Incursiones relámpago, estilo Sturmtruppen, en episodios que tuvieron lugar en Andorra y cercanías durante la Guerra Civil española, la II Guerra Mundial y las dos postguerras, con ocasionales singladuras a alta mar, a ultramar y si conviene incluso más allá.
[Fotografía de portada: El Pas de la Casa (Andorra), 16 de enero de 1944. La esvástica ondea en el mástil del puesto de la aduana francesa. Copyright: Fondo Francesc Pantebre / Archivo Nacional de Andorra]

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miércoles, 1 de julio de 2015

El parricida afortunado (o Manuel Bacó: el hombre que esquivó al garrote)

Manuel Bacó, vecino de Escaldes y el segundo hombre en ser condenado en Andorra al garrote por parricidio -el tribunal lo consideró culpable de haber molido a palos y estrangulado a su señora madre, el 11 de enero de 1896- esquivó a la muerte y la pena capital le fue conmutada por la de trabajos forzados a perpetuidad; su esposa, Rosa Albós, fue condenada a diez años de prisión como instigadora del crimen. El expediente, inédito hasta hoy, se conserva en el Archivo Nacional de Andorra.

Sensacional instantánea de lectura pública de la sentencia de muerte dictada contra Manuel Bacó el 17 de abril de 1896, en la plaza de Andorra la Vella (actual plaza Benlloch). La imagen se ha atribuido habitualmente al veguer Charles Romeu, aficionado a la fotografía -suyas es la serie de la primera ascensión en automóbil al puerto de Envalira desde el Pas de la Casa, en el verano de 1912. Pero es dudoso que la tomara él personalmente, porque debido a su función su puesto estaba entre las autoridades que presiden la lectura, reglamentariamente situadas frente al reo. En cualquier caso, la escena guarda sorprendentes similitudes con la que fotografió en 1943 Valentí Claverol, entonces con Pere Areny ocupando el lugar del reo. Fotografía: Biblioteca Nacional de Andorra.

"Diligencias practicadas per l'Hble D. Joseph Palmitjavila en la causa criminal sobre homicidi... 1896" Fuente: Archivo Nacional de Andorra.

"Acusació final" a cargo del instructor del caso: el Tribunal de Corts de Andorra, única instancia penal -las sentencias eran ejecutivas y ante ellas no cabía recurso- se reunía ad hoc y lo integraban los dos veguers -el episcopal y el francés- así como el llamado jutge d'apelacions -que era el único que necesariamente tenía formación jurídica- y dos representantes del Consell General. Fuente. Archivo Nacional de Andorra.


Nota en que el cónsol de Andorra la Vella, Bonaventura Calba, infora al batlle Josep Pal, del hallazgo del cuerpo de la víctima, Maria Calbó, de Casa Marió de Engordany, y de las disposiciones que ha tomado, entre las cuales, que los vecinos custodien el cadáver "hasta nuevo aviso". Fuente: Archivo Nacional de Andorra.

Informe del doctor Pompeyo Jordana, que asiste al levantamiento del cadáver al día siguiente del homicidio. Concluye que Maria Calbó murió a causa de conmoción cerebral y asfixia, "la primera producida por las contusiones que presentaba en la cabeza, y la segunda por constricción del cuello por medio de la mano", y sugiere que las quemaduras se produjeron con posterioridad a la muerte porque, en una alarde de erudición -es dudoso que el buen Jordana se las hubiese visto antes con un caso semejante- aduce que "por cuanto dicen los autores de medicina legal las carnes se ponen apergaminadas, que es lo que se observaba en este cadaver". No está mal para el humilde cirujano de los Valles de Andorra... Fuente: Archivo Nacional de Andorra.

Recibo fechado en Porte, al otro lado de la frontera, el 17 de abril de 1896, en que los gendarmes Negre y Baylard, del puesto de La Tour de Querol, se hacen cargo del reo, Manuel Bacó, "condamné per le tribunal des Corts aux travaux forcés à perpétuité". Fuente. Archivo Nacional de Andorra.
Minuta con los gastos generados con posterioridad a la sentencia que condena a Manuel Bacó a la pena de muerte -conmutada in extremis por trabajos forzados a perpetuidad- que incluye entradas como "lo animal" que debe conducir el preso hasta Soldeu (2 pesetas). Fuente: Archivo Nacional de Andorra.


