Incursiones relámpago, estilo Sturmtruppen, en episodios que tuvieron lugar en Andorra y cercanías durante la Guerra Civil española, la II Guerra Mundial y las dos postguerras, con ocasionales singladuras a alta mar, a ultramar y si conviene incluso más allá.
[Fotografía de portada: El Pas de la Casa (Andorra), 16 de enero de 1944. La esvástica ondea en el mástil del puesto de la aduana francesa. Copyright: Fondo Francesc Pantebre / Archivo Nacional de Andorra]

martes, 9 de junio de 2015

Los vencedores de Enigma, fugitivos pirenaicos

Dos de los tres matemáticos polacos -Marian Rejewski (1905-1980) y Henryk Zygalski (1907-1978)- que descifraron la criptografía nazi a principios de los años 30 fueron capturados por la Guardia Civil en Puigcerdà (Gerona) cuando huían de la Francia ocupada: fue el 29 de enero de 1943; el tercero, Jerzy Rozycki, había muerto en enero de 1942 en el naufragio del Lamoricière en aguas de las Baleares.


Arriba, Marian Rejewski, que en 1932 realizó una réplica de Enigma; como sus compañeros, Jerzy Rozycki y Henryk Zygalski (abajo), fue reclutado tras licenciarse en Matemáticas en la universidad de Poznan por la Oficina de Criptografia del Estado Mayor polaco; tras la guerra regresó a Polonia, trabajó como contable y no reveló su pasado como criptógrafo hasta 1967; Zygalski, por su parte, se estableció en la Gran Bretaña y se consagró a la docencia: fue profesor de matemáticas en la Universidad de Surrey. Fotografías: Wikipedia.


29 de enero de 1943. Dos fugitivos agotados, asustados y esquilmados son capturados por la Guardia Civil en la localidad fronteriza de Puigcerdà (Gerona). Son polacos y hace tres meses, desde que en noviembre del año anterior los alemanes han ocupado lo que quedaba de Francia, pululan arriba y abajo, adelante y atrás, buscando el momento de cruzar la frontera por los Pirineos y ganar la neutralidad española: desde Uzés, en el Languedoc, hasta Niza, y desde Niza a Cannes, Antibes, de nuevo Niza, Marsella, Tolosa, Narbna, Perpiñán y finalment Ax-les-Thermes, la última población francesa antes de la frontera andorrana. Parece que por fin han llegado al fin del periplo. Y es en Ax donde se hacen con los servicios de un guía paa que los ayude en la última etapa: el salto a España.

Pero no tienen suerte: el guía que el destino les depara es uno de los infames espavilados que se dedican a desplumar a los desgraciados que, como Rejewski y Zygalski, caen en sus garra: a punta de pistola les despoja de sus últimas pertenencias de valor y los abandona a medio camino. Pero aquí sí que se reencuentran con la fortuna: otros en su misma situación vuelven desorientados al punto de partida para caer en manos de los alemanes o, pero aún, se extravían en la montaña y nunca más vuelve a saberse de ellos.. Eso, si el guía de turno no los liquida en las mismas montañas para no dejar rastro, como Lázaro Cabrero.

En fin, que nuestros dos hombres de hoy han tenido la relativa suerte de ser sólo atracados por su guía, y de ir a darse de cabeza con la patrulla de la Guardia Civil de Puigcerdà, que los empaqueta inmediatamente para Bellver y, de aquí, a la Seo, donde se encuentra la prisión del partido. Aquí se quedarán hasta el 23 de marzo, cuando son transferidos a Lérida, punto de encuentro de todos los fugitivos capturados en la provincia bajo la acusación de "paso clandestino". De fronteras, se entiende. Volveremos enseguida a Lérida para seguir la pista que los conducirá hasta Londres. Pero, ¿quiénes son, Rejewski y Zygalski, estos dos polacos de quien jamás habíamos oído hablar? Pues ni más ni menos que dos héroes (semi)olvidados de la II Guerra Mundial: ellos dos, junto con un tercer hombre -el también matemático y también polaco Jerzy Rozycki, fallecido en enero de 1942 en el naufragio del transporte de pasajeros Lamoricière, en aguas de las Baleares- tuvieron una participación decisiva en la reconstrucción, primero, y el descifrado, después, de las primeras máquinas Enigma, el célebre artefacto supuestamente inviolable que el ejército y la marina alemana utilizaban para encriptar (y desencriptar) sus mensajes.

La historia que cuenta Imitation Game, vaya, con la particularidad de que la película británica sigue la vida y milagros del muy mediático Alan Turing, la estrella polar del equipo de criptógrafos que desde el cuartel general de Bletchley Park luchan contra reloj y a mayor gloria de Su Graciosa Majestad para descifrar las nuevas y cada vez más sofisticadas versiones de Enigma, mientras que pasa de largo por los antecedentes polacos de una gesta que, al decir de ciertos historiadores, abrevió dos años el desenlace de la guerra.

Héroes (semi)olvidados
El descubrimiento se lo debemos, como es habitual en el negociado de la II Guerra Mundial y alrededores, a Claude Benet, aquí en funciones de historiador emérito, preso de legítimo entusiasmo por el hecho de que dos personajes clave en la derrota de Hitler fueran a parara a la prisión de la Seo, qué pequeño es el mundo, y quién sabe si con deriva andorrana incluida: "Una vez en Ax, no es gratuito pensar que pudieran pasar por Andorra o que el guía que los traicionó fuera conocido de los Forné, Molné, Solá y compañía". Quizás uno de los aragoneses con los que Baldrich pasó en cierta ocasión por el pico del Port Negre y le indicaron el lugar exacto donde habían esquilmado y liquidado a una pareja de judíos. Quizás. Rejewski, Zygalski y Rozycki tuvieron en los primeros años 30 un papel destacadísimo cuando, tras pasar por la Universidad de Poznan fueron reclutados por la Oficina de Criptografia del Estado Mayor polaco: Rejewski construyó en fecha tan avanzada como 1932 una réplica de Enigma, mientras que Zygalski y Rozicki idearon un método para descifrar los famosos y diabólicos rotores del artefacto.

Con la invasión de Polonia, el 1 de septiembre de 1939, los criptógrafos polacos fueron inmediatamente evacuados a Francia en un tren especial, y en septiembre de 1940 los encontramos en una base secreta camuflada en el castillo de Fauzes, en Uzés, hasta que la ocupación de Vichy, en noviembre de 1942, los obliga a huir. Ya saben: Niza, Cannes, Antibes, Niza, Marsella, Tolosa, Narbona, Perpiñán y Acs. Los reencontramos en Lérida, en la especie de prisión habilitada en el Seminario Viejo que Alberto Poveda describe en Paso clandestino. Pero no se quedarán ahí por mucho tiempo porque, dice Benet, el MI6 -el espionaje exterior de Churchill- mueve cielo y tierra para recuperar a estos dos hombres: el 4 de mayo salen rumbo a Madrid; el 21 de mayo, hacia Lisboa, y el 3 de agosto llegan a Londres tras hacer escala en Gibraltar, para incorporarse a las filas del ejército polaco en el exilio, en labores de inteligencia de segunda fila.

Terminada la guerra siguieron trayectorias diversas: Rejewski regresó a Polonia, ejerció de contable y no dijo ni pío de su trabajo como criptoanalisa hasta 1967; Zygalski se estableció en la Gran Bretaña y se consagró a la docencia -profesor de matemáticas- en la Universidad de Surrey. En el 2000 recibieron a título póstumo la máxima condecoración civil polaca, y su epopeya la recoge Sekret Enigmy, ignoto largometraje estrenado en 1979 que no tuvo ni remotamente la fortuna mediática de The Imitation Game -¡era polaco!- y que quizás deberíamos recuperar. Así que cualquier día de estos volvemos a la carga.

Sánchez Agustí pone nombre a víctimas y verdugos de las evasiones en la Guerra Civil
Empecemos por el final, con la desventurada expedición que terminó trágicamente el 5 de marzo de 1938: cinco hombres -los hermanos Antoni y Agustí Codina, de Hortoneda de la Conca (Lérida), y Josep Estrada, Antniet Batalla y Ramón Castejón, los tres de Vilanova de Meià (Lérida)- intentan pasar a Andorra huyendo de la Guerra Civil, como tantos otros antes, y tantos otros después. Lo hacían con la ayuda del guía Joan Guitart, que lo había recogido en Isona. Y todo parecía ir bien; tan bien, que cuando descendían por el barrando de Llimois, en dirección a Bixessarri -ya en Andorra- fueron descubiertos por una patrulla de carabineros. Guitart pudo escapar de milagro, pero sus clientes cayeron "al pie del Bony dels Tres Culs, en el camino de Civís hacia Os". Fueron fusilados sin contemplaciones allí mismo, en los cortals de Serbellà." Los cuerpos fueron recuperados los días siguientes por Vicenç Baró y Joan Reig, ambos vecinos de Os, y enterrados en el cementerio de esta localidad. El funesto desenlace de esta expedición lo recoge el historiador barcelonés Ferran Sánchez Agustí en La Guerra Civil al Montsec, que llega la semana que viene a las librerías, y una auténtica mina que en el capítulo dedicado a la etapa final de las evasiones por Andorra -Del Rialb a les Valls de Valira, carrefour d'evasió, por i mort- pasa luctuosa lista a una treintena de casos como el del grupo del guía Guitart, la mayoría -religiosos, carlistas, disidentes, desertores o simplemente desafectos que huían de la España republicana- víctimas de los carabineros.

