Incursiones relámpago, estilo Sturmtruppen, en episodios que tuvieron lugar en Andorra y cercanías durante la Guerra Civil española, la II Guerra Mundial y las dos postguerras, con ocasionales singladuras a alta mar, a ultramar y si conviene incluso más allá.
[Fotografía de portada: El Pas de la Casa (Andorra), 16 de enero de 1944. La esvástica ondea en el mástil del puesto de la aduana francesa. Copyright: Fondo Francesc Pantebre / Archivo Nacional de Andorra]

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miércoles, 1 de julio de 2015

El parricida afortunado (o Manuel Bacó: el hombre que esquivó al garrote)

Manuel Bacó, vecino de Escaldes y el segundo hombre en ser condenado en Andorra al garrote por parricidio -el tribunal lo consideró culpable de haber molido a palos y estrangulado a su señora madre, el 11 de enero de 1896- esquivó a la muerte y la pena capital le fue conmutada por la de trabajos forzados a perpetuidad; su esposa, Rosa Albós, fue condenada a diez años de prisión como instigadora del crimen. El expediente, inédito hasta hoy, se conserva en el Archivo Nacional de Andorra.

Sensacional instantánea de lectura pública de la sentencia de muerte dictada contra Manuel Bacó el 17 de abril de 1896, en la plaza de Andorra la Vella (actual plaza Benlloch). La imagen se ha atribuido habitualmente al veguer Charles Romeu, aficionado a la fotografía -suyas es la serie de la primera ascensión en automóbil al puerto de Envalira desde el Pas de la Casa, en el verano de 1912. Pero es dudoso que la tomara él personalmente, porque debido a su función su puesto estaba entre las autoridades que presiden la lectura, reglamentariamente situadas frente al reo. En cualquier caso, la escena guarda sorprendentes similitudes con la que fotografió en 1943 Valentí Claverol, entonces con Pere Areny ocupando el lugar del reo. Fotografía: Biblioteca Nacional de Andorra.

"Diligencias practicadas per l'Hble D. Joseph Palmitjavila en la causa criminal sobre homicidi... 1896" Fuente: Archivo Nacional de Andorra.

"Acusació final" a cargo del instructor del caso: el Tribunal de Corts de Andorra, única instancia penal -las sentencias eran ejecutivas y ante ellas no cabía recurso- se reunía ad hoc y lo integraban los dos veguers -el episcopal y el francés- así como el llamado jutge d'apelacions -que era el único que necesariamente tenía formación jurídica- y dos representantes del Consell General. Fuente. Archivo Nacional de Andorra.


Nota en que el cónsol de Andorra la Vella, Bonaventura Calba, infora al batlle Josep Pal, del hallazgo del cuerpo de la víctima, Maria Calbó, de Casa Marió de Engordany, y de las disposiciones que ha tomado, entre las cuales, que los vecinos custodien el cadáver "hasta nuevo aviso". Fuente: Archivo Nacional de Andorra.

Informe del doctor Pompeyo Jordana, que asiste al levantamiento del cadáver al día siguiente del homicidio. Concluye que Maria Calbó murió a causa de conmoción cerebral y asfixia, "la primera producida por las contusiones que presentaba en la cabeza, y la segunda por constricción del cuello por medio de la mano", y sugiere que las quemaduras se produjeron con posterioridad a la muerte porque, en una alarde de erudición -es dudoso que el buen Jordana se las hubiese visto antes con un caso semejante- aduce que "por cuanto dicen los autores de medicina legal las carnes se ponen apergaminadas, que es lo que se observaba en este cadaver". No está mal para el humilde cirujano de los Valles de Andorra... Fuente: Archivo Nacional de Andorra.

Recibo fechado en Porte, al otro lado de la frontera, el 17 de abril de 1896, en que los gendarmes Negre y Baylard, del puesto de La Tour de Querol, se hacen cargo del reo, Manuel Bacó, "condamné per le tribunal des Corts aux travaux forcés à perpétuité". Fuente. Archivo Nacional de Andorra.
Minuta con los gastos generados con posterioridad a la sentencia que condena a Manuel Bacó a la pena de muerte -conmutada in extremis por trabajos forzados a perpetuidad- que incluye entradas como "lo animal" que debe conducir el preso hasta Soldeu (2 pesetas). Fuente: Archivo Nacional de Andorra.


Comencemos por el final. Un final que tiene lugar en Porta, al otro lado de la frontera francoandorrana, hasta donde los gendarmes Négre y Baylard, procedentes de la Tour de Querol, han ido a recoger a Manuel Bacó. Hemos retrocedido hasta el 17 de abril de 1896 y hasta Porta ha sido conducido por la -ejem- "policía andorrana", por decirlo con las (in)exactas palabras de los gendarmes, este hombre de 39 años que cumplirá en Francia la pena de trabajos forzados a perpetuidad que le acaba de imponer el Tribunal de Corts. Esto es lo que dice la nota firmada por "le gendarme chef d'escorte" -Négre- con que se cierra el grueso expediente del caso Bacó, el último condenado a muerte del siglo XIX andorrano... y el segundo que iba a ser ejecutado con el garrote vil que el buen obispo Caixal introdujo en 1854 como sustituto de la "poco humana" horca. En fin, Bacó tuvo la rarísima suerte de ver cómo se le conmutaba la pena capital por la de trabajos forzados -una cadena perpetua, pero con saña- y esto convierte el suyo en un caso excepcional, porque es el único entre los cuatro condenados a muerte por aquí arriba desde lo de Caixal que esquivó el patíbulo. Le precedieron Joan Mandicó, en febrero de 1860, y el tal Masteü, contrabandista catalán -del Pallars- que fue supuestamente decapitado en abril de 1861, y le siguió el también parricida Pere Areny, en octubre de 1943, éste fusilado.

Pues aquí va la historia de Bacó. O parte de ella, porque nos falta la peripecia que siguió en su condena "a perpetuidad": ni dónde cumplió la pena, ni si realmente no salió nunca más de la prisión, ni cuándo murió. En fin, que si el hombre escapó del garrote al que estaba destinado fue porque en la lectura pública de la sentencia y a diferencia de lo que ocurrió en los casos de Mandicó y Areny alguien -autoridades o particulares, no lo sabemos- pidió clemencia al tribunal, y la obtuvo. Otra particularidad del ya de por sí singular proceso penal a la andorrana, en que la sentencia del Tribunal de Corts, la instancia única, por ejemplo, no admitía recurso alguno. El veguer Romeu dejó una sensacional fotografía del preciso momento de la lectura de la sentencia en una escena que parece calcada a la que medio siglo después tendría a Areny como triste protagonista.

Nuestro hombre fue hallado culpable de haber dado muerte a su madre, Maria Calbó de Casa Marió de Engordany. Las diligencias empiezan con la nota que el cónsol de Andorra la Vella, Bonaventura Calba, eleva al batlle Josep Palmitjavila informándole del hallazgo del cuerpo de la víctima: "Li dono coneixement de que Isidro Pujol me adonat coneixement de que habia trobat dintre de casa de Marió de Engordany la mestressa majó morta e lo sol, lo cual coneixement estat donat lo dia 11 de jene á 13 hores y mitja del mati (...) Enseguida e practicat diligecias ay anat a troba los bains de casa Marió y los ay fet coresponsables de dit cadabre asta nou abis".

