Incursiones relámpago, estilo Sturmtruppen, en episodios que tuvieron lugar en Andorra y cercanías durante la Guerra Civil española, la II Guerra Mundial y las dos postguerras, con ocasionales singladuras a alta mar, a ultramar y si conviene incluso más allá.
[Fotografía de portada: El Pas de la Casa (Andorra), 16 de enero de 1944. La esvástica ondea en el mástil del puesto de la aduana francesa. Copyright: Fondo Francesc Pantebre / Archivo Nacional de Andorra]

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jueves, 1 de octubre de 2015

"Naturellment! Nous sommes en Andorre: chez nous!"

[Este artículo se publicó cinco semanas antes de las elecciones del 1 de marzo de 2014, que revalidaron la mayoría absoluta de Demòcrates per Andorra, el partido-movimiento surgido en 2011 y aglutinado alrededor de la figura del actual jefe de Gobierno, Toni Martí, para desalojar del ejecutivo al socialdemócrata Jaume Bartumeu, que en 2009 había obtenido la primera victoria de la izquierda en la historia constitucional de Andorra. La actual cònsol de Sant Julià -entonces militaba en DA, hoy lo hace en el Partido Liberal de Andorra- tildó los dos años de Bartumeu al frente del ejecutivo de "accidente" en la historia política del país.]

La reportera catalana Irene Polo cubrió para el periódico La Humanitad la jornada del 31 de agosto de 1933. Por primera vez en la historia de Andorra podían votar todos los varones mayores de 25 años. La victoria se la jugaron tres partidos: los "bisbistes", los "antibisbes" y los "jóvenes". Polo concluye que ganaron las izquierdas. Incluso en Sant Julià. Y esto sí que es una noticia bomba.




La reportera catalana Irene Polo conversa los días anteriores a las elecciones con el síndico Roc Pallarès, depuesto de su cargo en junio por el Tribunal de Corts, junto con el Consell General en pleno; con el coronel Baulard, comisario extraordinario que aterrizó en Andorra a mediados de agosto con la misión de garantizar el orden público, y con Joseph Carbonell, turbio personaje -en opinión de la historiadora Ludmilla Lacueva- que fue nombrado veguer adjunto -un cargo creado ad hoc e inexistente en el ordenamiento institucional- pero que nunca fue reconocido por el Consell. Fotografías: Colección Casimir Arajol. 

Las elecciones, ya lo saben, el 1 de marzo. Mientras el panorama se aclara y los gurús a la izquierda y a la derecha se dejan querer, daremos un vistazo a las primeras elecciones con sufragio universal masculino que se convocaron por aquí arriba. Lo haremos, además, de la mano de la reportera catalana Irene Polo, que dejó de este episodio unas suculentas crónicas publicadas en el diario barcelonés La Humanidad. Los comicios tuvieron lugar el 31 de agosto de 1933, el año de la (ejem) "revolución", como dice el historiador Arnau González i Vilalta (La cruïlla andorrana de 1933). Se refiere, seguro que lo recuerdan, a la ocupación del Consell General perpetrada el 5 de abril de ese mismo año por un grupo de jóvenes -cerca de dos centenares, lo que no está nada mal si se tiene en cuenta que la población del país no superaba las 6.000 almas- que reclamaban para empezar el sufragio universal y la publicidad de las sesiones del Consell, que ejercía -salvando muchas, pero muchas distancias- una pintoresca amalgama de competencias, entre ejecutivas y legislativas, aunque el poder real -entre otras potestades, la de dirigir al servicio de policía- residía entonces en los veguers. La cosa se complicó con la destitución del Consell, por lo visto demasiado contemplativo, decretada por el Tribunal de Corts en junio, y para acabarlo de arreglar los obreros de Fhasa -más de medio millar, se ocupaban de levantar la central hidroeléctrica y concluir la red viaria- convocaron no una sino dos huelgas generales en un país donde las movilizaciones de este tipo eran una absoluta novedad. Suficiente berenjenal como para que el Copríncipe francés, con la aquiescencia del obispo Guitart, nos enviara a los guardias móviles de Baulard, nombrado comisario extraordinario para la ocasión.

