Incursiones relámpago, estilo Sturmtruppen, en episodios que tuvieron lugar en Andorra y cercanías durante la Guerra Civil española, la II Guerra Mundial y las dos postguerras, con ocasionales singladuras a alta mar, a ultramar y si conviene incluso más allá.
[Fotografía de portada: El Pas de la Casa (Andorra), 16 de enero de 1944. La esvástica ondea en el mástil del puesto de la aduana francesa. Copyright: Fondo Francesc Pantebre / Archivo Nacional de Andorra]

Mostrando entradas con la etiqueta Mas. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Mas. Mostrar todas las entradas

jueves, 1 de octubre de 2015

1933: el año que casi fuimos una república

El historiador Gerhard Lang, biógrafo de Boris Skossyreff, sostiene que el síndico Pallarès, secundado por el Consell General, planeaba prescindir de los Copríncipes y proclamar la República, y que estuvo "en un tris" de conseguirlo. La destitución del Consell decretada por el Tribunal de Corts, la convocatoria de elecciones para el 31 de agosto y sobre todo, la presencia de Baulard y sus gendarmes, ayudaron a sosegar los ánimos. De Pallarès, poco más se supo.


Colegio electoral del quart de Escaldes, que entonces formaba parte de la parroquia de Andorra la Vella, en las elecciones que tuvieron lugar el 31 de agosto de 1933 y bajo la tutela de los gendarmes de Baulard. Una imagen de esta serie sirvió para ilustrar la portada del especial que La Vanguardia dedicó a los comicios andorranos, que llamaron la atención de la prensa internacional. Al año siguiente, calmados ya los ánimos, el encargad de soliviantar al personal fue Borís Skossyreff. Fotografía: Fondo Brangulí (Biblioteca Nacional de Cataluña). 





Los guardias móviles de Baulard, en la plaza Benlloch de la capital, donde tenían su cuartel general: el destacamento llegó a Andorra el 19 de agosto con  la misión de garantizar el orden público -ante las movilizaciones de los obreros de Fhasa- y hacer cumplir la resolución del Tribunal de Corts, que el 10 de junio había destituido a un Consell General francamente refractario a acatar las decisiones judiciales, algo que por lo visto ha creado escuela Runer abajo. Fotografías: Fondo Brangulí (Biblioteca Nacional de Catalunya).

Dos policías franceses montan guardia ante la central de Fhasa entonces en construcción, a la salida de Escaldes en dirección a Encamp. El edificio existe todavía. Fotografía: Fondo Brangulí (Biblioteca Nacional de Cataluña).

¡Qué año, 1933! Vale que al siguente Boris la armó, y cómo, pero admitamos que todo empezó a hervir en abril de 1933. Ya sabe, con la ocupación, el 5 de ese mes, de la Casa de la Vall por un grupo de "jóvenes" que reclamaban, para empezar, la instauración del sufragio universal -masculino, por supuesto- la publicidad de las sesiones del Consell General y la modernización de la administración; fue también el año de las dos huelgas convocadas por los obreros de Fhasa, algo jamás visto por aquí, y la consiguiente movilización del somatén, y la primera intervención de los gendarmes de Baulard, que aterrizaron en este rincón de Pirineo el 18 de agosto y se quedaron hasta el 9 de octubre, una vez elegido el nuevo (y más dócil) Consell, y restablecido aparentemente el orden.

Todo esto nos lo habían contado con cierta prolijidad Antoni Morell (52 dies d'ocupació?) y Arnau González i Vilalta (La cruïlla andorrana de 1933), y parecía por lo tanto que el tema estaba finiquitado. Pues nos equivocábamos, porque Gerhard Lang, el historiador y grafómano alemán que ha buceado en los pontificados de los cuatro primeros obispos de Urgel del siglo XX - Riu, Laguarda, Benlloch y Guitart-, que ha investigado los intentos (frustrados) de Friedrich Weilenmann por establecer unos correos andorranos, además de la figura proteica de nuestro gran Borís, desarrolla una interpretación alternativa de los hechos que tuvieron lugar en ese año crucial en Andorra, 1920-1940, nuevo tocho que busca editor y que aporta una perspectiva inédita, por no decir revolucionaria, a los acontecimientos de 1933.

