Incursiones relámpago, estilo Sturmtruppen, en episodios que tuvieron lugar en Andorra y cercanías durante la Guerra Civil española, la II Guerra Mundial y las dos postguerras, con ocasionales singladuras a alta mar, a ultramar y si conviene incluso más allá.
[Fotografía de portada: El Pas de la Casa (Andorra), 16 de enero de 1944. La esvástica ondea en el mástil del puesto de la aduana francesa. Copyright: Fondo Francesc Pantebre / Archivo Nacional de Andorra]

Mostrando entradas con la etiqueta Bayo. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Bayo. Mostrar todas las entradas

viernes, 2 de mayo de 2014

Barberan: feliz y locuaz

Paul Barberan recoge en Le passe-débout su legendaria trayectoria como contrabandista y pasador de hombres durante la Guerra Civil y la II Guerra Mundial, y evoca el ambiente enrarecido que se respiraba en la neutral Andorra de la época, con agentes de la Gestapo controlando a resistentes y refugiados desde el hotel Mirador de la capital.

Lo decía días atrás y en este mismo rincón de diario la lectora Elena Aranda: entre la marabunta de títulos clónicos con los que Sant Jordi nos tortura un año y otro año, siempre cae la posibilidad de que salte la sorpresa, el título remoto que un librero audaz saca a pasear por si las moscas y que sin el sarao libresco jamás habríamos descubierto. Pues esto es exactamente lo que ocurrió el último 23 de abril en la plaza del Poble de Andorra la Vella: Jordi Rossell, el capitán de Antic Rossell tuvo la feliz ocurrencia de rescatar de los fondos abisales de su librería de viejo -lo más parecido a la extinta Canuda que queda por aquí arriba- un ejemplar de Le passe-débout. Sí, hombre, las memorias de guerra de Paul Barberan (Azillanet, Hérault, 1906-¿?), contrabandista legendario de los años heroicos, pasador de hombres durante la Guerra Civil y la II Guerra Mundial y probablemente el único hombre de su generación -¡que es la de nuestro Quimet Baldrich, decenio arriba, decenio abajo!- que nos dejó una detallada, suculenta bitácora de los años dorados del oficio más viejo del mundo. Un volumen publicado en 1979, que hoy es carne de bibliófilo, del que la Biblioteca Nacional conserva un ejemplar, y que Rosa Sala Rose y Plàcid Garcia-Planas citan profusamente en El marqués y la esvástica, ya saben, la monografía donde prueban la implicación de César González Ruano en el infame tráfico de refugiados judíos en el París de la Ocupación, con deriva andorrana incluida. Lo definen con tino como "el contrabandista feliz". Nosotros le añadiremos locuaz. Pero no es lo mismo -convendrá el lector- leerlo por referencias que tenerlo en las manos y comprobar de paso que, aparte de un tipo tan locuaz como decidido, Barberan estaba dotado de un muy saludable sentido del humor, tenía otro don innato para el relato.


Foto de familia del clan Barberan, antes de la guerra mundial: Paul aparece marcado con una cruz; a su izquirda, Marguerite, la esposa leal. Barberan se istaló e Andorra en 1934, huyendo de una más que probable condena que le cocinaba la Cour d'appel de Tolosa; rápidamente se gestionó un pasaporte local a nombre de Pablo Vitals, natural de la Massana. Fotografía: P. B. / Le passe-débout.

Pues bien: este es el raro milagro que nos deparó el último Día del Libro. Barberan. De él hablamos aquí mismo semanas atrás porque él es el hombre que pergeñó el sistema más audaz, temerario y a la vez eficaz -en Le passe-débout se jacta legítimamente de que jamás perdió uno solo de sus clientes en la montaña, ni tampoco a manos de los alemanes- para pasar refugiados judíos por la frontera francoandorrana: la cita era en Hospitalet, la última localidad en suelo francés, en el hotel que regentaba una tal Mariette y donde hacía que la expedición de turno -una docena de hombres, habitualmente- cambiaran las ropas de civil por el uniforme oficioso de contrabandista; les hacía cagar las escasas pertenencias que llevaban encima en el fardo reglamentario, y se hacía acompañar por el destacamento de soldados alemanes que tenía untado y que participaba alegremente en el negocio haciendo de porteadores. La cosa era por supuesto tan exótica que alguno de los refugiados se ponía nervioso: uno de ellos sufrió, dice, una crisis epiléptica cuando descubrió la insólita escolta que iba a acompañarlos hasta la boda de la Palomera, ya en el lado andorrano de la frontera y punto final del trayecto, donde Barberan entregaba pasaje y fardos -porque aprovechaba el viaje para contrabandear- a los socios que se hacían cargo del género hasta Barcelona.

Sostiene Barberan que su grupo jamás cobró ni un céntimo a ninguno de los fugitivos que ayudaron a cruzar los Pirieneos. Otra cosa, añade, eras los socios españoles de la cadena, que sí que ponían la mano y que tenían -recuerda- un curioso método para establecer la cuantía del pasaje, "en función de la simpatía que les suscitaba el fugitivo en cuestión". "Quizás no era un método de facturación muy objetivo", admite, "pero tenía la ventaja de que tranquilizaba la conciencia de quien prestaba el servicio". El caso es que Barberan sí que aceptaba, y de buen grado, gratificaciones a posteriori: en 1946 recibió de forma anónima un millón de francos, y cree adivinar su procedencia: de la familia judía -padre, madre, hija, yerno y bebé- que pasó en cierta ocasión: "Hicieron falta diez de mis hombres para la operación: a la criatura tuvimos que colocarla dentro de un fardo, y buena parte del trayecto hubo que transportar a los mayores a horcajadas". Claro que la mayor parte de los fugitiovos, advierte, "se olvidan de todo esto cuando amaina la tormenta".

Pues esta familia no lo olvidó, y tampoco un tal Racine (!), otro fugitivo judío al que Barberan conoció en Andorra la Vella mientras se recuperaba -el judío, no Barberan- de las graves congelacioones en los pies que había sufrido durante el pasaje. Tuvo que quedarse un año por aquí arriba, y Barberan se ocupó durante este tiempo de traerle botas ortopédicas desde Perpiñán, así como dinero de mano que le enviaba su familia -gentil, para más señas. Pues este Racine, que no había sido cliente de nuestro hombre, "me demostró después de la guerra una gratitud inmensa, diría que incluso desmesurada para los humildes servicios que le había prestado".