Comencemos por el final. Un final que tiene lugar en Porta, al otro lado de la frontera francoandorrana, hasta donde los gendarmes Négre y Baylard, procedentes de la Tour de Querol, han ido a recoger a Manuel Bacó. Hemos retrocedido hasta el 17 de abril de 1896 y hasta Porta ha sido conducido por la -ejem- "policía andorrana", por decirlo con las (in)exactas palabras de los gendarmes, este hombre de 39 años que cumplirá en Francia la pena de trabajos forzados a perpetuidad que le acaba de imponer el Tribunal de Corts. Esto es lo que dice la nota firmada por "le gendarme chef d'escorte" -Négre- con que se cierra el grueso expediente del caso Bacó, el último condenado a muerte del siglo XIX andorrano... y el segundo que iba a ser ejecutado con el garrote vil que el buen obispo Caixal introdujo en 1854 como sustituto de la "poco humana" horca. En fin, Bacó tuvo la rarísima suerte de ver cómo se le conmutaba la pena capital por la de trabajos forzados -una cadena perpetua, pero con saña- y esto convierte el suyo en un caso excepcional, porque es el único entre los cuatro condenados a muerte por aquí arriba desde lo de Caixal que esquivó el patíbulo. Le precedieron Joan Mandicó, en febrero de 1860, y el tal Masteü, contrabandista catalán -del Pallars- que fue supuestamente decapitado en abril de 1861, y le siguió el también parricida Pere Areny, en octubre de 1943, éste fusilado.

Pues aquí va la historia de Bacó. O parte de ella, porque nos falta la peripecia que siguió en su condena "a perpetuidad": ni dónde cumplió la pena, ni si realmente no salió nunca más de la prisión, ni cuándo murió. En fin, que si el hombre escapó del garrote al que estaba destinado fue porque en la lectura pública de la sentencia y a diferencia de lo que ocurrió en los casos de Mandicó y Areny alguien -autoridades o particulares, no lo sabemos- pidió clemencia al tribunal, y la obtuvo. Otra particularidad del ya de por sí singular proceso penal a la andorrana, en que la sentencia del Tribunal de Corts, la instancia única, por ejemplo, no admitía recurso alguno. El veguer Romeu dejó una sensacional fotografía del preciso momento de la lectura de la sentencia en una escena que parece calcada a la que medio siglo después tendría a Areny como triste protagonista.

Nuestro hombre fue hallado culpable de haber dado muerte a su madre, Maria Calbó de Casa Marió de Engordany. Las diligencias empiezan con la nota que el cónsol de Andorra la Vella, Bonaventura Calba, eleva al batlle Josep Palmitjavila informándole del hallazgo del cuerpo de la víctima: "Li dono coneixement de que Isidro Pujol me adonat coneixement de que habia trobat dintre de casa de Marió de Engordany la mestressa majó morta e lo sol, lo cual coneixement estat donat lo dia 11 de jene á 13 hores y mitja del mati (...) Enseguida e practicat diligecias ay anat a troba los bains de casa Marió y los ay fet coresponsables de dit cadabre asta nou abis".

El parricidio tuvo lugar el 11 de enero de 1896 y según la instrucción, que firma el batlle Palmitjavila, la abuela Mariona -como era conocida entre los vecinos- murió molida a palos y ahogada, en el que fue el funesto capítulo final de una larga historia de encontronazos familiares en que jugó un papel destacado -al decir de la sentencia- la nuera, Rosa Albós. Tan destacado, que el mismo tribunal que condenó a Bacó a muerte la castigó a ella con diez años de trabajos forzados como "cómplice" del parricida y por haber "coadyuvad" al crimen. Pena que tampoco en este caso consta dónde cumplió, cabe esperar que en algún presidio francés, ni si pudo regresar a casa una vez saldadas sus cuentas con la justicia.

El mal ambiente en la casa de los Bacó arranca por lo visto inmediatamente después del matrimonio entre Manuel y Rosa. Hasta el punto que la pareja decide irse a Francia -destino por otra parte habitual de los segundones andorranos- "per no poder avenirse ab sos pares", aunque no tardan en regresar "creyentse haurien acabat las discordias". Pues se equivocaban. Y la cosa no hizo sino empeorar. Incluso los vecinos, que aconsejaban a la pareja abandonar de nuevo el domicilio familiar para evitar las "discordias" habituales, le oyeron decir a Manuel que la de largarse no era alternativa, que "primerament lo portarian al cementiri o a una presó".

Pues esto es exactamente lo que ocurrió. Un mes antes del fatídico 11 de enero, Manuel ya había amenazado a su padre, Narcís, en la borda -o cabaña- donde cobijaban al ganado. Y se las debieron tener bastante tiesas porque el pobre Narcís se negó por lo visto a volver a la borda "pel temor de que no li fes algun ultratge dit son fill". La madre también debía verse venir algo porque los testigos que desfilan ante el batlle Palmitjavila declaran haberle oído decir que "no volia quedarse a la nit sola a casa per temor la asesinarían". El 10 de enero, nuera y suegra tuvieron un último y premonitorio encontronazo por una cuestión de dinero. Un clásico. Manuel no podía más: "Estaba fastidiat de aixo y feya massa temps que duraba", afirman los vecinos que repetía a quien quería escucharle.

