Incursiones relámpago, estilo Sturmtruppen, en episodios que tuvieron lugar en Andorra y cercanías durante la Guerra Civil española, la II Guerra Mundial y las dos postguerras, con ocasionales singladuras a alta mar, a ultramar y si conviene incluso más allá.
[Fotografía de portada: El Pas de la Casa (Andorra), 16 de enero de 1944. La esvástica ondea en el mástil del puesto de la aduana francesa. Copyright: Fondo Francesc Pantebre / Archivo Nacional de Andorra]

Mostrando entradas con la etiqueta Franco. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Franco. Mostrar todas las entradas

domingo, 1 de junio de 2014

El maquis anarquista: ni ángeles ni demonios

Cuatro décadas después de la caída de los últimos maquis, el historiador Ferran Sánchez Agustí reconstruye la historia de la guerrilla anarquista. Atención, porque esto es novedad, sin concesiones hagiográficas.

El franquismo los despachó como bandoleros, facinerosos o delincuentes comunes, expediente dócilmente repetido por una prensa sumisa que de paso le ahorraba el esfuerzo y el riesgo de tener que reconocer e interpretar las implicaciones subversivas que el maquis anarquista comportaba. Por su parte, la escasa historiografía reciente que se atrevido a bucear en este apasionante y oscuro episodio del ,digamos, altofranquismo, se ha limitado en la mayoría de los casos a repetir acríticamente las versiones puestas en circulación en los años 70 por los autores hoy canónicos sobre la materia -Pons Prades y Téllez Solá, principalmente. El resultado ha sido una tendenciosa reescritura de la historia -quizás para saldar la deuda moral con los últimos luchadores antifranquistas- ha hecho insólita fortuna.

El caso más flagrante es el atraco que Josep Lluís Facerias perpetró en octubre de 1951 en el meublé de Pedralbes, golpa célebre recreado por el director Carles Balagué en La Casita Blanca -¿recuerdan la canción de Serrat: "Pero aquello era otra cosa..."- y que se saldó con el homicidio de un cliente de la casa de citas. La historia hoy oficial ha consagrado una versión apócrifa -per repetida ad nauseam- según la cual la víctima era un personaje más o menos próximo al Régimen, con conexiones estraperlistas y a quien Facerias pilló encamado con una sobrina menor de edad -sobrina del fulano este, no de Facerias. De ahí el vestidito de colegiala -al mejor estilo hentai- que el rumor popular y ahora también el erudito le endosaban a la chica. Pues resulta que Sánchez Agustí de ha molestado en rastrear las fuentes -incluida la partida de nacimiento de la susodicha- para descubrir con estupefacción que ni el muerto era un simpatizante franquista -de hecho, ni tan solo era un acaudalado estraperlista- ni la chica, a la que ha puesto nombre y apellidos -que por cierto se reserva- era sobrina suya. Y aún menos, menor de edad.

Facerias y Quique Martínez, en enero de 1947: el segundo cayó junto a Celes García el 26 de agosto de 1949 cuando estaban a punto de cruzar la frontera, camino de Francia; estén terrados en Espolla (Gerona). Atracador reincidente de la Casita Blanca, el célebre meublé de Pedralbes -y de Serrat- cayó víctima de una emboscada que le tendió la policía el 30 de agosto de 1957, en la esquina Urrutia y Pi i Molist de Barcelona. Fotografía: El maquis anarquista. 

El cadáver de Ramon Vila, Caracremanda, el último guerrillero, abatido en el paraje conocido como la Creu del Perelló, entre Castellnou y Balsareny, el 7 de agosto de 1963, cuando se retiraba a Francia tras su última misión: la voladura de tres torres de alta tensión en Sant Joan de Vilatorrada. Fotografía: El maquis anarquista.

Marcel·lí Massana (derecha) en 1977: fue de los pocos guerrilleros anarquistas que supo (y pudo) retirarse a tiempo: lo dejó en 1951, seis años después de echarse al monte. Acabó sus días en el mas Letaillet, en Couserans, en el Arieja, al otro lado de la frontera, donde había llevado desde su jubilación una vida espartana ganándose las alubias como payés, minero, mecánico y jornalero. Fotografía: El maquis anarquista.

¿Cómo llegó a adquirir carta de naturaleza una versión tan alejada de la realidad? El historiador lo tiene claro: "Una víctima con los antecedentes correctamente tuneados salvaba la reputación de Facerias y ocultaba el hecho de que se trató, simple y llanamente, de un asesinato a sangre fría. Es más: la propaganda anarquista lo podía explotar como la eliminación de un representante de la burguesía opresora, y a la vez desenmascaraba la doble moral de la sociedad de la época. Y todo esto, aliñado a los detalles morbosos del caso apócrifo, ayuda a vender libros".

Precisamente a la reconstrucción de la realidad histórica de la guerrilla antifranquista, hasta donde sea posible pero huyendo como se ve del lugar común por bienintencionado que sea, ha consagrado Sánchez Agustí El maquis anarquista (Milenio), la última, prolija y documentadísima entrega de la tetralogía que ha dedicado a la resistencia armada contra la dictadura de Franco, donde el reconocimiento del papel protagonista del maquis no le hace caer en la hagiografía. ¿Hay lugar para una historiografía científica, rigurosa, objetiva, que huya tanto de la demonización como de la idealización interesadas? "Sin duda", responde, "aunque hay que tener en cuenta que nos movemos en un ámbito en que la línea que separaba al simple bandolero del guerrillero antifranquista era muy delgada. Delgadísima". Facerias, por ejemplo, compaginaba los golpes de guerrilla urbana -el incendio de los depósitos de Campsa en la calle Sepúlveda de Barcelona, el amatrellamiento de la comisaría de Gracia, la bomba de la calle Ancha, la siembra periódica de octavillas subversivas...- con el atraco a sucursales bancarias y el asalto a meublés -su especialidad. Botín de la primera incursion en la Casita Blanca, el 5 d agosto de 1949: 700 pesetas en metálico, un reloj y un anillo de oro; una estilográfica y una petaca de plata, tres carteras de piel y unas gafas de sol... No le hacían ascos ni a las cartillas de racionamiento. Estas "expropiaciones" -según la terminología resistente- las explica Agustí por la precariedad de recursos, una de las constantes el maquis hasta el último momento: "No tenían otra manera de recaudar fondos: en el exilio, simplemente no había dinero; tampoco podían esperar gran cosa de las aportaciones de los simpatizantes del interior, ni tenían una Internacional detrás como había sido el caso del maquis comunista, el primero que históricamente se levantó en armas contra Franco". El resultado, concluye, es que pillaban lo que podían, y la realidad es que este tipo de resistencia estaba condenada a subsistir de una manera agónica: "Eso sí, en el maquis nadie se forró. Eran unos idealistas de austeridad probada que nunca se embolsaron un duro. Marcel·lí Massana, el único de los cuatro grandes que supo retirarse a tiempo, vivió muy humildemente hasta su fallecimiento en una pequeña granja del Arieja".

¿Cuál era entonces el objetivo del maquis anarquista? Constituye un flagrante anacronismo pensar que la finalidad de la guerrilla era instaurar una democracia representativa, con el reconocimiento de los derechos individuales, la división de poderes y el pluralismo político que ello comporta: "Con la victoria aliada, y especialmente tras el fusilamiento en febrero de 1946 de Cristino García -uno de los héroes de la Resistencia francesa contra los nazis- el maquis estaba convencido de que el derrocamiento de Franco era cuestión de tiempo". En esta coyuntura era altamente recomendable, llegado el caso, la existencia de fuerzas autóctonas que diesen apoyo a una eventual intervención aliada en los asuntos españoles. Pero con la reobertura de las fronteras, en 1948, Franco ve el camino expedito para explotar su papel de Centinela de Occidente. Es a partir de entonces cuando la guerrilla se convierte en un fenómeno marginal, de pura supervivencia, que no puede contar ni con el apoyo de un pueblo exhausto y medio muerto de hambre y de miedo. Desde 1951, la mismísima Frederica Montseny -máxima dirigente del movimiento libertario- desautoriza la lucha armada, y los que quedan son epígonos, individuos que hacen la guerra por su cuenta, a título individual. "En este contexto, al maquis sólo se apuntaba o un loco o un Quijote... dispuesto en cualquier caso a caminatas kilométricas, habitualmente de noche, cargando armamento semipesado, con el peligro constante de un encontronazo con la Guardia Civil y el temor a la delación, la detención y la tortura. Es en este sentido en el que sostengo que la del maquis fue la última guerra por unos ideales que tuvo lugar en el siglo XX". Pero, ¿qué querían? "Ni ellos mismos lo sabían, aunque cuando se les preguntaba al respecto respondían que estaban en eso para 'hacer la Revolución'".

Liberadores sin pueblo: una guerrilla aislada
La actividad guerrillea del maquis anarquista comenzó oficialmente en otoño de 1947, después de que el II congreso del Movimiento Libertario Español (MLE) convocado en Tolosa ordenara impulsar la resistencia, la acción directa y el sabotaje. Y continuó, a pesar del alto el fuego decretado en 1951 por Montseny, hasta la muerte de Ramon Vila Capdevila, Caracremada, el 7 de septiembre de 1963 en la localidad barcelonesa de Castellnou de Bages, triste hito que le valió el título de último guerrillero. Agustí hace balance de los tres lustros de la guerrilla catalana, y le salen más de un centenar de muertos: 12 civiles asesinados por el maquis, más 14 miembros de las fuerzas de seguridad y 37 guerrilleros caídos en enfrentamientos directos. Para terminar con los 39 guerrilleros capturados y fusilados. El período de máxima intensidad fue el trienio 1947-49, con acciones sonadas como el sabotaje de Carburos Metálicos de Berga, el apagón de Terrasa, los atentados contra los consulados de Brasil, Perú y Bolivia en Barcelona, y la continua voladura de torres eléctricas. Por lo que respecta al aspecto recaudatorio, en 1949 se contabilizó el montante total ingresado en concepto de "expropiaciones sociales forzosas": dos millones de pesetas, procedentes de medio centenar de golpes. Pura calderilla, sostiene Agustí, para unas gentes que pretendían nada menos que derrocar a Franco. La pregunta, después de todos estos muertos y de toda la gente -imposible averiguar cuánta- que terminó en prisión tiene que ser: ¿valió la pena?

