Incursiones relámpago, estilo Sturmtruppen, en episodios que tuvieron lugar en Andorra y cercanías durante la Guerra Civil española, la II Guerra Mundial y las dos postguerras, con ocasionales singladuras a alta mar, a ultramar y si conviene incluso más allá.
[Fotografía de portada: El Pas de la Casa (Andorra), 16 de enero de 1944. La esvástica ondea en el mástil del puesto de la aduana francesa. Copyright: Fondo Francesc Pantebre / Archivo Nacional de Andorra]

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sábado, 13 de junio de 2015

1860: al garrote por 30 libras

Juan Mandicó, vecino de Canillo, fue condenado a la pena capital y ejecutado el 29 de febrero de 1860. Fue el primer reo que sufrió en Andorra el garrote vil, que en 1854 había sustituido a la horca como método de ejecución. El primero... y también el último. El garrote no volvería a funcionar por aquí arriba: el siguiente condenado a muerte -Manuel Bacó, en 1896- vio en el último momento conmutada la pena por la de prisión a perpetuidad, y Pere Areny fue ejecutado en 1943 por un pelotón de fusilamiento. 



A instancias del Consell, el obispo Caixal instituyó en 1854 el garrote como forma de ejecución en el caso de pena capital, en sustitución de una horca que el Excelentísimo y Reverendísimo Señor tenía por método algo primitivo. Según el prelado, el garrote permitía conciliar "lo últim e inevitable rigor de la justicia ab la humanitat y la decencia en la execucio de la pena capital", en una pintoresa interpretación de lo que es y no es "humanitario". En fin, que el garrote de aquí arriba se conserva hoy en el depósito del servicio de Patrimonio del ministerio de Cultura. A principios de los años 80 apareció por sorpresa en el interior de un cuartucho situado bajo las escaleras de Casa de la Vall que por lo visto utilizaban los verdugos. Hay que tener en cuenta que el garrote original es el artefacto metálico; poste y silla son añadidos actuales. Fotografía: Servicio de Patrimonio.





El notario, Pere Calvet, y el veguer, Don Guillem Torres, son junto con el fiscal -de quien no aparece citado el nombre- los protagonistas destacados del caso Mandicó. Por la causa desfilan una docena larga de testigos, aparte del mismo reo, de cuyas declaraciones se deduce la culpabilidad del inculpado. Hay que decir que entre que es detenido, el 28 de enero de 1859, y la ejecución, el 29 de febrero de 1860, transcurre más de un año. En este caso, como ocurrirá en 1943 con el reo Pere Areny, nadie ejerció por lo visto el derecho de solicitar la gracia para el condenado; Manuel Bacó, en 1896, tuvo más suerte: la pena capital le fue a él conmutada por la cadena perpetua, que cumplió en una prisión frabcesa. Fotografía: Màximus / Fondo Tribunal de Corts / Archivo Nacional de Andorra. 

"Lo dia 27 de febrer del 1860, entre les tres i les quatre horas de la tarda, fou posat en capella en la iglesia de Casa la Vall Juan Mandicó, y lo dia 29 del corrent mes y entre onse y dotse del mati fou executada la sentencia, y entre 5 y 6 de la tarda li daren sepultura a la fosa de la vila de Andorra". Esta es la lacónica nota que da carpetazoal caso Mandicó, por no decir que lo liquida. Que tiene de especial que fue el primer y último agarrotamiento que ha tenido lugar en nuestro rincón de Pirineo. Y eso que el garrote jubiló a la horca en 1854 y estuvo teóricamente vigente hasta que se abolió la pena de muerte por aquí arriba, en 1990. Fue el obispo Caixal quien tuvo la ocurrencia: consideraba por lo visto que el garrote era un método mucho más humanitario que la horca. Mandicó fue, en fin, el único de los cuatro sentenciados a muerte desde 1854 que fue agarrotado: en abril de 1862, un tal Masteü, contrabandista acusado de asesinar a un colega de oficio de quien hemos dado cuenta aquí mismo, fue decapitado a golpe de espadón en la misma plaza de Andorra la Vella. Según la noticia que dio tres lustros después de los hechos el historiado Héliodore Castillon, que muy fiable no parece porque no hay rastro ni de la sentencia ni del caso en el archivo del Tribunal de Corts que se conserva en el Archivo Nacional de Andorra. A Manuel Bacó, el parricida de Escaldes que en 1896 fue condenado por la muerte de su madre, Maria Calbó, la pena le fue conmutada por la de trabajos forzados a perpetuidad. Como es bien sabido, hubo un cuarto condenado a muerte, este ya en el siglo XX: Pere Areny Aleix, otro parricida y vecino como Bacó de Canillo, que sí que fue ejecutado -en octubre de 1943- pero no al garrote sino fusilado.

En fin, que nuestro hombre de hoy tuvo el dudoso privilegio de estrenar el garrote. El tribunal lo consideró culpable de la muerte de Gil Areny, yerno de la casa Marticella de Els Plans (Canillo), la noche del 25 de enero de 1859. Y no vacila: "Vist, ates i considerat tot cuant devia veure's, atendre's i considerarse, declara que deu condemnar com ab la presenta condemna a Juan Mandico, fadrí, pagès de Canillo, segons la pena de mort en garrot vil, que deura ser executada en lo terme de esta vila en lo punt designat per l'execució de la sentencia". Lo firma el veguer, Don Guillem Torres. La sentencia fue reglamentariamente publicada "entre las onse y dotse horas del mati del dia de avui [27 de febrero de 1860, un año y un mes después de los hechos], pel jurat de esta cort, que la ha cridada ab clara e inteligible veu".

El informe del fiscal no deja lugar a la duda desde la primera línea: acusa a Mandicó, que tenía en el momento de los hechos 27 años, de ser "plenament convicte del homicidi alevos comes en la persona del mencionat Gil Areny". Los hechos se remontan a la noche del 25 de enero de 1859: "Després de haber sopat, resat lo rosari y enseñat la doctrina a sa familia", declara la suegra de Areny, Antonia Font, la víctima salió de su casa -Cal Marticella de Els Plans- para dar de comer a los animales. Como tardaba en regresar, "baixa la muller de dit Gil y fila de la declarant y lo troba mort y estes davant la porta del estable, regresant a casa amb gran alarma davant la noticia". Inmediatamente acuden los vecinos, y el primero en llegar es Andreu Rossa, quien depone al día siguiente ante el veguer, Guillem Torres. Y es éste quien ordena al batlle de Canillo "la formació de las diligencias, rebent las declaracions convenients y evacuant las citas dels testimonis". El fiscal no puede evitar la tentación y tira de retórica para explotar el dramatismo del momento: "Pero esta mort, fou natural o violenta? Y en est cas, que causas la produiren, quina clase de medis o instruments emplea lo agresor?"

La víctima, en fin, murió "per un derrame de sanch en las yugulars" y como consecuencia de la docena de cuchilladas en el cuello que le propinó Mandicó, así como de un porrazo que le soltó en la cabeza "con un palo largo y ensangrentado" que los vecinos encontraron "seguint un rastre de sanch y pasos deixat per lo agresor prop del lloch de la ocurrencia". Un tal Joan Bofastar, probablemente médico, que inspecciona el cadáver, cuenta una decena de heridas: "Una ferida grave en lo cap feta amb instrument contundent; altra molt grave en la part superior de la part dreta del costat de la traquea feta mab instrument punxant i cortant; altra també molt grave en la part superior del coll esquerra; tres feridas graves en la mateixa part del coll donades amb arma igual; altra ferida grave en la regó humilical feta també amb instrument punxant y cortant, altra de molt grave en los nas amb instrument contundent y en fi tres feridas leves totas de arma punxant y cortant". El informe forense concluye con la opinión de Josep Rey, médico y cirujano, y Pere Rialp, cirujano, de que "algunas de las feridas descritas son per si solas mortals de necessitat, tant mes quan anaven acompañadas de moltas altras de no tanta gravetat".