Pero tampoco en Andorra era oro todo lo que relucía, ni se había terminado su via crucis cuando los fugitivos cruzaban la frontera. En absoluto. En uno de los capítulos más fascinantes del libro, el locuaz Barberan se explaya sobre este espinoso asunto y lo hace además de forma bien poco complaciente para su país adoptivo, en la línea -para entendernos, de Jaume Ros y del mismo Baldrich. Pone el contrabandista nombre y apellido al "secuaz" que la Gestapo destacó en nuestro rincón de galaxia, con cuartel general en el Mirador -ya saben, aquel hotel donde los iluminados que adapataron a la televisión la novela Entre el torb i la Gestapo ponen a un grupo de refugiados catalanes a cantar Els Segadors en los morros de la SS. Pues en el Mirador, continúa barberan, "reinaba Sapëy von Engelen, hombre de confianza de la Gestapo e individuo infecto que recogía los soplos de agentes nazis en todos los departamentos limítrofes con los Pirineos."

Las SS, Spaëy y el doctor Coco
Spaëy... ¿No les suena, el nombre? Por el currículum tiene que tratarse del mismo Marcos von Spaein que semanas atrás sacaba por aquí la oreja a cuenta de las aventuras andorrana de Germain Soulié, el contorvertido secretario de la veguería durante la guerra. El hombre -Spaëy, no Soulié, aunque quien sabe si éste también. tenía en el punto de mira a los resistentes franceses y a los refugiados españoles, y reportaba directamente a la Gestapo de Ax-les-Thermes y de Foix. Pero hacía mucho más, y le cedemos en este punto la palabra a Barberan porque, como verán enseguida, no tiene pelos en la lengua: "Spaëy los hacía arrestar en territorio andorrano, o mejor secuestrar, por esbirros del Sicherheitsdient [el servicio de información de las SS] vestidos de civil y venidos expresamente de Francia para estas operaciones".

En una de ellas debieron de caer los polacos capturados junto a Eduard Molné en el célebre raid del 29 de septiembre de 1943. Y miren por dónde, también saca la cabeza por aquí "cierto doctor" -quizás el doctor Coco, nuestro viejo conocido- a quien los fugitivos más incautos eran conducidos "con el pretexto de facilitarles el viaje hacia la libertad". En casa del señor médico eran liquidados in situ -sostiene Barberan- y naturalmente expoliados, o bien entregados a la Gestapo, a la policía de Vichy o a las autoridades franquistas si se destapaban como género con un cierto valor de cambio. Una joya, en fin, este Spaëy y compañía, entre la cual -según el mismo y demoledor informe que repasa la carrera de Marcos von Spaein- se contaban un tal Vecchi, otra tal Hallic y un tal Trouve.

Tampoco salen mucho mejor parados los nativos, de quien Barberan acponseja encarecidamente "desconfiar": "Los pronazis andorranos eran uña y carne con los alemanes, y ni siquiera las autoridades ocultaban sus simpatías hitlerianas: de hecho, la veguería francesa era  más pétainista que Pétain (...) pero tenían que respetar aunque solo fuera exteriormente la neutralidad andorrana y gracias a esto los colaboracionistas locales no pudieron cometer todos losc crímenes que les pedía el cuerpo". Igual de demoledor e igual de vago se muestra a la hora de despachar la leyenda negra -y conviene en este punto tener en cuenta que Barberan escribe con el recuerdo aun fresco de la serie de reportajes de Eliseo Bayo en la revista Reporter. Sostiene que sí, que hubo pasadores que asesinaron sin piedad a sus clientes. Pero como ocurre con el doctor, otra vez se queda a medias y pone como ejemplo a cierto guía de P. (por la localidad de donde este cierto guía debía ser originario) "que se pagó la empresa de transporte gracias a la genrosidad involuntaria de una pareja de abuelo que le confió la maleta llena de joyas; recuperaron el cadáver del hombre cosido a balas en el vall de Ora; el de la mujer nunca apareció, y la maleta con las joyas, tampoco..." Un guía... "de P.": ¿no se parece mucho a hacer tarmpa, decirlo así? ¿Se vale, esto de poner la puntita, nada más?

Hasta aquí, en fin, la trayectoria de Barberan como pasador. Una actividad digamos que paralela al oficio de contrabandista con que se ganaba la vida desde siempre. De hecho, aterrizó en Andorra en fecha tan temprana como 1934 cuando la Cour d'appel de Tolosa lo amenaza con una multa de 15 millones de francos y 15 meses de prisión, y opta sabiamente por quitarse de enmedio. No es casualidad que se deje caer por Andorra, uno de los puntos por donde hacía entrar en Francia cantidades industriales de atenol -el ingrediente principal para la elaboración de pastís, ese potingue. Rápidamente se gestiona un pasaporte andorrano a nombre de Pablo Vitals, natural de la Massana, con la digamos connivencia de la policía, que se lo pone muy fácil, y la miopía no sabemos si interesada de la veguería.

Tráfico de armas y de pornografía
Como era un tipo emprendedor, enseguida se asocia con un tal Bago, ruso blanco huido tras la Revolución, estafador profesional que tenía el dudoso honor de figurar en la lista negra de las policías de media Europa -menos en la andorrana, por lo visto- y que levantó un pequeño imperio a partir de la estafa -se hacía enviar hasta Andorra muestras gratutas de los mejores fabricantes de relojes, estilográficas, encendeddores y orfebrería, muestras que revendía con el consiguiente- y atención, el tráfico de pornografía, con género que le facilitaba su esposa y cómplice desde Hamburgo, o que producía él mismo con modelos españolas venidas expresamente hasta Andorra. La lástima es que el hombre no se explaye más sobre los negocios de Bago: ¡dónde debía tener su estudio? En fin, que a Barberan lo tenía en nómina como transitario, gracias a su pasaporte. La legendaria figura del hombre de paja -o prestanoms, según la muy gráfica denominación local.