Y en estas que llegamos al 11 de enero. A las diez y media sale el padre, Narcís; tres cuartos de hora más tarde, la nuera, Rosa, con el niño que tienen con Manuel. Y se quedan solos en casa el hijo, Manuel, y la madre, Mariona. El relato del doctor que asiste al levantamiento del cadáver sostiene que el cuerpo presentaba heridas en la cabeza producidas con un palo "de unos cuatro palmos de longitud" -porque a diferencia de la sentencia, la autopsia está redactada en castellano. Golpes que por lo visto no fueron mortales y hubo que rematarla, concluye la sentencia. Pero ni así se dio por vencido el parricida: todavía tuvo la ocurrencia de acercar el cadáver al fuego de la cocina y le chamuscó la parte derecha del rostro, "ja sia per precipitar la mort, ja sia per demostrar que arribá un accident a la victima". La instrucción del caso lo cuenta como sigue: "La escena que va succehir es facil de describi: Manuel Bacó donà tres garrotades al cap de la ferida produintli les feridas que declara lo facultatiu y com sens dupte la victima encara respiraba la agafá per lo coll y la escañá segons resulta de las ungladas que tenia al mateix coll y la escañá segons resulta de las ungladas. Per ultim va collocar lo cap del cadaver al foch".

A Manuel lo delataron no sólo los vecinos -aseguraron que el día de autos no entró ni salió de la casa familiar nadie que no fuese de la familia- sino la sangre que le salpicó la ropa. Intentó justificar las incriminadoras y sanguinolentas manchas con una pintoresca coartada: primero alegó que precisamente ese 11 de enero había ayudado en la matanza de los "tocinos" de su suegro. Como no coló  -resulta que habían sido sacrificados en Navidad-, lo intentó de nuevo con el mismo argumento: que había ayudado en la matanza de los cerdos de un tal Tabacaire. También este declaró que la matanza había tenido lugar tres semanas antes del día de autor. Una y otra fueron consideradas por el tribunal, excusas "inadmisibles", y no le tiembla el pulso a la hora de dictar sentencia: "De totas aqueixas circumstancias y tambe de la unanimitat de la opinió púlica es desprén que lo asasinat de Maria Calbó es imputable a son fill". Y le impone a Manel la pena de muerte. No será el único condenado: su esposa también es señalada como cerebro del crimen: "Resulta de la instruccio de la present causa que la instigadora del crim ha estat Rosa Albós per ser la causa constant de las cuestions amb sa difunta sogra ja que la presencia de ella en la casa de sos sores feya perdre la tranquilitat y originava la discordia". No era mujer fácil, Rosa, y además demostró muy poca prudencia, porque la sentencia recoge las "expressions que habia proferit de que dos donas eran masa en una casa" para concluir que "no es duptos de que Manuel Baco, a las excitacions de sa esposa hagia cumplert son parricidi". En fin, que Rosa Albó será condenada como "cómplice" a diez años de trabajos forzados. Con un remate pelín estrambótico: y es que uno y otra resultan también condenados al pago de los gastos y las costas "solidariamente". Cabe pensar que, en caso de insolvencia, no le cargaran el asunto al pobre Narcís...

La autopsia del doctor Pompeyo
El expediente del caso, conservado en el Archivo Nacional de Andorra, incluye también el informe del "médico cirujano de los Valles de Andorra", el doctor Pompeyo Jordana, que examina el cuerpo de la víctima al día siguiente del parricidio, todavía en la escena del crimen, al que acude con el juez, el secretario y el alguacil para encontrarse, dice, "con una mujer tendida en el suelo en decúbito supino, sin pulso, sin latidos cardíacos y con el cuerpo rígido y frío (...) de unos cincuenta a cincuenta y cinco años de edad, vestida al estilo del país y no levaba pañuelo en la cabeza". Con la misma frialdad describe el doctor Jordana el arma del  crimen, "un palo de unos cuatro palmos de longitud", y las heridas que el homicida provocó a la víctima: "En la cabeza presentaba en la parietal izquierda una herida contusa de unos cinco centímetros de longitud, y de profundidad hasta el hueso (...). Tenía otra contusión que tocaba a la región frontal, parietal y temporal del lado izquierdo, con los huesos un poco hundidos". La cosa no se acaba aquí, de lo que se deduce que el encarnizamiento con que obró el autor: "En la parte anterior del cuello presentaba tres escoriaciones (...) producidas al parecer con las uñas de los dedos de la mano derecha"; en la espalda, "dos contusiones de poca importancia (...), en la rodilla izquierda, ora contusión también de poca importancia." Pero lo peor está por llegar: "La cara la tenía toda quemada menos la región de la mandíbula inferior izquierda". De todo lo que antecede -y no está mal para nuestro humilde cirujano, concluye que Maria Calbó murió a causa de conmoción cerebral y asfixia, "la primera producida por las contusiones que presentaba en la cabeza, y la segunda por constricción del cuello por medio de la mano", y sugiere que las quemaduras se produjeron con posterioridad a la muerte porque, en una alarde de erudición -es dudoso que el buen Jordana se las hubiese visto antes con un caso semejante- aduce que "por cuanto dicen los autores de medicina legal las carnes se ponen apergaminadas, que es lo que se observaba en este cadáver". El doctor cobró por sus servicios unos honorarios de seis pesetas. Y ya que hablamos de honorarios, digamos que el batlle recibió 100 pesetas; los dos hombres que acompañaron al reo hasta Porta y que los gendarmes Negre y Baylard confunden con "policías", 32 pesetas; el arriero Sisco de Sans, 20 (¿por llevarlos a los tres a Francia?).