El parricidio tuvo lugar el 11 de enero de 1896 y según la instrucción, que firma el batlle Palmitjavila, la abuela Mariona -como era conocida entre los vecinos- murió molida a palos y ahogada, en el que fue el funesto capítulo final de una larga historia de encontronazos familiares en que jugó un papel destacado -al decir de la sentencia- la nuera, Rosa Albós. Tan destacado, que el mismo tribunal que condenó a Bacó a muerte la castigó a ella con diez años de trabajos forzados como "cómplice" del parricida y por haber "coadyuvad" al crimen. Pena que tampoco en este caso consta dónde cumplió, cabe esperar que en algún presidio francés, ni si pudo regresar a casa una vez saldadas sus cuentas con la justicia.

El mal ambiente en la casa de los Bacó arranca por lo visto inmediatamente después del matrimonio entre Manuel y Rosa. Hasta el punto que la pareja decide irse a Francia -destino por otra parte habitual de los segundones andorranos- "per no poder avenirse ab sos pares", aunque no tardan en regresar "creyentse haurien acabat las discordias". Pues se equivocaban. Y la cosa no hizo sino empeorar. Incluso los vecinos, que aconsejaban a la pareja abandonar de nuevo el domicilio familiar para evitar las "discordias" habituales, le oyeron decir a Manuel que la de largarse no era alternativa, que "primerament lo portarian al cementiri o a una presó".

Pues esto es exactamente lo que ocurrió. Un mes antes del fatídico 11 de enero, Manuel ya había amenazado a su padre, Narcís, en la borda -o cabaña- donde cobijaban al ganado. Y se las debieron tener bastante tiesas porque el pobre Narcís se negó por lo visto a volver a la borda "pel temor de que no li fes algun ultratge dit son fill". La madre también debía verse venir algo porque los testigos que desfilan ante el batlle Palmitjavila declaran haberle oído decir que "no volia quedarse a la nit sola a casa per temor la asesinarían". El 10 de enero, nuera y suegra tuvieron un último y premonitorio encontronazo por una cuestión de dinero. Un clásico. Manuel no podía más: "Estaba fastidiat de aixo y feya massa temps que duraba", afirman los vecinos que repetía a quien quería escucharle.

Y en estas que llegamos al 11 de enero. A las diez y media sale el padre, Narcís; tres cuartos de hora más tarde, la nuera, Rosa, con el niño que tienen con Manuel. Y se quedan solos en casa el hijo, Manuel, y la madre, Mariona. El relato del doctor que asiste al levantamiento del cadáver sostiene que el cuerpo presentaba heridas en la cabeza producidas con un palo "de unos cuatro palmos de longitud" -porque a diferencia de la sentencia, la autopsia está redactada en castellano. Golpes que por lo visto no fueron mortales y hubo que rematarla, concluye la sentencia. Pero ni así se dio por vencido el parricida: todavía tuvo la ocurrencia de acercar el cadáver al fuego de la cocina y le chamuscó la parte derecha del rostro, "ja sia per precipitar la mort, ja sia per demostrar que arribá un accident a la victima". La instrucción del caso lo cuenta como sigue: "La escena que va succehir es facil de describi: Manuel Bacó donà tres garrotades al cap de la ferida produintli les feridas que declara lo facultatiu y com sens dupte la victima encara respiraba la agafá per lo coll y la escañá segons resulta de las ungladas que tenia al mateix coll y la escañá segons resulta de las ungladas. Per ultim va collocar lo cap del cadaver al foch".

A Manuel lo delataron no sólo los vecinos -aseguraron que el día de autos no entró ni salió de la casa familiar nadie que no fuese de la familia- sino la sangre que le salpicó la ropa. Intentó justificar las incriminadoras y sanguinolentas manchas con una pintoresca coartada: primero alegó que precisamente ese 11 de enero había ayudado en la matanza de los "tocinos" de su suegro. Como no coló  -resulta que habían sido sacrificados en Navidad-, lo intentó de nuevo con el mismo argumento: que había ayudado en la matanza de los cerdos de un tal Tabacaire. También este declaró que la matanza había tenido lugar tres semanas antes del día de autor. Una y otra fueron consideradas por el tribunal, excusas "inadmisibles", y no le tiembla el pulso a la hora de dictar sentencia: "De totas aqueixas circumstancias y tambe de la unanimitat de la opinió púlica es desprén que lo asasinat de Maria Calbó es imputable a son fill". Y le impone a Manel la pena de muerte. No será el único condenado: su esposa también es señalada como cerebro del crimen: "Resulta de la instruccio de la present causa que la instigadora del crim ha estat Rosa Albós per ser la causa constant de las cuestions amb sa difunta sogra ja que la presencia de ella en la casa de sos sores feya perdre la tranquilitat y originava la discordia". No era mujer fácil, Rosa, y además demostró muy poca prudencia, porque la sentencia recoge las "expressions que habia proferit de que dos donas eran masa en una casa" para concluir que "no es duptos de que Manuel Baco, a las excitacions de sa esposa hagia cumplert son parricidi". En fin, que Rosa Albó será condenada como "cómplice" a diez años de trabajos forzados. Con un remate pelín estrambótico: y es que uno y otra resultan también condenados al pago de los gastos y las costas "solidariamente". Cabe pensar que, en caso de insolvencia, no le cargaran el asunto al pobre Narcís...

La autopsia del doctor Pompeyo
El expediente del caso, conservado en el Archivo Nacional de Andorra, incluye también el informe del "médico cirujano de los Valles de Andorra", el doctor Pompeyo Jordana, que examina el cuerpo de la víctima al día siguiente del parricidio, todavía en la escena del crimen, al que acude con el juez, el secretario y el alguacil para encontrarse, dice, "con una mujer tendida en el suelo en decúbito supino, sin pulso, sin latidos cardíacos y con el cuerpo rígido y frío (...) de unos cincuenta a cincuenta y cinco años de edad, vestida al estilo del país y no levaba pañuelo en la cabeza". Con la misma frialdad describe el doctor Jordana el arma del  crimen, "un palo de unos cuatro palmos de longitud", y las heridas que el homicida provocó a la víctima: "En la cabeza presentaba en la parietal izquierda una herida contusa de unos cinco centímetros de longitud, y de profundidad hasta el hueso (...). Tenía otra contusión que tocaba a la región frontal, parietal y temporal del lado izquierdo, con los huesos un poco hundidos". La cosa no se acaba aquí, de lo que se deduce que el encarnizamiento con que obró el autor: "En la parte anterior del cuello presentaba tres escoriaciones (...) producidas al parecer con las uñas de los dedos de la mano derecha"; en la espalda, "dos contusiones de poca importancia (...), en la rodilla izquierda, ora contusión también de poca importancia." Pero lo peor está por llegar: "La cara la tenía toda quemada menos la región de la mandíbula inferior izquierda". De todo lo que antecede -y no está mal para nuestro humilde cirujano, concluye que Maria Calbó murió a causa de conmoción cerebral y asfixia, "la primera producida por las contusiones que presentaba en la cabeza, y la segunda por constricción del cuello por medio de la mano", y sugiere que las quemaduras se produjeron con posterioridad a la muerte porque, en una alarde de erudición -es dudoso que el buen Jordana se las hubiese visto antes con un caso semejante- aduce que "por cuanto dicen los autores de medicina legal las carnes se ponen apergaminadas, que es lo que se observaba en este cadáver". El doctor cobró por sus servicios unos honorarios de seis pesetas. Y ya que hablamos de honorarios, digamos que el batlle recibió 100 pesetas; los dos hombres que acompañaron al reo hasta Porta y que los gendarmes Negre y Baylard confunden con "policías", 32 pesetas; el arriero Sisco de Sans, 20 (¿por llevarlos a los tres a Francia?).

