Incursiones relámpago, estilo Sturmtruppen, en episodios que tuvieron lugar en Andorra y cercanías durante la Guerra Civil española, la II Guerra Mundial y las dos postguerras, con ocasionales singladuras a alta mar, a ultramar y si conviene incluso más allá.
[Fotografía de portada: El Pas de la Casa (Andorra), 16 de enero de 1944. La esvástica ondea en el mástil del puesto de la aduana francesa. Copyright: Fondo Francesc Pantebre / Archivo Nacional de Andorra]

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lunes, 18 de agosto de 2014

Carles Porta, autor de "Tor, la montaña maldita": "Por respeto a sus protagonistas, lo único que no tiene el libro es sexo"

Tor estaba destinada a convertirse en un pueblo fantasma más de los muchos que languidecen en los Pirineos. Pero Carles Porta no se conformó con la versión oficial y tiró del siniestro hilo de los asesinatos -tres en quince años- que mancharon de sangre este antiguo feudo de contrabandistas, hoy con apenas media docena de vecinos. Tor resucita contra pronóstico gracias al goteo de lectores que quieren conocer in situ los escenarios de La montaña maldita. Un año, seis ediciones y 50.000 ejemplares después, el periodista leridano repasa las claves del éxito de su criatura y avanza exclusiva: la serie televisiva ya está en marcha.
Será una miniserie de ficción, pero ni se rodará en esta localidad del Pallars Sobirà (Lérida) ni conservará los nombres de sus auténticos protagonistas. Precauciones que imponen los asesores jurídicos del proyecto y también el sentido común, para no atizar más la polémica que el inesperado éxito de La montaña maldita (Tretze cases i tres morts, en la versión original en catalán) ha generado entre los vecinos: Jordi Riba, el Palanca, llegó a pasearse por Tor luciendo una pancarta en que tachaba al periodista de "traidor", "mentiroso" y "difamador". Una acusación similar le han lanzado  otros de sus protagonistas, desde Pili, una de les fadrines de Tor, hasta Ruben Castañer, el visionario que en los años 70 abrió la caja de los truenos con el proyecto de levantar una estación de esquí en la montaña. Tor ya no volvería a ser el mismo. Hasta la periodista Carme Escales, supuesta guía de Porta en los inicios de la investigación, consiguió retirar su nombre del libro a partir de la tercera edición porque, sostiene, "se me cita en un contexto de muy mal gusto y repugnantemente machista", y porque la narración no respetaba "en absoluto" el episodio en que el equipo de TV3 que en 1997 rodó el documental que se encuentra en el origen del libro tuvo lugar en Rialp. En cualquier caso, la miniserie -Porta avanza que TV3 está interesada en el proyecto- todavía no tiene ni director ni intérpretes confirmados, y no estará lista antes de un años. Así que paciencia. Para ir haciendo boca, aquí va una conversación con el padre de Tor.

-Sus personajes se le rebelan: ¿tiene remordimientos?
-Cada uno cree que su versión es la definitiva y no acepta que puedan existir otras igualmente verosímiles. Pero yo no escribí el libro para los vecinos de Tor sino para el lector que no tenía ni idea de nada, ni del caso ni tampoco del pueblo. Entiendo que el Palanca y Pili estén dolidos porque al final no estamos hablando de un catálogo turístico sino de una tragedia que se ha saldado con tres muertos.

-Pero es que dicen que usted miente...
-Hablo con cierta frecuencia tanto con el Palanca como con Sisqueta [la madre de Pili] y siempre llegamos al mismo punto: cuando les pregunto en qué miento no saben qué responder. Por supuesto, el libro puede contener errores o conclusiones matizables. Pero mentiras, ni una. Por otra parte, a raíz del éxito de La montaña maldita Pili y Sisqueta llenan cada fin de semana su hostal con los turistas que han conocido Tor gracias al libro. Y es curioso: cuando se publicó, todo el mundo estaba encantadísimo. Los reproches comenzaron a surgir cuando empezó a venderse bien.

-Tampoco está tan mal, esto de compartir el éxito.
-Naturalmente, me enorgullece haber contribuido al renacimiento de Tor. Pero uno de los reproches que mas he tenido que tragarme es que me estoy haciendo la barba de oro a costa de los vecino. Y no es verdad. Pero aunque lo fuera: ¿hasta qué punto la historia del pueblo es patrimonio de sus vecinos, aunque sean los protagonistas? Honestamente, creo que sucesos como los de Tor pertenecen al dominio público y que el trabajo del periodista es ir al lugar en que ocurren los hechos, recoger el mayor número posible de testimonios y explicarlo. ¿Tenía que haberles pedido permiso, para hacer mi trabajo? ¿O quizás consensuar con ellos la versión que finalmente se publicaría?

-Al Palanca le repatea que haya aireado que es un hombre soltero y sin descendencia.
-Ahora parece que está indignado por esto, dice que se lo tendría que haber consultado. Pero es que uno de los puntos clave de todo este asunto es saber si tiene o no herederos. Por otra parte, a él le encanta este doble juego: me acusa a mí, se queja de los abogados y de los jueces, pero cuando nos vemos, nos pasamos horas hablando. Y no te lo pierdas: él mismo vende y firma ejemplares del libro a los turistas que se desplazan hasta Tor siguiendo la estela de La montaña maldita. Pero todo esto es normal dentro de la lógica que impera en Tor. Entiendo que a nadie le gusta que se vayan aireando sus miserias, pero la prueba de que he respetado escrupulosamente los hechos es que hace un año que se publicó el libro y no se ha interpuesto ninguna demanda ni querella.

-Aparte de la periodista Carme Escales y del skin Aguilera, que a partir de la cuarta edición se convierte en Olivella...
-Son los dos únicos cambios que he introducido. Y los dos, de manera amistosa.

-Han convertido al Palanca en una especie de animal de feria. Por Sant Jordi, la editorial incluso planteó la posibilidad de hacerle bajar a Barcelona para que firmase ejemplares. ¿Tiene usted la conciencia tranquila?
-Nos dimos cuenta de que muchos lectores querían conocerlo. Y esta hubiera sido una manera de acercarlo al público. Diría que el Palanca, un hombre acostumbrado a vivir al límite, emerge del libro convertido en una especie de salvador de la montaña, en un héroe.

-Con la perspectiva del tiempo, ¿a qué atribuye el éxito de La montaña maldita?
-A tres causas: la primera, al hecho de que la versión original en catalán la lanzara una editorial tan prestigiosa y seria como La Campana, cosa que hace que libreros y críticos se lo miren de entrada con cariño. Esto ya le reportó una buena posición de salida. Por otra parte, el origen del libro está en el documental emitido en en 1997 en el espacio 30 minuts, de TV3, que tuvo una cierta repercusión. A la gente el caso le sonaba. Y aun más cuando TV3 lo reemitió, a raíz del éxito de La montaña maldita. Por último: no nos hemos gastado ni un euro en promoción. El boca-oreja ha hecho todo el trabajo. Me han llegado a parar por la calle para firmar ejemplares, y aguantó 35 semanas en la lista de los más vendidos de La Vanguardia. Sin falsa modestia: alguna cosa debe tener, más allá de una buena historia.

-¿Y usted qué cree que tiene?
-Sangre y vísceras, un muerto y unos asesinos que andan sueltos una década después. Tiene también contrabandistas. Todos los elementos de una novela de intriga. Menos sexo, porque he respetado escrupulosamente la privacidad de los personajes. La crítica más negativa que ha recibido la hivieron Ponç Puigdevall y Miquel Pairolí, que tildaron el libro de "literatura juvenil".

-Ahora que lo dice, tiene razón: a La montaña maldita le falta algo de sexo.
-Pili me ha reprochado con frecuencia la manera morbosa en que según ella cuento el asesinato del Sansa.¡Pero es que las cosas sucedieron así! Por otra parte, no he reproducido ni una sola de las mil y una historias que circulan sobre las relaciones de los vecinos de Tor, un universo claustrofóbico donde unas pocas decenas de personas tenían que convivir durante los meses en que el pueblo quedaba aislado a causa de la nieve. Esto sí que hubiera sido morboso. Y desde el primer momento lo descarté.

-¿Y ahora, qué?
-Soy un periodista esencialmente televisivo. Vivo de la productora que dirijo -los últimos programas que hemos creado son Pica lletres, para TV3, y Hazlo tú mismo, la versión de Efecte mirall, para Cuatro- y me da produce mucho respeto volver a embarcarme en un libro. Tengo uno listo, pero no sé si lo publicaré: por una parte, las expectativas generadas a partir de La montaña maldita son tan altas que da un cierto miedo no estar a la altura, decepcionar al lector y también a mí mismo. Pero también tengo el gusanillo de demostrar que no fue flor de un día ni chiripa.

-La montaña maldita nos ha descubierto la Cataluña profunda, tan alejada del país rural idealizado por cierto catalanismo de espardenya. Pora, ¿traidor a la patria?
-No era mi intención retratar la Cataluña negra. Y no creo que me haya salido un libro naturalista sino esencialmente realista. Cuando la realidad es tan cruda y tan dura como en Tor, no hace falta aliñarla con fantasía.

-Ahora que no nos oye nadie, ¿quién mató al Sansa?
-A raíz del libro me han llegado nuevos indicios, gente que se ha puesto en contacto conmigo. Puedo afirmar, por ejemplo, que al Sansa no lo mataron el 19 de julio, como hasta ahora se ha sostenido, y que todavía estaba vivo y coleando el 24 de julio: además del testimonio de su último abogado, el letrado Gómez de Oalrte, que ya recojo en el libro, un vecino de Os de Civís me aseguró que en esta última fecha habló personalmente con el Sansa. Pero no me preguntes quién lo mató: tengo mi hipótesis, por supuesto, pero sin pruebas no puedo hacerla pública.

-¿Hay una segunda entrega a la vista?
-He estado tentado de seguir tirando del hilo porque a esta historia le falta su final. Pero lo he tenido que aparcar porque tengo otros proyectos en marcha. Y diría que afortunadamente, porque después de nueve años todo este asunto se estaba convirtiendo en una obsesión algo malsana. De todas formas, la sustancia de los hechos está en el libro. Sólo falta la conclusión. Que cada lector saque la suya.

