Incursiones relámpago, estilo Sturmtruppen, en episodios que tuvieron lugar en Andorra y cercanías durante la Guerra Civil española, la II Guerra Mundial y las dos postguerras, con ocasionales singladuras a alta mar, a ultramar y si conviene incluso más allá.
[Fotografía de portada: El Pas de la Casa (Andorra), 16 de enero de 1944. La esvástica ondea en el mástil del puesto de la aduana francesa. Copyright: Fondo Francesc Pantebre / Archivo Nacional de Andorra]

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lunes, 30 de junio de 2014

Josep Ferrándiz, veterano de la guerra de Ifni: "'Tómate unos vinos conmigo', me invitó; Ortiz de Zárate era un hombre exquisito, especial"

A difrencia de Josep Maria Contijoch, que aterrizó en Ifni por cortesía del servicio militar, Josep Ferrándiz García (Barcelona, 1935) llegó al territorio a principios de 1957 con la Segunda Bandera Paracaidista, la Roger de Lauria. Se había enrolado en agosto del año anterior, atraído por la aventura y por los vistosos uniformes que vestían los veteranos del cuerpo, y con la idea de esquivar el destino -montaña en Jaca- que le había tocado en el sorteo de quintos. Una repentina enfermedad paterna lo obligó a regresar a casa justo en noviembre de 1957, a pocos días de estallar la revuelta: se ahorró la invasión y las operaciones iniciales. Su compañía, la 7a, formaba el grueso de la desgraciada columna de Ortiz de Zárate y protagonizó el 29 de noviembre la Operación Pañuelo, el primer salto de guerra del paracaidismo español, sobre la posición de Tiliuin: "Me habría tocado, seguro", dice Ferrándiz. Regresó a Ifni a mediados de diciembre, a tiempo para participar en febrero de 1958 en la Operación Pegaso, la reocupación temporal de los fuertes de Tabelcut y Erkun, una maniobra de distracción para evitar que el Ejército de Liberación trasladara parte de sus efectivos al Sáhara. Ferrándiz ganó en Ifni una Cruz Roja al mérito militar por evacuar desde el frente a un camarada herido. El resto de la guerra lo pasó en misiones de protección de los convoyes que llevaban pertrechos y provisiones al perímetro defensivo de Sidi Ifni, y estacionado en Buyarifen, estratégica posición al norte de la capital: "Dormíamos al raso, y por las noches salíamos a hostigar a los moros", recuerda. "La invasión fue para nosotros una sorpresa. Había habido incidentes en el interior, pero en Sidi Ifni las cosas estaban tranquilas. No se nos permitía entrar en los cafés moros, por precaución, pero sí que pululábamos por el zoco. Armados, por supuesto, porque de aquella gente nunca llegué a fiarme. Todo era 'Paisa, yo amigo', 'Paisa, yo he servido con Franco'... Demasiado amigos, la verdad". Tras la guerra siguió un período de guarnición: instrucción, saltos, marchas y guardias en los puntos estratégicos de la capital: aeropuerto, depósito de agua, central eléctrica... Como se licenció en 1959, todavía tuvo tiempo de desfilar el 1 de abril de 1958, Día de la Victoria, por el paseo de la Castellana: "Fue el primer día que vimos un Cetme".


Ferrándiz se alistó en agosto de 1956; tras la instrucción en Alcantarilla y Alcalá de Henares, fue destinado a la7a compañía de la Segunda Bandera Paracaidista, al mando del capitán Sánchez Duque y donde coincidió con el teniente Ortiz de Zárate. Participó en febrero de 1958 en la Operación Pegaso, la reocupación temporal de los fuertes de Tabelcut y Erkun, donde tuvo lugar el segundo salto de combate del paracaidismo español, a cargo de la Primera Bandera, la Roger de Flor. Fotografía: Presència.


-¿Por qué se enroló en los paracaidistas? ¿Tradición militar, quizás?
-En absoluto. Tenía 21 años y tenía que hacer la mili. Incluso me habían sorteado. Me había tocado montaña, creo que Jaca. En fin, que un día, paseando por las Ramblas, me crucé con un soldado que llevaba un uniforme flamante: todo verde y la boina negra. Me llamó tanto la atención que lo abordé: "Soy paracaidista en Alcalá de Henares", me contó. "Si quieres apuntarte, hay un banderín de enganche aquí mismo". Se refería al gobierno militar, que está al final de las Ramblas. Y para allí me fui, sin pensármelo dos veces. Y en agosto de 1956 estaba en Alcalá. Tenía 21 años.

-¿Cómo se había ganado la vida hasta entonces?
-En un taller de marroquinería donde fabricábamos bolsos y maletas de cuero. La instrucción la impartían en Alcantarilla, Murcia, donde se encontraba la escuela de paracaidistas, que había abierto en 1954; nosotros casi estrenamos las instalaciones. El artífice fue el comandante Pallás Sierra, que procedía de la Legión -como la mayoría de los primeros paracaidistas. 

-¿En qué consistía la instrucción?
-El ejercicio básico consistía en saltar desde la torreta, que era lo que su nombre indica, una torre metálica desde la que tenías que lanzarte como si llevaras puesto el paracaídas. Te dejaba sin respiración y las primeras veces impresionaba de verdad. Sólo cuando dominabas este ejercicio te permitían saltar desde el aire. Superado el cursillo te daban el roquisqui, el emblema de la bandera, unas alas con el paracaídas desplegado en el cuerpo central. Todavía lo llevamos en la americana.

-¿Había muchos catalanes, en los paracaidistas?
-Muchos. Y la mayoría éramos civiles, aunque claro, también había muchos legionarios: Ortiz de Zárate, que era mi teniente; el capitán Sánchez Duque, el también teniente Calvo Goñi...

-¿Cuántos años permaneció en el ejército?
-Tres: me licencié en agosto de 1959. Llegué a Barcelona y claro, no me apetecía reincorporarme a mi antiguo oficio, así que a través de un conocido de mi padre que trabajaba en el Banco de Bilbao ingrese en el banco, donde me quedé hasta la jubilación.

-¿Cómo y cuándo llegó a Ifni?
-Yo pertenecía a la 7a compañía de la Segunda Bandera Paracaidista, la Roger de Lauria. Al mando estaban el capitán Sánchez Duque y el comandante Pallás Sierra. Llegamos al territorio meses antes de que estallase la guerra; debió ser hacia enero de 1957. Así que cuando la cosa se puso fea ya éramos unos veteranos. Habíamos estado de guarnición en gran parte de los fortines de interior. Al capitán lo apreciábamos, a pesar de que venía de la Legión y había estado en la División Azul. Era un tipo de una pieza, como Dios manda: duro y estricto, pero un padre para nosotros.

-¿Cuál era la rutina diaria prebélica?
-Instrucción y saltos. Recuerdo una marcha a pie casi hasta la frontera con Mauritania, y un salto sobre Tiliuin. Con el calor que hacía nos habíamos terminado el agua de la cantimploras mucho antes de llegar e íbamos cayendo como moscas. El capitán mandó venir a los camiones desde Sidi Ifni para recoger a los que no podían continuar. Y la bautizó como la marcha de los hombre lechuga.

-La invasión del 23 de noviembre, ¿dónde lo sorprendió?
-Dio la casualidad de que pocos días antes el teniente García Andrés, el Bigotes, me hizo llamar: resultó que habían recibido un telegrama desde Barcelona, y que mi padre estaba muy enfermo. El caso es que me dieron permiso para ir, 45 días, aunque la cosa se estaba poniendo fea y se veía venir que habría jaleo. Tuve que espavilar para encontrar vuelo: le expliqué el caso a un capitán que estaba a punto de despegar con su Heinkel hacia las Palmas, y me hizo un hueco... ¡en el depósito de las bombas! Y me puso una condición: que levara conmigo mi paracaídas.

-Así que se perdió la guerra, como Cómodo cuando llega a Germania...
-Una vez en Barcelona vi que mi padre estaba grave, pero como no se podía hacer nada me volví al cabo de unos días: de Barcelona a Sevilla, de Sevilla a Málaga y de Málaga a las Palmas. Ya había empezado el follón y allí es donde me enteré de que habían caído el teniente López de Zárate y el cabo primero Civera Comeche, compañeros míos. Si no hubiera ido a Barcelona hubiera estado en esa misma acción, porque fue mi compañía a la que ordenaron socorrer a los sitiados de Tiliuin. Después de la emboscada pudieron refugiarse en el fuerte, y fue allí donde Sánchez uque dirigió el primer salto de combate del paracaidismo español. Me perdí las dos acciones, pero no la guerra: como no consumí todos los días de permiso, llegué a tiempo de ver a Carmen Sevilla y a Gila.

-¿En qué operaciones participó?
-Sobre todo, convoys para llevar pertrechos y alimentos a los que combatían en primera línea. En uno de ellos estalló una mina justo después de pasar mi camión. Dieron al que iba detrás de nosotros, y resultaron heridos un teniente y un soldado. También tomamos parte en el salto sobre Erkun, el segungo de la guerra y de la historia de los paracaidistas, en la Operación Pegaso.

-Recuerde esa acción.
-Lo pasamos realmente mal. Los que estuvimos en el fregado fuimos la 6a Bandera de la Legión, un tabor de Tiradores y las dos banderas paracaidistas. Se trataba de limpiar los reductos que quedaban. La Primera Bandera tenía que saltar, y los otros avanzar por tierra. La Legión sufrió bastantes bajas. Iba al lado del capitán Sánchez Duque, y en un momento dado cayó herido un compañero que no era de mi compañía; debía ser de la 6a o de la 8a. El caso es que como no había ningún sanitario ni ningún mulo, el capitán me ordenó evacuar a aquel hombre. Yo solo. Tenía la sensación de que en cualquier momento aparecería un tío y nos dejaría secos de un tiro, pero no, tuvimos suerte y pudimos llegar a nuestras líneas. Una vez en Sidi Ifni, en el cuartel, cuando me quité el traje de faena tenía toda la espalda del mono empapada de sangre de aquel pobre tipo. Ya de vuelta a la Península, el capitán hizo una gestión y me concedieron la Cruz Roja al Mérito Militar. Debió de ser de las últimas, porque la Roja sólo se da en tiempos de guerra; en tiempos de paz es blanca.

-¿Hicieron prisioneros?
-Creo que sí, porque conservo fotografías del estado mayor en que se ve un grupo de hombres con chilaba, aunque al encargarme del herido perdí contacto con la compañía. Se los trataba correctamente, pero también le diré que en los primeros días, cuando empezó el sarao y se decretó el toque de queda, pobre del que pillábamos por la calle: se arriesgaba no diré que a un tiro, pero si a un buen palo.

-¿Y después de Erkun?
-Lo gordo ya se había terminado. Lo de después fueron simples escaramuzas. Estuvimos una semana por la parte de Buyarifen, durmiendo al raso, sin tiendas de campaña ni nada; por la noches hostigábamos al enemigo. Existe una fotografía donde se nos ve hechos unos zorros, más sucios que la tiña, después de una semana sin agua: sirvió de portada para Guerra de Ifni: las banderas paracaidistas, el libro de Alfredo Bosque Coma. Luego, rutina: vigilancia del aeropuerto, del depósito de agua y de la central eléctrica.

-Para los que estaban en Ifni antes del 23 de noviembre, la guerra, ¿se veía venir?
-La verdad es que los meses anteriores hubo mucha calma. Si que tuvimos el incidente de Igurramen: el 16 de agosto la 6a, la 7a y la 10a compañía salimos de marcha hacia Mesti, y al llegar a cierta colina desde lo alto nos atacaron con fuego de ametralladora. Fueron los primeros tiros Ifni, que yo sepa; no sé si en Cabo Juby ya habían tenido algún encontronazo. En las calles de Sidi Ifni se respiraba una calma por lo menos aparente; no entrábamos en los cafetines porque no lo teníamos permitido, pero sí en el zoco. Aunque no iban armados, no nos acabábamos de fiar. Lo cierto es que se te acercaban y todo era: "Yo, amigo, yo he servido con Franco, yo no sé qué..." Todos eran muy amigos. Demasiado, incluso. Nunca me gustaron.