[Esta artículo es una versión ampliada de un artícuo publicado el 6 de octubre de 2014 en el Diari d'Andorra]

sábado, 13 de junio de 2015

1860: al garrote por 30 libras

Juan Mandicó, vecino de Canillo, fue condenado a la pena capital y ejecutado el 29 de febrero de 1860. Fue el primer reo que sufrió en Andorra el garrote vil, que en 1854 había sustituido a la horca como método de ejecución. El primero... y también el último. El garrote no volvería a funcionar por aquí arriba: el siguiente condenado a muerte -Manuel Bacó, en 1896- vio en el último momento conmutada la pena por la de prisión a perpetuidad, y Pere Areny fue ejecutado en 1943 por un pelotón de fusilamiento. 



A instancias del Consell, el obispo Caixal instituyó en 1854 el garrote como forma de ejecución en el caso de pena capital, en sustitución de una horca que el Excelentísimo y Reverendísimo Señor tenía por método algo primitivo. Según el prelado, el garrote permitía conciliar "lo últim e inevitable rigor de la justicia ab la humanitat y la decencia en la execucio de la pena capital", en una pintoresa interpretación de lo que es y no es "humanitario". En fin, que el garrote de aquí arriba se conserva hoy en el depósito del servicio de Patrimonio del ministerio de Cultura. A principios de los años 80 apareció por sorpresa en el interior de un cuartucho situado bajo las escaleras de Casa de la Vall que por lo visto utilizaban los verdugos. Hay que tener en cuenta que el garrote original es el artefacto metálico; poste y silla son añadidos actuales. Fotografía: Servicio de Patrimonio.





El notario, Pere Calvet, y el veguer, Don Guillem Torres, son junto con el fiscal -de quien no aparece citado el nombre- los protagonistas destacados del caso Mandicó. Por la causa desfilan una docena larga de testigos, aparte del mismo reo, de cuyas declaraciones se deduce la culpabilidad del inculpado. Hay que decir que entre que es detenido, el 28 de enero de 1859, y la ejecución, el 29 de febrero de 1860, transcurre más de un año. En este caso, como ocurrirá en 1943 con el reo Pere Areny, nadie ejerció por lo visto el derecho de solicitar la gracia para el condenado; Manuel Bacó, en 1896, tuvo más suerte: la pena capital le fue a él conmutada por la cadena perpetua, que cumplió en una prisión frabcesa. Fotografía: Màximus / Fondo Tribunal de Corts / Archivo Nacional de Andorra. 

"Lo dia 27 de febrer del 1860, entre les tres i les quatre horas de la tarda, fou posat en capella en la iglesia de Casa la Vall Juan Mandicó, y lo dia 29 del corrent mes y entre onse y dotse del mati fou executada la sentencia, y entre 5 y 6 de la tarda li daren sepultura a la fosa de la vila de Andorra". Esta es la lacónica nota que da carpetazoal caso Mandicó, por no decir que lo liquida. Que tiene de especial que fue el primer y último agarrotamiento que ha tenido lugar en nuestro rincón de Pirineo. Y eso que el garrote jubiló a la horca en 1854 y estuvo teóricamente vigente hasta que se abolió la pena de muerte por aquí arriba, en 1990. Fue el obispo Caixal quien tuvo la ocurrencia: consideraba por lo visto que el garrote era un método mucho más humanitario que la horca. Mandicó fue, en fin, el único de los cuatro sentenciados a muerte desde 1854 que fue agarrotado: en abril de 1862, un tal Masteü, contrabandista acusado de asesinar a un colega de oficio de quien hemos dado cuenta aquí mismo, fue decapitado a golpe de espadón en la misma plaza de Andorra la Vella. Según la noticia que dio tres lustros después de los hechos el historiado Héliodore Castillon, que muy fiable no parece porque no hay rastro ni de la sentencia ni del caso en el archivo del Tribunal de Corts que se conserva en el Archivo Nacional de Andorra. A Manuel Bacó, el parricida de Escaldes que en 1896 fue condenado por la muerte de su madre, Maria Calbó, la pena le fue conmutada por la de trabajos forzados a perpetuidad. Como es bien sabido, hubo un cuarto condenado a muerte, este ya en el siglo XX: Pere Areny Aleix, otro parricida y vecino como Bacó de Canillo, que sí que fue ejecutado -en octubre de 1943- pero no al garrote sino fusilado.

En fin, que nuestro hombre de hoy tuvo el dudoso privilegio de estrenar el garrote. El tribunal lo consideró culpable de la muerte de Gil Areny, yerno de la casa Marticella de Els Plans (Canillo), la noche del 25 de enero de 1859. Y no vacila: "Vist, ates i considerat tot cuant devia veure's, atendre's i considerarse, declara que deu condemnar com ab la presenta condemna a Juan Mandico, fadrí, pagès de Canillo, segons la pena de mort en garrot vil, que deura ser executada en lo terme de esta vila en lo punt designat per l'execució de la sentencia". Lo firma el veguer, Don Guillem Torres. La sentencia fue reglamentariamente publicada "entre las onse y dotse horas del mati del dia de avui [27 de febrero de 1860, un año y un mes después de los hechos], pel jurat de esta cort, que la ha cridada ab clara e inteligible veu".

El informe del fiscal no deja lugar a la duda desde la primera línea: acusa a Mandicó, que tenía en el momento de los hechos 27 años, de ser "plenament convicte del homicidi alevos comes en la persona del mencionat Gil Areny". Los hechos se remontan a la noche del 25 de enero de 1859: "Després de haber sopat, resat lo rosari y enseñat la doctrina a sa familia", declara la suegra de Areny, Antonia Font, la víctima salió de su casa -Cal Marticella de Els Plans- para dar de comer a los animales. Como tardaba en regresar, "baixa la muller de dit Gil y fila de la declarant y lo troba mort y estes davant la porta del estable, regresant a casa amb gran alarma davant la noticia". Inmediatamente acuden los vecinos, y el primero en llegar es Andreu Rossa, quien depone al día siguiente ante el veguer, Guillem Torres. Y es éste quien ordena al batlle de Canillo "la formació de las diligencias, rebent las declaracions convenients y evacuant las citas dels testimonis". El fiscal no puede evitar la tentación y tira de retórica para explotar el dramatismo del momento: "Pero esta mort, fou natural o violenta? Y en est cas, que causas la produiren, quina clase de medis o instruments emplea lo agresor?"

La víctima, en fin, murió "per un derrame de sanch en las yugulars" y como consecuencia de la docena de cuchilladas en el cuello que le propinó Mandicó, así como de un porrazo que le soltó en la cabeza "con un palo largo y ensangrentado" que los vecinos encontraron "seguint un rastre de sanch y pasos deixat per lo agresor prop del lloch de la ocurrencia". Un tal Joan Bofastar, probablemente médico, que inspecciona el cadáver, cuenta una decena de heridas: "Una ferida grave en lo cap feta amb instrument contundent; altra molt grave en la part superior de la part dreta del costat de la traquea feta mab instrument punxant i cortant; altra també molt grave en la part superior del coll esquerra; tres feridas graves en la mateixa part del coll donades amb arma igual; altra ferida grave en la regó humilical feta també amb instrument punxant y cortant, altra de molt grave en los nas amb instrument contundent y en fi tres feridas leves totas de arma punxant y cortant". El informe forense concluye con la opinión de Josep Rey, médico y cirujano, y Pere Rialp, cirujano, de que "algunas de las feridas descritas son per si solas mortals de necessitat, tant mes quan anaven acompañadas de moltas altras de no tanta gravetat".