Porque llegados a este punto hay que añadir otro de los matices que aporta Agustí a esta materia: el apoyo popular al maquis anarquista fue escaso. Escasísimo. Geográficamente se concentró en las localidades rurales de las comarcas barcelonesas del Bages y del Berguedà, donde las masías se encontraban justo en medio de las rutas habituales para llegar hasta Barcelona. En total, continúa, el maquis movilizó uno, como mucho dos centenares de activistas, más un millar de simpatizantes o colaboradores. Y aun esto, siendo generosos: "Una base popular ni existió ni hubiera podido existir, porque al pueblo derrotado no le quedaban fuerzas ni ánimos, y colaborar con la guerrilla significaba exponerse al riesgo de terribles represalias. Al final, casi todos fuimos algo, poco o mucho franquistas. Por acción o por omisión". En cualquier caso, las cifras delatan el nulo sentido de la realidad de unos hombres a quienes el exilio había alejado, y no solo geográficamente, del país que pretendían liberar. Aun así, Agustí insiste en limpiar la imagen de facinerosos que les endosó la propaganda franquista: "Hubo homicidios digamos accidentales, como el del meublé de Pedralbes, y víctimas inocentes, sí. Pero no eran hombres de gatillo fácil. Nada de tiros en la nuca".

¿De dónde salieron estos dos centenares de idealistas que se enrolaron en una guerra perdida de antemano? ¿Dónde se reclutó la clase de tropa que engrosó las listas de muertos, fusilados y prisioneros? "La extracción social era claramente obrera: Facerias había sido camarero; Quico Sabater, hojalatero; Massana, minero y jornalero... En la guerrilla anarquista no hubo grandes teóricos, ni pensadores de gran altura. Luchaban por derrocar el régimen emergido de la Guerra Civil y en ocasiones se apuntaban al maquis como última opción, porque si los pillaban iban directos a la prisión o al pelotón de fusilamiento".

Lo más hiriente de toda esta historia es el papel absolutamente marginal que el anarquismo tuvo durante la Transición, después de haber mantenido hasta bien entrados los años 60 la -digamos- llama de la resistencia armada. Y el relativo vacío historiográfico que aun hoy existe sobre la materia. Agustí se resiste a creer en un complot académico para silenciar el protagonismo de la guerrilla anarquista, sobre todo a partir de la fracasada invasión del Valle de Arán, en 1944, canto del cisne del maquis comunista: "La realidad, más prosaica, es que las condiciones de vida en los años 60 habían mejorado substancialmente. Con la democracia, y con pan para todos, conceptos como la lucha de clases y la democracia asamblearia habían perdido casi todo el sentido".


Ramon Vila Capdevila, 'Caracremada': el último idealista
Agustí lo trata de "personaje enigmático y fascinante, difícil de entender si no se tiene en cuenta que fue el último idealista". Su muerte, la medianoche del 6 de agosto de 1963, pone el punto final a la guerrilla antifranquista en Cataluña, hasta el punto que a Caracremada -Caraquemada, en catalán- le ha quedado el triste honor de ser considerado el último maquis. Cayó abatido por las balas e tres guardias civiles -Jerónimo Bernal, Evangelista Fernández y Anacleto Adeva- cuando se retiraba hacia Francia tras su último sabotaje, la voladura de tres torres de alta tensión en Sant Joan de Vilatorrada (Barcelona). Lo interceptaron en el paraje conocido por la Creu del Perelló, entre Castellnou de Bages y Balsareny. El historiador también refuta la versión oficial de la agonía de Caracremada a partir de a necropsia que se le practicó en el 2000, cuando sus restos fueron trasladados al cementerio de Castellnou: "Durante años circuló la especie de que Vila no expiró hasta la madrugada, tras seis horas de agonía, versión que comprensiblemente intenta alimentar la leyenda. Pero la gravísima herida que presentaba en la pierna izquierda precipitó el óbito en un plazo máximo de media hora, porque la bala fatal le provocó una hemorragia muy abundante". Agustí sólo le ha podido documentar la muerte de un guardia civil: "Fue un encontronazo: era o él o el guardia". Antiguo obrero téxtil, minero, leñador y payés, Vila se especializó en el sabotaje de la red eléctrica y actuó preferentemente en las comarcas del Bages y del Berguedà, en Barcelona. Su ruta habitual transcurría por la Molina, Toses y Setcases. En mayo de 1947 lideró un atentado contra Franco en una visita a las minas de Sallent. Frustrado, claro, como todos los de que fue objeto el dictador.


Josep Lluís i Facerias, 'Face': el Dillinger catalán
De los cuatro grandes de la guerrilla anarquista catalana, Facerias es el que merece en opinión de Agusti el  juicio más crítico: "Diría que fue el menos idealista de todos, hasta el punto de que en muchas ocasiones rayaba el puro bandolerismo. Y era a quien menos temblaba la mano a la hora de disparar". De hecho, es él quien disparó contra Antoni Massana en el meublé de Pedralbes, en otoño de 1951, en un episodio que Agustí ha reconstruido a partir de documentación inédita -y que el director Carles Balagué convirtió en película en La Casita Blanca. El historiador se aleja aquí del lugar común y sostiene que el silencio que muchas de sus víctimas de los asaltos a casa de citas no era debido al temor a quedar en evidencia sino a la consigna policial de no dar publicidad a sus fechorías. En cualquier caso, sí que le reconoce un carisma especial y llega a decir que "por la audacia de sus golpes, fue lo más próximo a un Dillinger que tuvimos por aquí. Además, era un tipo culto, elegante -le llamaban el Dandy- y que hablaba idiomas..." Antes de empezar su carrera como guerrillero, había ejercido como cajero y como camarero en la Rotonda, popular restaurante barcelonés ubicado al pie del Tibidabo. Debutó en julio de 1947 atracando la Hispano-Olivetti. En la década siguiente se labró una aureola legendaria: los objetivos -aparte las casas de citas- eran entidades bancarias, los consulados de países favorables la ingreso de España en la ONU y un sonado atentado con boba contra la tribuna instalada en el Paseo de Gracia de Barcelona, el 1 de abril de 1950, con motivo del desfile en conmemoración del -ejem- Día de la Victoria. En 1952 se refugió en Italia, de donde regresó en agosto de 1957 para una última aparición en escena: la caída de dos de sus compañeros reveló su posición a la policía, que el 30 de agosto le tendió una emboscada en el punto de reunión: la esquina entre los paseos Urrutia y Pi i Molist. Y cayó.



Marcel·lí Massana i Bancells, 'Pancho': una retirada a tiempo...
El único guerrillero del santoral anarquista que supo retirarse a tiempo, en 1951, seis años después de emprender la vía armada y cuando estaba a punto de ser repatriado desde Francia: "Estos hombres durísimos, curtidos en mil batallas, no temían morir en acción, sino a la tortura. Les producía auténtico terror", argumenta Agustí. Massana acabó sus días en 1981 en el mas Letaillet, en Couserans, en el Arieja, donde había llevado desde su jubilación una vida espartana dedicado a mil quehaceres: payés, minero, mecánico, jornalero... Había recalado en el maquis, como tantos otros, a través del contrabando, que ejercía por la ruta clásica que une Oseja y Guardiola de Berguedà. A diferencia de Facerias y de Sabaté, Massana practicó un maquis esencialmente rural, y el Bages y el Berguedà fueron -como en el caso de Caracremada- su escenario preferido: sabotajes contra las líneas de alta tensión -de escasa eficacia propagandística, dice Agustí, porque los apagones se acababan atribuyendo a las pertinaces restricciones-, los llamados "atracos económicos" e incluso secuestros, con incursiones de casytigo contra capataces y patronos especialmente odiados. Caracremada, Facerias, Massana y Sabaté son los más conocidos de entre los guerrilleros antifranquistas que operaron en Cataluña. Pero no fueron los únicos, como tampoco los anarquistas lo fueron en combatir con las armas en la mano contra el régimen franquista. Pero indiscutiblemente, brillan con luz propia y su recuerdo, más o menos tamizado, tuneado incluso, ha llegado hasta nosotros. Además, el hecho de ser algo así como los epígonos de la Guerra Civil -como los soldados japoneses que continuaron por su cuenta la guerra emboscados en la jungla hasta los años 70- unido a unas trayectorias con episodios espectaculares, les ha reservado en un lugar preferente en la memoria popular. Pero también hubo maquis comunistas -que fueron de hecho los promotores de la fracasada invasión del valle de Arán, en 1944- y los hubo también fuera de Cataluña, especialmente en Sierra Morena, Mamede, el Bierzo y el Maestrazgo, con la Pastora -recuerden- entre sus protagonistas.



Francesc Sabaté Llopart, 'Quico'
El más célebre de los maquis anarquistas tuvo en el acto final de su vida de guerrillero el momento de máxima audacia épica. El episodio es bien conocido: tras ser rodeado su comando por la Guardia Civil en el mas Clará de Palol de Revardit (Gerona), Quico Sabaté consiguió huir y subir -a la altura de Fornells- a un tren que hacía la ruta Portbou-Barcelona. Había dejado atrás los cadáveres de cuatro de sus compañeros y de un teniente de la Benemérita. Se bajó en Sant Celoni, donde tuvo lugar el enfretamiento final con dos miembros del somatén local -Abel Rocha y Josep Sibina- y con el sargento Antonio Martínez Collado. También en este punto la versión de Agustí difiere de la oficial: la bala que hirió de muerte a Sabaté salió efectivamente de la ametralladora de Rocha, que a su vez recibió dos impactos -uno en la pierna, que lo dejó por cierto cojo, y otro a la altura del corazón, que milagrosamente fue desviado por la granada que guardaba en el bolsillo de la guerrera. Pero quien remató a un agonizante Sabaté no fue Rocha sino su compañero Sibina: "Rocha no era un asesino; simplemente, cumplió con su deber", asegura Agustí, para quien Sabaté "siempre venía vendido por la información de sus movimientos que los infiltrados les pasaban a la policiía". Y es que, como apunta el historiador, "en aquellos años de estrecheces y de penurias, el régimen no escatimaba recursos a la hora de mantener bien engrasado el servicio de inteligencia y tener así controlada a la oposición". La jugada le salió redonda, porque tras la invasión del valle de Arán, Franco ya no estuvo nunca más contra las cuerdas y, como es bien sabido, murió en la cama. El maquis no derrocó ciertamente a la dictadura -ni el maquis, ni nadie, cabe añadir. Pero moralmente estuvo mucho más cerca de conseguirlo que la tropa de "asesinos de Franco" -con tanta voluntad como desacierto- recientemente retratada por Francesc-Marc Àlvaro.

