Incursiones relámpago, estilo Sturmtruppen, en episodios que tuvieron lugar en Andorra y cercanías durante la Guerra Civil española, la II Guerra Mundial y las dos postguerras, con ocasionales singladuras a alta mar, a ultramar y si conviene incluso más allá.
[Fotografía de portada: El Pas de la Casa (Andorra), 16 de enero de 1944. La esvástica ondea en el mástil del puesto de la aduana francesa. Copyright: Fondo Francesc Pantebre / Archivo Nacional de Andorra]

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sábado, 28 de febrero de 2015

A pie, con monseñor (Guitart)

Josep Moliné Troc se refugió en Andorra en los inicios de la Guerra Civil, y aquí se quedó toda la vida. Su hija evoca hoy el papel de Moliné en el paso clandestino de fugitivos de la Seo de Urgel y comarca en los primeros meses del conflicto. Entre sus clientes, atención, el obispo Guitart.

La versión oficial de esta historia consta en el Martirologi de l'Església d'Urgell y la recoge también Francisco Javier Galindo en en volumen La Seu, 1936. Y dice que el obispo Justí Guitart huyó de la Seo a primera hora de la mañana del 23 de julio de 1936, "en el auto del Fluix [el Flojo] y vestido con una simple sotana" -se trataba de no llamar demasiado la atención, porque probablemente se jugaba la vida- y que aquel mismo día cruzaron la frontera y se refugiaron en la casa rectoral de Andorra la Vella, como huéspedes de mossèn Lluís Pujol arcipreste de los Valles de Andorra. Una segunda versión, o mejor un capítulo complementario sobre la huida del Excelentísimo obispo de Urgel y copríncipe de Andorra, la aporta en sus memorias el que fuera alcalde de la Seo, Enric Canturri, según el cual Guitart ya había intentado huir en una ocasión pero le habían cerrado el paso en la frontera y se había visto obligado a regresar a la Seo con el báculo entre las piernas. Y hoy añadimos una tercera versión inédita hasta la fecha. Nos la ofrece Lourdes Moliné (la Seo, 1937), quien sostiene que fue su padre, Josep Moliné Troc (Calvinyà, 1909-Escaldes, 1978) quien ayudó al obispo en su huida a Andorra. A pie y por la montaña, nada de coche y chófer. Y añade un detalle: Guitart le confió a su padre un fajo de cartas con el encargo de enviarlas, "pero con las prisas del momento se olvidó de darle el dinero para los sellos y fue el mismo Moline quien tuvo que comprarlos de su bolsillo".

Josep Moliné y su esposa, Clara Altimir, padres de Lourdes, contrajeron matrimonio en febrero de 1938 en Escaldes. Fotografía: Familia Moliné.

Moliné era un hombre de izquierdas, según  recuerda su hija y corrobora su expediente, conservado en el Archivo Histórico de Lérida y exhumado -cómo no- por el historiador Josep Calvet: las autoridades franquistas no le autorizaron a regresar a España hasta septiembre de 1954. Lo acusaban de haber formado parte del comité de Anserall, localidad ubicada entre la Seo y Andorra. Pero enseguida que estalló la guerra, añade Lourdes, se refugió en Andorra: "Tenía claro que, si se quedaba, lo liquidaban. Fueron aquellos primeros seis meses en los que imperó el, ejem, terror rojo, con la veintena larga de asesinatos documentados por Galindo y perpetrados en la Seo y cercanías por los reglamentarios "incontrolados" y con la aquiescencia del comité local.

La primera mención oficial a Moline procede de un documento fechado en 1940 -dice que tiene 31 años- y su nombre aparece junto al de otros rojos de la comarca: José Obiols Miguel, "gran propagandista de izquierdas (...) está en un Batallón de trabajadores"; Enrique Travé Bigordá, "formó parte del comité durante ocho días, ingresó en la escuela de aviación voluntario (...), se encuentra enujn Batallón de trabajadores"; José Catalán Parra, de "ideología izquierdista (...), carabinero retirado (...), se encuentra actualmente detenido en la cárcel de la Seo de Urgel (...), no ejerció cargo alguno en el pueblo de Anserall"; Concepción Moles Martí, también de "ideología izquierdista", que durante el "período rojo se amistó con un miliciano (...), se encuentra en la actualidad en Francia", y José Coll Blasi, "toda su familia es de ideología izquierdista (...), formó parte del comité de Anserall y parece que su actuación fue bastante mala".

