Incursiones relámpago, estilo Sturmtruppen, en episodios que tuvieron lugar en Andorra y cercanías durante la Guerra Civil española, la II Guerra Mundial y las dos postguerras, con ocasionales singladuras a alta mar, a ultramar y si conviene incluso más allá.
[Fotografía de portada: El Pas de la Casa (Andorra), 16 de enero de 1944. La esvástica ondea en el mástil del puesto de la aduana francesa. Copyright: Fondo Francesc Pantebre / Archivo Nacional de Andorra]

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martes, 18 de marzo de 2014

Sala Rose: "González Ruano fue un personaje profundamente amoral, un oportunista y un egoista"

González Ruano... ¡¿un vulgar estafador que se dedicaba al sucio negocio de extorsionar a los fugitivos judíos que intentaban huir de la Francia ocupada a través de los Pirineos?! Pues esta es la tesis de El marqués y la esvástica (Anagrama), un tocho de 500 páginas en que la filóloga y germanista Rosa Sala Rose y el periodista Plàcid Garcia-Planas, reportero de La Vanguardia, cartografían la nada gloriosa peripecia del autor de Mi medio siglo se confiesa a medias en el París ocupado. El resultado es demoledor, una lectura tan subyugante como inquietante... aunque no consigan su propósito: demostrar la implicación de Ruano (Madrid, 1903-1965) en la matanza organizada de judíos por falsos pasadores. Pero se quedan cerca, muy cerca.

La filóloga y germanista Rosa Sala Rose, autora, entre otros, del Diccionario crítico de mitos y símbolos del nazismo y de La penúltima frontera, vuelve ahora a la carga con El marqués y la esvástica, a cuatro manos con Plàcid Garcia-Planas y que se abre con la sorprendente confesión de un íntimo de nuestro hombre: "A César le hubiera entusiasmado este libro". Pues a eso se le llama masoquismo... Fotografía: Daniela Dentel.


-Conclusión: González Ruano fue un extorsionador, un estafador, pero no un asesino...
-Lo único que tenemos es el testimonio de Pons Prades en Los senderos de la libertad, y las notas manuscritas que se conservan en su archivo personal y que difieren sensiblemente de lo publicado en su libro. Ciertamente, no lo pudimos probar... pero tampoco desmentir. Aunque evidentemente hay que respetar la presunción de inocencia.

-De lo que no caben dudas es de su participación en el tráfico de judíos.
-Lo hemos demostrado. Como también que denunció a sus compañeros de celda en la prisión de Cherche Midi donde lo encerró tres meses la Gestapo. También hemos averiguado que los tribunales franceses lo juzgaron y condenaron por estos hechos a 20 años de trabajos forzados.

-¿Cómo se les escapó un detalle como éste a sus biógrafos?
-Es extraño porque él mismo lo cuenta, aunque sea de refilón, en un rincón de sus diarios. En ellos admite que su situación legal en Francia es confusa, sabe que lo han condenado pero parece que no conoce la sentencia. Por raro que parezca, es un hecho en el que no había reparado hasta ahora ningún ruanista, y desde luego nadie había localizado el proceso. Quizás porque no lo habían buscado. Nosotros, sí.

-¿Cuál es concretamente el delito por el que lo condenan?
-Oficialmente, por "inteligencia con el enemigo", que es un concepto algo muy flexible. Si examinamos el sumario, comprobamos que básicamente lo procesan por haber delatado a sus compañeros de celda, en su mayor parte resistentes, y de los que había ejercido como confidente. Se chivó por ejemplo del sistema clandestino de correo en el interior de la prisión, y de que uno de los reclusos guardaba una lima en la celda, en la mejor tradición carcelaria. Lo más insidioso no es la delación en sí, sino que no cantó bajo tortura: les delató voluntariamente. Entre la documentación del sumario se conserva la denuncia de uno de ellos: cuenta la falsa promesa de tráfico de influencias que le había hecho a un judío encerrado con Ruano en Cherche Midi. Pues bien: Ruano salió a los tres meses; el judío aquel murió en Auschwitz.