Pero claro, Andorra de le queda enseguida pequeña y Barberan emigra a Barcelona en busca de mejor fortuna. Aquí descubrirá las infinitas posibilidades del tabaco como objeto de contrabando. Otra vez a escala industrial, como con el atenol pero más: llegó incluso a fletar tres barcos que iban arriba y abajo, con agentes locales destacados no sólo en las Canarias, un clásico, sinó también en Ceuta y Melilla. Así que es en Barcelona donde lo pilla el estallido de la Guerra Civil, pero hábil como es enseguida sabrá encontrar una oportunidad de negocio en la nueva coyuntura: entre otros productos, lo prueba ahora con el tráfico de armas -a favor de la República, faltaría más. Un negocio de altos vuelos para el que pergeña una coartada por lo menos tan pintoresca como aquella de disfrazar de porteadores a los soldados de la Werhmchat: la construcción de una central hidroeléctrica en Andorra, que justificaba el tráfico local de "convoys excepcionales" con maquinaria industrial procedente de Suiza y Bélgica: "Estas caravanas entraban por el Pas de la Casa y cruzaban majestuosamente y ruidosamente el país sin tan siquiera parar, y salían por el lado español, donde el ejército republiocano se hacía cargo del material y lo custodiaba en un desfile triunfal hasta Barcelona". No nos vayamos a pensar que por aquí pasaron tanques ni cazas ni cañones: armas ligeras, munición de pequeño calibre y, como muhco, unos pocos obuses de artillería antiaérea. Nada, conlcuye, que tuviera ninguna influencia en el desenlace de la contienda. Vaya, que sólo sirvió para lenar los bolsillos de unos cuantos espabilados (como él).

Pero cuando demostrará que todavía podía dar mucho más de sí será durante la guerra mundial, cuando traslada el cuartel general a Hospitalet, confraterniza con los alemanes desplegados en la zona -el teniente Rolf von Wigginhaus, el sargento Max y el también teniente Schawahl: estos dos últimos terminarán fusilados- y pone el negocio bajo la protección ni que fuese involuntaria de la Werhmacht: además de convertir a los soldados en porteadores, Barberan conseguirá también que camiones del ejército escolten caravanas de decenas de vehículos -Hotchkiss, Juvaquatre, Primaquatre, Peugeot 202, Studebaker, Fiat, Ford-  que adquiría en Francia, hacía pasar por Andorra ante la impotencia de los aduaneros franceses, y revendía en España con pingüe beneficio. Como comprenderá el lector, los coches eran el género que más le molaba.

Con este historial a sus espaldas, no es extraño que Barberan terminara detenido por la Gestapo -él sostiene que por culpa de Spaëy- y que algunos de sus paisanos sospecharan que si fue liberado al cabo de tres días y sin que los alemanes le tocaran un solo pelo, fue a cambio de algo. De hecho, dedica los últimos capítulos de Le passe-débout a argumentar tan sospechosa deferencia. Y la verdad es que no logra disipar la sombra de la duda. Pero qué quieren que les diga: nos cae bien, el dicharachrero de Paul, que acabó arruinado (por el fisco) y abriendo un restaurante de carretera no con Mariette, compinche de los años heroicos, sino con Marguerite, esposa leal y madre de sus dos hijos.

[Este artículo se publicó el 2 de mayo de 2014 en El Periòdic d'Andorra]

sábado, 12 de abril de 2014

La leyenda negra: una prueba documental

Claude Benet da noticia de los cadáveres de dos hombres asesinados de un tiro en la cabeza en el trayecto hacia Andorra; los esqueletos fueron localizados en un camino de montaña del Arieja que desemboca en Fontargent, muy frecuentado por contrabandistas y fugitivos durante la II Guerra Mundial.

¡Ay, la leyenda negra de los pasadores! Cuando parecía que sobre esta materia todo estaba dicho y redicho y que difícilmente saldríamos del recuento que Sala Rose y Garcia-Planas hacen en El marqués y la esvástica -seguro que lo recuerdan: la decena de fugitivos muertos de camino hacia Andorra registrados en cuatro operaciones diferentes- va y Claude Benet, quién si no, nos pone sobre la pista de dos víctimas más del lado oscuro. Y éstas, además, documentadas con pelos y señales. Resulta que el autor de Guies, fugitius i espies recibió en noviembre de 2012 aviso de uno de los informantes del Arieja con los que había contactado cuando preparaba la monografía. Le pedía que fuese inmediatamente porque tenía unas fotografías que no se podía perder.

La sorpresa fue mayúscula cuando vio el material: las imágenes mostraban los esqueletos amontonados de lo que después resultaron ser dos hombres, semiocultos bajo unas rocas en un camino de montaña a una hora escasa de la frontera andorrana. Los dos cráneos presentaban sendos agujeros de bala, y los investigadores de la gendarmería que retiraron los restos encontraron dentro de uno de ellos una bala del calibre 9 milímetros muy habitual en los años 40, mientras que los huesos de las piernas del otro hombre aparecieron rotos. También se recuperaron las botas del mayor de los dos hombres, con el regalo sorpresa de que todavía era posible leer la marca: resultó que se trataba de un par de botas fabricadas en Tolosa por una empresa que en los años 30 y 40 suministraba material al ejército francés. Para confirmar aun más la datación, asociada a los restos se recuperó una moneda francesa de 1943.

Benet, en la presentación de Guies, fugitius i espies, la monografía definitiva sobre los pasadores centradad específicamente en el caso andorrano. Fotografía: El Periòdic d'Andorra.

Para Benet y su informante, que han tenido acceso a las fotografías del yacimiento, no cabe duda: se trata de los restos de dos fugitivos a los que por algún motivo el guía liquidó a medio camino: "El itinerario que seguían conducía a Andorra por la parte de Fontargent, punto de entrada habitual de fugitivos y contrabandistas", sostiene. Los restos, analizados en el instituto de medicina legal de Tolosa, corresponden a un adulto de entre 40 y 50 años y a un adolescente. Padre e hijo, especula Benet, que dibuja la siguiente escena: "El chico, que tenía una pierna rota, debía caminar con suma dificultad, hasta que ya no pudo más: el guía lo conminó a seguir adelante, el padre se puso naturalmente del lado de su hijo, y el guía los liquidó a los dos." Y aprovechó para llevarse las botas del adulto; si hubieran sido soldados alemanes, opina Benet, no se hubieran molestado en robar las botas del muerto.

En fin, que el homicida medio escondió los cuerpos bajo unas rocas, y aquí se habían conservado las últimas siete décadas hasta que en verano de 2012 un grupo de estudiantes alemanes de medicina que practicaban senderismo en la zona los descubrieron, con la buena fortuna -dice- que tenían nociones de anatomía y se dieron enseguida cuenta de que se trataba de restos humanos: "Como se encontraban relativamente cerca de un sendero, es probable que otros excursionistas los hubiesen avistado antes, pero pensaran que se trataba de restos de animales".

