Incursiones relámpago, estilo Sturmtruppen, en episodios que tuvieron lugar en Andorra y cercanías durante la Guerra Civil española, la II Guerra Mundial y las dos postguerras, con ocasionales singladuras a alta mar, a ultramar y si conviene incluso más allá.
[Fotografía de portada: El Pas de la Casa (Andorra), 16 de enero de 1944. La esvástica ondea en el mástil del puesto de la aduana francesa. Copyright: Fondo Francesc Pantebre / Archivo Nacional de Andorra]

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martes, 24 de marzo de 2015

Muertos que recuperan su identidad (75 años después)

El Archivo Nacional de Andorra pone nombre y apellidos a los cadáveres de los tres refugiados de la Guerra Civil aparecidos en el fondo fotográfico de Narcís Casal i Vall, adquirido en diciembre y formado por 144 placas de vidrio: Pere Isern, Emili Font i Josep Forradelles. Los tres eran catalanes y murieron entre 1937 y 1938 cuando intentaban huir de la zona republicana a través de Andorra.

"Pronunciadas por el nunci las palabras mort qui t'ha mort y mort es qui no parla, el Sr. facultativo ha practicado el reconocimiento del cadáver y ha determinado que la defunción se produjo a consecuencia de un ataque de asistolia a causa del frío y del agotamiento". Es el 31 de octubre de 1938 y el difunto en cuestión es Pere Isern, "vaquero, natural de Lavansa (Lérida), de veinticinco años de edad y de estado soltero". Así consta en el acta de la visura practicada ese mismo día por el batlle episcopal, Antón Tomàs Gabriel, en la borda del Tosal, y si hablamos de este asunto hoy y aquí es porque Isern es el protagonista de la impactante fotografía que tienen aquí abajo: la publicó el Archivo Nacional de Andorra a principios de diciembre, formaba parte de un lote de 144 placas de vidrio de autor anónimo que acababa de ingresar en el mismo Archivo, y mostraba a un nutrido grupo de hombres -con importante presencia de gendarmes franceses, dando a la escena un raro empaquen institucional- que exhibía el cuerpo exánime de un hombre no identificado. El conservador de los fondos fotográficos del Archivo, Isidre Escorihuela, se preguntaba entonces por la identidad de aquel pobre diablo, por los motivos de la enorme expectación que generó el funeral del difunto -que tuvo lugar en la parroquial de Escaldes y que nuestro anónimo fotógrafo tampoco se perdió- y por los misteriosos individuos ataviados con cazadoras de cuero, polainas y aspecto paramilitar que acompañan el cortejo fúnebre -¿milicianos, o quizás requetés? Y por supuesto, por el autor de la serie.





El cadáver de Pere Isern Arnau, recuperado el 31 de octubre de 1938 al pie del monte Claror. Según el médico que asistió al levantamiento del cadáver, practicado en la Borda del Tosal aunque el cuerpo se localizó algo más arriba, fue "un ataque de asistolia a consecuencia del frío y del agotamiento". Sus compañeros de huida rescataron sus restos al día siguiente del fallecimiento. El hecho de que su hermano, Joan, residiera ya en Andorra, explica la rara expectación que generó el funeral de Isern, que fue enterrado en el cementerio de Escaldes. Fotografías: Fondo Casal i Vall / Archivo Nacional de Andorra.

 Emili Font Alex, de quien solo conocemos el nombre, apareció muerto en la montaña de Perafita el 9 de abril de 1937. De nuevo, el reconocimiento médico practicado in situ por el doctor Nequi establece que falleció "a causa del frío y por inanición, a consecuencia de la fatiga experimentada". Fue enterrado en el cementerio de la capital. Fotografía: Fondo Casal i Vall / Archivo Nacional de Andorra.

Josep Forradelles, nacido en Noves de Segre, "de unos 26 años de edad y maestro de primera enseñanza", según el acta de la visura, formaba parte de una expedición que había partido de la localidad de Tost el 26 de agosto de 1938. Tuvo la mala suerte de golpearse la cabeza en una caída, y aunque pareció recuperarse, cuatro días después, y cuando el grupo ya llegaba a Andorra, falleció de repente, tras sentirse muy cansado, a medio kilómetro de la frontera andorrana, por la parte del Port Negre. Sus compañeros y las autoridades andorranas rescataron el cadáver al día siguiente, luego de trasladarlo hasta territorio andorrano. Fotografía: Fondo Casal i Vall / Archivo Nacional de Andorra.