-¿Cómo es que acabó en manos de la Gestapo?
-Esta es la gran pregunta. A juzgar por lo que cuenta Joan Estelrich en sus Dietaris -testimonio especialmente fiable porque fue compañero de Ruano, escribe justo después de estos hechos y sus Dietaris no estaban destinados a ser publicados- parece que la Gestapo estaba convencida de que Ruano prestaba desinteresadamente ayuda a los judíos que pretendían huir de Francia. Sólo después de los interrogatorios y registros llegan a la conclusión de que se trata de un simple, de un vulgar estafador, como él mismo admitió a sus interrogadores.

-Al negocio de la extorsión, ¿se dedica de forma puntual o sistemática?
-Desde luego no fue un caso sólo. Tenemos constancia del judío que compartió con él la celda de Cherche Midi, y también nos consta que desvalijó el piso de otro judío que tuvo que huir y que le dejó su casa, 850 metros cuadrados en la mejor zona de París, a Ruiz Aranda, que a su vez se la prestó a Ruano, que era amigo suyo. Nos pusimos en contacto con el hijo de Aranda, que nos aportó un testimonio muy interesante: entre otras cosas nos contó que Ruano se dedicó a ir vendiendo los muebles y las obras de arte que encontró en el piso.

-Después de estos tres años de investigación y de estas 500 demoledoras páginas, ¿cómo juzga a González Ruano?
-Era un oportunista dispuesto a cualquier cosa por dinero. Y esto lo dicen tanto los fascistas italianos como la Gestapo y los mismos tribunales franceses que lo juzgaron. A mi entender, lo mas grave es que violó sistemáticamente todos los códigos deontológicos imaginables, trabajando al dictado del ministerio de propaganda nazi. Llegó incluso a firmar artículos escritos por otros, y eran siempre piezas de un antisemitismo furibundo, hasta el punto que la misma Falange tuvo que llamarle la atención. Y lo que me parece todavía más grave es que un individuo de esta calaña diera hasta este mismo año nombre a uno de los premios de periodismo mejor dotados... ¡del mundo!

-Le han cambiado el nombre y lo han dejado en premio Mapfre, por la fundación que lo patrocina. ¿Por su culpa, quizás?
-Desde la Fundación Mapfre lo niegan; pero nos consta que es así.

-¿Cómo ha afectado el descubrimiento del lado oscuro de González Ruano a la percepción que usted tenía de su obra?
-Es un escritor de talento irregular pero con momentos realmente brillantes. Me interesan mucho su obra memorialística y sus diarios, y algunas de sus crónicas. Pero estamos ante el viejo dilema sobre si el hecho de que escribiera más o menos bien permite que se le perdone todo lo demás. Es un discusión bizantina, y al final nos encontramos ante un personaje profundamente amoral, un oportunista, un egoista que estaba convencido de que había nacido para ser príncipe, nada menos -y es capaz de decirlo él mismo- y que se pasó la vida pensando que el mundo le debía lo mejor. Si no se lo daba, se lo tomaba. Arrastró toda su vida este síndrome de hijo único y mimado.

-Pues la detención a manos de la Gestapo debió de ser un golpe de dura realidad.
-Fueron tres meses. En realidad no lo torturaron. No le tocaron un pelo, salvo un simulacro de fusilamiento que él mismo cuenta y que no hemos podido comprobar, aunque es posible que así fuera. Estos tres meses fueron probablemente la experiencia más intensa de su vida.. Tanto, que en su obra posterior sigue dándole vueltas a esta experiencia, llega incluso a hacer literatura con las confidencias de los compañeros de celda a los que luego delató a la Gestapo. Era, en fin, un hombre obsesionado con las joyas y con el sexo, con vicios caros, especialmente en el París ocupado. Esto le obligaba a buscar dinero de donde fuese, y sin tener en cuenta las consecuencias que esto pudiera acarrearles a los demás.

-Vayamos a la sección andorrana de El marqués y la esvástica. Con Puigdellívol pasa algo parecido que con González Ruano, pero sin sombras probadas: le someten a un juicio sumarísimo para acabar exculpándolo de toda sospecha.
-Más que nosotros, quien le somete a juicio son los tribunales franceses...

