Incursiones relámpago, estilo Sturmtruppen, en episodios que tuvieron lugar en Andorra y cercanías durante la Guerra Civil española, la II Guerra Mundial y las dos postguerras, con ocasionales singladuras a alta mar, a ultramar y si conviene incluso más allá.
[Fotografía de portada: El Pas de la Casa (Andorra), 16 de enero de 1944. La esvástica ondea en el mástil del puesto de la aduana francesa. Copyright: Fondo Francesc Pantebre / Archivo Nacional de Andorra]

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lunes, 7 de abril de 2014

No seas bruja, o acabarás en la horca (Una historia de la brujería andorrana)

El vínculo de Andorra con la brujería viene de lejos: el Roc de les Bruixes de Sant Julià de Lòria y la leyenda de Engolasters son sólo dos ejemplos que dejan constancia de esta larga, enraizada y en ocasiones -lo veremos enseguida- trágica historia brujeril. El periodista e historiador Robert Pastor se ha sumergido en el archivo del Tribunal de Corts -la jurisdicción penal andorrana- para exhumar los nombres y apellidos, así como las andanzas, de un centenar de supuestas brujas que entre los siglos XV y XVII fueron víctimas de los prejuicios y de las supersticiones de la sociedad (y de los jueces) de la época. Hasta quince de ellas fueron ejecutadas en la horca. Lo cuenta en Aquí les penjaven, premio Principado de Andorra de investigación histórica 2003.

Ha costado casi cuatro siglos rescatar del anonimato al centenar de brujas (y cuatro brujos) que entre 1471 y 1661 desfilaron ante el Tribunal de Corts. Mujeres como Margarida Anglada, de Encamp, primera acusada de quien se conserva el proceso; Maria Guida, la única bruja andorrana que terminó en la hoguera, dado que por aquí arriba lo suyo era ahorcarlar, no quemarlas; Maria Galoxa, del Vilar de Ordino, que inaugura en 1622 la tercera y última de las grandes cacerías de brujas locales, y Petronilla Gascona, que tuvo el dudoso honor de ser la última que probó los expeditivos métodos de la justicia de la época. Pues las brujas andorranas salieron del trance judicial con fortuna diversa: desde la pena pecuniaria hasta los azotes, destierro y en un número inusualmente elevado de casos, la ejecución "de forca ben alta". Y siempre con la tortura como procedimiento habitual (e infalible, como para negarse a declarar lo que los interrogadores querían oír: lo verán enseguida) para obtener la confesión del reo, prueba definitiva que demostraba la culpabilidad de la acusada. Una muestra de la implacabilidad de los jueces: tan solo dos de las encausadas -Joana Montanya, alias Toneta de Caldes (1575), y Antònia Ponta, de Les Bons (1622)- se libraron de cualquier castigo y fueron absueltas de toda culpa.

El autor de Aquí les penjaven posa ante los escaños del Tribunal de Corts, en la Casa de la Vall: las brujas andorranas fueron juzgadas por este tribunal, que en los siglos XVI y XVII no se ubicaba todavía en la planta baja de Casa de la Vall. Fotografía: Tony Lara / El Periòdic d'Andorra.
Las brujas de Salem fueron colgadas de "forca ben alta" a finales del siglo XVII, como sus colegas andorranas, y a diferencia de la suerte habitual de las condenadas por este delito, que solían terminar en la hoguera.

En Aquí les penjaven (Consell General, 2004), Pastor ha expurgado ls actas judiciales e un centenar de procesos para determinar la procedencia y situación de las acusadas; los cargos y prácticas que les adjudican, la identidad de denunciantes, jueces e incluso de uno de los verdugos, los tormentos a que las sometían para obtener confesión, los lugares en que se erigía el patíbulo... El resultado es un volumen que combina la erudición del reportaje de investigación con el rigor del ensayo histórico, y que completa y amplía el clásico de referencia sobre la materia -La réligion populaire en Andorre, de Galinier-Pallerola. Pastor explica la eclosión de la brujería andorrana en el siglo XV en el marco catalán y pirenaico, y detalla sus especificidades, desde un especial encarnizamiento con las sospechosas hasta la peculiar forma de ejecución en la horca que se impuso en este rincón del Pirineo, a diferencia de la clásica hoguera que habitualmente se aplicaba en el resto del mundo cristiano a brujas y herejes.