Por resumir: Lang sostiene que los síndicos del momento, Roc Pallarès -el del telegrama a Roosevelt- y Agustí Coma, tenían un plan más o menos secreto, una -ejem- agenda oculta para prescindir de los Copríncipes y proclamar la república, "siguiendo un modelo similar al español", y que contaba para esta aventura pintoresca y de resultado tirando a incierto "con el apoyo de la mayoría del Consell General". Lo argumenta a partir de la interpretación de la documentación ya conocida  conservada en los archivos diplomáticos de Nantes y en los de los Pirineos Orientales, en Perpiñán, así como en el vaciado de la prensa madrileña de la época -"Sigue con mucho detalle los acontecimientos de esos meses decisivos, y Vilalta la pasa por alto"- con aportaciones personales como el proyecto de Constitución redactado por el mismo Weilenmann, inspirado en el modelo suizo y tan avanzada que el Consell difícilmente la hubiera aprobado, sospecha.

El trabajo de zapa estaba "muy avanzado" del lado de la Mitra: dice Lang que hacía tiempo que el obispo Guitart había dejado de ser el interlocutor del Consell, que despachaba directamente con las autoridades republicanas; del lado francés las cosas era algo más peliagudas, pero en este sentido iba la contumaz negativa de reconocer la autoridad de Joseph Carbonell, el veguer adjunto, una figura inventada en 1932 para vigilar á Charles Romeu -especula Ludmilla Lacueva, biógrafa del veguer; la sibilina asunción de competencias ajenas, como el mando de facto de la policía -cuenta Lang que el encargo de una partida de armas a Bilbao por parte del Consell enardeció al veguer francés, de quien dependían las fuerzas del orden, y que hubo repetidos intentos de prescindir de Paul Larrieu, viejo amigo nuestro que desde 1932 se encargaba de la instrucción de los agentes locales: diez años después, seguía al pie del cañón-, y la reforma de la ley electoral para que pudieran votar todos los hombres mayores de 25 años -y no sólo los caps de casa, como hasta entonces.

Pallarés, síndico y oportunista
Esta última constituía, de hecho, una de las reivindicaciones de los amotinados de abril -aunque ellos, en realidad, pretendían rebajar la edad del voto a los 21 años y, atención, no tenían ninguna intención de romper amarras con respecto a los Copríncipes- y Pallarés la asumió de forma "oportunista". Y este "oportunista" es el adjetivo que, dice, mejor le sienta al síndico, "un individuo que sólo buscaba su propia supervivencia política y que por esto mismo, y si era postulando la independencia, adelante; en cierta manera, me recuerda a Artur Mas": "Tres días después de la ocupación de la Casa de la Vall se convoca una Asamblea Magna en que "tras un orden del día transido de minucias administrativas se intuye la decidida voluntad de prescindir de los Copríncipes". Cuando el Tribunal de Corts los destituye en bloque, el 10 de junio, síndicos y consellers ignoran la resolución y siguen ejerciendo sus funciones, hacen suyas las reivindicaciones de los revolucionarios, y el 27 de julio, dos días antes de ser desposeídos de sus cargos, les pasan la patata caliente a los comuns, solicitándoles que se pronuncien sobre la ruptura institucional: unos, como la capital, se oponen; otros, como Canillo, asienten, y también los hay que guardan silencio: "El caso es que el 29 de julio se impone el criterio de los consellers destituidos, un criterio que para muchos equivalía a una declaración de independencia respecto de los Copríncipes".

