los regimientos de ingenieros -Fortaleza 1, 2 y 3- reforzados con batallones de infantería de la región militar que aportaban el peonaje. Con una excepción: los búnkers que coronan la collada de Tosas, construídos inmediatamente después de la Guerra Civil -cuando la Línea P no estaba ni tan solo proyectada, aunque al final los acabó incorporando- por unidades de represaliados. Con esta excepción, el testimonio de Enric Vidal (la Seo de Urgel, 1926), que recuerda el intenso tráfico militar de la época, certifica las fraternas relaciones que se establecieron entre el elemento castrense y los habitantes de las localidades donde se acantonaron. En la Cerdaña y en el Alto Urgel no es difícil dar con descendientes de soldados de aquellos regimientos que se casaron con mujeres del país: "Hay que tener en cuenta que a partir de 1947, cando progresivamente se va abandonando el proyecto original, las unidades de ingenieros se dedicaron a obra civil, abriendo caminos de montaña, tendiendo puentes y alquitranando carreteras. Sin ir más lejos, la de la Pobla de Lillet  a la Molina tiene este origen. Y en Martinet, los militares arreglaron el campo de futbol, que todavía se utiliza hoy."

Batería antiaérea: en Músser se ha conservado esta bañera; el cañón, un Oerlikon de 20 milímetros, iba instalado sobre unas guías. El emplazamiento, tras una pequeña loma, lo convertía en prácticamente invisible para la aviación enemiga.
Artillería ligera: El hierro del hormigón con que se construyó la Línea P procedía de las vías estrechas desguazadas durante la Guerra Civil. Cada búnker consumía 3,5 toneladas de cemento.

Pozos de tiradores: defienden las posiciones propias del ataque de la infantería enemiga. Éste del Cabiscol conserva el encofrado de madera que protegía a los defensores de esquirlas y balas rebotadas. Fotografías: Máximus.


Del Pozo ha estudiado la estrategia defensiva a que obedecía el diseño de la Línea P: los 10.000 búnkers proyectados se distribuían en 169 "centros de resistencia" -según la nomenclatura oficial- cada uno de los cuales integrado por medio centenar largo de fortificaciones y responsable de la defensa de 4 kilómetros de frente. A la parte catalana de la frontera le correspondían 96 de estos centros de resistencia; otros 20 a la aragonesa -los Pirineos centrales se consideraban una defensa natural prácticamente inexpugnable para un ejército motorizado- y a Navarra y el País Vasco, 53. En Cataluña, la doctrina militar dejaba dos puertas abiertas a una hipotética invasión procedente de Francia: las llanuras del Ampurdán y de la Cerdaña.

Las fortificaciones se distribuían en forma de embudo a lo largo del valle del Segre, en la Cerdaña, hasta confluir en la zona de Martinet, y por el lado el Ampurdán, a lo largo de la carretera Nacional II, a la altura del puente de Capmany, entre Figueras y La Junquera. La Línea P tenía unos 20 kilómetros de profundidad y un triple dispositivo defensivo: una primera "zona de seguridad", donde patrullas de comando debían de fustigar y atraer a las fuerzas invasoras hacia la "zona de resistencia" propiamente dicha, donde se concentraba la mayor potencia de fuego, tanto la instalada en la misma Línea como la procedente de la llamada "zona de reserva", en la retaguardia, a cargo de la artillería móvil. Todo esto, en fin, sobre el papel, porque hay que poner algo de imaginación para ver al ejército español de la época haciendo frente tanto a los vencedores como a los derrotados en la II Guerra Mundial.

El mismo Del Pozo relativiza la eficacia de todo el asunto: el objetivo de una fortificación, recuerda, es retener e inmovilizar el mayor tiempo posible al mayor número de tropas enemigas. Así que haríamos bien en tener en cuenta los antecedentes inmediatos: el Muro del Atlántico levantado por los alemanes en la costa atlántica francesa obligó a los aliados a retrasar un año el desembarco en el continente, mientras concentraban al otro lado del Canal un millón de hombres, 5.000 buques de todo tipo y 2.000 aviones. También en la II Guerra Mundial, la Línea Mannerheim permitió al ejército de un país minúsculo como Finlandia resistir durante ¡cuatro meses! la ofensiva soviética. Pero lo cierto, concluye Del Pozo, es que "si los aliados lograron perforar el Muro del Atlántico, ¡qué no hubieran hecho con la Línea P!" Afortunadamente, la historia nos concedió en esta ocasión el beneficio de la duda.

Un pozo sin fondo
Estéva y Del Pozo han exhumado documentos donde consta la cantidad y el precio de los materiales necesarios para construir un búnker estándar: media tonelada de hierro y 3,5 de cemento, con un coste total de 25.000 pesetas de la época. Hay que añadir, por otro lado, que el ejército no se molestó en adquirir o expropiar los terrenos donde se levanta la Línea, y que por lo tanto la mayoría de las fortificaciones se encuentran hoy en propiedad privada. Así que hay quien tiene la suerte de tener un nido de ametralladoras como quien dice en el jardín. La Línea P se construyó aprovechando la experiencia de la II Guerra Mundial, que había demostrado la inoperancia de fortificaciones similares como la Línea Maginot. La Línea P no se le puede comparar en cuanto a monumentalidad, aunque según Del Pozo la supera en cuanto a concepto táctico: en lugar de miles de soldados acantonados en unas instalaciones que funcionaban como cuarteles permanentes -como era el caso de la Maginot- la Pirineos, más dinámica, apostaba por el despliegue de tropas sobre el terreno sólo en caso de alerta. Por eso los refugios y abrigos de personal son rarísimos. El dispositivo defensivo se completaba con alambradas y campos de minas. Todo este material, junto con las puertas de acero y el armamento, nunca llegó a salir de sus depósitos de la la Seo y Figueras. En cambio, sí que se instalaron los encofrados de madera que tenían que absorber esquirlas y balas rebotadas, y que todavía se conservan en las bocas de fuego de muchos de los búnkers del Alto Urgel y la Cerdaña.

La coda andorrana de la Línea Pirineos

Boca de tiro de uno de los búnkers andorranos situados en la falda del Pic Negre, un nido de ametralladoras estándar donde se hubieran desplegado una Hotchins o una Oerlikon de 20 milímetros. Conserva la inscricpión "5a Cia 1949", que permite fechar su contsrucción. Fotografía: Máximus.

A los ingenieros militares de Franco se les fue ligeramente la mano. La decena de nidos de ametralladora visibles a simple vista que defienden la carretera de la Seo a la frontera de la Farga de Moles tienen una coda andorrana: los búnkers que se levantan en el paraje de Prada Ramonet, al pie del Pic Negre, en Sant Julià de Lòria, a una hora escasa de camino (a pie) del parque de Naturlandia. Unas fortificaciones que quedaron en el lado andorrano cuando en los años 90 se delimitó y amojonó la frontera con motivo de la Operación Montaña contra el contrabando de tabaco. Dicen los pastores que conocen la zona que los de Prada Ramonet no son los únicos búnkers andorranos de la Línea. En uno de ellos incluso se conserva la inscripción "5a Cia 1949", que corresponde al batallón de zapadores que lo levantó y que demuestra que las obras de fortificación todavía no se habían detenido aquel año. No deja de ser curioso que un país desmilitarizado como es Andorra haya conservado los restos de esta infraestructura militar. Pero como ocurre en los restos de los otros miles de búnkers de la la Línea que han sobrevivido hasta hoy, ningún rótulo ni cartel recuerda su humilde historia. Una lástima.

[Este artículo se publicó el 1 de abril de 2005 en la revista Presència]