Incursiones relámpago, estilo Sturmtruppen, en episodios que tuvieron lugar en Andorra y cercanías durante la Guerra Civil española, la II Guerra Mundial y las dos postguerras, con ocasionales singladuras a alta mar, a ultramar y si conviene incluso más allá.
[Fotografía de portada: El Pas de la Casa (Andorra), 16 de enero de 1944. La esvástica ondea en el mástil del puesto de la aduana francesa. Copyright: Fondo Francesc Pantebre / Archivo Nacional de Andorra]

Mostrando entradas con la etiqueta Lasmartres. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Lasmartres. Mostrar todas las entradas

sábado, 22 de marzo de 2014

Larrieu o Lasmartres: ¿quién fue el malo de la veguería?

Documentos exhumados en los archivos departamentales de Perpiñán permiten reconstruir la íntima enemistad que se profesaban el veguer francés y su secretario durante la II Guerra Mundial; el enfrentamiento terminó con la destitución de Larrieu, acusado después de la contienda de... ¡los crímenes de Lasmartres!

Que el veguer Lasmartres no era trigo limpio, sino un elemento de quien lo mejor que podía uno hacer era mantenerse lo más lejos posible, ya nos lo habían advertido Roser Porta y Jorge Cebrián en Els andorrans als camps de concentració nazis. Los extractos de la demoledora Note au sujet de M. Lasmartres, redactada según todos los indicios entre julio y agosto de 1943 por el secretario Larrieu y elevada al prefecto de los Pirineos Orientales (y delegado permanente para Andorra) nos retratan a un individuo "altivo y negligente", que "menosprecia" el contacto con la población local, que se creía que era (y actuaba como si lo fuese) "el amo absoluto del país", que prodigaba las "vejaciones y humillaciones" al Síndico y a los consejeros generales, y que había instaurado "un régimen despótico inspirado en el terror y el desprecio de las costumbres locales", con "accesos de furia y violencia arbitrarios" y que no se cortaba un pelo a la hora de dar rienda suelta a sus "instintos sádicos". Un elemento de tomo y lomo, ya ven. Y llegados a este punto uno echa de menos algo de concreción en Larrieu, que se podría haber explayado un poco más en esto de los "instintos sádicos" de su jefe... Pero no. Que lástima.

Juramento de Iglesias Navarri, obispo de Urgel, como copríncipe de Andorra, el 1 de mayo de 1943: Lasmartres es el tercero por la izquierda de la primera fila, con uniforme de gala y el pecho a rebosar de medallas; a su izquierda, el síndico Cairat, la máxima autoridad civil de Andorra; y al lado de Cairat, el obispo. En las filas posteriores, con tricornio, los consellers generals. Fotografia: Ramon d'Areny-Plandolit / Archivo Nacional de Andorra.
Carta del veguer Lasmartres al jefe del gobierno de Vichy (y ministro de exteriores) fechada el 27 de mayo de 1943 y en que detalla los motivos que a su juicio justifican la destitución de Larrieu, entre otros haber ocupado los tres pisos de la veguería, vender permisos de importación y asociarse con reconocidos contrabandistas del país. Fotografía: Archivos departamentales de los Pirineos Orientales (Perpiñán).
Declaración de Larrieu, detenido en Perpiñán, fechada en noviembre de 1944, en que acusa a Lasmartes de haber  entregado a los alemanes del Pas de la Casa una expedición de cinco militares franceses, y que los reproches por esta conducta fueron el motivo de la animadversión que en adelante le profesó el veguer. Archivos departamentales de los Pirineos Orientales (Perpiñán).
Una de las muchas cartas con testimonios de refugiados franceses a los que Larrieu asistió como delegado de la Cruz Roja en Zaragoza y que utilizó como prueba de su patriotismo tras su detención en Andorra y traslado a Perpiñán, en septiembre de 1944. Esta la firma el arquitecto Jean Henri Tarral. Archivos departamentales de los Pirineos Orientales (Perpiñán).
Panfleto del Agrupament Andorrà Antifeixista que recrimina el comportamiento de ciertos conciudadanos que no han recibido con el entusiasmo debido al sucesor de Lasmartres en la veguería: "Lo comprendemos", dicen; "Queríais un Larrieu que tratara a los andorranos no con liberalidad y humanidad sino despóticamente..." ¿Quiere esto decir que Larrieu era un déspota, o un funcionario íntegro? ¿O quizá lo confunden ellos también con Lasmartres? Archivos departamentales de los Pirineos Orientales (Perpiñán).