El vicario de la parroquial de San Cernín de Canillo, mosén José Campmajor, certifica a instancias del tribunal el 16 de febrero la muerte de Gil Areny, "estado, casado, que falleció de muerte violenta entre las ocho y las nueve del día 25 [de enero de 1859], de edad cerca unos veinte y seis años poco más o menos, hijo legítimo y natural de los consortes Francisco Areny, natural de la Costa, y de Maria Heretes, de la Seo de Urgel" (en castellano, en el original). El vicario termina advirtiendo -como si hiciera falta- que el difunto "no recibió sacramento alguno por ser imprevista su muerte, y se le dio sepultura con misa baja".

El homicida no sólo no tuvo la prudencia de deshacerse del arma del crimen -el día que es capturado le encuentran encima "lo ganivet brut de sanch"- sino que además perdió durante la trifulca el corbatín, que apareció chorreando sangre al lado del cuerpo de la víctima. Por si no fuera poco, el día que presta declaración ante el veguer, inmediatamente después de ser capturado, presentaba heridas en cuello y rodillas. El fiscal rechazó por "ridículas e inadmisibles" las explicaciones que al respecto aportó el reo: que "estaba ple de sanch o gabinet per haber ajudat a sos amos a matar lo tosino", y que las heridas se las había hecho la noche de autos durante un errático periplo entre Canillo y Os, entre Os y Andorra la Vella, y vuelta a Canillo, donde se presenta la noche del 26 de enero "tot ensangrentat, especialment del mich en amunt".

No se acaban aquí los "indicios indubitables" -según el fiscal y el sentido común, claro- de culpabilidad: añade la "mala fama y no bona conducta que [Mandicó] tenia en la parroquia", los antecedentes penales -el reo admite haber birlado algún dinero a un tal Anton del Magistre, y haber estado preso en España por el robo de treinta carneros- y, atención, "a circunstancia de estar devent al difunt trenta lliures". Esto es lo más próximo a un móvil que aporta el fiscal. La conclusión de lo que antecede se veía venir desde el principio. No se trata de un "simple" homicidio, dice el señor fiscal, un lince, sino de una muerte "alevosa", "per haberlo comes en una persona desprevinguda y indefensa", "ab premeditació coneguda y evident", en la "soledat del lloch", y "per haber escollit una hora de nit". La lista de agravantes enterita. Y con voluntad de matar. Dolo, vamos, como deduce "per lo número y gravetat de feridas, per haber esperat una ocasio tan favorable per la poca resistencia que pogue fer el difunt, desarmat y indefens com estaba". Gil Areny fue sin duda víctima de un asesinato. Y el culpable es Juan Mandicó, como se concluye de la "serie de indicis cuasi tots indubitables y evidents" que obran en autor.

Desfilan ante el tribunal varias decenas de testimonios. Y cada declaración es un clavo más en los maderos del garrote: Antonia Farré, la mestressa de casa Call del Font, en Canillo, la casa donde trabajaba como mozo, asegura haberle visto a Mandicó un pañuelo igual al que aparece en el suelo, al lado de la víctima, y que al siguiente de los hechos apareció en casa sin el corbatín dichoso. El marido de Farré, Nicolau Naudí, sostiene que el cuchillo que se le encuentra "es propi de sa casa, reconeguentlo com a tal per haverlo lo declarant treballat". El cerco se va estrechando, y las desposiciones de lo vecinos dejan cada vez lugar a menos dudas. Jaume Font, Miquel Casal y de nuevo Andreu Rossa, los tres que primero llegaron al lugar del crimen, localizan en el prado de la casa Marticella de Els Plans "un tros de pal llargarut y ensangrentat" que otros testigos aseguran que era propiedad de Mandicó, que por lo visto se paseó por medio país con las manchas de sangre y las heridas que se llevó de la pelea: Juan Pintat, vecino de Os, dice que a las 7 de la mañana del 26 de enero -pocas horas después del homicidio- Mandicó se presentó en su casa ensangrentado y con un dedo malherido, y al sospechoso no se le ocurre coartada mejor que alegar que de camino a Os, y a la altura de Bixessarri, se le ha caído encima un muro. En su declaración, Mandicó alega haber ido por  a Os a reclamarle al tal Pintat una deuda en nombre de "la vella Marticella dels Plans", la suegra del difunto Gil; deuda que resulta ser cierta según Pintat. El hombre, sin duda aturdido, aparece a mediodía en la capital y echa un trago en el hostal de Pau Martí, que también repara en las heridas que luce en la cara, el cuello y el dedo índice de la mano derecha. Los cirujanos que lo reconocieron una vez capturado -el ya conocido Rialp y un tal Francisco Rafartés- coinciden con los testigos: Mandicó presentaba cuatro lesiones, una en el cuello producida por instrumento "punxant y cortant"; otra en la rodilla izquierda del mismo origen, y dos más "en lo expressat dit indice de la ma dreta".

El fiscal y probablemente todo el mundo lo ve claro desde el primer moment: ""Esta sang, estas feridas, ¿no son un indici vehement y clar de que lo desgraciat Gil Areny a pesar de trobarse desprevingut i indefens se resisti tot lo posible y lucha hasta caure mort?" El cuchillo que se le incauta es para el perspicaz fiscal otro indicio "indubitable de culpabilitat del reo Mandicó", que se enreda en un ovillo de coartadas a cual más inverosímil: sostiene que la sangre de su cuchillo se debe a haber ayudado a sus amos con la matanza del cerdo, y al carnicero de Canillo a despellejarlos, excusa "ridícula e inadmisible", rebate el fiscal, "cuant l'últim tocino que es mata en sa casa lo fou quinse dias abans del dia de la desgracia". Y en un último y poco convincente intento, a la pregunta de por qué cree que ha sido conducido ante el tribunal, responde el hombre que por el asunto del tal Anton de Magistre. El alegato final es demoledor, y lo cierto es que lo tiene fácil, por no decir chupado, acusarlo de homicidio con los agravantes de alevosía, "per haberlo comes en una persona desprevinguda y indefensa", premeditación "coneguda y evident", dice, y nocturnidad, "per la soledat del lloch y per lo haber assaltat una hora de nit".

Así que el fiscal pide la única pena que cabe al caso: la de muerte, aparte las costas ocasionadas "en la present inquisició", en lo que a todas luces parece un exceso de celo leguleyo: difícilmente cabe pensar que el desgraciado Mandicó tuviera pecunio suficiente para cubrir los 193 duros a que -enseguida lo veremos- subió la minuta del caso. El Tribunal de Corts lo vio igual de claro. "En garrote vil y por mano de verdugo". Y así fue. No sabemos dónde -quizá en la misma plaza de la capital donde se leyó públicamente la sentencia "ab clara e inteligible veu", quizás en el cementerio, o puede que en la intimidad de la Casa de la Vall- pero lo cierto es que Mandicó murió agarrotado "entre las 11 y las 12 del 29 de febrero de 1860", en la primera y última vez que rechinó el garrote vil que ven aquí arriba.

