Incursiones relámpago, estilo Sturmtruppen, en episodios que tuvieron lugar en Andorra y cercanías durante la Guerra Civil española, la II Guerra Mundial y las dos postguerras, con ocasionales singladuras a alta mar, a ultramar y si conviene incluso más allá.
[Fotografía de portada: El Pas de la Casa (Andorra), 16 de enero de 1944. La esvástica ondea en el mástil del puesto de la aduana francesa. Copyright: Fondo Francesc Pantebre / Archivo Nacional de Andorra]

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viernes, 15 de mayo de 2015

Cairat: el síndico providencial

Teresa Cairat repasa en El meu padrí la trayectoria vital del hombre que dirigió el destino de Andorra entre 1937 y 1960: el estadista que sorteó tanto las amenazas anarquistas como el bombardeo franquista de la central hidroeléctrica de Escaldes y la ocupación alemana durante la II Guerra Mundial. Su nieta revela además capítulos hasta ahora inéditos de la biografía del síndico, como la detención en Barcelona, en los primeros años 50, por unas supuestas connivencias con los refugiados republicanos a los que acogió en su casa de Sant Julià de Lòria tras la victoria franquista.


El síndico pronuncia unas palabras ante el micrófono de Radio Andorra, el 7 de agosto de 1939, día en que se inauguró la estación. El estallido de la II Guerra Mundial aconsejó suspender las emisiones hasta el 3 de abril de 1940. Fotografía: Archivo familiar.
Con el coronel Baulard, comandante de las fuerzas de la gendarmería francesa que se estrenaron en Andorra en el verano de 1933, un año especialmente convulso en la historia de Andorra, y que regresaron en septiembre de 1937 para garantizar la integridad del país durante la Guerra Civil; cuenta Teresa que entre Cairat y Baulard nació una cordial que mantuvieron tras la marcha del coronel, en 1940. Fotografía: Archivo familiar.
Con el subsíndico Josep Areny, en 1956, en un reportaje de la revista Life.


Parecía mentira que el primer hombre de estado propiamente dicho que tuvimos en este rincón nuestro de Pirineo careciera a estas alturas ni que fuese de una aproximación biográfica. Sobre todo porque pueden contarse con los dedos de una mano los -ejem- estadistas de verdad, y todavía nos sobrarían unos cuantos. Pues ya no: Teresa Cairat (Sant Julià de Lòria), nieta de nuestro héroe de hoy, acaba de publicar un curioso volumen titulado El síndic Cairat: el meu padrí, que no es estrictamente una biografía académica -"No puedo  ser objetiva porque era mi abuelo y lo quería mucho"- sino una especie de evocación personal, familiar y también política, claro, aliñada con anotaciones históricas e incluso sociológicas, que traza un perfil humano, como si dijésemos en zapatillas, de Francesc Cairat Freixes (Sant Julià de Lòria, 1881-1968), cònsol de Sant Julià, conseller general, subsíndico y finalmente síndico, cargo que ejerció ininterrumpidamente entre 1937 y 1960. En otras palabras: asistimos a la transformación del Cisquet de can Manel -por el comercio de ultramarinos que regentaba su esposa- en el casi venerado síndico Cairat, cuyo mandato transcurrió en los años sin duda más convulsos de la historia contemporánea de Andorra.

Cairat fue un hombre "menudo y valiente, de talante conservador y extremadamente religioso", dice Teresa, que llevaba la política en las venas y que pasó, superados ya los cincuenta, por pruebas que sacaron a relucir un coraje, un sentido común y unas habilidades negociadoras inusitadas en alguien que a los 14 años dejó los estudios dispuesto a embarcar para América. No pasó de Barcelona -atrapado y quizás asustado por las tensiones sociales derivadas de la guerra de Cuba: estamos en 1896- y que empezó su vida laboral como aprendiz en un comercio de tejidos -Torre Eiffel, se llamaba- con sede en la calle del Carme. Regresó pronto a Andorra, se casó con Lola Ribot en 1907, el año de su primer cargo público -cònsol de Sant Julià: lo fue por dos años- y en sus primeros años de matrimonio regentó el Cafè del Cisquet, frente a la iglesia parroquial. Y estuvo a punto de acabar aquí esta historia, antes incluso de empezar, cuando en 1914 contrajo el tifus. Sobrevivió de milagro, pero cuenta Teresa que Cairat jamás volvió a caer enfermo y que no pisó nunca un hospital. Como paciente, claro. En 1922 fue elegido conseller general, y en 1923, subsíndico, cargo que ejerció hasta 1927. Desaparece después un tiempo de la vida pública -se ahorra la los algo sainetescos hechos de 1933, con la ocupación del Consell General, la huelga de los trabajadores de Fhasa, la movilización del somatén y la llegada de los gendarmes de Baulard, incluso el golpe de estado de Borís Skossyreff- y en diciembre de 1936 es elegido síndico. Teresa pasa lista a la liliputiense administración que se encontró al asumir el cargo: el secretario del Consell General, Bonaventura Riberaygua; la secretaria del síndico, Dolors Ubach, y el nunci, Josep Ubach: "Este era todo el personal que movía la burocracia del país". Un país que en aquellos años apenas superaba los 6.000 habitantes.