-...que también lo terminaron exculpando, como recogen en el libro. ¿Tuvo quizá Puigdellívol la mala suere de que lo citara Bayo en Reporter y de que haya dejado rastro documental? Lo digo porque todos los que han hurgado en su papel en el paso de fugitivos no han conseguido involucrarlo en la leyenda negra, por mucho que lo han intentado.
-Es cierto, pero el capítulo tiene cierta relevancia porque explica con cifras y datos concretos cómo funcionaba el negocio del pasaje de judíos. A Puigdellívol le hemos incorporado al libro porque uno de los testimonios que cita Pons Prades y del que partimos es el pasaje de judíos en camiones. Algo que no estaba al alcance de muchos pasadores en una época en que los controles, aduaneros y volantes, era constantes y muy estrictos. Hacían falta salvoconductos para todo, y el hecho de pasar a fugitivos judíos en camiones conducidos por militares alemanes lo convierte en un caso único, excepcional.

-Citan también a Barberan.
-Así es, aunque él en camiones sólo pasaba mercancías de contrabando; a los judíos los pasaba a pie, disfrazados de contrabandistas y con la colaboración también de soldados alemanes. Un caso sin duda insólito. El caso es que nos llamó la atención que Puigdellívol utilizara camiones, porque este detalle coincidía con el testimonio del que parte la investigación. Hemos intentado ir analizando todos los elementos, ofreciéndoselos al lector para que él extraiga sus conclusiones. Puigdellívol tenía además confidentes de la Gestapo en su equipo. Todo esto puede no significar nada, pero implica una serie de connivencias y sobornos y, desde luego, es un juego preligroso.

-Que se lo digan a él, que terminó en Buchenwald.
-Sí: con los miembros de su cadena y los judíos que transportaba el día que lo capturaron.

-Hagamos balance: en el libro registran cuatro "matanzas" en zona de -digamos- influencia andorrana, con el resultado de diez fugitivos judíos muertos. En el contexto bélico y teniendo en cuenta de que por Andorra circularon probablemente miles de huidos -Baldrich decía que había pasado a cerca de 300- no parece que sea lo más propio hablar de "matanzas masivas" como hace Daniel Arasa, uno de los expertos que citan en El marqués y las esvástica.
-Hay que tener en cuenta que documentar este tipo de muertes es dificilísimo. La única manera de hacerlo de forma fehaciente es desenterrando fosas, y en el epílogo contamos que han aparecido fuentes de última hora, y fidedignas, de que en Andorra, cuando se descubrían restos humanos sospechosos al levantar por ejemplo un edificio, la práctica habitual era cubrirlos sin avisar a nadie. Estas muertes raramente dejan rastro en los archivos, aunque tal vez puedan encontrarse en uno que nos ha cerrado la puerta a cal y canto: el del obispado de Urgel.

-Un clásico.
-Es un fortín. No hubo manera. Aunque, ¿qué rastro documental podemos esperar que se conserve ahí? Sus parientes quizás sabían que una familia de judíos atrapados en la ratonera europea tenía intención de huir pasando por Andorra. Pero incluso esto es mucho suponer, una huida así no es algo que se anuncie por correo. Supongamos que los familiares estaban informados de que iban a cruzar por Andorra, pero que nunca llegaron. ¿Qué hacen? ¿Dirigirse a gobiernos hostiles como los de la España franquista o la Francia de Pétain para interesarse por estas personas? Si así ocurrió, quizás podríamos encontrar correspondencia de este tipo en el archivo del obispado.

-El capítulo final en Envalira, armados con un detector de metales a la búsqueda de restos humanos en la curva de la muerte... ¿Es una escenificación, una licencia digamos literaria, o tenían de verdad la esperanza de encontrar algo?
-No fue una escenificación, sino un pronto. No queríamos dejar ningún cabo suelto, y por una serie de motivos que explicamos en el libro creíamos que esa zona de frontera era ideal para una matanza de este tipo. Todos los indicios apuntaban a este lugar. Fuimos con un arqueólogo, Albert Roig, que nos hizo ver que si alguna vez hubo allí cadáveres enterrados, el deshielo y las riadas se los habrían llevado tiempo atrás.