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Los supervivientes, los perdedores y los demás
La cuadrilla de personaje que pululan por La montaña maldita se puede dividir en dos clases: la de los supervivientes y la de los perdedores. Entre los primeros, y por encima de todos, Jordi Riba, el Palanca, individuo proteico, uno de los últimos ejemplares del homo pyrenaicus, desconfiado, terco y reservado, que ve cómo su mundo languidece sin remedio. Pero resistirá mientras las fuerzas lo acompañen. Quizás por este mismo motivo, Porta le profesa un especial cariño. El Palanca hace hoy la vida nómada de siempre: vive entre Tor, Os de Civís y Alins, donde tiene su cuartel general. Se le puede ver habitualmente comiendo o cenando en los hoteles Muntanya y Salòria de esta última localidad del Pallars. El autor lo define como una "víctima" más del maleficio de Tor. Como a Pili y a las fadrines.
Si ellos son las víctimas, los perdedores incontestables son el resto del reparto: desde Josep Montané, el Sansa, asesinado en 1995, hasta los secundarios del drama. Marli y Mont, los dos desgraciados que pagaron con catorce meses entre rejas la delación de Gil José, ya no verán jamás el desenlace de este asunto, si alguna vez llega: Marli falleció meses atrás víctima de un cáncer. Había llevado su caso a Estrasburgo porque pretendía que el Estado le indemnizara por sus meses en prisión. Mont también murió: hace cosa de un año, de cirrosis. Con ellos desaparecieron dos de los "hilos buenos" de esta madeja: Porta está convencido de que se encontraban en Tor -"Aunque no puedo afirmar que en el lugar de los hechos", matiza- el día que mataron al Sansa. El otro "hilo bueno" es precisamente Gil José, a quien se le ha perdido la pista, quien sabe si definitivamente.
Y al lado de los supervivientes y de los perdedores, los malos: es decir, Batallé, el contrabandista, personaje tan, pero tan turbio que Porta decidió muy sensatamente cambiarle el nombre para ahorrarse nada hipotéticas represalias: su papel en toda esta historia, dice, "no está del todo claro y quedan huevos por llenar..." La última noticia que se tiene de este pájaro es que fue detenido por una patrulla de Mossos en un control rutinario en Esterri d'Àneu, tras intentar atropellar a un agente en la huida. "Pero atención, que sigue por aquí". El otro malo es Ruben Castañer, el Ruben, que no renuncia a ver convertido en realidad el sueño de convertir Tor es una estación de esquí, y que se ha embarcado en la reescritura de los hechos. Hoy se gana la vida como promotor inmobiliario en Cartagena...

[Esta entrevista se publicó el 5 de septiembre del 2006 en la revista Informacions]

Tor: manual de instrucciones

En mayo pasado [2006] la justicia dijo su última palabra en el interminable culebrón de la montaña de Tor y adjudicaba la propiedad a los herederos de las trece familias primigenias. La pacificación parece encarrilada, pero por el camino quedan tres homicidios, uno de los cuales sin resolver. Repasamos con Carles Porta, autor de La montaña maldita, las claves de un caso en que confluyen contrabandistas, especuladores inmobiliarios, traficantes de armas, vecinos enfrentados por odios seculares y un puñado de perdedores vocacionales protagonistas de unos hechos dignos de figurar con capítulo propio en el gran libro de la España negra.
El clímax de esta historia sórdida, que se empezó a gestar en 1896 cuando las trece familias que entonces residían en la localidad leridana de Tor (el Pallars Sobirà) constituyeron la Sociedad de Condueños de la Montaña de Tor, tuvo lugar el 30 de julio de 1995. Aquel domingo, dos de los llamados hippies que en la época malvivían en las bordas de Pleià acogidos a la interesada generosidad de Josep Monatné, alias el Sansa, dieron en el interior de casa Sansa "con un cuerpo tendido en el suelo, plagado de gusanos, con los brazos tendidos a ambos lados del tronco y con las palmas de las manos mirando al techo", según el relato del periodista Carles Porta (Vila-sana, Lérida, 1963). El cadáver, como no es difícil conjeturar, era el del propietario de la casa, que apareció no sólo medio devorado por los gusanos sino también con el cráneo reventado y, para rematar la macabra escena, con un cable anudado al cuello, como si los asesinos hubieran tratado de asegurar así el trabajo. Era la tercera muerte violenta registrada en Tor desde 1980, cuando dos leñadores de Vic al servicio de Jordi Riba -alias el Palanca, el otro protagonista de esta historia- fueron tiroteados por guardaespaldas del mismo Sansa. Murieron, claro. Demasiados fiambres para tan poco pueblo. Pero mientras que aquellos dos primeros homicidios -las víctimas se llamaban Pedro Liñán y Miguel Aguilar- terminaron con los autores materiales -Dionisio Rodrigo y Ramón Miró- en prisión, el de Sansa quedó finalmente archivado después de que los dos únicos sospechosos, Josep Mont y Marli Pinto, fuesen liberados en diciembre de 1996.
La causa remota de tanta sangre derramada en localidad tan minúscula hay que buscarla en el contrato de arrendamiento que en 1976 firmaron Sansa y Francesc Sarroca, de casa Cerdà, con Ruben Castañer, contrato que estaba llamado a convertirse en primera piedra de un ambicioso proyecto que iba a conectar la montaña de Tor con la vecina estación de Arinsa, ya en Andorra. Un acuerdo por el que Sansa y Cerdà se arrogaban la propiedad de las 4.800 hectáreas de la montaña y por el que excluían paralelamente del pastel a los otros once condueños de la Sociedad creada en 1896, y que tuvo una segunda entrega cuando en 1981 Sansa y Cerdà interpusieron un pleito contra sus vecinos para reclamar judicialmente lo que se habían atribuido de hecho. En mayo pasado [2006], tres lustros después de aquella primera demanda, el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña dictaminó en última y definitiva instancia que la propiedad de la montaña de Tor pertenece a los herederos de los trece condueños originales, ya daba así carpetazo a quince años de periplo judicial. Pero quedan todavía dos flecos pendientes que afectan -y no es casualidad- a las dos personalidades sobre las que ha pivotado la vida de Tor en el último medio siglo: la oposición numantina del Palanca a cualquier arreglo que no pase por el reconocimiento de su derecho de propiedad exclusivo sobre la montaña, y sobre todo la resolución del asesinato de su vecino y rival, Sansa. Porque, como recuerda Porta, "si hay algo incontrovertible en todo este turbio asunto es que hay un asesino que anda suelto por ahí".
La muerte de Sansa fue precedida de una resolución del juzgado de primera instancia de Tremp que en febrero del mismo 1995 le reconocía a él exactamente lo que hoy reclama el Palanca. Un giro inesperado para un pleito que se arrastraba desde 1981 y que los sucesivos y fugaces inquilinos del juzgado de Tremp se habían ido pasando los unos a los otros sin acabar nunca de ponerle el punto final: la sentencia de 1995, en fin, declaraba al Sansa propietario único de la montaña en perjuicio de los otros once condueños contra los cuales se había dirigido la demanda inicial, pero también de su hasta entonces único aliado, Cerdà, que quedaba apartado de tan suculento plato después de tantos años de pleitear y precisamente en el momento de la verdad. No sólo esto: inmediatamente de saberse satisfecho como ni el mejor de los sueños, los primeros y desconcertantes pasos del Sansa fueron prescindir del letrado que le había llevado al éxito -el abogado barcelonés Joaquín Hortal- e iniciar las gestiones para anular el viejo contrato de arrendamiento firmado por Castañer para buscar inversores dispuestos a convertir Tor en un complejo de ocio invernal. No tuvo tiempo de ver terminadas estas maniobras, porque la muerte lo sorprendió sobre el 19 de julio, que es la fecha en que se cree se perpetró el asesinato. Tenía 72 años, y no es aventurado especular que aquella sentencia fue al mismo tiempo su condena a muerte.