El vicario de la parroquial de San Cernín de Canillo, mosén José Campmajor, certifica a instancias del tribunal el 16 de febrero la muerte de Gil Areny, "estado, casado, que falleció de muerte violenta entre las ocho y las nueve del día 25 [de enero de 1859], de edad cerca unos veinte y seis años poco más o menos, hijo legítimo y natural de los consortes Francisco Areny, natural de la Costa, y de Maria Heretes, de la Seo de Urgel" (en castellano, en el original). El vicario termina advirtiendo -como si hiciera falta- que el difunto "no recibió sacramento alguno por ser imprevista su muerte, y se le dio sepultura con misa baja".

El homicida no sólo no tuvo la prudencia de deshacerse del arma del crimen -el día que es capturado le encuentran encima "lo ganivet brut de sanch"- sino que además perdió durante la trifulca el corbatín, que apareció chorreando sangre al lado del cuerpo de la víctima. Por si no fuera poco, el día que presta declaración ante el veguer, inmediatamente después de ser capturado, presentaba heridas en cuello y rodillas. El fiscal rechazó por "ridículas e inadmisibles" las explicaciones que al respecto aportó el reo: que "estaba ple de sanch o gabinet per haber ajudat a sos amos a matar lo tosino", y que las heridas se las había hecho la noche de autos durante un errático periplo entre Canillo y Os, entre Os y Andorra la Vella, y vuelta a Canillo, donde se presenta la noche del 26 de enero "tot ensangrentat, especialment del mich en amunt".

No se acaban aquí los "indicios indubitables" -según el fiscal y el sentido común, claro- de culpabilidad: añade la "mala fama y no bona conducta que [Mandicó] tenia en la parroquia", los antecedentes penales -el reo admite haber birlado algún dinero a un tal Anton del Magistre, y haber estado preso en España por el robo de treinta carneros- y, atención, "a circunstancia de estar devent al difunt trenta lliures". Esto es lo más próximo a un móvil que aporta el fiscal. La conclusión de lo que antecede se veía venir desde el principio. No se trata de un "simple" homicidio, dice el señor fiscal, un lince, sino de una muerte "alevosa", "per haberlo comes en una persona desprevinguda y indefensa", "ab premeditació coneguda y evident", en la "soledat del lloch", y "per haber escollit una hora de nit". La lista de agravantes enterita. Y con voluntad de matar. Dolo, vamos, como deduce "per lo número y gravetat de feridas, per haber esperat una ocasio tan favorable per la poca resistencia que pogue fer el difunt, desarmat y indefens com estaba". Gil Areny fue sin duda víctima de un asesinato. Y el culpable es Juan Mandicó, como se concluye de la "serie de indicis cuasi tots indubitables y evidents" que obran en autor.

Desfilan ante el tribunal varias decenas de testimonios. Y cada declaración es un clavo más en los maderos del garrote: Antonia Farré, la mestressa de casa Call del Font, en Canillo, la casa donde trabajaba como mozo, asegura haberle visto a Mandicó un pañuelo igual al que aparece en el suelo, al lado de la víctima, y que al siguiente de los hechos apareció en casa sin el corbatín dichoso. El marido de Farré, Nicolau Naudí, sostiene que el cuchillo que se le encuentra "es propi de sa casa, reconeguentlo com a tal per haverlo lo declarant treballat". El cerco se va estrechando, y las desposiciones de lo vecinos dejan cada vez lugar a menos dudas. Jaume Font, Miquel Casal y de nuevo Andreu Rossa, los tres que primero llegaron al lugar del crimen, localizan en el prado de la casa Marticella de Els Plans "un tros de pal llargarut y ensangrentat" que otros testigos aseguran que era propiedad de Mandicó, que por lo visto se paseó por medio país con las manchas de sangre y las heridas que se llevó de la pelea: Juan Pintat, vecino de Os, dice que a las 7 de la mañana del 26 de enero -pocas horas después del homicidio- Mandicó se presentó en su casa ensangrentado y con un dedo malherido, y al sospechoso no se le ocurre coartada mejor que alegar que de camino a Os, y a la altura de Bixessarri, se le ha caído encima un muro. En su declaración, Mandicó alega haber ido por  a Os a reclamarle al tal Pintat una deuda en nombre de "la vella Marticella dels Plans", la suegra del difunto Gil; deuda que resulta ser cierta según Pintat. El hombre, sin duda aturdido, aparece a mediodía en la capital y echa un trago en el hostal de Pau Martí, que también repara en las heridas que luce en la cara, el cuello y el dedo índice de la mano derecha. Los cirujanos que lo reconocieron una vez capturado -el ya conocido Rialp y un tal Francisco Rafartés- coinciden con los testigos: Mandicó presentaba cuatro lesiones, una en el cuello producida por instrumento "punxant y cortant"; otra en la rodilla izquierda del mismo origen, y dos más "en lo expressat dit indice de la ma dreta".

El fiscal y probablemente todo el mundo lo ve claro desde el primer moment: ""Esta sang, estas feridas, ¿no son un indici vehement y clar de que lo desgraciat Gil Areny a pesar de trobarse desprevingut i indefens se resisti tot lo posible y lucha hasta caure mort?" El cuchillo que se le incauta es para el perspicaz fiscal otro indicio "indubitable de culpabilitat del reo Mandicó", que se enreda en un ovillo de coartadas a cual más inverosímil: sostiene que la sangre de su cuchillo se debe a haber ayudado a sus amos con la matanza del cerdo, y al carnicero de Canillo a despellejarlos, excusa "ridícula e inadmisible", rebate el fiscal, "cuant l'últim tocino que es mata en sa casa lo fou quinse dias abans del dia de la desgracia". Y en un último y poco convincente intento, a la pregunta de por qué cree que ha sido conducido ante el tribunal, responde el hombre que por el asunto del tal Anton de Magistre. El alegato final es demoledor, y lo cierto es que lo tiene fácil, por no decir chupado, acusarlo de homicidio con los agravantes de alevosía, "per haberlo comes en una persona desprevinguda y indefensa", premeditación "coneguda y evident", dice, y nocturnidad, "per la soledat del lloch y per lo haber assaltat una hora de nit".

Así que el fiscal pide la única pena que cabe al caso: la de muerte, aparte las costas ocasionadas "en la present inquisició", en lo que a todas luces parece un exceso de celo leguleyo: difícilmente cabe pensar que el desgraciado Mandicó tuviera pecunio suficiente para cubrir los 193 duros a que -enseguida lo veremos- subió la minuta del caso. El Tribunal de Corts lo vio igual de claro. "En garrote vil y por mano de verdugo". Y así fue. No sabemos dónde -quizá en la misma plaza de la capital donde se leyó públicamente la sentencia "ab clara e inteligible veu", quizás en el cementerio, o puede que en la intimidad de la Casa de la Vall- pero lo cierto es que Mandicó murió agarrotado "entre las 11 y las 12 del 29 de febrero de 1860", en la primera y última vez que rechinó el garrote vil que ven aquí arriba.