[Este artículo se publicó el 9 de junio de 2015 en el diario Bon Dia Andorra]

viernes, 5 de junio de 2015

Vivir y morir en los años de la peste

Los historiadores Valentí Gual y Jordi Buyreu avanzan las primeras conclusiones del estudio sobre la demografía andorrana entre los siglos XVI y XIX; el país calca los patrones y tendencias de las comarcas y valles vecinos excepto en un aspecto: la peste y otras enfermedades epidémicas tardaban una media de dos años en cruzar el cordón sanitario que las autoridades locales establecían en las puertas del país para evitar el contagio. Unas medidas de eficacia limitada, porque la peste terminaba imponiéndose, y con efectos igual de devastadores que en casa del vecino.

"Vui a catorse de juliol de mil sis cents y vuit, aresta lo concell que de esta hora en avant se tinga guardes a Soldeu y també a Llorts". Guardias de ocho días en las que se iban a suceder, por lo que respecta a la zona de Soldeu, un tal Pallarés de Encamp, un Vidal de Prats y un Areny, también de Encamp, mientras que por el lado de Llorts el muerto les toca a un Giberga de la Aldosa, a un Babot de Ordino y a un tal Jovany de quien no consta vecindad. Parece que se ha declarado una epidemia de peste en la Arieja, y el Consell toma las medidas profilácticas habituales en estos casos: sellar la frontera e impedir el paso de los forasteros "encara que portant certificatorias". Lo cuenta en documento número 1.165 del Archivo Nacional.

El cordón sanitario se relajará esta vez muy pronto -"Aresta que de avuy endevant no.s tinga sino una guarda a Llorts y altra a Soldeu y Pradaderodo, y asò per lo morbo, en pena del quot de la terra", decreta el Consell tres semanas después- pero constituye la prueba documental de una de las particularidades de la historia demográfica de nuestro rincón de Pirineos: el cierre más o menos hermético de las fronteras retrasaba la llegada de las grandes epidemias de peste que hasta el siglo XVIII castigaron Europa Occidental de forma recurrente. Y aunque la alarma de julio de 1608 solo se prolongó por espacio de dos meses, "lo morbo" tardaba una media de dos años en cruzar la frontera.

El problema era previsible: mantener un retén de guardia era caro. Cuando la vigilancia se relajaba, cosa que acababa pasando, la peste aprovechaba para colarse. Y lo hacía, de esto no cabe la menor duda, y enseguida lo comprobaremos. Pero este retraso es precisamente uno de los fenómenos mas interesantes -y diferenciales- que ha constatado el historiador tarraconense Valentí Gual, y una de las conclusiones del Estudi demogràfic de l'Andorra moderna -es decir, entre 1563, cuando el Concilio de Trento instituye la obligatoriedad de los libros de bautismos, matrimonios y defunciones, y 1838, fecha del primer censo moderno, obra de fra Tomàs Junoy- que todavía tardará un curso en completar.

Pero hablábamos de la peste negra. Y no nos engañemos: la Humanidad no ha tenido enemigo más letal ni peligroso. Ni el Sida, ni el Ebola, insiste Gual: sostienen los epidemiólogos que la peste ha sido la única enfermedad que hubiera podido liquidar a la especie humana. La buena noticia es que la última aparición estelar del bacilo en Europa se remonta a 1725, en la zona de Marsella, y que nunca más ha rebrotado con la virulencia y morbilidad de siglos anteriores. Pero subsiste en determinadas zonas de África y de Asia. En fin, nada mejor que una ducha de datos para comprender el alcance de la amenaza que representaba la peste: en 1590 se registraron en Encamp 13 defunciones, cuatro veces la cifra anual ordinaria. ¿Culpable? La peste. Un siglo más tarde es la capital, Andorra a Vella, la que sufre el devastador azote de la epidemia: de una media de 25 óbitos anuales, en 1694 pasa a 76. De nuevo, la peste, que hace de las suyas. Son los que Gual denomina, de forma gráfica, "años de mortalidad catastrófica".

Vivir hasta los 60
Será, en fin, la retirada de la peste uno de los grandes argumentos que explican la explosión demográfica del siglo XIX, con un descenso acusado de la mortalidad y el mantenimiento de altísimas tasas de natalidad. Pero esta es otra historia. Volvamos atrás: sostiene Gual que la demografía andorrana de los siglos XVI, XVII y XVIII se mueve en los parámetros habituales de las regiones vecinas. Es decir, una natalidad elevada, entre el 35 y el 45 por mil -para hacernos una idea, en Europa Occidental hoy no supera el 10 por mil- con una mortalidad que rozaba el 25 por mil -hoy, el 3,5 por mil- pero que escalaba hasta un dramático 450 por mil en el caso de niños y jóvenes -hoy oscila entre el 20 y el 25 por mil. Esta última variante, la mortalidad infantil, es la principal diferencia entre la demografía moderna y la contemporánea, concluye.

Aventura el historiador, basándose en unas primeras proyecciones a partir del número de bautismos registrados en el siglo XVIII, que la población de Andorra oscilaba entre los 4.000 y los 5.000 habitantes; que Sant Julià de Lòria y Andorra la Vella concentraban la mitad de la población total, y que las parroquias altas -la Massana, Ordino, Encamp y Canillo- mostraban una clara tendencia a la endogamia que se traduce, dice, en el sistema de patronímicos y alias que se repiten una generación tras otra. En este punto, Gual y su colaborador, el también historiador Jordi Buyreu, tienen entre manos un proyecto tan fascinante como monumental: reconstruir a partir de los libros sacramentales ni más ni menos que la genealogía de las familias que vivieron por aquí arriba durante este período: "Es el único país de Europa donde algo así es posible", advierte. Y calcula que entre 1563 y 1838 les saldrán entre 70.000 y 80.000 personas: curiosamente, la población de Andorra en la actualidad.

Más cifras: según los casos estudiados -de momento, una parte ínfima del total- los hombres se casaban a los 24 o 25 años; las mujeres, un poco antes, a los 21 o 22. Y tenían entre 8 y 10 hijos por pareja: tres, cuatro, incluso cinco de ellos no llegaban a la edad adulta: "Eran familias prolíficas, es evidente, pero no numerosas". Con estos devastadores índices de mortalidad infantil, no es extraño que la esperanza de vida no superara los 30 años. Pero es una cifra engañosa: pasada la primera infancia, pongamos que los 5 años y de largo la etapa más vulnerable, nuestros tatarabuelos podían razonablemente esperar vivir hasta los 60 años; hasta los 70 con algo de suerte. "Nos falta comprobar si existen diferencias substanciales entre hombres y mujeres a la hora de morir -en Cataluña se han obtenido resultados contradictorios- y también entre parroquias, y en el caso de que las haya, proponer una interpretación", dice Gual.

También les interesa la estacionalidad. Es decir, la época del año en que se concentraban las defunciones: de momento, se ha confirmado que los picos de mortalidad infantil se registraban en verano, mientras que en los adultos se repartían durante todo el año... excepto en caso de peste, que por lo visto tenía especial predilección por la primavera y el verano. ¿Y de qué moríamos, por aquí, hace tres, cuatro siglos? Los registros callan, en este punto; los libros de óbitos se limitan a decir en la inmensa mayoría de los casos que el difunto ha fallecido de muerte "natural", y solo en caso de muerte accidental o violenta el párroco de turno se digna a registrar las causas. Porque sí: había en Andorra muertes violentas. Entre tres y cuatro por década, a finales del XVII, dice Gual. Pero todo esto es solo el entrante. Para que vayamos salivando. Gual y Buyreu han descubierto una mina. En unos meses, más.

[Este artículo se publicó el 3 de junio de 2015 en el diario Bon Dia Andorra]

domingo, 17 de mayo de 2015

Una de cátaros

El historiador Carles Gascón lo tiene claro: Andorra y los andorranos -o lo que fuésemos por entonces: estamos hablando de la primera mitad del siglo XIII, antes incluso de los Pareatges- tuvieron en el asunto cátaro un papel más bien marginal, y el hecho de que nuestro rincón de universo se convirtiera durante una década larga, pongamos que entre 1235 y 1240, en una especie de refugio para los Hombres Buenos es antes fruto de una imposición condal -del conde de Foix, se entiende- que de una repentina conversión en masa de nuestros tatarabuelos a la herejía occitana. De hecho, y según Gascón, autor de Càtars al Pirineu català (Salòria), los andorranos del segundo tercio del siglo XIII se vieron casi literalmente entre la espada y la pared. O mejor dicho, entre la espada y el crucifijo.

