Incursiones relámpago, estilo Sturmtruppen, en episodios que tuvieron lugar en Andorra y cercanías durante la Guerra Civil española, la II Guerra Mundial y las dos postguerras, con ocasionales singladuras a alta mar, a ultramar y si conviene incluso más allá.
[Fotografía de portada: El Pas de la Casa (Andorra), 16 de enero de 1944. La esvástica ondea en el mástil del puesto de la aduana francesa. Copyright: Fondo Francesc Pantebre / Archivo Nacional de Andorra]

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sábado, 5 de julio de 2014

Cuando Andorra regateó a Napoleón

Se cumple el segundo centenario del decreto napoleónico que restableció la soberanía francesa sobre Andorra.

Hace 200 años, el 27 de marzo de 1806, Napoleón Bonaparte firmaba en el palacio de las Tullerías de París el decreto imperial que restablecía la (co)soberanía francesa sobre Andorra y que le permitía añadir el de Copríncipe a su larga colección de títulos, comenzando por el de Emperador de los franceses, desde 1804, y rey de Italia, desde 1805. No era fruto de una brillante campaña militar, ni de una astuta encerrona del estilo del pacto de Bayona, que como es sabido comportó la abdicación de los Borbones españoles en favor de su hermano José I. Ni mucho menos. La firma de Napoleón al pie del decreto imperial fue un gol en toda regla que la (ejem) diplomacia andorrana metió por la escuadra del monarca más pdroso del momento, según la entusiasta interpretación que acompaña la exhibición -por primera vez en público- de la copia andorrana del documento, que con motivo del bicentenario se puede visitar en la Casa d'Areny-Plandolit de Ordino.

Napoleón en su estudio de las Tullerías, óleo pintado en 1812 por Jacques-Louis David por encargo del duque de Hamilton que desde 1954 se conserva en la Washington National Gallery of Art. Quizás fue en este lugar donde el emperador firmó el decreto por el que restablecía la qüèstia y por lo tanto la cosoberanía sobre Andorra, suspendida en 1793. Fotografía: Washington National Gallery of Art. 

Fotografía inédita del Armario de las Seis Llaves en 1936, que distribuyó la agencia Wide World Photo; en este mueble que todavía existe en un rincón de la sala noble del antiguo Consell General, en la Casa de la Vall de Andorra la Vella, se conservaron hasta 1993 -fecha en que fueron depositados en el Archivo Nacional- los principales documentos generados por el Consell General, el órgano legislativo andorrano. Entre ellos, la copia del decreto imperial que restablecía la qüèstia. En 1976, con la segregación de Escaldes y la creación de la séptima parroquia, se le añadió una séptima llave, una por parroquia: para abrir el armario, se debían introducir las siete llaves simultáneamente. Fotografía: Wide World Photo / Fondo Marc Pantebre / Archivo Nacional de Andorra.