Lo que costaba una ejecución: 193 duros
El expediente del caso Mandicó conserva una detallada nota con la relación de gastos generados durante los trece meses que se alargó la instrucción, entre el 26 de enero de 1859 y el 29 de febrero del año siguiente. La minuta más onerosa la presenta el notario, Pere Calvet, que asiste a las declaraciones y las transcribe extensamente: 48 duros. Le sigue, atención, el verdugo, que contra todo pronóstico -recordemos que el reo fue agarrotado- no es español sino que hubo que ir a buscarlo a Francia -por cierto: el hombre que fue a buscarlo, no sabemos dónde, recibió 2 duros y 12 reales. El verdugo, en fin, se embolsó por sus servicios 26 duros, más un complemento de 16 reales "por los días que está tancat"; al veguer, don Guillem Torras, le tocaron 7 duros y 12 reales; los carpinteros, menudo trabajito, se llevaron seis duros más por arreglar el cadalso, un duro con ocho reales suplementarios por la -ejem- caja donde depositar el cuerpo del reo tras la ejecución, y otro duro con cuatro reales "per engrandir els forats dels seps". Los guardias que custodiaron a Mandicó los tres días que estuvo en capilla recibieron dos duros, y por el transporte del cuerpo hasta el cementerio hubo que abonar un duro y 12 reales. La factura incluye incluso la nota por "desfer y portar lo cadalso en Casa la Vall": un duro y doce reales. En total, 193 duros con 17 reales. Y queda la duda de dónde estuvo recluido Mandicó durante los trece meses que transcurrieron entre la captura y la ejecución.

[Este artículo es una versión ampliada del que se publicó el 13 de octubre de 2014 en el Diari d'Andorra]

lunes, 2 de marzo de 2015

Tres Rotschild y un destino

El historiador leridano Josep Calvet recoge en Huyendo del Holocausto el periplo de tres de las mujeres de la familia de banqueros judíos que escaparon de los nazis gracias a una red de pasadores que operaba desde territorio andorrano. Y añade nuvos datos a la leyenda negra. No se puede tener todo.

Lérida, 8 de diciembre de 1942. Alberto Poveda, el funcionario encargado del registro de los refugiados que arriban a la ciudad después de haber sido capturados por la policía, da con una de las sorpresas mayúsculas de su carrera: tres mujeres perfectamente equipadas con ropa de abrigo, pantalones y botas de esquí -lo que ya era una absoluta rareza en los fugitivos que aterrizaban en Lérida, habitualmente con una mano delante y otra detrás después de haber sobrevivido a mil penalidades- que se identifican como la baronesa Claude Rotschild y sus dos hijas, Nicole y Monique, de 19 y 17 años. Es decir, las herederas de una de las tres ramas francesas de la celebre saga de banqueros judíos.

Las tres Rotschild, atención, declaran haber cruzado los Pirineos con una de las redes que operaba a través de Andorra -no sabemos cuál: qué lástima- según recuerda el mismo Poveda en Paso clandestino -un día hablaremos de este librito- y recoge el historiador Josep Calvet en Huyendo del Holocausto: judíos evadidos del nazismo a través del Pirineo de Lérida (Milenio). Hay que añadir que las Rotschild le anuncian a Poveda la intención de continuar viaje hasta Barcelona con el objetivo de reunirse con el barón, James Rotschild, que a su vez había cruzado la frontera francoespañola por la parte de Gerona. Y así lo hacen: se hospedarán, por cierto, en el hotel Continental de la Rambla de Canaletasm y una vez reunida toda la familia continuarán hasta Portugal y, desde aquí, hacia Inglaterra. ¡Salvadas!

La de los Rotschild es una de las más afortunadas entre las peripecias con deriva andorrana que recoge Calvet -autor también de Las montañas de la libertad, obra de referencia sobre este asunto. Pero hay otras igualmente suculentas: especialmente reveladora, ya lo verán, es la expedición de otros cuatro judíos -tres de elos polacos, Salomon Nomberg, Moshe Karger y Barnard Margulies, y uno alemán, Siegfried Fleischmann- que en diciembre de 1942 contactan en Ussat-les-Bains con dos contrabandistas españoles -Antonio Heredia y Luis Sala Gil, dos nombres más para la historia universal de la infamia- que se comprometen a conducirlos hasta España. Pasando, claro, por Andorra. El precio del billete: 35.000 francos por cabeza. La expedición, cuenta Calvet, "parte de Ussat la noche del 19 de diciembre, entra en Andorra por el Coll de la Cortinada, y desde aquí se dirigen para descansar al hotel Palanques de la Massana".

Un clásico. Lo que ya no lo es tanto es la extorsión a que los dos guías someterán a los fugitivos: primero les birlan los pocos francos que aun llevaban encima con la excusa de cambiárselos por pesetas; naturalmente, no volvieron a ver ni un céntimo. Después se los llevan en taxi hasta la frontera, donde supuestamente les esperaba un tercer pasador que debía conducirles hasta la Seo. Pero nada sale como les habían prometido: una vez en la frontera, no sólo no hay transporte a la vista sino que antes de abandonarlos a su suerte el tal Sala les roba a punta de pistola sus últimas pertenencias. Expoliados, humillados y cabe suponer que abatidos, todavía encuentran ánimos para continuar a pie hasta la Seo, donde serán detenidos por la policía.
Un capítulo inédito de la leyenda negra que mancha la epopeya de los pasadores y que se añade a otros episodios ya conocidos que Calvet recoge en el volumen, como el de Jacques Grumbach -militante socialista francés abatido en noviembre de 1942 en el puerto de Siguer por su guía, el aragonés Lázaro Cabrero, menudo pájaro- y a de los Allerhand, Gustave e Ida, matrimonio de judíos franceses que salieron de Ussat en septiembre de 1942 y que, concluye Calvet, "fueron presumiblemente asesinados por sus guías".

Cuenta también el periplo del judío austríaco Franz Glück, establecido tras el armisticio en Gnioure -trabajaba en la construcción de la central hidroeléctica de esta localidad vecina de Andorra- que en diciembre de 1942, tras la ocupación de la Francia de Vichy, le ve las orejas al lobo y decide huir sin demora. Por si acaso y con el mismo buen criterio de los Kimhi -¿recuerdan? Lo hará con la ayuda de un contrabandista andorra, dice Calvet y a través del Coll de Peyregrand, pero casi se deja el pellejo en el intento debido a otro clásico: el torb. La fatídica ventisca de nieve tan temida por los contrabandistas y paquetaires: "El trayecto entre Gnioure y Andorra, que en condiciones normales podía hacerse en cinco horas, le llevó 26 de marca continuada".

Llegado a Andorra con graves congelaciones, Glück salva in extremis los pies que un médico pretendía amputarle por las buenas -tal vez el doctor Coco de la leyenda negra- y el 8 de enero de 1943 lo encontramos en la prisión de la Seo -en la época, el convento de Sant Domenec. Calvet concluye el captítulo andorrano con un balance de los fugitivos capturados en la Seo entre 1939 y 1944 bajo la acusación de paso clandestino de fronteras: en total, 486, mayoritariamente franceses (171), seguidos de polacos (166) y supuestos canadienses (44), en realidad franceses que se hacían pasar por originarios del Quebec. Una cifra que considera "extremadamente reducida, sobre todo si la comparamos con los cerca de 3.000 encarcelados en Sort por este mismo delito y en este mismo período". La conclusión no puede ser más favorable para nuestros pasadores: Fue gracias a su actuación que [a diferencia de lo que ocurrió en otros puntos del Pirineo] buena parte de los fugitivos que atravesaron la cadena por Andorra llegaron sanos y salvos hasta Barcelona".