De nuestro hombre de hoy, Moliné Troc, se limita a consigna que ejerció "un cargo" en el comité de Anserall y que reside en Andorra. Hay que esperar tres lustros, hasta 1954, para volver a tener noticias oficiales de Moliné. El 10 de abril de 1954, el comisario jefe del puesto de la Seo informa al Director General de Seguridad y al gobernador civil de Lérida de la denuncia formulada por Nuria Calvet, vecina de la Seo, según la cual Moliné era el guía que acompañaba a su marido; Segismundo Gallifa, el día que éste pasó hacia Andorra para desde aquí, dice la mujer, dirigirse a zona nacional. Por lo visto, Gallifa nunca llegó a su destino.

Sostiene su viuda que fue asesinado en la montaña y que Francisco Escudé, otro fugitivo que partió hacia Andorra al día siguiente, el 24 de noviembre de 1936, en compañía de Jaime Carrera, creyó percibir a medio camino entre Arcabell y Bescarán cierto olor que indentificaron como el de un cadáver que alguien estuviera intentando quemar. Cadáver que  no llegaron a ver y que solo al llegar a Andorra y percatarse que Gallifa no había llegado a su destino concluyeron que podía ser el del marido de la denunciante. Se da la circunstancia de que otro fugitivo, José Vila, vecino de la Baronia de Rialb, que tenía que haber pasado a Andorra junto con Gallifa pero que tuvo que hacerlo dos días después a causa de un registro en su domicilio que le obligó a posponer el viaje, declara en las mismas diligencias haber hecho el trayecto con el mismo Moliné como guía, y que "el trato que recibió por su parte fue inmejorable, hasta el punto de llevarles cena al pajar donde los ocultó antes de partir, ya que debieron salir a las dos de la madrugada partiendo del pueblo de Calviña".

La viuda Calvet eleva su denuncia al saber que Moliné está gestionando ante las autoridades franquistas los trámites para regresar legalmente a España. El juez debió archivar las diligencias o por lo menos, fallar a favr de nuestro hombre, porque el 15 de septiembre del 1954 el mismo comisario de la Seo que medio año antes advertía de la denuncia que pesaba sobre Moliné, advierte a sus superiores de que "con fecha del día de hoy realiza su entrada en España el que fue exiliado español en los Valles de Andorra José Moliné Troc (...) que tiene autorizada su entrada en España por el Excmo. Sr. Ministro de la Gobernación, sin que exista comunicado en contrario, fijando su residencia en Calviñá, casa Vilanova". A ojos del franquismo, Moliné estaba limpio de sspecha.



Diligencias conservadas en el expediente de Josep Moliné del Archivo Histórico de Lérida: al solicitar permiso para residir legalmente en España, a principios de 1954, Moline fue denunciado por Nuria Calvet, vecina de la Seo: era sospechoso del asesinato de su marido, Segismundo Gallifa, al que al parecer ayudó a pasar a Andorra el 23 de noviembre de 1936. No consta la resolución del expediente, pero lo cierto es que el 15 de septiembre de 1954 el gobernador civil le autoriza expresamente a instalarse en España. A ojos de las autoridades franquistas, Moliné está limpio. Fotografia: Archivo Josep Calvet.

Una lista del ministerio de Gobernación con los nombes de vecinos de la Seo y comarca sospechosos de "izquierdismo". Al lado de Moliné aparecen también citados Josó Coll Blasi, Concepción Moles Martí, José Catalán Parra y Enrique Traver Bigordà. El documento es de 1940, dado que dice que Moliné tiene 31 años de edad y que nuestro hombre de hoy nació en 1909. Fotografía: Archivo Josep Calvet.

Ya fuera el obispo Guitart el cliente de Moliné, ya fuera otro religioso al que la memoria familiar ha ido ascendiendo en el escalafón eclesiástico hasta convertirlo en prelado, lo cierto es que fue durante los primeros meses de la Guerra Civil un activo guía que condujo, dice Lourdes, hasta una veintena de expediciones de fugitivos -gente "de orden", religiosos amenazados o simplemente, y como ocurre en todas las guerras, hombres en edad militar que no querían ser enviados al frente- que buscaban la relativa seguridad que ofrecía Andorra y pasar desde aquí y a través de Francia al lado nacional. Y decimos relativa porque -porque como recuerda Josep Llangort, abuelo de Galindo y él mismo fugitivo de primera hora, "las continuas visitas a Escaldes de gente sospechosa de la Seo y los rumores de una posible agresión contra los refugiados mantenían un justificado estado de inquietud" entre la colonia de fugitivos instalada en Andorra. Entre las expediciones que Moliné guió por la montaña hubo una muy especial: "En febrero de 1938 nos cogió a mi madre y a mí y nos trajo a Andorra. Por lo que después contaban, los piececillos me salían de la mochila donde me habían encasquetado". En esta misma expedición ayudó a pasar a dos familias más de Calviñá, una de las cuales era la de casa Pedescoll.