-Para terminar: buena parte de la leyenda negra nace con los reportajes de Eliseo Bayo para Reporter. Y para mi gran sorpresa, el propio Bayo admite en el libro que pudo ser engañado. Y surge la sospecha de que quizás en 1977, cuando escribió estos reportajes, ya tenía esta llamémosle intuición, y que a pesar de todo siguió adelante.
-No es justo. Los documentos que nos facilitó demuestran que él investiga honestamente una pista que cree cierta. No inventa ni fabula. Él vio y fotografió huesos. Lo que ocurre es que cuando uno paga por un testimonio inmediatamente surge la sospecha de si no será todo un montaje para hacerse con ese dinero. Bayo acepta esta posibilidad, y es cierto que Reporter era una revista amarillista. Pero dentro de sus parámetros él emprende una investigación honesta, busca testimonios, aporta documentos, visita los escenarios... Nadie hace todo esto si es consciente de que está contando una mentira.

-¿Decepcionados, con los resultados de sus pesquisas?
-Es muy difícil probar nada de esto sin la implicación a gran escala del gobierno [de Andorra]. Hemos removido cielo y tierra, hemos hablado con Bayo -cosa nada fácil y que no había conseguido hasta ahora ningún historiador- hemos desenterrado el proceso de Puigdellívol, que no demuestra que estuviera implicado en la entrega de judíos, pero sí que lo estuvo en una red de salida de jerarcas nazis a través de un bar de Hospitalet que regentaba su familia. Hemos desentrañado cómo funcionaba la maquinaria económica de este tipo de pasaje y, en fin, hemos rescatado el testimonio de Barberan, que como el de Pons Prades, estaba bastante olvidado.

viernes, 14 de marzo de 2014

González Ruano, los camiones y la leyenda negra

Sala Rose y Garcia-Planas retratan el lado oscuro del autor de Mi medio siglo se confiesa a medias y revisan el mito de los pasadores en El marqués y la esvástica: César González Ruano y los judíos en el París ocupado.

Comencemos por el final. Ya verán que merece por una vez la pena: imagine el lector que los autores de El marqués y la esvástica -el periodista Plàcid Garcia-Planas, reportero de guerra de La Vanguardia, y la filóloga y germanista Rosa Sala Rose- armados con un detector de metales y acompañados por un arqueólogo, caminan por los alrededores de cierta curva de la N-20, la carretera que une el Ospitalet, del lado francés, con el Pas de la Casa, la última población andorrana. Por la zona del río Palomeres: el Pla de la Vaca Morta. Buscan con más entusiasmo que esperanzas los restos -huesos, hebillas, cualquier cosa- de los fugitivos judíos que durante la II Guerra Mundial sospechan, fueron asesinados justo en este recóndito tramo de carretera por los pasadores que los iban a conducir a la libertad. A Andorra. Imagine también el lector que en un momento dado va Sala y en un arrebato de buena surte da, que sí, con un prometedor y alargado hueso: "¡Un húmero"!, se dice. Por fin, la prueba definitiva que han buscad sin éxito durante tres años de investigaciones que les han llevado a sumergirse por una veintena de archivos de ochos países. Lástima que el arqueólogo de la expedición les dé un baño de realismo: aquel pingajo no es lo que queda de un húmero humano, sino tan solo "un huso ovocaprino". La dura realidad, insiste el arqueólogo, es que si alguna vez aquel rincón de montaña sirvió como cementerio de los judíos asesinados por sus presuntos salvadores, hace tiempo que sus restos hubieran sido arrastrados por el deshielo.

César González Ruano, periodista y escritor, que residió entre 1942 y 1944 en el París ocupado por los nazis y a quien Sala Rose y Garcia-Planas vinculan con la extorsión de fugitivos judíos en El marqués y la esvástica. Hasta hace dos meses daba nombre al premio de periodismo mejor dotado de España -y del mundo entero-  patrocinado por la Fundación Mapfre, que casualmente decidió cambiarle el nombre ante la inminente publicación del libro. Fotografia: ABC.
El Pas de la Casa en los años 50: siguiendo por la N-20, ya en el lado francés, se encuentra la curva en que los autores sospechan que pudieron ser ametrallados los grupos de fugitivos judíos traicionados por sus supuestos guías. Fotografía: APA / El marqués y la esvástica.
Manfred Katz, confidente de la Gestapo del que autores insinúan que delató al grupo de Puigdellívol, capturado por la Gestapo en Mont-Lluís en junio de 1944. El pasador andorrano terminó de estas en Buchenwald, de donde no salió hasta la liberación de los campos con el fin de la II Guerra Mundial. Fotografía: El marqués y la esvastica.