El portugués Sequerra, héroe desconocido
Además de recoger las peripecias de un grupo de fugitivos que cruza los Pirineos a través de Andorra y, sobre todo, analiza las rutas que confluían en Sort, comarca del Pallars Sobirà, Calvet rescata en Huyendo del Holocausto del olvido el papel del American Distribution Joint Committee y de su delegado en Barcelona, el hiperactivo ciudadano portugués Samuel Sequerra, en la asistencia a los fugitivos judíos que, a diferencia de las tres Rotschild, llegaban a España con lo puesto, con frecuencia después de haberlo perdido todo. Como dice Calvet, las actividades de Sequerra durante los años centrales de la guerra -viajando continuamente hasta Sort, Viella y la Seo para contactar con las nuevas remesas de fugitivos y cubrir los gastos que generaban en los hoteles donde se hospedaban- lo convierten en uno de los personajes más interesantes y, a la vez, más desconocidos del período bélico: "Merece una biografía que hoy todavía no tiene"Además de detallar y pormenorizar las rutas de acceso a España, Calvet da la relación de los establecimientos adonde iban a parar cuando pernoctaban en Andorra rumbo a España. La lista la da Claude Benet en Guies, fugitius i espies: hostal del Serrat, hotel Palanques (la Massana), fonda Mandicó (Canillo), Hotel Coma y Cal Carbó (Ordino), hotel Palacín, Paulet, Valira y Pla (Escaldes), hotel Pyrénées (Andorra la Vella) y hotel Pol (Sant Julià de Lòria).

[Este artículo se publicó el 26 de enero de 2015 en el Diari d'Andorra]

miércoles, 14 de mayo de 2014

Andorra, 18 de octubre de 1943: una crónica

El abogado catalán José María Malagelada relató la lectura de la última sentencia de muerte dictada en Andorra -y la subsiguiente ejecución del reo, Pere Areny Aleix- en el opúsculo Notas al margen de una ejecución capital.

De acuerdo: antes que nosotros ya había buceado en este fascinante opúsculo Jorge Cebrián en Pena capital -documental imprescindible paera una comprensión cabal del caso, hoy incomprensiblemente fuera de circulación- y gracias a Lídia Armengol, pionera en tanos ámbitos y que ya en 1977 publicó un extracto del libro en el número 2 de Quaderns d'Estudis Andorrans. Pero es que nosotros hemos tenido la fortuna de ir directamente al original, cortesía del bibliógrafo Casimir Arajol. Hablamos, claro, de Notas al margen de una ejecución capital, una obrita de apenas 15 páginas firmado en Andorra la Vieja en octubre de 1943 por Jose María Malagelada, abogado catalán y testimonio presencial de los hechos, que constituye lo más próximo a una crónica periodística de la infausta jornada del 18 de octubre de aquel año: ya saben, la lectura pública de la sentencia que condenaba a Pere Areny Aleix, autor confeso de la muerte de su hermano Anton Aleix Baró ,a ser pasado por las armas, y la inmediata ejecución del reo en el paraje de la Roureda de Moles, al lado del cementerio viejo de Andorra la Vella.






Los cuatro folios de la sentencia que condena a la pena capital a Pere Areny Aleix, dictada el 15 de octubre  que considera al reo "autor del delito de asesinato de su hermano, con los agravantes de alevosía, premeditación, nocturnidad, uso de medios desproporcionados y otros no especificados"; la pena capital acostumbraba a ejecutarla en Andorra un verdugo venido expresamente de España o de Francia; en esta ocasión, y en atención al contexto bélico, los jueces establecen que sea pasado por las armas y que de la ejecución se encarguen los seis agentes de policía entonces en servicio en Andorra; uno de ellos renunció a su puesto por motivos de conciencia. Fotografía: Archivo Nacional de Andorra. 

Y sacamos aquí a colación las Notas de Malagelada por el valor documental del relato, porque aporta una perspectiva estrictamente coetánea del shock que el asesinato de Anton produjo en la estrecha sociedad andorrana de la época:  un país con apenas 6.000 almas, con una economía de pura subsistencia y en el que la modernidad estaba a punto de irrumpir con fórceps. También porque completa la visión del caso que semanas atrás ofrecía aquí mismo Jordi Mas Bentanachs. Seguro que lo recuerdan: el pariente del fratrricida -y también de la víctima: eran hermanastros- denunciaba por primera vez en público las grietas del juicio que llevó al paredón a Pere Areny., que no fue examinado por los médicos a pesar de que el Tribunal de Corts -la instancia penal en el sistema judicial andorrano- le reconoció "una mentalidad bastante simple", así como las -según Mas Bentanachs- inexactitudes que se han ido repitiendo pertinazmente cada vez que el caso sale a debate: señaladamente, el móvil del crimen -el supuesto interés de Pere por hacerse con la herencia del hermano mayor (y heredero) y la muerte el año anterior al crimen de otra hermana, Antònia ,que la memoria popular pone también -y erróneamnte, sostiene Mas- en el zurrón de Pere.

Pero hoy es el turno de Malagelada, que insiste para empezar en que el móvil fue "el temor de la víctima, con ocasión del matrimonio que [Anton] tenía proyectado, de que se le alejara la posibilidad de heredarlo". La hipótesis oficial, que también se da como plausible en Pena capital, donde se cita incluso el nombre de la supuesta novia, vecina de Soldeu, con quien Anton se había prometido. Un extremo que Mas niega rotundamente. El abogado catalán alude también al rumor que atribuía a Pere la muerte de su hermana Antònia, "ahogándola en la misma cama donde yacía enferma desde tiempo atrás, afectada de una gravísima enfermedad, y haciendo creer que había muerto por causas naturales hasta que lo descubrió en el momento de confesar". Apela Mas en este punto a la presunción de inocencia y al hecho incontrovertible de que la sentencia -cuyo original se conserva en el Archivo Nacional de Andorra, y que reproducimos aquí arriba- no dice ni mu al respecto. Malagelada pierde en este asunto buena parte de su credibilidad -y demuestra que se ha dejado llevar por la rumorología popular- al sostener que Antònia había muerto "unos años antes": en realidad, falleció en 1942, el año anterior a los hechos. Tampoco se refieren a esta supuesta confesión las diligencias del batlle francés y de la policía cuyas copias conserva Mas y a las que hemos tenido acceso. Quizás existan otras diligencias en las que se menciona tanto el móvil como esta supuesta confesión, pero hasta que no aparezca el documento -si es que existe- parce que deberíamos atenernos, como solicita legítimamente Mas, a las pruebas de que disponemos, aunque sean menos truculentas que los rumores.