Lo que costaba una ejecución: 193 duros
El expediente del caso Mandicó conserva una detallada nota con la relación de gastos generados durante los trece meses que se alargó la instrucción, entre el 26 de enero de 1859 y el 29 de febrero del año siguiente. La minuta más onerosa la presenta el notario, Pere Calvet, que asiste a las declaraciones y las transcribe extensamente: 48 duros. Le sigue, atención, el verdugo, que contra todo pronóstico -recordemos que el reo fue agarrotado- no es español sino que hubo que ir a buscarlo a Francia -por cierto: el hombre que fue a buscarlo, no sabemos dónde, recibió 2 duros y 12 reales. El verdugo, en fin, se embolsó por sus servicios 26 duros, más un complemento de 16 reales "por los días que está tancat"; al veguer, don Guillem Torras, le tocaron 7 duros y 12 reales; los carpinteros, menudo trabajito, se llevaron seis duros más por arreglar el cadalso, un duro con ocho reales suplementarios por la -ejem- caja donde depositar el cuerpo del reo tras la ejecución, y otro duro con cuatro reales "per engrandir els forats dels seps". Los guardias que custodiaron a Mandicó los tres días que estuvo en capilla recibieron dos duros, y por el transporte del cuerpo hasta el cementerio hubo que abonar un duro y 12 reales. La factura incluye incluso la nota por "desfer y portar lo cadalso en Casa la Vall": un duro y doce reales. En total, 193 duros con 17 reales. Y queda la duda de dónde estuvo recluido Mandicó durante los trece meses que transcurrieron entre la captura y la ejecución.

[Este artículo es una versión ampliada del que se publicó el 13 de octubre de 2014 en el Diari d'Andorra]

jueves, 28 de agosto de 2014

La dura vida en el Salvaje Norte

Corría el año 1686, y los hombres de Canillo y de Encamp no se cortaban un pelo a la hora de dirimir sus diferencias con sus incómodos vecinos franceses. Lo sufrió en sus carnes un tal Martí, batlle de Enveig, al otro lado de la frontera, que había dejado temerariamente a una treintena de reses pastando al pie del Pimorén. Los animales, claro, no entienden de fronteras y cosas así, y fueron y cruzaron el río Arieja para pastar en el lugar que hoy se conoce como la Vaca Morta -enseguida entenderán por qué. En plena Solana, territorio litigioso que tanto unos -andorranos- como otros -gabachos- reclamaban como propia: faltaba todavía un siglo y medio para que el tribunal de Tolosa (1834) resolviera definitivamente la andorranidad de aquel pedazo de yermo. Así que los de Canillo -y sus vecinos de Encamp- tiraron de usos y costumbres -algo bestias, enseguida lo comprobarán-, se agenciaron los animales y se los llevaron a casa. A la suya, claro. Pero no a todos: a una de las vacas la sacrificaron in situ de un tiro para "marcar con su sangre el lugar donde la pignorada de las bestias debía de hacerse". Lo explica Martí Salvans, conseller general aquí en la faceta de historiador -"aficionado, que conste", pide- en uno de los momentos culminantes de De la Solana d'Andorra, prometedora monografía que se zambulle en la historia del Extremo Norte del país y con el que Salvans se embolsó un accésit del premio Principado de Andorra de investigación histórica del 2010.
Se trata, continúa, del último caso de degolla documentado en el país. ¿"Degolla"? Pues sí: así se denominaba a esta expeditiva y algo salvaje práctica de liquidar uno de los animales que se había aventurado a pastar sin  autorización en tierra andorrana, y confiscar de paso el resto del ganado como prenda que garantizase el pago de la consecuente multa. Hay que añadir que a nuestros fogosos andorranos la broma les acabó saliendo algo cara porque el tal Martí, el batlle de Enveig, se chivó al gobernador de Mont-Louis -un día habrá que hablar de esta especacular fortaleza levantada por el ingeniero Vauban en 1679 en la entonces recién adquirida Cerdaña francesa. Y con los franceses, ya se sabe, no caben bromas: resulta que un escuadrón gabacho -"mil hómens" de nada, según las fuentes- se plantó como si nada en Canillo "i sen aporta presoners a vuyt homens de la mateixa parrochia dels quals ne detingue sis de presoners en la plassa de Monlluis". Glups. La cosa se prolongó un par de meses, para desesperación de los homens de Canillo tomados ellos mismos como prenda. Y no resolvió hasta que el cristianísimo rey de Francia dictó una ordonnance aboliendo el recurso a la degolla y estableciendo que los futuros litigios por incursiones de animales en tierras del vecino se resolvieran con el nombramiento de un tribunal paritario. Algo decididamente razonable, por mucho que viniera del rey de Francia. 
Así las gastaban unos y otros, en fin, en el territorio de la Devesa d'Erevall o Solana d'Andorra, como históricamente se ha denominado al extremo nordeste del país, la única parte estratégicamente situada en la vertiente atlántica de los Pirineos. Un capricho geopolítico que se tradujo en seis siglos de sempiterna conflictividad entre andorranos, de un lado, y merangueses, querolanos y deretanos, por el otro. Este mal ambiente entre vecinos condenados a entenderse tuvo de paso un curioso efecto colateral: por lo menos en estos asuntos en que tocaba enfrentarse al pérfido francés, Canillo y Encamp olvidaron provisionalmente las diferencias por el territorio de Concordia que han envenenado tradicionalmente las relaciones entre las dos localidades y lograron unirse frente al enemigo común. Más de uno se sorprenderá de que un territorio deshabitado -el Pas de la Casa data de los años 30 del siglo XX: anteayer, como quien dice- y prácticamente desolado levantara semejantes pasiones entre vecinos de uno y otro lado del río Arieja. Pero no nos equivoquemos: se trata de los mejores pastos del país, advierte Salvans, hasta el punto de que a mediados del verano -a partir del 15 de agosto, exactamente- empezaban a subir grupos de segadores. A 2.000 metros de altura, y más. Sí.
De la Solana d'Andorra repasa, en fin, los conflictos surgidos a lo largo de seis siglos de problemática convivencia y, sobre todo, el laberíntico y apasionante corpus jurídico y administrativo que regulaba derechos y deberes, con los banders levantando acta de las infracciones e imponiendo bans, multas a los infractores. Atención a la sección cartográfica del libro, con joyas como el mapa de 1811 levantado por orden de Napoleón con la vista puesta en una hipotética anexión de la Solana con el argumento, ya saben, de que un territorio que desagua en el Atlántico debía ser naturalmente francés. No hubo ocasión, pero el emperador había previsto incluso que la Solana se repartiría entre la Arieja y los Pirineos Orientales. Lo más curiosos de todo es que De la Solana d'Andorra, con su mina de anécdotas, es un subproducto de la manía toponímica de Salvans, autor también -ya saben- de Andorra románica, Andorra vascónica. Así que si además de las escaramuzas a cuenta del ganado tiene el lector algún interés en los nombres de lugar, ese es también su libro, porque Salvans ha identificado medio millar de topónimos en la zona de la Solana, territorio hasta ahora casi virgen hasta el punto de que la topografía oficial sólo consigna medio centenar de nombres. Hasta ahora, claro. Para acabar, descubrirán lo que era una allargada, un aixivernil, un dec o una tala, y descubrirán que Encamo y Canillo, contra todo pronóstico, sabían enterrar cuando convenía el hacha de guerra para hacer frente al rostro pálido de turno. De la Solana d'Andorra, que es un buen tocho, quizás no será la lectura del verano, pero se le parece mucho. Prueben, prueben, y luego nos lo dicen.

