Se llamaban Francis Owens, William Plasket y Harold Bailey. Los tres eran jóvenes aviadores enrolados en los escuadrones de bombarderos de la Fuerza Aérea de los EEUU, les célebres Fortalezas Volantes -¡como el Memphis Belle!- que trituraron la Alemania nazi (y cercanías). Pasen un día por el bazar Valira si quieren armar una buena maqueta de un B-17: la encontrarán, seguro. El caso es que el destino les reservaba una muy mala sorpresa: abatidos en los cielos de la Europa ocupada -el teniente Bailey, sobre París; los sargentos Owens y Plasket, sobre Normandía- formaban parte de la expedición de trece fugitivos -siete aviadores yanquis y otros seis franceses- que el 24 de octubre de 1943 salía de Suc e Sentenac, en la Arièja, con destino a Barcelona.
Por supuesto, antes había cruzar los Pirineos, y como tantos otros antes y después ellos -o sus guías- decidieron hacerlo a través de Andorra. Después de treinta horas de camino, debilitados por meses de clandestinidad y por una pésima alimentación, con vestuario totalmente inadecuado para la alta montaña -¡zapatos de cartón!- y la clásica e inopinada tormenta de viento y nieve -nuestro temible torb- Bailey dijo basta, y Owens y Plasket tomaron la heroica (y suicida) decisión de cargarlo a hombros hasta que también ellos reventaron. Estaban en la cima del Port del Rat y no hubo manera: ni las amenazas de los guías de pegarles allí mismo un tiro les hicieron cambiar de opinión. No podían más. Así que el resto del grupo continuó adelante hasta llegar -ya del lado andorrano de la frontera- a una cabaña de pastor donde les ofrecieron un catre y comida caliente.
Por supuesto, antes había cruzar los Pirineos, y como tantos otros antes y después ellos -o sus guías- decidieron hacerlo a través de Andorra. Después de treinta horas de camino, debilitados por meses de clandestinidad y por una pésima alimentación, con vestuario totalmente inadecuado para la alta montaña -¡zapatos de cartón!- y la clásica e inopinada tormenta de viento y nieve -nuestro temible torb- Bailey dijo basta, y Owens y Plasket tomaron la heroica (y suicida) decisión de cargarlo a hombros hasta que también ellos reventaron. Estaban en la cima del Port del Rat y no hubo manera: ni las amenazas de los guías de pegarles allí mismo un tiro les hicieron cambiar de opinión. No podían más. Así que el resto del grupo continuó adelante hasta llegar -ya del lado andorrano de la frontera- a una cabaña de pastor donde les ofrecieron un catre y comida caliente.
A la mañana siguiente, el guía y los franceses, ya descansados, rehicieron el camino para intentar rescatar a los tres hombres. Pero fue inútil: Owens, Plasket y Bailey se quedaron en su nicho de hielo y nieve hasta que en la primavera siguiente una partida local recuperó los cuerpos -o lo que quedaba de ellos- y los inhumó en sendas tumbas sin nombre en el cementerio de Arinsal. La historia de estos tres combatientes podría haberse acabado aquí mismo y de una forma más bien triste, digámoslo todo. Pero el servicio de registro de tumbas del ejército norteamericano -¡a esto se le llama organización!- exhumó los restos de los tres hombres y un año después los identificó -¡y a esto se le llama eficacia! El artillero Owens fue enterrado en el cementerio militar yanqui de las Ardenas, mientras que el operador de radio Plasket y el navegante Bailey fueron devueltos a sus respectivas localidades natales: el primero, a Salem, Nueva York; el segundo, a Lancaster, Carolina del Sur.
El sargento Francis Bud Owens, artillero de una Fortaleza Volante B-17 abatida sobre el departamento del Orne el 4 de julio de 1943.
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La pista de la trágica peripecia de estos tres hombres nos la da Claude Benet, infatigable investigador de la odisea de los pasadores (y de sus clientes) en el número 6 de la revista Portella. Una mina, oigan. Sólo hemos tenido que tirar del hilo para que nos apareciera la exhaustiva reconstrucción de aquellas fatídicas jornadas del otoño de 1943 que ha pergeñado Warren B. Carah, hijo de un antiguo compañero de tripulación de Owens -pero con mejor fortuna que él, esto también hay que decirlo- y de quien proceden todos los detalles que ilustran esta crónica. Carah ha identificado a sus siete paisanos compañeros de cordada de Owens, las circunstancias en que fueron abatidos y su destino final, en ocasiones no mucho mejor de los que se quedaron atrapados en el Port del Rat.