Para que no le falte nada a esta salsa, el Lasmartres que emerge de la Note es un tipo avaro y tirando a tacaño, traficante y acaparador, que cobra en pesetas -la moneda fuerte de la época- y paga en francos, y que tiene a su servicio a un esbirro llamado Trouve que ejerce como chófer, mano derecha, matón y chico para todo, y a quien Larrieu describe al paso como un "auténtico gángster", que lo mismo contrabandea por aquí y por allí que despluma a los desgraciados fugitivos que van a caer en sus zarpas. Volveremos a hablar de este Trouve, pero antes acabemos con el veguer, que en sus días de vino y rosas más parece un virrey y que no se corta a la hora de amenazar al delegado permanente de la Mitra con una inminente ocupación de Andorra por parte de sus amigotes, las tropas alemanas estacionadas en el Pas de la Casa. Larrieu le restriega las dos visitas que gira al cuartel general de la Gesatpo en Tolosa, comilonas incluidas, y sobre todo, sobre todo, lo acusa de haber entregado a los alemanes sendas expediciones de refugiados que habían conseguido llegar hasta Andorra: cinco militares franceses, el 23 de noviembre de 1942, y siete hombres más, también franceses, el 16 de marzo de 1943. Con el agravante que el 18 de abril siguiente, Lasmartres y Trouve se chivan a unos oficiales alemanes desplazados expresamente hasta nuestro rinconcito de Pirineo y con lo que previamente se habían regalado un pequeño banquete en el hotel Mirador, del paso del Port de Siguer, hasta entonces y por lo que se ve una autopista para los refugiados, con resultados trágicos: el 21 de abril interceptan una partida de fugitivos, a tres de los cuales los liquidan a tiros.

Pues según una nueva e inédita serie de documentos exhumados en los archivos departamentales de los Pirineos Orientales, la relación entre el veguer -que lo era desde noviembre de 1940- y el secretario -todo un veterano, en el cargo desde abril de 1932 y que, atención, se estableció por aquí arriba con la misión de instruir al por entonces recién creado servicio de policía- empezó a deteriorarse cuando Larrieu le reprocha abiertamente la entrega de la primera expedición, la de noviembre de 1943: "Lo fui a ver al hotel [Valira], discutimos, me acusó de gaullista, le eché en cara que no respetara el derecho de asilo previsto en las costumbres del país, y se puso a chillar que devolvería a Francia a todos los franceses que se refugiaran en Andorra de camino a España o a África.". Hay que decir que esta es una de las graves acusaciones que el secretario lanza en enero de 1945: Francia ya ha sido liberada y Larrieu -refugiado a su vez en España en agosto de 1943 y que desde entonces hasta septiembre de 1944, cuando volvió a Andorra para reincorporarse a su antiguo puesto, había ejercido como delegado de la Cruz Roja francesa en Zaragoza- se encuentra detenido en la prisión de Perpiñán: acusado, quién se lo iba a decir, de haber entregado a los alemanes a estas dos expediciones.

Larrieu firma ante sus interrogadores una Declaración todavía más detallada que la Note del inicio -lógico, porque se jugaba el cuello- y afirma que el mismo Lasmartres, que ya se la tenía jurada a raíz del incidente del hotel Valira, se desplaza a Barcelona para acusarlo otra vez de "gaullista" y de "traidor" ante el cónsul francés, y que en la primavera de 1943 el veguer en persona se puso a "perseguir por las calles de Andorra" a otro grupo de refugiados -que fueron reglamentariamente reexpedidos hacia Francia.

Fuego cruzado y juego sucio
El caso es que en junio de este mismo año uno y otro se lanzan con entusiasmo a una intensísima actividad epistolar -más todavía en el caso de Larrieu, pero es que le iba casi la vida en ello. Lasmartres, por su parte, llega incluso a informar al jefe de gobierno (de Vichy, claro), que es ala vez ministro de exteriores: el veguer acumula argumentos para justificar la destitución del secretario, y este no se cansa de escribir un pliego tras otro en su descargo (y que le sirven de paso para atacar la reputación de su todavía jefe: lo será exactamente hasta el 23 de julio, cuando se incorpora su sucesor). Esta guerra abierta la ganará Lasmartres, que se sale con la suya: el nuevo secretario, Germain Soulié, es un viejo conocido nuestro, lo tuvimos por aquí de visita hace unos días y resultó ser otro elemento. Entre medio asistimos a un fuego cruzado y granead, donde vale todo. Larrieu acusa a su jefe de desahuciarlo, al ordenarle que abandone el piso de la veguería que ocupaba con su familia -mujer y dos hijos de 3 años y 11 meses; de escatimarle hasta el pago de los 22 días de julio que todavía ejerció sus funciones comos secretario, y de amenazarle cn forzar su repatriación: dice que se decidió a huir él mismo a España porque unos amigos andorranos le advirtieron de que Lasmartres le había tendido una trampa y que había llegado al Pas de la Casa una patrulla especial de la Gestapo para llevarse hacia Tolosa un huésped especial: él mismo.