Pues tres meses después, enigma resuelto. El fotográfo es el futuro editor Narcís Casal i Vall (Barcelona, 1911-1987), y resulta que entre el lote de 144 placas adquirido por el Archivo hay dos más de temática mortuoria: las tienen también aquí arriba y muestran los cuerpos de dos individuos encontrados también muertos en nuestras montañas, que Escorihuela presumía hace tres meses y con buen tino fugitivos de la España republicana. Un documento extraordinario porque jamás hasta la fecha, dice, se había documentado el fatal destino de un buen número de refugiados que durante la Guerra Civil cruzaban la frontera con la esperanza de dejar atrás la zona roja.

Escorihuela ha identificado también a estos dos infortunados: Emili Font Aleix, de quien no sabemos más que el nombre y los apellidos -ignoramos su procedencia y las circunstancias concretas de su defunción- y cuyo cuerpo fue localizado y rescatado el 10 de abril de 1937 en la montaña de Perafita; y Josep Forradelles, que formaba parte de una expedición que había salido el 26 de agosto de 1938 de la localidad de Tost (Lérida) y que dos días después sufrió a la altura de Vinyoles de Segre una caída que acabaría resultando fatal para él: Foradelles murió el 30 de agost a consecuencia de este golpe en la cabeza cuando se encontraba, en un negro giro del destino, a medio kilómetro de la frontera andorrana, por la parte del Port Negre, como relataron sus compañeros de escapada al batlle Tomàs.

El caso es que después de tocar sin mucha suerte las teclas más variopintas -el Memorial Democrático de Barcelona, el madrileño Archivo Nacional de la Memoria, el Museo Militar de Montjuïch, e incluso la asociación de veteranos de los tercios de Nuestra Señora de Montserrat- resulta que la respuesta estaba mucho más cerca: el historiador alemán Gerrhard Lang -sí, hombre, el biógrafo de Skossyreff- dio la pista aportando copia de una carta que el jefe de la policía andorrana de la época, Secundí Tomàs, envió en mayo de 1937 al gobierno franquista de Burgos con la fotografía de Font con la vaga esperanza de confirmar su identidad, porque lo cierto es que sus señas proceden de una papel que los policías que fueron a recuperar el cuerpo a Perafita encontraron a unos metros del cadáver, papel "que parecía ser una autorización a nombre de Emili Font Aleix con fecha del 28 de noviembre de 1936". Y esto es todo. En fin, a partir de aquí, y por una rara confluencia astral, la archivera que precisamente estas semanas ha inventariado el monumental fondo documental de la Batllia episcopal, cayó en la cuenta de la existencia de una impresionante serie de fotografías de levantamientos de cadáveres que coincidían temporalmente con las fechas probables de las imágenes de Narcís Casal. Y todo encajó cuando adjuntas a las fotografías mortuorias (o al revés) aparecieron las actas de las visures practicadas por el batlle Tomàs, que han permitido poner nombre y apellidos a estos tres cadáveres hasta hoy anónimos. 

Morir en el Port Negre
Una apasionante labor detectivesca, ya lo ven, que no se termina aquí porque las visures contienen información valiosísima para comprender las condiciones en ocasiones letales a que tenían que hacer frente los fugitivos en un trayecto relativamente corto como era el que seguían para pasar a Andorra, habitualmente por la antigua ruta de contrabandistas que parte de la Cerdaña y que penetra en Andorra por el Port Negre. Emili Font, "que había aparecido en la montaña de Perafita todavía nevada" -la visura la practica el batlle en Entremesaigües, hasta donde han trasladad el cadáver, el 10 de abril de 1937- murió según el "facultativo" que asiste al levantamiento -el doctor Nequi, por cierto, hoy con calle a su nombre en la capital- "a causa el frío, por inanición como consecuencia de la fatiga experimentada". Fue enterrado en el cementerio de Andorra la Vella.

En el caso de Pere Isern, el cadáver lo identifica in situ un hermano suyo, Joan, vecino en la época de la capital. Sus compañeros de periplo tuvieron que abandonarlo, ya muerto, en la zona de Claror -asistolia, o parada cardíaca, ¿recuerdan?- "a un kilómetro aproximadamente de la frontera española", y al día siguiente vuelven al lugar del fatal desenlace para trasladarlo hasta la Borda del Tosal para las preceptivas diligencias. El acta del batlle concluye con una declaración casi sorprendente del hermano superviviente, Joan, "que tiene el convencimiento de que la defunción ocurrió a consecuencia del agotamiento y del frío, sin que tuviera la menor sospecha de que existiesen móviles que pudiera haber inducido al crimen a los compañeros con los que viajaba". Signo inequívoco de que en casos similares se habían registrado, sin duda, circunstancias comportamientos sospechosos. La leyenda negra, pero en la Guerra Civil. Como hemos visto, en fin, Pere Isern fue enterrado el 31 de octubre de 1938 en el cementerio de Escaldes, en una multitudinaria ceremonia a la que no debía ser ajeno la presencia en Andorra de su hermano.