Los gabachos llegaron mediado agosto, oficialmente para garantizar el orden público. Polo, que formaba parte del batallón de corresponsales internacionales -La Vanguardia, El Diluvio y La Humanitat, pero también el Times, el Daily Mail y el New York Times- destacados hasta la Seo para seguir de cerca (?) los acontecimientos, los describe como "gente extraña, hombretones rubicundos, pesados, vestidos de azul y negro, con casco de hierro, porra, machete y revólver en la cintura", que los nativos observaban con una mezcla de "curiosidad, rabia y pasmo". La reportera visita días antes de la jornada electoral a monsieur Joseph Carbonell, turbio personaje que ejercía el cargo de veguer adjunto -creado por cierto para él, y que el Consell jamás se prestó a reconocer- y por lo visto el hombre fuerte del momento. Un individuo que no se cortaba un pelo al advertir que el solicito copríncipe francés enviaría tropas "de verdad" -no sólo policías- si el asunto se desmadraba. Es decir, si resultaban reelegidos los consellers destituidos -extremo harto improbable, porque tanto ellos como el síndico, Roc Pallarès, otro personaje, había sido inhabilitados por un año- o si al nuevo Consell se le ocurría romper la baraja y cortar con los Copríncipes. "Tropas, ¿también?", le pregunta Polo con impostada ingenuidad. "Naturellment! Nous sommes en Andorre, chez nous!", le responde el veguer adjunto. Claro que el tal Carbonell tenía una visión muy particular sobre los nativos: "La mayor parte [de los andorranos] son gente honrada y trabajadora, pero ha surgido una minoría que ha soliviantado tanto los ánimos que si no llegan a acudir los gendarmes hubiéramos visto cosas terribles. Lo que queremos es evitarle al país un baño de sangre", dice el buen Carbonell, con su cara de ángel bigotudo y barbudo.

31 de agosto. La reportera recorre los colegios electorales. Dice que en Sant Julià se han registrado "incidentes". Por culpa de las mujeres que, "ganadas por la significación religiosa del obispo esperaban a sus hombres a la puerta del colegio y en cuanto iban a depositar la papeleta en la urna los abrazaban desesperadamente rogándoles que no se dejaran arrastrar por la causa del demonio". En Encamp, en fin, encuentran la puerta del colegio expeditivamente atrancada con un... ¡fusil!. A las cuatro de la tarde, los colegios cierran y comienza el escrutinio. Polo aprovecha para reemprender el peregrinaje. En Canillo, el "conseller primer Armany, a quien llaman 'el Azaña de Andorra', anuncia la victoria de los consellers de izquierdas: Josep Areny, Jaume Bonell, Anton Duedra y Anton Torres". Si se molestan en buscar los nombres de los políticos hoy en activo, comprobarán como 80 años después sus nietos siguen en el cargo. Como si fuera con la herencia familiar. En fin, que según Polo estos Areny, Bonell, Duedra y compañía estaban "contra el obispo, contra Fhasa y contra la invasión de los franceses". Pues ocho décadas después tenemos obispo, tenemos Fhasa -hoy, Feda- y tenemos "franceses".

Si la victoria progresista es desde la perspectiva actual sorprendente en una localidad como Canillo -donde en las últimas dos elecciones ha concurrido una sola lista: la del Gobierno- todavía lo es más en Sant Julià, cuna de cierta y muy andorrana manera de ejercer la política, entendida como cosa de unas pocas familias, y se llevan el gato al agua los que Polo -siguiendo con la terminología de la época- denomina "antibisbes". Es decir, los que van contra los gendarmes, contra el obispo y contra Fhasa". Sus nombres: Anton y Ventura Duró, Manuel Areny y Ventura Fanus. Del mismo color es la victoria en la Massana, donde salen elegidos los consellers Guillem Areny, Gil Font, Ventura Torres y Pere Montané. En la capital -con Josep Coma, Anton Cerqueda, Josep Pla y Joan Serra- y naturalmente en Ordino, cómo no -Ventura Adellach, Miquel Pujol, Manuel Font y Ventura Coma- arrasa la derecha "bisbista". Y Encamp resulta la única parroquia donde se registra un reparto de consellers: un "acérrimo" del obispo, Antoni Picart; dos de los denominados "jóvenes" (Antoni Puy i Antoni Mussoy), y un "empate". Es decir, un conseller no asignado. Cómputo final para el Consell salido de las elecciones: dieciséis "antibisbes" contra siete "bisbistas". Así que puede afirma sin empacho que se han impuesto "las izquierdas".