Monumento a Arnaldeta de Caboet, pubilla de les Valls d'Andorra, que puso por su matrimonio con el vizconde Arnau de Castellbó las tierras de Andorra en la órbita de Foix y, por lo tanto, del catarismo. Una aproximación que un siglo después sancionarían los Pareatges de 1278 y 1288. La pieza, obra del tallista y grabador Sergi Mas, se encuentra en el Prat Gran de Escaldes. Fotografía: Máximus.

Por una parte, el poder efectivo que el conde de Foix detentaba sobre el territorio andorrano -y nunca mejor dicho, porque faltaba todavía medio siglo para los Pareatges, y el de Foix podía tener muchas pretensiones, pero ninguna jurisdicción sobre él- le permitía embarcarse en aventuras tan descaradas como erigir en la Bastida de Ponts -justo frente a la Farga de Moles, donde hoy se encuentra la frontera hispanoandorrana- una especie de fortaleza con el objetivo de proteger a los fugitivos de la escabechina de Castellbó, el reducto o, más bien, la avanzadilla cátara en el obispado de Urgel. Fortificación que fundamenta uno de los agravios que el obispo Ponç de Vilamur repasa en el Memorial de danys donats per lo comte de Foyx a l'iglesia d'Urgell, documento redactado en 1239, exhumado por Cebrià Baraut y que constituye la primera (y última) referencia explícita a las peligrosas relaciones cátaras de Andorra.

Del otro lado se encontraba el obispo de Urgel, legítimo señor feudal de estos parajes y que pese a encontrarse en horas bajas -y las que vendrían- podía hacer la puñeta, y mucho, a los pastores andorranos: "Conde y obispo tenían la llave de paso para los rebaños trashumantes que constituían la base de la economía andorrana del momento. Se imponía por lo tanto actuar con tacto extremo. Abrazar la causa cátara de forma activa les podría haber granjeado a los andorranos -de hecho, les habría granjeado- la inquina episcopal. Y consecuencias tan terrenales como que les impidieran el paso a los pastos del sur."

Un precio que no se podían permitir. Así que se dedicaron a lo que mejor sabían: hacer el andorrano. Dice Gascón que el país servirá durante estos años de "puente" para los cátaros catalanes que huyen hacia el norte de Italia, y poco más. No se imagina la existencia de "casas" cátaras que actuaran como foco activo de la herejía del estilo de las que en esos mismos años sí funcionaban en Castelló. El caso es que la huella cátara por aquí arriba es más bien escasa. Por no decir inexistente al margen de los cuatro pedruscos de la Bastida de Ponts que han sobrevivido hasta nosotros. En cambio, sí que hay noticia -sucinta, pero no nos vamos a poner ahora tiquis miquis- de paisanos más o menos comprometidos con la herejía. Para empezar, cita Gascón a un tal Joan "de la Vall d'Andorra", así se le designa, de quien el obispo de Tarragona sospecha que se ha pasado al bando de Foix: en 1237 lo reclama por prófugo -al mismo conde de Foix: iluso que era el obispo- y se le pierde inmediatamente la pista. Igualmente de puntillas pasan por esta historia otros posibles paisanos y correligionarios suyos: un tal Ramon Boer, "hereticus, qui fuit de Andorra", es denunciado en 1274 y de nuevo en 1278 por dos cátaros capturados por la Inquisición de Tolosa.

Parece, dice Gascón, que el buen Ramon abandonó Andorra hacia 1250. En cualquier caso, en 1264 lo reencontramos establecido en la Campania y acompañando al diácono de Cataluña, hecho que podría sugerir, especula, que Andorra se convirtiera en algún momento en refugio de la jerarquía cátara catalana. Pero de nuevo carecemos de toda evidencia documental al respecto. Telegráfica es también la noticia sobre un Michael Andorrà que entre 1234 y 1239 asiste regularmente a las prédicas heréticas en Montsegur. Por lo menos tuvo el buen tino de desaparecer para cuando el sitio de la plaza, en 1244. Pero desconocemos si los apelativos -"de la Vall d'Andorra", "qui fuit d'Andorra", "Andorra"- se debían al lugar de origen de los interesados o los habían heredado de sus padres. O simplemente, que Andorra fue su última parada antes del exilio.

Lo más sorprendente de todo es que la penetración del catarismo en las tierras de lo que hoy es el Alto Urgel, sobre todo en Castellbó, fue una maniobra del vizconde Arnau, puro cálculo político para cohesionar a los suyos antes sus rivales: el obispo y el conde de la Cerdaña. Una forma de atizar las diferencias y de fomentar -no sé si les suena- una identidad supuestamente propia. Esto explicaría el auge del catarismo en una zona que queda, advierte Gascón, en la periferia de las rutas de entrada de la herejía en Cataluña, que seguían los caminos que comunicaban las grandes ciudades occitanas -Tolosa y Foix- con Lérida, a través del Valle de Arán y la Cerdaña. Lo que hoy es el Alto Urgel quedaba definitivamente a trasmano de todo este barullo herético. Una lumbrera, Arnau, a la altura -ya lo ven- de ciertos políticos actuales que juegan a revolver el avispero identitario, no por nada, solo por ver si pillan cacho. Lo peor de todo es que la jugada le salió medio bien: los Pareatges reconocieron una singularidad que ha perdurado hasta hoy. Lástima -para él- que no fuera la de Castellbó, sino la de Andorra.

¿Exageramos unos y otros, en fin, el papel del catarismo en la historia medieval pirenaica, movidos quizás por el gancho de la hecatombe gloriosa de Montsegur y el indudable atractivo que tienen los perdedores, especialmente si les da por perder con épica y más todavía si cultivan con cariño un lado ocultista? Gascón se decanta por un punto intermedio entre esta historiografía cautiva por el gesto wagneriano de Montsegur y la que en épocas algo más reculadas simplemente ninguneó el papel de la herejía cátara. Lo cierto, insiste, es que fue lo suficientemente peligrosa -o por lo menos así lo percibió la jerarquía católica- como para que en Cataluña se instaurase la Inquisición. Dos siglos antes, por cierto, que en Castilla. Y recordemos que la Inquisición sobrevivió hasta la Constitución de Cádiz. La de 1812

[Este artículo se publicó el 14 de mayo de 2015 en el diario Bon Dia Andorra]

viernes, 15 de mayo de 2015

Cairat: el síndico providencial

Teresa Cairat repasa en El meu padrí la trayectoria vital del hombre que dirigió el destino de Andorra entre 1937 y 1960: el estadista que sorteó tanto las amenazas anarquistas como el bombardeo franquista de la central hidroeléctrica de Escaldes y la ocupación alemana durante la II Guerra Mundial. Su nieta revela además capítulos hasta ahora inéditos de la biografía del síndico, como la detención en Barcelona, en los primeros años 50, por unas supuestas connivencias con los refugiados republicanos a los que acogió en su casa de Sant Julià de Lòria tras la victoria franquista.


El síndico pronuncia unas palabras ante el micrófono de Radio Andorra, el 7 de agosto de 1939, día en que se inauguró la estación. El estallido de la II Guerra Mundial aconsejó suspender las emisiones hasta el 3 de abril de 1940. Fotografía: Archivo familiar.
Con el coronel Baulard, comandante de las fuerzas de la gendarmería francesa que se estrenaron en Andorra en el verano de 1933, un año especialmente convulso en la historia de Andorra, y que regresaron en septiembre de 1937 para garantizar la integridad del país durante la Guerra Civil; cuenta Teresa que entre Cairat y Baulard nació una cordial que mantuvieron tras la marcha del coronel, en 1940. Fotografía: Archivo familiar.
Con el subsíndico Josep Areny, en 1956, en un reportaje de la revista Life.


Parecía mentira que el primer hombre de estado propiamente dicho que tuvimos en este rincón nuestro de Pirineo careciera a estas alturas ni que fuese de una aproximación biográfica. Sobre todo porque pueden contarse con los dedos de una mano los -ejem- estadistas de verdad, y todavía nos sobrarían unos cuantos. Pues ya no: Teresa Cairat (Sant Julià de Lòria), nieta de nuestro héroe de hoy, acaba de publicar un curioso volumen titulado El síndic Cairat: el meu padrí, que no es estrictamente una biografía académica -"No puedo  ser objetiva porque era mi abuelo y lo quería mucho"- sino una especie de evocación personal, familiar y también política, claro, aliñada con anotaciones históricas e incluso sociológicas, que traza un perfil humano, como si dijésemos en zapatillas, de Francesc Cairat Freixes (Sant Julià de Lòria, 1881-1968), cònsol de Sant Julià, conseller general, subsíndico y finalmente síndico, cargo que ejerció ininterrumpidamente entre 1937 y 1960. En otras palabras: asistimos a la transformación del Cisquet de can Manel -por el comercio de ultramarinos que regentaba su esposa- en el casi venerado síndico Cairat, cuyo mandato transcurrió en los años sin duda más convulsos de la historia contemporánea de Andorra.