Aquel 27 de marzo de 1806 hacía más de seis años que se jugaba el partido: exactamente, desde que en 1801 el Consell General -el órgano máximo de la administración andorrana- había comisionado a dos de sus miembros para solicitar a Bonaparte el retorno a la situación anterior a 1793, cuando en plena resaca revolucionaria al tesorero del Arieja le dio un ataque de ortodoxia y se negó a recibir les 935 libras en que el historiador Antoni Morell cifra el tributo -la qüèstia, de reminiscencias feudales y por lo tanto contrarrevolucionarias- que históricamente satisfacía Andorra al copríncipe francés. El honorable pero insidioso gesto del tesorero -¿quién le mandaba hacerle ese favor a los andorranos?- comportó la suspensión de hecho de la cosoberanía que desde 1278 -con el Segundo Pareatge- ejercían el obispo de Urgel y el rey de Francia -heredero del conde de Foix, que es quien firmó el documento. No es que los andorranos sintieran una especial devoción por el emperador, sino que el mutis francés ponía en peligro el equilibrio de poderes entre España y Francia preconizado por Fiter i Rossell en el Manual Digest como una de las claves de la independencia del país. Y sobre todo, y esto era mucho peor, finiquitaba el peculiar régimen aduanero que -ya entonces- se encontraba en la base de la precaria  prosperidad andorrana: "La Revolución no había tenido consecuencias en la vida política de Andorra porque incluso en tiempos de la monarquía absoluta la intervención francesa se limitaba al nombramiento del veguer. Pero sí tocó los bolsillos de los ciudadanos: como súbditos que según este alambicado régimen de Coprincipado se consideraban del rey de Francia, podían importar libremente del país vecino alimentos y otras mercancías con las que mercadear luego por España. Un privilegio similar por el lado español les permitía exportar productos andorranos Pirineos abajo. Así que se había instituido desde tiempos remotos un singular circuito comercial transpirenaico: sobre todo, mulas y animales de tiro, que los andorranos compraban en Francia, engordaban en el Principado y revendían en España haciéndolos pasar por propios", cuenta el también historiador David Mas.
La Revolución había acabado con este interesante statu quo -interesante para los andorranos, claro. Seis años tardó a burocracia imperial en resolver la insólita petición andorrana: no parece una exhibición de influencia diplomática, precisamente. ¿Cabe hablar en estas circunstancias de gol andorrano? ¿Ni siquiera de dribling? "Era necesaria una cierta habilidad para que un asunto que afectaba a la remota, insignificante Andorra llegara siquiera a los oídos del emperador. Y también hay que tener en cuenta la coyuntura: Napoleón estaba en el momento de máximo apogeo. Con el Coprincipado se investía de uno de los títulos -y del aura que lo acompaña- que habían ceñido los monarcas franceses, un gesto que también podía tener algo de vanidad personal. Por otra parte, Bonaparte se aseguraba el control de un paso fronterizo que podía ser decisivo en el caso de una hipotética invasión de España". O no tan hipotética, si tenemos en cuenta cómo transcurrió posteriormente la historia. En cualquier caso, ya fuera por la pericia de los negociadores, por el contexto internacional o por la vanidad del emperador, lo cierto es que Andorra recuperó en 1806 la cosoberanía, y de paso los privilegios comerciales. Y que tanto la una como los otros los ha sabido conservar hasta el día de hoy. Y para esto sí que es necesaria una indiscutible habilidad.

¿Y si no hubiera firmado?
La situación políticamente inédita (y dudosa) en que quedó Andorra entre 1793 y 1806, cuando Napoleón ordena aceptar el tributo andorrano y el nombramiento del veguer, y restablecer con este simple gesto la cosoberanía, permite especular con lo que hubiera podido ocurrir si el emperador no hubiera firmado el dichoso papel. O si la petición, más bien súplica andorra -qué extraño, debió de pensar el corso, que vengan a casa a decirme que no quieren ser independientes, que prefieren tener como soberano a alguien como yo- no hubiera llegado a sus altas manos. ¿Habría continuado Andorra bajo la soberanía ahora única del obispo de Urgel? O más probablemente habría terminado absorbida por uno u otro de sus ambiciosos, insaciables  vecinos? En este último caso, ¿por cuál? ¿Por la poderosa Francia, que con Napoleón ya había previsto la anexión de la Cataluña español? ¿O quizás por España, hacia donde basculaba de forma natural la influencia del obispo, y que también había trazado una serie de planes más o menos quiméricos para ocupar el Principado, uno a cargo de Francisco de Zamora, a finales del XVIII, y otro algo más tardío, obra de Bonifacio Ulrich y fechado hacia 1840? Mas lo tiene claro: "La cosoberanía ha sido históricamente la garantía de nuestra independencia. Con el obispo como copríncipe único, calculo que a mediados del siglo XIX, tras la Desamortización de Mendizábal y en el contexto de las guerras carlistas, España hubiera intentado zamparse a Andorra. Otra cosa es si Francia lo hubiera permitido. Aunque también cabe imaginar una especia de transacción entre ambas. Por ejemplo, que Andorra pasara a manos españolas a cambio de la cesión a Francia del enclave de Llívia. O el mismo tejemaneje pero con el Valle de Arán como moneda de cambio. Lo que me parece de todo punto inimaginable es que Andorra hubiese sobrevivido hasta el día de hoy como estado independiente". En cualquier caso, la historia parece haberle dado la razón a Fiter i Rossell, que aviesamente recomienda en el Manual: "En temps de guerra entre Espanya i França, no demostrar parcialitat per una Corona en contra de l'altra, sinó conserva la neutralitat" (máxima 37). Y también: "Per ningun motiu redimir-se de la quèstia i drets que les Valls paguen als coprínceps, ni tampoc procurar altra Justícia que la que han tingut fins al present" (máxima 48).

