Incursiones relámpago, estilo Sturmtruppen, en episodios que tuvieron lugar en Andorra y cercanías durante la Guerra Civil española, la II Guerra Mundial y las dos postguerras, con ocasionales singladuras a alta mar, a ultramar y si conviene incluso más allá.
[Fotografía de portada: El Pas de la Casa (Andorra), 16 de enero de 1944. La esvástica ondea en el mástil del puesto de la aduana francesa. Copyright: Fondo Francesc Pantebre / Archivo Nacional de Andorra]

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martes, 13 de mayo de 2014

El país de los diluvios

El historiador Joan-Lluís Ayala documenta 230 catástrofes naturales registradas en Andorra entre 1586 y 1975; sostiene que estos episodios se repiten de forma cíclica en los mismos escenarios, y que hay que "escuchar" a la naturaleza.

El acta de defunción lo resume con dramático lacononismo: "Estos murieron de muerte repentina por un saliente de nieve allá en la parte alta del puerto, más las yeguas, y 30 cabezas de ganado, 23 mulas y otras bestias..." Estos -es decir, los fallecidos- son Mateu Faure y Miquel Font, vecinos de Soldeu; Gabriel Agustí, de la Massana; Miquel Gaià, de un lugar llamado la Espluga Calba, u Joan Reitgs, de Siguer. La muerte repentina les sobrevino a causa de un alud que tuvo lugar en abril de 1718 en la zona conocidda como la Portelleta, ala entrada del pueblo de Soldeu. Faure, sus cuatro compañeros, las yeguas y los otros bichos son las víctimas de la catástrofe natural más mortífera que el historiador Joan-Lluís Ayala ha documentado en los libros de actas de los comuns y del Consell General entre 1586 y 1975. Quedan fuera, por lo tanto, las trágicas inundaciones del 7 y el 8 de noviembre de 1982, con dejaron una docena de muertos y dos desaparecidos. Dos años, en fin, de trabajo de horniguita, a cuenta de la beca de investigación histórica Cebrià Barauat -que dota el Archivo Nacional de Andorra- y que bajo el título Deteccio i recuperació de riscos naturals a través de les fonts documentals presentó ayer en sociedad. Aquí sigue un avance; el tocho entero -fascinante enseguida lo verán- a partir de noviembre en el Archivo.


La riada de l27 de octubre de 1937 dejó estas escenas de desolación al paso del Valira por la localidad de Encamp; en la imagen superior se distingue el quepis de dos de los gendarmes de la fuerza mandada por el coronel Baulard desplegada en Andorra durante la Guerra Civil. Fotografías: Fondo Buillas / Archivo Nacional de Andorra.

Un auténtico caramelo sobre una materia prácticamente virgen por esta parte del mundo, y que sigue el rastro de un puñado de catátrofes. O de unos cuantos puñados: exactamente, 230, incluidos aludes, grandes nevadas, lluvias torrenciales y las consigiuentes inundaciones, ventoleras -con y sin torb- y sobre todo, diluvios. Ni rastro, en cambio, de terremotos y otros sismos .Ni tan siquiera de la serie que entre 1427 y 1430 devastó las comarcas catalanas de la Garrotxa y el Ripollès, se sintió en la Cerdaña y tocó la parte baja del Valira, con especial incidencia en el monasterio de Sant Serni de Tavèrnoles. Cosa que no significa, advierte Ayala, que no afectaron a Andorra sino que no han aparecido referencias en las fuentes consultadas. Así que no desistamos de encontrar su huella. Pero habáimos empezado con el alud de 1718, el más lucutoso pero no el más habitual de los episodios documentados: si hay uno que se repite con molesta impertinencia a lo largo de los siglos son las inundaciones. De hecho, la más antigua que ha podido localizar data del 27 de octubre de 1586 y corresponde a una acta del consejo de la capital que ordena reparar "el camino de la cruz de Andorra hasta donde estaba el puente antes de la avenida".