Los prefectos se lavan las manos
El caso es que el descubrimiento de los dos cuerpos ha pasado desapercibido en el Arieja. Y si Benet ha decidido hacerlo ahora público es porque ni el prefecto que había en 2012 ni el actual han atendido su petición de que permitieran que expertos en ADN estudiaran los restos para determinar su origen: "No hemos obtenido respuesta ni remitiéndoles la petición a través de la embajada de Francia en Andorra. Me parece de una insensibilidad monumental, sobre todo este 2014 que celebran por todo lo alto el centenario de la I Guerra Mundial", se lamenta. La mala suerte es que no se recuperó documentación que permitiera a los dos hombres. Pero incluso para esto tiene Benet una hipótesis más o menos plausible: otro informante suyo, André Trigano, alcalde de Pàmies y él mismo brevemente refugiado en Andorra durante la II Guerra Mundial -unos pocos meses en los que coincidió, por cierto, con el cantante y actor Serge Reggiani- recuerda a dos fugitivos, padre e hijo, que salieron en cierta ocasión de la zona de Pàmies y que nunca llegaron a su destino: Andorra.

Eran dos judíos apellidados Schwabb. ¿Tienen alguna relación los Schwabb con los dos cuerpos aparecidos ahora? "Si no podemos analizar los restos, nunca lo averiguaremos", dice Benet, estupefacto por la indiferencia mostrada por la prefectura en este asunto: "Parece incongruente tirar la casa por la ventana por el centenario de la Gran Guerra y en cambio negarse a analizar posibles pruebas de interés histórico sobre un capítulo tan sensible de la II Guerra Mundial como es el de los fugitivos". En cualquier caso, se trata de las primeras pruebas documentales de la leyenda negra de los pasadores -si descontamos el montaje del que fue víctima (¿o era instigador?) Eliseo Bayo en Reporter. Si se da el caso, ciertamente poco probable, de que las fotografías, hoy en manos de la gendarmería, son algún días desclasificadas.

Como el lector recordará, una de las aportaciones de Sala Rose y Garcia-Planas sobre este infausto capítulo consiste en haber puesto algo de orden con un balance sobre las "matanzas" de fugitivos -así las denominan ellos- que tuvieron lugar de camino a Andorra -o en la misma Andorra. A los autores de El marqués y la esvástica les salían una decena de muertos: los dos matrimonios belgas que Joaquim Baldrich afirmaba haber visto semienterrados enla nieva en la zona del Estany Negre, víctimas de dos pasadores aragoneses que se llamaban -y queden sus nombres para nuestra historia local de la infamia- Mulero y Trallero; Jacques Grumbach, judío, diputado socialista y director del diario Le Populaire a quien su guía, el también aragonés Lázaro Cabrero, liquidó de un tiro en la nuca en un caso por el que fue juzgado en Foix en 1953. Juzgado... y absuelto por falta de pruebas, aunque Cabrero admitió haber matado a Grumbach, alegando que el hombre había quedado malherido a consecuencia de una caída y que tenía consignas superiores de eliminar a los fugitivos que entorpecieran la marcha para evitar que cayeran en manos de las patrullas alemanas.
El caso de Grumbach lo han contado con pelos y señales tanto Josep Calvet (Las montañas de la libertad) como Francis Aguila (Les cols de l'espoir). El siniestro balance lo completan las tres chicas judías que Jose Bazán (Jo, un nen de la guerra) recuerda que fueron recuperadas, muertas, en el valle del Madriu en 1942 y enterradas en el cementerio de Escaldes, y el matrimonio Allerhand, Gustave e Ida, judíos franceses que en septiembre de 1942 salieron de Ussats les Bains y de quien nunca más se tuvieron noticias. Un caso recogido también por Calvet.

La leyenda negra -reverso de la epopeya de los pasadores- se alimenta más de recuerdos que de documentos. Por eso mismo es tan importante, por no decir milagrosa, el hallazgo que nos ocupa. Aparte de los que integran la, digamos, lista oficial, Benet añade por su cuenta a las víctimas no de la codicia o de la mala fe de los pasadores de turno, sino de la montaña -el frío, el torb, el agotamiento- como por ejemplo el teniente Charles Peacock, aviador aliado también malherido que prefirió descolgarse de su expedición para no comprometer la supervivencia del grupo: sus compañeros intentaron localizarlo al día siguiente, pero no lo consiguieron. También añade a los dos militares canadienses desaparecidos con Eloïse, la misteriosa agente de quien reconstruye la trayectoria en Guies, fugitius i espies, y en fin, a la media docena larga de muertos en la montaña -y aquí incluye tanto a fugitivos como a contrabandistas- que constan en el registro de defunciones de Canillo de los años 40. 

[Este artículo se publicó el 11 de abril de 2014 en El Periòdic d'Andorra]

martes, 18 de marzo de 2014

Sala Rose: "González Ruano fue un personaje profundamente amoral, un oportunista y un egoista"

González Ruano... ¡¿un vulgar estafador que se dedicaba al sucio negocio de extorsionar a los fugitivos judíos que intentaban huir de la Francia ocupada a través de los Pirineos?! Pues esta es la tesis de El marqués y la esvástica (Anagrama), un tocho de 500 páginas en que la filóloga y germanista Rosa Sala Rose y el periodista Plàcid Garcia-Planas, reportero de La Vanguardia, cartografían la nada gloriosa peripecia del autor de Mi medio siglo se confiesa a medias en el París ocupado. El resultado es demoledor, una lectura tan subyugante como inquietante... aunque no consigan su propósito: demostrar la implicación de Ruano (Madrid, 1903-1965) en la matanza organizada de judíos por falsos pasadores. Pero se quedan cerca, muy cerca.

La filóloga y germanista Rosa Sala Rose, autora, entre otros, del Diccionario crítico de mitos y símbolos del nazismo y de La penúltima frontera, vuelve ahora a la carga con El marqués y la esvástica, a cuatro manos con Plàcid Garcia-Planas y que se abre con la sorprendente confesión de un íntimo de nuestro hombre: "A César le hubiera entusiasmado este libro". Pues a eso se le llama masoquismo... Fotografía: Daniela Dentel.


-Conclusión: González Ruano fue un extorsionador, un estafador, pero no un asesino...
-Lo único que tenemos es el testimonio de Pons Prades en Los senderos de la libertad, y las notas manuscritas que se conservan en su archivo personal y que difieren sensiblemente de lo publicado en su libro. Ciertamente, no lo pudimos probar... pero tampoco desmentir. Aunque evidentemente hay que respetar la presunción de inocencia.