¡¿Cómo?! ¡¿La izquierda, dice usted, en Andorra?! ¿Ocho décadas antes del accidente Bartumeu? Vilalta interpreta los resultados de aquellas primeras elecciones más o menos democráticas con la perspectiva del tiempo transcurrido y, sobre todo, con la documentación generada por la vegueria francesa ante los ojos. Y no lo tiene tan claro como Polo, que ganaran las "izquierdas" y los "antibisbes", porque lo cierto es que los gendarmes se marcharon del país el 9 de octubre, antes de las nevadas cortaran el puerto de Envalira y les obligaran a quedarse toda la temporada en tierra andorrana. Y concluye que si los gabachos se fueron es porque creían que la amenaza revolucionaria había pasado.

[Este artículo se publicó el 19 de enero de 2015 en el Diari d'Andorra]

miércoles, 11 de junio de 2014

Lluís Capdevila: un olvidado con mucha memoria

Cossetània publica el tercer volumen de la monumental autobiografía del dramaturgo, periodista y político catalán; La república, el periodisme, el teatre repasa sus años de madurez, como director del diario La Humanitat y hombre de confianza del presidente Companys

En nuestra muy transitada galería de ilustres olvidados, Lluís Capdevila (Barcelona, 1895-Andorra la Vella, 1980) es uno de los más egregios. Cosa que le hemos pagado como sólo saben nuestras muy ilustradas autoridades: ni una calle, mucho menos una plaza, ni un triste rincón del callejero lleva hoy su nombre. Nada. Como si por aquí arriba abundaran los tipos de una pieza -de muchas piezas, de hecho- como él, dramaturgo de éxito en los años dorados del Paralelo barcelonés, letrista de Cançó d'amor i de guerra -probablemente, la más célebre de las zarzuelas catalanas-, así como reportero de primera hora y protagonista de la época más gloriosa del periodismo catalán -los años de la II República, que Capdevila vivió como director de La Humanitat, el diario de Esquerra Republicana de Cataluña (ERC).

Y no se vayan todavía, que aún hay más: amigo íntimo de Companys, comisario de propaganda y cronista bélico durante la Guerra Civil, exiliado tras la derrota republicana primero en Poitiers y desde finales de los 60 en Andorra, y autor -atención- de Història de la meva vida i dels meus fantasmes, monumentales memorias en doce volúmenes de los que tan sólo se habían publicado los dos primeros -y como quien dice en la prehistoria: L'alba dels primers camins (1968) y De la Rambla a la presó (1975). Los dos pasto hoy de bibliófilo. Como el Llibre d'Andorra, ya que hablamos de libros inencontrables, probablemente la introducción más suculenta a los asuntos de este rincón nuestro de Pirineo que jamás haya salido de pluma humana. Y lo dice Sergi Mas, que conste.

El dramaturgo, periodista, político y finalmente,  memorialista Lluís Capdevila, fotografiado durante la Guerra Civil en su época de comisario de propaganda de la columna Macià-Companys, con la que cubrió entre otras la batalla de Belchite. Fotografía: Cròniques de guerra.

Pero hablábamos de Història de la meva vida..., que tan mala fortuna había tenido... hasta hoy, claro, que Cossetània rescata la tercera entrega: un tocho de tres centenares y medio de páginas, editado por el periodista catalán Francesc Canosa y titulado precisamente La República, el periodisme, el teatre. Es decir, los años de madurez de Capdevila, que coinciden con el segundo experimento republicano en España y que él vivirá des de primerísima fila como director de La Humanitat, militante de ERC y hombre con privilegiado hilo director con el presidente Companys. Canosa lo define como "un francotirador, un outsider y una rara avis" sin pelos en la lengua a la hora de juzgar severamente los Fets d'Octubre -ya saben, Companys proclamando el Estado Catalán desde el balcón del palacio de la Generalidad, en la plaza de San Jaime. Por falta de realismo, dice Canosa: "Capdevila lo vive como un fogonazo, un disparo al aire que acaba con la supresión del Estatuto y con Companys en prisión; la prueba, en fin, de que el país, la sociedad catalana del momento no está madura para un régimen como el republicano".