Quien es quien en Tor
Porta se resiste a hablar de una Cataluña profunda para referirse a su caso. Como se resiste también a establecer paralelismos con la escabechina de Puerto Hurraco. Pero sí que admite las especiales características que convierten el de Tor en un caso único: "Historias de mala vecindad, de codicia y de especulación hay muchas. Y si bien todos los crímenes tienen sus especificidades, en Tor confluyen una serie de connotaciones que lo singularizan incluso más: la proximidad de Andorra, a presencia del contrabando, la quimera de convertir en oro una montaña casi yerma, la sempiterna rivalidad entre el Sansa y el Palanca..." Con la ayuda del periodista leridano, reconvertido en La montaña maldita en detective, repasamos a continuación la lista de personajes que podrían estar interesados -y mucho, en ocasiones- en la muerte el Sansa. Con la certeza, manifestada por el mismo Porta, de que el asesino -o asesinos- se encuentra entre ellos.
De entrada, aquí va una descripción somera de Tor aquel fatídico julio de 1995: "Aquello era un avispero al rojo vivo, con una veintena de individuos -que los vecinos denominaban muy generosamente como hippies- que vivían de cualquier manera en las bordas de Pleia, acogidos más o menos por el Sansa y para el que funcionaban como una especia de ejército particular. Había allí de todo, y no precisamente bueno. Gente con un currículum hiperviolento, viejos conocidos de la Guardia Civil de la Seo, que al día siguiente del crimen de volatilizaron, más algún contrabandista aficionado que soñaba con quedarse con la ruta de Tor. A todo este personal hay que añadir el hecho de que justo después de la sentencia de febrero que le reconocía como el propietario único de la montaña, parece que al Sansa se le subió a la cabeza e iba regalando pedazos de montaña al primero que pasaba. No era extraño que en una finca se encontraran dos de aquellos tipos, cada uno alegando que aquel trozo de tierra era suyo porque el Sansa se lo había dado. Por supuesto, con promesas como estas hechas a tipos con antecedentes violentos y vete tú a saber si medio bebido o medio drogados, terminar con un golpe mal dado en la cabeza era una posibilidad que cabía dentro de lo esperable".
El primer sspechoso no es, sin embargo, uno de los hippies sino el otro gallo del gallinero, el vecino y enemigo jurado del Sansa: Jordi Riba., el Palanca, que al enterarse de la muerte del primero no dudó en exclamar públicamente: "¡Mirad, este gilipollas ya cuelga!" La rivalidad entre ambos venía de lejos. De muy lejos. Según algunos, desde que el Sansa delató a unos maquis en 1944, en un encontronazo con la Guardia Civil que terminó con los primeros muertos, cuatro de las casas del pueblo quemadas y el inicio del éxodo de sus vecinos. Las pubilles de Tor, como las denomina Porta, sostienen que la enemistad surgió a raíz de la construcción de la pista forestal que conducía del Tor al puerto de Cabús, iniciativa del mismo Sansa que tuvo lugar en los años 60. Y quien fue rector del pueblo atribuye a otra carretera, esta vez a la que leva de Tor hasta Alins, la semilla de la discordia: "La cuestión es que no se podían ni ver, y menos aun desde que el juez había declarado al Sansa propietario único, y de la llegada de un tal Lázaro, el hombre de confianza del Palanca -hoy enemistados- todavía más violento que él y que en la época rondaba los 30 años. ¿Coartadas? El día que se supone que mataron al Sansa, el Palanca se encontraba en Civís, y Lázaro en la Pobla, aunque después se demostró que se había ocultado en casa de su novia, la Pili de casa Sisqueta de Tor. Pero la verdad es que también el Palanca se había recluido en Civís, porque no las tenía todas, y todavía no las tiene. Era la segunda ocasión en que veía pasar la muerte de muy, muy cerca -la anterior fue, recordemos, en 1980- y en el fondo sospechaba que él era el siguiente de la lista...
Josep Mont y Marli Pinto fueron los dos únicos detenidos y acusados por la muerte del Sansa. Pasaron catorce meses en prisión hasta que la audiencia de Lérida los puso en libertad: el primero, vecino del Alto Urgel, excontrabandista y sin trabajo conocido; ella, brasileña y exprostituta. Los dos tenían 47 años en la época, y se habían embarcado en un dudoso negocio de restauración en unas bordas propiedad cómo no del Sansa. Le habían avanzado un millón de pesetas, se las habían reclamado y él se resistía a devolvérselo. Terminaron en prisión por el testimonio sobrevenido -en octubre de 1995, dos meses después del crimen- de Antonio Gil José, uno de los "hilos buenos" para desenredar la madeja, según Porta. Gil José afirmaba haber visto a Mont y Marli amenazar y pegar al Sansa en el patio trasero de la casa, y aseguraban que dentro de la casa había "más gente". Además, aportaron una descripción sorprendentemente exhaustiva y detallada de las heridas que le causaron la muerte: "Lo había apaleado en algún lugar, y al final le habían reventado la cabeza y lo habían estrangulado. Después lo debieron arrastrar hasta la cocina de la casa", relata Porta. Testimonio, en fin, desacreditado por la psicóloga forense, que calificó a Gil José de "casi border line", y de tener "escasa capacidad fabuladora". Aun así, Porta insiste en su convicción que "o bien lo vio todo, o bien formaba parte del grupo que estaba dentro de la casa". La credibilidad de Gil José quedó en entredicho porque no pudo probar su presencia en Tor a finales de julio de 1995, por su enemistad manifiesta con los encausados -parece que Mont lo había engañado con un negocio fallido en Mallorca, y que Marli lo había rechazado repetidamente- y sobre todo porque, añade Porta, "la sentencia absolutoria de la Audiencia no cuestiona su relato -incluso admite que podría ser cierto- sino que presenciase lo que cuenta: estoy seguro que si el día del juicio se presenta en el juzgado bien vestido y bien afeitado, y no con una barba lasta el obligo estilo Bin Laden, muy probablemente Mont y Marli no salen de la prisión. Hay encerrada mucha gente con pruebas mucho menos concluyentes". A la aparente escasa consistencia del relato de Gil José hay que añadirle un testimonio de descargo, el del contrabandista que Porta bautiza con el seudónimo de Batallé, que afirma haberlos oídos amenazar al Sansa, sí, pero también haberlos conducido él mismo hasta la Seo días antes del crimen. Mont y Marli -el primero ha muerto, la segunda sigue hoy terapia de desintoxicación- siempre alegaron que el día del asesinato se encontraban en la Seo celebrando el cumpleaños de la madre de él. En este caso, Porta se moja y se muestra convencido de que "estos dos no fueron los autores del asesinato, lo cual no quiere decir que no se encontraran en el lugar del crimen".
Con todo, la pista de Mont y Marli nos conduce a la hipótesis de los contrabandistas, la más inconcreta pero también la más inquietante, y que enlaza con la insistencia con que todo el mundo, en Tor, evoca la existencia de una misteriosa mano negra que mueve los hilos: el encarnizamiento y la extrema violencia con que se condujeron los asesinos parece descartar la autoría de profesionales... a no ser que se tratara de profesionales que pretendían hacerse pasar por aficionados. El hecho de que el Sansa fuera el principal adalid de la modernización de Tor lo convertía ciertamente en un obstáculo para el gremio de los traficantes, que habían convertido el puerto de Cabús en su autopista particular y que estaban por lo tanto especialmente interesados en mantener el statu quo de aquel rincón de mundo: "Es más que probable que alguno de aquellos contrabandistas estuviera más que interesado en que el Sansa desapareciera de circulación, porque era un incordio que les buscaba las cosquillas y se empeñaba en cobrarles peajes. Pero los contrabandistas son precisamente esto: contrabandistas; no asesinos. Por lo que respecta a Batallé, que pasaba continuamente por Tor y que los conocía a todos, nadie lo ha acusado jamás". Lo cierto, sin embargo, es que tanto el Palanca como Lázaro han expresado en más de una ocasión su temor a ser "los próximos de la lista": "Y para apoquinar a dos tipos como estos y liquidar al Sansa hace falta mucha sangre fría. Y mucho poder."
La aparición en escena de los contrabandistas nos lleva directamente hasta Ruben Castañer, personaje turbio de los años 70 andorranos, la cerilla que en 1976 encendió el fuego de la discordia, uno de los protagonistas del sangriento episodio de 1980 y que en 1995 se vio definitivamente descabalgado de un proyecto en que había depositado sus (muchas) expectativas económicas, cuando el Sansa decidió rescindir el contrato de arrendamiento de 1976 y buscarse nuevos socios. Unos nuevos socios que, según las indagaciones de Porta, podrían ser unos inversores francobelgas que habrían avanzado al Sansa 600 de los 14.000 millones de pesetas en que se había tasado la operación. La cuestión es que entre febrero de 1995 -fecha de la sentencia de Tremp- y julio de aquel mismo año, cuando fue asesinado, el Sansa y Ruben se habían enemistado: "Pero a Ruben no le hace falta coartada porque nadie lo ha vinculado nunca con el asesinato", concluye Porta.
A quien sí que se le relacionó inmediatamente con los hechos fue a Miguel Aguilera, unos de los hippies de Tor que se había presentado dos años antes en la localidad y que contra todo pronóstico se había ganado la confianza del Sansa hasta el punto de que dormía en su misma casa. Parece que las discusiones entre ambos eran frecuentes, con amenazas de muerte incluidas. Uno de los motivos recurrentes era la afición de Aguilera -que hoy ha rehecho completamente su vida y que reside en una "gran ciudad catalana", según Porta- a cavar en el suelo de casa Sansa. Una peculiar manía que se ha relacionado con la posibilidad de que buscara un, ejem, hipotético tesoro -una de las muchas leyendas que aquel verano circularon por Tor- enterrado en el subsuelo del edificio: ¿quizás el avance entregado por los inversores belgas? Lo cierto es que Aguilera protagonizó una desaparición tan obvia y teatral que lo acabó descartando como sospechoso: tras una sonada discusión con el Sansa dejó colgada del rincón donde dormía una nota dirigida a la Guardia Civil donde explicaba los motivos de su huida. Una nota sospechosamente firmada el 22 de julio, tres días después de la fecha más probable de la muerte del Sansa: "El juez comprobó su coartada y desapareció del caso", concluye aquí Porta.
Más pintoresca parece la insinuación de que el crimen podía tener implicaciones pasionales. O por lo menos, de venganza por alguna antigua violencia sexual que podría haber cometido la víctima. Porta recoge la sospecha lanzada, medio en broma medio en serio, por la más joven de las cuatro pubilles de Tor, pero la matiza inmediatamente: "Las relaciones de consanguinidad que pudieran darse en Tor son las mismas que encontraríamos en cualquier comunidad ultrapequeña y aislada donde a principios de siglo XX convivían como mucho medio centenar de vecinos que pasaban seis meses sin ningún contacto con el exterior. En un lugar así y en estas condiciones podía ocurrir de todo. Y ocurría". Descartadas las pubilles, el último de la lista es Francesc Sarroca, Cerdà, presidente de la Sociedad de Condueños en los 70 y el único de los vecinos de Tor que se alineó al lado del Sansa, hasta el punto de que firmó la demanda de 1981 en que ambos reclamaban la propiedad de la montaña ante los otros condueños. Instigado, eso sí, pos su suegra, "cerebro en la sombra de la operación y cabeza visible de un influyente matriarcado", sostiene Porta, hecho que emparenta directamente Tor -a pesar del mismo Porta- con Puerto Hurraco. Cerdà también vio frustradas -frustradísimas- sus aspiraciones con la funesta sentencia de 1995: "Pero era un hombre ya mayor que, como el resto de los vecinos, estaba más o menos localizado el supuesto día del crimen y que, sinceramente, creo que no había tenido tiempo de gestar tanto resentimiento contra el Sansa". Claro que Cerdà fue, aparte del Sansa, el único de los protagonistas que no aceptó hablar con Porta.

¿Y el futuro?
Repasado la lista de sospechosos -casi todos exculpados de una u otra manera por Porta- y dejando de lado el detalle mayor de que existe en Tor un crimen sin resolver, ¿cuál es el futuro del pueblo? La sentencia de mayo pasado [2006] deja las cosas como en 1896, cuando se constituyó la Sociedad de Condueños, y reconoce el derecho de propiedad a los descendientes de los trece condueños originales. Todos aceptaron... menos el Palanca, precisamente quien en los años 70 más decididamente se opuso a las pretensiones del Sansa, Cerdà y Castañer que lo podian haber dejado al margen de la montaña: "Lo cierto es que si no hubiera sido por el Sansa, ninguno de ellos tendría hoy expectativas razonables de convertirse en uno de los propietarios de Tor": ¿Y qué pretende el Palanca? "Él está convencido de que es el único que ha luchado por la montaña. En os 70 lideró coyunturalmente a la digamos oposición vecinal a los planes del Sansa. Pero era, es y será un lobo solitario que cree que la montaña le pertenece a él, en exclusiva, y no atenderá a razones. Después de sufrir tanto, ya no pretende tanto quedarse él con la montaña, sino impedir que la tengan los otros. Es un matiz. Pero lo cierto es que el acuerdo parece hoy mas cerca que nunca antes: los otros condueños tienen un proyecto de estatuto redactado y un presidente pactado. Sólo falta que lo apruebe la junta para comenzar a operar legalmente. Y esto puede ocurrir tranquilamente en el plazo de un año. Pero más que a las trabas legales, a lo que de verdad temen es a la oposición ciega del Palanca". Jordi Riba es hoy un hombre mayor que roza los 80 años y sin herederos claros a la vista. Sin él en escena se abrirían las puertas a una explotación turística que el parque natural del Alt Pirineu, al que Tor pertenece, no excluye: "Quizás no se convertiría en otra Vaqueira, pero la parte catalana del Pic Negre, por el pla de Llumaneres, está limpia. Sólo que se pudiera erigir en este paraje 200 apartamentos, ¡imagina el rendimiento que podría sacar la Sociedad de Condueños...!"