No menos suculentas son algunas de las reflexiones colaterales que emergen del núcleo central del liro, como la revisión de la leyenda negra que acompaña a la Inquisición, el conflicto de competencias entre la jurisdicción ordinario y el mismo Santo Oficio, la misoginia imperante en las sociedades modernas -detalle que explica la extraordinaria desproporción entre el número de brujas y el de brujos que cayeron en las zarpas de los tribunales, y la persistencia hasta nuestros días de prácticas tradicionalmente relacionadas con la brujería -plantas medicinales, nigromancia, adivinación. El autor enriquece el volumen con una introducción a la historia general de la brujería europea que presta especial atención a los grandes procesos de los siglos XVI y XVII, con las figuras centrales del magistrado francés Pierre de Lancre y del inquisidor español Alonso de Salazar y Frías. Aquí les penjaven captura al lector con un estilo ameno, una ironía sutil y un bagaje erudito que lo emparentan directamente con el gran clásico de la brujería peninsular -Las brujas y su mundo, de Caro Baroja- y lo convierten en la obra definitiva sobre la brujería andorrana. Y muy probablemente, también de la pirenaica.

-Según sus cuentas, entre 1604 y 1609 los tribunales andorranos condenaron a más brujas que la Inquisición de Barcelona en el siglo y medio anterior. ¿Fue este rincón de mundo un nido de brujería?
-La incidencia de la brujería en Andorra es comparable a la de los valles pirenaicos donde el fenómeno se manifestó con más intensidad, como en el norte de Navarra y Vallferrera (Lérida). Hay que tener en cuenta que se trataba de sociedades muy cerradas, casi endogámicas, claustrofóbicas, con lazos familiares muy estrechos. Si todavía hoy en estos lugares cualquier cosa que afecte a uno de sus vecinos acaba siendo de dominio público, imaginemos lo que podía ocurrir en una sociedad como las del siglo XVI, cuando en Andorra quizá no había más de 4.000 habitantes. Más todavía en vecindarios que podían tener cuatro casas, dicho esto en sentido literal, como la Mosquera, Segudet y El Vilar. Por esta razón, la caída de de una bruja enseguida repercutía en su círculo más íntimo, y por este mismo motivo son relativamente abundantes los casos en que diversos miembros de una misma familia son acusados de brujería.

-¿Por que tienen lugar precisamente en los siglos XVI y XVII el grueso de las grandes persecuciones?
-En estos dos siglos se registra en toda Europa lo que podríamos denominar el núcleo duro de las persecuciones, en el marco de una sociedad que no sólo otorgaba verosimilitud a la existencia de la brujería sino que estaba absolutamente convencida de que las brujas eran las causantes de muchos, por no decir de todos los males. Cuando se producía algún accidente, una enfermedad o una epidemia, la única alternativa para la mayor parte de aquella gente era hacerse visitar por el curandero del lugar o por la remeiera -la mujer, habitualmente una señora de cierta edad, que conocía las virtudes curativas de hierbas y plantas, fueran estas virtudes reales o imaginarias. Si tenía la mala suerte que el paciente fallecía o la contagiaba a familiares y vecinos, no era extraño que le endosaran la culpa al sanador o a la remeiera, y que le atribuyeran poderes maléficos. Lo mismo ocurría si moría algún animal de forma más o menos inesperada, la helada arruinaba la cosecha o caía una tempestad especialmente virulenta. El mal siempre viene de fuera y hay que buscarle la causa que lo provoca.

-¿Fueron, pues, siglos especialmente crédulos?
-Caro Baroja explica la emergencia de la brujería a partir del siglo XIII porque hasta entonces la Iglesia no se había sentido con la fuerza suficiente para enfrentarse a las prácticas paganas que habían sobrevivido a una cristianización tan solo superficial. Recordemos que es en el siglo XIII cuando emergen -y son duramente perseguidas- las primeras herejías medievales: entre otras, el catarismo, que nos toca muy cerca. La Iglesia se siente preparada para conquistar el monopolio ideológico de la sociedad, y es en estos parámetros en los que hay que ubicar la persecución del sustrato pagano precristiano.

-¿También en Andorra, donde el Obispo de Urgel ejerce desde el siglo XIII como copríncipe?
-Los procesos más antiguos por brujería que se han conservado en las actas del Tribunal de Corts se remontan al siglo XV, pero estoy convencido que en Andorra la persecución comienza también dos siglos antes, como en toda Europa. Así se infiere de un documento otorgado por el conde de Castellbò que reconoce a los andorranos la facultad de constituir corts -es decir, tribunal de lo penal- "también para juzgar los casos de brujería", dice textualmente. En cualquier caso, la brujería se remonta a la prehistoria, y aunque el último proceso que incoa el Tribunal de Corts data de 1661, prácticas tradicionalmente relacionadas con la brujería persisten hasta el siglo XX. Incluso hasta hoy mismo.

-¿Por ejemplo?
-No hay que buscar demasiado: los apósitos de trementina se utilizaron habitualmente por estas comarcas hasta bien entrados los años 70. Y hay quien todavía visita al curandero de turno para hacerse colocar los huesos en su sitio. Hace tres siglos, tanto lo uno como lo otro hubieran sido consideradas en según qué circunstancias prácticas sospechosas. Por no hablar del repertorio de hierbas y plantas más o menos medicinales que todos conocemos aunque sea de oídas.