Esta es la culminación pelín esperpéntica de El marqués y la esvástica, tocho de medio millar largo de páginas que sigue el rastro del escritor y periodista César González Ruano en el París ocupado de los primeros años 40, que prueba la infame participación del autor de Mi medio siglo se confiesa a medias en la extorsión de fugitivos judíos a los que ayudaba a abandonar Francia a través de los Pirineos, y que tirando del hilo fueron a parar a Puigcerdá, pongamos que en la primavera de 1943, cuando André Parent, aduanero francés de Bourg-madame y colaborador de la Resistencia, sospecha que la caravana de camiones Berliet parada en la frontera transporta en realidad un cargamento de hombres. Fugitivos judíos de camino hacia Andorra. Una pista que concuerda con otra más: la que dejó el exguerrillero anarquista Eduardo Pons Prades -el mismo que sostenía en El mensaje de otros mundos haber sido abducido, ejem, por un ovni en cierto paraje de la Cerdaña francesa- en Los senderos de la libertad: un libro relativamente reciente -lo publicó en 2002 La Rosa de los Vientos- que pasó por aquí totalmente desapercibido y donde el autor recoge el testimonio de un tal Rosenthal, ingeniero químico y judío de Coblenza.

Otro fugitivo, éste con la particularidad de que sobrevivió al ametrallamiento al que sus supuestos salvadores sometieron a su grupo de fugitivos de camino hacia la salvación: "Les dijeron que iban a entrar en Andorra a pie por la montaña y que en menos de una hora estarían a salvo. Pero de pronto estallaron ráfagas de ametralladora y el griterío de las víctimas. Como el ingeniero caminaba detrás del todo sólo fue alcanzado en un hombro. A la luz de las linternas los asesino se paseaban entre los moribundos a los que desvalijaban, luego abrieron una zanja en la que medio enterraron los cadáveres". Un testimonio que Pons Prades recogió a su vez de su compañero de armas Manuel Huet -ex nano d'Eroles durante la Guerra Civil y quien en 1946 se instaló, por cierto, en Andorra, muerto en 1984 a consecuencia de un accidente de tráfico. Auxiliado por un grupo de la Resistencia que lo rescató en la montaña y le hizo curar las heridas en Cacasona, nada menos que por el doctor Joaquim Trias, Rosenthal explicó cómo él y su grupo -incluidos sus padres y hermana- fueron engañados por un supuesto funcionario de la embajada española en París. Un funcionario que según Pons Prades y como el mismo maquis se encargó de confirmar, era ni más ni menos que González Ruano.

Esta es la principal revelación de El marqués y la esvástica, que no es propiamente un libro de historia sino la crónica de la investigación que los autores emprenden por media Europa para tratar de probar la implicación de Ruano en las escabechinas de fugitivos judíos que -sospechan- podían terminar en la curva de la Vaca Morta de la N-20. Sin demasiado éxito, todo sea dicho. Porque la conclusión final es que nuestro hombre de hoy se dedicó a la extorsión sistemática de los judíos que tenían la mala pata de ir a caer en sus garras, pero en cambio se reconocen incapaces de probar documentalmente los vínculos con las matanzas como aquella a la que Rosenthal sobrevivió. Por el camino exhuman el juicio al que Ruano fue sometido en Francia y que en 1947 lo condenó a 20 años de trabajos forzados por "inteligencia con el enemigo". Por concretar: colaboración con la Gestapo y delación de los reos -miembros de la Resistencia y un judíos que por lo visto acabó en Auschwitz- con los que durante tres meses compartió celda en la prisión de Cherche Midi. Cortesía, paradójicamente, de la Gestapo, que lo detuvo, sostienen los autores, creyéndolo cómplice en el paso clandestino de judíos, hasta que los convenció de que se trataba tan solo de un vulgar estafador. Estos tres meses de cautiverio le suministraron material que más tarde reutilizó en alguna de sus novelas, e incluye un oscuro episodio de simulacro de fusilamiento, por el que pasa de puntillas en sus diarios. Ni que decir tiene que Ruano no cumplió ni un solo día de los 20 años de trabajos forzados a los que fue condenado por los tribunales franceses: en 1947 hacía tres años que había regresado a España.