-Pero la invasión, ¿se veía venir? ¿O los cogió desprevenidos?
-A mí de dejó de piedra. Nunca me lo había imaginado. Y por lo que parece hubo un chivatazo, que si no, nos cogen en pelotas.

-¿Se quedó en Ifni, tras la guerra?
-En abril de 1958 fuimos a Madrid para el desfile de la Victoria. Nos dieron una semana de permiso y a la vuelta al cuartel, en Alcalá, el teniente coronel Crespo del Castillo nos comunicó que algunos de nosotros se quedarían en la Península y otros volverían a Las Palmas. A mí me toco Las Palmas. Me quedé en las Reollas hasta que me licencié, en 1959.

-¿Por qué se licenció?
-Había visto suficientes desgracias.

-¿Qué opinión le merece el equipo con el que combatió el ejército español en Ifni? Se dice que hubo soldados que calzaban alpargatas de esparto.
-Quizás en la Legión. Nosotros, seguro que no, porque usábamos las botas de salto reglamentarias; la de paseo era una bota de lona, con suela de goma, muy práctica. Nada de alpargatas.

-Pero, ¿vio usted a legionarios con alpargatas?
-No lo recuerdo; quizás en el Sáhara.

-¿Y las armas? ¿Usaban todavía el Máuser?
-El Máuser no era mal rifle, el arma personal dl, 7,92 milímetros... Pero era un Máuser. La ametralladora era una buena arma, y del subfusil, creo que era el Z45, lo que fallaba era el culatín; luego estaban las granadas de mano, que eran de baquelita. El problema es que los americanos sostenían que como aquella era una guerra colonial no podíamos utilizar su armamento, mucho más moderno. Lo único de origen yanqui que usábamos era el casco.

-¿Llegó a ver desplegado el Cetme?
-Nos lo repartieron en el desfile de la Victoria, pero no llegamos a disparar jamás un tiro.

-La sensación que tenían, ¿era que estaban bien entrenados y bien pertrechados?
-Creo que sí. Y tanto los mandos como los soldados estuvieron a la altura. Por lo menos, los paracaidistas. Porque yo he visto a legionarios desertar.

-¿Echó de menos algún tipo de armamento?
-Los Heinkel nos fueron de mucha utilidad, pero creo que fue el último día en Erkun, precisamente, que nos bombardearon... ¡a nosotros! Conservo una espoleta que me quedé como recuerdo. Y luego estaba el Canarias, que pegaba unos zambombazos tremendo y tenías el resquemor de que le hubieran dado las coordenadas erróneas y el pepinazo cayera sobre nosotros.

-¿Cuántos saltos realizó?
-Diecinueve.

-¿Algú recuerdo especial de Ortiz de Zárate?
-La 7a compañía de la Segunda Bandera, que era la nuestra, fue de las que más sufrió, aunque todos los paracaidistas tuvimos bajas. Él era un hombre espléndido, que venía de familia de militares. Recuerdo una guardia, yo estaba en la puerta del cuartel y oigo que me llaman: "Ferrándiz, ven un momento". Era Ortiz de Zárate. Entro y me encuentro en la mesa dos botellas de Rioja y dos vasos. "Tómate unos vinos conmigo, me invitó. Un hombre exquisito, diferente.

-Desde que regreso del permiso para ir a ver a su padre enfermo, ¿volvió a la Península en alguna otra ocasión?
-Los permisos se acabaron con la guerra. Estábamos en Ifni como quien dice arrestados.

[Esta entrevista se publicó extractada el 1 de junio de 2007 en el semanario Presència]





viernes, 16 de mayo de 2014

Miquel Bolart, vetereno de la guerra de Ifni: "Lo cierto es que allí no había nada por lo que valiera la pena luchar (y II)

-¿Hubo algún enfrentamiento en campo abierto, o la contienda se enquistó en una incómoda guerra de guerrillas?
-En Tagragra hubo enfrentamientos, sí. Cuando nos retiramos, dejamos atrás una compañía para efectuar la voladura del fuerte; nos encontramos que habían copado los dos laterales del monte y tuvimos que correr tres kilómetros y medio bajo fuego enemigo. Nunca había corrido tanto en mi vida. 

-¿Cómo vivió la celada a la sección de Ortiz de Zárate, camino de Telata?
-Cuando llegamos a Ifni todavía no los habían liberado, pero ya sabíamos que él había muerto. Cuando volvieron a Sidi Ifni estaban destrozados. Casi ni los reconocía, y habíamos pasado meses juntos.

-Además de la Operación Gento, ¿en qué otras tomó parte?
-Cuando nos replegamos, pasado ya todo el jaleo, a la sección de transmisiones nos destacaron unos 10 kilómetros al interior. Estuvimos casi tres semanas. Fue en una de estas digamos misiones, protegiendo un depósito de agua, cuando vino Carmen Sevilla. La buena moza se portó como una señora; dijo que al día siguiente visitaría los puestos de primera línea, así que nos afeitamos -todos con la misma navaja- para recibirla como merecía. A pelo, sin agua ni nada. La poca agua que había era para beber. Yo estuve días sin poder reír.

-¿Y cumplió con su palabra?
-¡Qué va! ¡Cómo iba a venir! 

-¿Sufrieron algún ataque?
-Un par de noches: respondimos al fuego y eso fue todo. La verdad es que fregados de verdad, con cientos o miles de tíos liándose a tiros, no los hubo. Hay que decirlo porque fue así. Era más bien una estrategia de hostigamiento. Claro que en ocasiones reunían una fuerza considerable, 50, 100 o quizás 150 hombres. En la Operación Gento, camino de Tagragra, solicitamos apoyo aéreo a eso de las 10 horas para tomar una loma; a las 13.30 todavía lo esperábamos. Así que el comandante ordenó que avanzáramos sin esperarlos. Fue entonces cuando llegaron, soltaronn cuatro bombas y no nos mataron porque Dios no lo quiso.

-¿Tomaban prisioneros?
-Se hacían prisioneros, sí. Enseguida se hacía cargo de ellos la Policía. Y no querría parecer racista, pero el moro no es lo que parece: cogíamos a uno y lo primero que te soltaba era un "Arriba Franco", o un "Viva España", "Paisa, te quiero mucho"... Pero mejor no darles la espalda porque te arriesgabas a que te clavaran la gumia hasta el hígado. Y no estoy generalizando: hablo de lo que vi. El moro es un tipo especial. Y los del Rif, todavía más. ¡Peor que los gallegos! En fin, que nadie se equivoque: sabían perfectamente lo que hacían, nos dieron lo que quisieron y más, nos hicieron correr, nos mataron a gente... Al moro le das un fusil y parece que sabe disparar casi por instinto.

-Cuando regresaron a la Península, ¿la gente estaba informada de lo que había ocurrido en Ifni? ¿O fue realmente una guerra silenciada?
-Pensaban que habíamos ido a pegar cuatro tiros y poco más. Ni se imaginaban que había habido muertos. Y una guerra, menos todavía. Al principio se habló de una revuelta, pero se fue silenciando progresivamente.

-Pero hubo cuestaciones populares para enviar lotes de Navidad, por ejemplo.
-Codorniu nos envió 12.000 botellas de champán. Pero ni vimos ni bebimos ni una. Alguien se forró con ellas, porque se quedaron en las Canarias. Hay que decir también que el transporte desde las Canarias era problemático, se hacía en barco y para desembarcar había que esperar el momento, más bien el día adecuado para los carabos.

-¿Qué aviones utilizaban los paracaidistas?
-Nos lanzaban desde los Junker: un buen aparato, muy difícil de derribar... aunque hubo un accidente, sí. Pero yo he volado en un Junkers una patrulla de exhibición desde Alcalá hasta Alcantarilla con solo dos motores, el del morro y el del ala izquierda. Estuvimos enganchados casi 20 minutos por si había que saltar, pero resistió. Era muy buen planeador, y muy fiable. Podía transportar hasta a doce paracaidistas, que teníamos que saltar por una puerta de 1,40 metros de alto. Había que agacharse e ir con cuidado de no dar en el dintel con el paracaídas. Si todo iba bien, en ocho segundo habíamos saltado los doce.

-¿Hasta cuándo estuvo destinado en Ifni?
-En mayo de 1958 toda la Segunda Bandera regresamos a la Península para el desfile de la Victoria. Casi salimos en hombros, y bueno, eso ya fue algo. Creo que hacia 1959 volvieron a Ifni, donde se había quedado estacionada la Primera. Pero yo me licencié antes, en septiembre de 1958, al cumplirse los tres años. Podría haberme reenganchado pero hice cábals y vi que como mucho podría ascender hasta comandante. No me interesaba. No me quejo: como caballero legionario paracaidista cobrábamos 575 pesetas al mes, una pequeña firtuna para la época, sobre todo si lo comparas con la peseta diaria que le pagaban al soldado de reemplazo.

-Volvamos a la guerra: desde su punto de vista, ¿era correcta, la estrategia de liberar los puestos del interior, replegarse en la capital y abandonar el resto del territorio? ¿Era la única opción viable?
-Hay que decir que las unidades profesionales, marina, aviación, paracaidistas e incluso Tiradores, podrían haber mantenido la colonia. En cambio, hubo compañías de morteros que desembarcaron en Ifni sin haber disparado jamás, que sacaban la pistola de la funda por primera vez. La estrategia del repliegue me imagino que fue para evitar un enfrentamiento a gran escala con Mohamed V, sospecho que hubo algo así como un acuerdo para que la cos no pasara a mayores. Por otra parte, y con la mano en el corazón, en Ifni no había nada por lo que valiera la pena luchar.

-Así que, en el fondo, replegarse era algo sensato.
-Quizás no era la postura más honrosa, pero sí, era la más sensata, porque nos estaban dando por todos los lados. Por otra parte, lo que se cedió tampoco era gran cosa: 50 años después, en algunos de los puestos que volamos cunado nos retiramos todavía o se ha movido una piedra. Todo continúa igual.

-¿Echaron de menos el apoyo de carros de combate, helicópteros, artillería pesada...?
-Un carro hubiera sido de gra ayuda, pero hay que tener en cuenta la época: en 1957 el ejército español quizás disponía de dos docenas de tanques. Era un ejército muy peculiar, diseñado exclusivamente para la represión interna más que para defender el país de un enemigo exterior. Los pocos Sherman que teníamos en la Península habñian llegado tras el acuerdo con Eisenhower... En fin, no olvidemos que era una época de miseria absoluta. Pero lo que te puedo asegurar es que si algo funcionó de maravilla fue la Armada. Las veces que le dimos al Canarias las coordenadas de bombardeo lo clavó: no se desviaron ni un metro.

-Pues corre el rumor de que en Sidi Ifni cayó algón obús por error...
-Que yo sepa, jamás. Hubo casos de fuego amigo, pero por parte de la aviación, no de la Armada. Las transmisiones del Canarias y el Méndez Núñez las llevaban sargentos con tres millones de años de servicio a sus espaldas. Aquella gente no se equivocaba.

-También se ha dicho que los obuses caían en el lugar indicado pero no exñplotaban porque eran defectuosos...
-Las seis andanadas que dispararaon por encima de nuestras posiciones estallaron. Y tanto: ¡en mi vida lo he pasado tan mal! Pero sí que había armamento en mal estado: las granadas, por ejemplo, pero más que por defectusoas, porque tenían un sistema endiablado, con una cinta que venía enrollada y que en teoría saltaba cuando lanzabas la granda ;luego resultaba que raras veces lo conseguías y tenñías que ir a recuperar la granada... La P2 era más fibale; la pistola Star, una maravilla, y el subfusil... Bueno, con el primer cargador, funcionaba bien, pero cuando se calentaba era jmuy probable que se encasquillara.