Las rutas del maquis
¿Qué rutas seguían los guerrilleros en sus incursiones desde la base operativa, en el número 4 de la calle Belfort de Tolosa? El sector más peligroso era la frontera hispanofrancesa, con la zona tampón que la rodeaba y donde durante muchos años fue necesario el salvoconducto, el pase fronterizo para circular sin ser molestado por la policía franquista. Sabaté, por ejemplo, entraba por la parte de Setcases con destino a Moyá. Más de cien kilómetros, siempre de noche y a pie, evitando los núcleos de población y los caminos más transitados. Massana lo hacía por Oseja, en la Cerdaña francesa, y caminaba hasta Castellar de n'Hug, la Pobla de Lillet, Borredà y Guardiola de Berguedà, donde cogía el tren hacia Barcelona. Una marcha maratoniana que, si se olía el peligro, podía alargarse hasta Puig-reig, Berga, Manresa y, si hacía falta, Terrasa. Andorra también fue otro de sus puntos habituales de entrada, siguiendo la ruta tradicional del contrabando y donde pudo haber coincidido -pudo- con Baldrich y compañía. Por la zona del Ampurdán, preferían lugares remotos como Rabós. Se movían en grupos reducidos, de seis, siete, como mucho quince unidades. En cuanto alcanzaban zonas urbanas ocultaban las amas largas en zulos y se quedaban tan solo con pistolas y subfusiles, y las recogían terminada la misión: que nadie se piense, advierte Agustí, que aparecían un buen día por la plaza de Cataluña empuñando sus metralletas...

El doctor que salvó a Franco
Los libros de Sánchez Agustí siempre guardan una sorpresa, como los huevos Kinder. En el anterior, Espías, contrabando, maquis y evasión, planteó una hipótesis alternativa a la del suicidio oficial de Walter Benjamin: afirmaba que el filósofo falleció a consecuencia de una hemorragia cerebral, y aportaba como prueba la partida de defunción firmada por el doctor Ramon Vila Moreno. En El maquis anarquista, además de desmontar la versión oficial del asalto de Facerias al meublé de Pedralbes, da por primera vez noticia de los doctores catalanes que colaboraron con la guerrilla, jugándose como es notorio la libertad. Al lado de Josep Pujol Grau, Domingo Castells Batalla y Mariano Torralba Gómez, merece especial atención el doctor Joaquim Trias i Pujol (Badalona, 1887-Barcelona, 1964), detenido en diciembre de 1949 -y liberado un mes después- acusado de haber intervenido dos años antes al guerrillero Juan Cazorla, con dos heridas de bala que le atravesaban el intestino. De nada le valió, a Trias, el honor de haber sido el cirujano que el 29 de junio de 1916 había salvado la vida del entonces capitán Francisco Franco, que llegó a su ambulancia móvil con el hígado perforado por un proyectil. Ocurrió en los alrededores de Ceuta, donde Trias servía como médico militar del ejército español desplegado en el Protectorado de Marruecos. Durante la Guerra Civil sirvió como comandante en jefe des unidades de Sanidad del ejército del este, y desde 1939 hasta 1947 vivió en el exilio -Andorra incluida: montó un ambulatorio en la Casa Rebés por el que pasaron algunos de los refugiados de guerra reseñados en este blog. La cuestión que no podemos evitar plantearnos es: ¿cómo hubiera cambiado la historia de España si el capitán Franco hubiera ido a parar a manos de un cirujano menos eminente que Trias? Y el doctor, ¿lo hubiera tratado tan bien de haber sabido lo que ocurriría 20 años después?

[Este artículo se publicó el 19 de mayo de 2006 en la revista Presència]

miércoles, 2 de abril de 2014

Dos pasadores salen del armario

Sala Rose y Garcia-Planas rescatan en El marqués y la esvástica la carrera de Paul Barberan y Manuel Huet, secundarios de lujo en el infausto periplo de González Ruano en el París de la Ocupación.

Lo mencionábamos aquí mismo hace cosa de un par de semanas y con motivo de la publicación de El marqués y la esvástica, el tocho con que la germanista Rosa Sala Rose y el reportero Plàcid Garcia-Planas destripan el infame papel del escritor César González Ruano en el tráfico de fugitivos a través de los Pirineos en el París de la II Guerra Mundial. Y probablemente no lo hayan olvidado porque Paul Barberan ingenió un sistema en verdad singular para pasar a sus clientes desde el lado francés hasta Andorra -y de aquí, a Barcelona. Singular, audaz -por no decir temerario- y de rara eficacia, porque nuestro protagonista de hoy sostiene que no perdió ni uno solo de sus clientes. Pero juzgue el lector: ciudadano francés criado en Andorra, contrabandista notorio -dicen los autores- y con cuartel general por aquí arriba durante los años álgidos de la Ocupación nazi, Barberan instaba a los hombres que tenía que conducir a través de la frontera a disfrazarse como si fueran porteadores, con el fardo a la espalda y todo. Un fardo que podía contener las escasas pertenencias que los fugitivos habían podido salvar del desastre o que, para aprovechar el trayecto, llenaba con la mercancía con la que contrabandeaba arriba y abajo -botones de nácar, aneto lsintético para fabricar pastís, neumáticos, licor y cigarrillos. Si disfrazar a sus fugitivos de contrabandistas ya era un expediente de los más intrépido, qué decir de la manera como se aseguraba la aquiescencia de las patrullas alemanas que pululabanpor la forntera: ¡enrolándolos también a ellos como porteadores!

Un grupo de porteadores fotografiado en los años 40 en el puerto de Envalira por Josep Alsina. Fotografía: Fondo Alsina / Archivo Nacional de Andorra.
Los Nanos d'Eroles, con Dionisio en medio, en una imagen de sus días de vino y rosas publicada en noviembre de 1936. ¿Se encuentra Huet entre ellos? Fotografía: Mi Revista.

Obviamente, a los judíos que habían confiado en Barberan la visión de los soldados convertidos en improvisados compañeros de evasión les debía parecer cualquier cosa menos tranquilizadora: "El momento en que les decía que iban a ser escoltados por una guardia alemana siempre iba acompañado de reacciones que podían llegar hasta el desmayo. Entonces restablecía la situación por diversos medios, incluidos la firmeza y el coñac. Los soldados, armados y con el fardo a la espalda, saludaban ruidosamente a los porteadores, que respondían con una sonrisa crispada que se podía atribuir al rudo temperamento catalán..." Esto es lo que explica Barberan en unas suculentas memorias -Le passe-débout (1979)- hoy inencontrables y que por aquí arriba han pasado absolutamente desapercibidas, pero que Sala Rose y Garcia-Planas han desenterrado oportunamente del cementerio de los libros olvidados y que citan profusamente en El marqués y la esvástica. Le consagran un capítulo entero, El contrabandista feliz, una docena de páginas de las que emerge un tipo simpaticote, decidido y de una pieza, del estilo -para entendernos- de Joaquim Baldrich, pero "pícaro y mujeriego" -dicen- y que se enorgullecía de su oficio: "Mi único país era el que atravesaban los caminos del contrabando; mi única ley, el fraude; mi única moral, la amistad". Audaz como pocos, para ahorrarse problemas con los aduaneros franceses del Pas de la Casa, cuando conducía un convoy de camiones con género de contrabando ponía a sus amigos alemanes como chóferes: "Los aduaneros callaban y ni tan solo se tomaban la molestia de salir de la garita..."

La estratagema de disfrazar a los fugitivos de porteadores era inviable -por motivos obvios- con niños, mujeres y ancianos. No colaba. Pero Barberan era hombre de recursos: los cargaba en automóviles y los conducía hasta cierta curva de la N-20, la carretera del lado francés que une Ospitalet con el Pas de la Casa, y desde aquí los llevaba a pie hasta territorio andorrano. Una curva, por cierto, que en el libro de Sala Rose y Garcia-Planas tiene un inopinado protagonismo: los autores especulan que era precisamente en este punto, a siete kilómetros de la aduana pero a escasos 200 metros en línea recta del río Palomera -frontera natural entre Francia y Andorra- donde los traficantes de hombres obligaban a sus fugitivos a bajar de los camiones en que los habían transportado hasta allí y los ametrallaban sin contemplaciones: una de las tesis de El marqués y la esvástica y sucio episodio en que intentan involucrar a González Ruano. Sin conseguirlo, porque por lo visto el autor de Mi medio siglo se confiesa a medias era sólo un vil estafador, pero no un asesino ni que fuese por delegación.

Amigote de los alemanes (pero no de la Gestapo)
Como la humildad no era precisamente su mayor virtud, Barberan alardea en Le passe-débout de que él, a diferencia de otros pasadores "con muy mala suerte" -dice- no perdió ni a uno solo de sus fugitivos, a quienes por otra parte asegura que jamás cobró un duro por sus servicios. Otra cosa eran los colegas del lado español que los tenían que conducir hasta Barcelona, que "no trabajaban gratis". Y pasa disertar sobre el sistema de precios vigente en el mercadeo de fugitivos: "Había fugitivos que podían pagar generosamente, disponían de un considerable viático en divisas, oro o piedras preciosas (..) y se ofrecían a compartir esos tesoros con nostros; otros en cambio eran unos colgados e insolventes, y los había también que discutían por cada céntimo, como si de ese asunto no dependiera su vida; así que había que adaptar la tarifa a cada cliente", dice de forma pelín contradictoria -¿no habíamos quedado que él no cobraba?- y con ciertas dosis de cinismo que remata con la afirmación de que "se lllegaba a hacer pagar en función de la simpatía que se sentía por los individuos". Así que mejor caerles en gracia, a Barberan y a su tropa de generosos pasadores...