Era, insiste, un hombre de partido, catalanista, republicano y de izquierdas. Facción sindicalista. Por este motivo Companys lo colocó al frente del diario de ERC, un fenómeno -este de la prensa partidista- hoy exótico pero en la época absolutamente imprescindible para hacer carrera política. Pero si hay una característica que define a Capdevila es una personalidad intelectualmente poliédrica: dramaturgo, periodista, novelista, político y finalmente memorialista: "Un personaje polifacético, con inquietudes y campos de actuación muy diversos, emparentado con un humanismo en cierta manera muy actual", dice, y que no tendrá reparos en apartarse del discurso oficial y -siendo como era un miembro del stablishment- criticar la incapacidad de los hombres que habían de gobernar la República.

Memorialista ingente
Es precisamente en las memorias donde emerge con toda su potencia el carácter proteico del personaje: "Es su terreno, donde se siente más cómodo, más él, donde más se deja ir".Un concentrado donde aparecen todas las facetas de Capdevila. Por ejemplo, la de hombre de mundo: por las páginas de La República, el periodisme, el teatre pululan una multitud de personajes: Companys, por supuesto, pero también García Lorca y Margarida Xirgú y H. G. Wells. Porque Capdevila no se conformaba con cualquiera a la hora de buscarse amistades. Atención también porque los doce volúmenes de Història de la meva vida... no tienen parangón en la literatura catalana contemporánea. Y habría que ver si en la española. Así que no es raro que Canosa los coloque en lo más alto de su bibliografía, por encima de su obra como dramaturgo y como novelista, e incluso como reportero de guerra -faceta que, por cierto, la Fundació Josep Irla recuperó hace dos temporadas en Cróniques de guerra: pueden descargrase la edición electrónica en la página web de esta entidad. 
¿Cómo puede ser que semejante personaje haya caído en el semiolvido? Canosa (se) lo explica por la debacle republicana, que acabó con el 80% de los periodistas catalanes en el exilio: "Es lo que denomino la Cataluña iceberg, congelada: todo lo que existía antes de la guerra no tuvo continuidad y jamás se retomaría". Y resulta que lo que había antes del 36 era mucho. Tanto, que hoy difícilmente nos lo podemos imaginar, sugiere. El periodismo catalán de los años 30 había llegado a un grado de desarrollo que no tenía nada que envidiar a los grandes coetáneos que en ese mismo momento triunfaban en los EEUU, Francia y Alemania. Mucho antes de que Capote inventara el Nuevo Periodismo, dice, en Cataluña ya se practicaba un reporterismo de estirpe indudablemente moderna. Con Domènech de Bellmunt, por ejemplo, otro que terminó con sus huesos en Andorra. Y otros muchos personajes que integraban la lustrosa clase media del ecosistema comunicativo catalán: Irene Polo, Just Cabot, Josep Maria Planes, Plató Peig, Josep Amic... y Lluís Capdevila, claro. Ellos y otros muchos como ellos, añade Canosa, son los que le confieren al Barrio Chino barcelonés su aura maldita: los sucesos ligados a la prostitución, la droga y el alcohol que cubrían como periodistas los procesaban como material de ficción y los acababan regurgitando en los dramas y sainetes que ellos mismos escribían y estrenaban en los teatros del Paralelo: "La primera cultura de masas que se generó en Barcelona".

Su papel durante la Guerra Civil, como comisario de propaganda de la columna Macià-Companys -cubrió por ejemplo la batalla de Belchite- queda para sucesivas entregas de las memorias, en manos de la familia y que Canosa confía que irán saliendo a la luz. El caso es que en una época como la nuestra en que se publica casi todo -y sin muchos miramientos- es sorprendente que lo más granado de la obra de Capdevila continúe mayoritariamente inédito. Unas memorias que comenzó a trazar en el exilio de Poitiers -en cuya universidad ejercía como profesor de literatura española- y que tendrán en Andorra su acto final. Así que ha llegado el momento de devolver la palabra a Sergi Mas, que retrata no al autor sino al personaje. Por ejemplo, a través de la anécdota quien sabe si apócrifa y que otras fuentes -advierte Mas- atribuyen al filósofo Francesc Pujols. Cuenta la leyenda que al dirigirse hacia el exilio y justo en el momento de cruzar la frontera, Capdevila trocó la cazadora de cuero y la gorra de comisario por el sombrero de copa, la corbata de diplomático, los pantalones de mil rayas y los botines de charol: "En fin, que el batallón de gendarmes que vigilaba la aduana no tuvo más remedio que cuadrarse para rendirle honores: ¡menudo tío!"