-Entre los 93 acusados a quienes el tribunal, el fiscal o los testigos atribuyen prácticas brujeriles, sólo hay cuatro hombres. ¿Hay que deducir que la sociedad andorrana era especialmente misógina?
-Era la misoginia habitual en la Europa coetánea, ni más ni menos. Por el solo hecho de ser hombre, un curandero estaba más cerca de la respetable figura del médico. En cambio, una mujer que se atribuyera dotes de curandera -o la que se los atribuyeran- tenía todos los números para ser antes o después sospechosa de brujería. Es significativo que los cuatro hombres acusados fueran condenados a penas relativamente leves: Pere y Joan Rectoret, de la Mosquera, acusados en 1638 de haber envenenado a la esposa del primero y madre del segundo, sólo tuvieron que pagar una multa de 20 libras. Y a un tal T. Palleta, de Encamp, protagonista del último proceso por brujería (1661), lo sueltan gratis.

-¿De qué se las acusa, a las supuestas brujas?
-Habitualmente, de provocar enfermedades, sobre todo el bocio. Pero también pueden tener la culpa de vómitos, fiebres repentinas, pérdida de peso o enfermedad mental. Hay casos en verdad grotescos, como el de una tal Joanita de Sant Julià de Lòria, de quien decían que hacía que se les cayeran las orejas a los hombres que se atrevían a entrar en su casa.

-¿Cómo se supone que lo hacían, todo esto?
-Con venenos cuya composición, curiosamente, ningún veguer se siente en la necesidad de investigar. Sólo ocasionalmente las actas describen los supuestos ingredientes de estos brebajes, según confesión de las acusadas o declaración de algún testigo.

-A ver: una receta.
-Citan sustancias como la adelfa, la "aranya grossa" -araña grande- e incluso el hígado de recién nacido, que Maria Galoxa confiesa haber extraído "con un gancho de hierro por el culo". En los veinte procesos y documentos adjuntos que he examinado, se las acusa de la muerte de 41 personas. La más letal vuelve a ser esta Galoxa, a quien en 1621 imputan la muerte de los nueve miembros de casa Nafreu, en el Vilaró de Ordino. Hay también casos de supuesto parricidio, como Antònia Martina, que admite haber matado a su marido y a su yerno; y de infanticidio, como Jaumeta Arenya, Peyrona Gastona y La Sucarana, acusadas de dar muerte a sus hijos.Era práctica habitual la adoración del diablo tras el rito del renec, que no consistía en el beso negro -en el trasero de un macho cabrío- típico de la tradición vasco-navarra, sino en levantarse la falda y sentarse sobre una cruz dibujada con tiza en el suelo.

-Teniendo en cuenta que Toneta de Caldes, la única que fue juzgada por la Inquisición, fue también una de las dos brujas andorranas que resultó absuelta en los dos siglos que ha investigado, ¿hay que concluir que era mucho mejor caer en manos del Santo Oficio que de los tribunales ordinarios?
-Con la Inquisición nos hemos llevado varias sorpresas: la primera y más gorda de todas, comprobar cómo los hechos contradicen la leyenda negra, por lo menos en lo que respecta a la brujería: los magistrados del Santo Oficio se mostraban mucho menos crédulos y más garantistas que la jurisdicción ordinaria. Un solo ejemplo: el procedimiento judicial estaba en las dos jurisdicciones enfocado a obtener la confesión del reo, pero mientras que ante el Santo Oficio la confesión y el arrepentimiento espontáneo garantizaban una pena relativamente leve -por lo menos, salvar la vida- con el Tribunal de Corts ocurría lo contrario: la confesión era la prueba definitiva, concluyente, que condenaba irremisiblemente al acusado. Es curioso también el conflicto jurisdiccional que se infiere del proceso de Toneta de Caldes, a quien el magistrado doctor Jeroni Morell se llevó a Barcelona -salvándola, por cierto, de una muerte más que probable. El inquisidor se lamenta del "exceso" del veguer andorrano al invadir competencias del Santo Oficio, el único que podía actuar en casos de brujería, y propone que sea llamado, juzgado y condenado de forma ejemplar a una pena pecuniaria.

-¿En qué consistía, las torturas? ¿Dónde y quién las aplicaba?
-Del único verdugo de quien conocemos el nombre es Domingo de l'Hort, que participó en la cacería de 1604 -debió ganarse el peculio porque terminó con tres de las acusadas en el cadalso, y otras tres fueron castigadas al látigo. La tortura habitual era la llamada del cordel, que consistía en colgar al reo por los pulgares, en ocasiones con un peso en los pies, y que en el siglo XVII fue sustituida por el potro.