Los Moliné se instalaron en casa Felícia de Escaldes, y el padre compaginó desde entonces el trabajo como agricultor con el contrabando, la tienda de ultramarinos que más adelante abrieron en casa Quimet y con los ocasionales servicios como guía que le reportaban unos ingresos extra. En su madurez Moliné raramente hablaba de estos años durísimos. Pero Lourdes recuerda haberle oído referirse a los "malos guías" que veían en el tráfico clandestino de refugiados una oportunidad para el enriquecimiento fácil. Siempre que no se tuvieran escrúpulos, claro. Es la leyenda negra de los pasadores, que arranca antes de la II Guerra Mundial. Una denominación, por cierto, esta de "pasadores", que vino después y que "en casa", dice Lourdes, "nunca se usó": "Mucha gente se quedó en la montaña; hubo guías que los abandonaban o que los mataban para quedarse con el dinero y las joyas que pudieran llevar encima. Se sabía quiénes eran, estos malos guías, y tenían la precaución de no salir de noche por temor a represalias..."

Como muchos otros colegas, Moliné era desde antes del estallido de la Guerra Civil un consumado contrabandista, aficionado a la caza y a la pesca y que conocía por lo tanto todos los rincones de las montañas entre la Seo y Andorra. Él y sus camaradas de correrías -entre los que Lourdes recuerda a Enric Muntanya- bajaban a la Seo con el fardo a cuestas... si no tenían la mala fortuna de dar con una patrulla de la guardia civil; entonces tocaba correr y, en caso extremo, abandonar el fardo -50 quilos de tabaco a la espalda- con la esperanza de que los guardias se contentaran con decomisar el fardo y su contenido.Con frecuencia era así, pero el susto en el cuerpo solo servía para ir tirando: "Los que se llenaban los bolsillos eran los que estaban en los dos extremos de la cadena". La peripecia de Moliné incluye ingresos en prisiones francesas y, siempre según la memoria familiar, un internamiento en el campo de Argelés, de donde dice Lourdes que finalmente escapó. Por supuesto que en esta trayectoria sucintamente esbozada quedan lagunas por cubrir, y datos y fechas por verificar. Pero mola rescatar del olvido a un coetáneo de Cirera -el guía de san Josemaría- y hermano mayor de los Baldrich, Català y compañía.

La Seo, julio de 1936: entre el terror, la sangre y el éxodo
El obispo Guitart fue uno de las decenas, probablemente centenares de fugitivos de la Seo y comarca que en los primeros meses de la Guerra Civil se refugiaron en Andorra huyendo del terror rojo. Para llegar a entender la anarquía y la barbarie que señorearon en la época al otro lado de la frontera del río Runer conviene echarle un vistazo a La Seu, 1936. Galindo deja en él constancia de los asesinatos perpetrados en la ciudad entre el 22 de julio y el 11 de octubre de ese año, con episodios especialmente brutales como la caza de Ángel Ballarà, armero de la Seo, que logra huir de su casa, adonde lo han ido a buscar a medianoche, pero es perseguido hasta ser herido en una pierna y rematado en la Isla.

O el de los hermanos Lluís e Ignasi Tarragona, los dos introducidos a la fuerza en un coche la noche del 2 de septiembre, tiroteados y abandonados en Tavèrnoles, donde al día siguiente aparecieron sus cadáveres carbonizados. Sin olvidar las ejecuciones sumarísimas que tuvieron lugar los días 9, 10 y 11 de octubre en el cementerio de la Seo, con dos decenas más de víctima entre los cuales se encontraba Jaume Cebrià, que tuvo la ocurrencia, cuenta Galindo, de no morir a la primera descarga y a quien el enterrador encontró a la mañana siguiente cogido a la reja del camposanto: lo remató in situ. Entre la larga lista de fugitivos del Alto Urgel que pudieron huir a tiempo y que se refugiaron en Andorra, de paso o definitivamente, Galindo cita casos como los del vicario Fornesa, Llovera, Borró, Sinca, Pellicer, Ingla, Roca, Albiña, Cerqueda, Llinàs, Guardiet, Revés, Navarro y el secretario del obispo, Piquer. Así como las catorce monjas y novicias de la Sagrada Familia que el 27 de julio pasan a Andorra con la ayuda de un guía. Quien sabe si la de nuestro Moliné...