La gran crecida de 1772
En adelante noticias como ésta se repiten con insistencia en la documentación comunal. Con carambolas históricas que invitan a la reflexión: por ejemplo, la riada de agosto de 1750 que se llevó por delante el puente de Fontaneda, en Sant Julià de Lòria, un hecho que podría datar vde ayer mismo: el Tribunal Superior acaba de condenar al Gobierno y al comú de Sant Julià a indeminzar a tres particulares por los daños que causó la crecida del torrente del Solà el 1 de agosto de 2008. Y a la altura del mismo puente de Fontaneda: "He aquí dos episodios muy similares, con lluvias intensas y muy localizadas en el mismo lugar y en la misma época del año, y con consecuencias igualmente catastróficas; esto quiere decir que la naturaleza habla, nos avisa, y que hay que saber escucharla", dice el historiador. De paso, parece avalar los argumentos de los recurrentes de 2008, que sostienen que la avenida no era en absoluto excepcional y que por lo tanto los daños se hubieran podido prever y evitar.

La de 1750 no dejó, que se sepa al menos, víctimas mortales. Parece que tampoco la de septiembre de 1772, probablemente -especula Ayala.- el peor diluvio de la historia de Andorra. Dejó huella en las actas de casi todos los comuns: hasta en las del Consell General, que en una resolución del 15 de febrero del año siguiente da testimonio de la cara de estupefacción que el acontecimiento dejó en los muy ilustres consellers: "En vista de los gravísimos estragos ocasionados en las Parroquias de los presentes Valles por la avenida de las auguas en el mes de septiembre pasado, mudando los cursos ordinarios, arrasando propiedades particulares y causando graves daños a los comuns..." Se interrogan sobre cómo han de proceder ante la catástrofe: "Cómo y de qué manera hay que devolver las aguas a su cauce acostumbrados, o si es mejor dejarlos en los cauces por los que hoy discurren, y cómo hay que resarcir los daños ocasionados..." Una carta del señor Obispo al comú de "las Caldas" fechada en 1785 aun recomienda reconstruir "el puente de piedra y tres casas" que se llevó la riada de 1772: ¿sería el puente de la Tosca?

La historia, esa maestra
El dantesco panorama que dejaron las crecidas de 1772 evocan las de 1937 y 1982; ésta última -ya se ha dicho- excede los límites temporales de la investigación de Ayala; de la primera, en cambio, recuerda la picaresca con que algunos vecinos intentaron sacar provecho de la coyuntura solicitando ayudas para reconstruir puentes y vados de propiedad que supuestamente habían resultado afectadas por las avenidas. Pero sorprendre la ausencia de víctimas en el de 1772: especula el historiador que en un país semidespoblado, con apenas 4.500 almas los daños personales podían ser en casos como éste escasos. Por otrra parte, falta confrontar los datos relativos a las crecidas con los libros de óbitos parroquiales: un trabajo ingente y que està por hacer, pero que quizás revelaría el impacto exacto de estas catástrofes en la población.

Pero no sólo de riadas vive el historiador. También se interesa por las repercusiones digamos que sociológicas que tienen estos episofios>: el 14 de mayo de 1874, el consell del comú de Ordino se reúne, atención, para "hacer pregarias ante el mal tiempo". No tiene que sorprender, esta apelación a instancias superiorres, si se tiene en cuante que dos años antes, en octubre de 1872, el mismo comú pasaba lista a los daños ocasionados por unas lluvias persistentes que caían "desde hace 18 o 19 días". Uno arriba o uno abajo, después de dos semanas ya no tiene mucha importancia.

Hay también años de nevadas. Lo debió ser el invierno de 1891 porque el viajero catalán Josep Aladern -el autor de las suculentas Cartas andorranas- escribe el 18 de octubre de 1892 y también desde Ordino: "Estoy muy a gusto en este pueblo, a cuya espalda se levanta como un gigante el pico de Casamaña, en cuya cima no se ha fundido la nieve en todo el verano". ¡Nieves eternas en el Casamaña! Hay ventoleras descomunales, como una que sopló en la primavera de 1935 por la zona de Aixovall: Lluís Duró se adjudicó en pública subasta y por 250 pesetas los 126 arbolitos abatidos por el viento, que respetó por otra parte el puente mdieval -solo para que se lo pudieran llevar las aguas en 1982. Y hay también incendios, como el del bosque de la Plana, en la solana de Escaldes, en agosto de 1789, y como los que proliferan sospechosamente desde finales del siglo XIX, coincidiendo con el auge del negocio de las serradoras. Ayala documenta incluso la caída de un pedrusco, en amyo de 1938, en la carretera que une Andorra la Vella con Sant Julià de Lòria. Dejó una víctima: Bonaventura Riera.