-¿Y las penas?
-La más leve era la multa. La pena capital consistía en Andorra en morir "de forca ben alta". Entra la una y la otra, azotes y destierro -normalmente a perpetuidad, y con amenaza de pena de muerte si el reo regresaba, aunque se registraron casos como el de la Ponta, que se salto con éxito la prohibición de egresar. La tortura se aplicaba en la prisión, que suponemos que se encontraba bajo las escaleras exteriores de Casa de la Vall. El patíbulo, en Andorra la Vella, creemos que se levantaba en el "foro del tossal", por la zona donde hoy se encuentran los grandes almacenes Pyrénnées: aquí fue ahorcada en 1629 Magdalena Riba, alias Naudina, de Meritxell. A la Galoxa consta que la ejecutaron en el Mas d'en Soler, en la Cortinada.

-En el capítulo final, significativamente titulad Però n'hi ha, insiste en la pervivencia, incluso en la sobreabundancia de las prácticas mágicas en la sociedad actual. ¿Un golpe de efecto al estilo Cuarto Milenio, para asustar al personal?
-La brujería ha sido una constante en la historia de la humanidad desde las épocas más remotas. Y no hay que pensar que es algo del pasado. ¿Dónde hay que situar, si no, el auge actual de la videncia, reconvertido en floreciente negocio, así como del espiritismo y el satanismo? En los primeros años 80 se documentaron actividades relacionadas con la magia negra durante las obras de restauración de la iglesia de San Miguel de Engolasters: fueron desenterrados del templo dos corazones (de animales) con sendas agujas negras clavadas, y en el ábside apareció un día un perro estrangulado con una cuerda también negra. Una carta al director del Diari d'Andorra fechada en marzo de 2002 reivindicaba el buen nombre de una autodenominada Iglesia de Satán, y la noche de San Juan de 2003, en el paraje de Els Escorpiders, en Ansalonga, los vecinos avisaron al servicio de atención ciudadana porque habíaan divisado unas extrañas luces; cuando se acercaron al lugar descubrieron un inquietante cuadro formado por tres velas clavadas en el suelo alrededor de un papel que nadie se atrevió a leer...

[Esta entrevista se publicó en abril de 2004 en la revista Informacions]

miércoles, 5 de marzo de 2014

Los rostros de la deportación

La publicación de Españoles deportados en los campos nazis ha tenido un inesperado efecto colateral: rescatar la memoria no sólo de los tres ciudadanos andorranos que oficialmente terminaron en el sistema concentracionario sino de otros tres que no constan en los archivos pero cuya dramática peripecia se ha conservado viva en el recuerdo de familiares y amigos. Aquí ponemos rostro a sus nombres y reconstruimos parcialmente su historia, para que el olvido no les inflija una segunda y definitiva derrota.


Pere Mandicó Vidal (Casa Xicos de Prats, Canillo, 9 de enero de 1907-la Seo de Urgel, 1971)Según el Libro memorial, ingresó en Copiègne el 17 de enero de 1944. Dos días después era reexpedido hacia Buchenwald, con matrícula 40844. El 24 de febrero lo trasladan a Flossenburg, y el 1 de marzo a Mauthausen, su destino definitivo ahora con la matrícula 56659. Bermejo y Chueca sostienen que fue liberado el 5 de mayo de 1945 en el KLM, siglas alemanas de Konzentrationslager Mauthausen. Era el quinto de los siete hermanos de cal Xicos de Prats de Canillo. Apodado El frare -El fraile- porque por lo visto había estudiado en el seminario de la Seo, como Antoni Vidal. Los mayores de Canillo recuerdan que enviar a los segudnones a estudiar al seminario era una salida relativamente habitua lentre las prolíficas familias andorranas de la época, que vivían en una economía de subsistencia. Otros testimonios le adjudican un carácter "bohemio", "introvertido" y "difícil", que se acentu´todavía más después de la contienda y de la experiencia en los campos. Con la liberación se instaló en Beziers, según informa un sobrino de Mandicó, y sólo esporádicamente regresó a Canillo. Tampoco contrajo matrimonio y murió en 1971 en el asilo de la Seo.


Bonaventura Bonfill Torres (Cal Candela, Meritxell, Canillo, 1912-Prades, 1973)Entre los deportados que sobrevvieron a los campos, Bermejo y Checa disitnguen entre los que eran capaces de evocar la experiencia con cierta distancia y los que revivían el infierno cada vez que lo recordaban. Bonfill parece que era de los primeros. Diversos testigos confirman la anécodta reseñada por Roser Porta y según la cual Bonfill solía alardear de que el paso por Buchenwald le había curado del dolor de estíomago con el que salió de casa. Era el sexto de diez hermanos, se casó con una chca de cal Xou, de les Bons (Encamp), y tuvieron dos hijos, los dos ya fallecidos. Bonfill, que tuvo la fortuna y el coraje de sobrevivir a la deportación, murió en 1973 a consecuencia de un accidente de ciruclación que sufrió el camión de ca l'Oros con el que iba a buscar gasolina a la refinería de Nohédes, poco después de Porta: resultó con heridas graves y lo trasladaron al hospital de Prades, donde murió al cabo de unos días.