-¿Cómo se ganó la vida cuando dejó el ejército?
-Primero como dibujante y guionista, para Selecciones Ilustradas de Toutain; pero duró poco y pronto me pase al sector comercial -soy perito mercantil- hasta la jubilación.

jueves, 15 de mayo de 2014

Miquel Bolart, veterano de la guerra de Ifni: "Pronto nos dimos cuenta de que estábamos combatiendo en una guerra de verdad" (I)

La Operación Gento se organizó para liberar las posiciones de Tiugsa y Tenin. Participaron en ella las dos banderas paracaidistas -entre ellos el caballero legionario Miquel Bolart Cámara (Barcelona, 1938)- más un tabor de Tiradores y una sección de morteros expresamente enviada desde la Península. Un pequeño ejército de más de 1.500 hombres que fue fustigado continuamente por fuego de francotiradores -las bandas armadas rehuían en lo posible y como buenos guerrilleros el combate abierto. Fue en esta operación donde sufrió uno de los episodios de fuego amigo que alimentan la leyenda negra de la guerra de Ifni: "Solicitamos apoyo aéreo para ocupar una cota; eran las 10.30 horas, y tres horas después los Heinkel todavía no habían hecho acto de presencia, así que atacamos la posición. Cuando ya la habíamos tomado, llegaron los bombarderos... ¡Y lo que nos bombardearon! No nos liquidaron a todos de milagro".

Bolart formaba parte de la 6a compañía de la Segunda Bandera Paracaidista. Cobraba una mensualidad de 575 pesetas, una pequeña fortuna en comparación con la peseta diaria que recibía la tropa estacionada en la Península, e incluso con las seis de los reclutas destinados a Ifni. En febrero de 1958 participoó en la ocupación de Ercunt, donde se produjo el segundo salto de combate en la historia del paracaidismo español. Él se lo ahorró porque la papeleta le tocó a la Primera Bandera.


Miquel Bolart sirvió como paracaidista en la Segunda Bandera; se enroló en 1955 y en octubre de 1957 fue destinado a Ifni, donde participó en la liberación del fuerte de Tiugsa: arriba, durante su período de servicio; abajo, en 2007, en su domicilio barcelonés. Fotografías: Archivo Miquel Bolart / Presència.

-¿Cómo fue a parar a los paracaidistas?
-Estaba estudiando peritaje mercantil. La mili te partía la juventud por la mitad. Así que un buen día que me crucé con un paracaidista con su boina y todo, y me dije: "Si tengo que ir, por lo menos que pueda escoger un cuerpo en que  me divierta". En aquella época los pobres reclutas iban con su uniforme y sus botas, mientras que los paracaidistas vestíamos zapatos, americana y corbata. Piensa que en las Ramblas me paraban y me confundían con un soldado americano; en el ejército español nadie vestía así. Me alisté en agosto de 1955; hice la instrucción en Alcalá de Henares, y en enero de 1956 me envían a Alcantarilla para seguir el cursillo de paracaidista. Tenía 17 años.

-¿En qué consistía?
-Primero aprendíamos a caer: primero lo hacíamos con la voltereta alemana; luego cambiaron al rulo, la técnica que utilizaban franceses y norteamericanos. Con el rulo te apoyas en un costado al caer; la voltereta alemana, en cambio, aprovecha la inercia de la caída para da la vuelta hacia adelante o hacia atrás. El paracaidismo ha evolucionado mucho: nosotros caíamos a 4 metros por segundo y el golpetazo era seguro. Ahora hacen lo que quieren, son perfectamente capaces de aterrizar sobre un teléfono móvil.

-¿Difícil, la instrucción?
-Para conseguir el título de paracaidista tenías que sacar seis saltos. Primero practicábamos la voltereta sobre una lona, saltando desde una altura de dos metros y pico; te intentaban inculcar el automatismo de saltar justo en el momento en que te tocaba -"Preparados, listos, ya"- a dar el saltito para que no se te torcieran los tobillos; cuando superabas esta primera fase te llevaban a una torre de 8 o 10 metros de altura para practicar el salto enganchado a una cuerda: una de las experiencias más terroríficas de la instrucción, porque vas cayendo en diagonal y como estás tan cerca del suelo la sensación de que te la vas a pegar es inevitable.

-¿En qué Bandera se alistó?
-Cuando ingresé sólo existía la Primera; a partir de mi promoción, que fue la sexta, crearon la Segunda, con lo que se formó la Agrupación de Banderas Paracaidistas. 

-¿Había muchos catalanes?
-En comparación con el resto del país éramos pocos; pero más de los que parecía. Una bandera, que es casi como un regimiento, constaba de cinco compañías y la plana mayor: unos 700 hombres, bajo el mando de un comandante; el mío era Tomás Pallás Sierra. Superado el cursillo de Alcantarilla nos envían de vuelta a Alcalá, con el título de caballero legionario paracadista de segunda y el roquiqui, las alas, y también con el traje de señor, porque hasta entonces vestíamos igual que los soldados de infantería y no lucíamos insignia.

-¿Qué destino le tocó?
-Primero, la 6a compañía; luego, Transmisiones de la plana mayor de la bandera, era el encargado de cargar con la emisora.

-Y va a parar a Ifni.
-A finales de octubre de 1957, justo antes del follón. La Primera Bandera  había llegado el año anterior, justo cuando tenía un permiso y con la mala suerte de que cuando me llegó el telegrama no pude reincorporarme a tiempo. En Alcalá nos quedamos unos 80 paracaidistas, y fue entonces cuando comenzaron a organizar la Segunda Bandera. Por eso soy uno de los fundadores. Estuve unos dos meses en la Segunda, y entonces me trasladaron a la plana mayor. El comandante Pallás estuvo desde el principio en la Segunda Bandera, y el teniente coronel Crespo del Castillo estaba al frente de la Agrupación de Banderas.

-Vayamos pues a Ifni.
-Nada más llegar nos dijeron que había habido una sublevación de bandas armadas, y que eran unos tipos muy preparados. No sabría decirte; lo que sí estaba claro es que los tíos aguantaban como si nada ráfagas de ametralladora a 50 centímetros del suelo. Eso sí que te lo puedo decir.

-¿Había mucha diferencia entre el equipo y el armamento de los paracaidistas respecto a los de Tiradores?
-Nosotros hacíamos instrucción abierta y cerrada a diario, armamento y táctica; éramos soldados preparados para el combate. Ellos eran reclutas que lo único que querían era que los meses de mili pasaran lo más rápidamente posible. En cuanto al equipo, los americanos insistieron en que no usáramos el nuevo material que nos habían cedido en virtud del acuerdo entre Franco y Eisenhower. Sólo podíamos utilizar los cascos y las emisoras.

-La famosa Marconi de pedal, ¿la llegó a usar?
-Eran las únicas que había, reliquias de la guerra de aquí. A nosotros nos facilitaron unos radioteléfonos americanos estupendos, de estos que se ven en las películas de la época. Pero los debieron transportar embalados y algún listo de intendencia los mezcló al sacar las cajas. En fin, como estos aparatos funcionan por parejas, cada una con su propia frecuencia, como los habían mezclado resultó que era imposible contactar con la compañía vecina. Más aún cuando nos metíamos en alguna vaguada. Piensa que Ifni no es el Sáhara: es una zona montañosa y la persiana de señales ópticas enseguida quedaba inutilizada. Vaya, que con frecuencia nos encontrábamos a oscuras.

-¿De que armamento disponían?
-El máuser de 7,92 milímetros. Para mí, el mejor fusil del mundo. Si eres un buen tirador, donde pones el ojo pones la bala. Era un arma semiautomática de cerrojo: cargaba cinco balas en peine y había que tirar del cerrojo a cada tiro. Pero era un muy buen fusil; el nuestro era de 1952, el último modelo. También teníamos el fusil ametrallador FAO, que también era una buena arma. Lo que ocurre es que en una época en que otros ejércitos ya tenían una cadencia de fuego altísima, nosotros todavía andábamos con armamento de la postguerra.

-Pero, ¿no me está diciendo que era una buena arma, el Máuser?
-Sí que lo era, pero una arma semiautomática, ante un M1 americano, que dispara ocho tiros sin darte tiempo siquiera a respirar, o la misma Thompson, que disparaba 37 balas sin encasquillarse... Era otro mundo. El máuser era un buen fusil, pero era un fusil de cinco balas. Y además, de cerrojo.

-Y el enemigo, las bandas armadas, ¿qué armamento tenía?
-De todo, menos ametralladoras Thompson: mosquetones nuestros, y también franceses... No es que estuvieran muy bien equipados, pero para el tipo de guerra que practicaban, era suficiente.

-¿Y qué pasa con el Cetme?
-Llegó al final de la guerra y sólo lo vieron algunos; yo, desde luego, no. Los que llegaron a partir de 1958 sí que lo disfrutaron. Como subfusil automático es de lo mejorcito, porque no se encasquilla, tiene una cadencia de fuego muy alta y es ligero, apenas pesaba 3,5 kilos: ahora debe pesar incluso menos. Piensa que el máuser superaba los 5 kilos. Los primeros Cetme que llegaron a Ifni todavía venían equipados con trípode, porque la idea de un fusil ametrallador estaba todavía muy enquistada en el alto mando. Pero es que el Cetme era más que un subfusil: era un fusil de asalto con una cadencia casi de ametralladora.

¿Qué ambiente se encontró en Ifni al llegar, en octubre de 1957?
-Persistía la idea de que los problemas venían de fuera, aunque ya se habían registrado levantamientos en algunas cabilas del interior. En Sidi Ifni era otra cosa, porque era más fácil de controlar. Cuando estalló la revuelta, se cortó de raíz. Pero cuando vimos las caras de los compañeros que llegaban no dire que del frente -porque no había propiamente frente- sino del interior, enseguida nos dimos cuenta de que estábamos combatiendo en una guerra de verdad. Algo diferente a todo lo que habíamos vivido hasta entonces.

-El levantamiento del 23 de noviembre, ¿nadie se lo olió?
-Hubo avisos, sí, pero muy dudosos. Además, en aquella época, la inteligencia militar dejaba mucho que desear. Nadie se lo imaginaba: piensa que en Sidi Ifni se encontraba el cuartel general de Gómez de Zamalloa, el gobernador del África Occidental Española, que abarcaba también el Sáhara. 

-¿Usted era de los que paseaba tranquilamente por el barrio moro?
-Al principio íbamos al zoco de compras sin ningún tipo de resquemor, quizás por ese punto de imprudencia juvenil, sin sabr demasiado donde nos estábamos metiendo; pero por la razón que fuese, no teníamos sensación de inseguridad. Después, cuando el levantamiento, lo cerraron y nos enviaron a hacer rondas de vigilancia por el perímetro. En cierta ocasión llegaron a disparar contra el burdel.

-¿Dónde lo sorprende el ataque del 23 de noviembre?
-En el campamento. Oímos algo de jaleo, pero no nos tocó ir a resolver aquello; así que me ahorré las primeras horas. Sí que nos ordenaron socorrer el puesto de Tiugsa. Iba con el mulo cargando mi emisora, junto con un soldado de quintas. Cuando sonó el primer tiro el trabajo fue nuestro para que el  mulo no se escapara... hasta que le pegaron tres tiros. No nos dieron a nosotros de puro milagro.

-El chivatazo de la cuñada de un policía indígena que según algunos salvó a los oficiales de morir a manos de sus ayudantes baamranis, ¿mito o realidad?
-Dicen que fue asi. Te diré una cosa: si me vinieran con la historia de que fue un espía infiltrado, no sé, algo así, no lo creería; en cambio, algo tan en el fondo estúpido como un soplo de la cuñada del policía, pues lo creo. Me parece más creíble que no una filtración a la inteligencia militar, porque si existía algo parecido a esto, nunca supe dónde estaba. Para que veas cómo las gastaban, estando yo en la plana mayor de la Agrupación, se organizó el salto en una zona pedregosa y con unas pendientes de más del 15%. Si hubiéramos saltado allí, el que menos hubiera dejado una pierna de recuerdo. Por suerte a alguien se le ocurrió realizar una descubierta para reconocer la zona de salto.