Pero la versión de Larrieu ya la conocíamos y por partida doble -la Note y la declaración desde la prisión de Perpiñán. En cambio, entre los nuevos documentos aparecidos como de milagro en los archivos departamentales figuran sendas y suculentas cartas del veguer, las dos fechadas el 27 de mayo de 1943 -con toda la carne en el asador- y dirigidas a M. Breddy, "ministro plenipotenciario" de Vichy encargado de los "asuntos europeos" y -ya lo habíamos dicho algo más arriba- al mismísimo jefe del gobierno (francés), porque Lasmartres no se conforma con menos: en plena contienda mundial él despacha un asunto laboral con el jefe supremo. A esto se le llaman contactos. En la primera carta se muestra relativamente contenido: "M. Larrieu no merece ninguna piedad: tendrá que responder ante la justicia francesa por fraude aduanero [hay que interpretar que por contrabando] y también ante la justicia andorrana por actos de venalidad". Y aprovecha para vender en las más altas esferas al sustituto que ya tiene en mente, este Soulie que -dice el veguer- "ofrece todas las garantías y por su conocimiento del país me será de gran utilidad". Menudo ojo clínico: "Todas las garantías..." Vea el lector -si tiene un momento- la entrada de días atrás Auge y caída del secretario Soulié y juzque por sí mismo.

En la segunda misiva dispara ya con toda la artillería. Una carga que nos ofrece la otra cara de Larrieu y que, lo comprobarán enseguida, acaba sembrando dudas también sobre un personaje que hasta ahora nos caía simpático, qué le vamos a hacer, y parecía tan solo otra pobre víctima de las circunstancias (y de los espabilados de turno). Dice que lo echa "por desacato a mi autoridad, por deslealtad y por venalidad", y enseguida pasa a desgranar las imputaciones con hechos en ocasiones (aparentemente) graves; otras, gravísimos, y unos terceros, sorprendentemente anecdóticos, como cuando dedica un par de párrafos a explicar con pelos y señales cómo Larrieu se ha lucrado con la importación de... ¡dos máquinas de escribir!

Desleal porque, continúa, Larrieu "se ha confabulado con un pequeño grupo de andorranos que gravitan alrededor de la Mitra", y porque por "ánimo vengativo" le ha proveído de falsos informes sobre ciertos ciudadanos que han acabado siendo juzgados (y condenados) por el Tribunal de Corts, del que él mismo, como veguer, forma parte: "Conducta ésta tan deshonrosa que por ella sola ya justificaría plenamente la destitución", porque Lasmartres, ya ven, es a su manera hombre de honor, como el Caspar de Muerte entre las flores. Pero lo mejor lo reserva para el final: primero siembra dudadas -gato viejo como es- sobre el patrimonio y la situación financiera de su subordinado, que según él gusta de ir de pobre -"Quejándose desde el primer día que llegué de su miserable situación", dice- pero que cobraba 30.000 francos anuales -alojamiento en la veguería aparte, acababa de contratar un seguro de vida por valor de 200.000 francos, y tenía depositados en Francia otros 100.000. ¿Cómo se lo había montado el humilde secretario de un remoto puesto de avanzada?

"Fácil", responde Lasmartres: "Traficando con sus influencias en la veguería, vendiendo sus funciones como secretario del veguer, cobrando comisiones por los permisos de importación que gestionaba en virtud de su cargo, y asociándose con contrabandistas". La conclusión es para Lasmartres tan obvia como demoledora: "Larrieu ha actuado según sus intereses personales, y la indignación que ha levantado en Andorra es inmensa". Una situación que según el veguer ya habían detectado sus dos antecesores, Samalens y Laumond, pero que por alguna razón, se sorprende, se le ocultó cuando accedió al cargo en 1940. No lo acusa, en cambio, de haber devuelto fugitivos a Francia, el cargo que se le imputará en 1944 y del que parece que finalmente se libró gracias a las cartas de refugiados franceses a quienes atendió durante su etapa en la Cruz Roja y que avalan un comportamiento intachable. Por lo menos, en Zaragoza. Pero entre la documentación de Perpiñán hay también un curioso panfleto (sin fecha) que firma un hasta ahora desconocido Agrupament Andorrà, "organización antifascista que ha llevado una lucha sorda y secreta contra la Gestapo y sus colaboradores".