[Este artículo se publicó el 1 de julio de 2011 en El Periòdic d'Andorra]

martes, 20 de mayo de 2014

¡Menudo dolor de muelas!

Los restos humanos exhumados en las excavaciones de la parroquial de Canillo ilustran sobre las condiciones de vida y hábitos higiénicos de los vecinos de esta localidad andorrana entre los siglos VIII y XVIII.

Miren bien la estupenda dentadura de aquí abajo. Perteneció a un vecino de Canillo que vivió en la Edad Media, pongamos que entre los siglos X y XIII, y que murió con unos 60 años. Una edad relativamente avanzada para los estándares de la época. Seguro que han notado algo raro, en este pedazo de mandíbula. Sí, hombre, el desgaste regular que presentan todas las piezas dentales. Todas: incisivos, caninos, premolares e incluso las muelas. Un desgaste sorprendente y que todavía lo es más porque se trata de un rasgo que comparten los 348 dientes que ha analizado la arqueóloga catalana Maria Rosa Aran, autora del estudio antropológico de los restos óseos exhumados en las campañas de 2009 y 2010 en el subsuelo de la nave central de Sant Serni, la parroquial de Canillo. Ya saben: aquel pequeño tesoro con los restos de 37 individuos -14 de los cuales, mujeres- fechados entre los siglos VIII y XVIII que constituyen uno de los yacimientos funerarios jamás excavados en el país.

Mandíbula de un individuo que vivió en Canillo entre los siglos X y XIII; el ejemplar muestra el peculiar desgaste de las piezas dentales, causado probablemente por la fricción debida a una actividad laboral o doméstica. Fotografía: M. R. A.

Créneo de un adulto que vivió en el siglo XVIII; atención a la mandíbula inferior, que ha perdido buena parte de los dientes: ser desdentado total (o parcial) era algo normal en los siglos medievales a partir de una cierta edad. Fotografía: M. R. Aran.

Pero volvamos a la dentadura y a la mandíbula de aquí arriba. Una auténtica mina, como demostró ayer Aran en la primera sesión de comunicaciones del Congreso español de Paleopatología que tiene lugar en Andorra la Vella. ¿Por qué presentan las piezas dentales de los habitantes de Canillo en la Edad Media este desgaste tan acusado, tan uniforme y tan generalizado? Aran lo atribuye a la fricción causada por alguna actividad laboral o doméstica, desconocemos cuál, y lo compara con el que experimentaban los pescadores de épocas pasadas de determinadas zonas costeras, que se dejaban literalmente los dientes arreglando las redes; o al de los artesanos que fabricaban cestos, que también utilizaban boca y dientes para guiar el mimbre. No es la única conjetura que puede extraerse de los dientes analizados. Resulta que en el 35% de las piezas estudiadas hay rastro de cálculos -sarro, vamos. Un indicador, añade la antropóloga, de los malos hábitos de higiene bucal de nuestros antepasados: que se lavaban poco los dientes. O nada, por decirlo claramente. Pero en esto, los habitantes de Canillo no eran diferentes de sus coetáneos de cualquier otro lugar.

Los cálculos no sólo delatan si su sufrido poseedor era poco o nada cuidadoso con su aliento; también dan una idea de la dieta que consumían, que Aran presume rica en proteínas de origen animal. También tenían caries, como nosotros, y en un 3% de los casos se han detectado fístulas, una infección de la encía que terminaba afectando al maxilar y que tenía, llegado este caso, dolorosísimas consecuencias. ¡Y sin dentista a la vista! Para finiquitar este catálogo de calamidades bucales, he aquí con nosotros una magnífica hipoplasia: una infección derivada de una enfermedad anterior que acaba por provocar en la pieza dental una caractarística pigmentación rojiza. Debía ser grave, porque el individuo en cuestión es un niño que, obviamente, no llegó a la edad adulta.

Pasemos de una vez al cráneo, que debió de pertenecer a un adulto que vivió y murió no en la Roma de los césares, como Máximo, sino en la Andorra del XVIII, la de Fiter y Rossell. Sirve también para ilustrar el desgaste dental y nos muestra el alarmante caso de un desdentado, por lo que se ve un estado más o menos general cuando se llegaba a la edad adulta.

Con nombre y apellidos
Hasta aquí, el repaso de las dentaduras, uno de los apartados más fascinantes -y también inquietantes- del estudio antropométrico hasta ahora inédito. Pero no el único. En total -ya se ha dicho- los arqueólogos exhumaron de Sant Serni los restos casi completos de 37 individuos. No se cuentan aquí los diversos osarios también excavados y que de momento esperan turno: quizás nos reserven más sorpresas. El grueso de los cuerpos data de la Edad Media: siete individuos murieron entre los siglos VIII y X; y otros 17, entre el XI y el XIII. La nómina se completa con siete individuos más que vivieron entre los siglos XIV y XVII, y para terminar, los últimos seis, del XVIII. Todos ellos anónimos excepto siete afortunados de los que conocemos nombre y apellidos gracias al libro de óbitos de la parroquia. Lo que no se ha podido es cuadrar los nombres con los esqueletos recuperados. Y es una lástima. Bueno, alguno sí que ha sido posible. Dos, de hecho: los de Joan Ermengol vicario perpetuo de Canillo, fallecido en 1654, y el de su sobrino Antoni, que murió en 1671. Pues bien, según los arqueólogos del ministerio de Cultura el bueno de Antoni expresó en las últimas voluntades que redactó en 1658 la voluntad de recibir sepultura al lado de su tío Joan: concretamente, a su izquierda. Según los arqueólogos del ministerio que han excavado el yacimiento, en las planimetrías del subsuelo del templo se distinguen dos cuerpos enterrados en paralelo que podrían ser los de tío y sobrino -revelaba la periodista Alba Doral en un reportaje publicado en el Diari d'Andorra.

Tampoco se han podido determinar las causas de la muerte de los individuos exhumados, aunque en un caso, solo uno, el libro de óbitos informa que el difunto falleció a causa de un muy difuso "mal de estómago". Por edades, el contingente mayor -trece- corresponde a adultos de entre 30 y 59 años, pero también hay seis adultos jóvenes -entre los 20 y los 29- y tres menores de 10 años: siete recién nacidos -que podrían indicar que cierta zona del templo se reservaba para las criaturas que morían al poco de nacer- y un anciano.

Claro que según los parámetros de la época, en la categoría digamos senil se encuadraban los mayores de... ¡60 años! En cualquier caso, advierte la arqueóloga, la muestra es demasiado amplia desde el punto de vista arqueológico -¡casi un milenio!- y con tan pocos individuos disponibles, que supondría una insensatez pretender generalizar las conclusiones. Con estos antecedentes, digamos para terminar que la altura media de los pacientes de Aran oscilaba entre el 1,60 y el 1,65 metros, pero los esqueletos son tan escasos que es imposible inferir de estos datos la estatura media de los vecinos medievales de Canillo. En cambio, Aran sí que se atreve a diagnosticar el estado físico general: sufrían artrosis, patologías óseas degenerativas que delatan una escasa ingesta de vitaminas, fracturas y osificaciones. Vamos, que casi como hoy... ¡pero sin dentista!

[Este artículo se publicó el 16 de septiembre de 2011 en El Periòdic d'Andorra]

miércoles, 14 de mayo de 2014

Andorra, 18 de octubre de 1943: una crónica

El abogado catalán José María Malagelada relató la lectura de la última sentencia de muerte dictada en Andorra -y la subsiguiente ejecución del reo, Pere Areny Aleix- en el opúsculo Notas al margen de una ejecución capital.