Estaba claro que aquel juego a dos bandas -fugitivos por aquí; alemanes por allá- era tan temerario que no podía terminar bien: por un lado, las estrechas relaciones con los ocupantes generaron lógicas suspicacias, especialmente -dicen Sala Rose y Garcia-Planas- la amistad "íntima" que lo unía a Germain Soulié, el secretario de la veguería francesa -y sustituto de Larrieu, ya ven cómo cuadran las cosas- individuo de reputación dudosa y conocido por sus onerosos tratos con los alemanes: "Los recibía en casa", admite Barberan, "pero esto no me convertía en sospechoso a los ojos de mis compatriotas: era sabido quemis relaciones con el ocupante se terminaban ante las puertas de la Gestapo".

Así que no es de extrañar que el 11 de abril de 1944 fuese capturado por la misma Gestapo en Ospitalet, acusado de "corrupción del personal militar del III Reich". Lo que más sorprendió a sus coetáneos -y también a nosotros, digámoslo todo- es que lo soltaran tranquilamente al cabo de dos días. Sobre todo, si tenemos en cuenta que a dos de sus cómplices alemanes los fusilaron sin contemplaciones -y que Puigdellívol, metido también en el tráfico clandestino de fugitivos y que fue  capturado poco despupés por la Gestapo- se pasó un año largo en Buchenwald. Barberan alega que a los ojos de la policía secreta nazi era un vulgar contrabandista sin compromisos políticos conocidos y que la gendarmería intervino a su favor... Los autores sospechan que tantos miramientos sólo se explican si Barberan delató a cambio a alguno de sus rivales en el ramo del contrabando... como quizás Puigdellívol. Quizás. La cuestión es que por si acaso nuestro hombre se refugió a su vez en España y que no regresó a Andorra hasta principios de 1946, ya sin alemanes en la costa.

El otro protagonista de hoy es Manuel Huet Piera, que es quien aporta en El marqués y la esvástica la pista que seguirán Sala Rose y Garcia-Planas para sdesenmascarar a González Ruano, que en el París de la Ocupación se dedicó -demuestran los autores- a timar a fugitivos a cambio de falsas promesas de evasión. Hasta el punto que los tribunales franceses de postguerra lo condenaron a 20 años de trabajos forzados -que por cierto, no cumplió. Pero regresemos con Huet, enrolado en el maquis de Robert Terres, alias El Padre, y que es el hombre que recoge malherido al judío Rosenthal, ametrallado por sus falsos pasadores con todos sus compañeros de evasión de camino hacia Andorra. Huet es también el hombre que acomaña al mismo Rosentahl a París para identificar al tipo que le vendió el billete para tan funesto viaje: y resultó que este individuo era González Ruano.

Esta historia la contamos días atrás aquí mismo. Si la retomamos hoy es porque los autores de El marqués y la esvástica también reconstruyen sucintamente la trayectoria de nuestro Huet, nacido en Valencia en 1908 y fallecido en 1984, y que en 1946 se había establecido -y mira que hay sitios- en Andorra. Conocemos su papel como pasador de la red Ponzán y como maquis a las órdenes de Terres, pero es que la (digamos) prehistoria de Huet es tan movida como la de la guerra mundial. Resulta que el hombre, mecánico de profesión, fue uno de los protagonistas -dicen los autores- del primer vuelo nocturno sobre Barcelona, que tuvo lugar en 1929 y en pena Exposición Universal. Militante anarquista de primera hora, en los primeros años 30 participó en los grupos de acción directa de la FAI, honrada actividad que se traducía, por ejemplo, en el atraco frustrado a un furgón blindado por el que fue detenido por la policía en julio de 1935. Lo encontrarán en la hemeroteca de La Vanguardia.

Con estos antecedentes tampoco es extraño -o bien mirado, y tanto que lo es: Huet, un presunto atracador, formando parte del servicio de orden!- que durante la Guerra Civil lo encontremos enrolado en los temibles Nanos d'Eroles, los hombres que bajo la dirección de Dionisio Eroles, el jefe del Orden Público de la Generalitat entre octubre de 1936 y mayo de 1937, impusieron la ley revolucionaria en la retaguardia catalana. A sangre y fuego y con los consabidos viajes. Su posterior trayectoria bélica, a partir que Eroles cae en desgracia, es algo confusa: algunas fuentes amigas lo sitúan como piloto de la fuerza aérea republicana y aseguran que, con la Retirada, sigue el periplo habitual de los exiliados españoles en Francia: Perpiñán, Burdeos, París, Beziers...

Después de la contienda y antes de instalarse definitivamente en Andorra -donde aseguran Sala Rose y Garcia-Planas que en los años 50 departía amigablemente con Terres y con Pons Prades, el autor de Los senderos de la libertad y quien aporta la pista que conduce de Rosenthal a González Ruano- todavía tuvo tiempo de un último gesto de cara a la galería: el atraco a una sucursal del Crédit Lyionnais: por lo que parece, su célula pretendía adqurir con el botín una avioneta con la que bombardear ni más ni menos que el yate de Franco anclado en San Sebastián... Un atentado fallido, como es notorio ,pero que eleva a Huet al rango que entre nosotros ocupa mosén Farrás, el otro andorrano honorífico que tuvo narices de atentar contra Franco. A favor de Farràs diremos que el buen mosén se sale con la suya y liquida al dictador. Que sea en la ficción de Els ambaixadors, la novela de Albert Villaró, es un detalle menor que no le vamos a tener en cuenta. Nadie es perfecto.

[Este artículo se publicó el 1 de abril de 2014 en El Periòdic d'Andorra]

martes, 25 de febrero de 2014

Ifni: la guerra fantasma

El 23 de noviembre de 1957, el Ejército de Liberación penetraba en territorio de Ifni con el objetivo de expulsar a la potencia colonial: España. El régimen de Franco decidió conservar aquel "pedazo de arena, piedras y lagartijas" -como lo definió el humorista Gila- en un conflicto que a lo largo de medio año se cobró cerca de 300 muertos del lado español. Con todo, aquella guerra quedó rápidamente cubierta por un velo de silencio. Medio siglo después, los soldados de reemplazo que se vieron involucrados en la última contienda colonial reclaman un lugar en los libros de historia.

Más conocida como "la guerra silenciada", "la guerra olvidada" o hasta "la guerra chica" -así era como ser referia a ella el almirante Carrero Blanco, delfín de Franco- la de Ifni fue una guerra nunca declarada oficialmente que se dio por terminada la medianoche del 30 de junio de 1958.El alto el fuego fue una de las consecuencias de los acuerdos de Sintra del 1 de abril de aquel mismo año, un sucedáneo de tratado de paz con el que Franco se ahorró la humillación de la derrota. Pero el dictador no pudo evitar pillarse los dedos: conservaba Sidi Ifni, la capital de la colonia, pero renunciaba tácitamente al resto del territorio y rendía al Marruecos de Mohamed V el denominado Protectorado Sur. Es decir, la zona al norte del Sáhara español comprendida entre el paralelo 27º 40' y el río Dra, con capital en Tarfaya. Salvar el honor le había costado a Franco cerca de 300 bajas, la mayor parte de las cuales soldados de reemplazo destinados en la colonia o procedentes de los regimientos que fueron enviados precipitadamente desde la Península para combatir la insurrección.

Vista de Sidi Ifni, la capital de la colonia. Ifni era una franja de terreno de unos 30 kilómetros por 70, una cuña desconectada del Sáhara que penetraba en territorio marroquí; la presencia española se remontaba a 1934, con el desembarco del coronel Capaz; en los años 50 estaba habitado por entre 8.000 y 12.000 baamranis, tribu nativa de origen bereber. En la capital se concentraba una guarnición de 2.700 soldados. Fotografia: Archivo Contijoch.

Tras el intento de invasión del 23 de noviembre de 1957, el ejército rodeó la ciudad de Sidi Ifni de un perímetro defensivo que incluía alambre de espino, trincheras, búnkeres y barricadas. Fotografía: Archivo Contijoch.

El ejército español utilizó en Ifni a los venerables Junkers (en la foto) y Heinkel alemanes, veteranos de la II Guerra Mundial. Fotografía: Archivo Contijoch.

Barricada levantada por la guarnición del destacamento de Telata, uno de los cuatro que resistió hasta la evacuación, junto con los puestos de Tiluin, Tennin y Tiugsa. Fotografia: Archivo Contijoch.

Salida de las columnas que iban a liberrar los fuertes del interior de la colonia, asediados por el Ejército de Liberacion. Fotografia: Archivo Contijoch.

Demolición del fuerte de Telata por las fuerzas españolas en retirada. José Luis Martínez de Abellanosa sugiere que se trata en realidad del bombardeo del puesto de Tiluin previo al lanzamiento de los paracaidistas. Fotografía: Archivo Contijoch.


Dos de los doce fuertes distribuidos por el interior de la colonia en los que se desplegaron pequeñas guarniciones que fueron presa fácil del Ejército de Liberación. Fotografia: Archivo Contijoch.

El primer salto en combate de los paracaidistas del ejército español tuvo lugar en Ifni; en la fotografía, un salto de entrenamiento sobre la posición de Tiluin, semanas antes del comienzo de las hostilidades. Fotografía: Archivo Contijoch.