Una investigación exhaustiva que le permite concluir que hay zonas especialmente propensas a los desastres naturales: por ejemplo, Santa Coloma, donde consta que el agua se llevó la palanca en 1898 y de nuevo en 1908. Lo cual nos indica que estos episodios antes después volverán a repetirse. No sabemos cuándo, pero se repetirán. Veremos entonces, dice Ayala, si son eficaces las obras de canalización y de prevención, o si -más sencillo y seguro todavía- lo sensato hubiera sido no construir en estas zonas marcadas en negro. Porque concluye, "haríamos muy bien en tener en cuenta lo que nos dice la historia: quizás nos evitaríamos alguna sorpresa desagradable".

[Este artículo se publicó el 8 de junio de 2011 en El Periòdic d'Andorra]

martes, 8 de abril de 2014

Sant Serni de Tavèrnoles: fue el terremoto

Josep Maria Nogués reconstruye los siete siglos de vida del monasterio de Sant Serni en Els benedictins a Tavèrnoles-Anserall; el autor avala la tesis de que la decadencia del cenobio se acentuó con el seísmo de 1428.

Cojamos los bártulos y retrocedamos unas líneas hasta el siglo XI. Es el 17 de enero de 1040, y Anserall bulle de una insólita actividad: una multitudinaria, pintoresca fauna humana que incluye dos obispos -Eribau de Urgell y Arnulfo de Ribagorça- la condesa Constanza y su hijo Ermengol III de Urgel y hasta ocho abades procedentes de monasterios de uno y otro lado de los Pirineos, incluido el anfitrión, se han concentrado en esta pequeña localidad vecina de la Seo de Urgel. No hay para menos: hoy se consagra la nueva iglesia de Sant Serni. Con el claustro del cenobio y las otras dependencias monacales constituye un conjunto monumental con escasos pares en la Cataluña vieja. Pues bien: de todo aquel esplendor, hoy tan solo sobreviven el transepto, el ábside y un pedacito del muro. Miren la última fotografía: migajas.

Ábside de la iglesia de Sant Serni de Tavèrnoles en 1931; atención a la torre cuadrangular, abatida en la cuestionada reconstrucción del templo, en los años 70. Fotografía: Walter Mur.


El baldaquino románico de Sant Serni de Tavèrnoles, hoy en el MNAC, fue arrancado el 15 de septiembre de 1906, y vendido por 2.000 pesetas. Fotografía: Archivo Nacional de Cataluña / Museo Nacional de Arte de Cataluña. 
Vista actual de los arcos que sostenían las bóvedas del templo; no resistieron al seísmo de 1428. Fotografía: Tony Lara / El Periòdic d'Andorra.

Pero estamos en 1040 y todavía faltan unos cuantos siglos para la decadencia. En Sant Serni residen de forma permanente hasta una veintena de monjes y una docena de presbíteros que disponen de una nutrida biblioteca con medio centenar de volúmenes, entre los que se cuentan los Diálogos de san Gregorio Magno y las Sentencias de san Isidoro de Sevilla. Quizás no son los best sellers de hoy, pero para el siglo XI parece que no iban mal servidos. Avancemos ahora hasta 1560 para acompañar a Pere Frigola, abad de Sant Benet de Bages, en su reglamentaria visita canónica a Sant Serni. El panorama con el que se da de bruces no puede ser más desolador: "Hay dos monjes, uno de los cuales ejerce como prior y como sacristán; se excusan por no poder impedir la entrada de bandoleros en el monasterio; en la Iglesia faltan vestidos y ornamentos; los altares están tan indecorosamente conservados que parecen establos, y el claustro, el refectorio, el dormitorio y las otras estancias del cenobio son auténticas ruinas".