La leyenda negra: un balance (provisional)
Tozudos como son Sala Rose y Garcia-Planas siguen más pistas, y así es como -atención- Antoni Puigdellívol se cuela en esta historia: él era el único pasador, dicen los autores, que en la época se dedicaba a cruzar por la zona de Puigcerdá a grupos de fugitivos que cargaba en camiones... ¡conducidos por soldados alemanes! Untados, por supuesto. Un juego peligrosísimo, este de Puigdellívol, porque en junio de 1944 fue sorprendido por la Gestapo a la altura de Mont-Lluís al frente de una expedición. Puigdellívol acabó en Buchenwald, con su mano derecha, el también andorrano Pepito Gelabert, y el grupo que pretendía pasar. Parece que fue un confidente infiltrado en la cadena el que los delató. Y le ponen nombre: Manfed Katz, que tras la guerra se refugió en Barcelona. Puigdellívol, en fin, no saldría del campo de concentración hasta el final de la contienda, en mayo de 1945.

El caso es que este episodio no impidió que la justicia francesa le abriera en 1946 juicio: le acusaba de la muerte de madame Espira, una judía que formaba parte del convoy en que la Gestapo cazó al mismo Puigdellívol. El proceso se alargó dos años pero al final salió de él limpio como una patena: no se pudo probar la acusación, y el pasador contó con el aval de un reputado testimonio: el exministro de Defensa francés André Diethelm. Puigdellívol alegaba haber pasado a la mujer y a la hijastra de Diethelm; Sala y Garcia-Planas demuestran que no fue así. Un personaje, en fin, de claroscuros, como tantos que pululan por este libro, y del que también sacan a colación la controversia con Isabel del Castillo, que lo acusa en El incendio de haberse quedado con el dinero que le confió cuando la ayudaron a cruzar los Pirineos, y -todavía más inquietante- la supuesta implicación del bar que la familia regentaba en Hospitalet, Barcelona, en una trama que acabada la guerra se ocupaba de pasar a España a gerifaltes nazis como Georges Delfanne, alias Masuy, "sádico gestapista conocido por la invención del suplicio de la bañera". Glups.

Hay que añadir que Puigdellívol no fue el único pasador motorizado y que recurrió al soborno de los militares alemanes en el tráfico clandestino de hombres: en nuestro rincón de Pirineo hubo por lo menos otro, Paul Barberan, que utilizaba camiones para el contrabando de neumáticos por el Pas de la Casa, y que para pasar judíos había ideado un estratagema tan insólito como audaz y, por lo visto, eficaz: Barberan disfrazaba a sus fugitivos de contrabandistas, fardo incluido, y los hacía desfilar a pie por los pasos de montaña, con la aquiescencia y en ocasiones con la colaboración entusiasta como porteadores de los mismos alemanes. Claro que también Barberan acabó arrestado por la Gestapo, en abril de 1944. Con más suerte que Puigdellívol, porque tan solo tres días después lo encontramos sopechosamente en libertad. Sala especula que quizás la compró vendiendo al mismo Puigdellívol...

El marqués y la esvástica constituye, en fin, una mina de información, mucha de la cual rigurosamene inédita: los procesos de Ruano y Puigdellívol, por ejemplo, por no hablar de la aproximación digamos que contable al negocio del tráfico de fugitivos, con billetes que podían salir por la astronómica cifra de 100.000 francos por persona -es lo que Del Castillo sostiene haberle pagado a Puigdellívol- y  un beneficio neto por cada fugitivo efectivamente pasado que ascendía a 20.000 francos de media. Tiene también un interés mayúsculo el balance de la, ejem, leyenda negra: los autores han documentado cuatro "matanzas" de judíos -esto de "matanzas" lo dicen ellos- con una decena de víctimas en total: los dos matrimonios belgas que Joaquim Baldrich afirmaba haber visto semienterrados en la nieve cerca del Estany Negre, a los que habían liquidado dos guías aragoneses, Mulero y Trallero; Jacques Grumbach, diputado socialista francés y director del diario Le Populaire, a quien su guía, Lázaro Cabrero, decerrejó un tiro en la nuca: le costó un proceso en el que resultó sorprendentemente absuelto; el caso del matrimonio Allerhand, Gustave e Ida, judíos franceses que en septiembre de 1942 salieron de Ussats les Bains con destino a España de los que nunca más se tuvo noticia -reseñado por Josep Calvet en Las montañas de la libertad; y las tres chicas judías cuyos cadáveres José Bazán cuenta en sus memorias, Jo, un nen de la guerra, que fueron rescatados en 1942 del valle del Madriu (Andorra).