En este contexto, la llegada de Baulard como comisario extraordinario al frente de sus guardias móviles se antoja providencial, aunque lo cierto es que hacer entrar en razón al destituido Consell General era sólo una de sus misiones. De las elecciones del 31 de agosto, convocadas por los Copríncipes, emergió un nuevo Consell con el síndico Pere Torres al frente: "No era la opción preferida por los Copríncipes, que hubieran optado por Cairat, pero Torres, por lo visto, tampoco era tan refractario a su autoridad como lo había sido Pallarès. Un hombre, este último, que solo aspiraba a "perpetuarse en el poder", y que por esta misma razón abrazó con el entusiasmo del neófito la causa de la independencia: "De hecho, pretendía que el cargo de síndico fuera vitalicio, y que los consellers se eligieran por dos mandatos -12 años en total- según un proyecto inédito que he localizado en en el alamanaque Gotha".

Lang especula, en fin, que de haber planteado abiertamente sus intenciones rupturistas, el pueblo -que había encajado muy mal la destitución unilateral del Consell decretada por el Tribunal de Corts, "no lo hubieran seguido porque entendían que hubiera sido un suicidio". Y concluye que si los franceses "no hubieran intervenido, habría ganado la lista independentista". Sin Pallarès, por cierto, inhabilitado como todo el Consell destituido a un año alejado de la vida pública: "En mi opinión, todo esto estuvo en un auténtico tris de que ocurriera". Sensacional, ¿no? Pues bien pronto, más. En Andorra, 1920-1940.

[Este artículo se publicó el 30 de septiembre de 2015 en el diario Bon Dia Andorra]

sábado, 5 de julio de 2014

Cuando Andorra regateó a Napoleón

Se cumple el segundo centenario del decreto napoleónico que restableció la soberanía francesa sobre Andorra.

Hace 200 años, el 27 de marzo de 1806, Napoleón Bonaparte firmaba en el palacio de las Tullerías de París el decreto imperial que restablecía la (co)soberanía francesa sobre Andorra y que le permitía añadir el de Copríncipe a su larga colección de títulos, comenzando por el de Emperador de los franceses, desde 1804, y rey de Italia, desde 1805. No era fruto de una brillante campaña militar, ni de una astuta encerrona del estilo del pacto de Bayona, que como es sabido comportó la abdicación de los Borbones españoles en favor de su hermano José I. Ni mucho menos. La firma de Napoleón al pie del decreto imperial fue un gol en toda regla que la (ejem) diplomacia andorrana metió por la escuadra del monarca más pdroso del momento, según la entusiasta interpretación que acompaña la exhibición -por primera vez en público- de la copia andorrana del documento, que con motivo del bicentenario se puede visitar en la Casa d'Areny-Plandolit de Ordino.

Napoleón en su estudio de las Tullerías, óleo pintado en 1812 por Jacques-Louis David por encargo del duque de Hamilton que desde 1954 se conserva en la Washington National Gallery of Art. Quizás fue en este lugar donde el emperador firmó el decreto por el que restablecía la qüèstia y por lo tanto la cosoberanía sobre Andorra, suspendida en 1793. Fotografía: Washington National Gallery of Art. 

Fotografía inédita del Armario de las Seis Llaves en 1936, que distribuyó la agencia Wide World Photo; en este mueble que todavía existe en un rincón de la sala noble del antiguo Consell General, en la Casa de la Vall de Andorra la Vella, se conservaron hasta 1993 -fecha en que fueron depositados en el Archivo Nacional- los principales documentos generados por el Consell General, el órgano legislativo andorrano. Entre ellos, la copia del decreto imperial que restablecía la qüèstia. En 1976, con la segregación de Escaldes y la creación de la séptima parroquia, se le añadió una séptima llave, una por parroquia: para abrir el armario, se debían introducir las siete llaves simultáneamente. Fotografía: Wide World Photo / Fondo Marc Pantebre / Archivo Nacional de Andorra.