Cuestión de honor
Mohamed V se mostró más astuto que el Generalísimo, porque el nuevo statu quo con el que Franco pretendía blindar lo que quedaba de la denominada África Occidental Española -o AOE, qu englobaba las colonias de Ifni, el Protectorado Sur y el Sáhara español- duró poco más de otro decenio. El 30 de junio de 1969, y en cumplimiento esta vez de los acuerdos de Fez, se consumaba la llamada "retrocesión", barroca fórmula diplomática que se tradujo en la definitiva cesión de Sidi Ifni a Marruecos. Seis años después, España abandonaba el Sáhara por la puerta de atrás, dejando el territorio y su no muy promarroquí población en manos de Mohamed V.

Hasta la retrocesión, Sidi Ifni -o "Ciudad de las flores", en el idioma local- había sobrevivido en un inquietante "alto el fuego en estado de alerta permanente", como destaca el presidente de la Asociación Catalana de Veteranos de Sidi Ifni, Miquel Querol: "Por eso para los miles de soldados de reemplazo que prestamos servicio en la colonia la condición de excombatientes, y que el tiempo de servicio militar compute como cotizado en la Seguridad Social". Querol, que fue destinado al territorio en 1962, sirvió quince meses en el cuerpo sanitario. Como él, calcula que entre 1957 y 1969 debieron desfilar por Sidi Ifni cerca de 20.000 reclutas, "una quinta parte de los cuales fueron catalanes", matiza. La entidad, creada en 1988, aglutina a 430 de estos veteranos, y además de los beneficios de que disfrutan los militares destinados en misiones de paz en el exterior, reclaman la recuperación pública de este capítulo hoy olvidado de nuestra historia reciente.

Es cierto que, a diferencia por ejemplo del Sáhara español, sobre Ifni cayó enseguida un velo de silencio, probablemente fruto de la mala conciencia. La memoria colectiva sólo ha conservado -y aun gracias- la imagen de una pletórica Carmen Sevilla rodeada de paracaidistas, en las Navidades de 1957, cuando aterrizó en a colonia en compañía del humorista Miguel Gila y una docena de artistas más para elevar la moral de la tropa. Los lectores más veteranos quizás recuerden también los nombres de la dos víctimas ilustres de la guerra: el teniente Ortiz de Zárate y el alférez Francisco Rojas Navarrete, las únicas víctimas con nombre y apellidos de una lista de más de 300 bajas entre los cuales seguramente figuren unos sesenta catalanes, añade Josep Maria Contijoch, veterano de la guerra fantasma y él mismo autor de Sidi Ifni'57. Impresiones de un movilizado.

Soldados de segunda
El mismo Contijoch consigna otro aspecto sangrante de aquella contienda: cerca de un centenar y medio de soldados nativos que servíen en 1957 en el ejército español cobraban todavía en el 2001 pensiones de 70.000 pesetas mensuales. Un trato que no han merecido los reclutas que, como él y Querol, fueron destinados a una colonia en "estado de alerta permanente". Pero, ¿qué era, Ifni? La población de aquel territorio de 1.500 kilómetros cuadrados a duras penas ascendía en 1958 a unas 50.000 almas, mayoritariamente de la etnia de los ait ba amrani. Los europeos, nos 5.000, eran sobre todo militares -y sus familias- y se concentraban en la capital, Sidi Ifni, y en los destacamentos del interior, fortines custodiados por pequeñas guarniciones de tropa española e indígena. La ocupación efectiva del territorio arranca en 1934, con el desembarco del coronel Fernando Capaz. La nueva colonia comenzaría enseguida a tener un papel destacado en los asuntos de la metrópolis: se calcula que aproximadamente 9.000 baamaranis sirvieron en el bando franquista durante la Guerra Civil, enrolados en el Grupo de Tiradores de Ifni que el mismo Capaz había creado en 1934.

La efervescencia que se respiraba en el territorio en 1957 hay que atribuirla a la entonces recentísima independencia de Marruecos, que el sultán Mohamed V había proclamado en junio del año anterior. Pero Mohamed V no se contentaba con el fin del protectorado hispanofrancés y pretendía construir el Gran Marruecos, que incluía Ifni, el Sáhara español y parte de Mauritania y del Senegal, entonces bajo protección francesa. El instrumento del expansionismo marroquí era el llamado Ejército de Liberación, las "bandas armadas" según la terminología franquista, sospechosos a ojos de los españoles de actuar a las órdenes de la familia real marroquí. Las "bandas" se habían dirigido inicialmente contra la Mauritania francesa amparándose en la actitud contemporizadora de las autoridades españolas del AOE, que permitieron a los insurrectos plantar sus bases en un Sáhara en teoría bajo control español. Franco esperaa que dándoles algo de coba conjuraba el riesgo de que las reivindicaciones nacionalistas se giraran sobre sus posesiones. Pero una vez más se equivocaba.

La insurrección estalló en Ifni en enero de 1956, cuando tres nativos murieron en la localidad de Sidi Inno abatidos por una patrulla de la policía que intentaba retirar una bandera marroquí izada en a mezquita de la localidad. En abril, el cabo Ángel Sánchez Jiménez se convertía en el primer muerto español de la etapa prebélica. Pero el atentado más sonado tuvo lugar el 12 de junio de 1957, con el asesinato en pleno zoco viejo de Sidi Ifni de Mohamed ben Lahsen, el capitán Musa, oficial de la policía nómada y por lo visto un auténtico personaje local... demasiado afecto a los españoles. La revuelta se había extendido a la capital. El balance tras dos años de enfrentamientos larvados se elevaba, la vigilia de la insurrección general, a ocho muertos.

La invasión propiamente dicha empezó la madrugada del 23 de noviembre. A Contijoch, la alarma general le sorprendió en la cama: "Aquello era un auténtico caos. Nadie sabía qué hacer. Nos ordenaron dirigirnos a nuestras posiciones. La mía era la oficina del estado mayor del gobernador de Ifni, el general Mariano Gómez de Zamalloa. Afortunadamente, el fregado fue en la circunvalación y en el aeropuerto, y legionarios y paracaidistas enseguida se desplazaron a los puntos calientes para hacer frente a los moros. Hay que tener en cuenta que Sidi Ifni era entonces una ciudad abierta, vulnerable: no había posiciones defensivas, ni trincheras, ni búnkers. Todo esto vino después: en 1957 no había nada de nada". La operación, para los atacantes, consistía en ocupar el aeropuerto y destruir los polvorines de la ciudad. Además, los rebeldes contaban con que los soldados nativos que servían en el ejército español eliminarían a los oficiales. Pero a pesar del efecto sorpresa, las "bandas" no consiguieron ninguno de sus objetivos iniciales, y los baamaranis de Sidi Ifni se mostraron sorprendentemente leales a España. Contijoch recuerda unos pocos días de auténtico miedo: "No había una línea de frente ni combatíamos contra un ejército regular. Se trataba más bien de una guerrilla urbana, con mucha tensión contenida y tiros esporádicos que con frecuencia eran más fruto de nuestro nerviosismo que de un ataque enemigo". A pesar del pasmo inicial, la llegada de refuerzos masivos a partir del día siguiente de la invasión dejó meridianamente claro a las dos partes que Sidi Idni no iba a caer en manos de los rebeldes. Otra cosa era el resto de la colonia.

La auténtica guerra se libró en el interior del territorio, en aquella cuña que penetraba entre 30 y 40 kilómetros en tierra marroquí y que trazaba una frontera de unos 130 kilómetros de frente. De los doce destacamentos españoles en el interior de la colonia, sólo resistieron cuatro: Tiugsa, Tenin, Telata y Tiuluin. Los ocho restantes fueron tomados y sus guarniciones, aniquiladas o hechas prisioneras. Pero lejos del caos que con frecuencia se ha adjudicado al mando español, Contijoch recuerda una reacción ordenada y contundente. Durante la semana siguiente se organizó un puente aéreo con medio millar de operaciones de aterrizaje y de despegue desde el minúsculo aeródromo de Sidi Ifni. Un puente aéreo que permitió el refuerzo de la guarnición local con cuatro batallones de reemplazo procedentes de la Península así como la VI bandera de la Legión, tropas que se añadían a los tres tabores de tiradores con base en el territorio de Ifni y a las dos banderas paracaidistas que habían sido destinadas a la colonia meses antes en previsión de posibles incidentes. Inmediatamente se organizaron las operaciones de rescate -bautizadas con nombres muy del momento: Netol y Gento- que culminaron el 8 de diciembre con el regreso a la capital de los convoys con los supervivientes de los últimos fortines liberados.

Fue durante esta fase de la contienda que legionarios y paracaidistas estrenaron los primeros subfusiles Cetme, entonces de última generación. También se enviaron a Ifni cañones sin retroceso, ametralladoras Alfa y morteros de 120 milímetros, pistolas Astra y los veteranos pero eficacísimos naranjeros de la Guerra Civil. Las corbetas Atrevida y Descubierta, por su parte -las unidades más modernas de la Marina- patrullaron las costas de Ifni y del Sáhara, y una flota liderada por el crucero Canarias apareció un buen día ante Agadir y apuntó sus baterías contra la ciudad, en un claro gesto intimidatorio que emulaba la periclitada diplomacia de las cañoneras.

En campaña
Fue en el transcurso de las operaciones de liberación de las posiciones del interior asediadas cuando tuvieron lugar las acciones más sonadas de la guerra: el 29 de noviembre, cinco aviones Junkers JU.52 lanzaron sobre Tiluin una compañía entera de 75 paracaidistas. La guarnición y este refuerzo llegado por vía aérea fueron finalmente evacuados el 3 de diciembre, en una de las escasas acciones airosas de aquella guerra. La liberación de las otras tres posiciones fue más dramática: la columna de Ortiz de Zárate, que había salido de Sidi Ifni y se dirigía por carretera a socorrer el puesto de Telata, fue víctima de una emboscada y resistió ocho jornadas a campo abierto hasta ser a su vez liberadoa, el mismo 3 de diciembre. Zárate, sin embargo, murió en combate. Era el primera paracaidista caído en acción de guerra, y fue inmediatamente promovido a la condición de héroe del régimen. También o fue el alférez Rojas Navarrete, caído junto con otros 18 reclutas que protegían la carretera de Tiugsa a Sidi Ifni. La evacuación de Tiugsa, por cierto, se cobró otras cuatro víctimas, y la de Tenin, cuatro más.