El mismo tío, dice, que se iba al frente con su monóculo, hecho un dandy, y que en los días de vino y rosas, cuando triunfaba como dramaturgo en Madrid y alternaba con Benavente, Valle Inclán y Echegaray en la tertulia del Pombo, se hacía conducir por un chófer negro... Como Cela, ya ven, pero medio siglo antes. O más. Un dandismo que lo acompañó en sus días andorranos, cuando ejercía como asesor de Editorial Andorra -a él se debe en buena parte el impresionante catálogo del sello: Sender, Max Aub y en este plan- y venía a pasar sus verano en cal Nagol de Sant Julià de Lòria. Hasta que se quedó: "Siempre con la pipa cargada con tabaco Dunhill, con coñac francés a mano y con el sueño de adquirir una capillita románica para instalarse en ella con sus libros". En fin, ya lo saben: La República, el periodisme, el teatre. Y a poner velas para que alguien se dé por aludido y se decida a publicar los otros nueve volúmenes de su vida que se nos deben. 

[Este artículo se publicó el 12 de febrero de 2013 en El Periòdic d'Andorra]

jueves, 1 de mayo de 2014

Lluís Capdevila, cronista de guerra

Formó parte de aquella generación de hombres de acción y también de letras, republicanos de una pieza, individuos de personalidad proteica y humanistas practicantes -los Orobitg, Fontbernat, Albert, Anglada, Griera y Ros, la relación no pretende ser exhaustiva- a quienes la Guerra Civil y el posterior exilio acabaron llevando a Andorra. Como la mayor parte de sus colegas de exilio que protagonizaron el despertar artístico e intelectual del país, también Lluís Capdevila (Barcelona, 1895-Andorra la Vella, 1980) ha desaparecido hoy casi absolutamente de la memora pública. Sólo nos quedan las sombras: viejos ejemplares descatalogados del Llibre d'Andorra o de L'alba dels primers camins, el primer volumen de sus oceánicas memorias, saldados en los puestos de La Paperassa, el mercado del libro usado semanal en la Rotonda de Andorra la Vella. En fin. Para paliar ni que sea muy parcialmente este olvido culposo, la Fundación Josep Irla acaba de recoger en un volumen profusamente ilustrado y precedido de un amplio estudio biográfico la obra digamos bélica de nuestro hombre: bajo el título Les cròniques de guerra de Lluís Capdevila (Duxelm) se rescatan de la hemeroteca 46 artículos escritos entre 1936 y 1939, aparecidos en La Humanitat -el diario de Esquerra Republicana de Catalunya que él mismo dirigió- y otras publicaciones en catalán y en castellano como Amic, Meridià, Catalans!, Mi revista y Hora de España.

Capdevila, en la época en que ejerció como comisario de la columna Macià-Companys y envió a diferentes diarios catalanes un alud de crónicas; de las 227 que publicó, Duxelm ha rescatado 46 en Les cròniques de guerra de Lluís Capdevila. Fotografía Duxelm.

El resto, hasta completar las 227 crónicas, se pueden consultar en línea en www.irla.cat.publicacions. Merecen atenció especial los reportajes escritos desde el frente -Capdevila fue comisario des la columna Macià-Companys- y la serie L'ofensiva contra Belchite, una docena de piezas que relatan uno de los episodios más célebres de la contienda: El comissari del poble, Rosa Domènec, alferes, La mort heroica del capità Molino, Diàleg de l'estilogràfica i la pistola, La guerra i els periodistes, L'ofrena d'una bandera y Teatre en el front de guerra son otros ejemplos de este periodismo de trinchera que Capdevila practicó durante le guerra, cuando ya era un intelectual de renombre -periodista, novelista y. sobre todo, comediógrafio de enorme éxito popular: suya es la letra de la zarzuela Cançó d'amor i de guerra. Entre los muchos datos que aporta el editor, Josep Maria Figueres, en el estudio introductorio, conviene recordar la existencia de un epistolario inédito fechado en Poitiers y Sant Julià de Lòria, así como las monumentales memorias en una docena de volúmenes de los que sólo se llegaron a publicar los dos primeros, L'alba dels primers camins (1968) y De la Rambla a la presó (1975). Ahora que se pbulica casi todo, quizás va siendo hora de que alguien se acuerde de Capdevila.