-Así que no saltaron sobre Tiugsa.
-No. Nos llevaron hasta cierto punto en camión, y desde allí seguimos avanzando a pie. Casi los dos tercios del trayecto.

-¿Y qué ocurrió?
-Íbamos la Agrupacion al completo, la dos Banderas Paracaidistas. Imagínate, cerca de 1.300 hombres. Un auténtico ejército. Cada cierto número de kilómetros sonaba un disparo y comenzaba el baile: cuerpo a tierra, que si las ametralladoras por aquí y los morteros por allá... Imagínate a mil y pico tíos, doce compañías, cuerpo a tierra, porque no sabías si te estava disparando un tío, o había otros 50 dispuestos a freirte. Pasada la alarma, y sin haber capturado a un solo moro, retomábamos el camino... hasta que volvía a sonar un disparo y vuelta a empezar. Al final ordenaron que nadie se lanzara cuerpo a tierra hasta que se localizara al enemigo. Lo cierto es que sólo hubo que lamentar un par de heridos, y que hasta que no llegamos a la zona de Tagraga yo no vi ni un solo moro, ni creo que nadie viera ninguno. Pero nos dieron por el saco durante todo el trayecto.

[Primera parte de una entrevista inédita a Miquel Bolart mantenida en 2007; la segunda parte se publicará mañana]

domingo, 4 de mayo de 2014

Hernández Xulvi, autor de "La ciutat de les flors": "Fue de un pelo que Ifni no se convirtiera en un segundo Annual"

El 23 de noviembre de 1957 el autodenominado Ejército de Liberación -simples "bandas armadas" para la prensa franquista de la época- atacaba las posiciones españolas en el interior de la colonia de Ifni -minúsculo enclave en territorio marroquí- y lanzaba una operación para capturar la capital del territorio, Sidi Ifni. Comenzaba así una guerra nunca declarada por la que desfilaron miles de soldados de reemplazo, aparte de la Legión y dos banderas paracaidistas, y que terminó siete meses después con un alto el fuego oficioso: España conservaba la capital -una franja de apenas 20 kilometros cuadrados- pero renunciaba al resto del territorio, que antes del 23 de noviembre abarcaba una superficie de 2.000 kilómetros cuadrados. Una guerra que el régimen silenció, que se saldó con 300 bajas mortales, por parte española, y que tuvo un poco honorable epílogo en junio de 1969, con la cesión de Sidi Ifni a Marruecos, que desde 1958 ya ocupaba de hecho el resto de la colonia. Pues esta guerra secreta es el contexto de La ciutat de les flors (Pagès), novela con que el valenciano Albert Fernández Xulvi (Catarroja, 1943) se llevó el último premio Fiter i Rossell, que convoca el Cercle de les Arts i de les Lletres de les Valls d'Andorra, y donde sigue los pasos del legionario Badenes y sus amores con la esposa del cacique local.

El escritor valenciano Albert Hernández Xulvi, con el trofeo que lo acredita como ganador de la última edición del premio Fiter y Rossell de novela, que convoca el Cecle de les Arts i de les Lletres y que dota el ministerio de Cultura de Andorra con 15.000 euros. Las obras más conocidas de Xulvi son El tango del anarquista (Milenio, 2010) y la novela erótica No miréis por el ojo de la cerradura (Ediciones Libertarias, 1993). Fotografía: Tony Lara / El Periòdic d'Andorra.

-Sidi Ifni, en pleno desierto, ¿la ciudad de las flores? Tendrá que explicármelo...
-Se ve que en 1934, Capaz y los hombres que ocuparon el territorio con él la bautizaron así de lo exótico y exuberante que les pareció. Y le quedó el sobrenombre.

-Para hacernos una idea: ¿nos encontramos ante una novela de amor? ¿O de guerra?
-La ciutat de les flors tiene tres partes: en la primera sigo la adolescencia del protagonista, Carles Badenes, hasta el correccional, donde ingresa tras apuñalar al hombre que intentaba violar a su madre; luego se alista en la Legión, con la que vive en primera persona la guerra de Ifni, adonde lo destinan; y por último, un buen día decide largarse de allí y huye al sur de Francia, donde empieza una nueva vida. Así que tiene de todo: amor y también guerra.

-Para los que no estábamos, la guerra de Ifni suena a cosa remota: Carmen Sevilla, Gila y poco más.
-Ella acababa de estrenar La venganza, con Ralf Valones, con la que pretendían lanzarla como actriz; era la mujer del momento, y por lo visto a alguien del régimen se le ocurrió emular a los norteamericanos, que tres años antes habían enviado a MarilyMonroe y a Bob Hope a animar a sus tropas a Corea.

-Badenes, ¿se inspira en algún personaje real?
-Hice una intensa labor de campo con dos legionarios valencianos veteranos de la guerra. Como Franco impuso una censura estricta -una guerra con todas las de la ley, que costó 300 muertos y medio millar de heridos, quedó reducida a unos meros "incidentes"- en la Península no se sabía prácticamente nada de lo que ocurría en el África Occidental Española. Sólo veíamos llegar ataúdes: en cierta ocasión, cuarenta de una tacada. Eran las bajas de Edchera, donde los moros hicieron una auténtica escabechina. Badenes, en fin, vive algunos de los episodios que me contaron mis veteranos.

-¿Incluido el affaire con la esposa del mandamás de turno?
-Esto ya es de mi cosecha.Se llama Agnés; su marido, Enrique Cañada, se había enriquecido exportando a la Península capellans [capellanes] que criaba en una piscifactoría que había montado en Río de Oro. Vaya, que el tío estaba forrado.

-¿Capellans, dice?
-Sí: pescado desecado que se tomaba como aperitivo... En fin, que un día que a Badenes le toca guardia, se disfraza de moro, con chilaba y todo, y despluma a Cañada cuando sale del casino. Sospecha que ha sido un soldado, pero como se veían venir la guerra, prefiere no importunar a los militares. Y no explico más, que no me gusta nada destripar la novela. Léela.

-Algo sí que nos debería avanzar, digo yo, ya que estamos aquí...
-Llega un momento en que Badenes se da cuenta de que los han enviado a una guerra absurda y sin sentido: cierto día que le toca salir de patrulla, se queda dormido por la grifa en la haima donde ha estado yaciendo con una bailarina que le hace tilín, y cuando despierta se da cuenta de que sus compañeros ya han salido. Los va a buscar y os encuentra en otra haima: los moros los han liquidado a todos después de torturarlos salvajemente, amputándoles los testículos y colgándoselos de las orejas como si fueran pendientes. Aquella macabra escena es demasiado para Badenes, que en ese mismo instante toma la decisión de desertar.

-¿Y lo hace?
-Por supuesto: roba una Ossa y no para hasta que llega al norte de África. Esto es lo que simboliza la estupenda ilustración de la portada, con la motocicleta abandonada en la paya justo después de embarcar para Marsella para instalarse en Le Grass. Aquí será, por cierto, vecino de Picasso, que tiene un cierto papel en la novela. Para Badenes, Francia es el símbolo de la libertad; no tienen ninguna intención de regresar a Valencia.

-La forma como murieron los compañeros de Badenes, ¿se la contaron sus informantes? ¿Ha podido documentar casos de torturas y asesinatos de que fueran víctimas los soldados españoles que capturados por la bandas armadas -perdón, por el Ejército de Liberación?
-Por supuesto. Pero los moros no eran los únicos. También lo hacían los españoles, que cuando pilaban a un cabecilla rebelde y pretendían hacerle hablar abrían un cerdo en canal, le metían la cabeza dentro y el tipo vaya si cantaba: cantaba por bulerías. En siete meses de guerra de perpetraron auténticas barbaridades.

-Una curiosidad: en la novela juega un cierto papel el cartel de Arroz amargo, con Silvana Mangano, que por lo visto proyectan en el cine de Sidi Ifni. ¿Una anécdota histórica?
-Es un guiño generacional. Recuerdo perfectamente cuando estrenaron Arroz amargo en Valencia: cuando llegaba la escena del campo de arroz, pura carnalidad, el maquinista paraba el proyector paa volverla a pasar, porque es lo que los espectadores querían ver una y otra vez. El caso es que Badenes es hijo del Palmar, al lado mismo de la Albufera -Cañas y barro, ¿recuerdas?- y tierra de arroz. Y la película le hace evocar su pueblo.

-¿Ha estado alguna vez en Sidi Ini?
-Es un viaje que tengo pendiente. Cuando a Gila le preguntaron qué se había encontrado, en la colonia, ¿sabes qué respondió?

-Pues no.
-"Arena, piedras y lagartos"

-Con la información de primera mano que ha recogido, ¿qué visión tiene usted de aquella guerra?
-Que Franco tenía allí un ejército de cartón piedra, plagado de reliquias de la II Guerra Mundial. Piensa que para suplir la falta de artillería improvisaron unos bidones de gasolina que lanzaban desde los aviones -viejos Heinkel alemanes- y que tenían un efecto similar al napalm. Las bautizaron como bombas Frías, por el teniente que las inventó. Hay que tener en cuenta que en 1957 España todavía vivía en la pura y dura postguerra.

-En su opinión, ¿podría haberse repetido un desastre como el de Annual?
-Diría que sí. Si los moros hubieran tenido un ejército como Dios manda, nos hubieran echado de allí a patadas. Y lo cierto es que nos fue de un pelo: por lo visto, la cuñada de un policía nativo de chivó de que los moros planeaban liquidar a la guarnición de Sidi Ifni, y el policía tuvo la lealtad de informar a su capitán. Parece que fue gracias a este chivatazo que se salvó la plaza. Pero el territorio de Ifni, que antes de la guerra abarcaba 2.000 kilómetros cuadrados, quedó reducido al área de la capital: apenas 20 kilómetros cuadrados.

-Si ponemos La ciutat de les flors en el mismo saco que El tiempo entre costuras, ¿se me enfada?
-Enfadarme, no. No tengo nada contra esta novela, pero la mía la registré hace siete años -con el título La ciutat de les flors. Sidi Ifni. Quiero decir que no me ha influido en nada.

-Tampoco le iría mal, ponerse al rebufo de la ola de novela colonial que parece que viene.
-Pero es que no es una novela colonial. Sólo transcurre en Ifni la tercera parte de la historia.

-Suficiente, en cualquier caso, para dedicarle el título, que no es poco.
-Te contaré cuál es exactamente el detonante de la novela: un amigo mío, algo mayor que yo y que era una Barrabás, se alistó en la Legión y acabó luchando en la guerra. En una emboscada que los moros tendieron a su batallón, el teniente cae herido, mi amigo se lo carga a la espalda y lo saca del fregado. Como en una película. Pasa el tiempo, termina la guerra, deja la Legión -porque había expirado su contrato, no porque desertara- y en los años 70 se ve involucrado en un atraco en que resulta herido un sereno. En prisión se le ocurre dar el nombre del teniente, al que no había vuelto a ver, y éste se mobiliza para sacarlo del trullo: en lugar de los tres años que le  podían haber caído, sólo estuvo tres meses encerrado. Este legionario amigo mío es la base de la historia, aunque no tenga nada que ver con la de Badenes.

-¿Por qué cree que hasta ahora ha tenido tan poco éxito la novela -si me lo permite- colonial? ¿Por mala conciencia, quizás?
-Insisto: no he escrito una novela colonial. Cuando me embarco en una historia no lo hago porque el tema esté de moda. Y en cualquier caso, La ciutat de les flors es muy anterior a El tiempo entre costuras.