-De lo que no caben dudas es de su participación en el tráfico de judíos.
-Lo hemos demostrado. Como también que denunció a sus compañeros de celda en la prisión de Cherche Midi donde lo encerró tres meses la Gestapo. También hemos averiguado que los tribunales franceses lo juzgaron y condenaron por estos hechos a 20 años de trabajos forzados.

-¿Cómo se les escapó un detalle como éste a sus biógrafos?
-Es extraño porque él mismo lo cuenta, aunque sea de refilón, en un rincón de sus diarios. En ellos admite que su situación legal en Francia es confusa, sabe que lo han condenado pero parece que no conoce la sentencia. Por raro que parezca, es un hecho en el que no había reparado hasta ahora ningún ruanista, y desde luego nadie había localizado el proceso. Quizás porque no lo habían buscado. Nosotros, sí.

-¿Cuál es concretamente el delito por el que lo condenan?
-Oficialmente, por "inteligencia con el enemigo", que es un concepto algo muy flexible. Si examinamos el sumario, comprobamos que básicamente lo procesan por haber delatado a sus compañeros de celda, en su mayor parte resistentes, y de los que había ejercido como confidente. Se chivó por ejemplo del sistema clandestino de correo en el interior de la prisión, y de que uno de los reclusos guardaba una lima en la celda, en la mejor tradición carcelaria. Lo más insidioso no es la delación en sí, sino que no cantó bajo tortura: les delató voluntariamente. Entre la documentación del sumario se conserva la denuncia de uno de ellos: cuenta la falsa promesa de tráfico de influencias que le había hecho a un judío encerrado con Ruano en Cherche Midi. Pues bien: Ruano salió a los tres meses; el judío aquel murió en Auschwitz.

-¿Cómo es que acabó en manos de la Gestapo?
-Esta es la gran pregunta. A juzgar por lo que cuenta Joan Estelrich en sus Dietaris -testimonio especialmente fiable porque fue compañero de Ruano, escribe justo después de estos hechos y sus Dietaris no estaban destinados a ser publicados- parece que la Gestapo estaba convencida de que Ruano prestaba desinteresadamente ayuda a los judíos que pretendían huir de Francia. Sólo después de los interrogatorios y registros llegan a la conclusión de que se trata de un simple, de un vulgar estafador, como él mismo admitió a sus interrogadores.

-Al negocio de la extorsión, ¿se dedica de forma puntual o sistemática?
-Desde luego no fue un caso sólo. Tenemos constancia del judío que compartió con él la celda de Cherche Midi, y también nos consta que desvalijó el piso de otro judío que tuvo que huir y que le dejó su casa, 850 metros cuadrados en la mejor zona de París, a Ruiz Aranda, que a su vez se la prestó a Ruano, que era amigo suyo. Nos pusimos en contacto con el hijo de Aranda, que nos aportó un testimonio muy interesante: entre otras cosas nos contó que Ruano se dedicó a ir vendiendo los muebles y las obras de arte que encontró en el piso.

-Después de estos tres años de investigación y de estas 500 demoledoras páginas, ¿cómo juzga a González Ruano?
-Era un oportunista dispuesto a cualquier cosa por dinero. Y esto lo dicen tanto los fascistas italianos como la Gestapo y los mismos tribunales franceses que lo juzgaron. A mi entender, lo mas grave es que violó sistemáticamente todos los códigos deontológicos imaginables, trabajando al dictado del ministerio de propaganda nazi. Llegó incluso a firmar artículos escritos por otros, y eran siempre piezas de un antisemitismo furibundo, hasta el punto que la misma Falange tuvo que llamarle la atención. Y lo que me parece todavía más grave es que un individuo de esta calaña diera hasta este mismo año nombre a uno de los premios de periodismo mejor dotados... ¡del mundo!

-Le han cambiado el nombre y lo han dejado en premio Mapfre, por la fundación que lo patrocina. ¿Por su culpa, quizás?
-Desde la Fundación Mapfre lo niegan; pero nos consta que es así.

-¿Cómo ha afectado el descubrimiento del lado oscuro de González Ruano a la percepción que usted tenía de su obra?
-Es un escritor de talento irregular pero con momentos realmente brillantes. Me interesan mucho su obra memorialística y sus diarios, y algunas de sus crónicas. Pero estamos ante el viejo dilema sobre si el hecho de que escribiera más o menos bien permite que se le perdone todo lo demás. Es un discusión bizantina, y al final nos encontramos ante un personaje profundamente amoral, un oportunista, un egoista que estaba convencido de que había nacido para ser príncipe, nada menos -y es capaz de decirlo él mismo- y que se pasó la vida pensando que el mundo le debía lo mejor. Si no se lo daba, se lo tomaba. Arrastró toda su vida este síndrome de hijo único y mimado.

-Pues la detención a manos de la Gestapo debió de ser un golpe de dura realidad.
-Fueron tres meses. En realidad no lo torturaron. No le tocaron un pelo, salvo un simulacro de fusilamiento que él mismo cuenta y que no hemos podido comprobar, aunque es posible que así fuera. Estos tres meses fueron probablemente la experiencia más intensa de su vida.. Tanto, que en su obra posterior sigue dándole vueltas a esta experiencia, llega incluso a hacer literatura con las confidencias de los compañeros de celda a los que luego delató a la Gestapo. Era, en fin, un hombre obsesionado con las joyas y con el sexo, con vicios caros, especialmente en el París ocupado. Esto le obligaba a buscar dinero de donde fuese, y sin tener en cuenta las consecuencias que esto pudiera acarrearles a los demás.

-Vayamos a la sección andorrana de El marqués y la esvástica. Con Puigdellívol pasa algo parecido que con González Ruano, pero sin sombras probadas: le someten a un juicio sumarísimo para acabar exculpándolo de toda sospecha.
-Más que nosotros, quien le somete a juicio son los tribunales franceses...

-...que también lo terminaron exculpando, como recogen en el libro. ¿Tuvo quizá Puigdellívol la mala suere de que lo citara Bayo en Reporter y de que haya dejado rastro documental? Lo digo porque todos los que han hurgado en su papel en el paso de fugitivos no han conseguido involucrarlo en la leyenda negra, por mucho que lo han intentado.
-Es cierto, pero el capítulo tiene cierta relevancia porque explica con cifras y datos concretos cómo funcionaba el negocio del pasaje de judíos. A Puigdellívol le hemos incorporado al libro porque uno de los testimonios que cita Pons Prades y del que partimos es el pasaje de judíos en camiones. Algo que no estaba al alcance de muchos pasadores en una época en que los controles, aduaneros y volantes, era constantes y muy estrictos. Hacían falta salvoconductos para todo, y el hecho de pasar a fugitivos judíos en camiones conducidos por militares alemanes lo convierte en un caso único, excepcional.