[Esta entrada es una versión ampliada de un artículo publicado el 10 de noviembre de 2014 en el Diari d'Andorra]

sábado, 1 de marzo de 2014

El último viaje de Joan Català

Muere en la Seo de Urgel el veterano anarquista y pasador de hombres durante la II Guerra Mundial.

En enero de 2012 nos dejaba Joaquim Baldrich, pedazo de hombre que hace una década rompió medio siglo de silencio y aireó la heroica, fascinante peripecia de los pasadores de hombres. Ya saben: antiguos combatientes republicanos, contrabandistas o simplemente aventureros que se pusieron durante la contienda al servicio de los aliados y ayudaron a huir de la Europa ocupada por los nazis a centenares, quien sabe si miles de fugitivos, pilotos abatidos sobre suelo alemán, judíos de todas las nacionalidades, franceses en edad militar y políticos de todas las tendencias. Baldrich era probablemente el más carismático de entre nuestros pasadores, aparte del primero de estos hombres de acción que habló abiertamente de su pasado. Pero no fue el único. Además de la cadena de Baldrich, que dirigía Antoni Forné desde el hotel Palanques de la Massana, durante la guerra operaron desde nuestro rincón de Pirineo otras muchas redes, células y grupos. En uno de ellos, el que dirigía desde Tolosa el anarquista aragonés Francisco Ponzán, se enroló Joan Català (Llavorsí, Lérida, 1913-la Seo de Urgel, Lérida, 2012), uno de los últimos supervivientes de aquella gesta, que murió el 14 de octubre [de 2012].  Tenía 99 años y un pasado tan plagado de peripecias de todos los colores que a veces costaba creer lo que contaba. Para que nadie hablara en su nombre él mismo lo explicó en El eterno descontento, atribulada autobiografía que merece la pena revisar para conocer desde dentro y en boca de unos de sus protagonistas algunos de los episodios más oscuros del siglo XX.

Català hojea un ejemplar de su autobiografia, El eterno descontento, en su domicilio de la Seo de Urgel, en el invierno de 2007. Fotografía: Màximus.

El caso es que la vida de Català es una y múltiple, como una matrioshka rusa. Y el historiador Josep Calvet, autoridad máxima sobre la materia, la ha reconstruido también en Las montañas de la libertad. Pasará probablemente a nuestra pequeña historia pirenaica como miembro del grupo Ponzán, como correo de la central anarquista CNT y como agente libre al servicio del consulado británico de Barcelona. Pero su trayectoria bélica arranca con la Guerra Civil española -voluntario primero en la celebre columna Durruti, espía al final de la contienda del Servei d'informació especial perifèric, el SIEP, donde contactó con Ponzán- y continúa tras la derrota republicana: se evade del campo de concentración de Vernet, se refugia en Andorra -en el hotel Paulet de Escaldes- y se recicla como contrabandista, como tantos otros de sus colegas. Ponzán lo ficha entonces como correo para su cadena, en 1940 es detenido en Cádiz, ingresa en prisión y protagoniza la primera de sus fugas: de la madrileña prisión del Cisne. Regresa a Andorra, de nuevo al servicio de Ponzán, pero ahora ya como pasador, utilizando en sus misiones las rutas que cruzaban el Pirineo por Andorra y la Cerdaña, a pie hasta Manresa, donde cogían el tren hasta Barcelona.

El destino final, como es sabido, era el consulado británico ubicado inicialmente en la plaza Urquinaona. En 1941 vuelve a caer, esta vez en la estación de Francia de Barcelona y en compañía de dos pilotos aliados. Otra vez es encerrado y por segunda ocasión se fuga; la historia se repetirá en 1942 y el 1943, y Català se convierte con toda legitimidad en el Houidini de los pasadores. En fin, que desarticulado el grupo Ponzán -al servicio a su vez de la Línea Pat O'Leary, mantenida por los servicios secretos de Churchill- Català se pone directamente a las órdenes del Servicio de Operaciones Especiales de Su Graciosa Majestad y se especializa -dice Calvet- en ayudar a cruzar los Pirineos a militares polacos, bien por la ruta de la Cerdaña o por los mucho más accesibles -y por eso mismo, mucho más vigilados- pasos del Ampurdán. Hasta que el 25 de junio de 1944 es de nuevo capturado en Adrall por la policía franquista.