[Esta entrevista se publicó el 3 de mayo de 2014 en El Periòdic d'Andorra]


martes, 22 de abril de 2014

Josep Maria Contijoch, veterano de la guerra de Ifni: "Por la noche te entraba el miedo a una bala perdida" (y II)

-Los baamranis no son saharauis, pero tampoco marroquíes...
-Creo que en el fondo sí que se sienten marroquíes, aunque son de origen bereber. Hay quizás un sentimiento de diferencia, pero por circunstancias históricas se han acabado identificando. El Sáhara, en cambio, es otra cosa: los saharauis siempre han dicho que ni rezan al sultán ni pagan impuestos.

Contijoch, veterano de la guerra de Ifni y autor de Impresiones de un movilizado, entrevistado en 2007 su residencia de Montblanc (Tarragona). Fotografía: Máximus.


Vista aérea de la ciudad de Sidi Ifni en los años 50 (arriba), y en la actualidad; los monumentales cuarteles de la Legión y de los Tiradores, en la parte superior derecha, han sido sustituidos por nuevos barrios residenciales. Fotografía: El Rincón de Sidi Ifni.


Desembarco de material militar con barcazas, debido a la inexistencia en los años 50 de puerto en la capital de la colonia; de hecho, lo habitual era que personal y pertrechos fueran descargados en las playas a bordo de carabos, nombre que recibían las barcazas locales. Fotografía: El Rincón de Sidi Ifni. 

-Se cuenta la anécdota de las mujeres baamranis de Sidi Ifni que escupían a los soldados españoles porque sabían que tenían órdenes de no responder y así los humillaban; y de los hombres baamarani que trazaban una línea en la arena de la calle y les retaban a no traspasarla porque más allá, decían, era territorio marroquí...
-Lo del escupitajo lo vi, pero lo atribuyo al ramadán: podíamos estar por ejemplo formando para el desayuno, que nos repartían el chusco con leche, y ellas pasaban a una distancia de unos cincuenta metros y escupían, sí, pero es que no las veíamos, dudo mucho de que fuera con la intención de ofendernos. Los de la ralla en la arena no lo había visto ni oído jamás, pero puede ocurrir que interpretes un hecho de una manera que tiene poco que ver con la realidad, y que con el tiempo vayas deformando y magnificando las cosas.

-El caso es que usted tampoco se atrevía a ir solo por el barrio moro.
-Por pura precaución, porque te arriesgabas a toparte con un tipo capaz de pegarte cuatro tiros.

-Entonces, ¿tenían algún trato, con los nativos?
-Con los moros que servían como ayudantes, sí; con las moras, no, pero es que eran ellas mismas, las que ponían distancia. Pero esto también fue después del follón; antes, por ejemplo, las putas de Sidi Ifni eran moras; después ya fueron siempre españolas.

-Ocio: ¿cómo mataba una guarnición de miles de hombres el tiempo?
-En Sidi Ifni no había nada que hacer. El único empresario que había era un tal Barber, oriundo de Tarragona. Creo que había llegado con Capaz, y él y su familia eran los propietarios de casi todos los negocios, incluido el cine. Antes de mi quinta parece que hubo dos cines: el moro y el europeo.

-¿Europeo, dice?
-Sí, así decíamos, porque españoles se supone que también lo eran los moros. Por lo visto en el cine moro proyectaban películas pornográficas. Pero eso yo ya no lo vi porque cuando llegué ya lo habían cerrado. El caso es que lo tenían muy bien montado, los Barber: pasaban una película a las 3, otra a las 5, una más a las 7 y la última sesión, a las 10. Todas, diferentes. Como no había nada más que hacer, ibas a la primera sesión y a media tarde ya no sabías cómo matar el tiempo. Cuatro películas era impensable porque te salía por un censal. En fin, que en mis ratos de ocio los pasaba en la oficina arreglando papeles, que estaba hecho un desastre; de vez en cuando, cine, pasear, fumar y estar en la plaza de España.

-¿Había chicas españolas?
-Las hijas de los oficiales eran inaccesibles: hacían vida aparte. Hay que tener en cuenta que la guerra marcó un antes y un después: se acabó la buena vida de los viejos tiempos -mi comandante venía a las 12 a firmar y no le volvíamos a ver el pelo en la oficina- y tuvieron que ponerse manos a la obra, por lo menos para tener a las unidades al día por lo que respecta a la instrucción.

-De todas formas, no da la impresión en sus memorias de un ejército desorganizado, de una tropa más propia de Pancho Villa, como alguien lo definió.
-Una cosa eran los oficiales de academia, que alguna vez te podían meter un puro pero que eran gente más o menos cultivada que bueno, y otra los chusqueros, algunos de los cuales habían pasado por la División Azul, o habían hecho la Guerra Civil como cabos o sargentos, que con los años fueron ascendiendo -tampoco demasiado, hasta teniente, aunque también había algún capitán. En cualquier caso, mis llamémosles colegas del estado mayor eran burócratas y, por lo genera, gente pacífica y de trato fácil.

-Cuando estalló la guerra, ¿estaban preparadas, las unidades? ¿Era correcta, la instrucción?
-Hay que tener en cuenta la sociología del ejército: a los soldados se les instruye para hacer la guerra, pero si no haces la guerra, enseguida te olvidas de lo que has aprendido. En mi caso, cuando terminé la instrucción con la brigada paracaidista, estaba relativamente bien entrenado; un año después, tras servir doce meses en las oficinas del estado mayor y no haber vuelto a coger un fusil, no sabía ni disparar. Lo mismo ocurría con otros destinos: pagaduría, intendencia, automobilismo, sanidad... Y muchos de estos oficios los desempeñaban reclutas catalanes. Te puedo contar la anécdota de un coronel de Tiradores que cada vez que licenciaban a una quinta se lo montaba para que el nuevo personal fuera catalán y con oficio: barbero, sastre, cocinero... Si te tocaba, la mili se había terminado, para ti.

-El armamento: ¿es cierto que la guerra significó también un antes y un después, con una notable mejora del material a partir de la invasión?
-Paracaidistas y legionarios estaban bien armados; los soldados de leva seguimos con nuestros máusers; pero, claro, estábamos en segunda línea.

-Se dice que el Canarias disparó por error sobre las posiciones propias: ¡fuego amigo!
-Recuerdo cuando ocurrió: eran las 8 de la mañana, estábamos durmiendo y de repente fue como un trueno, como si nos hubiera sobrevolado un jet, pero cien veces más fuerte. Y otra vez. Subimos a las terrazas a ver qué era aquello y vimos al Canarias abriendo fuego, sí, pero no sobre nuestras posiciones sino al interior del territorio. Lo de fuego amigo fue un rumor malintencionado. La prensa extranjera dijo que estábamos machacando a las cabilas. Aquello duro un par de días. Luego creo que pasaron por Agadir: una exhibición de músculo. No sé si tuvo que ver con el Canarias, pero lo cierto es que a partir de entonces la presión de los moros bajó.

-Otro rumor sostiene que los EEUU no permitieron a Franco utilizar el material más moderno que el ejército español acababa de adquirir y que por esta misma razón hubo que recurrir a los veteranísimos Junkers y Heinkel alemanes.
-No sé si había mejores aviones o no, pero que los americanos no permitieron utilizar material más adecuado es un hecho. No les interesaba que el conflicto se les fuera de la mano, ni que uno de los contendientes machacara al otro.

-¿Y la colaboración francesa, más allá de alguna pasada de los cazas?
-Creo que sí hubo una cierta colaboración por lo que respecta a inteligencia.

-Una cuestión terminológica: a los insurrectos, ¿cómo les llamaban: "bandas" o "Ejército de Liberación"? Es que hay una diferencia...
-El Ejército era el conjunto de las bandas; pero bandas no en un sentido digamos mafioso sino porque eran grupos de 20, 30 o cien hombres, que actuaban no se sabe muy bien bajo qué órdenes. De hecho, nosotros tampoco las llamábamos "bandas" sino simplemente "los moros".

-En su opinión, ¿por qué se quedó España once años, hasta 1969, después del fin de la guerra?
-Por una cuestión de orgullo imperial. Nada más. Así como en el Sáhara hubiera tenido alguna justificación resistir hasta el último momento y hasta el último hombre, por las minas de wolframio, en Ifni no había nada que defender, ninguna riqueza que explotar... salvo el prestigio, el honor de no renunciar a lo que se consideraba territorio español. ¡Y con rango de provincia!

-Sidi Ifni, ¿era una ciudad bien acondicionada, con red de alcantarillas, agua corriente, electricidad...?
-Era excepcional, porque en las cabilas no había nada de esto. En Sidi Ifni había hospital, escuelas, incluso un zoo. Los dos barrios, el moro y el europeo, estaban separados por una especie de vaguada. No es que fuese obligatorio, pero a la hora de instalarse, cada uno lo hacía con los suyos: los moros con los moros y los europeos con los europeos. Al principio, como ya he contado, llevaba mi ropa a lavar a una mora que vivía en el barrio moro; al día siguiente me traía la colada limpia su marido, que era uno de estos soldados moros que cobraba la muna.

-De la visita triunfal de Carmen Sevilla y Gila no guarda muy buen recuerdo...
-No encontrarás ni un solo veterano de Ifni que te hable bien de aquello. Atención, que hablo de Gila, no de Carmen Sevilla. Y no es una cuestión de ideologías: lo que no tenía que haber hecho es decir que fue a Ifni "obligado", que si hubiera podido no hubiera viajado. Nosotros sí que fuimos a la fuerza, porque no nos quedaba otro remedio, y no nos sirvió de nada; con la diferencia que él estuv en Ifni una semana: nosotros, 15 meses, y que a él le pagaron sus buenos dineros, por no hablar de la campaña de publicidad gratuita que aquello le reportó. Gila fue el único de los diez o quince artistas que fueron a Ifni que habló de aquella manera. Carmen Sevilla, por ejemplo, siempre lo ha evocado con cariño.

-¿Asistió usted al espectáculo?
-Sí: lo vi en el cine; pero también lo hicieron en los destacamentos: quedaba muy bien, Gila, con su número del teléfono y burlándose del ejército, todo hay que decirlo; montaban un tablao y bailaban también sevillanas... En fin, que a mí siempre me ha parecido que copiaron las giras que los americanos montaron en la II Guerra Mundial, con Bob Hope, James Stewart y compañía. Lo volvieron a hacer en Vietnam, como se ve en Apocalipsis Now.

-La primera semana después de la invasión fue también la semana del hambre...
-Hay que decir que en Ifni se comía bien; por lo menos, los paracaidistas, con los que hice la instrucción. Atención, que "bien" no significa comilonas y platos sofisticados, sino estofado, macarrones y cosas así. El resto de las unidades disponían de menos recursos y ya era otra cosa, pero se comía; jamás se pasó hambre. En los primeros días lo que ocurrió es que todos los barcos y aviones disponibles -del campo de aviación despegaba un avión cada minuto- se destinaron a transportar pertrechos militares desde las Canarias y la Península -entre ellos, una unidad de morteros de Barcelona- y resulta que se les olvidó el suministro de alimentos. Lo pasamos relativamente mal, porque ni con dinero encontrabas comida. Pero fue debido antes a la mala gestión que no a la escasez.

-Pasado el susto inicial, ¿sentían que la ciudad estaba a salvo, que no iba a caer?
-Estaba claro que no. Aunque los primeros días, digamos que la primera semana, no te podías quitar el miedo del cuerpo. Pero lo hacen bien, los militares, escogían a unos cuantos con narices, tirando a chulos, y los hacían desfilar por las diferentes unidades para levantar la moral: que esto está ganado, que los vamos a machacar... Luego, por la noche, cuando estabas de guardia solo en la terraza, te quedaba el resquemor de que te diera una bala perdida.