Aquel 27 de marzo de 1806 hacía más de seis años que se jugaba el partido: exactamente, desde que en 1801 el Consell General -el órgano máximo de la administración andorrana- había comisionado a dos de sus miembros para solicitar a Bonaparte el retorno a la situación anterior a 1793, cuando en plena resaca revolucionaria al tesorero del Arieja le dio un ataque de ortodoxia y se negó a recibir les 935 libras en que el historiador Antoni Morell cifra el tributo -la qüèstia, de reminiscencias feudales y por lo tanto contrarrevolucionarias- que históricamente satisfacía Andorra al copríncipe francés. El honorable pero insidioso gesto del tesorero -¿quién le mandaba hacerle ese favor a los andorranos?- comportó la suspensión de hecho de la cosoberanía que desde 1278 -con el Segundo Pareatge- ejercían el obispo de Urgel y el rey de Francia -heredero del conde de Foix, que es quien firmó el documento. No es que los andorranos sintieran una especial devoción por el emperador, sino que el mutis francés ponía en peligro el equilibrio de poderes entre España y Francia preconizado por Fiter i Rossell en el Manual Digest como una de las claves de la independencia del país. Y sobre todo, y esto era mucho peor, finiquitaba el peculiar régimen aduanero que -ya entonces- se encontraba en la base de la precaria  prosperidad andorrana: "La Revolución no había tenido consecuencias en la vida política de Andorra porque incluso en tiempos de la monarquía absoluta la intervención francesa se limitaba al nombramiento del veguer. Pero sí tocó los bolsillos de los ciudadanos: como súbditos que según este alambicado régimen de Coprincipado se consideraban del rey de Francia, podían importar libremente del país vecino alimentos y otras mercancías con las que mercadear luego por España. Un privilegio similar por el lado español les permitía exportar productos andorranos Pirineos abajo. Así que se había instituido desde tiempos remotos un singular circuito comercial transpirenaico: sobre todo, mulas y animales de tiro, que los andorranos compraban en Francia, engordaban en el Principado y revendían en España haciéndolos pasar por propios", cuenta el también historiador David Mas.
La Revolución había acabado con este interesante statu quo -interesante para los andorranos, claro. Seis años tardó a burocracia imperial en resolver la insólita petición andorrana: no parece una exhibición de influencia diplomática, precisamente. ¿Cabe hablar en estas circunstancias de gol andorrano? ¿Ni siquiera de dribling? "Era necesaria una cierta habilidad para que un asunto que afectaba a la remota, insignificante Andorra llegara siquiera a los oídos del emperador. Y también hay que tener en cuenta la coyuntura: Napoleón estaba en el momento de máximo apogeo. Con el Coprincipado se investía de uno de los títulos -y del aura que lo acompaña- que habían ceñido los monarcas franceses, un gesto que también podía tener algo de vanidad personal. Por otra parte, Bonaparte se aseguraba el control de un paso fronterizo que podía ser decisivo en el caso de una hipotética invasión de España". O no tan hipotética, si tenemos en cuenta cómo transcurrió posteriormente la historia. En cualquier caso, ya fuera por la pericia de los negociadores, por el contexto internacional o por la vanidad del emperador, lo cierto es que Andorra recuperó en 1806 la cosoberanía, y de paso los privilegios comerciales. Y que tanto la una como los otros los ha sabido conservar hasta el día de hoy. Y para esto sí que es necesaria una indiscutible habilidad.