[Esta artículo es una versión ampliada de un artícuo publicado el 6 de octubre de 2014 en el Diari d'Andorra]

jueves, 24 de julio de 2014

El ángel era él

Identificamos al Niño del Paraguas, el angelito retratado por Catalá-Roca en el Pesebre Viviente de Engordany de 1954, una de las obras maestras del fotógrafo que integran la antológica que le consagra la Pedrera hasta el 25 de septiembre.

Hace una semana planteábamos en las páginas de El Periòdic d'Andorra un enigma histórico-fotográfico: ¿quién era el Niño del Paraguas, el angelito del Pesebre Viviente de Engordany que Català-Roca retrató en 1954 y que hoy forma parte de la antológica del fotógrafo tarraconense que, bajo el lema -poco imaginativo, la verdad- de Català-Roca y hasta el 25 de septiembre Catalunya Caixa le consagra en la Pedrera? Pues enigma resuelto: el Niño del Paraguas es el hombre de aquí abajo, Antoni Sánchez (1951), hijo y vecino del mismo Engordany, a quien El Periòdic ha localizado gracias a la colaboración de los lectores. Recupera así el nombre el protagonista de una de las fotografías emblemáticas de Català-Roca, una imagen que desde mayo de 2010, y antes de recalar en Barcelona, se ha expuesto en Vigo y Valladolid junto a otras 200 fotografías del padre del fotoperiodismo español. Atención, porque estamos hablando de una selección que incluye auténticos iconos de la fotografía española del segundo tercio del siglo XX (y más allá), desde El piropo y las putillas del Barrio Chino barcelonés hasta la serie sobre los gitanos de Montjuic, el guardia urbano que posa orgulloso a lomos de su montura y frente a un pirulí con publicidad de papillas y La esquina, la estampa de un padre y un hijo en una Barcelona neblinosa y desolada que ilustra la portada de La sombra del viento, el superventas de Ruiz Zafón.

Fotografía original de la que salió la portada de la Revista de Actualidades, con Antoni Sánchez con su traje de angelito alado y armado con un paraguas de pastor. Cuenta Antoni que no recuerda que nadie le sacara este retrato, pero sí que identifica el escenario: los prados de Casa Sucarana de Engordany, hoy engullidos por edificios. Ignoró la existencia de la fotografía hasta 1987, cuando el Angelito -así la tituló el mismo Català-Roca- fue seleccionada para una retrospectiva que le dedicó el Spanish Institute de Nueva York. Hoy preside el salón familiar. Fotografía: Fondo Francesc Català-Roca / Colegio de Arquitectos de Cataluña.
Antoni, en la puerta del comercio familiar que regenta en Engordany, sostiene la fotografía de Català-Roca. El Archivo Nacional de Andorra conserva un ejemplar de la Revista de Actualidades de enero de 1955 con el reportaje del Pesebre Viviente, cuyo texto firma el periodista José María Carrascosa. Fotografía: Àlex Lara.

Foto de familia del Pesebre Viviente: Antoni es el pastorcillo con bastón, faja y barretina, de pie en la fila de abajo. La imagen no forma parte del legado de Català-Roca, pero también está fechada en 1954 -un día que a Antoni le tocó hacer de pastorcillo, y no de angelito. La tomó el desaparecido Jaume Puig, otro personaje hoy injustamente semiolviado. Los Sánchez tienen en ella un protagonismo destacadísimo; aparte de Antoni también aparecen los abuelos, Elvira, que ejercía de hilandera, y Joan, de mulero; de hecho, hasta la mula del Pesebre era de Casa Becaina. Falta Carles, uno de los hermanos de Antoni, que también formó parte de la cuadrilla de angelitos alados. En la fotografia también aparecen, entre otros, Elena Altimir, como Virgen María -la quinta de la fila de atrás- y el Panxut, que ejercía de pastor -el hombre con americana del fondo, en fila aparte. Fotografía: Casa Becaina. 