Diez muertos que constituyen indudablemente diez tragedias, pero que difícilmente admiten la cualificación de "matanzas", sobre todo si tenemos en cuenta no sólo el contexto bélico sino también que por Andorra cruzaron miles de fugitivos: el mismo Baldrich afirmaba haber pasado más de 300, aunque los autores sospechan que hay muchísimos casos más que no se podrán probar jamás por la misma naturaleza del paso clandestino... y si no aparecen los restos que Sala y Garcia-Planas buscaban en la N-20. Como Eliseo Bayo, el periodista de Reporter, en los años 70...

Más contundente aun se muestra el historiador Daniel Arasa (La guerra secreta del Pirineu), cuyo testimonio también es recogido en El marqués y la esvástica, y que no se corta un pelo. Perdonará el lector la cita kilométrica: "En Andorra hubo mucha gente, andorrana y de fuera, que de forma directa o indirecta colaboraron con las cadenas de evasión. La inmensa mayoría no se caracterizaron por el altruismo. Es cierto que el humanitarismo tampoco abundó en muchos otros lugares, pero el caso andorrano es el más extremo de mercantilismo en los pasos pirenaicos. Salvo honrosas excepciones, en Andorra el ideal sólo tenía un nombre: oro. Algunas de las grandes fortunas de Andorra tienen su origen en el paso de gente por el Pirineo. En determinados casos, el dinero se hizo con la sangre de los fugitivos, a los que se expolió, abandonó en la montaña o incluso mató a fin de robarles. Algunos fueron entregados a los alemanes para cobrar la recompensa. Hay que puntualizar que estos abusos extremos fueron hechos aislados, no una actuación generalizada como algunas veces se ha dicho. La mayor parte de los guías cobraban precios elevados por su trabajo, pero no eran asesinos".

Gravísimas acusaciones, con o sin sangre de por medio, que lanza al aire sin aportar, en fin, prueba alguna. Y en este plan, no nos iremos sin mencionar de nuevo a Bayo, el autor de aquella fundacional serie de reportajes sobre la leyenda negra publicados en 1977 en Reporter -ya se ha dicho. Pues bien, tras décadas de silencio, en El marqués y la esvástica admite que pagó a los testimonios -supuestos pasadores que lo condujeron a los rincones donde yacían las supuestas víctimas- y que no podía estar seguro de la veracidad de lo que entonces le contaron -y él mansamente publicó: "A lo mejor lo amañaron, quizás cogiendo huesos de un cementerio... La verdad es que no estoy muy seguro". A lo mejor, en fin, eran huesos ovocaprinos.

[Este artículo se publicó el 13 de marzo de 2014 en El Periòdic d'Andorra]

martes, 4 de marzo de 2014

Vuelve, ay, la leyenda negra

Rosa Sala Rose y Plàcid Garcia-Planas se sumergen en el lado más oscuro de los pasadores en El marqués y la esvástica: en las librerías el 19 de marzo.

Ay, ay, ay... ¿Le suenan al lector aquellos inquietantes, malditos reportajes sobre la leyenda negra de los pasadores que Reporter -revista española en la línea de Interviú, pero de vida mucho más efímera- propaló hacia 1977 y que, dicen los que lo recuerdan, levantó una considerable polvareda, secuestro de ejemplares incluido? Pues bien: la historadora Rosa Sala Rose y el periodista Plàcid Garcia-Planas tienen a punto, pero muy a punto -el 19 de marzo llega a las librerías- El marqués y la esvástica (Anagrama), un tocho de medio millar de páginas y alguna más- que amenaza con retomar el hilo allí donde lo dejó Reporter, con la publicación de los documentos que dieron lugar a la dichosa serie de reportajes y reconstruyendo con pelos y señales -y con nombres y apellidos- los nombres de las víctimas y, glups, de los verdugos de la leyenda negra, según un extenso artículo consagrado al libro que La Vanguardia avanzaba el sábado.

El volumen de Sala y Garcia-Planas, publicado por Anagrama, llega el 19 de marzo a las librerías. Fotografía: Archivo.