¿Y si no hubiera firmado?
La situación políticamente inédita (y dudosa) en que quedó Andorra entre 1793 y 1806, cuando Napoleón ordena aceptar el tributo andorrano y el nombramiento del veguer, y restablecer con este simple gesto la cosoberanía, permite especular con lo que hubiera podido ocurrir si el emperador no hubiera firmado el dichoso papel. O si la petición, más bien súplica andorra -qué extraño, debió de pensar el corso, que vengan a casa a decirme que no quieren ser independientes, que prefieren tener como soberano a alguien como yo- no hubiera llegado a sus altas manos. ¿Habría continuado Andorra bajo la soberanía ahora única del obispo de Urgel? O más probablemente habría terminado absorbida por uno u otro de sus ambiciosos, insaciables  vecinos? En este último caso, ¿por cuál? ¿Por la poderosa Francia, que con Napoleón ya había previsto la anexión de la Cataluña español? ¿O quizás por España, hacia donde basculaba de forma natural la influencia del obispo, y que también había trazado una serie de planes más o menos quiméricos para ocupar el Principado, uno a cargo de Francisco de Zamora, a finales del XVIII, y otro algo más tardío, obra de Bonifacio Ulrich y fechado hacia 1840? Mas lo tiene claro: "La cosoberanía ha sido históricamente la garantía de nuestra independencia. Con el obispo como copríncipe único, calculo que a mediados del siglo XIX, tras la Desamortización de Mendizábal y en el contexto de las guerras carlistas, España hubiera intentado zamparse a Andorra. Otra cosa es si Francia lo hubiera permitido. Aunque también cabe imaginar una especia de transacción entre ambas. Por ejemplo, que Andorra pasara a manos españolas a cambio de la cesión a Francia del enclave de Llívia. O el mismo tejemaneje pero con el Valle de Arán como moneda de cambio. Lo que me parece de todo punto inimaginable es que Andorra hubiese sobrevivido hasta el día de hoy como estado independiente". En cualquier caso, la historia parece haberle dado la razón a Fiter i Rossell, que aviesamente recomienda en el Manual: "En temps de guerra entre Espanya i França, no demostrar parcialitat per una Corona en contra de l'altra, sinó conserva la neutralitat" (máxima 37). Y también: "Per ningun motiu redimir-se de la quèstia i drets que les Valls paguen als coprínceps, ni tampoc procurar altra Justícia que la que han tingut fins al present" (máxima 48).

El armario de las sorpresas
El decreto imperial que hasta el 27 de abril se expone en la Casa d'Areny-Plandolit procede el fondo documental conservado en el llamado Arxiu de les Set Claus (Archivo de las Siete Llaves), así denominado porque se custodiaba en el Armari de les Set Claus (Armario de las Siete Llaves: una por parroquia, o que es como se llaman los municipios por aquí arriba) que por lo menos desde 1580 servía de archivo para la documentación que generaba el Consell General, el máximo órgano político y administrativo del país: actas, sentencias, privilegios, cuentas, ordenaciones, resoluciones, correspondencia con copríncipes y veguers, e incluso una escogida biblioteca con títulos como la copia manuscrita del Manual Digest (1748), el Politar andorrà (1763) y la Lleuda de Cerdanya (1493). Pero la estrella del Arxiu de les Set Claus és el Pareatge de 1278, firmado por el obispo de Urgel, Pere d'Urg, y Roger Bernat III, conde de Foix y vizconde de Castellbò, un documento que constituye el acta de nacimiento del Coprincipado. Interesante es también el Codex miscel·lani, un conjunto heterogéneo de textos fechado entre los siglos XII y XVI, entre los que destaca un largo fragmento en catalán del Tristany i Isolda que el romanista suizo Enric Ros sospecha que podría tratarse de la versión madre -procedente, eso sí, del original francés, hoy perdido- de uno de los títulos fundacionales de la literatura occidental. Vamos, que según el bueno de Ros los Tristanes que pululan por el mundo son (quizás) traducciones y versiones del andorrano... En total, el Arxiu de les Set Claus conserva 5.525 documentos en papel y 190 pergaminos, el más antiguo de los cuales data de 1176, que no está nada mal. Faltan, eso sí, las actas del Consejo entre 1681 y mediados del XIII. Un lamentable vacío que ha impedido seguir, por ejemplo, la peripecia de la comisión encargada de negociar el regreso de la cosoberanía. O la génesis del Manual Digest, el gran tratado político e institucional del país. Añadamos para finalizar que el Armari de les Set Claus lo fue originalmente de solo seis: la séptima llave hiubo que añadirla un cerrajero en 1978, cuando Escaldes -hasta entonces un quart o barrio de la capital, Andorra la Vella- se convirtió en la séptima parroquia del país. Los fondos del Arxiu de les Set Claus se microfilmaron en 1983 y se pueden consultar en el Archivo Nacional.