Josep Calvó Torres (Casa Jaumina, Prats de Canilo, 4 de febrero de 1913-¿Buchenwald, 1945?)Era el tercero de cinco hermanos y como la mayoría de ellos se instaló de joven en beziers, como aprendiz en una tienda de ultramarinos. Su sobrina, Jacqueline Font, recuerda que lo cogieron en un trayecto en tren entre Tarascón y Foix, un día regresaba a Andorra.: "Cuando los gendarmes le dieron el alto el no se inquietó porque era ciudadano andorrano y no tenía nada que ocultar. Un compañero con el que viajaba, un tal Armengol, fue más perspicaz y se bajó del convoy en cuanto subieron los gendarmes. Josep, no. Y lo cogieron. Parece que en el vagón viajaba un grupo de judíos y que por mala suerte lo colocaron en el mismo saco. Debió ser hacia 1942. Su última carta la recibimos en 1945: nos decía que retrasáramos el bautizo de otrosobrino en Beziers porque contaba con que los americanos liberaríian pronto el campo..." Calvó se había casado a los 20 años con una chica francesa, y no tuvieron hijos.


Miquel Adellach Torres (Cal Sella, Llorts, Ordino, 28 de abril de 1908-Pamiers, 1977)Según el Libro memorial ingresó en Compiègen el 6 de abril de 1944. Dos días después lo reexpedían hacia Mauthausen con la matrícula 61853. Consta como trasladado a Linz, ciudad próxima a Mauthausen donde se instalaron tres subcampos: dos al lado de sendas plantas de armamento y un tercero destinado a la construcción de un refugio antiaéreo. Adellach fue liberado el 5 de mayo de 1945. El registro parroquial conservado en el Archivo Nacional contradice la fecha de nacimiento que consta en el Libro memorial: Adellach nació el 28 de abril de 1908. Los Adellach de cal Sella eran ocho hermanos, y la mayoría emigró a Francia. Miquel, el tercero, lo hizo cuando tenía unos 20 años, y se marchó para aprender el oficio de soldador, reciuerda su hermana Remei, la ínica superviviente de la familia. Era muy hábil, especialmente con la madera. Cuando todavía vivía en Andorra y junto a su hermano Ramon stocaban el acordeón, que habñian aprendido de oído: eran músicos sin solfa. Miquel se instaló en Auzat, y se casó con una chica portuguesa llamada Maria Enriques. Tuvieron cuatro hijos que hoy viven entre la Bretaña, París, California y Pamiers -adonde la familia se trasladó después de la guerra. Remei evoca el peso enorme que cayó encima de la familia cuando recibieron la noticia de la deportación de Miquel. Parece que por contrabando, una ocupación, dice, en cualquier caso esporádica: "Un chco andorrano nos lo vino a comunicar al cabo de ocho o diez días. Su esposa lo fue a visitar ala prisió de Tolosa, y los guardias le prometiron que lo liberarían si les llevaba una gallina blanca y otra negra. Pero era mentira, claro". No supieron más de él hasta la liberación: "Nuestra madre no nos dejaba asistir al baile de fiesta mayor en señal de duelo, porque no sabíamos lo que le podía haber ocurrido. De hecho, estábamos convencidos de que no lo volveríamos a ver". Pero Miquel Adellach sí que regresó: "Su mujer explicaba que lo notó muy tocado, pero que se rehizo rápidamente. Lo suficiente como para que ese mismo verano de 1945 viniera a Llorts a ver a la familia". Entre los recuerdos de su cautiverio, explicaba que había sobrevivido a un ataque aéreo aliado: "Era cuando trabjaba enla cocina. Cuando hubo pasado la alarma se abrazó con uno de sus compañeros porque habían sobrevivido. Pero el otro chico resultó herido de gravedad: olos ojos le rebentaron. Él también resultó herido, pero le bastaron  unos días en la enfermería".


Anton Vidal Felipó (Casa Vidal de Prats, Canillo, 22 de abril de 1900-Mauthausen, 22 de marzo de 1945)Vidal ingresó en Compiègne el 22 de marzo de 1944, tres días despúes salía hacia Mauthausen -matrícula 60674- de donde ya no volviño a salir: murió en el campo austríaco el 29 de marzo de 1945. Vidal es el más ignoto de nuestros deportados. Quizás por la edad ,ya que es el mayor del que se tiene noticia. Dicen los mayores de Canillo que Casa Vidal era una familia de posibles, "quizás la mejor de Prats". Anton tenía cuatro hermano: él fue uno de los dos que estudiaron en el seminario de la Seo; el otro parece que incluso llegó a cantar Misa. la única descendencia conocida es un sobrino, hijo de una de las hermanas Vidal, que fue gendarme en la región de Tolosa. Pero él no se llegó a casar. Lo definen como un hombre "fuerte y rústico", y consideran posible que se dedicara al contrabando. Entre los documentos que hemos podido consultar se encuentra el certificado de nacimiento necesario para solicitar el pasaporte del que procede la fotografía adjunta. El suyo fue expedido el 12 de agosto de 1941.