Cairat fue un hombre "menudo y valiente, de talante conservador y extremadamente religioso", dice Teresa, que llevaba la política en las venas y que pasó, superados ya los cincuenta, por pruebas que sacaron a relucir un coraje, un sentido común y unas habilidades negociadoras inusitadas en alguien que a los 14 años dejó los estudios dispuesto a embarcar para América. No pasó de Barcelona -atrapado y quizás asustado por las tensiones sociales derivadas de la guerra de Cuba: estamos en 1896- y que empezó su vida laboral como aprendiz en un comercio de tejidos -Torre Eiffel, se llamaba- con sede en la calle del Carme. Regresó pronto a Andorra, se casó con Lola Ribot en 1907, el año de su primer cargo público -cònsol de Sant Julià: lo fue por dos años- y en sus primeros años de matrimonio regentó el Cafè del Cisquet, frente a la iglesia parroquial. Y estuvo a punto de acabar aquí esta historia, antes incluso de empezar, cuando en 1914 contrajo el tifus. Sobrevivió de milagro, pero cuenta Teresa que Cairat jamás volvió a caer enfermo y que no pisó nunca un hospital. Como paciente, claro. En 1922 fue elegido conseller general, y en 1923, subsíndico, cargo que ejerció hasta 1927. Desaparece después un tiempo de la vida pública -se ahorra la los algo sainetescos hechos de 1933, con la ocupación del Consell General, la huelga de los trabajadores de Fhasa, la movilización del somatén y la llegada de los gendarmes de Baulard, incluso el golpe de estado de Borís Skossyreff- y en diciembre de 1936 es elegido síndico. Teresa pasa lista a la liliputiense administración que se encontró al asumir el cargo: el secretario del Consell General, Bonaventura Riberaygua; la secretaria del síndico, Dolors Ubach, y el nunci, Josep Ubach: "Este era todo el personal que movía la burocracia del país". Un país que en aquellos años apenas superaba los 6.000 habitantes.

Nada más asumir el cargo estalla la Guerra Civil y comienza un largo período de convulsiones internacionales que afectan de pleno a Andorra. Cairat tuvo que hacer frente a las incursiones faístas y a las amenazas de franquistas de bombardear la central hidroeléctrica de Fhasa, en Escaldes, durante la Guerra Civil. Empezó entonces un tránsito de refugiados -primero de derechas, y terminada la contienda, de republicanos que huían al exilio- que continuó durante la subsiguiente guerra mundial, ahora en dirección sur y con la amenaza de ocupación nazi: Hitler mantuvo desde noviembre de 1942 un pequeño destacamento en la aduana del Pas de la Casa -que cayó en manos de la Resistencia en agosto de 1944, pero esta es otra historia-, y el caso es que el buen Cairat tuvo que lidiar con lo mejor de cada casa: "En cierta ocasión, en plena Guerra Civil, unos conocidos le advirtieron de que aquella noche una patrulla iba a subir desde la Seo con la intención de liquidarlo. Él se tomó la amenaza muy en serio, pero no quiso pedir ayuda a los gendarmes de Baulard, que había regresado con sus gendarmes en septiembre de 1937, y que se quedó hasta 1940. Se vistió con el traje que llevaba a las sesiones del Consell General, y se dirigió a su despacho, donde se sentó a esperar la llegada de los incontrolados. Así pasó toda la noche, pero no se presentó nadie". Por lo visto, la patrulla de milicianos -faístas, dice Teresa- entró efectivamente en el país, pero pasó de largo por Sant Julià y se dirigió a Os de Civís. "Después supieron que otros vecinos de Sant Julià se habían enterado de la posible llegada de milicianos y que pasaron la noche agarrados a sus escopetas de caza". ¿Recuerdan a Quevedo: "Caló el chapeo, miró al soslayo, fuese y no hubo nada..."? Pues eso.

Faístas, nazis y grises
En cualquier caso, la anécdota ilustra tanto el valor del síndico como la inquietante impunidad con la que circulaban por aquí los faístas de la Seo, así como cierta inoperancia de los gendarmes franceses, que parecen vivir en la inopia. Y eso que con el coronel Baulard mantuvieron unas relaciones "muy cordiales y cultivaron una amista que se prolongó durante décadas". Años después, ya durante la contienda mundial, tuvo lugar un incidente parecido pero ahora con una partida de maquis armados que aparecieron de nuevo por Os de Civís -enclave español al que solo se puede llegar por una carretera que pasa por Sant Julià y cuyo último trecho transcurre por territorio andorrano. En esta ocasión Cairat fue a esperarlos a la carretera de la Rabassa, donde se levantaba por entonces el hotel Pla y por donde se esperaba que apareciera el grupo. El plan era convencerlos de que tenían que abandonar el país con cierta urgencia. Se trataba de no soliviantar a las fuerzas franquistas estacionadas en la Seo. Y no las tenía todas consigo, porque cualquiera convence a una treintena de milicianos armados con naranjeros.

Pues Cairat lo consiguió: mandó que les prepararan algo de comer, y se agenció un camión con el que los empaquetó hacia la frontera del Pas. Claro que esto no fue nada, prosigue Teresa, comparado con la vez que se vio parlamentando con los alemanes de la aduana, de nuevo en el Pas: "Todavía no me explico cómo mi abuelo, desarmado y con la única compañía de Lluís Duró, alias Colltort -una especie de guardaespaldas que ya lo había acompañado en su encuentro con el maquis- les convenció de que no debían entrar en Andorra. De mayor le pregunté en más de una ocasión qué argumentos había esgrimido: 'Les dije lo que había que decir, que aquello era Andorra, un estado soberano, y que ellos no podían entrar en el país". Contra todo pronóstico, le hicieron caso. Hubo otros episodios con los nazis de por medio: cuenta Teresa que en otra ocasión un oficial alemán se presentó en cal Manel y le exigió a Cairat que dejara de proteger a las redes de pasadores, "y que si no lo hacía, se atuviera a las consecuencias: una amenaza con todas las de la ley que no pasó de ahí, parece, pero que desde luego no era del todo infundada: "Nunca mostró excesivo celo en expulsar a los extranjeros que sabía o intuía que trabajaban para uno u otro bando; frente a ellos mantuvo siempre una actitud neutral y por ejemplo con Viadiu [el autor de Entre el torb i la Gestapo] se saludaban casi a diario y como si nada. Su máxima preocupación era evitar la ocupación alemana, y asegurarse de que los refugiados, del signo que fuesen, no fueran molestados: en noviembre de 1942 el Consell General promulgó un edicto en que solicitaba a la población que no participara en ninguna actividad que pudiera comprometer la neutralidad del país".

Claro que en estos años oscuros llevó a la perfección el noble arte de hacerse el andorrano; es decir, mirar hacia otro lado -cuenta Teresa- tanto cuando entraban en el país grupos de refugiados que huían de los rojos, como cuando lo hicieron los refugiados republicanos después de la victoria franquista, o cuando se establecieron por aquí espías de todos los países contendientes en la guerra mundial y las redes de pasadores que operaban a través de Andorra. La amenaza de ocupación alemana -que por lo visto no fue solo un rumor ni un bulo más o menos exagerado- fue uno de los momentos clave de larguísimo mandato de Cairat. El otro -con el permiso de los conflictos diplomáticos que ocasionó la gestión de Fhasa y de la concesión de Radio Andorra- fueron los alimentos que en plena guerra civil, y con una población que se había visto incrementada en varios centenares, quizás miles de refugiados, para un total de 6.000 naciones, hizo traer desde la España nacional y a través de Francia y de la Cataluña republicana.

En todos estos asuntos sacó nuestro hombre a relucir un sensacional poder de convicción, porque como es de suponer, la posición de Andorra y del menudo Cairat frente a una patrulla anarquista, una partida de maquis, un destacamento alemán, o las autoridades franquistas recién instaladas en la Seo y comarca, era francamente precaria. Pero según Teresa el episodio más ingrato -y atención, hasta hoy inédito- en la trayectoria de su abuelo tuvo lugar en los años 50, no concreta más, y estuvo estrechamente relacionado con su actuación durante la Guerra Civil, cuando acogió en su propia casa de Sant Julià a refugiados de uno y otro signo: "Fue en Barcelona. Se hospedaba en un hotel de Portaferrissa, y cierta noche se presentaron en el hotel una patrulla de la policía y se lo llevaron a la comisaría de Vía Layetana". Y aunque faltaban quizás unos años para que Vía Layetana adquiriera su funesta reputación, pasar una noche en el calabozo no debía de ser lo que entendemos por un buen plan.