Nada que ver con la exhibición mundana del año 1040. Tavérnolas es cinco siglos después la pura sombra de lo que había sido. Y todavía lo será más cuando el papa Clemente VIII decrete en 1592 -y quien sabe si a la vista de los informes del abad Frigola- la supresión de la vida monacal y la conversión de lo que queda de la iglesia en la parroquial de Anserall. ¿Qué ha ocurrido, durante estos 500 años, para que el orgulloso cenobio del abad Guillem haya conocido tan adversa fortuna? Esto es lo que ha intentado averiguar Josep Maria Nogués, presidente del Centre d'Estudis de Sant Sadurní de Tavèrnoles, en Els benedictins a Tavèrnoles-Anserall. la monografía definitiva -de momento, claro- sobe este monasterio del Alto Urgel. Nogués se ha sumergido en los diplomatarios editados por Cebrià Baraut para reocnstruir los principales episodios de esta milenaria historia. Aquí van tres de ellos con algo de carnaza, para abrir boca: el nombramiento de Feliu -ya saben, el paladín del adopcionismo: le acabaría costando el cargo- como primer abad del cenobio, en 776; la ratzia de Abd al-Malik, que en 795 arrasa Castellciutat -¿aprovechó para desviarse hasta Andorra?- y el periplo de un tal Pere Rovira, jurista de Besalú, que en 1391 se personó en Tavèrnoles para recoger las reliquias de san Vicente y llevárselas a Gerona. Una premonición, si quiere el lector, de los episodios de rapiña artística -con coartada conservaconista, eso sí, y aval de la Diputación de Barcelona- de principios de siglo XX.

Seis siglos de decadencia
Avancemos las conclusiones de Nogué: los inicios de la decadencia hay que situarlos en 1347, cuanod la Peste Negra liquida expeditivamente al 40% de la población europea -incluida la guarnición del castillo andorrano de Sonplona, en la Roureda de la Margineda. De hecjo, especula el autor, "quizás el abad Roger fue una de las primera víctimas del monasterio", lo cual es -reconocerá el lector- mucho especular. Siguen unos decenios de recuperación más aparente que real.. Hasta que llega el golpe de gracia con la serie de terremotos de 1427 y 1428. Nogués se apunta a la hipótesis del historiador Carles Gascon y del geólogo Valentí Turull, que atribuyen la ruina del monasterio al seísmo del 2 de febrero de 1428. A partir de este momento, las sucesivas visitas canónicas dcoumentan la imparable decadencia de Sant Serni: en 1430 e labad gabriel advierte que si no se repara urgentemente la iglesia los monjes la tendrán que abandonar; en 1441 se han cumplido sus negros augurios porque el visitador de turno -el abad Francisco de Sant Pedro de Portella- se encuentra el monasterio "totalmente abandonado, sin un solo monje, y es recibido por el guardián, que vive en las dependencias con su mujer y dos hijos. [San Serni] ofrece un espectáculo lamentable, la iglesia sin gran parte del techo, el claustro y el capítulo arruinados, convertidos en depósitos de forraje y suciedad..."

Casi un siglo después, en 1534, Bernat Broçà dice que el abad del momento trabaja en la reconstrucción del techo del monasterio arruinado, sostiene, "a causa de los terremotos y bandidajes..." Pero sin mucha suerte: a Sant Serni sólo le quedaban seis décadas escasas de lenta agonía. Y lo que vendría despuñes, porque en los siglos siguientes la piedra del antaño orgulloso cenobio sirvió para levantar y apuntalar las casas del pueblo de Anserall, y el patrimonio artístico del monasterio fue sistemáticamente expoliado: Nogués sigue la pista del baladaquino, del frontal del altar y de los capiteles románicos del claustro, todos ellos hoy en el Museo Nacional de Arte de Cataluña (MNAC). El baldaquino fue vendido en 1906 por 2.000 pesetas; los capiteles, a tres duros la pieza... De aquel templo monumental consagrado en 1040 en presencia de Eribau, Arnulfo y Constanza sólo quedan el ábside, dos tramos de la nave principal y una dudosa reconstrucción perpetrada en los años 70 que el autor no se cansa de cuestionar. Pero esta es otra historia. Porque la culpa, en fin, fue del terremoto.

[Este artículo se publicó el 4 de octubre de 2011 en El Periòdic d'Andorra]

martes, 18 de febrero de 2014

1428: el año que el Pirineo tembló

El geólogo Valentí Turull y el historiador Carles Gascón localizan en la Vall del Valira trazas documentales del terremoto más devastador jamás registrado en el noreste peninsular.