[Este artículo se publicó el 14 de abril de 2006 en el semanario Presència]





jueves, 27 de marzo de 2014

La Virgen de Meritxell: ¿chamuscada, secuestrada o robada?

Erik el Belga sugiere que el incendio del santuario de Meritxell, el 8 de septiembre de 1972, podría haber servido de coartada para ocultar la sustracción de la talla románica de la patrona de Andorra; Sergi Mas, último restaurador de la pieza, y Pere Canturri, en la época director del servicio de Arqueología del Consell General, discrepan sobre los detalles de un episodio que todavía levanta ampollas.

"Más que sopechoso". Contundente y lacónico: así despacha René vanden Berghe, alias Erik el Belga, el incendio que la noche del 8 de septiembre de 1972 arrasó el santuario de Meritxell, en Canillo (Andorra) y -siempre según la versión oficial- la talla románica de la patrona. Sospechoso porque la coartada del incendio -viene a decir nuestro hombre- es un expediente clásico que ha servido históricamente para camuflar el robo de incontable sobras de arte. Y lo dice uno que sabe de lo que habla. Vale que Erik el Belga desmiente inmediatamente cualquier implicación en el asunto y que alega no saber nada sobre lo que ocurrió aquella fatídica noche.

Más que nada, reconoce, por las dificultades logísticas que comportaba trabajar en el país. Y vale que, como él mismo se encarga de resaltar en el subtítulo de sus memorias, estamos hablando del ladrón de arte "más famoso del mundo", y por lo tanto hay que aplicar a su testimonio una saludable y preventiva dosis de escepticismo. Pero exactamente por el mismo motivo, se trata de la opinión de un experto en la materia. Una opinión que además coincide con los rumores que ya en la época corrieron de boca en boca y que apuntaban a una versión alternativa: que la talla no había ardido con el santuario sino que alguien la había hecho desaparecer oportunamente antes del incendio. Una hipótesis que está, por cierto, en la base de la trama de Azul de Prusia, la novela con que Albert Villaró se llevó en el 2006 el premio Carlemany.


Talla románica policromada de la Virgen de Meritxell que ardió en el incendio del 8 de septimebre de 1972 (según la versió oficial, claro). Medía 83 centímetros de altura, y calzaba unos zuecos tan desproporcionados que recibió el sobrenombre de Mare de Déu dels Esclops, la Virgen de los Zuecos. La fotografía esta tomada por Guillem de Plandolit antes de 1933; hay que decir que hasta 1950 la imagen que se veneraba en el santuario como si fuera la Virgen de Meritxell no era la talla románica de la patrona sino otra talla gótica de la Virgen del Roser, más acorde con los gustos estéticos de la época.. Fotografía: Fondo Guillem de Plandolit / Archivo Nacional de Andorra.

El incendio del santuario de Meritxell se declaró a medianoche del 8 de septiembre de 1972, justo después de la romería que cada año se celebra este día con motivo de la festividad de la patrona; el informe oficial atribuye el desastre a una chispa provocada por el obsoleto sistema eléctrico que prendió en el entarimado del templo. Fotografía: Fondo Peig / Archivo Nacional de Andorra.
El tallista Sergi Mas contempla una copia de la talla de Meritxell en su taller de Aixovall, Sant Julià de Lòria; el Consell General le encargó en 1969 una réplica exacta para obsequiar al obispo Iglesias Navarri, así que Más conoce al dedillo las intimidades físicas de la Virgen. Fotografía: Máximus.