Nada más asumir el cargo estalla la Guerra Civil y comienza un largo período de convulsiones internacionales que afectan de pleno a Andorra. Cairat tuvo que hacer frente a las incursiones faístas y a las amenazas de franquistas de bombardear la central hidroeléctrica de Fhasa, en Escaldes, durante la Guerra Civil. Empezó entonces un tránsito de refugiados -primero de derechas, y terminada la contienda, de republicanos que huían al exilio- que continuó durante la subsiguiente guerra mundial, ahora en dirección sur y con la amenaza de ocupación nazi: Hitler mantuvo desde noviembre de 1942 un pequeño destacamento en la aduana del Pas de la Casa -que cayó en manos de la Resistencia en agosto de 1944, pero esta es otra historia-, y el caso es que el buen Cairat tuvo que lidiar con lo mejor de cada casa: "En cierta ocasión, en plena Guerra Civil, unos conocidos le advirtieron de que aquella noche una patrulla iba a subir desde la Seo con la intención de liquidarlo. Él se tomó la amenaza muy en serio, pero no quiso pedir ayuda a los gendarmes de Baulard, que había regresado con sus gendarmes en septiembre de 1937, y que se quedó hasta 1940. Se vistió con el traje que llevaba a las sesiones del Consell General, y se dirigió a su despacho, donde se sentó a esperar la llegada de los incontrolados. Así pasó toda la noche, pero no se presentó nadie". Por lo visto, la patrulla de milicianos -faístas, dice Teresa- entró efectivamente en el país, pero pasó de largo por Sant Julià y se dirigió a Os de Civís. "Después supieron que otros vecinos de Sant Julià se habían enterado de la posible llegada de milicianos y que pasaron la noche agarrados a sus escopetas de caza". ¿Recuerdan a Quevedo: "Caló el chapeo, miró al soslayo, fuese y no hubo nada..."? Pues eso.

Faístas, nazis y grises
En cualquier caso, la anécdota ilustra tanto el valor del síndico como la inquietante impunidad con la que circulaban por aquí los faístas de la Seo, así como cierta inoperancia de los gendarmes franceses, que parecen vivir en la inopia. Y eso que con el coronel Baulard mantuvieron unas relaciones "muy cordiales y cultivaron una amista que se prolongó durante décadas". Años después, ya durante la contienda mundial, tuvo lugar un incidente parecido pero ahora con una partida de maquis armados que aparecieron de nuevo por Os de Civís -enclave español al que solo se puede llegar por una carretera que pasa por Sant Julià y cuyo último trecho transcurre por territorio andorrano. En esta ocasión Cairat fue a esperarlos a la carretera de la Rabassa, donde se levantaba por entonces el hotel Pla y por donde se esperaba que apareciera el grupo. El plan era convencerlos de que tenían que abandonar el país con cierta urgencia. Se trataba de no soliviantar a las fuerzas franquistas estacionadas en la Seo. Y no las tenía todas consigo, porque cualquiera convence a una treintena de milicianos armados con naranjeros.