-¿Fue una guerra limpia? Me refiero con los prisioneros: ¿se les brindó un trato humano?
-En las memorias cuento el caso de un soldado moro, al que pillaron en unas maniobras escondiendo una pistola. El teniente de la unidad, un chusquero, lo envió al cuartel. Me había olvidado del caso cuando a la semana siguiente veo a un moro que moro que me sonaba: era él. Alguien dijo que incluso le habían aplicado descargas eléctricas para que cantara: claro que era un desertor, un desafecto. En cualquier caso, diría que aquello fue algo excepcional, por lo menos no tuve noticia de otros casos, y estahndo como estaba en el estado mayor -nos pasaban los partes de baja de todo el mundo, civiles incluidos- me hubiera enterado.

-¿Estuvo en alguna ocasión en el frente?
-Tuve suerte, porque en el estado mayor vivíamos en este sentido muy bien; si hubiera continuado en la Policía con toda seguridad me hubiera tocado liberar alguno de los fortines. Por eso me sorprende que Sánchez de León, el que después fue ministro con Suárez, acabara en Talata: siendo abogado hubiera podido solicitar un destino más seguro.

-¿Disfrutó de algún permiso, a lo largo de sus quince meses de servicio?
-Ni uno. Zamalloa los denegaba todos porque decía que necesitaba a todo el personal en la plaza. Hubo un caso, en nuestra unidad: un tal Torres, madrileño, que obtuvo un permiso por Navidad. Volví a contactar con él cuando publiqué Impresiones de un movilizado y le dije, "¡Hombre, tú eres el enchufado aquel que se largó a casa por Navidad!" Y me respondió que de enchufado nada, que había alegado que tenía exámanes en la Universidad y que si no se presentaba perdería el curso, y coló. Claro que luego lo suspendió todo: con el lío que teníamos en Ifni, cualquiera se ponía a estudiar.




lunes, 21 de abril de 2014

Josep Maria Contijoch, veterano de la guerra de Ifni: "Todo el reconocimiento que obtuvimos fue una medalla de latón" (I)

Sirvió en Ifni entre junio de 1957 y noviembre de 1958, así que se chupó toda la guerra (y más). Destinado primero en la unidad de policía de la colonia, Josep Maria Contijoch (Montblanc, Tarragona, 1935), ingresó a los tres meses como mecanógrafo en el estado mayor del gobernador del África Occidental Española, el general Gómez de Zamalloa. Era el encargado de escribir a las familias para comunicarles la baja en combate de su hijo. Como policía cobraba una soldada de 720 pesetas al mes; en la península, los reclutas como él recibían una (digamos) paga de 30 pesetas. Ha recogido sus memorias de guerra en Sidi Ifni '57. Impresiones de un movilizado (Cossetània, 2002).



Josep Maria Contijoch (Montblanc, Tarragona, 1935), sirvió como recluta en Ifni entre junio de 1957 y noviembre de 1958; la invasión le pilló como mecanógrafo en el estado mayor del general Gómez de Zamalloa, gobernador del África Occidental Española; en la imagen superior, con el uniforme de policía en 1957; en las dos inferiores, en su residencia de Montblanc, en 2007, mostrando el mismo uniforme y la medalla de latón con que el gobierno franquista condecoró a los veteranos de la guerra de Ifni. Fotografía: Archivo J. M. Contijoch / Máximus.

-¿Nadie se esperaba una operación enemiga?
-Algo nos olíamos, porque teníamos noticia de concentraciones tanto en Agadir como en Bulimin, pero no se nos advirtió que el ataque era inmimente. Tanto fue así que los fortines del interior quedaron rodeados; entre ellos, el de Sidi Inno, donde sólo había un cabo español: los auxiliares, todos moros, se lo cargaron.

-Y el alto mando, ¿tampoco?
-Lo mismo: si sabían algo, nadie lo exteriorizó, y de hecho no había ninguna inquietud. Y lo sé porque yo mismo servía en esos momentos en el estado mayor.

-Pero en los meses precedentes los incidentes habían sido continuos, casi diarios.
-Por eso mismo no pensábamos que fuera posible una invasión con todas las de la ley. Algaradas y golpes de mano, sí, pero una invasión coordinada -estilo japonés, como si dijéramos, sin declaración previa de guerra ni nada- nadie la vio venir, del comandante hacia abajo.

-¿Dónde le coge a usted, exactamente, el intento de invasión del 23 de noviembre?
-Durmiendo. Cuando se dio la alarma, cada uno se dirigió a su puesto; el mío era la oficina del estado mayor.

-¿Siempre sirvió en el estado mayor?
-No. Llegué a Ifni como soldado de reemplazo. Resultó que alguien decidió que había que reforzar el cuerpo de Policía de Ifni, que estaba dejado de la mano de Dios; parecía el ejército de Pancho Villa. En fin, no sé qué criterio debieron seguir, pero el caso es que nos cogieron a ochenta de mi quinta y nos destinaron al cuerpo de Policía. Para la instrucción nos encuadraron en una bandera paracaidista: menos saltar del avión, lo hicimos todo. Tras la jura de bandera, serví unos tres meses como policía: controles de carretera, batidas por el barrio moro... Enseguida presenté la solicitud para ingresar en el estado mayor, y aquí es donde me pilló la invasión.

-¿Cómo vivió, aquella noche?
-Supongo que el caos habitual en estos casos, con los oficiales dando órdenes contradictorias y sin mucho tino. Y nosotros, claro, no sabíamos qué hacer. La alarma saltó primero en la circunvalación de la ciudad y después se extendió al campo de aviación.

-La línea defensiva ya existía, ¿o se construyó después?
-Es posterior. Sidi Ifni era entonces una ciudad abierta. Las tropas de élite, Legión y paracaidistas, se desplegaron enseguida por los puntos más vulnerables, pero no existían posiciones defensivas, ni búnkers ni parapetos ni nada. Unos y otros tenían el campamento fuera de la ciudad, en aquel monte donde todavía se puede ver el escudo gigante que tallaron.

-¿Hubo en algún momento sensación de pánico, de desbandada?
-Pánico, no; fue más bien la sorpresa del momento; en los dos, tres y cuatro días siguientes los zapadores tendieron alambradas de espino; a los que servíamos en las oficinas nos dieron fusiles y nos destinaron a las azoteas -porque en Sidi Ifni los techos son planos- así que cada noche dejábamos las máquinas de escribir y nos íbamos de guardia. Porque después del susto inicial no estábamos todo el día con el fusil en las manos ni se combatía casa por casa o por las calles; no había una línea de frente ni tiroteos constantes, sino más bien esporádicos.

-A los nativos, ¿les llamaban moros?
-Sí, así es como les llamábamos.

-Las "bandas", el Ejército de Liberación, era una formación regular, en su opinión, o mas bien una guerrilla?
-Una guerrilla: ni se trataba de compañías regulares ni vestían con uniformidad: unos iban de civil, otros que cogimos prisioneros vestían uniformes norteamericanos, quién sabe de dónde los sacaron. Quizás se los facilitaron los mismos yanquis.

-¿Usted cree?
-Oficialmente nunca lo admitieron, pero los EEUU siempre jugaban a dos barajas: según se dijo, parece que en Agadir los rebeldes habían asaltado una base norteamericana y habían tomado armamento y uniformes. Pero dudo de que la capacidad organizativa de esta gente les diera para asaltar con éxito una base americana. Lo dudo muchísimo.

-En sus memorias afirma abiertamente que la invasión estaba instigada y organizada por Marruecos.
-Nunca lo han reconocido, pero se sabe. Situémonos en 1957: hacía 35 años de Annual, y 20 de la Guerra Civil. Al gobierno de la época lo último que le interesaba era un lío monumental como el que parecía que podía estallar en Ifni. A nosotros nos sorprendía enormemente que los periódicos españoles que leíamos no dedicaran ni una sola línea a Ifni. Y así ha sido desde entonces: por eso levantamos la asociación de veteranos, para que se nos reconozca lo que hicimos...

-¿Y qué hicieron?
-Al fin y al cabo, fuimos los últimos que defendimos lo que quedaba del imperio español. Pero miento: sí que se nos reconoció el esfuerzo, con una medalla de latón. Lo que me sorprende no es que la Dictadura nos ignorara, al fin y al cabo qué podíamos esperar de aquella gentuza. Se entiende que no quisieran revivir el fantasma de las guerras de África. Lo que nos solivianta es que con la democracia, y después de 50 años de aquello, no se reconozca que en Ifni hubo una guerra, todo lo corta que se quiera, pero una guerra con todas las de la ley -y con tres centenares de españoles muertos.

-¿Qué es lo que reclaman, ustedes, exactamente?
-Reconocimiento. Primero, con una labor de divulgación. Después, con la extensión a los veteranos de Ifni de los derechos que hoy amparan a los veteranos de las misiones en Kosovo y Afganistán. Ni más ni menos. Lo que no es justo es el olvido actual.

-Es indiscutible que hoy Ifni a la mayor parte de la población le suena a cosa marciana. Bien pocos podrían situarlo en el mapa.
-Lo cierto es que Ifni los militares profesionales vivían la mar de bien, con sus salarios doblados y sin hacer gran cosa. Pero es que aquello era un puro abandono: la única riqueza era la pesquera. Se podía haber explotado montando fábricas conserveras. ¿Por qué no se hizo? Durante la primera semana de la guerra el alimento principal de la tropa fueron las sardinas de un banco que había ido a parar a la costa. Pero claro, primero habría habido que construir un puente de verdad. Cuando volví a Ifni en el 2000, una empresa valenciana había abierto unas instalaciones para elaborar conservas: ¡en unos antiguos edificios de intendencia del ejército español que alquilaba al gobierno marroquí por 18 dirhams al mes! Unas conservas destinadas en su mayor parte al mercado español. O sea, que no que no se hizo cuando era una colonia española se hace ahora que es marroquí.

-Tampoco da la impresión, leyendo sus memorias, que aquello fuera un caos, ni un nido de mandos ineptos.
-Es que no lo eran. Lo que faltaba en Ifni eran civiles, hombres de negocios, empresarios. Los militares cumplían con su deber... y hacían lo que podían. El armamento daba miedo de lo viejo que era, pero esto no era culpa de los oficiales destinados en Ifni, sino del gobierno. Yo mismo hice la instrucción... ¡con un fusil que todavía llevaba estampado el sello de la Generalidad republicana! Por lo menos tenía 30 años.

-¿No vieron un solo Cetme?
-Los soldados de reemplazo, no; la Legión y los paracaidistas, sí.

-Se ha convertido en tópico referirse a la de Ifni como la "guerra secreta" o la "guerra silenciada". Pero viendo las fotografías de Carmen Sevilla y Gila desembarcando en Sidi Ifni, y que en las Navidades de 1957 el diputado por Barcelona organizó una colecta para hacer llegar un lote a las tropas, parece que sí que tuvo cierta repercusión en la prensa.
-Para escribir mis memorias tiré mucho de hemeroteca, y puedo dar fe de lo que decían, sí, y sobre todo de lo que callaban los diarios de la época. La Vanguardia, por ejemplo, habla tan solo en dos  tres ocasiones de Ifni... entre el 27 de noviembre y el 15 de diciembre: lo más crudo de la guerra. Y todavía, informaciones interiores: nada de portada ni de grandes despliegues. Curiosamente, el único medio que hizo un seguimiento relativamente extenso de la guerra fue Arriba, el diario oficial del Movimiento, pero siempre desde una perspectiva digamos imperial, que si héroes por aquí, patria y sacrificio por allá. Y a partir de enero, silencio absoluto. Ifni desaparece de los diarios.

-Los desastres, las posiciones interiores que iban cayendo, ¿también se silenciaron?
-La muerte de Ortiz de Zárate, primer paracaidista caído en combate, no se podía ocultar, así que lo convirtieron en un héroe: hasta el punto que la 3a bandera paracaidista lleva hoy su nombre. Pero lo cierto es que de unos hechos así hoy habría un seguimiento exhaustivo. Y lo repito: a partir de enero, silencio. Estoy seguro que hubo consignas superiores en este sentido.