El historiador Joan Lluís Ayala ha pasado recientemente lista a las catástrofes naturales registradas en nuestro rincón de mundo a partir del siglo XVI: inundaciones, grandes nevadas, lluvias torrenciales, incendios, ventisqueros y ventoleras. Algunas de las cuales de fatales consecuencias, como el alud que en abril de 1718 causó cinco víctimas mortales en la zona de la Portelleta, a la entrada de Soldeu. Y otras auténticamente devastadoras, como la crecida del Valira en 1772, que destruyó el puente de la Tosca, en Escaldes, y que Ayala no duda en calificar -aunque no consta el número de víctimas- como el peor desastre natural jamás registrado en el país. Sorprendía en esta inquietante relación de desgracias naturales la ausencia de terremotos: sobre todo, que el del 2 de febrero de 1428, el más devastador registrado en Cataluña, y el del 1 de noviembre de 1755 -el que destruyó Lisboa- pareciesen haber pasado de largo. O no haberse atrevido ni a entrar en estos predios. Como si un extraño, caprichoso designio divino hubiese preservado nuestro pedazo de Pirineo de los periódicos accesos de ira de la madre Naturaleza. Qué raro. Ya entonces advertía Ayala de la posibilidad de que sí, que se hubieran producido en tiempos más o menos recientes seísmos que no dejaron no obstante huella en los archivos que él ha podido consultar, y que por lo tanto habían escapado a su olfato.

Ábside de la iglesia de Sant Serni de Tavèrnoles en el primer tercio del siglo XX: la torre, inicialmente circular, se había reconstruido con planta cuadrada. Fotografía: Archivo Comarcal del Alto Urgel (Fondo Plandolit).

Exterior del antiguo monasterio de Sant Serni de Tavèrnoles, parcialmente arruinado a causa del terremoto de 1427. Fotografía: Tony Lara / El Periòdic d'Andorra.

Interior de la iglesia del monasterio, restaurada en los años 70. Un documento de 1534 afirma que ya no se puede celebrar la Misa en el templo "a causa del seismo que hundió y arrasó el cenobio". Fotografía: Tony Lara / El Periòdic d'Andorra.

Pues tenía razón. Porque Andorra no es territorio libre de terremotos, por si alguien se lo había creído. En absoluto. El geólogo Valentí Turull y el historiador Carles Gascón han documentado los efectos que el seísmo de 1428 tuvo en la Vall del Valira: el hundimiento de las naves, del campanario y de la torre de la iglesias de Sant Serni de Tavèrnoles. El monasterio no se recuperó jamás de semejante golpe, hasta el punto de que un siglo y medio después, en 1592, el papa Clemente VIII suprimía el cenobio y convertía lo que quedaba del templo en la parroquial de la localidad vecina de Anserall. Una tesis que defienden en el artículo Pont Trencat: la seqüència sísmica del 1427-1428 a la Vall de la Valira, publicado recientemente en el primer número de la revista Interpontes. Una tesis que obligará a revisar la interpretación académica del terremoto de 1428, con epicentro en Caprodón y cuyos efectos se percibieron incluso en Zaragoza. Hasta ahora, dice Gascón, se creía que Puigcerdà marcaba el límite del área donde el seísmo exhibió todo su poder destructivo. Según las crónicas, en esta villa causó entre 100 y 300 víctimas al hundirse la bóveda del convento de San Francisco donde en el momento de producirse el terremoto se estaba celebrando Misa. En cambio, no hay noticias de las consecuencias del movimiento desde Puigcerdà hacia aquí.

Pero lo cierto es que el terremoto de 1428 no pasó de largo. Ni mucho menos. La pista la dio Turull, que al estudiar las terrazas fluviales del Valira localizó en la zona del Pont Trencat, en el antiguo trazado de la N-260 de la Seo a Andorra, un desprendimiento de origen sísmico que fechó entre 1424 y 1456. Una horqiulla temporal que coincidía con la serie de terremotos de 1427 y 1428. Con esta prueba geológica en el zurrón, Gascón se puso manos a la obra. Pero, ¿dónde buscar el rastro documental, si se han perdido -ya es mala suerte- las actas de las visitas parroquiales giradas en el obispado de Urgel entre 1312 y 1545, actas que son la fuente canónica para seguir las huellas del terremoto porque -dice el historiador- dan exacta constancia del estado de conservación de las iglesias de la diócesis? Con ojo clínico, Gascón buscó una institución susceptible de haber dejado documentación de este período. Descartado el archivo municipal de la Seo, pendiente de catalogación, se sumergió en el diplomatario de Sant Serni de Tavèrnoles publicado por Cebrià Baraut. Y la clavó: un documento de 1500 indica que hay que reparar la parte de la iglesia que quedó en pie después del seismo. Otro papel de 1534 insiste que no se puede decir Misa en el templo "a causa del terremoto que hundió y arruinó el cenobio". Es verdad, admite el historiador, que ni el uno ni el otro concreta la fecha del seismo que "arruinó" Sant Serni. Pero también lo es que desde 1430 -dos años después de la catástrofe- abundan las referencias al pésimo estado de conservación del monasterio benedictino, con noticia de las bóvedas hundidas y del colapso del claustro y de las dependencias monacales. En 1441 sólo reside en Sant Serni el guardián, y el altar mayor está a la intemperie. En 1479 consta el colapso de la torre del campanario.