-Citan también a Barberan.
-Así es, aunque él en camiones sólo pasaba mercancías de contrabando; a los judíos los pasaba a pie, disfrazados de contrabandistas y con la colaboración también de soldados alemanes. Un caso sin duda insólito. El caso es que nos llamó la atención que Puigdellívol utilizara camiones, porque este detalle coincidía con el testimonio del que parte la investigación. Hemos intentado ir analizando todos los elementos, ofreciéndoselos al lector para que él extraiga sus conclusiones. Puigdellívol tenía además confidentes de la Gestapo en su equipo. Todo esto puede no significar nada, pero implica una serie de connivencias y sobornos y, desde luego, es un juego preligroso.

-Que se lo digan a él, que terminó en Buchenwald.
-Sí: con los miembros de su cadena y los judíos que transportaba el día que lo capturaron.

-Hagamos balance: en el libro registran cuatro "matanzas" en zona de -digamos- influencia andorrana, con el resultado de diez fugitivos judíos muertos. En el contexto bélico y teniendo en cuenta de que por Andorra circularon probablemente miles de huidos -Baldrich decía que había pasado a cerca de 300- no parece que sea lo más propio hablar de "matanzas masivas" como hace Daniel Arasa, uno de los expertos que citan en El marqués y las esvástica.
-Hay que tener en cuenta que documentar este tipo de muertes es dificilísimo. La única manera de hacerlo de forma fehaciente es desenterrando fosas, y en el epílogo contamos que han aparecido fuentes de última hora, y fidedignas, de que en Andorra, cuando se descubrían restos humanos sospechosos al levantar por ejemplo un edificio, la práctica habitual era cubrirlos sin avisar a nadie. Estas muertes raramente dejan rastro en los archivos, aunque tal vez puedan encontrarse en uno que nos ha cerrado la puerta a cal y canto: el del obispado de Urgel.

-Un clásico.
-Es un fortín. No hubo manera. Aunque, ¿qué rastro documental podemos esperar que se conserve ahí? Sus parientes quizás sabían que una familia de judíos atrapados en la ratonera europea tenía intención de huir pasando por Andorra. Pero incluso esto es mucho suponer, una huida así no es algo que se anuncie por correo. Supongamos que los familiares estaban informados de que iban a cruzar por Andorra, pero que nunca llegaron. ¿Qué hacen? ¿Dirigirse a gobiernos hostiles como los de la España franquista o la Francia de Pétain para interesarse por estas personas? Si así ocurrió, quizás podríamos encontrar correspondencia de este tipo en el archivo del obispado.

-El capítulo final en Envalira, armados con un detector de metales a la búsqueda de restos humanos en la curva de la muerte... ¿Es una escenificación, una licencia digamos literaria, o tenían de verdad la esperanza de encontrar algo?
-No fue una escenificación, sino un pronto. No queríamos dejar ningún cabo suelto, y por una serie de motivos que explicamos en el libro creíamos que esa zona de frontera era ideal para una matanza de este tipo. Todos los indicios apuntaban a este lugar. Fuimos con un arqueólogo, Albert Roig, que nos hizo ver que si alguna vez hubo allí cadáveres enterrados, el deshielo y las riadas se los habrían llevado tiempo atrás.

-Para terminar: buena parte de la leyenda negra nace con los reportajes de Eliseo Bayo para Reporter. Y para mi gran sorpresa, el propio Bayo admite en el libro que pudo ser engañado. Y surge la sospecha de que quizás en 1977, cuando escribió estos reportajes, ya tenía esta llamémosle intuición, y que a pesar de todo siguió adelante.
-No es justo. Los documentos que nos facilitó demuestran que él investiga honestamente una pista que cree cierta. No inventa ni fabula. Él vio y fotografió huesos. Lo que ocurre es que cuando uno paga por un testimonio inmediatamente surge la sospecha de si no será todo un montaje para hacerse con ese dinero. Bayo acepta esta posibilidad, y es cierto que Reporter era una revista amarillista. Pero dentro de sus parámetros él emprende una investigación honesta, busca testimonios, aporta documentos, visita los escenarios... Nadie hace todo esto si es consciente de que está contando una mentira.

-¿Decepcionados, con los resultados de sus pesquisas?
-Es muy difícil probar nada de esto sin la implicación a gran escala del gobierno [de Andorra]. Hemos removido cielo y tierra, hemos hablado con Bayo -cosa nada fácil y que no había conseguido hasta ahora ningún historiador- hemos desenterrado el proceso de Puigdellívol, que no demuestra que estuviera implicado en la entrega de judíos, pero sí que lo estuvo en una red de salida de jerarcas nazis a través de un bar de Hospitalet que regentaba su familia. Hemos desentrañado cómo funcionaba la maquinaria económica de este tipo de pasaje y, en fin, hemos rescatado el testimonio de Barberan, que como el de Pons Prades, estaba bastante olvidado.

viernes, 14 de marzo de 2014

González Ruano, los camiones y la leyenda negra

Sala Rose y Garcia-Planas retratan el lado oscuro del autor de Mi medio siglo se confiesa a medias y revisan el mito de los pasadores en El marqués y la esvástica: César González Ruano y los judíos en el París ocupado.

Comencemos por el final. Ya verán que merece por una vez la pena: imagine el lector que los autores de El marqués y la esvástica -el periodista Plàcid Garcia-Planas, reportero de guerra de La Vanguardia, y la filóloga y germanista Rosa Sala Rose- armados con un detector de metales y acompañados por un arqueólogo, caminan por los alrededores de cierta curva de la N-20, la carretera que une el Ospitalet, del lado francés, con el Pas de la Casa, la última población andorrana. Por la zona del río Palomeres: el Pla de la Vaca Morta. Buscan con más entusiasmo que esperanzas los restos -huesos, hebillas, cualquier cosa- de los fugitivos judíos que durante la II Guerra Mundial sospechan, fueron asesinados justo en este recóndito tramo de carretera por los pasadores que los iban a conducir a la libertad. A Andorra. Imagine también el lector que en un momento dado va Sala y en un arrebato de buena surte da, que sí, con un prometedor y alargado hueso: "¡Un húmero"!, se dice. Por fin, la prueba definitiva que han buscad sin éxito durante tres años de investigaciones que les han llevado a sumergirse por una veintena de archivos de ochos países. Lástima que el arqueólogo de la expedición les dé un baño de realismo: aquel pingajo no es lo que queda de un húmero humano, sino tan solo "un huso ovocaprino". La dura realidad, insiste el arqueólogo, es que si alguna vez aquel rincón de montaña sirvió como cementerio de los judíos asesinados por sus presuntos salvadores, hace tiempo que sus restos hubieran sido arrastrados por el deshielo.