De acuerdo: antes que nosotros ya había buceado en este fascinante opúsculo Jorge Cebrián en Pena capital -documental imprescindible paera una comprensión cabal del caso, hoy incomprensiblemente fuera de circulación- y gracias a Lídia Armengol, pionera en tanos ámbitos y que ya en 1977 publicó un extracto del libro en el número 2 de Quaderns d'Estudis Andorrans. Pero es que nosotros hemos tenido la fortuna de ir directamente al original, cortesía del bibliógrafo Casimir Arajol. Hablamos, claro, de Notas al margen de una ejecución capital, una obrita de apenas 15 páginas firmado en Andorra la Vieja en octubre de 1943 por Jose María Malagelada, abogado catalán y testimonio presencial de los hechos, que constituye lo más próximo a una crónica periodística de la infausta jornada del 18 de octubre de aquel año: ya saben, la lectura pública de la sentencia que condenaba a Pere Areny Aleix, autor confeso de la muerte de su hermano Anton Aleix Baró ,a ser pasado por las armas, y la inmediata ejecución del reo en el paraje de la Roureda de Moles, al lado del cementerio viejo de Andorra la Vella.






Los cuatro folios de la sentencia que condena a la pena capital a Pere Areny Aleix, dictada el 15 de octubre  que considera al reo "autor del delito de asesinato de su hermano, con los agravantes de alevosía, premeditación, nocturnidad, uso de medios desproporcionados y otros no especificados"; la pena capital acostumbraba a ejecutarla en Andorra un verdugo venido expresamente de España o de Francia; en esta ocasión, y en atención al contexto bélico, los jueces establecen que sea pasado por las armas y que de la ejecución se encarguen los seis agentes de policía entonces en servicio en Andorra; uno de ellos renunció a su puesto por motivos de conciencia. Fotografía: Archivo Nacional de Andorra. 

Y sacamos aquí a colación las Notas de Malagelada por el valor documental del relato, porque aporta una perspectiva estrictamente coetánea del shock que el asesinato de Anton produjo en la estrecha sociedad andorrana de la época:  un país con apenas 6.000 almas, con una economía de pura subsistencia y en el que la modernidad estaba a punto de irrumpir con fórceps. También porque completa la visión del caso que semanas atrás ofrecía aquí mismo Jordi Mas Bentanachs. Seguro que lo recuerdan: el pariente del fratrricida -y también de la víctima: eran hermanastros- denunciaba por primera vez en público las grietas del juicio que llevó al paredón a Pere Areny., que no fue examinado por los médicos a pesar de que el Tribunal de Corts -la instancia penal en el sistema judicial andorrano- le reconoció "una mentalidad bastante simple", así como las -según Mas Bentanachs- inexactitudes que se han ido repitiendo pertinazmente cada vez que el caso sale a debate: señaladamente, el móvil del crimen -el supuesto interés de Pere por hacerse con la herencia del hermano mayor (y heredero) y la muerte el año anterior al crimen de otra hermana, Antònia ,que la memoria popular pone también -y erróneamnte, sostiene Mas- en el zurrón de Pere.

Pero hoy es el turno de Malagelada, que insiste para empezar en que el móvil fue "el temor de la víctima, con ocasión del matrimonio que [Anton] tenía proyectado, de que se le alejara la posibilidad de heredarlo". La hipótesis oficial, que también se da como plausible en Pena capital, donde se cita incluso el nombre de la supuesta novia, vecina de Soldeu, con quien Anton se había prometido. Un extremo que Mas niega rotundamente. El abogado catalán alude también al rumor que atribuía a Pere la muerte de su hermana Antònia, "ahogándola en la misma cama donde yacía enferma desde tiempo atrás, afectada de una gravísima enfermedad, y haciendo creer que había muerto por causas naturales hasta que lo descubrió en el momento de confesar". Apela Mas en este punto a la presunción de inocencia y al hecho incontrovertible de que la sentencia -cuyo original se conserva en el Archivo Nacional de Andorra, y que reproducimos aquí arriba- no dice ni mu al respecto. Malagelada pierde en este asunto buena parte de su credibilidad -y demuestra que se ha dejado llevar por la rumorología popular- al sostener que Antònia había muerto "unos años antes": en realidad, falleció en 1942, el año anterior a los hechos. Tampoco se refieren a esta supuesta confesión las diligencias del batlle francés y de la policía cuyas copias conserva Mas y a las que hemos tenido acceso. Quizás existan otras diligencias en las que se menciona tanto el móvil como esta supuesta confesión, pero hasta que no aparezca el documento -si es que existe- parce que deberíamos atenernos, como solicita legítimamente Mas, a las pruebas de que disponemos, aunque sean menos truculentas que los rumores.

Describe Malagelada las últimas horas del reo, a quien el arcipreste de Andorra, mosén Lluís Pujol, comunica la sentencia el mismo 18 de octubre, poco antes de ser conducido en comitiva desde la celda situada en los bajos de Casa de la Vall hasta la plaza Benlloch, donde tendrá lugar la lectura pública: "Se hizo el silencio Se anuncia que la sentencia será leída y lo hace el notario francés, señor Moles (...) El reo escucha que será pasado por las armas sin que se le contraiga un solo músculo de la cara (...) Su expresión es de una serenidad que asusta (...) En cumplimiento de una antigua tradición indígena, el Tribunal espera si alguna autoridad o particular solicita clemencia para el reo, caso en el cual le sería conmutada la pena de muerte por la de reclusión perpetua. Sólo son dos minutos, pero parece que hayan tardado un siglo en transcurrir. Nadie ha dicho ni una palabra. El pueblo de Andorra, con su silencio, también ha dictado sentencia".

¿Ejecución o espectáculo?
El relato completa también la película rodada por Bonaventura Rebés desde el balcón de su casa, al final de la cual se intuyen dos procesiones que emergen de la iglesia parroquial: son, dice Malagelada, las congregaciones de la Buena Muerte y de los Dolores, mientras las campanas del templo tocan a difuntos: "Es un entierro que sale a buscar a su muerto", concluye tétricamente el autor ,que acompaña al reo y al "piueblo de Andorra" hasta la Roureda de Moles, donde se ha levantado el patíbulo en que Pere Areny será ejecutado: "El batlle le ofrece escoger entre morir de frente o de espaldas al pelotón. El reo, que csigue esposado por delante, opta por la primera (...) El jefe de policía levanta el brazo, los fusiles apuntant y, sin decir ni una palabra, lo baja con un movimiento repentino al tiempo que suena una descarga cerrada (...) Dos médicos [Esteve Nequi y Antoni Vilanova, ambos con calle hoy a su nombre en Andorra la Vella] comprueban la defunción del reo, cosa que hace innecesaria el tiro de gracia.