El supuesto marqués del título -de Cagigal, nada menos- es César González Ruano, uno de los grandes nombres del periodismo español de posguerra -por lo menos, hasta ahora- que según los autores se dedicó durante su estancia en el París ocupado por los nazis a extorsionar sin contemplaciones a incautos judíos que huyendo de la deportación iban a caer en sus garras con el anzuelo de gestionarles la huida por los Pirineos. Sala y Garcia-Planas, en fin, tiran del hilo apuntado en 2002 por el anarquista Eduardo Pons Prades y acaban documentando la deriva andorrana del tráfico de hombres -matanzas incluidas- en que González Ruano se involucró.

El autor de Mi medio siglo se confiesa a medias -¡y tan a medias!- es el gran protagonista de El marqués y la esvástica. Pero entre los muchos secundarios que pululan por el libro figura cierto pasador catalán posteriormente naturalizado andorrano que con la derrota de Hitler y desde el bar La Rambla de Hospitalet (Barcelona) gestionó el billete de huida jerifaltes nazis de segunda fila como el colaboracionista francés Georges Delfanne, alias Masuy, "sádico gestapista conocido por la invención del suplicio de la bañera". En fin, que El marqués y la esvástica dedica nueve capítulos y casi un centenar de páginas a hurgar en la leyenda negra, sección andorrana, así que la cosa promete dar más de un disgusto -además de aportar algo de luz a las investigaciones pioneras de Claude Benet (Guies, fugitius i espies), Roser Porta y Jorge Cebrián (Andorrans als camps de concentració nazis) i Josep Calvet (Las montañas de la libertad).

Un capítulo como es sabido especialmente opaco, por el que los historiadores han pasado tradicionalmente de puntillas, no fueran a pisar algún inoportuno callo, y que cuenta con escasísimos testimonios de primera mano: Joaquim Baldrich contaba el episodio en que dos pasadores aragoneses le mostraron en el Pic Negre los cuerpos semienterrados de dos parejas que habían liquidado por dinero -"Primero se tiraron a las mujeres y luego los mataron a los cuatro", explicaba todavía indignado 60 años después- y José Bazán recuerda en sus memorias el caso de tres jóvenes fugitivas que en 1942 fueron encontradas muertas en la zona entre Ràmio y Entremesaigües: "Todo el pueblo de Escaldes se concentró en el cementerio. Debían matar a sus familias y ellas huyeron, pero acabaron muriendo de frío y de agotamiento. Las enterraron en el suelo, con unas sencillas cruces de madera pero sin nombre, porque no los sabíamos. Y con una muda indignación porque sospechábamos que los culpables de aquellas muertes estaban entre nosotros, simulando la pena que a todos nos embargaba", apuntaba el mismo Bazán en 2008 con motivo de la presentación de Jo, un nen de la guerra.

De hecho la leyenda negra se ha alimentado històricamente antes de rumores que de hechos probados. Uno de los escasos episodios documentados de guías que liquidaron en la montaña a sus fugitivos es el del también aragonés Lázaro o Lazare Cabrero, que el mismo Calvet exhuma en La batalla del Pirineu y Francis Aguila retoma en Les cols de l'espoir. Este tal Cabrero, que trabajaba para el grupo de Ponzán, condujo en noviembre de 1943 a un grupo de cinco fugitivos entre Tarascón y Andorra. Por el camino se quedó uno de ellos, el periodista y militante socialista Jacques Grumbach. Con la mala suerte -para Cabrero, claro- de que en 1949 y durante un levantamiento geológico del pico des Aigles va y aparecen los restos de Grumbach. En 1953 le abren proceso en Foix, acusado de la muerte del periodista. Él alegó que efectivamente le disparó, pero porque viajaba herido y entorpecía peligrosamente la marcha de la expedición. Con el mismo argumento -evitar que las patrullas alemanas los localizaran- justificó (?) la sustracción de la documentación y de los 7.000 francos que Grumbach llevaba encima. Lo más sorprendente de todo es que el tribunal de Foix le creyó y le absolvió. Pues por lo que parece, casos como este hay unos cuantos más. Y los encontraremos a partir del 19 de marzo en El marqués y las esvástica. Después de 70 años, quince días más de paciencia no son nada.

[Este artículo se publicó el 4 de marzo de 2014 en El Periòdic d'Andorra]