La (otra) conexión andorrana
La aparición en escena de Ruben Castañer, como la serpiente que siembra la discordia en Tor, no es la única conexión andorrana del caso. En el libro abundan los nombres propios -y algún error menor, como rebautizar la plaça del Poble de Andorra la Vella como la plaza de las Naciones, o confundir la Casa de la Vall con el comú o ayuntamiento de la capital- y Porta recuerda y repasa las especiales relaciones, incluso de parentesco, que históricamente han unido Tor y la Massana. Y enumera los "tres intereses" que Andorra podría tener en la montaña de Tor: el primero de todos, turístico: la creación de una estación de esquí que uniera los dos lados de la frontera era factible, aunque económica y jurídidicamente muy compleja. Pero este era un interés relativo, porque Andorra ya contaba en la época con sus propias estaciones, algunas de las cuales recién nacidas. En segundo lugar, el contrabando, que tenía en el puerto de Cabús su salida habitual. Finalmente, la posibilidad de abrir una tercera puerta de entrada a Andorra a través del coll de la Botella. Por es se construyó una carretera única en el mundo, a 2.500 metros de altura y co siete metros de anchura... pero que no lleva a ninguna parte. "Que los contrabandistas la amortizaron haciendo pasar por aquí sus rutas para pasar tabaco y armas es cosa sabida... para todo el que lo quiera saber, claro. Otra cosa es que circularan por aquí misiles Excocet destinados a Libia, como Castañer parece sugerir". Por cierto, que Castañer, desterrado de Andorra, al parecer, en los años, 80, vive hoy a caballo entre la Manga del Mar Menor (Murcia), Cartagena, Tarragona y Barcelona. Según Porta, continúa siendo el Ruben -con la u tónica y el genio siempre a punto de estallar- pero ya es un hombre de 70 años que ha analizado profundamente su vida y que no se siente precisamente orgulloso de sus capítulos más violentos. Eso sí, ama enormemente a Andorra".

[Este artículo se publicó el 3 de enero de 2006 en la revista Informacions]

miércoles, 5 de marzo de 2014

Los rostros de la deportación

La publicación de Españoles deportados en los campos nazis ha tenido un inesperado efecto colateral: rescatar la memoria no sólo de los tres ciudadanos andorranos que oficialmente terminaron en el sistema concentracionario sino de otros tres que no constan en los archivos pero cuya dramática peripecia se ha conservado viva en el recuerdo de familiares y amigos. Aquí ponemos rostro a sus nombres y reconstruimos parcialmente su historia, para que el olvido no les inflija una segunda y definitiva derrota.


Pere Mandicó Vidal (Casa Xicos de Prats, Canillo, 9 de enero de 1907-la Seo de Urgel, 1971)Según el Libro memorial, ingresó en Copiègne el 17 de enero de 1944. Dos días después era reexpedido hacia Buchenwald, con matrícula 40844. El 24 de febrero lo trasladan a Flossenburg, y el 1 de marzo a Mauthausen, su destino definitivo ahora con la matrícula 56659. Bermejo y Chueca sostienen que fue liberado el 5 de mayo de 1945 en el KLM, siglas alemanas de Konzentrationslager Mauthausen. Era el quinto de los siete hermanos de cal Xicos de Prats de Canillo. Apodado El frare -El fraile- porque por lo visto había estudiado en el seminario de la Seo, como Antoni Vidal. Los mayores de Canillo recuerdan que enviar a los segudnones a estudiar al seminario era una salida relativamente habitua lentre las prolíficas familias andorranas de la época, que vivían en una economía de subsistencia. Otros testimonios le adjudican un carácter "bohemio", "introvertido" y "difícil", que se acentu´todavía más después de la contienda y de la experiencia en los campos. Con la liberación se instaló en Beziers, según informa un sobrino de Mandicó, y sólo esporádicamente regresó a Canillo. Tampoco contrajo matrimonio y murió en 1971 en el asilo de la Seo.


Bonaventura Bonfill Torres (Cal Candela, Meritxell, Canillo, 1912-Prades, 1973)Entre los deportados que sobrevvieron a los campos, Bermejo y Checa disitnguen entre los que eran capaces de evocar la experiencia con cierta distancia y los que revivían el infierno cada vez que lo recordaban. Bonfill parece que era de los primeros. Diversos testigos confirman la anécodta reseñada por Roser Porta y según la cual Bonfill solía alardear de que el paso por Buchenwald le había curado del dolor de estíomago con el que salió de casa. Era el sexto de diez hermanos, se casó con una chca de cal Xou, de les Bons (Encamp), y tuvieron dos hijos, los dos ya fallecidos. Bonfill, que tuvo la fortuna y el coraje de sobrevivir a la deportación, murió en 1973 a consecuencia de un accidente de ciruclación que sufrió el camión de ca l'Oros con el que iba a buscar gasolina a la refinería de Nohédes, poco después de Porta: resultó con heridas graves y lo trasladaron al hospital de Prades, donde murió al cabo de unos días.


Josep Calvó Torres (Casa Jaumina, Prats de Canilo, 4 de febrero de 1913-¿Buchenwald, 1945?)Era el tercero de cinco hermanos y como la mayoría de ellos se instaló de joven en beziers, como aprendiz en una tienda de ultramarinos. Su sobrina, Jacqueline Font, recuerda que lo cogieron en un trayecto en tren entre Tarascón y Foix, un día regresaba a Andorra.: "Cuando los gendarmes le dieron el alto el no se inquietó porque era ciudadano andorrano y no tenía nada que ocultar. Un compañero con el que viajaba, un tal Armengol, fue más perspicaz y se bajó del convoy en cuanto subieron los gendarmes. Josep, no. Y lo cogieron. Parece que en el vagón viajaba un grupo de judíos y que por mala suerte lo colocaron en el mismo saco. Debió ser hacia 1942. Su última carta la recibimos en 1945: nos decía que retrasáramos el bautizo de otrosobrino en Beziers porque contaba con que los americanos liberaríian pronto el campo..." Calvó se había casado a los 20 años con una chica francesa, y no tuvieron hijos.


Miquel Adellach Torres (Cal Sella, Llorts, Ordino, 28 de abril de 1908-Pamiers, 1977)Según el Libro memorial ingresó en Compiègen el 6 de abril de 1944. Dos días después lo reexpedían hacia Mauthausen con la matrícula 61853. Consta como trasladado a Linz, ciudad próxima a Mauthausen donde se instalaron tres subcampos: dos al lado de sendas plantas de armamento y un tercero destinado a la construcción de un refugio antiaéreo. Adellach fue liberado el 5 de mayo de 1945. El registro parroquial conservado en el Archivo Nacional contradice la fecha de nacimiento que consta en el Libro memorial: Adellach nació el 28 de abril de 1908. Los Adellach de cal Sella eran ocho hermanos, y la mayoría emigró a Francia. Miquel, el tercero, lo hizo cuando tenía unos 20 años, y se marchó para aprender el oficio de soldador, reciuerda su hermana Remei, la ínica superviviente de la familia. Era muy hábil, especialmente con la madera. Cuando todavía vivía en Andorra y junto a su hermano Ramon stocaban el acordeón, que habñian aprendido de oído: eran músicos sin solfa. Miquel se instaló en Auzat, y se casó con una chica portuguesa llamada Maria Enriques. Tuvieron cuatro hijos que hoy viven entre la Bretaña, París, California y Pamiers -adonde la familia se trasladó después de la guerra. Remei evoca el peso enorme que cayó encima de la familia cuando recibieron la noticia de la deportación de Miquel. Parece que por contrabando, una ocupación, dice, en cualquier caso esporádica: "Un chco andorrano nos lo vino a comunicar al cabo de ocho o diez días. Su esposa lo fue a visitar ala prisió de Tolosa, y los guardias le prometiron que lo liberarían si les llevaba una gallina blanca y otra negra. Pero era mentira, claro". No supieron más de él hasta la liberación: "Nuestra madre no nos dejaba asistir al baile de fiesta mayor en señal de duelo, porque no sabíamos lo que le podía haber ocurrido. De hecho, estábamos convencidos de que no lo volveríamos a ver". Pero Miquel Adellach sí que regresó: "Su mujer explicaba que lo notó muy tocado, pero que se rehizo rápidamente. Lo suficiente como para que ese mismo verano de 1945 viniera a Llorts a ver a la familia". Entre los recuerdos de su cautiverio, explicaba que había sobrevivido a un ataque aéreo aliado: "Era cuando trabjaba enla cocina. Cuando hubo pasado la alarma se abrazó con uno de sus compañeros porque habían sobrevivido. Pero el otro chico resultó herido de gravedad: olos ojos le rebentaron. Él también resultó herido, pero le bastaron  unos días en la enfermería".


Anton Vidal Felipó (Casa Vidal de Prats, Canillo, 22 de abril de 1900-Mauthausen, 22 de marzo de 1945)Vidal ingresó en Compiègne el 22 de marzo de 1944, tres días despúes salía hacia Mauthausen -matrícula 60674- de donde ya no volviño a salir: murió en el campo austríaco el 29 de marzo de 1945. Vidal es el más ignoto de nuestros deportados. Quizás por la edad ,ya que es el mayor del que se tiene noticia. Dicen los mayores de Canillo que Casa Vidal era una familia de posibles, "quizás la mejor de Prats". Anton tenía cuatro hermano: él fue uno de los dos que estudiaron en el seminario de la Seo; el otro parece que incluso llegó a cantar Misa. la única descendencia conocida es un sobrino, hijo de una de las hermanas Vidal, que fue gendarme en la región de Tolosa. Pero él no se llegó a casar. Lo definen como un hombre "fuerte y rústico", y consideran posible que se dedicara al contrabando. Entre los documentos que hemos podido consultar se encuentra el certificado de nacimiento necesario para solicitar el pasaporte del que procede la fotografía adjunta. El suyo fue expedido el 12 de agosto de 1941.


Josep Franch Vidal (Cal Ponet del Forn, Canillo, 17 de febrero de 1903-¿Buchenwald?) En el registro de pasaportes conservado en el Archivo Nacional consta, dentro del apartado Observaciones, un lacónico "Defunció", nota nada habitual en este tipo de documentos. Este detalle podría avalar la creencia de dos vecinos que sostienen que Franch murió en la deportación. En Buchenwald. En Cal Ponet eran seis hermanos. Él se casó en 1940 con Josefa Font de Casa Popaire de Soldeu. Tuvieron un hijo, que pdoría vivir todavía en Lunel, en el departamento del Herault. Los mismos informadores aseguran que Franch no se dedicaba al contrabando. En el pasaporte consta agricultor de profesión.


No es fácil, porque persisten los comprensibles recelos por parte de los allegados de los antiguos deportados, que no acaban de entender por qué hay que remover ahora, precisamente ahora, unos hechos que ocurrieron hace 70 años y a los que hasta hoy se había prestado escasa, por no decir nula atención. La misma prevención con la que tuvieron que lidiar los historiadores Benito Bermejo y Sandra Checa, autores del Libro memorial: españoles deportados en los campos nazis. Entrevistaron a decenas de supervivientes y la conclusión es que "excepto en dos o tres casos muy concretos, nos relataron su experiencia sin reticencias; eso sí, unos, con más entereza; otros, en cambio reviviendo todo el sufrimiento". Porque, claro, no era lo mismo ingresar en u campo de concentración solo, sin ataduras familiares y en plena juventud, que ir a caer en las garras del sistema concentracionario con la esposa e hijos, o con los padres y los hermanos. Estos últimos, dicen los autores, siempre quedaban "más tocados". Otra cosa son las familias, que han tenido que convivir durante todos estos años y casi en silencio con unos recuerdos muy dolorosos: "Es lógico que ahora recelen de este interés aparentemente repentino; es lógico que les sorprenda y que sientan una cierta rabia por tantos años de abandono".