Termina aquí la segunda vida de Català, la de pasador, y comienza la de fugitivo: en 1946 es condenado a 12 años de prisión, pero para mantener la tradición al año siguiente se escapa del penal madrileño de Carabanchel; pasa a Francia, donde es nuevamente detenido -por indocumentado, ¿les suena?- y liberado, decía, gracias a la intervención de los servicios secretos galos y en reconocimiento a su papel en las cadenas de evasión durante la guerra. No tendrá tanta suerte en 1951: la policía lo pilla tras atracar un furgón correo en Lyon: pasará los siguientes 14 años como inquilino de las prisiones francesas. Sale en liberad en 1965 y se instala otra vez en Andorra, penúltima estación antes de recalar definitivamente, ahora sí, en La Seo. Una vida como se ve intensa como pocas, hoy difícilmente concebible -fuera de la gran pantalla, claro- y una mezcla de heroísmo, temeridad n inconsciencia que a veces parece salida de una entrega de Hazañas bélicas, y otras, de un reportaje de El Caso, y que él aliñaba con silencios y sobreentendidos que la hacían todavía más suculenta. Sus últimos años, especialmente a partir de la publicación de El eterno descontento, recibió el reconocimiento público que casi siempre le fue esquivo.

[Este artículo se publicó el 17 de octubre de 2012 en El Periòdic d'Andorra]


jueves, 20 de febrero de 2014

Camina, Quimet, camina

Muere a los 95 años Joaquim Baldrich, penúltimo superviviente de la red de pasadores que Antoni Forné dirigía desde el hotel Palanques de la Massana.

Lo que no pudieron ni la Gestapo nazi ni la Guardia Civil española ni los gendarmes franceses, ni tampoco las delaciones de los topos infiltrados en las redes de pasadores en que militó durante la II Guerra Mundial lo consiguió ayer la edad, estos 95 años que en los últimos tiempos le habían minado fatalmente la salud y que se lo llevaron definitivamente ayer. Con la desaparición de Joaquim Baldrich (el Pla de Santa Maria, Tarragona, 1917-Escaldes, Andorra, 2012) se nos va uno de los últimos supervivientes del que es, probablemente, el capítulo más fascinante del siglo XX andorrano: el que entre 1941 y 1944 escribieron las decenas de hombres de acción y de convicción que, como el mismo Baldrich, se enrolaron en las redes de pasadores para conducir hasta la seguridad del cosulado británico en Barcelona a centenares de pilotos aliados abatidos en los cielos de la Europa ocupada, a judíos de todas las nacionalidades que huían de la Solución Final, a franceses en edad militar que pretendían evitar el Servicio de Trabajo Obligatorio impuesto por los alemanes, y a políticos de todos los colores que huían de la tiranía nazi.

Fueron en total 380 los hombres y mujeres que él contribuyó a salvar, según recordaba Baldrich en las entrevistas en que se prodigó en sus últimos años. Cuatro centenares de fugitivos que requirieron de unos cuarenta peligrosos viajes entre Andorra y Barcelona. Baldrich se había puesto a las órdenes de Antoni Forné, antiguo militante del POUM -su historia es bien conocida- que terminada la Guerra Civil se instaló en la Massana y que dirigía desde el hotel Palanques una de las redes de pasadores que operaban desde nuestro rincón del Pirineo. Forné era el cerebro, el contacto del MI6, el legendario servicio exterior británico; Baldrich, el hombre de acción, perfecto conocedor del terreno gracias al entrenamiento de sus años como contrabandista, y el encargado de guiar a las partidas de refugiados hasta su destino final: Barcelona.

Baldrich inaugura el monumento en honor a los pasadores de la cadena del Palanques erigido frente al hostal, en la Massana: era el 17 de enero de 2006. Fotografía: El Periòdic d'Andorra.

Baldrich, con el uniforme de brigadista, en el frente de Madrid. Fotografía: La batalla del Pirineu.