Pero el 8 de diciembre todas las guarniciones se encontraban a salvo en la capital, convertida en plaza fuerte y rodeada de alambre de espinos, barricadas y búnkers, y defendida por cerca de 9.000 efectivos. Un bastión inexpugnable para la guerrilla. Pero el balance tras dos semanas de guerra semiabierta era demoledor: 34 muertos, 41 heridos y seis desaparecidos, más 21 prisioneros en manos de las bandas que no serían repatriados hasta mayo de 1959. Lo peor de todo era que la carnicería no había servido para nada, porque una vez liberadas y evacuadas, las posiciones interiores fueron dinamitadas y España abandonó de hecho la mayor parte del territorio.

A partir de aquel 8 de septiembre, Ifni sólo existiría en los mapas: los más de 1.500 kilómetros cuadrados de la colonia se habían visto reducidos al centenar escaso que formaba el perímetro defensivo levantado al rededor de la ciudad. Sin duda, las deficiencias del ejército español por lo que respecta a artillería, carros blindados e incluso de un puerto como dios manda desde done poder abastecer y pertrechar a las tropas fueron elementos que ayudan a comprender el desenlace. Por otra parte, ¿qué hubiera ocurrido si Franco se hubiera enfrentado a un ejército de verdad, y no a unos enemigos con carabinas y fusiles de cerrojo por todo armamento? Pero la guerra todavía no había concluido. De hecho, no concluiría hasta la retirada española de la ciudad, once años después. En enero de 1958, una vez fracasada la invasión -fracaso a medias, porque los guerrilleros quedaron como los amos de todo el territorio, excepto de Sidi Ifni- el Ejército de Liberación se revolvió, ahora sí, hacia el sur, hacia el país Tekna y Alaiún, el norte del Sáhara.

El principio del fin
En este nuevo escenario se produjo el mayor revés español de la guerra: el 13 de enero de 1958 una incursión en territorio controlado por la guerrilla terminó con 47 legionarios muertos, 64 heridos y un desaparecido. Es el desastre de Edchera, a la vez punto de inflexión de la contienda. En febrero, España había desplegado en el conjunto de la AOE cerca de 11.000 soldados, y ahora ya con la colaboración francesa procedió a liquidar los últimos reductos de resistencia en el Sáhara. Pero esta aparente victoria no ocultaba la realidad: España conservaba el Sáhara, sí, pero Ifni había quedado reducida a una ciudad virtualmente asediada: las "bandas armadas" fueron inmediatamente sustituidas por soldados del Ejército real marroquí que ocuparon posiciones al rededor de la capital. Ya no las abandonarían jamás y España no volvería a poner el pie más allá del perímetro defensivo de Sidi Ifni.

Pero, ¿fue realmente una guerra "silenciada"? Como recuerda Pius Pujadas, destacado a la colonia justo después de la guerra, "en la Península sabíamos que había habido tiros y algunos muertos. Pero no que las bajas se elevaban a centenares de hombres y que la solución había consistido en abandonar el interior de la colonia y concentrarse en la capital". Y eso que en enero de 1958, superada la fase crítica de la guerra, las Cortes franquistas lanzaron un órdago y elevaron Ifni y el Sáhara a la categoría de provincias españolas. Se trataba de una supuesta jugada maestra con la que el régimen pretendía dar carta de naturaleza a una ficción administrativa: considerar que aquellas dos colonias africanas formaban parte intrínseca de España como cualquier otra provincia metropolitana y que, por lo tanto, no les afectaban las resoluciones de la ONU que instaban a la descolonización de los dos territorios. El mismo Contijoch, al regresar a casa en junio de 1958, se topó con la cruda realidad del desconocimiento general por parte de la población de lo que había ocurrido en Ifni: "Los diarios lo cubrieron las primeras semanas, cuando el régimen no pudo ocultar las muertes de Zárate y de Rojas, ni tampoco el desastre de Edchera, pero dándole un tono inevitablemente épico, triunfalista, como si nos estuviéramos paseando ante unas bandas de desharrapados. La visita de Camen Sevilla también tuvo mucha repercusión. Pero si consultamos la prensa e la época comprobaremos ocn estupor que a partir de enero de 1958 las referencias a Ifni son cada vez más escasas, hasta que acaban despareciendo. Un apagón en el que tomó parte incluso el diario Arriba, que a pesar de ser el diario de Falange había hecho hasta entonces el seguimiento más completo de la guerra."

El balance final varía según las fuentes. Como no se dispone de datos oficiales, existe un consenso tácito entre los escasos historiadores que han investigado la contienda en reconocer unos 300 muertos por parte española, más medio millar más de heridos, para un contingente que pasó de 3.614 a 5.200 hombres e quince días, y a cerca de 11.000 en enero de 1958. Dos tercios de las bajas mortales se registraron en Ifni. Y no se dispone de datos para las bajas del Ejército de Liberación, al que los servicios de información españoles atribuían unos efectivos totales que oscilaban entre los 4.000 y los 5.000 guerrilleros. Por lo que respecta al resultado estratégico de la guerra, el acuerdo de Sintra firmado el 1 de abril de 1958 por España y Marruecos sancionaba el statu quo de Ifni -los españoles conservaban la capital pero abandonaban el resto de la colonia-  establecía la cesión del Protectorado Sur, con capital en Tarfaya. Franco aceptaba la mutilación del AOE con la esperanza de satisfacer así las ambiciones territoriales de Marruecos. Un tremendo error de cálculo que sólo tardaría un decenio más en aflorar, pero que se zampó los años de juventud de los reclutas que fueron destinados a la colonia para cumplir con su servicio militar.

La vida cotidiana en Sidi Ifni
En 1957, Sidi Ifni era una ciudad de cerca de 8.000 habitantes dividida en dos barrios: el europeo y el baamani, y las dos comuniades mantenían unas relaciones correctas. El tedio era el principal enemigo de los reclutas destinados en "El Territorio", el nombre con que se conocía a la colonia. Los reclutas podían pasarse sus 15 meses de servicio sin salir de Ifni. En los buenos tiempos de antes de la guerra, las autoridades ofrecían anualmente un avión para que los nativos cumplieran con el precepto de visitar la Meca por lo menos una vez en la vida. Las únicas opciones e ocio en Sidi Ifni eran las sesiones triples en el cine Avenida. El casino de oficiales estaba vetado a la tropa, como también cualquier contacto femenino: las únicas mujeres que veía un recluta eran o bien las esposas y las hijas de los oficiales -fuera por lo tanto de sus posibilidades- o bien las Fátimas, como los soldados llamaban a las mujeres nativas. Por no haber, no había ni prostitutas: el partido Istqlal prohibió a las prostitutas moras que ejerciesen en los burdeles de la ciudad. Y en 1960 ya no quedaba ni una sola de entre las profesionales que fueron llegando desde las Canarias paa sustituirlas. Lo que sí que abundaba en Sidi Ifni era el quifi, la marihuana. Pero el gran acontecimiento de la guerra fe sin duda la caravana de artistas que aterrizó en la colonia en las Navidades de 1957, con Carmen Sevilla y Miguel Gila al frente.

[Ese artículo se publicó en enero de 2007 en la revista Sàpiens]




domingo, 23 de febrero de 2014

Andorra, 1936: entre la espada y la pared

El levantamiento nacional contra la legalidad republicana supuso el inicio de uno de los períodos más convulsos de la historia reciente de Andorra. El país tuvo que lidiar con una avalancha de refugiados sin precedentes -se calcula que más de 4.000 a lo largo de la contienda- además del batallón de gendarmes enviados por el copríncipe francés para garantizar la soberanía, con la escasez de víveres y con la amenaza de invasión, primero republicana y después franquista. La historiadora Amparo Soriano ha recreado esta compleja y apasionante coyuntura en Andorra durant la Guerra Civil espanyola.

La conclusión de este denso volumen asalta de manera natural al lector cuando al llegar a la última página comparte la perplejidad de la autora: "Que Andorra emergiera indemne, que conservara la soberanía, la independencia y sus instituciones seculares, después de unos años tan convulsos como fueron los de la Guerra Civil -a los que siguieron otros tantos de guerra mundial- es un auténtico milagro". Sobre todo, porque entre 1936 y 1939 Andorra sobrevivió con la amenaza constante de invasión: primero, por parte de los elementos anarquistas -el Cojo de Málaga y toda su tropa- que impusieron su ley en el Alto Urgel y la Cerdaña en los primeros meses de la contienda; después, por las fuerzas franquistas, que llegaron a plantearse muy seriamente el bombardeo de la central hidroeléctrica de Escaldes, según desvela Soriano. Y todo porque la erección de Fhasa, a partir de 1930, había convertido Andorra en un preciado objetivo estratégico, amenaza que la presencia de los gendarmes y guardias móviles enviados en verano de 1936 por el copríncipe francés -el presidente de la República, entonces Albert Lebrun- ayudó a conjurar... al lado de las gestiones que, como enseguida veremos, realizó el empresario Miguel Mateu ante el mismísimo

Franco.No fue este peligro latente de invasión el único que tuvo que afrontar el Consell General de la época, con el Síndico Cairat al frente. Un Consell que, como el resto de la población andorrana del momento, repartía sus simpatías entre nacionales y republicanos: la carestía y la escasez de alimentos derivados de la situación bélica en España convirtieron el aprovisionamiento de la población y de las bocas extras procedentes del éxodo de refugiados -elementos de la derecha que huían de la represión roja en los primeros meses de la guerra; anarquistas después de los Fets de Maig de 1937, y republicanos de todo pelaje después de la caída de Cataluña, en enero de 1939- condicionaron decisivamente la posición del Consell y por lo tanto de Andorra ante la contienda. Colocada entre la espada de los comités anarquistas, de la Generalidad catalana y del gobierno francés del momento, que supieron, no pudieron o no quisieron coadyudar a satisfacer las necesidades de pura supervivencia que les planteaba Andorra, y la pared de una Mitra y, sobre todo, de un gobierno golpista que sin embargo fue el único capaz de movilizar recursos a favor del país -a un precio que se cobró puntualmente, eso sí, en el momento en que estalló la crisis de Fhasa- los consejeros optaron por la única vía posible: la del equilibrismo. Y cuando eso dejó de ser posible, por el puro pragmatismo. Es decir, y como apunta Soriano, que optaron por "hacer el andorrano": nadar y guardar la ropa, ni contigo ni sin ti.