Pero el caso más singular, enseguida lo verán, es el de Josep Forradelles, natural de Noves de Segre (Lérida), "de unos 26 años de edad y maestro de primera enseñanza", dice el acta de la visura, con el reglamentario mort qui t'ha mort y mort és qui no parla. Singular porque murió, lo hemos visto, a consecuencia de un mal golpe que se pegó en la cabeza de camino hacia Andorra. Sus compañeros de viaje lo relatan como sigue: "El martes, de madrugada [30 de agosto de 1938] se encontró muy cansado diciendo que no podía seguir [...] Como nevaba y hacía muy mal tiempo, intentamos hacerle reaccionar practicándole unos masajes, y entre dos lo ayudamos a caminar hasta que estuvimos a medio kilómetro de la frontera [con Andorra]". Fue aquí, a la vista del Port Negre, donde cayó muerto. Al día siguiente, sus compañeros, que habían continuado el camino sin él, "convencidos de que no podían hacer nada por él y resultándoles imposible trasladarlo hasta territorio andorrano por lo agotados que se encontraban", regresaron al lugar del Cap dels Clots de la Tora, en Claror -este es el topónimo que consta en el acta-, donde habían abandonado el cadáver, para recoger el cuerpo. Necesitaron una comitiva de ocho hombres, a las órdenes de los policías Riberaygua y Benazet, reforzados por "dos guardias mandados por el Sr. Coronel Comisario Extraordinario" -¡Baulard!- para trasladarlo hasta las Feixes del Jaumetó, en Escaldes, "donde el tribunal nos estaba esperando".

El expediente de Forradelles se completa con la correspondencia en que su padre, Josep, reclama sus pertenencias y el dinero que llevaba encima al morir. No parece muy satisfecho con las cuentas del batlle andorrano, según el cual al difunto se le encontraron al morir "en total, 4.700 pesetas de serie, tres billetes de veinticinco pesetas serie nueva y un miliciano de 5 pesetas, y además 21,50 pesetas de plata". De esta cantidad, la familia recuperó exactamente 2.200 pesetas, "después de deducidos todos los gastos que dice [el batlle] que tuvo que liquidar en francos y haciendo un mal negocio". "Ruinoso", dirá el padre Forradelles con cierto humor negro, y sin conseguir sacarse la mosca de detrás de la oreja porque, dice, su hijo "llevaba más de 6.000 pesetas en serie y el guía cobróse 675". Pues lo cierto es que hechas así, las cuentas no salen. 

Casal i Vall, eslabón perdido de la fotografía andorrana de entreguerras
El primer enigma de esta estupenda historia de misterio era el nombre del autor de las 144 placas de vidrio adquiridas en otoño por el Archivo Nacional en una librería de lance de Barcelona, con escenas de la vida cotidiana de la Andorra de los años 30 -los pioneros del esquí y los primeros excursionistas, más bien exploradores; procesiones religiosas y fiestas mayores, faenas del campo y caramelles, gendarmes y naturalmente, fotografía digamos forense. Escorihuela intuía entonces y con buen ojo qe el autor tenía que ser un andorrano (o hijo de andorrano) establecido en Barcelona pero que pasaba largos períodos en el país. La pista que nos lleva hasta Narcís Casal -que en 1956 levantaría, junto a sus tres hermanos, la editorial Casal y Vall, sello fundamental en el mercado editorial catalán de los años 60- es el reverso de la fotografía de Emili Font enviada a Burgos por la policía andorrana para confirmar la identidad, y donde consta nítidamente la firma del autor: "Cliché N. CASAL". Un fotógrafo de quien hasta la fecha no teníamos noticia, pero que ayudará a reconstruir gráficamente uno de los períodos más convulsos y, por lo tanto, interesantes, del siglo XX andorrano. También obligará al Archivo a un esfuerzo suplementario para adquirir -si todavía está a tiempo- el resto de la colección de Narcís Casal, inicialmente descartada porque era de temática ajena a Andorra. 

[Este artículo se publicó el 24 de marzo del 2015 en el diario Bon Dia Andorra]

miércoles, 14 de mayo de 2014

Andorra, 18 de octubre de 1943: una crónica

El abogado catalán José María Malagelada relató la lectura de la última sentencia de muerte dictada en Andorra -y la subsiguiente ejecución del reo, Pere Areny Aleix- en el opúsculo Notas al margen de una ejecución capital.