La red de Forné la completaban Salvador Calvet, Josep Mompel, Alfredo Vicente Conejos y Eduardo Molné, hijo del Palanques y que es hoy, con la desaparición de Baldrich, el último superviviente de la cadena. Precisamente Molné evocaba ayer la figura proteica de su compañero de fatigas, "un hombre valiente", decía, "que tuvo un papel destacadísimo en la red y que se jugó muchas veces el pellejo". Hay que decir que Baldrich exhibía con legítimo orgullo el gito de los cerca de 400 hombres que condujo hasta Barcelona sin haber perdido jamás a ninguno, ni sufrir ni un solo encontronazo con la policía franquista. Sólo en dos ocasiones se vio en la tesitura de recurrir a la Parabellum y al naranjero que lo acompañaban en sus viajes: en Tarascón, la única vez que cometió la imprudencia de ir a recoger a un grupo de fugitivos a territorio francés, y en que fue interceptado por la Gestapo, nada menos; y de vuelta de una de sus excursiones a Barcelona, cuabndo una pareja de la Guardia Civil subió a su mismo autobús de línea -de Berga a la Seo- y se pusieron a comprobar la documentación del pasaje. Así lo recordaba el mismo Balrich en una entrevista publicada en 2003 en el semanario Informacions: "Terminada una misión, normalmente regresaba a pie desde Manresa .Pero aquel día decidí coger el autobús. ¡Menuda ocurrencia! En cuanto los vi subir pensé que los tendría que liquidar allí mismo. Nunca he tenido pasaporte; mi único salvoconducto era mi parabellum, y no podía dejar que me pillaran porque en mi pueblo me acusaban de 83 asesinatos: ¡me habrían liquidado a mí! Tuve suerte: se bajaron del autobús antes de llegar a mi asiento. Pero los habría matado".

Así era y así se expresaba Qiomet Baldrich, a quien Claude Benet -que lo convirtió con toda justicia en unno de los protagonistas de Guies, fugitius i espies, la obra canónica sobre los pasadores- reconocía ayer el doble mérito de haber optado por el bando de la democracia en un momento en que no era precisamente la elección más fácil -ni en España, ni en Francia ni tampoco en Andorra- y de haber hablado antes que nadie, cuando el tema parecía todavía carne de tabús y de prejuicios, "sin miedo, sin medias tintas y con un lenguaje llano, a diferencia de otros que se llenaron la boca y que hablaron mucho pero que en cambio bien poca cosa hicieron". También lo puso como referencia ética, "porque supo escoger su camino y mantenerse firme en sus convicciones antifascistas y de hombre de izquierdas; es, en definitiva, la clase de hombre que deberíamos tener en mente en los momentos de incertidumbre como los actuales". En un sentido similar se refirió a nuestro hombre el historiador catalán Josep Calvet (Las montañas de la libertad): "Baldrich es el prototipo de pasador: un hombre de acción que, a diferencia de Viadiu y Forné, que operaban desde la retaguardia, se jugaba la vida en cada salida".

De la Tierra y Libertad al fardo de contrabandista
La de Joaquim Baldrich -todo el mundo le llamaba Quimet y, en sus años mozos, Barrabum, por su temprana pasión por las carreras ciclistas, que practicó en la juventud- es la historia de un luchador: joven militante anarquista por vía paterna, durante la Guerra Civil se enroló en la 153 brigada mixta, la célebre columna Tierra y Libertad, con la que combatio en los frentes de Madrid y Guadalajara. El fin de la contienda lo pilló en la capital española, así que cogió, regresó a pie hasta Tarragona, y como en el Pla de Santa María -su pueblo, rebautizado el Pla de Cabra durante la República- lo acusaban de 83 asesinatos, nada menos "Nunca maté a nadie", aseguraba- optó por continuar hasta Andorra, donde entró el 14 de agosto de 1939. Por Seturia, como Verdaguer medio siglo antes. Ejerció de mozo, de chofer, de transportista y de contrabandista. Un trabajo, este último, que le sirvió de escuela para el oficio de guía, y que ejerció hasta bien entrados los años 60.

Últimas noticias de los pasadores
La batalla del Pirineu recoge en un volumen los textos de la exposición que en 2007 desfiló por el Museu del Tabac de Sant Julià de Lòria (Andorra)

A veces, las casualidades traen incorporadas un no sé qué de premonitorio y vagamente inquietante: el traspaso de Baldrich coincide con la llegada a las librerías de la última monografía sobre los pasadores, La batalla del Pirineu (Garsineu), que firman a seis manos los historiadores Josep Calvet, Annie Rieu-Mias y Noemí Riudor, que lleva un muy ilustrativo y todavía más prometedor subtítulo: Xarxes d'informació i d'evasió aliades al Pallars Sobirà, l'Alt Urgell i Andorra durant la Segona Guerra Mundial. De hecho, se trata de una versión felizmente ampliada de la exposición homónima que en 2007 recaló en el Museu del Tabac de Sant Julià de Lòria (Andorra). Con todo lo que entonces se quedó en el tintero, para entendernos. Así que para untar pan, empezando por el extenso y sabroso capítulo consagrado a la red Wi-Wi que firma Rieu y que en buena parte protagoniza el padre de la historiadora. El apartado andorrano completa y sintetiza en dos ddcenas de densas páginas mucha de la información previamente publicada por Calvet en Las montañas de la libertad y por Claude Benet en Guies, fugitius i espies, y nuestro Baldrich ocupa, por descontado, un destacadísimo lugar.