Pues Cairat lo consiguió: mandó que les prepararan algo de comer, y se agenció un camión con el que los empaquetó hacia la frontera del Pas. Claro que esto no fue nada, prosigue Teresa, comparado con la vez que se vio parlamentando con los alemanes de la aduana, de nuevo en el Pas: "Todavía no me explico cómo mi abuelo, desarmado y con la única compañía de Lluís Duró, alias Colltort -una especie de guardaespaldas que ya lo había acompañado en su encuentro con el maquis- les convenció de que no debían entrar en Andorra. De mayor le pregunté en más de una ocasión qué argumentos había esgrimido: 'Les dije lo que había que decir, que aquello era Andorra, un estado soberano, y que ellos no podían entrar en el país". Contra todo pronóstico, le hicieron caso. Hubo otros episodios con los nazis de por medio: cuenta Teresa que en otra ocasión un oficial alemán se presentó en cal Manel y le exigió a Cairat que dejara de proteger a las redes de pasadores, "y que si no lo hacía, se atuviera a las consecuencias: una amenaza con todas las de la ley que no pasó de ahí, parece, pero que desde luego no era del todo infundada: "Nunca mostró excesivo celo en expulsar a los extranjeros que sabía o intuía que trabajaban para uno u otro bando; frente a ellos mantuvo siempre una actitud neutral y por ejemplo con Viadiu [el autor de Entre el torb i la Gestapo] se saludaban casi a diario y como si nada. Su máxima preocupación era evitar la ocupación alemana, y asegurarse de que los refugiados, del signo que fuesen, no fueran molestados: en noviembre de 1942 el Consell General promulgó un edicto en que solicitaba a la población que no participara en ninguna actividad que pudiera comprometer la neutralidad del país".

Claro que en estos años oscuros llevó a la perfección el noble arte de hacerse el andorrano; es decir, mirar hacia otro lado -cuenta Teresa- tanto cuando entraban en el país grupos de refugiados que huían de los rojos, como cuando lo hicieron los refugiados republicanos después de la victoria franquista, o cuando se establecieron por aquí espías de todos los países contendientes en la guerra mundial y las redes de pasadores que operaban a través de Andorra. La amenaza de ocupación alemana -que por lo visto no fue solo un rumor ni un bulo más o menos exagerado- fue uno de los momentos clave de larguísimo mandato de Cairat. El otro -con el permiso de los conflictos diplomáticos que ocasionó la gestión de Fhasa y de la concesión de Radio Andorra- fueron los alimentos que en plena guerra civil, y con una población que se había visto incrementada en varios centenares, quizás miles de refugiados, para un total de 6.000 naciones, hizo traer desde la España nacional y a través de Francia y de la Cataluña republicana.

En todos estos asuntos sacó nuestro hombre a relucir un sensacional poder de convicción, porque como es de suponer, la posición de Andorra y del menudo Cairat frente a una patrulla anarquista, una partida de maquis, un destacamento alemán, o las autoridades franquistas recién instaladas en la Seo y comarca, era francamente precaria. Pero según Teresa el episodio más ingrato -y atención, hasta hoy inédito- en la trayectoria de su abuelo tuvo lugar en los años 50, no concreta más, y estuvo estrechamente relacionado con su actuación durante la Guerra Civil, cuando acogió en su propia casa de Sant Julià a refugiados de uno y otro signo: "Fue en Barcelona. Se hospedaba en un hotel de Portaferrissa, y cierta noche se presentaron en el hotel una patrulla de la policía y se lo llevaron a la comisaría de Vía Layetana". Y aunque faltaban quizás unos años para que Vía Layetana adquiriera su funesta reputación, pasar una noche en el calabozo no debía de ser lo que entendemos por un buen plan.

El caso es que lo retuvieron durante 24 horas y lo interrogaron sobre los refugiados rojos a los que supuestamente había protegido. Algo había de cierto, y es que Cairat abrió su casa de par en par, dice Teresa, a refugiados de uno y otro signo: "Como persona de ideas conservadoras y profundamente religiosa, estaba más próximo a los nacionales que a los rojos, pero acogió a combatientes y refugiados de los dos bandos. Al comenzar la Guerra Civil se instalaron en cal Manel el doctor Palau, un canónigo de la Seo y su hermana; más adelante llegaron el doctor Sicre, amigo suyo y republicano convencido, y Antoni Forné. Pero por encima de todo era un pacifista que jamás comprendió por qué España se había embarcado en aquella guerra fratricida".