Malagelada termina el relato con el perdón que Pere Areny, a través de mosén Lluís Pujol, pidió de forma póstuma a lpueblo de Canillo, "reconociendo la justicia de la sentencia", y no puede evitar una última y no muy amable consideración sobre lo que acaba de ver: el "rito" con que se reviste la ejecución, dice, parece haberla transformado en un puro "espectáculo". Lo cierto es que todo el proceso tuvo lugar siguiendo punto por punto las instrucciones del Manual Digest, cuyo capítulo III describe detalladamente el "ceremonial, modo i forma se trauen los reos a deposar", el "ceremonial en lectura de sentencias criminals majors" y la "ejecución de sentenas criminals majors". Es decir, el caso Areny. Todo está en el Manual Digest, una especie de compilación de los usos, costumbres locales escrito en 1748 por Fiter i Rossell: desde cómo hay que trasladar al reo desde Casa de la Vall hasta la plaza mayor -hoy, Benlloch- rodeado de una fuerza especialmente nutrida para evitar que al pasar por delante de la parroquial de Sant Esteve se pueda acoger a sagrado, hasta el reglamentario toque de difuntos y la salida en procesión de las congregaciones del Rosario, del Santísimo y de las Ánimas.

Todo, así que en 1943 no inventaron nada. Tan solo innovaron -como es bien sabido- en el procedimiento de ejecución: el obispo Caixal proscribió en 1854 la horca hasta entonces vigente por aquí arriba -recuerden el caso de las burjas locales- y la sustituyó por el más humanitario garrote vil. Bueno, esta era la teoría. Pero el contexto bélico y la imposibilidad de ir a buscar verdugo a Espoaña o a Francia obliga al Tribunal de Corts a improvisar la solució de pasar a Pere Areny por las armas. Hay que decir que, según el documental Pena capital -existe una copia disponible para consiulta pública en el Archivo Nacional- el garrote que hoy se econserva en los depósitos del servicio de Patrimonio del ministerio, en Aixovall, sólo su utilizó en una ocasión: en 1860, para ejectutar a Joan Mandicó, vecino como Pere de Canillo y -ya es casualidad- tío abuelo del mismo Pere y, claro, también de Anton. A diferencia de su sobrino nieto, Mandicó fus agarrotado en la intimidad de Casa de la Vall y se ahorró la exhibición pública de su suplicio. 

[Este artículo se publicó el 13 de noviembre de 2013 en El Periòdic d'Andorra]

jueves, 27 de marzo de 2014

La Virgen de Meritxell: ¿chamuscada, secuestrada o robada?

Erik el Belga sugiere que el incendio del santuario de Meritxell, el 8 de septiembre de 1972, podría haber servido de coartada para ocultar la sustracción de la talla románica de la patrona de Andorra; Sergi Mas, último restaurador de la pieza, y Pere Canturri, en la época director del servicio de Arqueología del Consell General, discrepan sobre los detalles de un episodio que todavía levanta ampollas.

"Más que sopechoso". Contundente y lacónico: así despacha René vanden Berghe, alias Erik el Belga, el incendio que la noche del 8 de septiembre de 1972 arrasó el santuario de Meritxell, en Canillo (Andorra) y -siempre según la versión oficial- la talla románica de la patrona. Sospechoso porque la coartada del incendio -viene a decir nuestro hombre- es un expediente clásico que ha servido históricamente para camuflar el robo de incontable sobras de arte. Y lo dice uno que sabe de lo que habla. Vale que Erik el Belga desmiente inmediatamente cualquier implicación en el asunto y que alega no saber nada sobre lo que ocurrió aquella fatídica noche.

Más que nada, reconoce, por las dificultades logísticas que comportaba trabajar en el país. Y vale que, como él mismo se encarga de resaltar en el subtítulo de sus memorias, estamos hablando del ladrón de arte "más famoso del mundo", y por lo tanto hay que aplicar a su testimonio una saludable y preventiva dosis de escepticismo. Pero exactamente por el mismo motivo, se trata de la opinión de un experto en la materia. Una opinión que además coincide con los rumores que ya en la época corrieron de boca en boca y que apuntaban a una versión alternativa: que la talla no había ardido con el santuario sino que alguien la había hecho desaparecer oportunamente antes del incendio. Una hipótesis que está, por cierto, en la base de la trama de Azul de Prusia, la novela con que Albert Villaró se llevó en el 2006 el premio Carlemany.


Talla románica policromada de la Virgen de Meritxell que ardió en el incendio del 8 de septimebre de 1972 (según la versió oficial, claro). Medía 83 centímetros de altura, y calzaba unos zuecos tan desproporcionados que recibió el sobrenombre de Mare de Déu dels Esclops, la Virgen de los Zuecos. La fotografía esta tomada por Guillem de Plandolit antes de 1933; hay que decir que hasta 1950 la imagen que se veneraba en el santuario como si fuera la Virgen de Meritxell no era la talla románica de la patrona sino otra talla gótica de la Virgen del Roser, más acorde con los gustos estéticos de la época.. Fotografía: Fondo Guillem de Plandolit / Archivo Nacional de Andorra.

El incendio del santuario de Meritxell se declaró a medianoche del 8 de septiembre de 1972, justo después de la romería que cada año se celebra este día con motivo de la festividad de la patrona; el informe oficial atribuye el desastre a una chispa provocada por el obsoleto sistema eléctrico que prendió en el entarimado del templo. Fotografía: Fondo Peig / Archivo Nacional de Andorra.
El tallista Sergi Mas contempla una copia de la talla de Meritxell en su taller de Aixovall, Sant Julià de Lòria; el Consell General le encargó en 1969 una réplica exacta para obsequiar al obispo Iglesias Navarri, así que Más conoce al dedillo las intimidades físicas de la Virgen. Fotografía: Máximus.

Lo recuerda desde su refugio de Aixovall, Sant Julià de Lòria, el tallista Sergi Mas. Voz doblemente autorizada porque él es el autor de la réplica de la talla original que el Consell General le ofreció al obispo Iglesias Navarri cuando hizo efectiva su renuncia, en 1969 -una copia "exacta, la más fiel al original que jamás se haya hecho", dice ,y que como veremos le proporcionó un conocimiento exhaustivo, casi forense de la anatomía de la pieza- y porque Mas fue unno de los centenares de ciudadanos que la mañana del 9 de septiembre de 1972 se plantificó en Meritxell para contemplar el desastre. Con la particularidad de que tuvo la ocurrencia de saltarse de estranquis el cordón policial, penetrar en lo que quedaba del santuario, subir al camarín de la Virgen e inspeccionar personalmente la magnitud de la tragedia.

¿Qué se encontró, allí arriba? O por decirlo con más propiedad: ¿qué no se encontró en el camarín? De entrada, recogió lo que quedaba de la talla gótica de la Virgen del Roser que hasta 1950 se había venerado en lugar de la de Meritxell, más rústica y primitiva y por lo que parece menos del gusto de los andorranos del siglo XIX y primera mitad del XX. Un tocón, este del Roser, al que todavía se le reconocían vagamente las formas marianas y que entregó diligentemente a los bomberos que trabajabanen la extinción del incendio. Hasta aquí, todo iba bien. Pero en el camarín de la patrona las cosas empezaron a torcerse: alí no quedaban ni los restos del tocón carbonizado de lo que durante los últimos ocho siglos había sido la Virgen de Meritxell. nada. Ni tan siquiera los clavos de hierro forjado -seis, como mínimo, asegura- que fijaban la talla a su humilde trono de madera.