El armario de las sorpresas
El decreto imperial que hasta el 27 de abril se expone en la Casa d'Areny-Plandolit procede el fondo documental conservado en el llamado Arxiu de les Set Claus (Archivo de las Siete Llaves), así denominado porque se custodiaba en el Armari de les Set Claus (Armario de las Siete Llaves: una por parroquia, o que es como se llaman los municipios por aquí arriba) que por lo menos desde 1580 servía de archivo para la documentación que generaba el Consell General, el máximo órgano político y administrativo del país: actas, sentencias, privilegios, cuentas, ordenaciones, resoluciones, correspondencia con copríncipes y veguers, e incluso una escogida biblioteca con títulos como la copia manuscrita del Manual Digest (1748), el Politar andorrà (1763) y la Lleuda de Cerdanya (1493). Pero la estrella del Arxiu de les Set Claus és el Pareatge de 1278, firmado por el obispo de Urgel, Pere d'Urg, y Roger Bernat III, conde de Foix y vizconde de Castellbò, un documento que constituye el acta de nacimiento del Coprincipado. Interesante es también el Codex miscel·lani, un conjunto heterogéneo de textos fechado entre los siglos XII y XVI, entre los que destaca un largo fragmento en catalán del Tristany i Isolda que el romanista suizo Enric Ros sospecha que podría tratarse de la versión madre -procedente, eso sí, del original francés, hoy perdido- de uno de los títulos fundacionales de la literatura occidental. Vamos, que según el bueno de Ros los Tristanes que pululan por el mundo son (quizás) traducciones y versiones del andorrano... En total, el Arxiu de les Set Claus conserva 5.525 documentos en papel y 190 pergaminos, el más antiguo de los cuales data de 1176, que no está nada mal. Faltan, eso sí, las actas del Consejo entre 1681 y mediados del XIII. Un lamentable vacío que ha impedido seguir, por ejemplo, la peripecia de la comisión encargada de negociar el regreso de la cosoberanía. O la génesis del Manual Digest, el gran tratado político e institucional del país. Añadamos para finalizar que el Armari de les Set Claus lo fue originalmente de solo seis: la séptima llave hiubo que añadirla un cerrajero en 1978, cuando Escaldes -hasta entonces un quart o barrio de la capital, Andorra la Vella- se convirtió en la séptima parroquia del país. Los fondos del Arxiu de les Set Claus se microfilmaron en 1983 y se pueden consultar en el Archivo Nacional.

[Este artículo se publicó el 14 de abril de 2006 en el semanario Presència]





domingo, 23 de marzo de 2014

La última pena capital, en 8 milímetros

Se cumplen 70 años de la última sentencia a muerte que dictaron los tribunales andorranos; Bartomeu Rebés filmó desde el balcón de su casa la lectura pública de la pena, el 28 de octubre de 1943; el Archivo Nacional conserva una copia de la filmación, una película (muda) de dos minutos escasos.

De acuerdo: 70 años no es una cifra tan redonda como los 25, los 50 y no digamos los 100. Pero no siempre tendremos la suerte que tuvimos con la carretera [la General 1, desde la frontera a Andorra la Vella, que se inauguró el 24 de agosto de 1913], y digámoslo claro, la prudencia más elemental nos dice que el 18 de octubre del 2033 algunos de nosotros ya no estaremos en condiciones de recordarlo como merece. Así que aprovechemos la oportunidad que nos brinda el calendario y evoquemos hoy la lectura y ejecución de la última sentencia capital que se dictó en nuestro rincón de Pirineo. Lo haremos, además, no con la celebérrima fotografía de Valentí Claverol -estupenda, sí, pero mil veces vista- sino con los fotogramas de los dramáticos dos minutos filmados por Bartomeu Rebés desde el balcón de su casa, en la plaza Benlloch de Andorra la Vella. De hecho, si tienen a mano la fotografía de Claverol y observan bien, verán a Rebés en acción: es el hombre situado a la derecha del todo del balcón, con la cámara al hombro y grabando la escena.