Lo recuerda desde su refugio de Aixovall, Sant Julià de Lòria, el tallista Sergi Mas. Voz doblemente autorizada porque él es el autor de la réplica de la talla original que el Consell General le ofreció al obispo Iglesias Navarri cuando hizo efectiva su renuncia, en 1969 -una copia "exacta, la más fiel al original que jamás se haya hecho", dice ,y que como veremos le proporcionó un conocimiento exhaustivo, casi forense de la anatomía de la pieza- y porque Mas fue unno de los centenares de ciudadanos que la mañana del 9 de septiembre de 1972 se plantificó en Meritxell para contemplar el desastre. Con la particularidad de que tuvo la ocurrencia de saltarse de estranquis el cordón policial, penetrar en lo que quedaba del santuario, subir al camarín de la Virgen e inspeccionar personalmente la magnitud de la tragedia.

¿Qué se encontró, allí arriba? O por decirlo con más propiedad: ¿qué no se encontró en el camarín? De entrada, recogió lo que quedaba de la talla gótica de la Virgen del Roser que hasta 1950 se había venerado en lugar de la de Meritxell, más rústica y primitiva y por lo que parece menos del gusto de los andorranos del siglo XIX y primera mitad del XX. Un tocón, este del Roser, al que todavía se le reconocían vagamente las formas marianas y que entregó diligentemente a los bomberos que trabajabanen la extinción del incendio. Hasta aquí, todo iba bien. Pero en el camarín de la patrona las cosas empezaron a torcerse: alí no quedaban ni los restos del tocón carbonizado de lo que durante los últimos ocho siglos había sido la Virgen de Meritxell. nada. Ni tan siquiera los clavos de hierro forjado -seis, como mínimo, asegura- que fijaban la talla a su humilde trono de madera.

El misterio de los clavos forjados
La talla se había fundido, literalmente. Y precisamente la de la patrona. Un fenómeno que cuatro dácadas después todavía le da a Mas que pensar: "Cuando tallé la copia que le regalaron al obispo Iglesias Navarri tuve que subir muchas veces al santuario para tomarle medidas y muestras de color, calcar la silueta de frente y de lado, tanto de la Virgen como del Niño. Hasta le hice una máscara; en fin, que tallé una copia exacta", insiste. Tanta intimidad le permitió conocer algunos de sus secretos mejor guardado, comenzando por los clavos de forja y terminando por la policromía: en la capa de pintura original -que sólo se había conservado en la parte posterior de la talla- se le había añadido como mínimo otra capa en una restauración anónima que fecha a finales del siglo XIX. Si a las reglamentarias tres capas de cola que los artesanos medievales aplicaban de oficio a una talla les añadimos la del lífting decimonónico, el resultado final da un grosor de entre 2 y 5 milímetros que, añade Mas, "funcionaba como una especie de armadura de yeso incombustible". Además, estamos hablando de un tocón que tenía casi mil años y que por lo tanto tenía que haber perdido casi toda la resina, que es el elemento que hace a la madera combustible: "Tendría que haber quedado por lo menos el mismo tocón carbonizado que en el caso de la talla del Roser". Pero no: no quedaron ni los clavos de hierro forjado.

A esta opinión autoriuzada hay que añadirle otro elemento que, recuerda Mas, circul´p en la época con insistencia y que alimentó la imaginación de los más escépticos. Según ellos, los primeros vecnos que llegaron a Meritxell una vez declarado el incendio no entraron en el camarín oirque las llamas ya lo impedían; pero sí que pudieron meter la nariz en la ventanilla posterior del santuario, que daba precisamente al camarín de la patrona. Y la talla ya no estaba en su sitio. A todo lo que antecede hay que añadir -y así lo hace Mas- que la instalación eléctrica del santuario -la causa última del incendio, según la versión oficial- se encontraba en unas condiciones deplorables y que era perfectamente plausible que alguno de los cirios de la procesión nocturna -el 8 de septiembre es la festividad de Meritxell, de gran devoción popular- que se dejaban en el interior del templo cayera accidentalmente al suelo y la llamita prendiera el entarimado de madera.