El misterio de los clavos forjados
La talla se había fundido, literalmente. Y precisamente la de la patrona. Un fenómeno que cuatro dácadas después todavía le da a Mas que pensar: "Cuando tallé la copia que le regalaron al obispo Iglesias Navarri tuve que subir muchas veces al santuario para tomarle medidas y muestras de color, calcar la silueta de frente y de lado, tanto de la Virgen como del Niño. Hasta le hice una máscara; en fin, que tallé una copia exacta", insiste. Tanta intimidad le permitió conocer algunos de sus secretos mejor guardado, comenzando por los clavos de forja y terminando por la policromía: en la capa de pintura original -que sólo se había conservado en la parte posterior de la talla- se le había añadido como mínimo otra capa en una restauración anónima que fecha a finales del siglo XIX. Si a las reglamentarias tres capas de cola que los artesanos medievales aplicaban de oficio a una talla les añadimos la del lífting decimonónico, el resultado final da un grosor de entre 2 y 5 milímetros que, añade Mas, "funcionaba como una especie de armadura de yeso incombustible". Además, estamos hablando de un tocón que tenía casi mil años y que por lo tanto tenía que haber perdido casi toda la resina, que es el elemento que hace a la madera combustible: "Tendría que haber quedado por lo menos el mismo tocón carbonizado que en el caso de la talla del Roser". Pero no: no quedaron ni los clavos de hierro forjado.

A esta opinión autoriuzada hay que añadirle otro elemento que, recuerda Mas, circul´p en la época con insistencia y que alimentó la imaginación de los más escépticos. Según ellos, los primeros vecnos que llegaron a Meritxell una vez declarado el incendio no entraron en el camarín oirque las llamas ya lo impedían; pero sí que pudieron meter la nariz en la ventanilla posterior del santuario, que daba precisamente al camarín de la patrona. Y la talla ya no estaba en su sitio. A todo lo que antecede hay que añadir -y así lo hace Mas- que la instalación eléctrica del santuario -la causa última del incendio, según la versión oficial- se encontraba en unas condiciones deplorables y que era perfectamente plausible que alguno de los cirios de la procesión nocturna -el 8 de septiembre es la festividad de Meritxell, de gran devoción popular- que se dejaban en el interior del templo cayera accidentalmente al suelo y la llamita prendiera el entarimado de madera.

¿Qué conclusión de puede sacar de todo lo que antecede? ¿Que alguien prendió fuego al santuario para agenciarse la talla de la Virgen? ¿O quizás se aprovechó de un incendio fortuito para sustraerla? Si es asi, ¿quién? "Unos, quizás los más crédulos, se tragaron la versión oficial; los más desconfiados pensaron que aquello no fue un accidente; que no pudo serlo. ¿Qué creo yo? Pues yo explico lo que vi, y sólo sé que en aquellos años corrían por los Pirineos bandas de ladrones de arte". como la de Erik el Belga, aunque él mismo se borrara de lista de hipotéticos sospechosos con el impecable argumento de que, prescrito como estaría el supuesto delito, nada le impediría hoy admitir el trabajo de Meritxell. Si hubiera sido él, claro. Y dice que no.

Así que sólo nos queda la versión oficial. La redactó Pere Canturri, entonces director del servicio de Arqueología que el Consell General había creado en los años 60. Ni las insinuaciones de Erik el Belga ni el testimonio de Mas lo desvían ni un solo milímetro de lo que escribió hace cuatro décadas: "Ojalá me equivoque y algún día la talla aparezca; pero para mi, desgraciadamente, la Virgen se quemó en el incencio". Canturri rebate uno a uno los argumentos que la -digamos- teoría de la conspiración ha ido acumulando durante estos años. Para empezar, apunta como es lógico al mal estado de la instalación eléctrica: "Es perfectamente posible queuna sobrecarga provocara una chispa", dice. Por lo que respecta a la talla, contradice los datos aportados por Mas y sostiene que la Virgen no estaba clavada a la silla por seis clavos; tan solo por uno, que ni siquiera era de forja sino "sencillo, normal y corriente, imposible de disinguir entre los restos de miles de clavos que había en el templo calcinado".

Insiste también en la alta combustibilidad de una talla casi vacía en su parte posterior -donde se ocultaba un reconditorio para las reliquias- y bajo las piernas de la Virgen, por donde iba clavada a la silla, y resta valor al testimonio de los primeros vecinos que se alzaron hasta la ventanilla de la parte posterior del santuario: "Por el ángulo de visión, desde allí era sencillamente imposible alcancar a ver el camarín de la Virgen". Así que lo despacha finalmente con la misma contundencia con que Erik el Belga abría este artículo: "Se trató desgraciadamente de un incendio catastrófico; que la talla se quemara no es en absoluto extaño. Pero insisto: ojalá me equivoque".

'Azul de Prusia': una alternativa de novela
Ni ardió ni la robaron. Por lo menos, en el incendio de 1972. Esta es la tercera vía, la suculenta hipótesis alternativa que plantea Albert Villaró en Azul de Prusia. Según el novelista, aquel 8 de septiembre de 1972 un grupo de tradicionalistas sector intransigente que se presentaban como el Consell de la terra hurtó la talla en una acción inspirada en el secuestro de la Virgen de Nuria perpetrado en junio de 1967 por un comando de antifranquistas catalanes. Con la mala fortuna que justo después de retirar la talla del camarín se declara un incendio y han de salir por patas. No se acaba aquí la cosa porque, cuatro décadas y dos cadáveres después, el espavilado Andreu Boix, o Boix el Viudo -el poli que protagoniza la novela de Villaró- descubre accidentalmente que la talla secuestrada por los héroes de el Consell de la Terra no era la original sino una copia de los años 20 que alguien había colocado en algún momento en lugar de la pieza románica original. Pero, ¿quién? Digamos sólamente que las elucubraciones literarias de Villaró se acercan antes a las de Más que a las de Canturri. Pero háganse un favor y lean Azul de Prusia.

[Este artículo se publicó el 21 de enero de 2013 en El Periòdic d'Andorra]

domingo, 23 de marzo de 2014

La última pena capital, en 8 milímetros

Se cumplen 70 años de la última sentencia a muerte que dictaron los tribunales andorranos; Bartomeu Rebés filmó desde el balcón de su casa la lectura pública de la pena, el 28 de octubre de 1943; el Archivo Nacional conserva una copia de la filmación, una película (muda) de dos minutos escasos.

De acuerdo: 70 años no es una cifra tan redonda como los 25, los 50 y no digamos los 100. Pero no siempre tendremos la suerte que tuvimos con la carretera [la General 1, desde la frontera a Andorra la Vella, que se inauguró el 24 de agosto de 1913], y digámoslo claro, la prudencia más elemental nos dice que el 18 de octubre del 2033 algunos de nosotros ya no estaremos en condiciones de recordarlo como merece. Así que aprovechemos la oportunidad que nos brinda el calendario y evoquemos hoy la lectura y ejecución de la última sentencia capital que se dictó en nuestro rincón de Pirineo. Lo haremos, además, no con la celebérrima fotografía de Valentí Claverol -estupenda, sí, pero mil veces vista- sino con los fotogramas de los dramáticos dos minutos filmados por Bartomeu Rebés desde el balcón de su casa, en la plaza Benlloch de Andorra la Vella. De hecho, si tienen a mano la fotografía de Claverol y observan bien, verán a Rebés en acción: es el hombre situado a la derecha del todo del balcón, con la cámara al hombro y grabando la escena.













Capturas de la película de dos minutos de duración que Bartomeu Rebés, cineasta aficionado, filmó el 18 de octubre de 1943 desde el balcón de su casa -Casa Rebés- en la plaza Benlloch de Andorra la Vella; bajo él, los batlles proceden a la lectura pública de la sentencia que condena a muerte a Pere Areny Aleix, autor del disparo que la madrugada del 31 de julio mató a su hermanastro, Anton Areny Baró; el fratricida fue fusilado el mismo 18 de octubre en el cementerio de la capital. Película: Bartomeu Rebés / Archivo Nacional de Andorra.