-Pero en Ifni se desplegaron miles de soldados: no se podía ocultar, una movilización como ésa.
-Repartidos por toda España. De mi comarca, la Conca de Barberá, que tendría unos 20.000 habitantes, yo fui el único quinto que estuvo en la guerra.

-Cuando volvió, ¿sabían algo de lo ocurrido en Ifni, sus amigos y conocidos?
-Les sonaba que había habido follón, pero ni por asomo sabían que en Ifni se habían producido 700 bajas, entre muertos y heridos. Incluso esto se ha sabido después, cuando el general García de la Vega escribió su libro sobre la guerra. A él le dieron todas las facilidades que yo no tuve para consultar las listas de bajas en el Archivo Militar. En fin, que como mucho sabían de Ortiz de Zárate y de algún otro ilustre caído. Lo que no pudieron ocultar fue la liberación de los soldados capturados por los moros, Cinco o seis de los 80 hombres de mi compañía que estaban en las guarniciones de los fortines fueron capturados. Tuvieron suerte, porque aparte del cabo de Sidi Inno mataron a otros cinco. Debieron ser sobre el medio centenar, y cuando los liberaron lo vendieron como propaganda: los buenos oficios del franquismo y todo eso.

-También ustedes debieron hacer prisioneros entre los soldados del Ejército de Liberación.
-Por supuesto. No sé qué fue de ellos; sé que los enviaban a las Canarias y me imagino que al final también los liberarían. De hecho, yo mismo asistí a algunos interrogatorios, y por lo menos en estos no hubo la menor violencia.

-Lo que me sorprende es que, excepto los más pequeños, los fortines resistieran el ataque de cientos, quizás miles de rebeldes.
-Nuestra suerte era que no disponían ni de morteros ni de artillería. Los fortines eran baluartes; resistieron los mejor defendidos, como el de Talata, con una guarnición de una veintena de hombres más los moros. A éstos los debían desarmar al día siguiente, como ocurrió en la ciudad. Aunque hay que reconocer que no cumplieron las consignas que les habían dado: cada ordenanza tenía que liquidar a su oficial. Ninguno lo hizo. Claro que con los españoles vivían muy bien, con unos sueldos que podían llegar a las 3.000 pesetas. Eso, en la época y todavía más en Ifni, era mucho. Y muchos de ellos todavía cobran la pensión como veteranos del ejército.

-Teniendo en cuenta esta lealtad que los baamaranis mostraron hacia España, ¿cómo se explica la insurrección?
-Porque fue algo instigado desde el exterior. Vino de Marruecos; en Ifni no había un sentimiento antiespañol; al contrario, los baamaranis admiraban a Franco, eran más franquistas que la mayoría de los españoles destinados a Ifni. Tenía narices, la cosa.

-Los sorteos de quintas, ¿eran limpios?
-Lluís Noguer dice en su libro, Almogàvers a la força, que en 1943 enviaron a Ifni a un grupo de catalanes y vascos en represalia no se sabe exactamente por qué, quizás por catalanes y por vascos. Si fue por esto, en la época de la guerra ya no existía, esta discriminación. Cuando a uno le tocaba África, ya no había nada que hacer: tenía que pisar África. En cierta ocasión apareció por el cuartel general un chico de quien se dijo que era baloncestista de élite; anduvo tres o cuatro días por allí y al siguiente desapareció: había regresado a la Península. Los enchufes funcionaban de esta manera, pero primero tuvo que ir a Ifni

-¿Cuáles eran los peores destinos en Ifni?
-Las guardias en la frontera, los fortines... A los fortines habitualmente iba la policía. De hecho, me podía haber tocado a mí. Sánchez de León, el que fue ministro de Sanidad con la UCD, estuvo destinado en Telata. Como había estudiado Derecho, enseguida congeniamos. En cierta ocasión le propuse escribir sobre este episodio, pero dice que lo ha olvidado todo...

-¿Qué tiene de especial Telata?
-Es donde se produjeron más bajas. El plan de operaciones establecía que las columnas enviadas desde Sidi Ifni tenían que liberar los fortines sitiados y devolver a las guarniciones a la capital. Fue de camino a Telata donde la sección de Ortiz de Zárate cayó en una emboscada, tuvieron que refugiarse en una cresta y esperar a que Tiradores y legionarios los liberaran... ¡A ellos, que iban a liberar Telata! En en fin, la guarnición de Telata resistió como las demás, seis, siete, ocho días antes de la llegada de refuerzos. Creo que los últimos en ser liberados fueron los de Tiliuin, donde tuvo lugar el primer salto de combate del paracaidismo español. Muy bien armados, por cierto, con Cetmes y ametralladoras.

-¿Hubo muchas bajas?
-En Telata, dos: un cabo apellidado Castillo y un brigada, gran tipo. Le pegaron un tiro porque, esto si que hay que reconocerlo, los moros -bien o mal armados- eran grandes tiradores. Tienen mucha paciencia y eran capaces de pasarse las horas que fueran necesarias esperando su presa.

-Antes de la guerra, las relaciones con los moros eran -dice- relativamente cordiales.
-En la ciudad, sí; en el interior las cosas eran más... vacilantes, nadaban entre dos aguas, así que cuando veían que del otro bando era más, pues cambiaban de bando.

-Cuando los desarman, ¿se establece entre ustedes y ellos un clima de desconfianza?
-Cuando estalló la guerra los militares se dieron cuenta -e hicieron bien- de que mantener aquel pedazo de tierra lleno de cactus y de lagartijas era una pérdida de tiempo, con los fortines en mal estado y la guerrilla al acecho. Oficialmente el territorio se había conservado, pero en realidad lo que se hizo fue envolver Sidi Ifni, la capital, con una triple barrera de alambre de espino, un perímetro de 6 o 7 kilómetros, reforzado con ametralladoras y pozos de tiradores. No hubo demasiados follones, aunque en mi opinión todas las quintas que fueron a Ifni después de la mía, aunque la colonia no estuviera oficialmente en guerra, merecen el mismo tratamiento de veteranos de guerra, porque la realidad es que en Ifni estuvieron en pie de guerra hasta la retrocesión de 1969.

-La guerra acaba en junio de 1958, pero no se firmó oficialmente la paz. ¿Hasta cuándo duró, la presión de las bandas armadas?
-En Navidad todo había terminado: los fortines habían sido liberados y en febrero ya los habían dinamitado.

-Le preguntaba por las relaciones con los moros: usted mismo dice que dejó de llevarle la ropa a la señora que le hacía la colada después de la insurrección.
-Había tensión, desconfianza y miedo. Temíamos que les hubieran cambiado el chip  y nos fueran a poner una bomba. No pasó nada de esto, pero lo cierto es que eran dos formas de pensar diferentes: no sabíamos como iba a reaccionar, aquella gente, así que los desarmaron y les dijeron: "Sentáos aquí y a final de mes cobraréis la muna". Incluso llegaron a retirar al personal moro que servía en el casino de oficiales.

-A los nativos que se mantuvieron leales a España, ¿los represaliaron, en 1969, con la incorporación a Marruecos?
-Que sepamos, no. En los años 50 habría unos 3.000 habitantes; hoy deben de ser sobre los 10.000. Todo continúa igual: las viviendas de oficiales, la pagaduría, incluso el águila franquista sigue en su sitio, y el campo de aviación... aunque lleno de cabras. La plaza de España, hoy de Hasán II; el monolito a Capaz, que ocupó Ifni en 1935 -aunque sin el busto.

[Primera parte de una entrevista inédita con Josep Maria Contijoch mantenida en 2007; la segunda parte de publicará mañana]

lunes, 10 de marzo de 2014

Segura Valero: "En Ifni combatimos en alpargatas y con ropa de invierno"

Fue la última guerra del imperio: Ifni, un minúsculo territorio situado al norte del antiguo Sáhara español y encuadrado en el llamado África Occidenal Español. En noviembre de 1957, el promarroqui Ejército de Liberación invadió el enclave con el objetivo de expulsar a la potencia colonial. Tras dos meses de combates, España mantuvo Ifni, pero reducido hasta la entrega definitiva al reino alauí, en 1969, a la sola capital del territorio, Sidi Ifni, y a un altísimo precio: 300 bajas entre muertos y desaparecidos. Una guerra olvidada, de la que apenas tuvieron noticia los reclutas enviados a la colonia, y que el historiador Gastón Segura Valero saca de la clandestinidad en Ifni: la guerra que silenció Franco.

El territorio de Ifni quedó reducido tras la guerra de 1957 al perímetro defensivo que rodeaba la capital, Sidi Ifni; el resto del enclave fue abandonado tras la evacuación de los puestos de avanzada, y nunca se recuperó; quedó de hecho en manos del ejército de Marruecos. Fuente: Pablo Vázquez Ramírez / El rincón de Sidi Ifni (blog).

Los tres territorios que conformaban el África Occidental Español: el enclave de Ifni, rodeado de territorio marroquí; la franja del país Tekna, o colonia del Cabo Juby, comprendida entre el río Dra y el paralelo 27º 40', y el Sáhara español, o Río de Oro. Fuente: Pablo Vázquez Ramírez / El rincón de Sidi Ifni (blog).


-¿Qué debemos entender, exactamente, por África Occidental Español, el AOE que manejaban las siglas de la época?
-El AOE comprendía tres circunscripciones: la llamada cuña de Ifni, donde se establecerá la capital del AOE; el país Tekna, un territorio de transición entre el río Dra y el paralelo 27º 40', que Marruecos se va a anexionar tras la guerra, y el Sáhara español, antes llamado Río de Oro, que es lo que hoy reclaman los saharauis. En mi opinión, con los mismos argumentos podrían reclamar el país Tekna, que nunca había pertenecido a Marruecos: históricamente, el sultanato llegaba hasta el río Dra. El país Tekna ya forma parte de otro mundo, del mundo del desierto.

-¿Qué intereses tenía España en Ifni?
-Era un lugar ignoto para la mayor parte de la población, pero por una cuestión de orgullo nacional era impensable ceder gratis una colonia.

-Se ha hablado de ciertas prospecciones mineras...
-Es cierto que desde 1947 se sabía que había minas de fosfatos en la zona de Bucraa, en el Sáhara español: los célebres FosBucraa, que hoy constituyen el tercer yacimiento de fosfatos del mundo. Pero entonces era casi un secreto de estado, que conocían Franco, probablemente Carrero y los geólogos que llevaron a cabo las prospecciones. Pero lo cierto es que ni se conocían las dimensiones del yacimiento no había posibilidades reales de explotarlo.

-¿Y petróleo? ¿O también era un bulo?
-Era la gran esperanza del régimen, sobre todo después del descubrimiento de los yacimientos de Tinduf, en 1951 en la entonces Argelia francesa. Pero la verdad es que eran molinos en el aire, y que el único interés tangible y cierto, sobre todo por parte del ejército, era el prestigio. Si Franco hubiera cedido de buenas a primeras Ifni, la mayor parte de la población ni se hubiera enterado. Pero los militares no hubieran aceptado la cesión de la colonia a un país, Marruecos, que hasta el año anterior era un Protectorado, y al que España tuvo que conceder la independencia a regaadientes, simplemente porque Francia se la había dado a su propia porción del Protectorado en 1955.

-Recapitulemos: el país Tekna y el Sáhara no tienen históricamente vínculos políticos con el sultanato.
-La tribu mayoritaria del país Tekna son los latsen, que aunque durante la guerra simpatizaron considerablemente con el Ejército de Liberación en realidad pertenecen al mundo del desierto, se cultivan los árboles de argan, hay pastoreo estable, hablan la hasania, tienen una forma de islam diferente -el islam marabutico- y nunca han obedecido al sultán.