La detención se debió a una denuncia -"Nunca supimos la identidad del delator"- y sólo la familia y un restringido círculo de íntimos tuvieron noticia del incidente. Pero aunque la broma no pasó a mayores, "él siempre lo interpretó como un golpe demoledor a su dignidad personal e incluso a la nacional, porque no dejaba de ser la primera autoridad del país. Todo esto hacía que se sintiera muy avergonzado y que casi nunca hablara de ello".

Hay más, mucho más. Por ejemplo, su papel en la ejecución de Pere Areny, el fratricida que se convirtió en el último condenado a muerte de la historia penal de Andorra - "Abiertamente contrario a la pena de muerte, se vio obligado a asistir a la ejecución, y aunque chocaba con sus creencias profundas sobre la pena de muerte, prevaleció su deber como síndico"; la admiración incondicional que le profesaba a De Gaulle, la antipatía que le generaba el veguer francés durante la Guerra Muncial, Lesmartres -colaboracionista notorio con quien el síndico rompió formalmente relaciones en abril de 1943, y la desonconfianza que le inspiraban Trémoulet -el factótum de Radio Andorra- y Miguel Mateu, el fundador de Fhasa que gestionó ante las autoridades de Burgos la ayuda alimentaria que Franco prestó a Andorra en plena Guerra Civil y que evitó el bombardeo de la central - "Se lo cobró con creces", repetía con cierta amargura. El meu padrí es, en fin, un libro necesario. Pero si hay un personaje del siglo XX andorrano que merece sin duda una biografía académica y como dios manda, sin duda es Cairat. Y con urgencia.

[Este artículo es una ampliación del publicado el 17 de abril del 2015 en el diario Bon Dia Andorra]

lunes, 5 de mayo de 2014

Maria Escrihuela: la primera "mademoiselle Aquí" de Radio Andorra

Localizamos en Badalona a Maria Escrihuela, la locutora que en abril de 1940 reinauguró las emisiones de Radio Andorra, interrumpidas con el estallido de la II Guerra Mundial; fue la primera en locutar por antena la célebre sintonía "Aquí Radia Andorra, emisora del Principado de Andorra" que después popularizaría su sucesora, Victoria Zorzano.

3 de abril de 1940. En el flamante edificio de Radio Andorra en Encamp se registra un movimiento inusitado. Entre las autoridades presentes figuran el consejero Picart, uno de los hombres fuertes del Consell General, y también Jacques Trémoulet, el rey de la radiodifusión francesa que ha osado desafiar el monopolio estatal de las ondas, y el gran patrón de la emisora. Es un día histórico: Radio Andorra está a punto de volver a la vida después de que las emisiones experimentales, inauguradas el 7 de agosto de 1939, se interrumpieran inopinadamente a final de ese mismo mes, cuando el estallido de la II Guerra Mundial era ya inminente. Volvamos al 3 de abril de 1940. De repente se hace el silencio, suena un golpe de gong y una voz femenina pronuncia una sintonía destinada a formar parte de la historia de la radiodifusión: "Aquí Radio Andorra, emisora del Principado de Andorra". No es sólo una sintonía sino también una leyenda destinada a clavarse en la memoria colectiva de varias generaciones de radiooyentes de todo el mundo, y que sobrevivirá hasta el enmudecimiento definitivo de la estación, ordenado por el Consell General -el parlamento andorrano- y ejecutado manu militari (o casi) el 9 de abril de 1981.





Abril de 1940: Maria Escrihuela posa en la gran sala de máquinas de la estación, en el edificio de Encamp, y en el exterior de la emisora. Escrihuela se incorporó Radio Andorra procedente de Radio Badalona, de la que era copropietario el empresario francés Jacques Trémoulet, el gran patrón de la estación andorrana y donde la locutora había debutado en abril de 1939. aventura andorrana empezó el 3 de abril de 1940; al cabo de un mes Escrihuela decidió regresar a casa. La  Fotografías: Archivo Maria Escrihuela.



Escrihuela ha conservado durante casi siete décadas el cuaderno en que sus compañeros de Radio Andorra le escribieron unas notas en la hora de las despedidas. Está su colega francés, Edmond Abouly, que se refiere a ella como "ma jeune et charmante collègue". Lástima que Abouly haya caído en un olvido todavía más contumaz que Escrihuela... Está también el testimonio del gran capataz, Trémoulet en persona, que dice que la voz de la locutora catalana es "aussi belle et aussi gaie que le ciel d'Espagne". Y el del consejero Antoni Picart, que la llama "gentil senyoreta" y glosa su vos "de oro", en un alarde de originalidad. Footgrafías: Archivo Maria Escrihuela.
La emisora de Radio Andorra, en Encamp, hacia 1939; los primeros estudios estaban ubicados en la torre, según cree recordar Escrihuela. Fotografía: Archivo Jean-Marc Printz.  
La primera locutora de Radio Andorra, hoy nonagernaria, fotografiada en su domicilio de Badalona, en octubre del 2009. Fotografía: Máximus.