A diferencia de la mayoría de sus compañeras y de sus personajes hoy caídos en el anonimato, el Niño del Paraguas tiene nombre y apellidos. Y no es extraño que sean los de Antoni Sanchez, el menor de los cuatro hermanos de Casa Becaina de Engordany (Andorra), porque los Sánchez se enrolaron casi en pleno y desde el primer momento en el Pesebre Viviente, aventura escénica en que el polífgrafo Esteve Albert embarcó a todo el pueblo y que se convirtió, junto a la sintonía de Radio Andorra y la hoy denostada economía del bazar en uno de los símbolos de la Andorra de finales de los 50 y principios de los 60. Otro hermano, Carles, formaba también parte de la escuadrilla de angelitos alados de Albert, y un tercero, Albert, ejercia como contrabandista (de ficción, por supuesto). Todavía hay más: los mayores de Casa Becaina, los abuelos Joan y Elvira, ejercían de mulero y de hilandera, y la nuera, Pepita Prat, cuidaba del hogar y preparaba el vino hervido para calentar los ánimos de unos inviernos que todo el mundo recuerda durísimos.
Antoni tenía tres años cuando Català-Roca realizó su primer safari andorrano: eran las Navidades de 1954, la primera edición del Pesebre, y publicó un reportaje tituado Las cien figuras vivientes de Engordany, con texto del periodista José María Carrascosa, en el número de enero de 1955 de la Revista de Actualidades. Antoni mereció los honores de portada. Lo curioso es que el momento se le ha borrad del todo de la memoria: "No recuerdo que nadie me sacara ninguna fotografía. Si que identifico el lugar, justo en los prados de Casa Sucarana, hoy engullidos por los edificios, y me imagino que debió de ser después de la función, mientras esperábamos que nos recogieran". Eran, en su memoria infantil, sesiones maratonianas, que empezaban a media tarde y que se podían alargar hasta bien entrada la medianoche. Dos funciones semanales, los viernes y losa sábados, que se convirtieron en un atractivo turístico: subían hasta Engordany convoyes de autocares con cargamentos de turistas que eran alojados en unas gradas primero improvisadas pero que con los años acabaron incorporando incluso calefacción, aprovechando las aguas termales de la localidad. Participaban en el Pesebre un centenar de vecinos bajo las órdenes de Albert, "buen hombre pero a la hora de actuar, severo". Hay que decir en su honor que el de Engordany fue el primero de todos los Pesebres Vivientes que después fueron proliferando por la geografía catalana. Así que suyo es el mérito del pionero.

Niño suplente
El disfraz de angelito, recuerda Antoni, se lo habían cosido en casa -la cuñada era modista- con lo que quedaba de un vestido de comunión de los hermanos mayores. Las alas las fabricaban -y parece lógico, no dirán que no- las monjas de la Sagrada Familia, "ya había que devolverlas" (!). Y el paraguas con el que en la fotografía se protege de la lluvia es un paraguas de pastor, "porque en el Pesebre también había un rebaño de corderos que vigilaba el Panxut, todo un personaje en aquella época". Lo cierto es que Antoni ignoró la existencia de esta fotografía hasta 1987, cuando el Angelito -así es como la tituló el mismo Català-Roca- fue seleccionada para una magna exposición sobre su obra que le dedicó el Spanish Institute de Nueva York. Desde entonces preside el comedor familiar al lado de otras imágenes del Pesebre Viviente como la de aquí arriba: "Los niños que hacíamos de ángel éramos siete u ocho. Nos vestíamos y nos soltaban, si ensayar ni nada. A veces te tocaba acompañar a San José y a la Virgen; otras, a los Reyes Mahos... Y hay que añadir que es casualidad que me pillara vestido de ángel porque en el Pesebre hice de todo, desde pastorcillo hasta Niño Jesús. Como era tan pequeño, era el Niño suplente cuando no había disponible un bebé de verdad". Digamos también que en el reportaje de la Revista de Actualidades, y según Carrascosa, el papel estelar de Niño Jesús le tocó a Nico -no dice el apellido- "rubio como el trigo castellano, de dos años y medios y unos ojos tan grandes como he visto muy pocos".
Pero, ¿qué tiene el Niño del Paraguas para figurar entre las obras maestras de un maestro de la fotografía? Según el comisario de Català-Roca, Chema Conesa, la obra resume el ideario artístico del fotógrafo y encarna el toque Català, la captura del instante decisivo teorizado por Cartier Bresson que el tarraconense practicaba de manera intuitiva: "No hay en esta fotografía nada de artificioso; la naturalidad, la espontaneidad y por tanto la verdad es absoluta. Se limita a ser un testimonio mudo, sin participar ni intervenir en la escena. Así es como eleva un momento anodino a la categoría de obra de arte". El Niño del Paraguas encarna también otra de las virtudes que convierten a Català-Roca en un humanista con cámara: la empatía que transmite su objetivo, que se advierte en la mirada cándida y en la inocencia que emanan de Antoni, con su paraguas, sus alitas, su vestidito y sus zapatones. Una empatía que tenía truco, porque el fotógrafo disparaba con la cámara a la altura del estómago, lo que le confería a la escena un punto de vista que elevaba al personaje. Con estos antecedentes, en fin, quizás no sea del todo utópico pensar que esta estupenda exposición que es Català-Roca recale un día en Andorra. Y ya puestos, ¿y completarla con la treintena de imágenes de Català-Roca que constituyen la serie completa que dedicó al Pesebre Viviente? ¿Y con el resultado, parcialmente publicado por El Periòdic d'Andorra, de las dos otras visitas que Català-Roca giró por nuestro rincón de Pirineos, cámara en ristre, y que hoy se conservan en el Colegio de Arquitectos de Cataluña?