Describe Malagelada las últimas horas del reo, a quien el arcipreste de Andorra, mosén Lluís Pujol, comunica la sentencia el mismo 18 de octubre, poco antes de ser conducido en comitiva desde la celda situada en los bajos de Casa de la Vall hasta la plaza Benlloch, donde tendrá lugar la lectura pública: "Se hizo el silencio Se anuncia que la sentencia será leída y lo hace el notario francés, señor Moles (...) El reo escucha que será pasado por las armas sin que se le contraiga un solo músculo de la cara (...) Su expresión es de una serenidad que asusta (...) En cumplimiento de una antigua tradición indígena, el Tribunal espera si alguna autoridad o particular solicita clemencia para el reo, caso en el cual le sería conmutada la pena de muerte por la de reclusión perpetua. Sólo son dos minutos, pero parece que hayan tardado un siglo en transcurrir. Nadie ha dicho ni una palabra. El pueblo de Andorra, con su silencio, también ha dictado sentencia".

¿Ejecución o espectáculo?
El relato completa también la película rodada por Bonaventura Rebés desde el balcón de su casa, al final de la cual se intuyen dos procesiones que emergen de la iglesia parroquial: son, dice Malagelada, las congregaciones de la Buena Muerte y de los Dolores, mientras las campanas del templo tocan a difuntos: "Es un entierro que sale a buscar a su muerto", concluye tétricamente el autor ,que acompaña al reo y al "piueblo de Andorra" hasta la Roureda de Moles, donde se ha levantado el patíbulo en que Pere Areny será ejecutado: "El batlle le ofrece escoger entre morir de frente o de espaldas al pelotón. El reo, que csigue esposado por delante, opta por la primera (...) El jefe de policía levanta el brazo, los fusiles apuntant y, sin decir ni una palabra, lo baja con un movimiento repentino al tiempo que suena una descarga cerrada (...) Dos médicos [Esteve Nequi y Antoni Vilanova, ambos con calle hoy a su nombre en Andorra la Vella] comprueban la defunción del reo, cosa que hace innecesaria el tiro de gracia.

Malagelada termina el relato con el perdón que Pere Areny, a través de mosén Lluís Pujol, pidió de forma póstuma a lpueblo de Canillo, "reconociendo la justicia de la sentencia", y no puede evitar una última y no muy amable consideración sobre lo que acaba de ver: el "rito" con que se reviste la ejecución, dice, parece haberla transformado en un puro "espectáculo". Lo cierto es que todo el proceso tuvo lugar siguiendo punto por punto las instrucciones del Manual Digest, cuyo capítulo III describe detalladamente el "ceremonial, modo i forma se trauen los reos a deposar", el "ceremonial en lectura de sentencias criminals majors" y la "ejecución de sentenas criminals majors". Es decir, el caso Areny. Todo está en el Manual Digest, una especie de compilación de los usos, costumbres locales escrito en 1748 por Fiter i Rossell: desde cómo hay que trasladar al reo desde Casa de la Vall hasta la plaza mayor -hoy, Benlloch- rodeado de una fuerza especialmente nutrida para evitar que al pasar por delante de la parroquial de Sant Esteve se pueda acoger a sagrado, hasta el reglamentario toque de difuntos y la salida en procesión de las congregaciones del Rosario, del Santísimo y de las Ánimas.

Todo, así que en 1943 no inventaron nada. Tan solo innovaron -como es bien sabido- en el procedimiento de ejecución: el obispo Caixal proscribió en 1854 la horca hasta entonces vigente por aquí arriba -recuerden el caso de las burjas locales- y la sustituyó por el más humanitario garrote vil. Bueno, esta era la teoría. Pero el contexto bélico y la imposibilidad de ir a buscar verdugo a Espoaña o a Francia obliga al Tribunal de Corts a improvisar la solució de pasar a Pere Areny por las armas. Hay que decir que, según el documental Pena capital -existe una copia disponible para consiulta pública en el Archivo Nacional- el garrote que hoy se econserva en los depósitos del servicio de Patrimonio del ministerio, en Aixovall, sólo su utilizó en una ocasión: en 1860, para ejectutar a Joan Mandicó, vecino como Pere de Canillo y -ya es casualidad- tío abuelo del mismo Pere y, claro, también de Anton. A diferencia de su sobrino nieto, Mandicó fus agarrotado en la intimidad de Casa de la Vall y se ahorró la exhibición pública de su suplicio. 

[Este artículo se publicó el 13 de noviembre de 2013 en El Periòdic d'Andorra]

domingo, 26 de enero de 2014

De Andorra al infierno

Roser Porta y Jorge Cebrián siguen en Andorrans als camps de concentració nazis el periplo de los trece ciudadanos del Principado que terminaron en el sistema concentracionario; seis de ellos no regresaron jamás.

Cuando el 19 de enero de 1944 Josep Franch (Prats de Canillo, Andorra, 1903) ingresó con el número de registro 40.525 en el campo de concentración de Buchenwald y lo asignaron al barracón 52 tuvo que llevarse una sorpresa mayúscula: entre los internos que malvivían en aquel "establo para caballos" -como define el barracón el hijo de unos d los deportados- se encontró a cinco paisanos, cosa que tiene mérito porque a mediados de los años 40 Andorra apenas sobrepasaba los 6.000 habitantes: Bonaventura Casal, Francesc Mora, Bonaventura Bonfill, Càndid Rossell y Pere Mandicó. Sólo los tres últimos escaparon de las zarpas del sistema concentracionario nazi. Ni Franch ni Mora ni Casal volvieron jamás a Andorra. Casal (Santa Coloma, Andorra, 1911) experimentó al menos el consuelo de asistir a la liberación del campo por los aliados, el 11 de abril de 1945. Pero después de dos años largos de confinamiento -fue detenido el 28 de marzo de 1943, e ingresó en Buchenwald en enero del año siguiente- su organismo dijo basta y murió en junio de 1945... libre y en el hospital. Un destino que sufrieron muchos de sus compañeros de cautiverio. Un fin más penoso todavía tuvo Mora (Sispony, Andorra, 1912): lo enrolaron en las mortíferas caravanas de la muerte que organizaron los alemanes en los estertores de la guerra, en plena retirada: "No pudo seguir el ritmo, las SS le pegaron un tiro y lo abandonaron en un rincón. Muerto", cuenta su hermano Amadeu. Según los registros del campo, Franch murió el 17 de junio de 1944, exactamente a las 5.30 horas de la madrugada a consecuencia, supuestamente, de una infección pulmonar y reglamentariamente acompañado por un médico. Una rara y muy sospechosa precisión burocrática que enmascara las torturas que le propinaron sus carceleros y que llevó a Franch a la tumba, según la Resistencia comunicó a la familia.

Bonaventura Casal (Santa Coloma, 1911) fue uno de los seis ciudadanos andorranos que coincidieron en el campo de Buchenwald; los otros cinco fueron Josep Franch (Prats de Canillo, 1903), Francesc Mora (Sispony, 1912), Bonaventura Bonfill, Càndid Rossell y Pere Mandicó. Ni Franch, que ingresó en el campo el 19 de enero de 1944, ni los dos últimos sobrevivieron a la guerra. Fotografía: Andorrans als camps nazis.