Son tres los ciudadanos andorranos que según los documentos consultados por los historiadores -archivos administrativos de los campos, asociaciones de exdeportados y listas de la Cruz Roja elaboradas inmediatamente después de la liberación- fueron deportados: Anton Vidal Felipó y Pere Mandicó Vidal, los dos naturales de Prats (Canillo), y Miquel Adellach Torres, de Llorts (Ordino). Sólo se tenía hasta ahora constancia oficial del primero de ellos, relacionado someramente en la lista final de Els catalans als camps nazis, la obra de Montserrat Roig pionera en la materia. Pero la memoria familiar nos ha permitido añadir tres nombres más a la lista de deportados: Bonaventura Bonfill Torres, vecino de Meritxell (Canillo); Josep Calvó Torres, de Prats (Canillo), i Josep Franch Vidal, del Forn (Canillo). Los recuerdos de familiares, amigos y vecinos avalan la decisión de incluirlos desde ahora mismo en la lista de deportados andorranos.

Bermejo advierte, además, de que el hecho de no constar en las fuentes oficiales no es en absoluto concluyente: "En muchas ocasiones los mismos deportados era voluntariamente ambiguos a la hora de facilitar la filiación o la nacionalidad, precisamente para proteger a sus familias o como medida de autoprotección. Tampoco los alemanes hilaban muy fino: uno de los andorranos figura en los archivos primero como francés, después como "rojo español", y finalmente como andorrano. Por si no fuera poca confusión, las grafías variables con que se registraban nombres y apellidos -Adellach consta en la lista del Libro memorial como Adalach- condenaban a veces a los deportados al limbo administrativo. Aparte de los seis ya citados, la memoria popular también ha conservado, aunque de forma más vaga e incierta, el recuerdo de otros andorranos que sufrieron la deportación: una abuela de Canillo que prefiere mantenerse en el anonimato consigna el caso de un médico de Andorra la Vella; otro vecino de Canillo, Josep Babot, refiere el de un hombre de Santa Coloma (Andorra la Vella) que también probó la hospitalidad nazi, y finalmente, Joaquim Baldrich cree recordar a dos deportados más que sobrevivieron a la guerra: otro hombre de Andorra la Vella y un vecino de Sispony (la Massana). Todos ellos quedan lógicamente pendientes de confirmación.

Vida y muerte en los campos nazis
Tres son los campos donde los deportados andorranos sufrieron cautiverio: Mauthausen (Adellach y Vidal), Buchenwald (Bonfill, Calvó y Franch) y Flossenburg. Por este último solo pasó temporalmente Mandicó, quien por otra parte tuvo el dudoso privilegio de probar los otros tres campos. Pero tuvo suerte y sobrevivió para contarlo. Otros murieron en la deportación: Anton Vidal falleció en Mauthausen el 29 de marzo de 1944, según consta en la documentación del campo; Josep Calvó y Josep Franch, en Buchenwald y en 1945, según los testimonios. Una mortalidad elevada -dos de cada seis- pero que no llega a la que se registró entre los deportados españoles: de los 8.700 relacionados en el Libro memorial, aproximadamente 6.000 no regresaron jamás: el 68%. Pero es que los balances totales de muertos son abrumadores: en Buchenwald se calcula que murieron la quinta parte del millón y medio de deportados que desfilaron por el campo; en Flossenburg, uno de cada tres, y en Mauthausen, entre 95.000 y 120.000 para una población total de 195.000.

Cifras que palidecen ante las 250.000 víctimas mortales de Sobibor, las 600.00 de Belzec, las 800.000 de Treblinka y el 1,1 millones de Auschwitz-Birkenau. Conviene en este punto distinguir entre las fábricas industriales de la muerte en que se convirtieron los campos de exterminio des Este de Europa, especialmente los ubicados en Polonia, de los campos de concentración occidentales, como Mauthausen, Flossenburg y Buchenwald: "Hasta finales de 1942, el internamiento en los campos, aunque fueran de trabajo, era un simple pretexto para liquidar a los deportados. Los mataban de agotamiento. A partir de este momento, y debido a las necesidades de la industria bélica alemana, los nazis decidieron explotarlos laboralmente. La mortalidad continuó siendo elevadísima, pero ya no a causa de una voluntad de exterminio sistemático sino como un efecto digamos colateral de la explotación", dice Bermejo. Esto vale, claro, para los campos occidentales. La imagen cinematográfica de un convoy de prisioneros que desembarca en el andén de un campo y es conducido directamente a las cámaras de gas no se producía en estos últimos sino en los de Polonia: Auschwitz, Treblinka, Sobibor... Estos eran literalmente campos de exterminio, donde los deportados no tenían ninguna opción de supervivencia porque no eran enviados a ellos a trabajar sino a morir, matiza Checa.

Nuestros deportados deportados tuvieron en general más suerte. Claro que no pertenecían a ninguna raza inferior y merecedora por tanto del exterminio. Tampoco eran ciudadanos de una nación ocupada, ni enemiga. Entonces, ¿por qué acabaron en los campos? Parece que el contrabando es el delito -o mejor, el pretexto- habitual para deportarlos. La mayoría de los testimonios recabados aseguran que el contrabando constituía efectivamente una fuente de ingresos habitual en la Andorra de los años 40, aunque Remei Adellach discrepa y sostiene que había dejado de ser una ocupación ordinaria durante la generación anterior. Bermejo añade al debate un hecho incuestionable: las estrechas relaciones que durante la guerra mantuvieron contrabandistas, resistentes y pasadores, y la cadena de Forné, Baldrich y Molné es un buen ejemplo de ello: "De todas formas la lista de pretextos por los que una persona podía terminar en un campo de concentración era prácticamente interminable", insiste. Dicho esto, conviene añadir que los alemanes hacían en ocasiones la vista muy gorda y confundían fácilmente a un ciudadano andorrano con un republicano español, cosa que lo convertía automáticamente en sospechoso.

Lo peor, al final
El ingreso relativamente tardío en los campos les ahorró la fase más letal: a partir de 1942 los deportados ya no eran considerados carne de exterminio -por lo menos, en la Europa occidental- sino fuerza de trabajo esclava. Además, la derrota alemana era ya a principios de 1944 cuestión de tiempo, especialmente tras el desembarco de Normandía. Pero antes de la liberación de los campos, entre abril y mayo de 1945, los deportados aun tuvieron que superar una última y durísima prueba: la caótica retirada alemana, con las denominadas "marchas de la muerte" que obligaron a emprender a los deportados de los campos de la Europa oriental y que provocaron una mortalidad extrema incluso para los baremos nazis: se calcula que un tercio de los aproximadamente 700.000 prisioneros que en enero de 1945 quedaban en los campos perecieron antes del final de la contienda, cuatro meses después, cifra a la cual hay que añadir las víctimas que paradójicamente causó la misma liberación, cuando los cuerpos subalimentados de los deportados -los hombres adultos pesaban 30 kilos- no resistieron la repentina abundancia de víveres.

Quizás entre estas víctimas doblemente trágicas -sobrevivieron a las penalidades de los campos, y murieron cuando tenían al alcance de la mano la soñada libertad- haya que contar a Josep Calvó. Según recuerda su sobrina, Jacqueline Font, la familia recibió en 1945 una carta donde creía tan cercana la liberación -si es que no se había consumado ya- que les pedía que retrasaran el bautizo de un sobrino para poder asistir él mismo a la ceremonia. Así de claro veía el fin del suplicio. Pero el hecho es que Calvó fue uno de los que no regresó.

Según las biografías que hemos podido reconstruir, los deportados andorranos eran hombres relativamente jóvenes -el mayor era Antoni Vidal, y tenía 44 años en el momento de ser detenido- y originarios de pueblos de las parroquias altas: Llorts, el Forn, Prats, Meritxell... Todos ellos provienen, además, de familias numerosas, cosa no tan extraña en la época y que solía acarrear la emigración de los segundones: Bonaventura Bonfill tenía nueve hermanos; Miquel Adellach, siete; Pere Mandicó, seis; Josep Franch y Anton Vidal, cinco, y Josep Calvó, cuatro. Así que no es casualidad que todos ellos vivieran con un pie en Andorra y el otro -o los dos- en Francia, que constituía la salida laboral habitual de los hijos menores de las familias de Ordino y Canillo. Especialmente las zonas de Pamiers, en el Arieja, y Beziers, en el Herault. Como recuerda Remei Adellach, hermana de Miquel, "había que ganarse los garbanzos y como aquí no había para todos en invierno se iban a Francia a trabajar en el campo; y si en el campo no había trabajo, a las minas de talco de Luzenac". Miquel, por ejemplo, vivió durante la guerra en Auzat y se instaló después de la contienda en Pamiers. Jacqueline Font recuerda que en Beziers -donde ella misma nació- era en la época "una Andorra en miniatura": hasta cuatro de los hermanos Calvó se habían instalado antes de la guerra en esta localidad. También Pere Mandicó residió después de la liberación en un pueblecito cercano a Beziers. Entre los deportados que sobrevivieron a la guerra, en fin, parece que el único que regresó a Andorra fue Bonaventura Bonfill.

De toda esta historia, que ahora empieza a salir a la luz, lo que más sorprende no es el silencio reticente (y comprensible) de las familias, sino que hayan tenido que pasar 70 años para que se empiece a recordar un episodio que, dada la edad avanzada de muchos de los testimonios, ha estado a punto, pero muy a punto de irse a la tumba con sus protagonistas directos. Cosa que constituiría no sólo una lástima sino una segunda y definitiva derrota infligida por el nazismo a la memoria de las víctimas.

Los campos: Compiègne, Mauthausen y Buchenwald
Ubicado a 80 kilómetros al norte de París, Compiègne no era propiamente un campo de concentración sino de tránsito, la última parada desde donde los deportados eran expedidos a su destino final. Por eso las estancias documentadas de Adellach, Mandicó y Vidal son brevísimas: entre dos y tres días. Pero era un primer contacto con lo que les esperaba en adelante: revisión médica, matriculación y masificación. Desde junio de 1941 hasta agosto de 1944 desfilaron por Compiègne 49.860 deportados -el 70% de los cuales, resistentes, y el 8% , presos por delitos comunes- que fueron expedidos principalmente a Buchenwald, Mauthausen y Ravensbruck, adonde llegaban después de tres o cuatro días de trayecto a bordo de vagones de ganado en que los alemanes encajonaban entre 80 y 100 pasajeros. Puede que fuese en este trayecto que Bonaventura Adellach recordara una breve parada del tren, y cómo los deportados se lanzaron a un campo de patatas y se las zamparon crudas y sin mondar...