De esta panorama deliberadamente confuso, donde lo que estaba en juego era en primer lugar la supervivencia física de sus ciudadanos y de los refugiados, e inmediatamente después, la de Andorra como entidad política, emergen con luz propia los nombres de cuatro personajes que continuamente entran y salen del escenario levantado por Soriano: el obispo de Urgel y copríncipe de Andorra, Justí Guitart; el Síndico General, Francesc Cairat; el coronel al mando de los gendarmes destacados por el copríncipe francés, Réné Baulard, y le industrial catalán Miguel Mateu, consejero delegado de Fhasa. De todos ellos nos habla ampliamente la autora, que se llevó con Andorra durant la Guerra Civil espanyola el premio de investigación histórica que patrocina el Consell General, en su edición del 2005.

País pequeño, pretendientes grandes
Las relaciones de Andorra con los dos bandos contendientes en la Guerra Civil, así como con la Generalidad y el gobierno francés fueron siempre delicadísimas, complejas, un auténtico número de equilibrismo que tuvieron que interpretar el Consell General y el Síndico Cairat. Los dos convoys de alimentos enviados por la España nacional no fueron un simple y generoso gesto humanitario sino que se cobraron a su debido momento y en especie: con la renuncia a exigir la rescisión de la concesión de Fhasa y con la oposición activa del Consell a la confiscación de la central decretada en diciembre de 1938 por el ministro francés de Obras Públicas, Anatole de Monzie -el mismo Monzie, por cierto, que en agosto de 1939 inauguraría la emisora de Radio Andorra en Encamp. Las presiones fueron continuas, con amenazas explícitas de suspender el envío de alimentos si se retomaba el suministro de energía eléctrica a la Cataluña republicana. Por lo menos en dos ocasiones, Franco amenazo abiertamente con la intervención: en 1937, cuando se planteó como solución de emergencia si no bastaba con los argumentos de Mateu para interrumpir el servicio, y en diciembre de 1939, cuando jugó -quizás de farol- la carta de enviar a los guardias civiles estacionados en la Seo si las elecciones al Consell General no daban un resultado suficientemente afín con el nuevo régimen. Finalmente, en la crisis de Fhasa de un año antes, en 1938, Franco tenía previsto el bombardeo de la central de Escaldes si fracasaban las gestiones diplomáticas, De Monzi no renunciaba a la confiscación y Fhasa retomaba el suministro de fluido a la República.

Pero no fueron los nacionales los únicos que miraron hacia Andorra con ojos tirando a depredadores -o carroñeros. De hecho, los primeros que lo hicieron fueron los anarquistas de la Seo, con la connivencia, dice Soriano, de un reducido grupo de andorranos y de obreros de Fhasa: el golpe de mano hubiera proclamado una república independiente y tenía que materializarse en otoño de 1936, cuando las primeras nieves cerraran el puerto de Envalira imposibilitando la llegada de fuerzas francesas. Mateu se les avanzó, y el 27 de septiembre -justo el día previsto para el golpe anarquista, según la historiadora- entraba por la frontera del Pas de la Casa un batallón de 64 guardias móviles y 32 gendarmes dirigidos por el comandante Baggio y por el coronel Baulard. En verano de 1938 tuvo lugar una amenaza mucho más explícita por parte de la República, cuando el delegado de la Generalidad en Andorra, Josep Maria Imbert, advirtió que una nueva expulsión -ya lo habían echado del país en una ocasión- comportaría como represalia el bombardeo y la ocupación. Otro farol que se quedó en el tintero. Más consistencia tuvo, en marzo de 1938, un complot republicano que preveía la incursión de un millar de hombres con la misión de desarmar a las fuerzas francesas y "eliminar a los elementos hostiles", es decir, a los simpatizantes nacionales refugiados en Andorra. Este golpe, que tampoco pasó de las buenas -o mejor, malas- intenciones fue la respuesta republicana a los rumores aventados por los mismos gendarmes de que Francia se aprestaba a ocupar el país, asustada por el creciente número de refugiados.

La guerra de Fhasa
Como dice Soriano, la historia contemporánea de Andorra es inimaginable sin la existencia de la central eléctrica de Escaldes, erigida a partir de 1930 y que convirtió al país en objetivo estratégico para los contendientes de la Guerra Civil. Franco exigió -bajo amenaza- el corte del fluido eléctrico a la industria de guerra catalana, que consumía el 90% de la energía generada. Mateu, consejero delegado de la hidroeléctrica, fue el ejecutor del sabotaje encubierto, con la aquiescencia del Consell General. La diplomacia republicana maniobró con habilidad y consiguió que el ministro de Obras Públicas francés ordenara la confiscación de la empresa. Una expropiación efímera, que a duras penas duró quince días -del 6 al 18 de diciembre de 1938- hasta que la intervención directa del copríncipe frances, el presidente Albert Lebrun desautorizara a Monzie -a instancias de un Guitart inspirado por Mateu: ni un solo kilowatio más llegó a la exhausta red eléctrica catalana. Un colaboraiconismo que enfurecerá a algunos, pero que le ahorró a Andorra un más que probable bombardeo franquista, justo cuando la guerra ya estaba perdida para la República.

¿Por un plato de lentejas?
La jugada maestra del bando nacional para atraer al Consell General a su causa consistió en llegar allí donde fracasaron -por incapacidad o por desidia- tanto la Generalidad como la República española y también Francia: subvenir a la urgente necesidad de alimentos que el alud de refugiados -los 4.500 habitantes que tenía Andorra en 1936 casi se habían duplicado al final de la guerra- la escasez y la consiguiente carestía causaron en los inviernos de 1938 y 1939: según los datos recogidos por Soriano, el kilo de pan se pagaba en julio de 1936 a 0,45 pesetas; un año después, a 1,20; en enero de 1938, a 1,80, y en julio de ese mismo año, a 3,50. Las gestiones de Cairat, Guitart y sobre todo Mateu ante las autoridades franquistas consiguieron la concesión de sendos créditos de 600.000 pesetas por parte del Banco Exterior de España que el Consell destinó a la adquisición de alimentos: el primer envío llegó en el otoño de 1937, con el compromsio de comercializarlo exclusivamente en el interior del país. Pero no se pudo evitar la especulación: la historiadora consigna la reclamación por parte del Consell a un tal Joaquim Font, de la Cortinada, para que devuelva todos los productos que le han sido expedidos porque "efectúa las ventas a unos precios más elevados que los convenidos". El segundo convoy, más problemático, no llegó hasta bien entrado 1939, en todo caso después del 6 de febrero, cuando la columna de requetés mandada por el capitán Aguirre arriba a la frontera de la Farga de Moles y se toman las célebres fotografías de hermandad con el jefe de la policía andorrana de la época, Secundí Tomàs.

La historia menuda
Al lado de las revelaciones más espectaculares, Andorra durant la Guerra Civil espanyola incorpora un puñado de notas a pie de página -léanlas, no tengan pereza- especialmente suculentas: así, cuando en octubre de 1938 se resuelve a favor de Mateu, naturalmente, el pleito interpuesto contra Fhasa por medio centenar de obreros despedidos, el acta de notoriedad rubricada por el Síndico Cairat da fe de los usos y costumbres al más puro estilo de Manchester, siglo XIX, que regían en la Andorra de la época: "El patrón puede despedir al obrero libremente después del día, semana o mes durante los que ha sido contratado. Ningún obrero tiene derecho a exigir al patrón el reingreso prescindiendo de toda consideración con respecto al motivo que haya determinado al patrón a prescindir del obrero.No se abonará importe alguno en concepto de preaviso de despido. No se abonará ningún indemnización en caso de enfermedad ni de asistencia médica..."

No es menos curiosa la noticia -fuera del ámbito temporal que no ocupa- de que en enero de 1933 el entonces Síndico, Roc Pallarés, y el Subsíndico, Antoni Coma, solicitaron al Consejo de ministros español que asumiera la cosoberanía que hasta entonces venía ejerciendo la Mitra, en otra muestra de las tensas relaciones del Consell General con el copríncipe episcopal. O las actividades subversivas que los ciudadanos suizos Weilenmann y Schaub patrocinaron en los primeros años 30 entre los residentes andorranos en Barcelona, con el lanzamiento del periódico El Andorrà. O la nómina de agentes que desde Andorra trabajaban para el servicio de información y para la policía militar franquista, con presencias sorprendentes. Y el papel que Trémoulet -el factótum de Radio Andorra- jugó en favor de los intereses republicanos, que no deja de sorprender en un personaje que tras la II Guerra Mundial sería acusado de colaboracionismo en Francia, y condenado en ausencia a muerte, y que acabaría refugiándose en España a la sombra de jerarcas del franquismo como Serrano Suñer.

---

La historiadora Amparo Soriano, profesora de istoria en el Insituto Español de la Margineda (Andorra), en la presentación de Andorra durant la Guerra Civil espanyola, volumen con el que ganó el premio Principat d'Andorra de investigación histórica de 2005. Fotografía: El Periòdic d'Andorra.


Amparo Soriano: "En caso de contencioso entre España y Francia, el vencedor muy probablemente se hubiera anexionado Andorra"

-¿Existían en Andorra facciones encontradas según sus simpatías se inclinasen por nacionales o republicanos?
-El ciudadano de a pie prescindió de ideologías y ayudó por igual a todos los refugiados, independientemente de su adscripción política. Otra cosa es la actitud del Consell, en todo momento condicionada por las circunstancias: la escasez de alimentos, cuando estuvo claro que el único que estaba en condiciones de ayudar a paliarla fue Mateu, forzó al Consell a echarse atrás en su antigua pretensión de rescindir la concesión de Fhasa, e incluso a oponerse a la confiscación de la central decretada en diciembre de 1938 por el copríncipe francés.