Éstas son seis de las trece historias recogidas por los periodistas Roser Porta (la Seo de Urgel, 1971) y Jorge Cebrián (Gijón, 1977) en Andorrans als camps de concentració nazis, libro reportaje editado por el ministerio de Exteriores del gobierno de Andorra, que parte de sendas investigaciones periodísticas que los autores emprendieron por separado en El Periòdic d'Andorra -donde Porta publicó a principios de 2007 una serie de cuatro reportajes sobre el asunto que nos ocupa- y en Andorra Televisíó (ATV), para la que Cebrián dirigió en junio de 2007 el documental Lluitant per la vida. La confluencia temática, el padrinazgo intelectual de la ministra Meritxell Mateu y una exhaustiva labor de documentación que los ha llevado a sumergirse en los archivos nacionales de París y Washington, en el de la veguería francesa depositado en los archivos departamentales de Nantes, en el del Memorial de la Shoah y en el de Buchenwald, entre otros, ha cristalizado en una obra que sigue el rastro y reconstruye el periplo vital -y en ocasiones la muerte, como hemos visto- de los trece ciudadanos andorranos que acabaron en los campos nazis. A los seis infortunados que en enero de 1944 se encontraron compartiendo barracón en Buchewald hay que añadir para completar la lista los nombres de Francesc Vidal (la Margineda, Andorra, 1919), Josep Calvó (1913), Miquel Adellach (Llorts, Andorra, 1908), Anton Vidal (Prats de Canillo, 1900) y Antoni Puigdellívol (la Seo de Urgel, 1917). Todos ellos fueron clasificados como presos políticos: algunos, como Franch, cayeron efectivamente por colaborar con la Resistencia; otros, como Puigdellívol, por colaborar con las redes de pasadores que ayudaban a cruzar los Pirineos a judíos, franceses refractarios al Servicio de Trabajo Obligatorio y a pilotos aliados abatidos sobre la Europa ocupada. Y hubo casos de auténtica mala suerte, como el de Mora, que venía de Tolosa en tren y tenía que bajara en l'Hospitalet, el último pueblo antes de la frontera andorrana, pero se durmió y fue capturado por la Gestapo en Latour de Querol.


Postal remitida por Bonaventura Cazal a su familia, residente en Besiers, fechada en Buchenwald el 3 de febrero de 1842. En el remite se pueden leer los datos de Cazal: su número de interno, el 40.493, y el bloque al que estaba destinado, el 52. Fotografía: Familia Casal / Andorrans als camps de concentració nazis.


El libro del año
Como advierten los autores, la lista no está cerrada y es posible que en el futuro aparezca el rastro y los nombres de otros andorranos que han quedado enterrados entre las montañas de papel que generó la burocracia concentracionario. Franch, Casal y Mora no fueron, con todo, las únicas víctimas mortales de los nazis: Vidal murió el 29 de marzo de 1945 en Mauthausen, oficialmente a causa de una enfermedad del intestino grueso. A saber que cómo murió realmente; Pons pereció en el campo de Melk en noviembre de 1944, y de Vidal y Calvó se desconoce su final: sólo se sabe que no regresaron de Alemania.

Pero Andorrans als camps de concentració nazis no es una lectura fascinante sólo porque rescata del olvido un episodio dramático. No. La exhumación de documentos inéditos en archivos de Europa y América -excepto los archivos de la veguería episcopal, en la Seo de Urgel, incomprensiblemente inaccesibles a investigadores como Porta y Cebrián- ha permitido a los autores profundizar en el papel de Andorra en uno de los capítulos más apasionantes de la historia del siglo XX: la II Guerra Mundial. En el libro aparecen las redes de pasadores con sede en el país, con los Forné, Baldrich, Ros y compañía, y también el dosier -no muy complaciente- que los servicios secretos norteamericanos consagraron a Viadiu; las tirantes relaciones entre el síndico Cairat y el veguer francés, Lasmartres, y el dudoso papel del segundo, que no dudó en entregar a la Gestapo a refugiados en nuestro rincón de Pirineos. Hay un esclarecedor apartado dedicado a las peligrosas amistades alemanas de Trémoulet, el factótum de Radio Andorra, y también se documentan las represalias francesas contra colaboracionistas en tierra andorrana, una vez terminada la contienda. Hay épica, drama y también lírica -ésta última, en las cartas personales de los deportados a las familias que habían dejado atrás. Lo tiene todo. Porta y Cebrián han escrito el libro de año. Sin duda.

La unión los hizo más fuertes
El origen de Andorrans als camps de concentració nazis hay que buscarlo en Españoles deportados en los campos nazis, donde el historiador Benito Bermejo documenta el paso por el sistema concentracionario de Adellach y de Mandicó, además del de Vidal, el único andorrano que Montserrat Roig había consignado en Els catalans als camps nazis, el título fundacional en la materia. Porta y Cebrián estiraron del hilo, cada uno por su cuenta, en sendos reportajes periodístico, y el curso pasado unieron sus fuerzas para elaborar Andorrans als camps de concentració nazis. Por lo que respecta a los autores, Porta -filóloga de formación- ha consagrado dos monografías a Mercè Rodoreda; Cebrián, por su parte, ha dirigido los documentales Lluitant per la vida y Pena capital.

Roser Porta y Jorgé Cebrián, autores de Andorrans als camps de concentració nazis, en la presentación del libro en marzo de 2009. Fotografía: Tony Lara / El Periòdic d'Andorra.


De Prats de Canillo a Mauthausen
Hasta el año 2007, Anton Vidal Felipo era el único ciudadano andorrano que oficialmente había pisado un campo de concentración durante la II Guerra Mundial. Vidal, como acabamos de ver, figuraba en la lista de deportados que Montserrat Roig había consignado en Els catalans als camps nazis, libro canónico. Aquel año, el Archivo Nacional de Andorra ingresó Españoles deportados a los campos nazis, tocho en que el historiador Benito Bermejo -el mismo que desenmascaró a Enric Marco, el falso deportado que llegó a presidir la Amical de Mauthausen de Barcelona- añadía a esta lista los nombres de Miquel Adellach y Pere Mandicó. La consiguiente nota de prensa que la archivera Susana Vela y el historiador Pere Cavero facilitaron a los medios de comunicación despertó el instinto periodístico de Roser Porta y de Jorge Cebrián, que elaboraron sendos reportajes para El Periòdic d'Andorra y ATV siguiendo el rastro que los deportados andorranos dejaron en archivos e Francia, Alemania, Austria y los EEUU.

La entonces ministra de Investigación, Meritxell Mateu, los contactó para profundizar en aquella inicial pesquisa periodística, responder a la pregunta que la atormentaba -¿por qué ciudadanos de un país neutral como Andorra terminaron en manos de los nazis?- y convertirla en el exhaustivo ensayo que ahora ve la luz: un título denso y a la vez accesible, que combina el rigor de un estudio histórico con la amenidad de un libro destinado al público interesado en la materia pero no especializado, que huye tanto de la idealización que lastra Entre el torb i la Gestapo como del sensacionalismo que destilaban los reportajes que Eliseo Bayo publicó a finales de los años 70 en la revista Reporter. Además de lo que promete el título -es decir, la vida y en algunos casos la muerte de los trece andorranos en los campos nazis- Porta y Cebrián aportan luz sobre un puñado de episodios mal documentados de la historia reciente de Andorra (y cercanías): señaladamente, las incursiones alemanas durante la II Guerra Mundial y el secuestro de refugiados judíos en territorio andorrano, la ocupación relámpago de Radio Andorra perpetrada por la España franquista, y el indigno, infame papel que jugó en todo este asunto el veguer francés de la época, Émile Lasmartres.

[Este artículo se publicó el 16 de marzo de 2009 en El Periòdic d'Andorra]