Pues bien, entre las diatribas del pasquín hay una que parece escrita a propósito para turbar nuestro ánimo y alimentar las dudas con respecto al secretario: "Nos hemos dado cuenta de que la llegada del nuevo veguer [se refiere sin duda al sustituto de Lasmartres, él también huido a su vez a España tras la Liberación] no ha sido bien vista por ciertos elementos. Lo comprendemos. Queríais un nuevo Larrieu! Un Larrieu que tratara a los andorranos no con liberalidad y humanidad sino despóticamente..." Nuestro secretario... ¿¡un déspota!? ¿O es que quizás los del Agrupament también lo confundieron con Lasmartres? Una última carta del 16 de febrero del 1945, ésta del mismísimo director general de la Seguridad Nacional y dirigida al comisario de Montpeller puede sacarnos de dudas: "Parece que el interesado [Larrieu] ha sido acusado de hechos de los que podría ser culpable, en fin, M. Lasmartres, actualmente huido". Convendrá el lector que lo teníamos claro, al principio, quiénes eran los buenos y quiénes, los malos de este asunto. Pues ahora, ya no. Y uno ya no pone la mano en el fuego por nadie.

[Este artículo se publicó el 22 de marzo de 2014 en El Periòdic d'Andorra]

viernes, 21 de marzo de 2014

Baldrich, héroe de novela

Hugues Lafontaine convierte al pasador en personaje de su debut en la ficción, La princesse de San Julia; el historiador francés afincado en Andorra retrata el país durante la II Guerra Mundial a través de los ojos de una joven refugiada española.

Cómo son a veces las cosas: el 1 de enero [de 2012] fallecía Joaquim Baldrich, el penúltimo de los pasadores de la cadena que Antoni Forné dirigía desde el hotel Palanques durante la II Guerra Mundial, y esta misma semana Quimet, que ya había pasado por derecho propio a los libros de historia (Guies, fugitius i espies, Las montañas de la libertad, Andorrans als camps de concentració nazis) ingresaba en la nómina de héroes de ficción de nuestro rinconcito de Pirineo: el historiador francés Hugues Lafontaine (Avranches, 1954), afincado en Sant Julià de Lòria, lo ha convertido en uno de los muchos personajes que pululan por La princesse de San Julia, su debut en la ficción. El historiador normando retrata en la novela la Andorra que se vio obligada a convivir -en ocasiones, ay, muy a gusto- con los tumultuosos efectos colaterales de la Guerra Civil, de un lado, y de la subsiguiente guerra mundial, del otro: refugiados de todo pelaje, contrabandistas, pasadores, agentes de la Gestapo, resistentes, topos, superviventes vocacionales y, en fin, traidores de toda calaña.


Lafontaine, profesor de historia normando instalado en Sant Julià de Lòria desde 1998, descubrió el muy literario y poco explotado campo de los pasadores y la II Guerra Mundial a raíz del testimonio de Antoni Forné en aquella fundacional serie de artículos sobre la cadena del Palanques que publicó en 1977 en el semanario Andorra 7. Desde el punto de vista de la ficción, los dos títulos canónicos sobre los pasadores son La pau dins la guerra, de Norbert Orobitg -otro de nuestros olvidados- y claro, Entre el torb i la Gestapo, de Francesc Viadiu, que para cerrar el círculo es uno de los personajes de La princesse de San Julia. Fotográfia: El Periòdic d'Andorra.