-Una actitud muy pragmática y muy andorrana.
-Las simpatías con el bando franquista existieron, sin duda, pero a pesar de las apariencias diría que fueron minoritarias. La política oficial del Consell consistió en intentar no molestar a ninguna de las partes, y no quemarse en el aquel juego de equilibrios.

-Pero dentro de la política andorrana, ¿había grupos ideologizados, o solo contaban los intereses más o menos particulares de los que tenían silla en el Consell?
-Entre los consellers había de todo: desde los elementos más conservadores, gente de orden que temía el contagio revolucionario, hasta los que comulgaban con las nuevas ideas que, sobre todo a partir de 1930, con el desembarco en el país de centenares de obreros de Fhasa adscritos mayoritariamente a los sindicatos anarquistas, inocularon savia nueva en la hasta entonces abotargada vida política andorrana. Especialmente entre la juventud, que es la que protagonizó la ocupación del Consell de 1933 y la implantación del sufragio universal masculino. Abolido, por cierto, en 1941.

-Jaume Ros y Joaquim Baldrich se indignaban con la visión idealizada que Viadiu ofreció de Andorra en Entre el torb i la Gestapo, convertida en una especie de Casablanca de los Pirineos. ¿Comparte usted su indignación?
-Lo que planteo, y no me cansaré de insistir en ello, es que independientemente de la ideología, cuando vieron amanazados sus intereses desde un lado o del otro, recurrieron a la vieja estrategia de fer-se l'andorrà, hacerse el andorrano, para conservar el statu quo. El aluvión de refugiados agravó todavía más el ya serio problema del abastecimiento de alimentos. Los convoys enviados por Franco, así como la confiscación de Fhasa decretada por el copríncipe francés por su cuenta y riesgo, sin contar con el Consell, causaron que las simpatías de los indecisos y de los neutrales se decantaran finalmente por el bando nacional. Que quede claro que la ayuda franquista no era en absoluto desinteresada, sino que desde el principio tuvieron clarísimo que era una manera de tener a los andorranos cogidos por el pescuezo, una deuda que ya llegaría el momento de cobrarse. Y llegó: durante la crisis de Fhasa de diciembre de 1938.

-¿Cuál fue el papel de los refugiados que se instalaron en Andorra a raíz de la Guerra Civil?
-De entre los 4.000 y 5.000 que pasaron por el país entre 1936 y 1939, probablemente un 10% de ellos se quedó aquí. Y fueron decisivos desde todos los puntos de vista: económico, intelectual y humano. Llegaron al país sin otro patrimonio que su talento -más o menos- y sus ganas de trabajar. Se casaron aquí, abrieron comercios y colaboraron decisivamente en el despegue de Andorra.

-Anarquistas, republicanos y franquistas amenazaron con invadir Andorra, pero resulta que los únicos que efectivamente se esteblecieron en el país fueron los gendarmes franceses. ¿Puede hablarse de una ocupación encubierta?
-Los gendarmes vinieron porque lo solicitó el Consell General... a instancias de Mateu, precisamente para prevenir y evitar una hipotética intervención de los comités anarquistas de la Seo. Hay que añadir que el Consell se desdijo cuando comprobó que las parroquias [los ayuntamientos] se oponían a lo que consideraban una injerencia francesa. Pero ya era demasiado tarde. La misión de Baulard y sus hombres era la de garantizar el orden y la integridad territorial, lo cual estaba bien. Lo que ya no era tan razonables era el desplazamiento de un batallón que llegó a contar en los momentos álgidos con una fuerza de unos 150 hombres, sección de ametralladoras incluida. Parece un despliegue claramente desproporcionado, fruto de un afán de marcar el territorio, de exhibir de qué parte estaba la razón de la fuerza. La prueba de que era del todo punto innecesario y que se trataba de un despliegue desproporcionado es que los gendarmes dispusieron de todo el tiempo del mundo para dedicarse a quehaceres tan poco marciales como escribir manuales de mecánica y componer música...

-Baulard fue muy mal recibido en septiembre de 1936, pero en cambio se marchó con el título de andorrano honorario en el zurrón. ¿Fue un simple agente al servicio de Francia, o llegó a impliucarse en las vicisutudes de Andorra y los andorranos?
-Él aterrizo en el país con la actitud propia de un virrey, con una prepotencia, incluso chulería, más bien antipáticas. Cuando al llegar a la frontera se encontró la aduana cerra, ordenó a sus gendarmes que la cruzaran, sin ningún miramiento. Ideológicamente, y teniendo en cuenta que aquí se encontró con refugiados de todos los colores políticos, y que tenía que convivir con los comités anarquistas de la Seo y con los cerca de 600 carabineros de la República desplegados en la comarca, su actitud fue contemporizadora, aunque personalmente creo que sus simpatías se decantaban sinceramente del lado republicano.

-Y a Mateu, ¿dónde lo situaría, ideológicamente?
-Mateu era por herencia monárquico hasta el tuétano: su padre había sido íntimo amigo de Alfonso XIII y su adscripción al Movimiento -como primer alcalde de la Barcelona de posguerra, como embajador de Franco en España, hasta como agente de los servicios de inteligencia nacionales- hay que interpretarla como la vía más corta y directa para el restablecimiento de la monarquía y, sobre todo, para evitar la instauración en España de un régimen comunista, una posibilidad que le causaba auténtico pánico.

-¿Andorra equivalía para él la gallina de Fhasa, que había que exprimir en provecho propio, o cultivó alguna relación especial con el país?
-Aunque Fhasa constituía sólo una pequeña parte de su imperio industrial -era el propietario de la Hispano Suiza y del Diario de Barcelona, entre otras empresas- era también la obra de su juventud. Cuando el fin de semana llegaba al castillo de Perelada, su refugio ampurdanés, lo primero que hacía era telefonear a Andorra para preguntar si llovía. Fhasa era la niña de sus ojos.

-¿Y el obispo Guitart, a quien en el libro llega a describir como "catalanista"?
-El copríncipe era amigo íntimo del cardenal Vidal i Barraquer, que le pidió que no se adhiriera a la cata colectiva en que los obispos españoles -excepto cuatro excepciones: ¡cuatro!- se ponían abiertamente del lado de la "Cruzada". Al final lo hizo, pero escarmentado por la represión que había presenciado en su diócesis, donde durante la guerra fueron asesinados cerca de 500 religiosos. Pero una cierta sensibilidad catalanista me parece fuera de duda: defendió el uso pastoral del catalán y se negó a colaborar con la represión franquista.

-¿Cuál fue el papel de Guitart a la hora de gestionar el envío de alimentos desde la España franquista, si es que tuvo alguno?
-El hombre clave en este asunto fue Mateu. Guitart actuó literalmente a su dictado. Era Mateu quien tenía acceso directo a los mandamases del régimen, como Serrano Súñer y Nicolás Franco. Y también fue decisivo para conseguir la autortización para que el convoy atravesara territorio francés, desde Irún hasta l'Ospitalet.

-¿Y el del Síndico Cairat?
-Mateu es quien maneja los hilos, el hombre de mundo que tiene los contactos de altísimo nivel necesarios para franquear literalmente fronteras, y quien finalmente avalará la operación. Cairat, como el resto de la delegación que gestionó el envío de convoys ante el gobierno de Burgos -el veguer episcopal Jaume Sansa, el conseller Antoni Picart, el médico Xavier Maestre y Antoni Aixàs, delegado comercial del mismo Cairat- se limitaron a seguir escrupulosamente las instrucciones de Mateu, que les decia a quién tenían que dirigirse y en qué términos, y a gestionar la recogida de los alimentos en el depósito de l'Ospitalet para distribuirlos luego en Andorra.

-Mateu gestionó dos convoys con alimentos para la población andorrana, pero también fue el artífice de los cortes de suministro eléctrico comprometidos por Fhasa con la República. ¿Cómo debe juzgarle la historia?
-Hagamos sólo una reflexión: ¿qué hubiera ocurrido si Fhasa no hubiese existido? Sin Fhasa no en entiende la historia contemporánea de Andorra; quizás los gendarmes no hubieran venido en 1933, ni en 1936; quizás Franco hubiera tenido entonces las manos libres para ocupar el país y anexionárselo... Aunque sin Fhasa, lo cierto es que Andorra dejaba de tener valor estratégico. También es verdad que entonces quizás la excusa para una intervención nacional hubiera sido la fuerte implantación anarquista... Pero todo esto es historia ficción.

-Pues sigamos con ella: si Franco hubiera ocupado Andorra aprovechando la coyuntura de la II Guerra Mundial, ¿cómo hubiera reaccionado Francia?
-Lo que está claro es que no se hubiera quedado cruzada de brazos. Entre otras razones porque, como copríncipe de Andorra que era, el presidente de la República no hubiera podido inhibirse. En un hipotético contencioso entre España y Francia, el vencedor muy probablemente se hubiera anexionado Andorra. Un contencioso, por cierto, en el que el obispo hubiera tenido bien poco que decir.

-Continuemos especulando: con una República consolidada y sin Guerra Civil en España, ¿hubiera tenido el obispo los días contados copríncipe -o los años?
-Con la República las fricciones fueron desde el principio continuas. Además, una parte de la sociedad andorrana veía al obispo como a una rémora. Con la instalación de Fhasa el país entró bruscamente en la modernidad después de siglos de letargo: se completó la red de carreteras, penetraron ideas si no revolucionarias, por lo menos democratizantes... El espejo en que muchos querían verse era el de Mónaco, con los casinos y los balnearios que era (y son) la fuente de su prosperidad. Y para todo esto el obispo era un obstáculo. Con este ruido de fondo y el apoyo interesado de la Generalidad y de la República, ¿hubieran acabado echando al obispo? Quizás sí. Pero en este caso habría que ver cómo hubiera reaccionado Francia. De hecho, para los intereses del copríncipe episcopal las cosas fueron de la mejor manera posible...

[Este artículo de publicó el 7 de mayo de 2006 en la revista Informacions]