Adellach, Mandicó y Vidal fueron enviados a Muathausen, cerca de Linz, en el norte de Austria. Entre 1938 y el 5 de mayo de 1945 desfilaron por el campo entre 200.000 y 335.000 prisioneros. Se calcula que cerca de 120.000 perecieron: un tercio de ellos eran judíos. Simon Wiesentahl, el cazador de nazis, sobrevivió a Mauthausen, como Adellach y Mandicó. Buchenwald es el otro gran destino de nuestros deportados: Bonfill, Franch, Calvó y -brevemente- Mandicó. Entre 1937 y 1945 dio cobijo, por así decirlo, a un cuarto de millón de deportados. Murieron uno de cada cinco. Otros deportados célebres que compartieron las penurias de los andorranos de Buchenwald son los escritores Imre Kertesz y Jorge Semprún. El tercer campo con es Flossenburg, que para Mandicó fue tan solo una estación de tránsito entre Buchenwald y Mauthausen. Ubicado en Baviera, murieron cerca de un tercio de sus 100.000 inquilinos. Uno de los más célebres resulta que no lo fue: el impostor catalán Enric Marco, desenmascarado el año pasado por el mismo Bermejo.

[Este artículo, coescrito con Robert Pastor, se publicó en enero de 2007 en la revista Informacions]

miércoles, 26 de febrero de 2014

El último del Palanques

Con la muerte de Eduardo Molné, el pasado 21 de agosto, desaparece el último testimonio de la cadena de evasión que Forné dirigía desde la Massana.

Ya está, ya no queda ninguno, así que a partir de ahora tendremos que husmear en los libros de historia y en las (escasas) entrevistas que concedieron en vida el puñado de hombres que desde el hotel Palanques de la Massana se jugaron durante la II Guerra Mundial el pellejo para conducir hasta el consulado británico en Barcelona a fugitivos de toda la Europa ocupada que pretendían cruzar el Pirineo, la última frontera de la libertad: ya saben, pilotos aliados abatidos en los cielos del continente, militares polacos refugiados en Francia después de la blitzkrieg de 1939, franceses en edad militar que pretendían evitar el Servicio de Trabajo Obligatorio o unirse a las fuerzas de la Francia Libre, y judíos de todas las nacionalidades -o peor aún, apátridas- condenados a los campos de exterminio.

Molné, a la izquierda, con Joaquim Baldrich, ante el hotel Palanques, el centro de operaciones de la cadena que Antoni Forné dirigía desde la Massana. Fotografía: Màximus.

Documento procedente de los National Archives británicos que de cuenta de la captura de Fernando Molné y de cuatro polacos por parte de la Gestapo, la noche del 29 de septiembre de 1943. Fotografía: Màximus (Fondo Lang / Archivo Nacional de Andorra).

Con la muerte, el pasado 21 de agosto, de Eduard Molné (1917-2013) desaparece el último testimonio de la cadena que el abogado catalán Antoni Forné dirigía desde el Palanques por cuenta del MI6, el legendario servicio exterior de Su Graciosa Majestad. Él y Joaquim Baldrich, fallecido en enero de 2012, fueron los primeros que a principios de la década pasada dieron el paso de evocar públicamente uno de los episodios más fascinantes pero -hasta entonces- peor conocidos del siglo XX andorrano: la participación en este tráfico de hombres de redes de pasadores radicadas en nuestro rinconcito de Pirineo. Hubo por supuesto otras, pero la de Forné es probablemente una de las mejor estudiadas gracias en primer lugar al mismo Forné -en aquella imprescindible, fundacional serie de artículos publicados en 1979 en la desaparecida revista Andorra 7- y al testimonio de Baldrich y de Forné, que salieron del armario en otoño de 2003 en otro reportaje publicado esta vez en el semanario Informacions. Pongamos nombre a esta estirpe de héroes, porque además de Molné, Baldrich y Forné -el cerebro de la cadena- también deben figurar aquí -se lo debemos- sus compañeros de peripecia bélica: Alfredo Vicente Conejos, Josep Mompel y Salvador Calvet. Queda dicho.

Pero vayamos de una vez al grano: así como Baldrich era el pasador arquetípico, el hombre de acción que condujo hasta Barcelona -según recordaba él mismo- a cerca de 400 clientes en algo menos de 40 misiones -y sin perder jamás un solo hombre, como le gustaba recordar con legítimo orgullo- Molné encarna al colaborador ocasional, espontáneo y la mayor parte de las veces anónimo que prestaba servicios puntuales pero que constituía un eslabón imprescindible para el éxito de las cadenas. Jamás ejerció de guía sobre el terreno, ni condujo a ningún grupo de refugiados por caminos erigidos en autopistas de la libertad.

De hecho, su participación en esta peripecia se reduce a un único pero sonadísimo episodio. Fue la noche de 23 de septiembre de 1943. Molné, él mismo hijo del hotel Palanques y mecánico de profesión, había acompañado al volante de su Renault -matrícula AND 591- a Forné y a Conejos hasta el Vilaró, justo antes de llegar al lugar de Llorts, para recoger una expedición formada por cinco militares polacos procedentes de Pàmies -dos oficiales, Jan Daniez y Jan Sarnicki, y dos soldados, Czeslaw Giejstowt y Josef Lawicki, cuenta Claude Banet en Guies, fugitius i espies, la biblia sobre la materia- que habían sobrevivido al frío y al agotamiento pero que habían perdido por el camino a otro compañero de evasión, Alozy Bukowski. El plan consistía en conducirlos en automóvil hasta el Palanques para reponer fuerzas. Pero en la Massana les esperaba una desagradable sorpresa: dos coches con matrícula francesa -un Delaye y un Citroën, según Forné- con cuatro o cinco hombres envueltos muy cinematográficmente en sospechosas gabardinas: "Fue Conejos el primero que, instintivamente, exclamó: '¡La Gestapo!' Un terror repentino y muy vivo se apoderó de nosotros, pero no perdimos el oremus, y aceleramos al pasar con la intención de huir", contaba el mismo Forné en 1979.

Un silencio que duele
Tuvieron éxito... a medias: la persecución terminó tras unos tiros intimidatorios -especula Forné que querían cogerlos vivos- por parte de los alemanes; Molné cruzó el coche al llegar al desvío de Sispony, y tanto Conejos como Forné saltaron hacia el otro lado, aprovechando la oscuridad para huir en dirección a Sispony. Ni Molné ni los polacos -los cuatro encajados en el asiento posterior del pequeño Renault- tuvieron tanta suerte y fueron capturados inmediatamente a punta de pistola. La comitiva inició enseguida el camino hacia el cuartel general de la Gestapo en Tolosa, con el Renault de Molné situado entre los dos vehículos alemanes. Así lo contaba el mismo Molné en Informacions: "A partir del puerto de Envalira nos encontramos un palmo de nieve en la calzada, así que nos hicierrn bajar para empujar los coches. Cuando llegamos a la frontera del Pas de la casa la barrera estaba bajada. Parlamentaron con el policía de la aduana andorrana, que me conocía, pero a pesar de que le hice gestos ostensibles para que me viera, no se apercibió de que iba dentro del Renault". Aquí sí que se vio perdido, admitía, porque Molné fue  encerrado en la prisión de Saint Michel, donde pasó "ocho o diez días". Si salió indemne de ésta fue porque pudo convencer a sus captores de que era un simple taxista que se había limitado a ejercer de chófer... y también -probablemente sobre todo- gracias a las gestiones de su padre, exsubsíndico, y del entonces síndico, Francesc Cairat, ante el obispo Iglesias -muy bien relacionado con el régimen franquista: había sido capellán castrense del dictador- y ante la vegueria francesa. Mucha menos fortuna tuvieron los polacos y un tal Bobby, norteamericano también de origen polaco que formaba parte de la cadena de Forné y que fue capturado en el Palanques: de ninguno de ellos se volvió a saber jamás.

El episodio tiene especial significación por dos motivos: por un lado, porque el golpe alemán -que Viadiu recoge, novelado, en Entre el torb i la Gestapo- fue posible por la infiltración de un topo en el grupo de Forné, un tal Nicodème -Nico, para los amigos. De otra, porque se trata de una de las escasas operaciones documentadas en que los alemanes actuaron dentro de Andorra, violando así la neutralidad del país. Por lo que respecta a Molné, se trata de la única misión en que consta que participara, y de hecho él mismo siempre insistió en figurar en un discretísimo segundo plano a la hora de los homenajes, como en la inauguración del monumento que evoca la memoria de la cadena justo ante el Palanques. ¿Un pobre bagaje? "Tuvo el valor suficiente para acompañar a Forné y a Conejos en una aventura en que se jugaban mucho, como después se vio. Y estoy convencido de que si no lo hubieran pillado, habría repetido", especula Benet, que describe a nuestro héroe del día como "un hombre elegante y modesto; otros con muchos menos méritos lo habrían explotado más; él, en cambio, optó siempre por la discreción".

De la misma opinión es el historiador catalán Josep Calvet, autor de Las montañas de la libertad, la monografia definitiva sobre la epopeya de nuestros pasadores: "No fue el guía prototípico, el refugiado español más o menos politizado, sino el autóctono que colabora de forma esporádica pero decisiva, en un nivel quizás secundario pero imprescindible: sin la complicidad de gente como Molné la misión de los pasadores estaba condenada al fracaso". Por eso duele, y mucho -añadimos nosotros- el silencio institucional que ha acompañado a la desaparición de nuestro hombre: ni una palabra por parte de las autoridades; nada de nada. Como apunta Calvet de forma sangrante, "en otro país, Molné sería un héroe". O quizás porque, como remata Benet, "Andorra es un país ingrato con la memoria histórica, sin apenas curiosidad, como si a mucha gente ya le pareciera bien que de ciertos temas cuanto menos se hable, mejor. Y en parte se entiende, porque si tiras de la madeja, a veces salen episodios honrosos, como el del Palanques, y otras aparecen sorpresas muy, muy desagradables". La buena noticia es que todavía estamos a tiempo de que el silencio y la indiferencia no se repitan con Lluís Solà, él sí el último de nuestros pasadores. De todos.

[Este artículo se publicó el 27 de agosto de 2013 en El Periòdic d'Andorra]


domingo, 23 de febrero de 2014

Andorra, 1936: entre la espada y la pared

El levantamiento nacional contra la legalidad republicana supuso el inicio de uno de los períodos más convulsos de la historia reciente de Andorra. El país tuvo que lidiar con una avalancha de refugiados sin precedentes -se calcula que más de 4.000 a lo largo de la contienda- además del batallón de gendarmes enviados por el copríncipe francés para garantizar la soberanía, con la escasez de víveres y con la amenaza de invasión, primero republicana y después franquista. La historiadora Amparo Soriano ha recreado esta compleja y apasionante coyuntura en Andorra durant la Guerra Civil espanyola.