Todo ello a través de los ojos de Marietta, la princesa del título y que a pesar de las dos tes del nombre es una niña nacida en la Seo -catalana, por lo tanto- que aterriza en Sant Julià huyendo de la violencia revolucionaria -como tantos otros de sus vecinos, y como acaba de documentar desde una perspectiva mucho más académica Francisco Javier Galindo en La Seu, 1936- y que entrará aquí en contacto con las redes de pasadores que operaban desde Andorra. Baldrich es uno de los personajes reales que aportan verosimilitud a la ficción de Lafontaine. Pero hay más: el mismo Forné, por supuesto, y también Eduard Molné, con el célebre episodio de su captura por la Gestapo, la aciaga noche del 29 de septiembre de 1943, y Francesc Viadiu, el cerebro de la otra gran cadena de pasadores -por lo menos, la que ha tenido mejor fortuna mediática, gracias a Entre el torb i la Gestapo- sin olvidarnos del síndico Cairat, el veguer francés -Émile Lesmartres, hombre de infausta memoria y, dice Lafontaine, uno de los malos que saca la cabeza en esta historia.

Vaya por delante que el autor se ha tomado la libertad de salpicar el relato con cameos de estos personaes reales, que aparecen siempre en episodios, momentos y lugares históricamente documentados: por ejemplo, el más que dudoso papel de Lesmartres en los años más oscuros de la contienda, lo desvelaron Roser Porta y Jorge Cebrián en Andorrans als camps de concentració nazis, donde lo describen -a partir del testimonio de su secretario, M. Larrieu- cmo un hombrede carácter violento y agresivo, despótico, avaro y odiado por el pueblo, a quien las autoridades locales evitaban, que no dudaba en extorsionar a los refugiados que caían en sus garras ni en entregar a los refractarios al destacamento alemán inquietantemente estacionado en el Pas de la Casa.

Romeo y Julieta a la andorrana
Hay que decir que la guerra y el contrabando, los nazis y los pasadores, los espías y los delatores funcionan sobre todo como telón de fondo del nudo argiumental de La princesse de San Julia, que no es otro que la historia de amor, ay, entre la protagonista, nuestra Marietta, y Roberto, originario también de la Seo que con el estallido de la Guerra Civil abraza la causa anarquista y que, cuando la Generalidad impone finalmente el orden republicano y desaloja del poder municipal a los comités revolucionarios -pasando por encima del cadáver del Cojo de Málaga, recuerden- se refugia a su vez en Sant Julià. Y ya los tenemos a los dos juntos otra vez. Aunque no todo será de color de rosa: Lafontaine define la trama como una especie de Romeo y Julieta pirenaico, un amor trágico y condenado al fracaso desde el momento en que Roberto es cómplice, ni que sea ideológico, de los anarqiustas que asesinaron al padre de Marietta. Pecado motrtal que el hermano de la heroína, Cheno (!), no olvidará jamás y que provocará un desenlace fatal.

Pero antes, Roberto tendrá la oportunidad de redimirse al ingresar en la red de pasadores de Forné y participar de la gesta épica -leyenda negra aparte- que constituyó el tráfico clandestino de fugitivos y que ha asegurado a héroes como Baldrich un lugar en la historia. Y es precisamente Baldrich, antiguo militante de la CNT y conmilitón por lo tanto de Roberto, quien en la ficción lo recluta, primero como contrabandista y después como pasador, y le da de esta manera la oportunidad de purgar sus pecados. El juego termina mal, claro: con una delación, la reglamentaria emboscada de la Guardia Civil... y no diremos más, porque esto es una reseña como Dios manda y sin espóilers.

Pero queda por explicar el asunto principesco del título: en un giro argumental con doble salto mortal, Lafontaine hace a su Marietta descendiente de... ¡Xipaguazin! Sí, hombre, la princesa de Moctezuma, aquella estupenda mixtificación histórica que un vendedor de humo convirtió en los 70 y 80 en una lucrativa expendiduría de títulos pseudonobiliarios. Para lo que nos interesa: Marietta regresa finalmente a Toloriu, a la casa solariega de sus antepasados y con la esperanza de recuperar el mítico, fabuloso tesoro de Moctezuma que -dicen- anda enterrado por ese rincón de mundo, y pagar con él el rescate de su Romeo. Esta rocambolesca, portentosa pirueta final no impide que La princesse de San Julia -sin t ni acento; ya saben: licencia poética- haya catapultado a nuestro Quimet y a la red de Forné a la muy justa e inmortal categoría de héroes de ficción, por primera vez con nombre y apellidos, y al lado de dos clásicos como son La pau dins la guerra, de Norbert Orobitg, i Entre el torb i la Gestapo. La lástima es que no llegara a tiempo para que Baldrich lo viera. Leer la novela puede ser un acto de homenaje póstumo.

[Este artículo se publicó el 7 de enero de 2012 en El Periòdic d'Andorra]