Tradicionalmente se había atribuido a Victoria Zorzano, la celebérrima speakerine de los años 40, el honor de aquel primer "Aquí Radio Andorra..." Pues no fue Zorzano, sino la locutora catalana Maria Escrihuela (Badalona, 1916) quien lanzó por primera vez al éter aquella histórica sintonía. Lo recuerda como si fuera ayer: "Vinieron todos los consellers [como se denominan los diputados del parlamento andorrano] y hubo una gran fiesta. A mí me habían traído el día anterior de Badalona. Me pusieron ante el micrófono -creo que el estudio, una mesa muy sencilla, se encontraba en la torre del edificio- y me hicieron locutar la sintonía. Ya la traían preparada, claro. No lo improvisaron. A mi lado tenía a monsieur Edmond Abouly, que venía de Radio Toulouse y que se iba a encargar de las emisiones en francés. Dije 'Aquí Radio Andorra, emisora del Principado de Andorra', y empezó todo".

Escrihuela fue a parar a Andorra de una manera casi rocambolesca: en abril de 1939, con 22 años y sin ninguna experiencia previa, se había incorporado al equipo que iba a relanzar Radio Badalona en la inmediata postguerra. En agosto de ese mismo año, y a través de su hombre de confianza, Estanislau Puiggròs, Trémoulet se convirtió en copropietario de la emisora catalana: "El señor Puiggròs venía con frecuencia y cierto día apareció diciendo que necesitaban una locutora para Andorra. Me miró y me soltó a bote pronto: '¿Por qué no viene usted, señorita Maria?' Hay que decir que yo entonces estaba prometida y que como quien dice no había salido de casa. Ante las reticencias de mi madre, mi futuro marido soltó que no se me comerían, en Andorra, y me convenció para que me lanzara a la aventura. A partir de aquí todo fue muy rápido. Quizás fue al día siguiente que el mismo señor Puiggròs vino a buscarme para llevarme a Andorra. Me instalaron en el hotel Modern de Escaldes. Y enseguida me vi en Encamp, ante el micrófono y toda aquella gente..."

Un mes, prorrogable
Según el acuerdo con Puiggròs, la aventura andorrana de Escrihuela tendría una vigencia de un mes. Transcurrido este primer período, le propusieron renovar cada tres meses. Pero ella no aceptó -"Estaba prometida y en lo único en que pensaba era en volver a casa"- y fue entonces cuando le pusieron una chica para que aprendiese a su lado el oficio y la pudiera substituir. Era Victoria Zorzano, que tampoco tenía cuando aterrizó en Radio Andorra -recuerda Escirhuela- ningna experiencia ante un micrófono. El relevo se produjo a mediados de 1940, en una fecha que no logra concretar. Zorzano heredó no sólo el micrófono, sino la sintonía de "Aquí, Radio Andorra..." que a iba a convertir en uno de los iconos radiofónicos de los años 40: "Había que decirlo medio riendo, porque si no, no funcionaba", dice Escrihuela: "Acabamos haciéndonos amigas, pero ella no se lo terminaba de creer, que yo me iba, debía temer que me lo repensara y decidiera quedarme, porque de vez en cuando me lo repetía: '¿Seguro, que te vas?'" No iba tan desencaminada, Zorzano: "Me dijeron que si alguna vez quería regresar, siempre tendría un sitio en Radio Andorra. Así que un día subimos con mi marido a Andorra y fuimos a ver al doctor Picart. Le propusimos que si le daban el puesto de director de programas, podríamos venir los dos y quedarnos en Andorra. Pero no hubo manera: '¿No ve que al cabo de dos días estarían hartos de Andorra, y que su marido tiene una carrera musical por delante?' Hay que decir que en toda Andorra la Vella, en aquellos momentos -hablo de 1940- quizás había dos tiendas..."