[Este artículo de publicó el 2 de agosto de 2011 en El Periòdic d'Andorra]  

martes, 20 de mayo de 2014

Ursula Simpson: de la Shangai de Ballard al Cairo de Rommel (o casi)

Nació en el Shangai de entreguerras que Ballard y Spielgberg retrataron en El imperio del sol. Vivió desde El Cairo, y con la angustia en el cuerpo, la derrota del Afrika Korps de Rommel. En los años 50 la crítica la considero la Françoise Sagan de la novela británica, y en 1957 se instaló -quién lo iba a decir- en Engordany. Fue un amor a primera vista. Pero Ursula Simpson, esta perfecta expatriada hija del Imperio, ha conocido las dos Andorras, y de la de hoy no sabe si se enamoraría.

Ursula Simpson, en los primeros años 30, en la época en que su familia residía en Shangai. Fotografía: Archivo Simpson. 
Adenmás de Shangai, Ursula Simpson ha vivido enEl Cairo, Londres, Christchurch, Buenos Aires, Glasgow y Engordany, adonde llegó en 1957 con su padre, el ingenierio Stanley Simpson. El chalet que levantaron nada más instalarse en el país -en la fotografía, el salón de la casa- es hoy el reducto de una Andorra periclitada, enclaustrado entre anodinos, más bien vulgares bloques de pisos. Fotografia: Máximus.

En la carretera de Engordany se levanta el chalet Simpson, una sorprendente construcción inspirada en la borda pirenaica y de una cierta apariencia marina. Lo erigió Stanley Simpson, el padre de Ursula, en 1957. Es una visión casi turbarbora, porque el chalet sobrevive hoy enclaustrado entre bloques de pisos de dudosa personalidad y la suya es una presencia cada vez más incongruente, claramente anacrónica y que parece -sabe mal decirlo- condenada a la extinción. El contraste ofrece una metáfora de ladrillo y piedra de las dos Andorras que ha conocido Ursula y, como ella, todos los andorranos de una cierta edad: el país de postal que atrajo como un imán a personalidades como el escultor Josep Viladomat, el compositor Josep Fontbernat, el lingüista Manel Anglada, el polígrafo Esteve Albert, el memorialista Lluís Capdevila o el ingeniero Simpson, y como si no cupiese término medio, el ultramoderno centro comercial y financiero en que se ha convertido medio siglo después, sin tiempo ni tampoco ganas de mirar al pasado reciente.

El chalet, en fin, es una caja de sorpresas, lleno a rebosar de los recuerdos de las vidas viajeras, marineras y aventureras de quienes la han morado en el último medio siglo: una escultura totémica de la Polinesia, la viga tallada de una mansión castellana del siglo XVI, una imagen budista, dibujos orientales a la tinta china... Desde que Stanley Simpson murió, en 1990 -y a los 100 años: ¡cómo son estos expatriados!- quien gestiona la memoria de esta nave varada en la confluencia de los dos Valiras es Ursula. Y lo hace, además, a través de sus novelas, porque biografía y bibliografía están en este caso estrechamente vinculadas. La suya fue una carrera literaria precoz y prometedora, hasta el punto de que a principios de los 50 la crítica la despachó como la François Sagan británica.