La conclusión de este denso volumen asalta de manera natural al lector cuando al llegar a la última página comparte la perplejidad de la autora: "Que Andorra emergiera indemne, que conservara la soberanía, la independencia y sus instituciones seculares, después de unos años tan convulsos como fueron los de la Guerra Civil -a los que siguieron otros tantos de guerra mundial- es un auténtico milagro". Sobre todo, porque entre 1936 y 1939 Andorra sobrevivió con la amenaza constante de invasión: primero, por parte de los elementos anarquistas -el Cojo de Málaga y toda su tropa- que impusieron su ley en el Alto Urgel y la Cerdaña en los primeros meses de la contienda; después, por las fuerzas franquistas, que llegaron a plantearse muy seriamente el bombardeo de la central hidroeléctrica de Escaldes, según desvela Soriano. Y todo porque la erección de Fhasa, a partir de 1930, había convertido Andorra en un preciado objetivo estratégico, amenaza que la presencia de los gendarmes y guardias móviles enviados en verano de 1936 por el copríncipe francés -el presidente de la República, entonces Albert Lebrun- ayudó a conjurar... al lado de las gestiones que, como enseguida veremos, realizó el empresario Miguel Mateu ante el mismísimo

Franco.No fue este peligro latente de invasión el único que tuvo que afrontar el Consell General de la época, con el Síndico Cairat al frente. Un Consell que, como el resto de la población andorrana del momento, repartía sus simpatías entre nacionales y republicanos: la carestía y la escasez de alimentos derivados de la situación bélica en España convirtieron el aprovisionamiento de la población y de las bocas extras procedentes del éxodo de refugiados -elementos de la derecha que huían de la represión roja en los primeros meses de la guerra; anarquistas después de los Fets de Maig de 1937, y republicanos de todo pelaje después de la caída de Cataluña, en enero de 1939- condicionaron decisivamente la posición del Consell y por lo tanto de Andorra ante la contienda. Colocada entre la espada de los comités anarquistas, de la Generalidad catalana y del gobierno francés del momento, que supieron, no pudieron o no quisieron coadyudar a satisfacer las necesidades de pura supervivencia que les planteaba Andorra, y la pared de una Mitra y, sobre todo, de un gobierno golpista que sin embargo fue el único capaz de movilizar recursos a favor del país -a un precio que se cobró puntualmente, eso sí, en el momento en que estalló la crisis de Fhasa- los consejeros optaron por la única vía posible: la del equilibrismo. Y cuando eso dejó de ser posible, por el puro pragmatismo. Es decir, y como apunta Soriano, que optaron por "hacer el andorrano": nadar y guardar la ropa, ni contigo ni sin ti.

De esta panorama deliberadamente confuso, donde lo que estaba en juego era en primer lugar la supervivencia física de sus ciudadanos y de los refugiados, e inmediatamente después, la de Andorra como entidad política, emergen con luz propia los nombres de cuatro personajes que continuamente entran y salen del escenario levantado por Soriano: el obispo de Urgel y copríncipe de Andorra, Justí Guitart; el Síndico General, Francesc Cairat; el coronel al mando de los gendarmes destacados por el copríncipe francés, Réné Baulard, y le industrial catalán Miguel Mateu, consejero delegado de Fhasa. De todos ellos nos habla ampliamente la autora, que se llevó con Andorra durant la Guerra Civil espanyola el premio de investigación histórica que patrocina el Consell General, en su edición del 2005.

País pequeño, pretendientes grandes
Las relaciones de Andorra con los dos bandos contendientes en la Guerra Civil, así como con la Generalidad y el gobierno francés fueron siempre delicadísimas, complejas, un auténtico número de equilibrismo que tuvieron que interpretar el Consell General y el Síndico Cairat. Los dos convoys de alimentos enviados por la España nacional no fueron un simple y generoso gesto humanitario sino que se cobraron a su debido momento y en especie: con la renuncia a exigir la rescisión de la concesión de Fhasa y con la oposición activa del Consell a la confiscación de la central decretada en diciembre de 1938 por el ministro francés de Obras Públicas, Anatole de Monzie -el mismo Monzie, por cierto, que en agosto de 1939 inauguraría la emisora de Radio Andorra en Encamp. Las presiones fueron continuas, con amenazas explícitas de suspender el envío de alimentos si se retomaba el suministro de energía eléctrica a la Cataluña republicana. Por lo menos en dos ocasiones, Franco amenazo abiertamente con la intervención: en 1937, cuando se planteó como solución de emergencia si no bastaba con los argumentos de Mateu para interrumpir el servicio, y en diciembre de 1939, cuando jugó -quizás de farol- la carta de enviar a los guardias civiles estacionados en la Seo si las elecciones al Consell General no daban un resultado suficientemente afín con el nuevo régimen. Finalmente, en la crisis de Fhasa de un año antes, en 1938, Franco tenía previsto el bombardeo de la central de Escaldes si fracasaban las gestiones diplomáticas, De Monzi no renunciaba a la confiscación y Fhasa retomaba el suministro de fluido a la República.

Pero no fueron los nacionales los únicos que miraron hacia Andorra con ojos tirando a depredadores -o carroñeros. De hecho, los primeros que lo hicieron fueron los anarquistas de la Seo, con la connivencia, dice Soriano, de un reducido grupo de andorranos y de obreros de Fhasa: el golpe de mano hubiera proclamado una república independiente y tenía que materializarse en otoño de 1936, cuando las primeras nieves cerraran el puerto de Envalira imposibilitando la llegada de fuerzas francesas. Mateu se les avanzó, y el 27 de septiembre -justo el día previsto para el golpe anarquista, según la historiadora- entraba por la frontera del Pas de la Casa un batallón de 64 guardias móviles y 32 gendarmes dirigidos por el comandante Baggio y por el coronel Baulard. En verano de 1938 tuvo lugar una amenaza mucho más explícita por parte de la República, cuando el delegado de la Generalidad en Andorra, Josep Maria Imbert, advirtió que una nueva expulsión -ya lo habían echado del país en una ocasión- comportaría como represalia el bombardeo y la ocupación. Otro farol que se quedó en el tintero. Más consistencia tuvo, en marzo de 1938, un complot republicano que preveía la incursión de un millar de hombres con la misión de desarmar a las fuerzas francesas y "eliminar a los elementos hostiles", es decir, a los simpatizantes nacionales refugiados en Andorra. Este golpe, que tampoco pasó de las buenas -o mejor, malas- intenciones fue la respuesta republicana a los rumores aventados por los mismos gendarmes de que Francia se aprestaba a ocupar el país, asustada por el creciente número de refugiados.

La guerra de Fhasa
Como dice Soriano, la historia contemporánea de Andorra es inimaginable sin la existencia de la central eléctrica de Escaldes, erigida a partir de 1930 y que convirtió al país en objetivo estratégico para los contendientes de la Guerra Civil. Franco exigió -bajo amenaza- el corte del fluido eléctrico a la industria de guerra catalana, que consumía el 90% de la energía generada. Mateu, consejero delegado de la hidroeléctrica, fue el ejecutor del sabotaje encubierto, con la aquiescencia del Consell General. La diplomacia republicana maniobró con habilidad y consiguió que el ministro de Obras Públicas francés ordenara la confiscación de la empresa. Una expropiación efímera, que a duras penas duró quince días -del 6 al 18 de diciembre de 1938- hasta que la intervención directa del copríncipe frances, el presidente Albert Lebrun desautorizara a Monzie -a instancias de un Guitart inspirado por Mateu: ni un solo kilowatio más llegó a la exhausta red eléctrica catalana. Un colaboraiconismo que enfurecerá a algunos, pero que le ahorró a Andorra un más que probable bombardeo franquista, justo cuando la guerra ya estaba perdida para la República.

¿Por un plato de lentejas?
La jugada maestra del bando nacional para atraer al Consell General a su causa consistió en llegar allí donde fracasaron -por incapacidad o por desidia- tanto la Generalidad como la República española y también Francia: subvenir a la urgente necesidad de alimentos que el alud de refugiados -los 4.500 habitantes que tenía Andorra en 1936 casi se habían duplicado al final de la guerra- la escasez y la consiguiente carestía causaron en los inviernos de 1938 y 1939: según los datos recogidos por Soriano, el kilo de pan se pagaba en julio de 1936 a 0,45 pesetas; un año después, a 1,20; en enero de 1938, a 1,80, y en julio de ese mismo año, a 3,50. Las gestiones de Cairat, Guitart y sobre todo Mateu ante las autoridades franquistas consiguieron la concesión de sendos créditos de 600.000 pesetas por parte del Banco Exterior de España que el Consell destinó a la adquisición de alimentos: el primer envío llegó en el otoño de 1937, con el compromsio de comercializarlo exclusivamente en el interior del país. Pero no se pudo evitar la especulación: la historiadora consigna la reclamación por parte del Consell a un tal Joaquim Font, de la Cortinada, para que devuelva todos los productos que le han sido expedidos porque "efectúa las ventas a unos precios más elevados que los convenidos". El segundo convoy, más problemático, no llegó hasta bien entrado 1939, en todo caso después del 6 de febrero, cuando la columna de requetés mandada por el capitán Aguirre arriba a la frontera de la Farga de Moles y se toman las célebres fotografías de hermandad con el jefe de la policía andorrana de la época, Secundí Tomàs.

La historia menuda
Al lado de las revelaciones más espectaculares, Andorra durant la Guerra Civil espanyola incorpora un puñado de notas a pie de página -léanlas, no tengan pereza- especialmente suculentas: así, cuando en octubre de 1938 se resuelve a favor de Mateu, naturalmente, el pleito interpuesto contra Fhasa por medio centenar de obreros despedidos, el acta de notoriedad rubricada por el Síndico Cairat da fe de los usos y costumbres al más puro estilo de Manchester, siglo XIX, que regían en la Andorra de la época: "El patrón puede despedir al obrero libremente después del día, semana o mes durante los que ha sido contratado. Ningún obrero tiene derecho a exigir al patrón el reingreso prescindiendo de toda consideración con respecto al motivo que haya determinado al patrón a prescindir del obrero.No se abonará importe alguno en concepto de preaviso de despido. No se abonará ningún indemnización en caso de enfermedad ni de asistencia médica..."

No es menos curiosa la noticia -fuera del ámbito temporal que no ocupa- de que en enero de 1933 el entonces Síndico, Roc Pallarés, y el Subsíndico, Antoni Coma, solicitaron al Consejo de ministros español que asumiera la cosoberanía que hasta entonces venía ejerciendo la Mitra, en otra muestra de las tensas relaciones del Consell General con el copríncipe episcopal. O las actividades subversivas que los ciudadanos suizos Weilenmann y Schaub patrocinaron en los primeros años 30 entre los residentes andorranos en Barcelona, con el lanzamiento del periódico El Andorrà. O la nómina de agentes que desde Andorra trabajaban para el servicio de información y para la policía militar franquista, con presencias sorprendentes. Y el papel que Trémoulet -el factótum de Radio Andorra- jugó en favor de los intereses republicanos, que no deja de sorprender en un personaje que tras la II Guerra Mundial sería acusado de colaboracionismo en Francia, y condenado en ausencia a muerte, y que acabaría refugiándose en España a la sombra de jerarcas del franquismo como Serrano Suñer.