La aparición de Maria Escrihuela tras décadas de silencio aporta luz sobre algunos de los misterios de la primerísima etapa de la estación: ¿en qué consistía la programación? ¿En qué idiomas se emitían? Según la locutora, durante los primeros meses de emisiones Radio Andorra se limitó a emitir publicidad -Anís la Andorrana era una de las marcas que causaban furor- y a los tradicionales discos dedicados: "A nuestro querido padre, en el día de su santo..." recita Escrihuela. Fórmula importada de Radio Badalona, donde Puiggròs había comprobado su tirón popular y comercial. También radiaban bandos institucionales, y la sorpresa salta cuando cree recordar que algunas emisiones se hacían regularmente en catalán. Incluso recita espontáneamente la versión catalana de la sintonía: "Aquí Ràdio Andorra, emissora del Principat d'Andorra". Lo que no cabía en la programación -todo un signo de identidad que perduró durante toda la historia de la estación- eran las noticias, ni espacios diferenciados como fueron en los decenios siguientes el popularísimo Concierto de los radiooyentes. En estos primeros meses de vida, tampoco se había establecido todavía la estricta segmentación lingüística posterior, que había de destinar la franja horaria diurna a la audiencia francesa, y la nocturna, a la española.

Escrihuela y Abouly compartían estudio y se alternaban al micrófono. Entre las anécdotas de esta auténtica edad de los pioneros cuenta la bronca que le soltó el locutor francés, más veterano, cuando cierto día se le cruzaron los cables y cantó en antena: "Aquí Radio Badalona, emisora de la costa..." "Lo mejor, dice Escrihuela, es que al día siguiente fue al mismo Abouly a quien se les escapó un 'Ici Radio Toulouse...'" La memoria de Escrihuela, casi centenaria, conserva datos dispersos pero suculentos que no acierta a interpretar: por ejemplo, los dos bandos en que estaban divididos los gerifaltes de la emisora: "Venía uno y nos ordenaba decir tal cosa; luego venía otro, y todo lo contrario. I monsieur Abouly terminaba decidiendo: 'Lo haremos como queramos nosotros'". Evoca también el clima de crispación -en plena guerra mundial, y con las cicatrices de Guerra Civil todavía sangrando- que se vivía en la Andorra de la época: "En más de una ocasión apedrearon la camioneta de Radio Andorra que venía a recogerme al hotel para llevarme a Encamp. Eran los obreros que trabajaban en la carretera. No sé por qué lo hacían, aquello, pero se terminó cuando el señor Puiggròs vino a buscarme personalmente".

"La vida de tu m'allunya..."
Radio Andorra era todavía una aventura incierta y precaria en un mundo que se lanzaba de cabeza a una larga y sangrienta guerra mundial. Pero comenzaba a convertirse en el fenómeno de masas que seria ya a mediados de los años 40. Así se explica que, a las pocas semanas de retomar las emisiones, el conseller Picart -que en los recuerdos de Escrihuela era uno de los hombre que cortaba el bacalao en la emisora- le pidió que firmara las primeras tarjetas postales para los admiradores: "Estaba muy incómodo, el día que vino a proponérmelo. Y eso que yo le había dicho que por mi parte no habría ningún problema. Resultó que lo que me colocaron encima de la mesa eran las fotografías que le habían hecho a una maniquí profesional, una chica rubia y preciosa que se parecía a Grace Kelly. ¡Por lo visto yo no les parecía lo suficientemente guapa! Peor firmé, claro que sí".

La carrera posterior de Escrihuela fue breve. A mediados de los años 40 siguió a su marido -el compositor y director barcelonés Joan Pich i Santasusana- a las Islas Canarias para hacerse cargo de la Filarmónica de Las Palmas, y abandonó por lo tanto Radio Badalona, donde se había reincorporado tras la incursión andorrana. Ya no volvería a ponerse ante un micrófono.