El caso es que lo retuvieron durante 24 horas y lo interrogaron sobre los refugiados rojos a los que supuestamente había protegido. Algo había de cierto, y es que Cairat abrió su casa de par en par, dice Teresa, a refugiados de uno y otro signo: "Como persona de ideas conservadoras y profundamente religiosa, estaba más próximo a los nacionales que a los rojos, pero acogió a combatientes y refugiados de los dos bandos. Al comenzar la Guerra Civil se instalaron en cal Manel el doctor Palau, un canónigo de la Seo y su hermana; más adelante llegaron el doctor Sicre, amigo suyo y republicano convencido, y Antoni Forné. Pero por encima de todo era un pacifista que jamás comprendió por qué España se había embarcado en aquella guerra fratricida".

La detención se debió a una denuncia -"Nunca supimos la identidad del delator"- y sólo la familia y un restringido círculo de íntimos tuvieron noticia del incidente. Pero aunque la broma no pasó a mayores, "él siempre lo interpretó como un golpe demoledor a su dignidad personal e incluso a la nacional, porque no dejaba de ser la primera autoridad del país. Todo esto hacía que se sintiera muy avergonzado y que casi nunca hablara de ello".

Hay más, mucho más. Por ejemplo, su papel en la ejecución de Pere Areny, el fratricida que se convirtió en el último condenado a muerte de la historia penal de Andorra - "Abiertamente contrario a la pena de muerte, se vio obligado a asistir a la ejecución, y aunque chocaba con sus creencias profundas sobre la pena de muerte, prevaleció su deber como síndico"; la admiración incondicional que le profesaba a De Gaulle, la antipatía que le generaba el veguer francés durante la Guerra Muncial, Lesmartres -colaboracionista notorio con quien el síndico rompió formalmente relaciones en abril de 1943, y la desonconfianza que le inspiraban Trémoulet -el factótum de Radio Andorra- y Miguel Mateu, el fundador de Fhasa que gestionó ante las autoridades de Burgos la ayuda alimentaria que Franco prestó a Andorra en plena Guerra Civil y que evitó el bombardeo de la central - "Se lo cobró con creces", repetía con cierta amargura. El meu padrí es, en fin, un libro necesario. Pero si hay un personaje del siglo XX andorrano que merece sin duda una biografía académica y como dios manda, sin duda es Cairat. Y con urgencia.

[Este artículo es una ampliación del publicado el 17 de abril del 2015 en el diario Bon Dia Andorra]

viernes, 8 de mayo de 2015

Charney: retrato de un as

Lo recuerda perfectamente aunque han transcurrido 33 años porque aquel 3 de junio de 1982 hizo campana. Por supuesto, con una buena excusa: Rafael García y sus padres, Rafael Y Ángeles, iban a asistir al entierro de Kenneth Langley Charney (Quilmes, Argentina, 1922-la Massana, Andorra, 1982). El piloto angloargentino, as de la II Guerra Mundial, acababa de fallecer y sus restos iban a ser enterrados en el nicho número 209 del cementerio de la Quera. Fue una ceremonia íntima, recuerda Rafael. Incluso demasiado íntima: apenas seis allegados, con la viuda al frente, con los García como refuerzo: ellos asistían porque desde 1978 Charney residía en la planta baja de la casa familiar, el chalet Carvajal de la Massana.

Rafael García posa en el rellano del cementerio de la Quera, en la Massana, donde el Comú ha colocado la placa en memoria de su ilustre vecino (a la derecha). Sostiene una copia de la célebre fotografía en que Ken Charney, en la cabina de su Spitfire, recibe el saludo de Pierre Clostermann, a quien tuvo bajo sus órdenes en el escuadrón 602 durante la campaña de Normandía. Fotografía: Máximus.

Mike Leonard tenía 25 años cuando conoció a Charney: eran vecinos en Soldeu, la primera llocalidad andorrana donde nuestro as residió. En 1978 se mudó al chalet Carvajal de la Massana. Con Leonard, piloto deportivo, compartió su pasión por los aviones. En la imagen, sostiene un retrato de Ken en los años de la guerra. Fotografía: Máximus.

Recreción artística del ilustrador argentino Carlos García del combate que Charney y Clostermann mantuvieron el 2 de julio de 1944 y sobre la localidad normanda de Cabourg y Lisieux con un enjambre de 40 Focke Wulff 190: nuestro hombre abatió dos cazas enemigos, en una acción por la que se fue recomppensado con la Distinguished Flying Cross. El Spitfire de Charney, en primer término. Ilustración: Carlos García.

Así que Rafael conserva un recuerdo muy vivo de aquel hombre "alto y delgadísimo, que siempre llevaba calada una gorra blanca". Un tipo taciturno, poco dado a las efusiones ni a sincerarse con extraños, y por lo visto tampoco con sus caseros: "Sabíamos que había sido piloto de combate porque tenía las paredes llenas de fotografías y condecoraciones. En cierta ocasión en que preparaba para el instituto un trabajo sobre la II Guerra Mundial quedé pasmado al encontrar en un libro una referencia a Kenneth. Naturalmente, bajé a su piso y le mostré, orgulloso, mi descubrimiento. El hombre sonrió y eso fue todo. No le gustaba evocar los viejos tiempos. Por lo menos, conmigo. Aunque es normal, porque no tenía ni quince años: ¿qué me iba a contar, a mí?"

Pero lo cierto es que no siempre fue el tipo más bien huraño de sus últimos años. Sostienen los García que experimentó un cambio radical cuando conoció a June Cherry, vecina suya en la Massana, con quien en 1980 contraería matrimonio y hoy residente en East Sussex (Inglaterra). Poco a poco, continúan, fue dejando de lado sus antiguas aficiones -el esquí, la montaña y el cámping, a bordo de una furgoneta VW T1 de color crema- así como las escapadas hivernales a Jávea (Alicante), hasta que prácticamente se recluyó en el chalet Carvajal. Así pasó sus últimos meses, hasta que un día, dice Rafael, "June subió a nuestro piso y se puso a gritar: '¡Marrrido muy infermo!' Un infarto. Se lo llevaron al hospital, y ya no volvió a casa". Días atrás revivía estos recuerdos desde el rellano del cementerio de la Quera donde el Comú de la Massana ha instalado la placa que hasta ahora estaba en el nicho 209 y que rinde tributo a Charney: ¡Rafael no lo había vuelto a pisar desde ese lejano 1982!

Morir de tedio
Rafael está naturalmente entusiasmado ante la perspectiva de la repatriación de los restos de su ilustre inquilino -bueno, de sus padres, pero no vamos a ponernos tiquismiquis: sus seis (o siete) victorias probadas, más las cinco probables que consiguió entre 1942 y 1944, enrolado en los escuadrones 185, 602 y 132 de la RAF y siempre a la carlinga del mítico Sptifire suponen un score de as -categoría que requiere por lo menos cinco victorias en el zurrón. Igualmente entusiasmado se confiesa Mike Leonard, en la época un chico de 25 años que conoció íntimamente a Charney, de quien fue vecino en su primer destino andorrana -en Soldeu, antes de  mudarse en 1978 a la Massana- y con quien compartía la pasión por la aviación: Leonard es él mismo piloto deportivo y destila un genuino interés por las operaciones aéreas de la II Guerra Mundial. Así que con él sí que compartió nuestro hombre algunos de los episodios de su biografía bélica, con dos capítulos decisivos: la defensa de Malta, a donde es enviado en 1943 y donde conseguirá tres de sus seis derribos -los tres a cuenta de sendos Macchi 202 italianos- y Normandía, donde en julio de 1944 abatió sobre Cabourg y Lisieux dos Focke Wulff alemanes, en una célebre misión en que lo acompañaba el as francés Pierre Clostermann y que les reportó sendas Distinguished Flying Cross, la máxima condecoración aérea británica.

Coincide Leonard en el carácter reservado de nuestro héroe, "pero él mismo tenía una explicación para esto: decía que había llevado una vida tan intensa, tan estimulante, pilotando cazas durante la guerra y aviones a reacción tras ella, que al jubilarse, a principios de los 70, se moría literalmente de tedio". Quizás por este motivo, aventura, se abandonó durante sus últimos años a la bebida, "algo que no es en absoluto extraño entre los pilotos de combate: pero es que era perfectamente capaz de dar cuenta de una botella de whisky, él solo y antes de comer!" De lo que no tiene la menor duda es de que Charney fue un piloto "excepcional", aunque él mismo sostuviera que muchos otros mejores que él habían caído en combate: "Pero lo cierto es que para abatir seis aviones enemigos tenías que ser bueno, muy bueno, ¡y todavía mejor para sobrevivir a cuatro años de guerra! Terminada ésta, además, conservó su plaza en la RAF -de donde se retiró en 1968, para convertirse durante un breve período en instructor de la Fuerza Aérea Saudí-  y ahí sólo se quedaban los mejores".

Leonard, en fin, se perdió el entierro de su amigo, en 1982. Lo que no se perderá por nada del mundo -él ha sido pieza clave en la investigación que ha permitido al historiador argentino Claudio Meunier localizar el nicho anónimo donde Charney fue enterrado y en la gestión de la autorización de la viuda para repatriar los restos a la Argentina- será la exhumación de los restos del piloto, que tendrá lugar el 10 de enero [de 2015]. Al día siguiente, las cenizas viajarán a Buenos Aires a bordo del Airbus del capitán Covello, para ser enterradas -esta vez, definitivamente- en una tumba del cementerio de la Chacarita. Será, ahora sí, el último vuelo de Ken Charney, el as de la Quera.