Josep Franch Vidal (Cal Ponet del Forn, Canillo, 17 de febrero de 1903-¿Buchenwald?) En el registro de pasaportes conservado en el Archivo Nacional consta, dentro del apartado Observaciones, un lacónico "Defunció", nota nada habitual en este tipo de documentos. Este detalle podría avalar la creencia de dos vecinos que sostienen que Franch murió en la deportación. En Buchenwald. En Cal Ponet eran seis hermanos. Él se casó en 1940 con Josefa Font de Casa Popaire de Soldeu. Tuvieron un hijo, que pdoría vivir todavía en Lunel, en el departamento del Herault. Los mismos informadores aseguran que Franch no se dedicaba al contrabando. En el pasaporte consta agricultor de profesión.


No es fácil, porque persisten los comprensibles recelos por parte de los allegados de los antiguos deportados, que no acaban de entender por qué hay que remover ahora, precisamente ahora, unos hechos que ocurrieron hace 70 años y a los que hasta hoy se había prestado escasa, por no decir nula atención. La misma prevención con la que tuvieron que lidiar los historiadores Benito Bermejo y Sandra Checa, autores del Libro memorial: españoles deportados en los campos nazis. Entrevistaron a decenas de supervivientes y la conclusión es que "excepto en dos o tres casos muy concretos, nos relataron su experiencia sin reticencias; eso sí, unos, con más entereza; otros, en cambio reviviendo todo el sufrimiento". Porque, claro, no era lo mismo ingresar en u campo de concentración solo, sin ataduras familiares y en plena juventud, que ir a caer en las garras del sistema concentracionario con la esposa e hijos, o con los padres y los hermanos. Estos últimos, dicen los autores, siempre quedaban "más tocados". Otra cosa son las familias, que han tenido que convivir durante todos estos años y casi en silencio con unos recuerdos muy dolorosos: "Es lógico que ahora recelen de este interés aparentemente repentino; es lógico que les sorprenda y que sientan una cierta rabia por tantos años de abandono".

Son tres los ciudadanos andorranos que según los documentos consultados por los historiadores -archivos administrativos de los campos, asociaciones de exdeportados y listas de la Cruz Roja elaboradas inmediatamente después de la liberación- fueron deportados: Anton Vidal Felipó y Pere Mandicó Vidal, los dos naturales de Prats (Canillo), y Miquel Adellach Torres, de Llorts (Ordino). Sólo se tenía hasta ahora constancia oficial del primero de ellos, relacionado someramente en la lista final de Els catalans als camps nazis, la obra de Montserrat Roig pionera en la materia. Pero la memoria familiar nos ha permitido añadir tres nombres más a la lista de deportados: Bonaventura Bonfill Torres, vecino de Meritxell (Canillo); Josep Calvó Torres, de Prats (Canillo), i Josep Franch Vidal, del Forn (Canillo). Los recuerdos de familiares, amigos y vecinos avalan la decisión de incluirlos desde ahora mismo en la lista de deportados andorranos.

Bermejo advierte, además, de que el hecho de no constar en las fuentes oficiales no es en absoluto concluyente: "En muchas ocasiones los mismos deportados era voluntariamente ambiguos a la hora de facilitar la filiación o la nacionalidad, precisamente para proteger a sus familias o como medida de autoprotección. Tampoco los alemanes hilaban muy fino: uno de los andorranos figura en los archivos primero como francés, después como "rojo español", y finalmente como andorrano. Por si no fuera poca confusión, las grafías variables con que se registraban nombres y apellidos -Adellach consta en la lista del Libro memorial como Adalach- condenaban a veces a los deportados al limbo administrativo. Aparte de los seis ya citados, la memoria popular también ha conservado, aunque de forma más vaga e incierta, el recuerdo de otros andorranos que sufrieron la deportación: una abuela de Canillo que prefiere mantenerse en el anonimato consigna el caso de un médico de Andorra la Vella; otro vecino de Canillo, Josep Babot, refiere el de un hombre de Santa Coloma (Andorra la Vella) que también probó la hospitalidad nazi, y finalmente, Joaquim Baldrich cree recordar a dos deportados más que sobrevivieron a la guerra: otro hombre de Andorra la Vella y un vecino de Sispony (la Massana). Todos ellos quedan lógicamente pendientes de confirmación.