De acuerdo: antes que nosotros ya había buceado en este fascinante opúsculo Jorge Cebrián en Pena capital -documental imprescindible paera una comprensión cabal del caso, hoy incomprensiblemente fuera de circulación- y gracias a Lídia Armengol, pionera en tanos ámbitos y que ya en 1977 publicó un extracto del libro en el número 2 de Quaderns d'Estudis Andorrans. Pero es que nosotros hemos tenido la fortuna de ir directamente al original, cortesía del bibliógrafo Casimir Arajol. Hablamos, claro, de Notas al margen de una ejecución capital, una obrita de apenas 15 páginas firmado en Andorra la Vieja en octubre de 1943 por Jose María Malagelada, abogado catalán y testimonio presencial de los hechos, que constituye lo más próximo a una crónica periodística de la infausta jornada del 18 de octubre de aquel año: ya saben, la lectura pública de la sentencia que condenaba a Pere Areny Aleix, autor confeso de la muerte de su hermano Anton Aleix Baró ,a ser pasado por las armas, y la inmediata ejecución del reo en el paraje de la Roureda de Moles, al lado del cementerio viejo de Andorra la Vella.






Los cuatro folios de la sentencia que condena a la pena capital a Pere Areny Aleix, dictada el 15 de octubre  que considera al reo "autor del delito de asesinato de su hermano, con los agravantes de alevosía, premeditación, nocturnidad, uso de medios desproporcionados y otros no especificados"; la pena capital acostumbraba a ejecutarla en Andorra un verdugo venido expresamente de España o de Francia; en esta ocasión, y en atención al contexto bélico, los jueces establecen que sea pasado por las armas y que de la ejecución se encarguen los seis agentes de policía entonces en servicio en Andorra; uno de ellos renunció a su puesto por motivos de conciencia. Fotografía: Archivo Nacional de Andorra. 

Y sacamos aquí a colación las Notas de Malagelada por el valor documental del relato, porque aporta una perspectiva estrictamente coetánea del shock que el asesinato de Anton produjo en la estrecha sociedad andorrana de la época:  un país con apenas 6.000 almas, con una economía de pura subsistencia y en el que la modernidad estaba a punto de irrumpir con fórceps. También porque completa la visión del caso que semanas atrás ofrecía aquí mismo Jordi Mas Bentanachs. Seguro que lo recuerdan: el pariente del fratrricida -y también de la víctima: eran hermanastros- denunciaba por primera vez en público las grietas del juicio que llevó al paredón a Pere Areny., que no fue examinado por los médicos a pesar de que el Tribunal de Corts -la instancia penal en el sistema judicial andorrano- le reconoció "una mentalidad bastante simple", así como las -según Mas Bentanachs- inexactitudes que se han ido repitiendo pertinazmente cada vez que el caso sale a debate: señaladamente, el móvil del crimen -el supuesto interés de Pere por hacerse con la herencia del hermano mayor (y heredero) y la muerte el año anterior al crimen de otra hermana, Antònia ,que la memoria popular pone también -y erróneamnte, sostiene Mas- en el zurrón de Pere.

Pero hoy es el turno de Malagelada, que insiste para empezar en que el móvil fue "el temor de la víctima, con ocasión del matrimonio que [Anton] tenía proyectado, de que se le alejara la posibilidad de heredarlo". La hipótesis oficial, que también se da como plausible en Pena capital, donde se cita incluso el nombre de la supuesta novia, vecina de Soldeu, con quien Anton se había prometido. Un extremo que Mas niega rotundamente. El abogado catalán alude también al rumor que atribuía a Pere la muerte de su hermana Antònia, "ahogándola en la misma cama donde yacía enferma desde tiempo atrás, afectada de una gravísima enfermedad, y haciendo creer que había muerto por causas naturales hasta que lo descubrió en el momento de confesar". Apela Mas en este punto a la presunción de inocencia y al hecho incontrovertible de que la sentencia -cuyo original se conserva en el Archivo Nacional de Andorra, y que reproducimos aquí arriba- no dice ni mu al respecto. Malagelada pierde en este asunto buena parte de su credibilidad -y demuestra que se ha dejado llevar por la rumorología popular- al sostener que Antònia había muerto "unos años antes": en realidad, falleció en 1942, el año anterior a los hechos. Tampoco se refieren a esta supuesta confesión las diligencias del batlle francés y de la policía cuyas copias conserva Mas y a las que hemos tenido acceso. Quizás existan otras diligencias en las que se menciona tanto el móvil como esta supuesta confesión, pero hasta que no aparezca el documento -si es que existe- parce que deberíamos atenernos, como solicita legítimamente Mas, a las pruebas de que disponemos, aunque sean menos truculentas que los rumores.