Mapa con los itinerarios entre Andorra y barcelona que seguían los fugitivos que recogía la cadena de Baldrich. Infografía: Noemí Riudor / La batalla del Pirineu.

Además de Baldrich, los otros pasadores andorranos (o asimilados) que pululan por La batalla del Pirineu son Lluís Solà, el último superviviente de las cadenas de evasión, junto con Eduardo Molné; Joan Català, nacido en el Pallars, hoy instalado en la Seo; y un tal Joan sastre, alias En Joan de les Ulleretes o Xiquet de Fórnols, al servicio por lo que parece del Deuxième Bureau francés. También reseña el volumen las supuestas actividades semiclandestinas del coronal Baulard y -atención- de mosén Jaume Argelagós, y por supuesto las de Forné y Viadiu. Calvet presta a esta última atención especial, así como a las de los tres hombres de confianza de Viadiu -Laurentino Parramon y Modest Campmajó, nacidos en Josa del Cadí (Alto Urgel), y Josep Ibern, hijo de Àger (la Cerdaña). Y amplía para terminar el oscuro episodio de Lázaro Cabrero, el guía aragonés juzgado en 1953 en Foix (y absuelto, por cierto) por la muerte en la montaña, once años antes, del periodista (y fugitivo judío) Jacques Grumbach, en uno de los escasos capítulos de la leyenda negra que se han podido documentar fehacientemente. Ya que hablamos de la leyenda negra, Baldrich recordaba un caso que no aparece en el volumen, y que recordaba en 2003 en la revista Informacions a propósito también de dos duías aragoneses acababan de incorporarse a la cadena del Palanques: "Volviendo un día a pie de Aix-les-Bains, cuando cruzábamos el Port Negre, oigo que uno le dice al otro: 'Aquí descansan'. '¿Quién descansa ahí?', les pregunté. 'Nada, un par de tipos'. Y efectivamente, el brazo de uno de aquellos desgraciados emergía de la nieve. Se habían tirado a las mujeres y después se los habían cargado a todos. Al llegar al Palanques le advertí a Forné que no quería volver a ver a aquellos dos. Y así fue". Baldrich: genio y figura.

[Este obituario se publicó el 3 de enero de 2012 en El Periòdic d'Andorra]

lunes, 27 de enero de 2014

Paso clandestino: teoría y práctica

Claude Benet reconstruye en 'Guies, fugitius i espies' el papel de Andorra en las redes de evasión durante la II Guerra Mundial; compila el testimonio inédito de pasadores locales y de refugiados que cruzaron los Pirineos por el Principado.

E. Lloyd y H. Turnbull, soldados de artillería del ejército británico, fueron afortunados. Muy afortunados. Capturados por los alemanes en la localidad de St. Valéry-sur-Somme, al noroeste de Francia, el 12 de junio 1940, exactamente un año después llegaban a Gibraltar para ser repatriados hacia Inglaterra y reincorporarse el 1r regimiento de artillería montada de Su Graciosa Majestad. Había una guerra que había que ganar, ahí fuera. El periplo de estos dos hombre hacia la libertad se alargó doce meses desde que se escaparon de Frevent, el 23 de junio de 1940, aprovechando un despiste de sus captores: su ruta pasa por Aquest, Plouy, Amiens y Marly-le-Roi, contando siempre con la ayuda y la complicidad de la población local, lo que no deja de tener mérito porque en 1940 la mayoría de los franceses todavía no tenían muy claro de qué lado estaban, si es que estaban de alguno. No olvidemos que la mayor parte de Francia ha sido ocupada, y que a Pétain le han dejado un rinconcito simbólico: Vichy.

El caso es que en Marly-le-Roi los acoge el jefe de la policía local y que es él mismo quien se encarga de conducirlos en tren hasta París, donde los enchufa en el expreso de Toulouse. Llegan a esta ciudad el 10 de agosto, los detiene la policía -no tan acogedora como la de Marly, por lo visto, pero vuelven a escaparse y, ahora a pie, pasan por Pamiers y Foix y llegan el 27 de agosto a Tarascón. El 1 de septiembre, la misma familia que se la ha jugado ofreciéndoles refugio durante cuatro días los ayuda a cruzar hasta Andorra: la salvación. Ocho meses en un hotel -quizás el Coma de Ordino un clásico de estos menesteres- a cuenta del consulado británico en Barcelona y de sus contactos sobre el terreno -quizás Francesc Areny, de casa Bonavida de Ordino- y el 18 de mayo de 1941 reciben la orden de unirse a unos contrabandistas que los conducirán hasta España y los empaquetarán en coche hacia Barcelona. El 6 de junio, ya se ha dicho, pisan Gibraltar, y diez días más tarde están de nuevo en Inglaterra.