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La historiadora Amparo Soriano, profesora de istoria en el Insituto Español de la Margineda (Andorra), en la presentación de Andorra durant la Guerra Civil espanyola, volumen con el que ganó el premio Principat d'Andorra de investigación histórica de 2005. Fotografía: El Periòdic d'Andorra.


Amparo Soriano: "En caso de contencioso entre España y Francia, el vencedor muy probablemente se hubiera anexionado Andorra"

-¿Existían en Andorra facciones encontradas según sus simpatías se inclinasen por nacionales o republicanos?
-El ciudadano de a pie prescindió de ideologías y ayudó por igual a todos los refugiados, independientemente de su adscripción política. Otra cosa es la actitud del Consell, en todo momento condicionada por las circunstancias: la escasez de alimentos, cuando estuvo claro que el único que estaba en condiciones de ayudar a paliarla fue Mateu, forzó al Consell a echarse atrás en su antigua pretensión de rescindir la concesión de Fhasa, e incluso a oponerse a la confiscación de la central decretada en diciembre de 1938 por el copríncipe francés.

-Una actitud muy pragmática y muy andorrana.
-Las simpatías con el bando franquista existieron, sin duda, pero a pesar de las apariencias diría que fueron minoritarias. La política oficial del Consell consistió en intentar no molestar a ninguna de las partes, y no quemarse en el aquel juego de equilibrios.

-Pero dentro de la política andorrana, ¿había grupos ideologizados, o solo contaban los intereses más o menos particulares de los que tenían silla en el Consell?
-Entre los consellers había de todo: desde los elementos más conservadores, gente de orden que temía el contagio revolucionario, hasta los que comulgaban con las nuevas ideas que, sobre todo a partir de 1930, con el desembarco en el país de centenares de obreros de Fhasa adscritos mayoritariamente a los sindicatos anarquistas, inocularon savia nueva en la hasta entonces abotargada vida política andorrana. Especialmente entre la juventud, que es la que protagonizó la ocupación del Consell de 1933 y la implantación del sufragio universal masculino. Abolido, por cierto, en 1941.

-Jaume Ros y Joaquim Baldrich se indignaban con la visión idealizada que Viadiu ofreció de Andorra en Entre el torb i la Gestapo, convertida en una especie de Casablanca de los Pirineos. ¿Comparte usted su indignación?
-Lo que planteo, y no me cansaré de insistir en ello, es que independientemente de la ideología, cuando vieron amanazados sus intereses desde un lado o del otro, recurrieron a la vieja estrategia de fer-se l'andorrà, hacerse el andorrano, para conservar el statu quo. El aluvión de refugiados agravó todavía más el ya serio problema del abastecimiento de alimentos. Los convoys enviados por Franco, así como la confiscación de Fhasa decretada por el copríncipe francés por su cuenta y riesgo, sin contar con el Consell, causaron que las simpatías de los indecisos y de los neutrales se decantaran finalmente por el bando nacional. Que quede claro que la ayuda franquista no era en absoluto desinteresada, sino que desde el principio tuvieron clarísimo que era una manera de tener a los andorranos cogidos por el pescuezo, una deuda que ya llegaría el momento de cobrarse. Y llegó: durante la crisis de Fhasa de diciembre de 1938.

-¿Cuál fue el papel de los refugiados que se instalaron en Andorra a raíz de la Guerra Civil?
-De entre los 4.000 y 5.000 que pasaron por el país entre 1936 y 1939, probablemente un 10% de ellos se quedó aquí. Y fueron decisivos desde todos los puntos de vista: económico, intelectual y humano. Llegaron al país sin otro patrimonio que su talento -más o menos- y sus ganas de trabajar. Se casaron aquí, abrieron comercios y colaboraron decisivamente en el despegue de Andorra.

-Anarquistas, republicanos y franquistas amenazaron con invadir Andorra, pero resulta que los únicos que efectivamente se esteblecieron en el país fueron los gendarmes franceses. ¿Puede hablarse de una ocupación encubierta?
-Los gendarmes vinieron porque lo solicitó el Consell General... a instancias de Mateu, precisamente para prevenir y evitar una hipotética intervención de los comités anarquistas de la Seo. Hay que añadir que el Consell se desdijo cuando comprobó que las parroquias [los ayuntamientos] se oponían a lo que consideraban una injerencia francesa. Pero ya era demasiado tarde. La misión de Baulard y sus hombres era la de garantizar el orden y la integridad territorial, lo cual estaba bien. Lo que ya no era tan razonables era el desplazamiento de un batallón que llegó a contar en los momentos álgidos con una fuerza de unos 150 hombres, sección de ametralladoras incluida. Parece un despliegue claramente desproporcionado, fruto de un afán de marcar el territorio, de exhibir de qué parte estaba la razón de la fuerza. La prueba de que era del todo punto innecesario y que se trataba de un despliegue desproporcionado es que los gendarmes dispusieron de todo el tiempo del mundo para dedicarse a quehaceres tan poco marciales como escribir manuales de mecánica y componer música...

-Baulard fue muy mal recibido en septiembre de 1936, pero en cambio se marchó con el título de andorrano honorario en el zurrón. ¿Fue un simple agente al servicio de Francia, o llegó a impliucarse en las vicisutudes de Andorra y los andorranos?
-Él aterrizo en el país con la actitud propia de un virrey, con una prepotencia, incluso chulería, más bien antipáticas. Cuando al llegar a la frontera se encontró la aduana cerra, ordenó a sus gendarmes que la cruzaran, sin ningún miramiento. Ideológicamente, y teniendo en cuenta que aquí se encontró con refugiados de todos los colores políticos, y que tenía que convivir con los comités anarquistas de la Seo y con los cerca de 600 carabineros de la República desplegados en la comarca, su actitud fue contemporizadora, aunque personalmente creo que sus simpatías se decantaban sinceramente del lado republicano.

-Y a Mateu, ¿dónde lo situaría, ideológicamente?
-Mateu era por herencia monárquico hasta el tuétano: su padre había sido íntimo amigo de Alfonso XIII y su adscripción al Movimiento -como primer alcalde de la Barcelona de posguerra, como embajador de Franco en España, hasta como agente de los servicios de inteligencia nacionales- hay que interpretarla como la vía más corta y directa para el restablecimiento de la monarquía y, sobre todo, para evitar la instauración en España de un régimen comunista, una posibilidad que le causaba auténtico pánico.

-¿Andorra equivalía para él la gallina de Fhasa, que había que exprimir en provecho propio, o cultivó alguna relación especial con el país?
-Aunque Fhasa constituía sólo una pequeña parte de su imperio industrial -era el propietario de la Hispano Suiza y del Diario de Barcelona, entre otras empresas- era también la obra de su juventud. Cuando el fin de semana llegaba al castillo de Perelada, su refugio ampurdanés, lo primero que hacía era telefonear a Andorra para preguntar si llovía. Fhasa era la niña de sus ojos.

-¿Y el obispo Guitart, a quien en el libro llega a describir como "catalanista"?
-El copríncipe era amigo íntimo del cardenal Vidal i Barraquer, que le pidió que no se adhiriera a la cata colectiva en que los obispos españoles -excepto cuatro excepciones: ¡cuatro!- se ponían abiertamente del lado de la "Cruzada". Al final lo hizo, pero escarmentado por la represión que había presenciado en su diócesis, donde durante la guerra fueron asesinados cerca de 500 religiosos. Pero una cierta sensibilidad catalanista me parece fuera de duda: defendió el uso pastoral del catalán y se negó a colaborar con la represión franquista.

-¿Cuál fue el papel de Guitart a la hora de gestionar el envío de alimentos desde la España franquista, si es que tuvo alguno?
-El hombre clave en este asunto fue Mateu. Guitart actuó literalmente a su dictado. Era Mateu quien tenía acceso directo a los mandamases del régimen, como Serrano Súñer y Nicolás Franco. Y también fue decisivo para conseguir la autortización para que el convoy atravesara territorio francés, desde Irún hasta l'Ospitalet.

-¿Y el del Síndico Cairat?
-Mateu es quien maneja los hilos, el hombre de mundo que tiene los contactos de altísimo nivel necesarios para franquear literalmente fronteras, y quien finalmente avalará la operación. Cairat, como el resto de la delegación que gestionó el envío de convoys ante el gobierno de Burgos -el veguer episcopal Jaume Sansa, el conseller Antoni Picart, el médico Xavier Maestre y Antoni Aixàs, delegado comercial del mismo Cairat- se limitaron a seguir escrupulosamente las instrucciones de Mateu, que les decia a quién tenían que dirigirse y en qué términos, y a gestionar la recogida de los alimentos en el depósito de l'Ospitalet para distribuirlos luego en Andorra.

-Mateu gestionó dos convoys con alimentos para la población andorrana, pero también fue el artífice de los cortes de suministro eléctrico comprometidos por Fhasa con la República. ¿Cómo debe juzgarle la historia?
-Hagamos sólo una reflexión: ¿qué hubiera ocurrido si Fhasa no hubiese existido? Sin Fhasa no en entiende la historia contemporánea de Andorra; quizás los gendarmes no hubieran venido en 1933, ni en 1936; quizás Franco hubiera tenido entonces las manos libres para ocupar el país y anexionárselo... Aunque sin Fhasa, lo cierto es que Andorra dejaba de tener valor estratégico. También es verdad que entonces quizás la excusa para una intervención nacional hubiera sido la fuerte implantación anarquista... Pero todo esto es historia ficción.

-Pues sigamos con ella: si Franco hubiera ocupado Andorra aprovechando la coyuntura de la II Guerra Mundial, ¿cómo hubiera reaccionado Francia?
-Lo que está claro es que no se hubiera quedado cruzada de brazos. Entre otras razones porque, como copríncipe de Andorra que era, el presidente de la República no hubiera podido inhibirse. En un hipotético contencioso entre España y Francia, el vencedor muy probablemente se hubiera anexionado Andorra. Un contencioso, por cierto, en el que el obispo hubiera tenido bien poco que decir.

-Continuemos especulando: con una República consolidada y sin Guerra Civil en España, ¿hubiera tenido el obispo los días contados copríncipe -o los años?
-Con la República las fricciones fueron desde el principio continuas. Además, una parte de la sociedad andorrana veía al obispo como a una rémora. Con la instalación de Fhasa el país entró bruscamente en la modernidad después de siglos de letargo: se completó la red de carreteras, penetraron ideas si no revolucionarias, por lo menos democratizantes... El espejo en que muchos querían verse era el de Mónaco, con los casinos y los balnearios que era (y son) la fuente de su prosperidad. Y para todo esto el obispo era un obstáculo. Con este ruido de fondo y el apoyo interesado de la Generalidad y de la República, ¿hubieran acabado echando al obispo? Quizás sí. Pero en este caso habría que ver cómo hubiera reaccionado Francia. De hecho, para los intereses del copríncipe episcopal las cosas fueron de la mejor manera posible...

[Este artículo de publicó el 7 de mayo de 2006 en la revista Informacions]