Hemos retrocedido hasta el 18 de octubre de 1943: una pequeña multitud se concentra en la plaza, en el mismo lugar -y no es casualidad- donde hoy crece un frondoso... ¿un almez? para oír al honorable señor batlle -el juez, vamos. Es lunes, pero el ambiente es de gran solemnidad, comenzando con los consejeros generales con el vestuario ceremonial: tricornio y gambeto. No es para menos, porque estamos a punto de asistir a un acontecimiento auténticamente insólito: no se guarda memoria de la anterior pena de muerte dictada en el país -Manel Bacó de Engordany, en una escena muy similar a la captada por Claverol y reproducida en su momento por L'Illustration, fue condenado en 1896 a trabajos forzados por haber liquidado a su madre- y de hecho, Pere Areny Aleix, nuestro protagonista de hoy, tendrá el dudoso honor de ser el último ejecutado en Andorra. No discutiremos aquí ni la dureza ni la oportunidad de la pena -esto lo haremos más adelante, y con los parientes vivos más cercanos del reo- pero el caso es que el Tribunal de Corts lo tuvo clarísimo y la sentencia -que se puede consultar en el Archivo Nacional, y que encontrarán aquí arriba- declaró a Gastó de Canillo, como también se conocía al fratricida, "autor del delito de asesinato de su hermano, Anton Areny Baró, con las agravantes de alevosía, premeditación, nocturnidad, uso de medios desproporcionados y otros no especificados, condenándolo a sufrir la pena capital".

Una pena capital que según la costumbre local -conservada en el Manual Digest, el mamotreto de Fiter i Rossell- la debería haber ejecutado un verdugo traído expresamente de España o de Francia pero que los mismos batlles especificaron que "dadas las circunstancias" -el contexto bélico, con la II Guerra Mundial en marcha y poniéndoles las cosas difíciles a los verdugos profesionales, ya es paradoja- el reo fuese "pasado por las armas". Fusilado, en fin, una misión que se encomendó a los seis miembros del servicio de orden de la época, que en la película de Rebés forman marcialmente con el mosquetón al hombro y dibujando el círculo fatídico en que transcurre la acción.

Estos agentes y el somatén, que también forma en un segundo plano con las armas listas, le confieren a la escena un aire de trágica inminencia. La sentencia la había dictado el Tribunal de Corts el 15 de octubre, y se ejecutó el mismo día 18, inmediatamente después de la lectura pública, en el cementerio de Andorra la Vella, hasta donde el reo es conducido por una fúnebre comitiva. Una crónica de la agencia Cifra publicada en La Vanguardia el 9 de octubre de 1943 nos ofrece los detalles algo morbosos del episodio: "En el exterior del cementerio el reo fue atado a un mástil empotrado en el suelo y fusilado por miembros de la Policía. Para evitarle sufrimientos en sus últimos instantes, le fueron vendados los ojos y el jefe del pelotón dio la señal de fuego con signos". Lo que no recoge la crónica de La Vanguardia es la... ¿leyenda? de que uno de los agentes no tuvo estómago suficiente estómago para disparar y presentó la dimisión antes del fatídico día.

El texto de la sentencia sí que se extiende en los, digamos, antecedentes de hecho y reconstruye el crimen con detalle: el caso es que considera probado que la noche del 31 de julio de 1943 Pere Areny, natural y vecino de la Cosa de Canillo -de ahí el sobrenombre- "dormía como era habitual con su hermano consanguíneo, Anton Areny Baró". Sobre las 3 de la madrugada, "y después de asegurarse de que su hermano dormía profundamente, tomó una escopeta del calibre 12 que cargada con balines guardaba la misma habitación y disparó sobre su hermano". El disparo le produjo a Anton "una herida en la región derecha que interesaba masa encefálica, mortal de necesidad". La sentencia establece también, ya se ha dicho, que el fratricida actuó con premeditación y que el móvil del crimen era la herencia del hermano. Un clásico, vamos. Los batlles lo cuentan como sigue: "Dado que este último [Anton] tenía proyectado contraer matrimonio, el procesado dedujo que se le escapaba definitivamente la posibilidad de adquirir un día la herencia".

Reincidente
Además de la premeditación, Areny según sus jueces -y su pétrea prosa- con todos los agravantes del repertorio: "Había aprovechado el momento en que Anton dormía encontrándose en la imposibilidad de defensa (...), actuó de noche y utilizando un medio, el arma de fuego, que imposibilitaba cualquier reacción de la víctima", con un móvil "bajo" y sin que mediara provocación ni enemistad previa. En resumen: indefensión, nocturnidad, alevosía y fuerza desproporcionada. Hay que reconocer que el tribunal admite que Gastó había manifestado durante la instrucción del sumario "una mentalidad bastante simple" y que una hermana sufría de "debilidad mental". Pero ni uno ni otro lo considera motivo suficiente para declararlo irresponsable. Al contrario, establece la "plena responsabilidad" del reo. Su suerte está dictada, a pesar, concluye algo hipócritamente la sentencia, "del ánimo del tribunal habitualmente inclinado a la indulgencia". Pues no: pena capital.

Lo que no dicen los jueces, pero en cambio sí que recoge el breve de La Vanguardia, es que por lo visto Areny había confesado durante la instrucción haber liquidado a otra hermana suya diez años atrás, "delito este que había quedado en la más completa impunidad", dice el diario barcelonés. Otro clásico, este del reincidente confiado en su suerte que vuelve a actuar con manifiesta temeridad y, claro, lo terminan pillando.
Pero volvamos con Rebés: los dos minutos escasos de filmación que se conservan en el Archivo Nacional carecen de sonido y la copia es de pésima calidad, pero se intuye la habilidad del autor para el encuadre, confiriéndoles a la escena un marcado dramatismo: a diferencia de la fotografía de Claverol, tomada con el reo de espaldas y las autoridades de frente, la película arranca con Areny solo, en el centro de la plaza, la cabeza gacha y esposado con las manos por delante; el plano se va abriendo y poco a poco aparece el personal que que ha ido formando un círculo a su alrededor, el jefe de policía atento a las órdenes de las autoridades antes de llevarse escoltado a Areny, hay que suponer que directo al patíbulo. Un momento, éste último, especialmente tétrico porque justo entonces cruza por el fondo de la pantalla un inoportuno y famélico chucho. Areny no levanta la cabeza ni una sola vez. Y cuando la comitiva ha desaparecido por la avenida Benlloch camino del cementerio y la multitud rompe el círculo, surgen del lado de la iglesia de Sant Esteve un grupo de mujeres en procesión. Puro Solana.

La película de Rebés sólo se ha visto en dos ocasiones: en el especial Tele-Fira de 1988 y en el documental Pena capital, el documental sobre el caso Areny que el periodista Jorge Cebrián dirigió en 2008. Pero como en tantas otras ocasiones -y pensemos en Borís, nuestro monarca preferido, para no eternizar el asunto- el mérito del pionero hay que ponerlo en el zurrón de Antoni Morell, que fue quien en 1981 exhumó la última sentencia de muerte y la convirtió en material literario en Set lletanies de mort, su debut en la ficción y el título fundacional de la novela andorrana contemporánea. Que conste. Así que en adelante, tengamos cuando crucemos por la plaza Benlloch un piadoso recuerdo para todos los protagonistas de aquella infausta jornada. Por cierto, ¿andaría por allí el veguer Lasmartres?

[Este artículo de publicó el 18 de octubre de 2013 en El Periòdic d'Andorra]