César González Ruano, periodista y escritor, que residió entre 1942 y 1944 en el París ocupado por los nazis y a quien Sala Rose y Garcia-Planas vinculan con la extorsión de fugitivos judíos en El marqués y la esvástica. Hasta hace dos meses daba nombre al premio de periodismo mejor dotado de España -y del mundo entero-  patrocinado por la Fundación Mapfre, que casualmente decidió cambiarle el nombre ante la inminente publicación del libro. Fotografia: ABC.
El Pas de la Casa en los años 50: siguiendo por la N-20, ya en el lado francés, se encuentra la curva en que los autores sospechan que pudieron ser ametrallados los grupos de fugitivos judíos traicionados por sus supuestos guías. Fotografía: APA / El marqués y la esvástica.
Manfred Katz, confidente de la Gestapo del que autores insinúan que delató al grupo de Puigdellívol, capturado por la Gestapo en Mont-Lluís en junio de 1944. El pasador andorrano terminó de estas en Buchenwald, de donde no salió hasta la liberación de los campos con el fin de la II Guerra Mundial. Fotografía: El marqués y la esvastica.

Esta es la culminación pelín esperpéntica de El marqués y la esvástica, tocho de medio millar largo de páginas que sigue el rastro del escritor y periodista César González Ruano en el París ocupado de los primeros años 40, que prueba la infame participación del autor de Mi medio siglo se confiesa a medias en la extorsión de fugitivos judíos a los que ayudaba a abandonar Francia a través de los Pirineos, y que tirando del hilo fueron a parar a Puigcerdá, pongamos que en la primavera de 1943, cuando André Parent, aduanero francés de Bourg-madame y colaborador de la Resistencia, sospecha que la caravana de camiones Berliet parada en la frontera transporta en realidad un cargamento de hombres. Fugitivos judíos de camino hacia Andorra. Una pista que concuerda con otra más: la que dejó el exguerrillero anarquista Eduardo Pons Prades -el mismo que sostenía en El mensaje de otros mundos haber sido abducido, ejem, por un ovni en cierto paraje de la Cerdaña francesa- en Los senderos de la libertad: un libro relativamente reciente -lo publicó en 2002 La Rosa de los Vientos- que pasó por aquí totalmente desapercibido y donde el autor recoge el testimonio de un tal Rosenthal, ingeniero químico y judío de Coblenza.

Otro fugitivo, éste con la particularidad de que sobrevivió al ametrallamiento al que sus supuestos salvadores sometieron a su grupo de fugitivos de camino hacia la salvación: "Les dijeron que iban a entrar en Andorra a pie por la montaña y que en menos de una hora estarían a salvo. Pero de pronto estallaron ráfagas de ametralladora y el griterío de las víctimas. Como el ingeniero caminaba detrás del todo sólo fue alcanzado en un hombro. A la luz de las linternas los asesino se paseaban entre los moribundos a los que desvalijaban, luego abrieron una zanja en la que medio enterraron los cadáveres". Un testimonio que Pons Prades recogió a su vez de su compañero de armas Manuel Huet -ex nano d'Eroles durante la Guerra Civil y quien en 1946 se instaló, por cierto, en Andorra, muerto en 1984 a consecuencia de un accidente de tráfico. Auxiliado por un grupo de la Resistencia que lo rescató en la montaña y le hizo curar las heridas en Cacasona, nada menos que por el doctor Joaquim Trias, Rosenthal explicó cómo él y su grupo -incluidos sus padres y hermana- fueron engañados por un supuesto funcionario de la embajada española en París. Un funcionario que según Pons Prades y como el mismo maquis se encargó de confirmar, era ni más ni menos que González Ruano.

Esta es la principal revelación de El marqués y la esvástica, que no es propiamente un libro de historia sino la crónica de la investigación que los autores emprenden por media Europa para tratar de probar la implicación de Ruano en las escabechinas de fugitivos judíos que -sospechan- podían terminar en la curva de la Vaca Morta de la N-20. Sin demasiado éxito, todo sea dicho. Porque la conclusión final es que nuestro hombre de hoy se dedicó a la extorsión sistemática de los judíos que tenían la mala pata de ir a caer en sus garras, pero en cambio se reconocen incapaces de probar documentalmente los vínculos con las matanzas como aquella a la que Rosenthal sobrevivió. Por el camino exhuman el juicio al que Ruano fue sometido en Francia y que en 1947 lo condenó a 20 años de trabajos forzados por "inteligencia con el enemigo". Por concretar: colaboración con la Gestapo y delación de los reos -miembros de la Resistencia y un judíos que por lo visto acabó en Auschwitz- con los que durante tres meses compartió celda en la prisión de Cherche Midi. Cortesía, paradójicamente, de la Gestapo, que lo detuvo, sostienen los autores, creyéndolo cómplice en el paso clandestino de judíos, hasta que los convenció de que se trataba tan solo de un vulgar estafador. Estos tres meses de cautiverio le suministraron material que más tarde reutilizó en alguna de sus novelas, e incluye un oscuro episodio de simulacro de fusilamiento, por el que pasa de puntillas en sus diarios. Ni que decir tiene que Ruano no cumplió ni un solo día de los 20 años de trabajos forzados a los que fue condenado por los tribunales franceses: en 1947 hacía tres años que había regresado a España.

La leyenda negra: un balance (provisional)
Tozudos como son Sala Rose y Garcia-Planas siguen más pistas, y así es como -atención- Antoni Puigdellívol se cuela en esta historia: él era el único pasador, dicen los autores, que en la época se dedicaba a cruzar por la zona de Puigcerdá a grupos de fugitivos que cargaba en camiones... ¡conducidos por soldados alemanes! Untados, por supuesto. Un juego peligrosísimo, este de Puigdellívol, porque en junio de 1944 fue sorprendido por la Gestapo a la altura de Mont-Lluís al frente de una expedición. Puigdellívol acabó en Buchenwald, con su mano derecha, el también andorrano Pepito Gelabert, y el grupo que pretendía pasar. Parece que fue un confidente infiltrado en la cadena el que los delató. Y le ponen nombre: Manfed Katz, que tras la guerra se refugió en Barcelona. Puigdellívol, en fin, no saldría del campo de concentración hasta el final de la contienda, en mayo de 1945.