En la hora de las despedidas, y aparte de los sentidos mensajes que le dedicaron sus colegas de Radio Andorra y que ella ha conservado durante casi siete décadas, Escrihuela escribió unos versos en el libro de oro de la emisora, que vete tú a saber dónde se encuentra: en paradero desconocido como tantos otros elementos del patrimonio histórico de la estación, comenzando por el gong. Pero esta es otra historia. Vamos con los versos de Escrihuela, que dicen así: "La vida de tu m'allunya,/ però et sentiré al meu costat./ I quan seré a Catalunya/ recordaré les besades que t'he dat" ("La vida de ti me aleja,/ pero te llevaré a mi lado./ Y cuando esté en Cataluña,/ recordaré los besos que te di"). Una declaración de amor que ha tardado casi siete decenios en ver correspondida y que debería servir para restituir el lugar de honor que le corresponde a Maria Escrihuela en la historia de la radiodifusión. Hubo otras y mucho más populares, sin duda. Pero ella fue la primera "mademoiselle Aquí" -como fueron conocidas las locutoras de Radio Andorra a partir de mediados los 40. A cada uno lo suyo.

viernes, 31 de enero de 2014

¿Quién te quiere, Radio Andorra?

Hay cosas que no se entienden: por ejemplo, que para conocer la historia de Radio Andorra tuviéramos que recurrir hasta ahora a La radiodifusión en Andorra, la tesis doctoral de Eugenio Giral y un sesudo, académico tocho de medio millar de páginas, al portal del historiador Jean-Marc  Printz, aquiradioandorra.ad, i -perdonen la insistencia- Aquí Radio Andorra, la novela en que el radiofonista Sylvain Athiel -el impulsor, ya saben, del museo que el ministerio de Cultura proyecta en el histórico edificio de la emisora en Encamp- pasa por el filtro de la ficción los años dorados de la estación. Nada más. Hasta ahora, decíamos, que llega Gualbert Osorio y se saca de la manga La historia d'un mite que va fer historia, monografía sintética, documentada y destinada al público general que llena un vació clamoroso (otro, vamos) en la historiografía sectorial andorrana. Ya era hora.

Osorio sabe de lo que habla: fue el último director de Radio Andorra y el hombre a quien el sábado, 7 de abril de 1984, le tocó el gordo: cerrar definitivamente el chiringuito y poner el punto final a cuatro décadas largas de trayectoria radiofónica. A instancias, por cierto, del Patrimonio Nacional (español), la oficina del ministerio de Hacienda de quien dependía entonces la estación, en uno de los capítulos menos y peor conocidos de esta historia. Y con la intervención en la sombra, atención, de Alfonso Guerra, el maquiavélico, todopoderoso y castizo vicepresidente del gobierno español que presidía en la época Felipe González. Se ve que Guerra se la tenía jurada a Luis Ezcurra, entonces presidente de Proersa, la compañía propietaria de la concesión de Radio Andorra por cuenta del gobierno español... Un galimatías, vamos. Pero, ¿por qué? Pues porque Ezcurra, que había sido subdirector general de TVE en los 60 -es decir, en  pleno franquismo- era un hombre del Antiguo Régimen. Y todos sabemos que unos de los propósitos de Guerra era que a España no la reconociera "ni la madre que la parió".

Osorio, ante la puerta principal del edificio histórico de Radio Andorra en Encamp, donde en 1939 empezaron las emisiones de la estación y donde el ministerio de Cultura proyecta abrir un museo de la radio. Fotografía: Àlex Lara / El Periòdic d'Andorra.

Era la segunda muerte de Radio Andorra, a la que el Consejo General -el Parlamento andorrano- ya había enmudecido manu militari el 10 de abril de 1981. Las emisiones se retomaron temporalmente el 4 de enero de 1984. Y Radio Andorra calló definitivamente el 7 de abril de aquel mismo año. El caso es que fue Guerra quien firmó su sentencia de muerte. Pero la enfermedad la venía incubando la emisora  desde años atrás. De hecho, casi desde el mismo nacimiento. Y esta es precisamente una de las tesis de Osorio, que cierra el libro con unas palabras demoledoras: "Radio Andorra nació sin facilidades y murió sin que hubiera ninguna necesidad". Por si quedaba alguna duda, incluso señala a los corresponsables del radiocidio: "Fue utiliza ero poco querida; en cambio, significó el final del aislamiento y la entrada de Andorra en la autovía de la comunicación".