[Este artículo se publicó el 22 de diciembre de 2014 en el Diari d'Andorra]

jueves, 7 de mayo de 2015

Claudio Meunier, historiador: "La Bolsa de Falaise, en la campaña de Normandía, fue el momento estelar de Charney"

"Per ardua ad astra". Hacia las estrellas, a través de la adversidad. He aquí la sensacional divisa de la RAF, y he aquí también la leyenda que lucirá a partir del 9 de mayo la tumba de Kenneth Langley Charney (Quilmes, Argentina, 1920-La Massana, Andorra, 1982) en el sector británico del cementerio de la Chacarita, en Buenos Aires, donde será enterrado con todos los honores del as de la aviación que nuestro hombre fue. Los restos del piloto viajan hoy [12 de enero de 2015] hacia su Argentina natal, siete años después de que el historiador Claudio Meunier (Bahía Blanca, 1970) los localizara en un nicho anónimo del cementerio de la Quera, en la Massana. A partir de ahora descansaran definitivamente en casa. "Per ardua ad astra": capitán Ken, ¡qué envidia! En la conversación que transcribimos a continuación, mantenida el 10 de enero en el homenaje de despedida que el comú de la Massana le tributó a nuestro hombre, participan también el capitán Alejandro Covello, antiguo piloto de combate de la Fuerza Aérea Argentina, y Mike Leonard, quien fue vecino y amigo de Charney en sus años andorranos -además de piloto deportivo.

10 de enero de 2015: Michael Leonard, amigo de los años andorranos de Charney, conversa con el historiador Claudio Meunier y con el piloto Alejandro Covello en el cementerio de la Quera, en la Massana (Andorra), después de recoger la urna con las cenizas del aviador angloargentino. Fotografía: Máximus.
Lápida de la tumba del sector británico del cementerio de la Chacarita (Buenos Aires) donde yacen las cenizas de Kenneth L. Charney. El encabezamiento de la lápida, "Per ardua ad astra", es la sensacional divisa de la RAF; Charney se enroló en 1942, obtuvo su bautismo de fuego en julio de 1943 durante la campaña de Malta, y terminó la guerra con siete derribos confirmados y cinco probables. El rey Jorge VI le concedió la Distinguished Flying Cross, máxima condecoración del arma aérea británica, no una sino dos veces, de ahí la "bar", o banda. El sobrenombre de Caballero Negro se lo ganó en Malta por su temeraria táctica de combate. Foto: Archivo Claudio Meunier.

La tumba de Charney se encuentra a escasos 100 metros de la de Hans Langsdorff, el capitán del Graf Spee, el célebre acorazado de bolsillo. Ironías que tiene el destino.
Claudio Meunier: El sector británico de la Chacarita está al lado del alemán, donde descansan los caídos en la batalla del Río de la Plata. Pero han transcurrido 70 años y no hay rencor: angloargentinos y germanoargentinos conmemoran a sus muertos en armonía y con absoluto respeto. Al final todos son camaradas de armas. Lo mismo ocurre con los veteranos de las Malvinas, sean argentinos o británicos.

Charney es un as de la II Guerra Mundial porque abatió más de cinco aviones enemigos. Pero no queda claro si fueron seis o siete.
Claudio Meunier: Recientemente he localizado un informa de combate del piloto neozelandés Gray Stenborg. Volaron juntos en Malta y cuenta que en una misión conjunta derribaron un Messerschmitt 109. De regreso a la base, y en el momento de apuntarse la victoria, Ken le soltó: "¡A la mierda: quédesela usted!"

¿Conclusión?
Claudio Meunier: Los pilotos de combate eran así: cumplían con su deber, hacían su trabajo y no se daban importancia porque sabían que tarde o temprano les llegaría su hora, que vivían con los días contados. No acaparaban victorias para aumentar su score

Sobrevivió a cuatro años de guerra, y él mismo contaba que había visto morir a muchos pilotos que eran mejores que él. ¿Tuvo suerte?
Claudio Meunier: El Charney que llega a Malta en 1942 -a bordo del HMS Eagle, desde donde despegó sin experiencia previa en operar desde la cubierta de un portaaviones- es un piloto indudablemente novato y con escasas perspectivas de supervivencia. Pero de la veintena de pilotos que defendían la isla sólo dos salieron de ella con vida. La suerte en combate cuenta, por supuesto. Pero también la pericia, y el Ken que combate en Caen y en Normandía es un veterano con dos Distinguished Flying Cross en el zurrón. Va camino de la leyenda y lo sensato era apostar por él.
Mike Leonard: Pienso que era un piloto muy, muy bueno. Y la prueba es que tras la guerra permaneció en la RAF, algo que sólo lograban los mejores.

¿Es el más letal de los pilotos argentinos de la guerra?
Claudio Meunier: Este honor es para Eric Norman Woods, que ants de desaparecer en 1944 sobre el Adriático sumó 17 victorias. Por otra parte, en el Imperial War Museum de Londres se conservan filmaciones tomadas desde el avión -una cámara instalada en el morro se activaba automáticamente cuando el piloto disparaba el cañón- y resulta que tenemos documentadas 38 misiones de Charney. Hay que estudiarlas, y es posible que aparezcan nuevas victorias que hasta ahora no teníamos contabilizadas.

¿Cuántos veteranos angloargentinos quedan con vida?
Claudio Meunier: En 2004, cuando publiqué Alas de trueno -donde recogía la trayectoria de los 880 argentinos enrolados en las fueras aéreas aliadas- quedaban una veintena. Hoy, sólo uno: Ronald Scott, que tiene 97 años y que voló en el 838 escuadrón. Y que asistirá a la ceremonia del 9 de mayo.

Piere Clostermann, el gran as francés -además de íntimo de Charney: lo saca en su Gran circo- abatió 23 aviones enemigos; el récord absoluto de la guerra lo tiene el piloto alemán Eric Hartmann, con... ¡353! Las seis (o siete) de nuestro Ken le pueden saber a alguien a poco.
Claudio Meunier: Los aliados, sobre todo en los primeros años, cuando perdían la guerra, necesitaban saber por que y llevaban una estadística rigurosa; Hitler, en cambio, necesitaba héroes; la Luftwafe no hacía estadísticas, sino propaganda. Por otra parte, no era lo mismo combatir en el frente del Este, donde los alemanes consiguieron centenares de victorias, que en el del Oeste.

¿A qué se debe el sobrenombre de El Caballero Negro que Charney se ganó en Malta?
Claudio Meunier: A la nueva doctrina de combate que él y su compañero Alfred Ogilvie idearon: consistía en atacar de frente, con rumbo de colisión, a las formaciones cerradas de bombarderos enemigos, como los caballeros medievales que se enfrentaban en un torneo. Para evitar el impacto, los aviones enemigos acababan rompiendo la formación, dispersándose y convirtiéndose en un blanco fácil para los cazas. Ea el momento en que el resto del escuadrón aprovechaba para lanzarse a por el enemigo. Por supuesto, hacían falta grandes dosis de sangre fría, y por lo visto Ken la tenía.
Alejandro Covello: Se trataba de ver quién aflojaba primero. Un clásico de la aviación de combate.

Comparado con sus enemigos -el Macchi 202 italiano, y los Me 109 y Focke Wulff 190 alemanes- el Spitfire de Charney, ¿era una máquina superior?
Claudio Meunier: La guerra también se libró en el campo de batalla tecnológico: los británicos fabricaron una veintena de versiones del Spitfire. Más que superior, requería una habilidades diferentes, y una manera diferente de pilotar: los cazas alemanes atacaban en picado, disparaban y salían pitando; el Spitfire, en cambio, aprovechaba el excelente comportamiento en los virajes que le confería su ala  llevar al enemigo a su terreno: si el Me 109 picaba el anzuelo, estaba frito.
Mike Leonard: Los últimos modelos del Spitfire tenían hasta 3.000 CV de potencia. Una barbaridad. Hubo pilotos que tras la guerra intentaron pilotarlos y se estrellaron porque era una máquina especialmente caprichosa, sobre todo al despegar y al aterrizar. Como el Mersserscmitt, por otra parte.
Alejandro Covello: Durante la Batalla de Inglaterra, por lo visto un día Goring se acercó a Galland, otro de los grandes ases alemanes, muy desmoralizado por las enormes pérdidas de la Luftwaffe. "¿Qué necesitas?", le preguntó. Y Galland respondió: "Un escuadrón de Spitfires".