[Este artículo se publicó el 14 de abril de 2011 en El Periòdic d'Andorra]

Un olvidado con mucha memoria
Cossetània publica el tercer volumen de la monumental autobiografia de Lluís Capdevila: La República, el periodisme, el teatre repasa los años de madurez, como director del diario La Humanitat y amigo íntimo del presidente Companys.

En nuestra muy transitada galería de ilustres olvidados, Lluís Capdevila es uno de los más conspicuos. Cosa que le hemos pagado como sólo saben nuestras ilustres autoridades: ni plaza, ni calle, ni un triste rincón que honre su memoria. Nada.Como si por este rincón de Pirineo nuestro abundaran los tipos de una pieza -de muchas piezas, en este caso- como Capdevila: dramaturgo de éxito en los años dorados del Paralelo barcelonés; coautor de Canción de amor i de guerra -probablemente la más célebre de las zarzuelas catalanas-, reportero de primera hora y protagonista de los años mas gloriosos del periodismo catalán -los de la República, que él vivió en primera fila como director de La Humanitat, el diario de Esquerra Republicana de Catalunya (ERC). Pero aún hay más: amigo íntimo del presidente Companys, comisario de propaganda y cronista bélico durante la Guerra Civil, exiliado tras la derrota republicana -primero en Poitiers y desde finales de los años 60, en Andorra- y autor, atención, de Història de la meva vida i dels meus fantasmes, monumentales memorias en doce volúmenes de los que hasta la fecha tan sólo se habían publicado los dos primeros -y como quien dice, en la Prehistoria: L'alba dels primers camins, en 1968; De la Rambla a la presó, en 1975. Los dos son hoy carne de bibliófilo. Como el Llibre d'Andorra, ya que hablamos de ejemplares raros, probablemente la introducción más suculenta a las cosas andorranas jamás salida de pluma humana. Y lo dice Sergi Mas, que conste.
Pero hablábamos de los dos primeros volúmenes de Història de la meva vida.Primeros y únicos... hasta hoy, claro, que Cossetània rescata la tercera entrega: un tocho de tres centenares y medio de páginas editado por el periodista catalán Francesc Canosa y titulado precisamente La República, el periodisme, el teatre. Es decir, los años de plenitud de Capdevila, que coinciden con el segundo experimento republicano en España y que él vivirá detrás o mejor, al lado de los protagonistas como director de La Humanitat, militante destacado de ERC y hombre con privilegiado hilo directo con el presidente Companys. Canosa lo define como "un francotirador, un outsider y un rara avis" sin pelos en la lengua a la hora de juzgar -muy críticamente- los Fets d'Octubre -ya saben, Companys proclamando el Estat Català desde el balcón de la Generalidad en la plaza de Sant Jaume. Por la falta de realismo de los golpistas, dice Canosa: "Capdevila lo interpretó como una llamarada, un disparo a la nada que terminó con la supresión del Estatuto y con Companys en prisión; la prueba, en fin, de que el país, la sociedad no estaba preparado para un régimen como el republicano".
Era, eso sí, un hombre de partido: catalanista, republicano y de izquierdas, que debe ser casi lo máximo que se puede ser en esta vida. Facción sindicalista. Por eso mismo Companys lo colocó como director del diario de ERC, en un fenómeno -éste de la prensa de partido, por no decir sectaria- hoy algo exótico pero en la época absolutamente necesario para hacer política. Pero si una característica define a Capdevila es su personalidad intelectualmente poliédrica: "Un personaje con inquietudes y ámbitos de actuación muy diversos, emparentado con un humanismo en cierta manera muy actual", dice Canosa, y que no tendrá problemas en apartarse del discurso oficial y -siendo como es fue un miembro del establishment- criticar la incapacidad maniefiesta de los hombres de la República.