Vida y muerte en los campos nazis
Tres son los campos donde los deportados andorranos sufrieron cautiverio: Mauthausen (Adellach y Vidal), Buchenwald (Bonfill, Calvó y Franch) y Flossenburg. Por este último solo pasó temporalmente Mandicó, quien por otra parte tuvo el dudoso privilegio de probar los otros tres campos. Pero tuvo suerte y sobrevivió para contarlo. Otros murieron en la deportación: Anton Vidal falleció en Mauthausen el 29 de marzo de 1944, según consta en la documentación del campo; Josep Calvó y Josep Franch, en Buchenwald y en 1945, según los testimonios. Una mortalidad elevada -dos de cada seis- pero que no llega a la que se registró entre los deportados españoles: de los 8.700 relacionados en el Libro memorial, aproximadamente 6.000 no regresaron jamás: el 68%. Pero es que los balances totales de muertos son abrumadores: en Buchenwald se calcula que murieron la quinta parte del millón y medio de deportados que desfilaron por el campo; en Flossenburg, uno de cada tres, y en Mauthausen, entre 95.000 y 120.000 para una población total de 195.000.

Cifras que palidecen ante las 250.000 víctimas mortales de Sobibor, las 600.00 de Belzec, las 800.000 de Treblinka y el 1,1 millones de Auschwitz-Birkenau. Conviene en este punto distinguir entre las fábricas industriales de la muerte en que se convirtieron los campos de exterminio des Este de Europa, especialmente los ubicados en Polonia, de los campos de concentración occidentales, como Mauthausen, Flossenburg y Buchenwald: "Hasta finales de 1942, el internamiento en los campos, aunque fueran de trabajo, era un simple pretexto para liquidar a los deportados. Los mataban de agotamiento. A partir de este momento, y debido a las necesidades de la industria bélica alemana, los nazis decidieron explotarlos laboralmente. La mortalidad continuó siendo elevadísima, pero ya no a causa de una voluntad de exterminio sistemático sino como un efecto digamos colateral de la explotación", dice Bermejo. Esto vale, claro, para los campos occidentales. La imagen cinematográfica de un convoy de prisioneros que desembarca en el andén de un campo y es conducido directamente a las cámaras de gas no se producía en estos últimos sino en los de Polonia: Auschwitz, Treblinka, Sobibor... Estos eran literalmente campos de exterminio, donde los deportados no tenían ninguna opción de supervivencia porque no eran enviados a ellos a trabajar sino a morir, matiza Checa.

Nuestros deportados deportados tuvieron en general más suerte. Claro que no pertenecían a ninguna raza inferior y merecedora por tanto del exterminio. Tampoco eran ciudadanos de una nación ocupada, ni enemiga. Entonces, ¿por qué acabaron en los campos? Parece que el contrabando es el delito -o mejor, el pretexto- habitual para deportarlos. La mayoría de los testimonios recabados aseguran que el contrabando constituía efectivamente una fuente de ingresos habitual en la Andorra de los años 40, aunque Remei Adellach discrepa y sostiene que había dejado de ser una ocupación ordinaria durante la generación anterior. Bermejo añade al debate un hecho incuestionable: las estrechas relaciones que durante la guerra mantuvieron contrabandistas, resistentes y pasadores, y la cadena de Forné, Baldrich y Molné es un buen ejemplo de ello: "De todas formas la lista de pretextos por los que una persona podía terminar en un campo de concentración era prácticamente interminable", insiste. Dicho esto, conviene añadir que los alemanes hacían en ocasiones la vista muy gorda y confundían fácilmente a un ciudadano andorrano con un republicano español, cosa que lo convertía automáticamente en sospechoso.

Lo peor, al final
El ingreso relativamente tardío en los campos les ahorró la fase más letal: a partir de 1942 los deportados ya no eran considerados carne de exterminio -por lo menos, en la Europa occidental- sino fuerza de trabajo esclava. Además, la derrota alemana era ya a principios de 1944 cuestión de tiempo, especialmente tras el desembarco de Normandía. Pero antes de la liberación de los campos, entre abril y mayo de 1945, los deportados aun tuvieron que superar una última y durísima prueba: la caótica retirada alemana, con las denominadas "marchas de la muerte" que obligaron a emprender a los deportados de los campos de la Europa oriental y que provocaron una mortalidad extrema incluso para los baremos nazis: se calcula que un tercio de los aproximadamente 700.000 prisioneros que en enero de 1945 quedaban en los campos perecieron antes del final de la contienda, cuatro meses después, cifra a la cual hay que añadir las víctimas que paradójicamente causó la misma liberación, cuando los cuerpos subalimentados de los deportados -los hombres adultos pesaban 30 kilos- no resistieron la repentina abundancia de víveres.