En 1945 fue transferido al Pacífico, pero no llegó a entrar en combate: ¿cuáles hubieran sido sus prestaciones ante los Zero japoneses?
Claudio Meunier: A aquellas alturas de la guerra las fuerzas aéreas niponas prácticamente habían dejado de existir. He entrevistado a veteranos del Pacífico que cuentan que podían transcurrir semanas enteras sin divisar un solo aparato enemigo. En cualquier caso, Ken formaba parte del primer escuadrón que llegó a Hong Kong, a bordo del portaaviones HMS Smiter.
Mike Leonard: Cuentan también que los Zero que intentaban seguir los virajes del Spitfire rompían las alas: no podían resistirlo.

Su historial de guerra incluye Malta y Normandía, raids sobre las rampas de lanzamiento de las V-1, y la célebre misión sobre Casen en que abatió con Clostermann cinco aviones alemanes. ¿Con cuál se queda usted?
Claudio Meunier: El momento estelar de Ken en la II Guerra Mundial fue la Bolsa de Falaise, en agosto de 1944. Él fue el primero en localizar lo que quedaba del VII Ejército pánzer en retirada, intentando huir de la ratonera en que se había convertido Normandía. Fue él quien dio la voz de alarma - "Envíen toda la fuerza aérea", fue su mensaje por radio. Los aliados destruyeron en aquella acción centenar y medio de blindados alemanes. Fue un golpe decisivo de la campaña, que allanó el camino hacia París.

Charney falleció en junio 1982, en el momento álgido de la guerra de las Malvinas. ¿Cómo cree que encajó aquel conflicto?
Claudio Meunier: Algunos compañeros de Ken, veteranos como él de la II Guerra Mundial -pienso en Wittinghton y en Harvey- se ofrecieron para volar con la fuerza aérea argentina. Otros quemaron su pasaporte y sus condecoraciones británicas. No sé lo que Ken hubiera hecho, ni lo que pensó, por supuesto. Pero probablemente hubiera dicho algo así como: "¡Mierda de guerra! Vayamos a tomar un whisky".

Nació en Quilmes, vivió en Bahía Blanca y lo entierran en Buenos Aires. ¿Por qué?
Claudio Meunier: También vivió en Buenos Aires, y en Rosario. Lo iban echando de todos los internados, porque por lo visto era un estudiante especialmente rebelde. Lo apodaban El Indio, que es como en Argentina llamamos a los tipos indomables.
Mike Leonard: Es curiosoque un tipo tan indisciplinado como Ken se enrolara en la RAF e hiciera carrera. Sus primeros meses debieron ser para él un auténtico suplicio.
Alejandro Covello: Esta querencia por la indisciplina es un rasgo de carácter muy común entre los pilotos de combate. Por otra parte, la comunidad británica tiene su centro en Buenos Aires, donde la comunidad inglesa tiene mucha presencia y mucha actividad. Era el lugar ideal para preservar su memoria.

¿Es fácil, disparar contra otro avión?
Alejandro Covello: Es algo instintivo. Cuando estás en el aire apenas hay tiempo para pensar. Si te agarra una turbulencia lo correcto, lo sensato y lo que te sale por instinto es responder tal como te has entrenado a hacer.

La viuda de Charney, June, ¿nunca propuso repatriar los restos de Ken a Inglaterra, a Sussex, donde ella vive?
Claudio Meunier: Jamás. Siempre estuvo de acuerdo con la idea de devolverlo a la Argentina.
Mike Leonard: Creo que también tiene un memorial en la capilla de Saint Clementines, donde se recuerda a todos los caídos de la RAF.

Oficialmente murió de un ataque al corazón. Pero existe la sospecha de que falleció a consecuencia de un cáncer que pudo tener su origen en las pruebas atómicas en Christmas, en el Pacífico, que tuvieron lugar durante su servicio en la isla.
Claudio Meunier: Esto es lo que sostiene su viuda, June. Por otra parte, se ve que dio bastante la tabarra a sus superiores porque empezó a cuestionar las pruebas: decía que comprometían la supervivencia de las formaciones coralinas que rodean la isla.
Mike Leonard: Un tío de mi esposa estuvo también destinado en Christmas y murió de cáncer a los 39 años. Es posible que recibieran altas dosis de radiación.

¿Pilotó siempre cazas, Charney? ¿Nunca lo hizo a bordo de bombarderos?
Claudio Meunier: El piloto de caza es un ser especial, individualista, que esta acostumbrado a volar solo y a solucionar por sí mismo los problemas que van surgiendo. Por otra parte, una de las primeras decisiones que se toman en una escuela de vuelo es el destino de los candidatos según sus cualidades: los hay que claramente no serán buenos pilotos, pero en cambio apuntan a artilleros, navegantes, ingenieros de vuelo...
Alejandro Covello: La verdad es que los que tienen mejores condiciones van a la aviación de caza. Y el resto, a bombarderos. Además de habilidad, el piloto de caza necesita ese plus de agresividad que es fundamental para este oficio. El piloto de bombardero está entrenado para despegar, volar cuatro horas -o las que haga falta- hasta el objetivo-, esquivar a los cazas enemigos y el fuego antiaéreo, soltar su carga de bombas y regresar a casa. El piloto de caza es todo lo contrario: básicamente, un depredador.

[Esta entrevista se publicó de forma muy resumida el 12 de enero el 2015 en el Diari d'Andorra]




viernes, 10 de abril de 2015

Y le cortaron la cabeza en la plaza de Andorra

Bueno, o eso es lo que cuenta Héliodore Castillon en sendos artículos publicados en abril y mayo de 1878 en Le Soleil Illustré y rescatados por el bibliófilo Casimir Arajol. Y dice  el polígrafo francés que un contrabandista catalán llamado algo así como Masteü fue ejecutado en abril de 1861 en la plaza de Andorra la Vella. A golpes de espadón, y luego de ser declarado culpable del asesinato de un colega de oficio para arrebatarle un botín de 100 duros. Es el único caso de decapitación -por lo menos en época moderna-documentado hasta la fecha en nuestro rincón de Pirineo. Aunque decir "documentado" es en este caso quizás demasiado. Castillon es la única fuente, y del caso Masteü (¿deformación de Masdéu, quizás?) no queda rastro en el archivo del Tribunal de Corts que se conserva en el Archivo Nacional. Pero aunque el asunto atufa a mixtificación histórica perpetrada por nuestro buen Castillon, echémosle un vistazo. Nunca se sabe.






Portada del número de Le Soleil Illustré del 28 de abril de 1878 en que se publicó la primea parte del artículo de Héliodore Castillon en que el historiador (?) evoca el asesinato, diecisiete años antes, de un contrabandista de nombre Olette a manos de un colega de oficio, un tal Masteü, y la captura, juicio y ejecución de éste último: el verdugo le cortó la cabeza, cuenta Castillon, en una ceremonia que tuvo lugar el 11 de abril de 1861 en la actual plaza Benlloch de Andorra la Vella, un trabajo por el que se le abonaron 50 francos. Fotografía: Archivo Arajol.

Sabíamos por Robert Pastor que por aquí a las brujas las colgaban de horca bien alta y levantada -dice- hacia la parte donde hoy se encuentra el aparcamiento de los grandes almacenes Pyrénées, en pleno centro comercial de la capital. Sabíamos también por Lídia Armengol que el buen obispo Caixal decretó en 1854, y a instancias del Consell General, que en adelante las penas capitales dictadas por aquí arriba fuesen ejecutadas por el mucho más compasivo garrote vil, siguiendo el ejemplo de España, donde Fernando VII lo había instaurado en 1822. Argumentaba el prelado, en una pintoresca, o cuanto menos discutible interpretación de lo que es (y no es) "humanitario", que el garrote "permite conciliar el último e inevitable rigor de la justicia con la humanidad y la decencia en la ejecución de la pena máxima". Claro: no como la horca, que era inhumana e indecente. Y sabíamos, en fin, por Antoni Morell y sus Set lletanies de mort, por el documentalista Jorge Cebrián y su Pena capital, y de nuevo por Armengol, que en la última sentencia de muerte, dictada el 18 de octubre de 1943 -recuerden la celebérrima instantánea de Valentí Claverol, y las recientemente descubiertas por Climent Miró- el parricida Pere Areny, vecino de Canillo y el último reo condenado a muerte (y ejecutado) en Andorra, fue pasado excepcionalmente por las armas. Corría la II Guerra Mundial y la situación internacional no permitía recurrir al procedimiento habitual -importar un verdugo de Barcelona o de Foix, según- con lo que el Tribunal de Corts tomó una decisión salomónica: el pelotón de fusiamiento.