Capturas de la película de dos minutos de duración que Bartomeu Rebés, cineasta aficionado, filmó el 18 de octubre de 1943 desde el balcón de su casa -Casa Rebés- en la plaza Benlloch de Andorra la Vella; bajo él, los batlles proceden a la lectura pública de la sentencia que condena a muerte a Pere Areny Aleix, autor del disparo que la madrugada del 31 de julio mató a su hermanastro, Anton Areny Baró; el fratricida fue fusilado el mismo 18 de octubre en el cementerio de la capital. Película: Bartomeu Rebés / Archivo Nacional de Andorra.


Hemos retrocedido hasta el 18 de octubre de 1943: una pequeña multitud se concentra en la plaza, en el mismo lugar -y no es casualidad- donde hoy crece un frondoso... ¿un almez? para oír al honorable señor batlle -el juez, vamos. Es lunes, pero el ambiente es de gran solemnidad, comenzando con los consejeros generales con el vestuario ceremonial: tricornio y gambeto. No es para menos, porque estamos a punto de asistir a un acontecimiento auténticamente insólito: no se guarda memoria de la anterior pena de muerte dictada en el país -Manel Bacó de Engordany, en una escena muy similar a la captada por Claverol y reproducida en su momento por L'Illustration, fue condenado en 1896 a trabajos forzados por haber liquidado a su madre- y de hecho, Pere Areny Aleix, nuestro protagonista de hoy, tendrá el dudoso honor de ser el último ejecutado en Andorra. No discutiremos aquí ni la dureza ni la oportunidad de la pena -esto lo haremos más adelante, y con los parientes vivos más cercanos del reo- pero el caso es que el Tribunal de Corts lo tuvo clarísimo y la sentencia -que se puede consultar en el Archivo Nacional, y que encontrarán aquí arriba- declaró a Gastó de Canillo, como también se conocía al fratricida, "autor del delito de asesinato de su hermano, Anton Areny Baró, con las agravantes de alevosía, premeditación, nocturnidad, uso de medios desproporcionados y otros no especificados, condenándolo a sufrir la pena capital".

Una pena capital que según la costumbre local -conservada en el Manual Digest, el mamotreto de Fiter i Rossell- la debería haber ejecutado un verdugo traído expresamente de España o de Francia pero que los mismos batlles especificaron que "dadas las circunstancias" -el contexto bélico, con la II Guerra Mundial en marcha y poniéndoles las cosas difíciles a los verdugos profesionales, ya es paradoja- el reo fuese "pasado por las armas". Fusilado, en fin, una misión que se encomendó a los seis miembros del servicio de orden de la época, que en la película de Rebés forman marcialmente con el mosquetón al hombro y dibujando el círculo fatídico en que transcurre la acción.

Estos agentes y el somatén, que también forma en un segundo plano con las armas listas, le confieren a la escena un aire de trágica inminencia. La sentencia la había dictado el Tribunal de Corts el 15 de octubre, y se ejecutó el mismo día 18, inmediatamente después de la lectura pública, en el cementerio de Andorra la Vella, hasta donde el reo es conducido por una fúnebre comitiva. Una crónica de la agencia Cifra publicada en La Vanguardia el 9 de octubre de 1943 nos ofrece los detalles algo morbosos del episodio: "En el exterior del cementerio el reo fue atado a un mástil empotrado en el suelo y fusilado por miembros de la Policía. Para evitarle sufrimientos en sus últimos instantes, le fueron vendados los ojos y el jefe del pelotón dio la señal de fuego con signos". Lo que no recoge la crónica de La Vanguardia es la... ¿leyenda? de que uno de los agentes no tuvo estómago suficiente estómago para disparar y presentó la dimisión antes del fatídico día.