Una comparación fácil, basada en la juventud de las dos escritoras y en el hecho de que ambas compartían unos exóticos orígenes coloniales. Una etiqueta que, dice, encajó con más resignación que entusiasmo. El caso es que la bibliografía de Ursula arranca con The Sun Behind Me, recreación -y empieza el sarao- de su experiencia vital en el Cairo de la postguerra: "Quise reflejar el impacto que el advenimiento del nacionalista Nasser tuvo en una sociedad tan cosmopolita como lo era la egipcia del momento; una sociedad que hasta entonces había sido un ejemplo de convivencia y de multiculturalismo: en mi escuela estudiábamos niños de todas la religiones y de un montón de nacionalidades, y nos entendíamos bien. Con Nasser, todo esto se acabó: tenía la obsesión de expulsar a todos los que no fueran musulmanes, empezando por los judíos y terminando por los cristianos. La debí escribir a la vez con el corazón y con el estómago, porque incluso ganó un premio del Daily Mail a la mejor novela del mes..."

¿Valió la pena?
Ursula, que había empezado escribiendo relatos y reportajes para revistas literarias, se encontró de repente convertida en una escritora profesional, su sueño desde siempre. Y si con The Sun Behind Me causó sensación, la consagración le llegó con la segunda novela, The Vintage, en la que otra vez recurrió a su memoria personal para levantar un drama rural con todas las de la ley y con la vendimia de Beaujolais de fondo: "Era algo completamente diferente. Lo que pretendía era reflejar el alboroto que causaban los temporeros italianos que cada otoño aterrizaban en el Beaujolais, y que yo conocía bien había pasado allí algunos veranos". La fortuna le sonrió: la Metro compró los derechos para adaptar la novela al cine, en una película -hoy semiolvidada, todo hay que decirlo- que dirigió el entonces debutante Jeffrery Hayden -después prolífico director de teleseries más o menos míticas, desde Falcon Crest y Magnum hasta, ejem, El coche fantástico- con un reparto de primer nivel en que por primera y única vez actuaron juntas dos de las estrellas del cine de los años 50: Mel Ferrer y Michèle Morgan. Ursula se encargó de escribir ella misma el guión, y la cosa le debió gustar porque durante toda la década trabajó para el cine... contra la opinión de su editor de Collins: "No se cansaba de advertirme de que si me vendía al cine acabaría dilapidando el talento que pudiera tener. Y lo malo es que tenía razón, pero aquel trabajo me permitía ingresar unos buenos dineros".

Tras este éxito inicial, Ursula abandonó también precozmente su carrera literaria: no volvió a publicar ninguna otra novela, aunque tiene cuatro manuscritos en el cajón: "No he dejado jamás de escribir, pero soy incapaz de dar una novela por acabada. Esteve Albert siempre me decía que tenía que publicar, pero supongo que me falta confianza en mis posibilidades: hay tantos escritores, y tan buenos, que... ¿qué puedo aportar, yo?" Y se pone a repasar en voz alta la lista de sus escritores: Durrell, Virginia Woolf, las hermanas Bronte, Wilde y, oh, sorpresa, Jane Francesca Elgee... ¡la made de Oscar! Pero la pátina cinematográfica de Ursula no se termina aquí, porque el Shangai donde nació en 1930 es exactamente el que recrea J. C. Ballard, estricto coetáneo suyo y amigo de la familia, en El imperio del sol, que como el lector recordará Spielgberg llevó a la gran pantalla: "Era aquel un mundo de contrastes durísimos: al lado de una enorme miseria, de pobre gente que se moría literalmente de hambre, había una especie de euforia típicamente americana, con las fastuosas fiestas sociales de la colonia extranjera. En fin: a Jamie [Ballard] no le gustaba nada. Y a mí, tampoco. O sea que los sábados nos quedábamos en las habitaciones jugando. Era algo parecido a un acuerdo que habían tomado las familias, así nos evitábamos tener que participar en aquel paripé".

Por lo que Ursula no tuco que pasar, afortunadamente, fue por el campo de concentración adonde Ballard fue a caer tras la invasión japonesa. Los Simpson habían abandonado el Extremo Oriente en 1937, y se habían trasladado brevemente a Christchurch, la capital de la Isla Sur (Nueva Zelanda), de donde era originaria la familia paterna. Aquello fue un paréntesis que Ursula recuerda por el contraste con la vida de señores que habían llevado en Shangai: "Acostumbrada a estar permanentemente rodeada del servicio doméstico, poder espavilarme casi completamente sola, solo bajo la lejana vigilancia de una abuela con la manga muy ancha, representó para mí el descubrimiento de la libertad". El siguiente destino de Simpson padre -ingeniero al servicio de la petrolera Shell- fue El Cairo, donde los sorprendió el estallido de la II Guerra Mundial. Una época sorprendentemente plácida, tocada incluso de un halo romántico en el recuerdo de Ursula: "La guerra había llevado al Cairo a gentes de todas las nacionalidades, y cuando los soldados venían a recuperarse del servicio en el desierto, tan morenos... Por supuesto que a lo lejos, pero no tanto, oíamos de vez en cuando el sonido de los disparos, pero no recuerdo haber sentido miedo de una inminente ocupación alemana. De todas formas, los amigos egipcios de la familia lo habían preparado todo por si finalmente llegaba el día fatídico. El plan consistia en disfrazarnos de indígenas y huir a una propiedad que tenían en el delta del Nilo, donde viviríamos como si fuéramos egipcios mientras durara la ocupación. Como comprenderás, me moría de ganas de que llegara el momento de poder embarcarme en una aventuras al más puro estilo Durrell. Pero ese momento no llegó jamás."