Pero todo esto yal lo sabíamos. Lo que desconocíamos, y que a muchos probablemente les helará la sangre, es que entre la horca, el garrote y el fusil -caramba, esto parece La hoguera de Krahe- habrá que añadir desde ahora mismo y en adelante la espada. O mejor, el espadón. Porque fue así, de un tajo de una enorme espada de doble filo -decapitado, glups- como ejecutaron a el 11 de febrero de 1861 al tal Masteü, alias El Borni [el Tuerto], contrabandista de 24 años de edad, originario de Esterri d'Àneu, en la vecina comarca del Pallars Sobirà, y culpable de haber asesinado a puñaladas y "a poca distancia del lugar de Salden" (¿quizás Soldeu?) a José Olette, colega de correrías por estas montañas. El homicidio había tenido lugar por lo visto el 10 de enero de 1861 en un lugar entre el Serrat y Ordino -que para los estándares andorranos esta más bien a "mucha distancia" de Soldeu. El móvil, un saquito con cien duros -500 francos, a lo que se ve y según Castillon- que el tal Olette se había agenciado como jefe de la partida en la última operación de contrabando en la que también había participado Masteü. Porque resulta que uno y otro eran socios.La víctima, dice el cronista, "era un hombre de constitución robusta, como lo suelen ser los contrabandistas del país, y muy conocido en el lugar; había recibido diecinueve puñaladas, y el robo había sido el móvil del crimen, porque el saco de cuero que la víctima llevaba a modo de riñonera, como acostumbran los contrabandistas, fue localizado cortado en tres pedazos, a unos 50 pasos del cuerpo y totalmente vacío". El pobre Olette fue trasladado a Ordino y enterrado en el cementerio de la localidad.

El caso es que nuestro hombre no fue capturado hasta una semana después del crimen y por una partida de hombres de Canillo, después de reconstruir los últimos días de vida de Masteü y su paso por una especie de hostal con muy mala reputación, de nombre Tête de loup (!), que servía de refugio y punto de reunión a los contrabandistas". Castillon aprovecha para esbozar un retrato entre tremendista y romántico del contrabandista, "oficio plagado de peligros que reporta a quienes lo ejercen grandes ingresos que casi siempre son dilapidados en bebida, juego y juergas". El antro en cuestión lo sitúa sin gran concreción por la parte del puerto de Callat, que según él conduce a Tavascan, en la Cerdaña (¿quizás el puerto de Cabús?). Por lo que respecta al homicida, dice que lo tuvieron que conducir atado y entre doce hombres hasta la Casa de la Vall, en Andorra la Vella, y que apenas lo podían contener: "Enseguida lo reconocieron: era el célebre Masteü, apodado El Tuerto, contrabandista de la peor especie, hombre de fuerza hercúlea y de audacia contrastada, nacido en el vecino valle de Esterri y que recorría estas montañas desde la infancia, primero como pastor y después como contrabandista".

Dice que lo pillaron "no lejos del puerto de Niouve (?), peligrosísimo durante todo el año pero sobre todo en invierno, en una cabaña de pastor abandonada". Se explaya luego en la vida y milagros del Tuerto, entonces de 24 años y cuya mayor hazaña fue una sonada guerra entre pastores españoles y franceses que pastoreaban por la parte de la solana del puerto de Garbet -dice-, y que tuvo lugar en 1858 terminó con tres hombres de Sigues muertos, y cinco de Montgarri gravemente heridos. Fue en esta ocasión donde el mismo Masteü perdió un ojo y se ganó el sobrenombre con que llegó al patíbulo. Aún hay más: al año siguiente, y cuando se había enrolado en una partida de muleteros que hacían el trayecto entre Huesca y Lérida, fue señalado por la justicia de Huesca como el principal sospechoso del asesinato de un viajero extranjero que había hecho insensatamente acto de presencia en medio de una reunión de contrabandistas en cierta Posada del Rey. Cuando lo fueron a prender, el bueno de Masteü ya se había esfumado: lo fichó un tal Meritchel, "jefe de los contrabandistas de Tabescan".

La operación que terminó con la carrera de Olette y del Tuerto fue una vulgar carrera entre la Seo y el albergue Tête de loup -"al pie del puerto de Callat, insiste, y después de pasar por Setúria y Pal- adonde uno y otro, junto a otros tres contrabandistas, llevaron sendos fardos -lástima que no se detenga en el contenido- por cuenta de su contacto francés. Es el 8 de enero de 1861, y cuando entregan la mercancía se reparten los honorarios pactados: Olette, como jefe de la partida, de embolsa sus 500 francos; los otros cuatro, 300 (o 60 duros, según dice). La misma noche del 8 de enero abandonan la posada, bajan por Pal y Arinsal y pasan por la fragua del Serrat, con la intención de llegar hasta Ordino. En la madrugada del 10 de enero, a Olette lo encuentra, exangüe y cerca de Soldeu -el itinerario es ciertamente caprichoso- un sacerdote francés que se dirige a pie hacia Andorra la Vella.

Entre los indicios que apuntan la culpabilidad de Masteü, la justicia señala un puñal "que hacía pasar por cuchillo", con sangre incrustada en el mango y el filo recientemente afilado, la ropa desgarrada y fuertes contusiones en la zona de la cabeza y de la espalda causadas supuestamente tras un forcejeo. Lo más sospechoso: los 700 francos que le fueron encontrados en su saquito reglamentario (140 duros, aclara Castillon), "suma exorbitante por cuanto su parte del negocio se limitaba a 300 francos". La suerte del Tuerto estaba echada. El juicio tuvo lugar el 10 de abril en el "palais de la République". Es decir, en la Casa de la Vall. De nada sirvió que el raonador -una especie de abogado defensor, dice Castillon- suplicara clemencia al tribunal -integrado por el veguer francés y el episcopal, el juez de apelaciones civiles y dos consellers generals que se limitaban a velar por el estricto cumplimiento de la legalidad- "para que el nble suelo andorrano no sea violado por a sangre criminal de este facineroso". A cambio, propone que lo condenen a cadena perpetua en los "presidios" -en los penales españoles del norte de África- "para que tenga la oportunidad de arrepentirse, hacer penitencia y reconciliarse con Dios".

No hubo lugar. La lectura de la sentencia, al día siguiente, en la actual plaza Benlloch y ante la expectación general: 200 persones asistieron al espectáculo -para una población que en la época difícilmente superaba los 5.000 habitantes en todo el país: el tribunal condena a Masteü, llamado el Tuerto, convicto de robo y asesinato, a la pena de muerte, que será ejecutada en las próximas 24 horas en la plaza de la capital. ¡Que Dios tenga misericordia del condenado!"

Todos estos detalles, y muchos otros, los aporta el historiador (?) Héliodore Castillon -autor de una curiosa Histoire d'Ax et de la Vallée d'Andorre (1851) y buen conocedor, cabe suponer, de nuestras cosas- en sendos artículos publicados en abril de 1878 y bajo el título Cour criminelle de la République d'Andorre en Le Soleil Illustré, revista quincenal -¡hebdomanaire!- con sede en París. La aguja en el pajar la ha localizado el bibliófilo Casimir Arajol -¿quién, si no? Recuerda Castillon que en las dos penas capitales que se habían dictado recientemente en Andorra -no aporta más detalles, ni los nombres de los reos ni las fechas- "si no aparecía un voluntario el Consell General mandaba buscar un verdugo a Barcelona o a Foix para hacer el trabajo: en este caso, el condenado sufría la pena ya fuese en el cadalso, ya en el garrote, según el estado del que provenía el verdugo". En el caso de Masteü, la espada. Así que no sabemos si fue un espontáneo o importado.

A mediodía del 11 de febrero, el verdugo -"Un individuo macizo, de cuello robusto y de constitución hercúlea, con el rosto oculto tras un pañuelo negro"- se dirige a la mazmorra de la Casa de la Vall para recoger al reo. "Así que tú eres el verdugo", le suelta Masteü. Y la respuesta es de una frialdad y de un estoicismo digna de Epicteto: "Sea yo o cualquier otro, alguien tiene que hacer el trabajo". Dicho esto, la arranca de un manotazo la barretina al Tuerto y lo conduce hasta la plaza escoltado por una guardia de ocho hombres y al carcelero, que responde al improbable nombre de Bepo: "En medio de la plaza, sigue el cronista, se ha erigido un patíbulo de un metro de altura sobre un lecho de arena y paja. Nada más llegar, el enmascarado le cubre al reo los ojos con un trapo, lo obliga a arrodillarse y le coloca la cabeza sobre un madero al que lo ata por los hombros; inmediatamente después, el verdugo coge con las dos manos una enorme espada de doble hoja, y de un solo tajo la cabeza del desgraciado cae al suelo".

Glups. Esto es exactamente lo que debieron pensar los centenares de vecinos que, siguiendo una tradición por lo visto universal, asistieron a la ejecución. Continúa Castillon -que por cierto, ni cita fuente ni dice en ningún lugar que él mismo fuera testimonio presencial de los hechos- que "un grito de terror se escapó del pecho de los espectadores", y que luego de la ejecución, "tres o cuatro vagabundos" reclutados para la ocasión se llevaron cuerpo y cabeza del reo mientras el verdugo, todavía enmascarado, regresaba a la Casa de la Vall para recoger sus emolumentos: 50 francos. Lo que son las cosas: la décima parte del botín por el que el ¿pobre? Tuerto perdió la cabeza.

[Esta entrada es una versión ampliada del artículo publicado el 29 de septiembre de 2014 en el Diari d'Andorra]