Guies, fugitius i espies es la primera monografía centrada en el papel de Andorra en las redes de evasión de la II Guerra Mundial; además del testimonio de los pasadores supervivientes, la principal aportación de Benet son las docenas de relatos de los mismos fugitivos que cruzaron los Pirineos por Andorra. Fotografía: Tony Lara / El Periòdic d'Andorra.

Lloyd y Turnbull tuvieron toda la fortuna que les faltó al teniente Harold Bailey y a los sargentos Francis Owens y William B. Plasket. Los tres eran tripulantes de sendos bombarderos de la USAF abatidos sobre París, Stuttgart y Normandía entre julio y septiembre de 1943, y después de una muy cinematográfica peripecia fueron a morir de frío y de puro agotamiento en el Pla de l'Estany, bajo el Comapedrosa, el 25 de octubre, cuando tenían la libertad a un paso. Los cuerpos de los tres militares fueron descubiertos al cabo de un año, enterrados en el cementerio viejo de Arinsal y exhumados en 1950 por el ejército norteamericano.

Historias de refugiados
Lloyd, Turnbull, Bailey, Owens i Plasket son sólo cinco de los casos pacientemente reconstruidos por Claude Benet en Guies, fugitius i espies: camins de pas per Andorra durant la II Guerra Mundial, publicado por Editorial Andorra. Una obra minuciosa y magnética, que tiene el mérito indiscutible de los testimonios rigurosamente inéditos que el autor aporta: de los pasadores que operaron en este sector de los Pirineos, claro, pero también y sobre todo de los fugitivos para los cuales Andorra se convirtió en sinónimo de libertad. Entre los primeros figuran los casos ya conocidos de Joaquim Baldrich y Lluís Solà, los últimos supervivientes de la epopeya, al lado de Vicenç Conejos, Salvador Calvet y Josep Monpel, ya desaparecidos: hombres de acción a los que Benet prefiere denominar "caminadores" antes que "pasadores", y que eran los que se jugaban el pellejo en primera línea conduciendo por las montañas los convoyes de refugiados. Pero la lista elaborada por Benet es mucho más extensa: Enric Comas Cases, Antonio Guitar, Josep Ibern, Alphonse Courtade, André Benigos, Émile Delpy, Joan Català, Joan Benazet... Entre los "organizadores", los contactos locales del MI-9 que recibían el aviso de la llegada de un grupo de fugitivos, gestionaban su recogida y organizaban el trayecto final hasta el consulado británico, cita los casos también conocidos de Francesc Viadiu y su -dice- mano derecha, Antoni Forné, y rescata del olvido la figura prominente de Francesc Areny Naudi, el Cisquet de Canillo.

Pero la mayor aportación de Guies, fugitius i espies son con toda seguridad las docenas de relatos de fugitivos, desde judíos que huían de la Solución Final -la berlinesa Lilo Kohen y el nantés Maurice Rothel, entre otros- hasta jóvenes franceses que querían ahorrarse el Servicio de Trabajo Obligatoio en Alemania o enrolarse en los ejércitos de la Francia Libre -Paul Jordan, Roger Estournel, Geroges Tamissier, André Castan y el joven Grosjean, muerto de frío en la montaña y enterrado en el cementerio viejo de Llorts- y pilotos aliados, claro -Joe Cackle, Maurice Collins, James Cobbs, George Stillwell... Benet ha buceado en archivos catalanes, franceses, británicos e israelíes; comunales, departamentales, nacionales e institucionales. Todos ellos le han abierto generosa y naturalmente las puertas: para eso existen. Todos, excepto uno: el del Obispado de Urgel, con la excusa difícilmente creíble de que "no hay documentación sobre esta materia". La conclusión de las casi 300 páginas de Guies, fugitius i espies es que Andorra fue durante la contienda, y en general, "tierra de acogida, donde se trató razonablemente a los refugiados y no se entregó jamás a ninguno a los alemanes". En medio del marasmo, no es poco orgullo.

[Este artículo se publicó el 4 de noviembre de 2009 en El Periòdic d'Andorra]