En 1948 los Simpson abandonan la vida nómada y regresan a Londres, con Ursula decidida a convertirse en escritora. Y lo consiguió, a los 18 años y a instancias de su padre, el ingeniero: "Harto de oír cómo me quejaba, un día me cogió y me soltó el sermón: 'si es lo que de verdad quiere, coge unas cuartillas y lleváselas aquí'.Y me señalaba la delegación de una revista canadiense que entonces tenía mucho prestigio. Lo hice y eso fue mi salvación, porque allí intimé con escritores de verdad que me ayudaron a pulir el estilo". Hasta que en 1957, precisamente el año que se estrena The Vintage, Andorra se cruza en el camino de los Simpson: "Mi padre sufría de bronquitis, y el médico le recomendó vivir en un país elevado, porque los inviernos mediterráneos con húmedos y traicioneros. Teníamos Andorra en la lista, y aquel otoño vino para conocerlo personalmente. Enseguida le entusiasmó. El primer invierno alquilamos un piso, pero ya estaba decidido a adquirir una roca, como decía él, para construirse una casita". Así fue como aquel hombre excepcionalmente longevo y de gran sentido del humor -según los que lo recuerdan-, que había combatido en la I Guerra Mundial enrolado en la Royal Navy, y que se había pateado medio mundo por cuenta de la Shell recaló finalmente en Andorra: "Viladomat nos habló de una borda que estaba en los terrenos del Panxut, al lado de su taller. La compramos y él mismo hizo lo planes del chalet, que levantamos el año siguiente. Y hasta hoy."

Así que el año que viene [2007] se cumplirá medio siglo que los Simpson se instalaron en Engordany. Es cierto que Ursula abrió en los 60 una paréntesis de casi una década -su marido trabajaba como editor en Collins- y se trasladó a Glasgow hasta que en 1970, tras el fallecimiento repentino de su esposo, regresó esta vez definitivamente a Andorra. Engordany, en Escaldes, se convirtió en el centro de operaciones de una familia paradójicamente enamorada de la mar. La prueba es que Stanley matriculó la primera embarcación andorrana, el velero Pareora II, alma luminosa en lengua maorí: "Siempre había cultivado la afición por la vela, y antes incluso de la guerra había sido campeón de la Isla Sur. Y tenía una barca amarrada en el puerto de Tarragona con el que hacíamos largas travesías cuando llegaba el buen tiempo. Así que matriculó el Pareora II en Andorra: si los suizos, que tampoco tienen mar -que se sepa- son una potencia en deportes náuticos, ¿por qué no nosotros?" De esta afición marinera surgió una novela inédita, The Calms of January, ambientada en la Jávea del Desarrollismo, que los Simpson conocieron de primera mano porque se contaban entre los fundadores de su club náutico. Como también conocieron de primera mano las glorias y las miserias de la Argentina de Perón, donde la familia vivió en 1950 -siguiendo otra vez el periplo laboral del patriarca- y que Ursula plasmó en The Hills of Cordova, que también ha quedado inédita: "No me gustaba la buena sociedad de Buenos Aires, aquellas gentes tan estirada y orgullosa. Para ellos, las provincias del interior era un territorio primitivo, casi salvaje, que miraban de lejos y con condescendencia. Así que pensé que la provincia sería muy probablemente mi lugar, y apara allí me fui con mi madre. Acertamos de pleno, porque aquí nos reencontramos con la libertad".

Llega la hora del balance. A Ursula se le encienden los ojillos al evocar la Andorra preindustrial -o mejor, precomercial- que la hechizó: "Nos conocíamos todos, en cada casa tenías a un amigo, y existía una buena voluntad general, un espíritu que el tiempo ha ido arrinconando, así de simple. Éramos una comunidad minúscula, donde te interesabas por los problemas del vecino de una forma natural, sana y cálida. Hoy sólo se trata de hacer dinero. Es lo que único que cuenta. La Andorra que yo conocí ya no existe. Pienso que si llegara hoy a este país sin saber nada de él, de la misma manera que llegué en 1957, no me enamoraría de él como entonces. Definitivamente, no". Tras media vida aquí, la conclusión no deja de tener un regusto amargo, triste, algo desolador, y que invita finalmente a la reflexión: ¿ha valido la pena?

[Este artículo se publicó el 8 de febrero de 2006 en Informacions]