Memorialista ingente
Y es precisamente en las memorias donde emerge con toda la potencia el carácter proteico de Capdevila: "Es su territorio, donde más cómodo se siente como escritor, donde más él se siente, donde más se deja ir". Un cóctel donde sacan la nariz todas sus facetas. La de hombre de mundo, por ejemplo: Por las páginas de La República, el periodisme, el teatre desfilan multitud de personajes, desde Companys y García Lorca hasta Margarida Xirgu y H. G. Wells. Capdevila, como se ve, apuntaba alto a la hora de alternar y buscarse compañías interesantes.
Atención también porque los doce volúmenes de Història de la meva vida no tienen parangón en la literatura catalana del siglo XX. Así que no es extraño que Canosa coloque esta obra monumental en lo más alto de la bibliografía de nuestro hombre, por delante de su obra como dramaturgo, como novelista e incluso como reportero de guerra. ¿Cómo es posible que un personaje así haya caído en el olvido? El autor (se) lo explica por la debacle republicana, que terminó con el 80% de los periodistas catalanes, dice, en el exilio: "Es lo que denomino la Cataluña iceberg, la Cataluña congelada: todo lo que existía antes de la guerra queda interrumpido y ya no tendrá jamás continuidad". Y lo que había antes del 18 de julio de 1936 era mucho. Tanto, insiste, que difícilmente estamos en condiciones de imaginarlo: el periodismo catalán de los años 30 había alcanzado un nivel que no tenía nada que envidiar a los grandes nombres que triunfaban en EEUU, Francia o Alemania, sostiene Canosa, a quien se le va algo la mano: mucho antes de que Truman Capote inventara el Nuevo Periodismo, en Cataluña ya se practicaba un reporterismo de raíz inequívocamente moderna. Doménech de Bellmunt, sin ir más lejos, uno de sus principales valedores y -vaya por donde- otro ilustre olvidado que terminó exiliándose en Andorra. Pero donde el periodismo catalán daba la medida de lo que hubiera podido llegar a ser es en la clase media del ecosistema comunicativo local: gente como Irene Polo, Just Cabot, Josep Maria Planes, Plató Peig, Josep Amic... y nuestro Capdevila. Ellos y otros muchos como ellos, continúa Canosa, son los que le confirieron por ejemplo al Barrio Chino -hoy, anodinamente rebautizado como Raval- categoría mediática: los sucesos ligados a la prostitución, a la droga y al alcohol los procesaban como material de ficción y los regurgitaban en los dramas, sainetes y novelas que ellos mismos escribían y estrenaban en los teatros del Paralelo, "la primera cultura de masas que se genera en Barcelona". Y Capdevila era uno más de la tropa de autores de esta edad de oro.
Su papel durante la Guerra Civil, como comisario de propaganda de la columna Macià-Companys -con la que cubrió por ejemplo la campaña de Brunete- queda para próximas entregas de las memorias, en manos de la familia y que Canosa confía -sin mucho entusiasmo, todo sea dicho- que irán viendo la luz. Unas memorias que comenzó a redactar en Poitiers -donde ejercía como profesor de literatura española en la universidad local- y que tendrán en Andorra su acto final. Así que ahora es quizás el momento de ceder la palabra a Sergi Mas, que retrata no solo al autor, sino también y sobre todo al personaje. Por ejemplo, en la anécdota quien sabe si apócrifa y que otras fuentes atribuyen gozosamente al filósofo Francesc Pujols. Cuenta la leyenda que al dirigirse al exilio y justo en la frontera, Capdevila se cambió la cazadora de cuero y la gorra de comisario por el sombrero de copa, la corbata de diplomático, los pantalones de mil rayas y los botines de charol: "En fin, que ante un individuo de rango tan elevado el batallón de gendarmes que vigilaba la frontera no tuvo más remedio que cuadrarse y rendirle los honores debidos. ¡Menudo personaje, Capdevila!" El mismo, dice, que se personaba en el frente con monóculo, hecho un dandy, y que los días de vino y rosas, cuando triunfaba en Madrid como dramaturgo y alternaba con Valle Inclán, Benavente y Echegaray en la tertulia del Pombo, se hacía llevar de un lado a otro a bordo de un automóvil conducido por un chófer negro. Como Cela -nadie es perfecto- pero medio siglo antes. Un dandismo que lo acompañó en sus días andorranos, cuando ejercía como asesor de Editorial Andorra -a él se debe buena parte del impresionante catálogo que el sello fue capaz de publicar en los años 60: Sender, Aub y compañía- e iba a pasar los veranos a Can Nagol de Sant Julià de Lòria, "con la pipa siempre cargada con tabaco Dunhill, coñac francés y el sueño de adquirir una capillita románica para instalarse definitivamente en ella". Si quieren un trago de los años dorados de Capdevila, ya lo saben: La República, el periodisme, el teatre. Y a poner velas para que alguno de nuestros audaces editores se atreva de una vez con los otro nueve volúmenes de la la historia de su vida y de sus fantasmas.

[Este artículo se publicó el 12 de febrero de 2013 en El Periòdic d'Andorra]