¿Qué conclusión de puede sacar de todo lo que antecede? ¿Que alguien prendió fuego al santuario para agenciarse la talla de la Virgen? ¿O quizás se aprovechó de un incendio fortuito para sustraerla? Si es asi, ¿quién? "Unos, quizás los más crédulos, se tragaron la versión oficial; los más desconfiados pensaron que aquello no fue un accidente; que no pudo serlo. ¿Qué creo yo? Pues yo explico lo que vi, y sólo sé que en aquellos años corrían por los Pirineos bandas de ladrones de arte". como la de Erik el Belga, aunque él mismo se borrara de lista de hipotéticos sospechosos con el impecable argumento de que, prescrito como estaría el supuesto delito, nada le impediría hoy admitir el trabajo de Meritxell. Si hubiera sido él, claro. Y dice que no.

Así que sólo nos queda la versión oficial. La redactó Pere Canturri, entonces director del servicio de Arqueología que el Consell General había creado en los años 60. Ni las insinuaciones de Erik el Belga ni el testimonio de Mas lo desvían ni un solo milímetro de lo que escribió hace cuatro décadas: "Ojalá me equivoque y algún día la talla aparezca; pero para mi, desgraciadamente, la Virgen se quemó en el incencio". Canturri rebate uno a uno los argumentos que la -digamos- teoría de la conspiración ha ido acumulando durante estos años. Para empezar, apunta como es lógico al mal estado de la instalación eléctrica: "Es perfectamente posible queuna sobrecarga provocara una chispa", dice. Por lo que respecta a la talla, contradice los datos aportados por Mas y sostiene que la Virgen no estaba clavada a la silla por seis clavos; tan solo por uno, que ni siquiera era de forja sino "sencillo, normal y corriente, imposible de disinguir entre los restos de miles de clavos que había en el templo calcinado".

Insiste también en la alta combustibilidad de una talla casi vacía en su parte posterior -donde se ocultaba un reconditorio para las reliquias- y bajo las piernas de la Virgen, por donde iba clavada a la silla, y resta valor al testimonio de los primeros vecinos que se alzaron hasta la ventanilla de la parte posterior del santuario: "Por el ángulo de visión, desde allí era sencillamente imposible alcancar a ver el camarín de la Virgen". Así que lo despacha finalmente con la misma contundencia con que Erik el Belga abría este artículo: "Se trató desgraciadamente de un incendio catastrófico; que la talla se quemara no es en absoluto extaño. Pero insisto: ojalá me equivoque".

'Azul de Prusia': una alternativa de novela
Ni ardió ni la robaron. Por lo menos, en el incendio de 1972. Esta es la tercera vía, la suculenta hipótesis alternativa que plantea Albert Villaró en Azul de Prusia. Según el novelista, aquel 8 de septiembre de 1972 un grupo de tradicionalistas sector intransigente que se presentaban como el Consell de la terra hurtó la talla en una acción inspirada en el secuestro de la Virgen de Nuria perpetrado en junio de 1967 por un comando de antifranquistas catalanes. Con la mala fortuna que justo después de retirar la talla del camarín se declara un incendio y han de salir por patas. No se acaba aquí la cosa porque, cuatro décadas y dos cadáveres después, el espavilado Andreu Boix, o Boix el Viudo -el poli que protagoniza la novela de Villaró- descubre accidentalmente que la talla secuestrada por los héroes de el Consell de la Terra no era la original sino una copia de los años 20 que alguien había colocado en algún momento en lugar de la pieza románica original. Pero, ¿quién? Digamos sólamente que las elucubraciones literarias de Villaró se acercan antes a las de Más que a las de Canturri. Pero háganse un favor y lean Azul de Prusia.

[Este artículo se publicó el 21 de enero de 2013 en El Periòdic d'Andorra]