El texto de la sentencia sí que se extiende en los, digamos, antecedentes de hecho y reconstruye el crimen con detalle: el caso es que considera probado que la noche del 31 de julio de 1943 Pere Areny, natural y vecino de la Cosa de Canillo -de ahí el sobrenombre- "dormía como era habitual con su hermano consanguíneo, Anton Areny Baró". Sobre las 3 de la madrugada, "y después de asegurarse de que su hermano dormía profundamente, tomó una escopeta del calibre 12 que cargada con balines guardaba la misma habitación y disparó sobre su hermano". El disparo le produjo a Anton "una herida en la región derecha que interesaba masa encefálica, mortal de necesidad". La sentencia establece también, ya se ha dicho, que el fratricida actuó con premeditación y que el móvil del crimen era la herencia del hermano. Un clásico, vamos. Los batlles lo cuentan como sigue: "Dado que este último [Anton] tenía proyectado contraer matrimonio, el procesado dedujo que se le escapaba definitivamente la posibilidad de adquirir un día la herencia".

Reincidente
Además de la premeditación, Areny según sus jueces -y su pétrea prosa- con todos los agravantes del repertorio: "Había aprovechado el momento en que Anton dormía encontrándose en la imposibilidad de defensa (...), actuó de noche y utilizando un medio, el arma de fuego, que imposibilitaba cualquier reacción de la víctima", con un móvil "bajo" y sin que mediara provocación ni enemistad previa. En resumen: indefensión, nocturnidad, alevosía y fuerza desproporcionada. Hay que reconocer que el tribunal admite que Gastó había manifestado durante la instrucción del sumario "una mentalidad bastante simple" y que una hermana sufría de "debilidad mental". Pero ni uno ni otro lo considera motivo suficiente para declararlo irresponsable. Al contrario, establece la "plena responsabilidad" del reo. Su suerte está dictada, a pesar, concluye algo hipócritamente la sentencia, "del ánimo del tribunal habitualmente inclinado a la indulgencia". Pues no: pena capital.

Lo que no dicen los jueces, pero en cambio sí que recoge el breve de La Vanguardia, es que por lo visto Areny había confesado durante la instrucción haber liquidado a otra hermana suya diez años atrás, "delito este que había quedado en la más completa impunidad", dice el diario barcelonés. Otro clásico, este del reincidente confiado en su suerte que vuelve a actuar con manifiesta temeridad y, claro, lo terminan pillando.
Pero volvamos con Rebés: los dos minutos escasos de filmación que se conservan en el Archivo Nacional carecen de sonido y la copia es de pésima calidad, pero se intuye la habilidad del autor para el encuadre, confiriéndoles a la escena un marcado dramatismo: a diferencia de la fotografía de Claverol, tomada con el reo de espaldas y las autoridades de frente, la película arranca con Areny solo, en el centro de la plaza, la cabeza gacha y esposado con las manos por delante; el plano se va abriendo y poco a poco aparece el personal que que ha ido formando un círculo a su alrededor, el jefe de policía atento a las órdenes de las autoridades antes de llevarse escoltado a Areny, hay que suponer que directo al patíbulo. Un momento, éste último, especialmente tétrico porque justo entonces cruza por el fondo de la pantalla un inoportuno y famélico chucho. Areny no levanta la cabeza ni una sola vez. Y cuando la comitiva ha desaparecido por la avenida Benlloch camino del cementerio y la multitud rompe el círculo, surgen del lado de la iglesia de Sant Esteve un grupo de mujeres en procesión. Puro Solana.

La película de Rebés sólo se ha visto en dos ocasiones: en el especial Tele-Fira de 1988 y en el documental Pena capital, el documental sobre el caso Areny que el periodista Jorge Cebrián dirigió en 2008. Pero como en tantas otras ocasiones -y pensemos en Borís, nuestro monarca preferido, para no eternizar el asunto- el mérito del pionero hay que ponerlo en el zurrón de Antoni Morell, que fue quien en 1981 exhumó la última sentencia de muerte y la convirtió en material literario en Set lletanies de mort, su debut en la ficción y el título fundacional de la novela andorrana contemporánea. Que conste. Así que en adelante, tengamos cuando crucemos por la plaza Benlloch un piadoso recuerdo para todos los protagonistas de aquella infausta jornada. Por cierto, ¿andaría por allí el veguer Lasmartres?

[Este artículo de publicó el 18 de octubre de 2013 en El Periòdic d'Andorra]