Quizás entre estas víctimas doblemente trágicas -sobrevivieron a las penalidades de los campos, y murieron cuando tenían al alcance de la mano la soñada libertad- haya que contar a Josep Calvó. Según recuerda su sobrina, Jacqueline Font, la familia recibió en 1945 una carta donde creía tan cercana la liberación -si es que no se había consumado ya- que les pedía que retrasaran el bautizo de un sobrino para poder asistir él mismo a la ceremonia. Así de claro veía el fin del suplicio. Pero el hecho es que Calvó fue uno de los que no regresó.

Según las biografías que hemos podido reconstruir, los deportados andorranos eran hombres relativamente jóvenes -el mayor era Antoni Vidal, y tenía 44 años en el momento de ser detenido- y originarios de pueblos de las parroquias altas: Llorts, el Forn, Prats, Meritxell... Todos ellos provienen, además, de familias numerosas, cosa no tan extraña en la época y que solía acarrear la emigración de los segundones: Bonaventura Bonfill tenía nueve hermanos; Miquel Adellach, siete; Pere Mandicó, seis; Josep Franch y Anton Vidal, cinco, y Josep Calvó, cuatro. Así que no es casualidad que todos ellos vivieran con un pie en Andorra y el otro -o los dos- en Francia, que constituía la salida laboral habitual de los hijos menores de las familias de Ordino y Canillo. Especialmente las zonas de Pamiers, en el Arieja, y Beziers, en el Herault. Como recuerda Remei Adellach, hermana de Miquel, "había que ganarse los garbanzos y como aquí no había para todos en invierno se iban a Francia a trabajar en el campo; y si en el campo no había trabajo, a las minas de talco de Luzenac". Miquel, por ejemplo, vivió durante la guerra en Auzat y se instaló después de la contienda en Pamiers. Jacqueline Font recuerda que en Beziers -donde ella misma nació- era en la época "una Andorra en miniatura": hasta cuatro de los hermanos Calvó se habían instalado antes de la guerra en esta localidad. También Pere Mandicó residió después de la liberación en un pueblecito cercano a Beziers. Entre los deportados que sobrevivieron a la guerra, en fin, parece que el único que regresó a Andorra fue Bonaventura Bonfill.

De toda esta historia, que ahora empieza a salir a la luz, lo que más sorprende no es el silencio reticente (y comprensible) de las familias, sino que hayan tenido que pasar 70 años para que se empiece a recordar un episodio que, dada la edad avanzada de muchos de los testimonios, ha estado a punto, pero muy a punto de irse a la tumba con sus protagonistas directos. Cosa que constituiría no sólo una lástima sino una segunda y definitiva derrota infligida por el nazismo a la memoria de las víctimas.

Los campos: Compiègne, Mauthausen y Buchenwald
Ubicado a 80 kilómetros al norte de París, Compiègne no era propiamente un campo de concentración sino de tránsito, la última parada desde donde los deportados eran expedidos a su destino final. Por eso las estancias documentadas de Adellach, Mandicó y Vidal son brevísimas: entre dos y tres días. Pero era un primer contacto con lo que les esperaba en adelante: revisión médica, matriculación y masificación. Desde junio de 1941 hasta agosto de 1944 desfilaron por Compiègne 49.860 deportados -el 70% de los cuales, resistentes, y el 8% , presos por delitos comunes- que fueron expedidos principalmente a Buchenwald, Mauthausen y Ravensbruck, adonde llegaban después de tres o cuatro días de trayecto a bordo de vagones de ganado en que los alemanes encajonaban entre 80 y 100 pasajeros. Puede que fuese en este trayecto que Bonaventura Adellach recordara una breve parada del tren, y cómo los deportados se lanzaron a un campo de patatas y se las zamparon crudas y sin mondar...

Adellach, Mandicó y Vidal fueron enviados a Muathausen, cerca de Linz, en el norte de Austria. Entre 1938 y el 5 de mayo de 1945 desfilaron por el campo entre 200.000 y 335.000 prisioneros. Se calcula que cerca de 120.000 perecieron: un tercio de ellos eran judíos. Simon Wiesentahl, el cazador de nazis, sobrevivió a Mauthausen, como Adellach y Mandicó. Buchenwald es el otro gran destino de nuestros deportados: Bonfill, Franch, Calvó y -brevemente- Mandicó. Entre 1937 y 1945 dio cobijo, por así decirlo, a un cuarto de millón de deportados. Murieron uno de cada cinco. Otros deportados célebres que compartieron las penurias de los andorranos de Buchenwald son los escritores Imre Kertesz y Jorge Semprún. El tercer campo con es Flossenburg, que para Mandicó fue tan solo una estación de tránsito entre Buchenwald y Mauthausen. Ubicado en Baviera, murieron cerca de un tercio de sus 100.000 inquilinos. Uno de los más célebres resulta que no lo fue: el impostor catalán Enric Marco, desenmascarado el año pasado por el mismo Bermejo.

[Este artículo, coescrito con Robert Pastor, se publicó en enero de 2007 en la revista Informacions]