-¿Y qué ocurre con Ifni?
-Ifni sí que era un territorio estrechamente vinculado a Marruecos: el sultanato se extendía hasta el paralelo 27º 40', justo hasta la ribera del río Dra, que es donde empieza el país Tekna. La tribu mayoritaria de Ifni es la de los Baamrani, de la que proceden la mayoría de los guerrilleros del Ejército de Liberación: una tribu, en fin, muy belicosa con los franceses y que les había planteado una guerra muy dura en la zona del Sus, la cordillera inmediatamente anterior a Ifni, ya en territorio marroquí. Pero los ba amrani pertenecen al tronco bereber, no al árabe.

-Se cuenta a menudo que el Ejército de Liberación -o "bandas armadas", según la terminología franquista- estaban instigadas o directamente financiadas por Mohamed V, el abuelo del actual Mohamed. ¿Era cierto?
-El sultán siempre mantuvo -y en esto coincidía curiosamente con la propaganda franquista- que él no tenía nada que ver con el Ejército de Liberación. Pero es puro teatro chinesco: si no, ¿cómo se explican los viajes a Rabat de su líder, Ben Hamma, o el hecho -que dejó estupefactos a los legionarios- que los soldados del Ejército de Liberación dispusieran en pleno desierto de raciones de leche en polvo? Hubo quien se empeñó en poner a Ben Hamma a las órdenes directas de Moscú, nada menos. Pero no hay ninguna prueba que lo vincule con otra causa que no sea la creación del Gran Marruecos, siguiendo el programa postulado por el partido Istiqlal y que -hay que decirlo- comenzó en 1953 con la sublevaciòn del protectorado francés y cierta anuencia por parte española: los guerrilleros ponían una bomba en Fez, en la parte francesa del protectora, y encontraban refugio en la parte española. Ahí fue donde empezó a larvarse la guerra de Ifni.

-¿Y cómo se explica, esta aquiescencia de Franco?
-Por las pésimas relaciones que mantuvo con la IV República, que fue una de las instigadoras del aislamiento internacional de España en la inmediata posguerra.

-Entre los muchos rumores que corren sobre la guerra, uno de los más sangrantes es el pésimo estado del material y del armamento en servicio en el ejército español.
 -Es cierto, de ahí que se recorriera en ocasiones al ingenio y a la improvisación. Surte tuvieron los soldados españoles de inventos como las bombas Frías, que con un bidón de gasolina conseguían un efecto similar al del napalm; o de las bombas de racimo que improvisaban con cajas de granadas... El fusil calibre 7,92 milímetros que el que el gobernador Pardo de Santayana arma a los soldados desplegados en Ifni se había empezado a fabricar en 1941; pero es que ya estamos en 1956: en la guerra de Corea, que había terminado tres años antes, los EEUU ya estaban utilizando de forma generalizada una carabina semiautomática...

-¿Es cierto que EEUU no permitió que España utilizara reactores de última generación?
-Eso les pasó a los franceses en Marruecos: los EEUU les prohibieron utilizar no sólo reactores, sino cualquier tipo de material bélico de origen americano. No me consta que ocurriera en Ifni: los aviones más modernos que volaron en Ifni fueron el Texan, que era ya un veterano de la II Guerra Mundial, y el bombardero Douglas 26. Pero había que enviarlos desde la Península y no llegaron hasta un momento bastante avanzado de la guerra. Hasta entonces hubo que recurrir a lo que había: material obsoleto, reliquias de la guerra civil como el Junker de transporte y el bombardero Heinkel, que databa... ¡de 1933! Era una aviación no sólo anticuada, sino poco adaptada a la guerra de guerrillas: en esa misma época Francia ya había empezado a utilizar el helicóptero como medio de transporte básico. En Ifni no se vio un solo helicóptero en toda la guerra.

-Vayamos a la nomenclatura: ¿Ejército de Liberación... o "bandas armadas"?
-Lo más apropiado, en mi opinión, es "sicarios del sultán". Desde luego, no se puede decir que ir a caer bajo la férula semifeudal de los alauitas -primero Mohamed IV y luego Hasán II- sea precisamente una "liberación".

-¿Fue, como se ha dicho quizás con cierta mala intención, una "guerra de pobres"? ¿Era similar, en lo obsoleto, el material que manejaba la tropa española y el del Ejército de Liberación?
-Sus fusiles eran realmente anticuados, piezas de museo de principios de siglo abandonados por españoles y franecses en lo que había sido el protectorado, y después de tanto tiempo estaban descalibrados. La munición era mayoritariamente checoslovaca, y a eso se aferraban para fundamentar la inspiración soviética de la revuelta. Lo más moderno parece que eran las ametralladoras Thompson americanas, como las que utilizan los gánsters en las películas. También disponían de morteros. Y lo cierto es que al inicio de las hostilidades y hasta que no llegó material de la Península, con la guerra ya en una fase relativamente avanzada, en cuanto a material estábamos casi a la par.

-¿De cuántos efectivos disponía el Ejército de Liberacion?
-En total, del orden de 4.000 guerrilleros, que se desplegaron sobre todo en el Sáhara. Quizás unos 5.000.

-¿Cuántas bajas sufrieron?
-Los marroquíes sostienen que en el desierto murieron unos 4.000 hombres. A mí esta cifra me parece excesiva; me inclino a pensar que las operaciones combinadas hispanofrancesas causaron unas 2.000 bajas.

-Una guerra no declarada y por lo tanto, sin tratado de paz.
-Así fue. La guerra no exisitó formalemente para nadie: ni para España, ni para Francia, ni para Marruecos. Y los acuerdos de Sintra no son un tratado de paz: simplemente, se cede el país Tekna a Marruecos, e Ifni queda reducido a la ciudad de Sidi Ifni; el resto siguió siendo territorio militarizado por Marruecos hasta la retrocesión de 1969, que fue el precio que se pagó por poner de una vez fin a las hostilidades... y por recuperar a la veintena de prisioneros que seguían en manos de Marruecos.

-¿Cuál era la población de la colonia, en vísperas de la guerra?
-Aunque es difícil de calcular, porque hasta que en 1957 se decide cerrar la frontera con Marruecos los baamrani entraban y salían libremente de Ifni, demos por buena una población de unos 12.000 baamaranis para todo el territorio. En Sidi Ifni, contando a los españoles, quizá residían unas 4.000 personas.

-¿A cuántos hombres ascendía la guarnición?
-En el momento de la invasión y antes de la llegada de refuerzos -que, eso si, fue inmediata- en todo el África Occidental Español debía de haber una guarnición cercana a los 3.000 hombres: incluidos, insisto, los desplegados en el país Tekna y Río de Oro. En el momento álgido de la guerra llegó a haber entre 3.000 y 5.000 hombres en Ifni, y entre 8.000 y 9.000 en el resto del AOE. En total, España movilizó entre 11.000 y 13.000 militares.

-¿Existía en Ifni un sentimiento antiespañol?
-Más que antiespañol, promarroquí, de adhesión al sagrado trono de Fez, al sultán, que es muy distinto. Los baamranis tenían lealtad al sultán, como descendiente del profeta; no a Marruecos, porque no tenían una noción del estado moderna como la que propugnaba el partido Istiqlal. Desdes este punto de vista se entiende que no admitieran que el país estuviera gobernado por cristianos: es decir, gentiles o infieles. Pero en el Sáhara, ni una cosa ni la otra. Allí lo que se produjo fue un conflicto por los impuestos.

-Una vez estalla la rebelión, el ejército español organiza un puente aéreo para mantener la colonia. Una operación que muchos creíamos fuera de las posibilidades de la España de la época.
-Hay que tener en cuenta que los tanques que en la época se sacaban por la Castellana para los desfiles eran absolutamente inservibles. Puro atrezzo. Los que se enviaron a Ifni a principios de diciembre llegaron directamente desde Francia; para los camiones, hubo que organizar a toda prisa una requisa en las Canarias, y hubo casos en que como llegaron a Ifni sin frenos había que frenarlos lanzándolos contra una duna. El informe del general Héctor Vázquez, que dirigió las operaciones del desierto, es en este sentido demoledor. Le voy a contar una cosa: en la Operación Pegaso, la última que tuvo lugar en Ifni, el 80% del fuego artillero que efectuaron los buques de la armada sobre posiciones enemigas para preparar el desembarco de las banderas paracaidistas dio en el blanco, sí, pero... ¡no estalló! Se veia el impacto, el rebufo del golpetazo de la bomba contra el suelo, pero no explotaban. Igual que muchas de las bombas que lanzaban los Heinkel. Y eso para nuestras tropas era desolador.

-Los rumores de que el Canarias bombardeó por error posiciones españolas en Sidi Ifni porque se quedó corto, y que tuvo que regresar a las Canarias porque el retroceso abrió una vía de agua en el casco... ¿son ciertos?
-No tengo constancia de ello. Pero es muy posible que se dieran casos de fuego amigo, porque las transmisiones eran horribles: para las operaciones en el desierto se desplegaron unos transmisores americanos, de la guerra de Corea, llamados lagartos porque estaban envueltos en tela de camuflaje. Pero al principio hubo que recurrir a las famosas Marconi de pedal, y a algún pequeño portátil. En la operación en que murió Ortiz de Zárate no funcionó ninguno. En fin, que cuando leemos que se despliega en tal lugar una compañía de morteros, tenemos que entenderlo bien: se trata de un mortero. A eso se reducía una compañía.

-¿Y el calzado? Los soldados españoles, ¿iban a la guerra en alpargatas?
-Era la alpargata bota, una especie de bota con tela de alpargata, cerrada y de media caña, y que en un terreno pedregoso como el desierto o tras una marcha se desintegraba a los dos días. Ocurrió, desde luego, y los oficiales franceses que veían desembarcar una partida de alpargatas destinadas a los legionarios de llevaban las manos a la cabeza. Con razón. Peor aún: en el desierto combatimos con ropa de invierno, porque era lo único que había. La situación era para echarse a temblar: parece que algunos de nuestros barcos no tenían radar, y que para disimular el capitán ponía a la marinería a mover la torreta... Pero también hay que decir que no se puede poner ni un pero ni a jefes ni a oficiales ni a soldados: la entrega fue máxima, y las deserciones no llegan ni a la decena, y muy al principio de la guerra.

-La estrategia de replegarse a Sidi Ifni, esperar refuerzos para liberar a los sitiados y luego organizar el perímetro defensivo de la ciudad, ¿era la única viable? ¿Era imposible recuperar el resto de la colonia?
-Los propios militares tenían claro que con los baamaranis no había salida: o los echaban a todos del territorio y se sembraba la frontera de minas, o no había nada que hacer; en el Sáhara era muy diferente, porque o querían saber nada de Marruecos; tampoco de pagar impuestos, como pretendían las autoridades coloniales españolas. Porque el país bidan, decían los saharauis, ni paga tributo ni obedece al sultán.

-Sidi Ifni, ¿se salvó por un chivatazo?

-Que la insurrección era inminente lo tenía todo el mundo más o menos claro. Pero lo esperaban en el Sáhara, no en Ifni.

-¿En algún momento se temió lo peor, que Sidi Ifni cayera y fuera tomada por los rebeldes?
-Hubiera podido suceder si se cumple el plan inicial y consiguen volar el polvorín, el golpe inicial de la invasión. Afortunadamente la guarda que andaba cerca del polvorín descubrió al comando, se entabló un tiroteo y murieron dos españoles -un soldado de quintas del batallón Tenerife y un legionario- y cuatro guerrilleros. Sin el polvorín, la guarnición española se hubiera quedado sin munición. Un desastre. Previsiblemente, la voladura del polvorín, situado detrás del gobierno militar, hubiera ido seguida de la sublevación de la aljama, que se hubiera lanzado sobre las líeas defensivas. Los supervivientes se hubieran refugiado en el aeropuerto,situado en lo alto y fuera de la ciudad, adyacente al campamento de la Legión. Y desde aquí resistir, esperar la evacuación o, quien sabe, rendirse.