Incursiones relámpago, estilo Sturmtruppen, en episodios que tuvieron lugar en Andorra y cercanías durante la Guerra Civil española, la II Guerra Mundial y las dos postguerras, con ocasionales singladuras a alta mar, a ultramar y si conviene incluso más allá.
[Fotografía de portada: El Pas de la Casa (Andorra), 16 de enero de 1944. La esvástica ondea en el mástil del puesto de la aduana francesa. Copyright: Fondo Francesc Pantebre / Archivo Nacional de Andorra]

jueves, 8 de mayo de 2014

Dien Bien Phu: Jacques Quillacq estuvo allí

El patrón de Chez Jacques, uno de los primeros restaurantes gastronómicos de Andorra, fue uno de los 11.700 soldados franceses capturados por Giap en la debacle del 7 de mayo de 1954: el miércoles se cumplió el 60º aniversario.

Dice que cuando fue liberado pesaba 35 kilos: la mojama que tienen aquí abajo. Vale que en condiciones normales tampoco era lo que se dice un hombre corpulento -por lo menos, de joven: al alistarse en la Legión, con 16 años, apenas llegaba a los 55 kilos- pero es que Jacques Quillacq (París, 1929-Andorra la Vella, 2011) se quedó en piel y huesos en tan solo cuatro meses: los que pasó en cautiverio en el campo de prisioneros vietnamita después de que los 11.721 soldados franceses que sobrevivieron al sitio de Dien Bien Phu fuesen capturados por las fuerzas del Viet Min a las órdenes del mítico general Giap. Y si hablamos de Dien Bien Phu es porque hoy precisamente se cumple el sexagésimo aniversario de aquella jornada. Una efeméride que ha pasado más o menos desapercibida. Y no es para menos, porque se trataba de la primera derrota de una potencia colonial a manos de fuerzas insurgentes y no en una operación de guerrilla -el recurso de los pobres- sino digamos convencional. Descontado, claro, el desastre de Annual. Pero esta es otra historia y el mérito es hoy de la Francia de la IV República.

Quillacq, herido tras la batalla de Tü Le, en octubre de 1952: toda su sección del 61º batallón de paracaidistas cayó en manos enemigas, menos él, que consiguió llegar a las líneas francesas tras caminar 150 kilómetros... ¡con siete balas en el cuerpo! Es el tipo con el brazo enyesado y a lomos de un burro. Fotografía: Archivo Familia Quillacq / Chez vous comme chez Jacques.
Quillacq cayó prisionero del VIetmin con la capitulación de Dien Bien Phu, al lado de otros 11.720 camaradas; estuvieron cuatro meses en cautiverio, sólo regresaron a casa uno de cada cuatro, y Quillacq fue uno de los afortunados: pesaba 35 kilos. Fotografía Archivo Familia Quillacq / Chez vous comme chez Jacques.
El exparacaidista, veterano de las campañas de Suez, Vietnam y Argelia, en Chez Jacques, el restaurante que regentaba en Terra Vella (Andorra la Vella); fue su tercer local en el país, después del que abrió en las galerías de París -hoy desaparecidas, en frente de Pyrénées- y del Rally. Fotografía: Archivo Familia Quillacq / Chez vous comme chez Jacques.

Dien Bien Phu, pues. Sólo oir el nombre ya da un poco de canguelo, la verdad: un sitio en toda regla y al estilo clásico de la posición fortificada de este nombre con que el ejército francés pretendía cortar las vías de comunicación del Viet Min con la vecina Laos. Pero el tiro les salió por la culata, porque lo que se suponía que constituía una posición infranqueable -porque el alto mando galo consideraba logísticamente inviable transportar armamento pesado a través de la jungla- se convirtió en una larguísima batalla que se prolongó desde el 13 de marzo hasta el 7 de mayo de 1954, cuando capitularon las tropas expedicionarias al mando del coronel Christian de Castries. De los aproximadamente 20.000 soldados franceses que fueron lanzados en paracaídas sobre la posición, 2.300 dejaron el pellejo en Dien Bien Phu. Y de los 11.700 que cayeron prisioneros, solo la tercera parte regresó a casa.

Quillacq fue uno de los afortunados. Y su hija Patrícia recuerda en Chez vous comme chez Jacques que la fórmula para sobrevivir al campo consistía para él en hablar continuamente de los ágapes pantagruélicos, estilo Carpanta, que se zamparía una vez recobrada la libertad: "Los primeros días de cautiverio hablaba de platos finos, souflés y cosas así; pero a medida que el hambre se volvía más implacable, Jacques pasó a evocar los humildes confites, las judías, los pies de cerdo que le cocinaba su madre". Sus compañeros, reducidos como él al puro hueso, le suplicaban que abandonara esta cruel tortura psicológica; los mismos compañeros que una vez en libertad -sigue Patrícia- le reconocían que aquella labia había salvado a más de uno de caer en la desesperación.