Por La historia d'un mite que va fer historia desfilan, claro, los personajes fundamentales de esta fascinante aventura radiofónica que arranca el 8 de agosto de 1939 con Anatole de Monzie, ministro francés de Trabajos públicos, como locutor de excepción: desde Bonaventura Vila y Jacques Trémoulet, los dos artífices de todo este tinglado, hasta los primeros locutores de verdad, María Escrihuela y Edmond Abouly, que en abril de 1940 retomaron las emisiones suspendidas en septiembre con el estallido de la II Guerra Mundial, y Victoria Zorzano, el primer fenómeno mediático de la estación, las sucesivas mesdemoiselles Aquí -Carmen del Monte, Lidia Merino- con espacio de éxito estratosférico como El concierto de los radiooyentes y El cuarto de hora del oyente, los primeros programas estrictamente informativos, los boletines de María Pura y Rosabel, y Recull d'Andorra, la primera emisión en catalán, con Rossend Marsol, Sícoris, y su "peculiar dicción" -en palabras del autor- como protagonistas.

El último director de radio Andorra en la sala de máquinas del edficio histórico de Encamp, donde se conservan las emisoras que han prestado servicio en la estación. Fotografía: Àlex Lara / El Periòdic d'Andorra.


La leyenda, también
Osorio pone orden y concierto en episodios conocidos pero tan confusos como la llamada Guerra de las radios y el cierre de la frontera francoandorrana, con la retención del síndico Cairat en la aduana del Pas de la Casa, y el lanzamiento de Sofirad, futura Sud Radio, con la que el estado francés haría la competencia a Radio Andorra hasta casi hundirla. También tienen su rincón de gloria las múltiples estrellas que desfilaron por el Roc de les Anelletes, donde hoy se levanta el hospital Nostra Senyora de Meritxell y adonde en 1942 se trasladaron los estudios y la administración, con un lugar de privilegio para Antonio Machín y su tropa, en vivo desde el estudio 1 de Radio Andorra; las dos grandes revoluciones tecnológicas de la estación, con la erección de las antenas del lago de Engolasters, todavía en pie y a adquisición de la nueva emisora Brown Boveri, a principios de los años 60; o el gran hito de Radio Andorra, que tenía el espacio franquicia, ya se ha dicho, en los discos dedicados: el récord absoluto, apunta Osorio, se registró un día del Carmen de los años 60, con Madrecita María del Carmen -por supuesto- de... ¡Manolo Escobar! Para que se hagan una idea: "Las dedicatorias, que leían un locutor y una locutora, se alargaron más de tres horas". Glups.

El puñado de leyendas -o de mixtificaciones- generadas alrededor de Radio Andorra también las aborda Osorio, comenzando por el papel de la estación en la II Guerra Mundial: sostiene que no se puede probar por falta de documentación -¡qué lástima!- que jugara algún papel en la transmisión de mensajes cifrados a los submarinos alemanes -Otto Kertschemer, Erich Topp, Gunter Prien, ¡el héroe de Scapa Flow!: ¿se imaginan? Como mucho, añade, los fugitivos que cruzaban los Pirineos y acababan en Andorra colaban algún mensaje en clave en las dedicatorias para comunicar a sus familias que una expedición había llegado a buen puerto. Eso sí: los dos bando intentaron ganarse la emisora para su causa. Osorio cita una reunión en la Seo entre Trémoulet y emisarios nazis en que los enviados de Hitler pretendían adquirir el 20% de la estación; también un intento de los británicos de apropiársela una vez terminada la guerra. Por cierto, el volumen incluye una notable aproximación biográfica al mismo Trémoulet, gran patrón de Radio Andorra y hombre de apasionante peripecia vital, condenado a muerte por colaboracionista y posteriormente indultado que acabó en España protegido de Serrano Súñer, y por encima de todo, dice Osorio, un auténtico visionario. Porque no otra cosa que un iluminado había que ser a mediados e los años 30 para tener la ocurrencia de instalar una emisora en Encamp, entonces algo así como Marte. Más o menos, especula gráficamente el autor, "es como si hoy día a Turner se le ocurriera trasladar a Andorra la sede central de la CNN. ¿Qué pensaríamos?" Pues esto, insiste, es lo que hizo Trémoulet en los años 30. ¿Por qué precisamente y contra todo pronóstico -y contra el buen sentido- en Andorra? Como no se cansa de repetir estos días el expresidente Zapatero a cuenta de sus memorias, la respuesta la encontrarán en el libro. Y si me permiten un consejo, yo de ustedes no me lo perdía.

[Este artículo se publicó el 28 de octubre de 2013 en El Periòdic d'Andorra]