Describe Malagelada las últimas horas del reo, a quien el arcipreste de Andorra, mosén Lluís Pujol, comunica la sentencia el mismo 18 de octubre, poco antes de ser conducido en comitiva desde la celda situada en los bajos de Casa de la Vall hasta la plaza Benlloch, donde tendrá lugar la lectura pública: "Se hizo el silencio Se anuncia que la sentencia será leída y lo hace el notario francés, señor Moles (...) El reo escucha que será pasado por las armas sin que se le contraiga un solo músculo de la cara (...) Su expresión es de una serenidad que asusta (...) En cumplimiento de una antigua tradición indígena, el Tribunal espera si alguna autoridad o particular solicita clemencia para el reo, caso en el cual le sería conmutada la pena de muerte por la de reclusión perpetua. Sólo son dos minutos, pero parece que hayan tardado un siglo en transcurrir. Nadie ha dicho ni una palabra. El pueblo de Andorra, con su silencio, también ha dictado sentencia".

¿Ejecución o espectáculo?
El relato completa también la película rodada por Bonaventura Rebés desde el balcón de su casa, al final de la cual se intuyen dos procesiones que emergen de la iglesia parroquial: son, dice Malagelada, las congregaciones de la Buena Muerte y de los Dolores, mientras las campanas del templo tocan a difuntos: "Es un entierro que sale a buscar a su muerto", concluye tétricamente el autor ,que acompaña al reo y al "piueblo de Andorra" hasta la Roureda de Moles, donde se ha levantado el patíbulo en que Pere Areny será ejecutado: "El batlle le ofrece escoger entre morir de frente o de espaldas al pelotón. El reo, que csigue esposado por delante, opta por la primera (...) El jefe de policía levanta el brazo, los fusiles apuntant y, sin decir ni una palabra, lo baja con un movimiento repentino al tiempo que suena una descarga cerrada (...) Dos médicos [Esteve Nequi y Antoni Vilanova, ambos con calle hoy a su nombre en Andorra la Vella] comprueban la defunción del reo, cosa que hace innecesaria el tiro de gracia.

Malagelada termina el relato con el perdón que Pere Areny, a través de mosén Lluís Pujol, pidió de forma póstuma a lpueblo de Canillo, "reconociendo la justicia de la sentencia", y no puede evitar una última y no muy amable consideración sobre lo que acaba de ver: el "rito" con que se reviste la ejecución, dice, parece haberla transformado en un puro "espectáculo". Lo cierto es que todo el proceso tuvo lugar siguiendo punto por punto las instrucciones del Manual Digest, cuyo capítulo III describe detalladamente el "ceremonial, modo i forma se trauen los reos a deposar", el "ceremonial en lectura de sentencias criminals majors" y la "ejecución de sentenas criminals majors". Es decir, el caso Areny. Todo está en el Manual Digest, una especie de compilación de los usos, costumbres locales escrito en 1748 por Fiter i Rossell: desde cómo hay que trasladar al reo desde Casa de la Vall hasta la plaza mayor -hoy, Benlloch- rodeado de una fuerza especialmente nutrida para evitar que al pasar por delante de la parroquial de Sant Esteve se pueda acoger a sagrado, hasta el reglamentario toque de difuntos y la salida en procesión de las congregaciones del Rosario, del Santísimo y de las Ánimas.

Todo, así que en 1943 no inventaron nada. Tan solo innovaron -como es bien sabido- en el procedimiento de ejecución: el obispo Caixal proscribió en 1854 la horca hasta entonces vigente por aquí arriba -recuerden el caso de las burjas locales- y la sustituyó por el más humanitario garrote vil. Bueno, esta era la teoría. Pero el contexto bélico y la imposibilidad de ir a buscar verdugo a Espoaña o a Francia obliga al Tribunal de Corts a improvisar la solució de pasar a Pere Areny por las armas. Hay que decir que, según el documental Pena capital -existe una copia disponible para consiulta pública en el Archivo Nacional- el garrote que hoy se econserva en los depósitos del servicio de Patrimonio del ministerio, en Aixovall, sólo su utilizó en una ocasión: en 1860, para ejectutar a Joan Mandicó, vecino como Pere de Canillo y -ya es casualidad- tío abuelo del mismo Pere y, claro, también de Anton. A diferencia de su sobrino nieto, Mandicó fus agarrotado en la intimidad de Casa de la Vall y se ahorró la exhibición pública de su suplicio. 

[Este artículo se publicó el 13 de noviembre de 2013 en El Periòdic d'Andorra]