17 años alistado: de la Legión a los paracaidistas
Dicen los que lo conocieron en los fogones de su restaurante -primero el Rally, después las galerías París y finalmente el Chez Jacques de Terra Vella, siempre en Andorra la Vella- que Jacques era generoso con sus clientes a la hora de contar sus batallitas. Por eso se ganó en el ejército el sobrenombre de Baratinovich: cuentista, charlatán y por ahí. Los que no tuvimos ese privilegio nos tendremos que conformar con ls migajas recogidas en este recetario póstumo, porque Quillacq jamás se decidió a escribir lo que sin duda hubieran sido unas memorias suculentas como pocas. Aparte de la demoledora, humillante derrota de Dien Bien Phu, nuestro hombre participó en otras campañas clave de los años centrales del siglo XX: desde la crisis de Suez, en otoño de 1956, con la ocupación anglofrancesa del Canal en respuesta a la nacionalización decretada por Naser, hasta la guerra de Argelia, que concluyó en noviembre de 1962 con la independencia del país acordada en Evian.

¿Cómo se lo hizo Quillacq para estar presente en todos estos fregados? Fácil: alistándose con apenas 17 años en la Legión -¡como Beau Geste!- para limpiar su expediente judicial, manchado por lo visto por un pecado de juventud: el atraco a una joyería... En fin, que el tipo va y para alistarse se hizo pasar por belga. Lo consiguió, y borrada la mancha se mudó a los paracaidistas -le iba la marcha, está claro- donde se pasó los siguientes 17 años, justo hasta el final de la campaña de Argelia, una guerra sucia cuyo desenlace -cuenta Patrícia- "lloró por lo menos tanto como había llorado en Dien Bie Phu, no por la capitulación en sí, sino porque Francia iba a abandonar a los argelinos que habían luchado con ellos: los harkis. Sabía que los nacionalistas irían a por ellos y a por sus familias. Fue un comportamiento vil, aunque -como él decía- 'las guerras no son nunca blancas o negras; son negras y con mucho gris". Con los paracaidistas tuvo tiempo de todo: de matar -"Decía que esto ya lo hablaría cara a cara con Dios, si es que existe"- y de ver morir a muchos de sus compañeros de armas.

Entre ellos, la sección entera del 6º batallón de paracaidistas -¡400 hombres!- que quedó rodeada en la batalla de Tû Le, en octubre de 1952. El único francés que consiguió escapara de aquel infierno colándose entre las líneas enemigas fue nuestro héroe de hoy, que caminó solo los 150 kilómetros que lo separaban de las líneas propias -en el río Negro- ¡y con siete balas en el cuerpo! Es el tipo del brazo enyesado que monta a lomos de un burro en la fotografía de aquí arriba. Un colador. Compárenla con la siguiente y se harán una idea aproximada de lo que supuso el paso por el campo de prisioneros. Una experiencia, esta última, de la que sólo contaba anécdotas para todos los públicos -los interrogatorios a que los sometían los comisarios políticos, al más puro estilo El cazador; las partidas de ping pong con los carceleros vietnamitas: siempre les ganaba, dice Patrícia- guardandose para él, qué lástima, el repertorio gore. Vio más acción, Quillacq, en Vietnam: por ejemplo, la reconquista del puesto de Dong Khé, tras un audaz salto del 3r batallón colonial de comandos paracaidistas al mando del jefe de escuadrón Decorse y en el que él estaba encuadrado. Le valió una Cruz de guerra con palma.

Parece, en fin, que la dieta salvaje chez Giap fue la causa de que se dejara un mostacho que formaría parte en adelante de su personaje. Como adoptó los platos vietnamitas que conoció (y apreció) durante la guerra y que se convertirían en clásicos de Chez Jacques, desde el nem hasta el pollo con bambú. De hecho, terminó en Andorra casi por casualidad, mediados los 60. Por lo visto lo que vio por aquí lo convenció, hasta el punto de que renunció a sus planes inmediatos, que pasaban por reengancharse con los paracaidistas y largarse a Tahití. Quillacq, ¡qué tío!

[Este artículo se publicó el 8 de mayo de 2014 en El Periòdic d'Andorra]

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