Lo que dura un Avemaría
Otros indicios avalan la tesis de que en el primer tercio del siglo XV se produjo en la zona un seismo catastrófico. El Manual de protocolos del capítulo de la catedral de la Seo conserva una nota fechada el 29 de septiembre de 1437 en que el notario Lluís Martí apela a la protección divina ante los terremotos que, dice, "han sacudido la Seo repetidamente, de día y de noche". Tampoco el notario Martí especifica, es cierto, si se refiere al terremoto de 1427 o a otro. Pero la localización histórica localizada por Gascón y las pruebas geológicas efectuadas por Turull permiten a los investigadores sugerir que el movimiento de tierras de Pont Trencat y la ruina de Sant Serni "podría haber sido ocasionados por el seismo del 2 de febrero de 1428". Un seismo con la potencia suficiente para hundir una construcción tan sólida como lo era el monasterio de Sant Serni. La pregunta obvia es: ¿se percibió el terremoto en Andorra? Gascón argumenta por inducción: si tuvo consecuencias tan catastróficas en el tramo final del Valira, es muy probable que llegase al otro lado de la frontera. Aunque tampoco ha quedado constancia documental. Pero si el terremoto de 1428 se sintió por el este en Puigcerdá, por el sur en la Seo y Sant Serni, y por el norte en Pamiers y otras localidades del condado de Foix, la prudencia y el sentido común, aparte de los indicios indirectos, "invitan a pensar que Andorra también fue víctima del seismo", concluye.

Malas noticias para el hecho diferencial andorrano, pero estupendas para la historiografía. Y no se acaban aquí, porque el de 1428 no es el primero, ni el único ni tampoco el último terremoto que ha visitado en época histórica nuestro rincón de Pirineos. El mérito del pionero es para el 3 de marzo de 1373, con epicentro en la Ribagorza. Gascón sospecha que Santa Cecília d'Elins, en el valle de Pallerols, se hundió a causa de este seismo. Del de 1448, con epicentro cerca de Granollers y que castigó la Cataluña central y litoral, no hay en cambio noticias. Parace que a partir de aquí la Tierra se tomó un tiempo de respiro. Tres siglos, exactamente: el XVIII será un siglo sismológicamente pródigo en el Alto Urgel -y probablemente en Andorra.

La primera referencia es del 31 de mayo de 1709, cuando el capítulo catedralicio ordena unas rogativas -dice el historiador- para frenar un terremoto del que no se tienen más referencias. El que sí que dejó huella es el de 1755. El relato procede del libro de notas del ayuntamiento de la Seo: "En dicho día de Todos los Santos a las once y cuarto de la mañana se experimenta el Terremoto y los que estaban dentro de la iglesia catedral lo experimentaron  muchos más; pero no fue sino por espacio de una Avemaría, se movió el edificio, las lámparas y los salomones. En el mismo día y hora sucedió en Portugal, por el que quedó arruinada la ciudad de Lisboa". El último susto sísmico del siglo se registra en 1788: entre el 11 de enero y el 31 de mayo se sucedieron una serie de movimientos -ahora es el historiador Lluís Obiols el que toma la palabra- debidamente reseñados en el libro de notas del consistorio, que tuvieron su clímax en la procesión del 3 de febrero, con el señor obispo al frente y con la exposición del Santísimo, los pendones y las reliquias de San Ot y de San Ermengol. Debió surtir efecto, la procesión: parece que la única víctima del terremoto de 1788 fue la torre de Arfa, hundida en esta última tanda.

[Este artículo se publicó el 20 de junio de 2011 en El Periòdic d'Andorra]