El caso es que este episodio no impidió que la justicia francesa le abriera en 1946 juicio: le acusaba de la muerte de madame Espira, una judía que formaba parte del convoy en que la Gestapo cazó al mismo Puigdellívol. El proceso se alargó dos años pero al final salió de él limpio como una patena: no se pudo probar la acusación, y el pasador contó con el aval de un reputado testimonio: el exministro de Defensa francés André Diethelm. Puigdellívol alegaba haber pasado a la mujer y a la hijastra de Diethelm; Sala y Garcia-Planas demuestran que no fue así. Un personaje, en fin, de claroscuros, como tantos que pululan por este libro, y del que también sacan a colación la controversia con Isabel del Castillo, que lo acusa en El incendio de haberse quedado con el dinero que le confió cuando la ayudaron a cruzar los Pirineos, y -todavía más inquietante- la supuesta implicación del bar que la familia regentaba en Hospitalet, Barcelona, en una trama que acabada la guerra se ocupaba de pasar a España a gerifaltes nazis como Georges Delfanne, alias Masuy, "sádico gestapista conocido por la invención del suplicio de la bañera". Glups.

Hay que añadir que Puigdellívol no fue el único pasador motorizado y que recurrió al soborno de los militares alemanes en el tráfico clandestino de hombres: en nuestro rincón de Pirineo hubo por lo menos otro, Paul Barberan, que utilizaba camiones para el contrabando de neumáticos por el Pas de la Casa, y que para pasar judíos había ideado un estratagema tan insólito como audaz y, por lo visto, eficaz: Barberan disfrazaba a sus fugitivos de contrabandistas, fardo incluido, y los hacía desfilar a pie por los pasos de montaña, con la aquiescencia y en ocasiones con la colaboración entusiasta como porteadores de los mismos alemanes. Claro que también Barberan acabó arrestado por la Gestapo, en abril de 1944. Con más suerte que Puigdellívol, porque tan solo tres días después lo encontramos sopechosamente en libertad. Sala especula que quizás la compró vendiendo al mismo Puigdellívol...

El marqués y la esvástica constituye, en fin, una mina de información, mucha de la cual rigurosamene inédita: los procesos de Ruano y Puigdellívol, por ejemplo, por no hablar de la aproximación digamos que contable al negocio del tráfico de fugitivos, con billetes que podían salir por la astronómica cifra de 100.000 francos por persona -es lo que Del Castillo sostiene haberle pagado a Puigdellívol- y  un beneficio neto por cada fugitivo efectivamente pasado que ascendía a 20.000 francos de media. Tiene también un interés mayúsculo el balance de la, ejem, leyenda negra: los autores han documentado cuatro "matanzas" de judíos -esto de "matanzas" lo dicen ellos- con una decena de víctimas en total: los dos matrimonios belgas que Joaquim Baldrich afirmaba haber visto semienterrados en la nieve cerca del Estany Negre, a los que habían liquidado dos guías aragoneses, Mulero y Trallero; Jacques Grumbach, diputado socialista francés y director del diario Le Populaire, a quien su guía, Lázaro Cabrero, decerrejó un tiro en la nuca: le costó un proceso en el que resultó sorprendentemente absuelto; el caso del matrimonio Allerhand, Gustave e Ida, judíos franceses que en septiembre de 1942 salieron de Ussats les Bains con destino a España de los que nunca más se tuvo noticia -reseñado por Josep Calvet en Las montañas de la libertad; y las tres chicas judías cuyos cadáveres José Bazán cuenta en sus memorias, Jo, un nen de la guerra, que fueron rescatados en 1942 del valle del Madriu (Andorra).

Diez muertos que constituyen indudablemente diez tragedias, pero que difícilmente admiten la cualificación de "matanzas", sobre todo si tenemos en cuenta no sólo el contexto bélico sino también que por Andorra cruzaron miles de fugitivos: el mismo Baldrich afirmaba haber pasado más de 300, aunque los autores sospechan que hay muchísimos casos más que no se podrán probar jamás por la misma naturaleza del paso clandestino... y si no aparecen los restos que Sala y Garcia-Planas buscaban en la N-20. Como Eliseo Bayo, el periodista de Reporter, en los años 70...

Más contundente aun se muestra el historiador Daniel Arasa (La guerra secreta del Pirineu), cuyo testimonio también es recogido en El marqués y la esvástica, y que no se corta un pelo. Perdonará el lector la cita kilométrica: "En Andorra hubo mucha gente, andorrana y de fuera, que de forma directa o indirecta colaboraron con las cadenas de evasión. La inmensa mayoría no se caracterizaron por el altruismo. Es cierto que el humanitarismo tampoco abundó en muchos otros lugares, pero el caso andorrano es el más extremo de mercantilismo en los pasos pirenaicos. Salvo honrosas excepciones, en Andorra el ideal sólo tenía un nombre: oro. Algunas de las grandes fortunas de Andorra tienen su origen en el paso de gente por el Pirineo. En determinados casos, el dinero se hizo con la sangre de los fugitivos, a los que se expolió, abandonó en la montaña o incluso mató a fin de robarles. Algunos fueron entregados a los alemanes para cobrar la recompensa. Hay que puntualizar que estos abusos extremos fueron hechos aislados, no una actuación generalizada como algunas veces se ha dicho. La mayor parte de los guías cobraban precios elevados por su trabajo, pero no eran asesinos".

Gravísimas acusaciones, con o sin sangre de por medio, que lanza al aire sin aportar, en fin, prueba alguna. Y en este plan, no nos iremos sin mencionar de nuevo a Bayo, el autor de aquella fundacional serie de reportajes sobre la leyenda negra publicados en 1977 en Reporter -ya se ha dicho. Pues bien, tras décadas de silencio, en El marqués y la esvástica admite que pagó a los testimonios -supuestos pasadores que lo condujeron a los rincones donde yacían las supuestas víctimas- y que no podía estar seguro de la veracidad de lo que entonces le contaron -y él mansamente publicó: "A lo mejor lo amañaron, quizás cogiendo huesos de un cementerio... La verdad es que no estoy muy seguro". A lo mejor, en fin, eran huesos ovocaprinos.

[Este artículo se publicó el 13 de marzo de 2014 en El Periòdic d'Andorra]