Comenzaremos por Owens, porque él es el hilo conductor de esta historia y porque, caray, desde 2012 da nombre al 381º Grupo de formación de la base aérea de Vandenberg, California: poca bromas, porque estamps hablando de la sede de la 14a Fuerza Aérea -¿querrá esto decir que hay otras trece?- y de la 13a Ala Espacial, aparte de campo de pruebas de misiles balísticos intercontinentales -los artífices de la Destrucción Mutua Asegurada, o MAD: glups. Un héroe, Owens, ya lo ven, no sólo porque tuvo las narices de acompañar a Bailey hasta la muerte sino también porque en junio de 1942, un año antes de lo del Port del Rat -quién se lo iba a decir entonces- había salvado a un mecánico atrapado bajo el fuselaje de un avión en llamas en la base del 3811 Grupo de Bombarderos en Ridgewell, Inglaterra, donde estaba destinado. Una acción por la que recibió a título póstumo la Medalla al Valor.
Comenzaremos por Owens, porque él es el hilo conductor de esta historia y porque, caray, desde 2012 da nombre al 381º Grupo de formación de la base aérea de Vandenberg, California: poca bromas, porque estamps hablando de la sede de la 14a Fuerza Aérea -¿querrá esto decir que hay otras trece?- y de la 13a Ala Espacial, aparte de campo de pruebas de misiles balísticos intercontinentales -los artífices de la Destrucción Mutua Asegurada, o MAD: glups. Un héroe, Owens, ya lo ven, no sólo porque tuvo las narices de acompañar a Bailey hasta la muerte sino también porque en junio de 1942, un año antes de lo del Port del Rat -quién se lo iba a decir entonces- había salvado a un mecánico atrapado bajo el fuselaje de un avión en llamas en la base del 3811 Grupo de Bombarderos en Ridgewell, Inglaterra, donde estaba destinado. Una acción por la que recibió a título póstumo la Medalla al Valor.
Pues nuestro hombre había sido abatido sobre el departamento del Orne el 4 de julio de 1943, de regreso de una misión sobre una fábrica de motores de aviación en Le Mans. Él y toda la tripulación de su B-17 saltaron en paracaídas. La Resistencia los ocultó, a él y al piloto, Olof Ballinger, hasta que el 21 de octubre de unieron en París a la expedición con la que debían cruzar los Pirineos -previo paso por las escalas de Tolosa, Boussens, Saint Girons y Massat- hasta el consulado británico de Barcelona. Ya saben cómo acabó lo de Owens; Ballinger (Allentown, Pennsylvania, 1919) tuvo algo más de suerte. Aunque sólo de momento. Llgados a Suc, al pie de los Pirineos, el piloto no se vio con fuerzas para continuar y decidió quedarse hasta el 30 de octubre, cuando viendo a la Gestapo demasiado cerca , decide intentarlo a solas: ¡y va el hombre y lo consigue! El 1 de noviembre, sostiene Carah, llega Ballinger a Andorra la Vella; el 2 sale de Sant Julià de Lòria, y el 9 ya lo encontramos en Barcelona. Aunque todo esto sólo le servirá para morir en 1955 de accidente de tráfico en California...
Pero la historia más desgraciada es sin duda la de Bailey. No sólo porque fue el causante del trágico final de sus compañeros en el Port del Rat, sino porque en realidad él no tendría que haber estado allí arriba. Su B-17 había sido tocado el 16 de agosto de 1943 en un raid sobre el aeródromo de Le Bourget, cerca de París. En el caos subsiguiente al "¡Nos han dado, nos han dado!", el hombre se lanzó en paracaídas. ¡Fue el único! El resto de la tripulación resistió a bordo del bombardero y su sangre fría tuvo recompensa: el piloto acabó dominando el aparato y regresando a Inglaterra.
Plasket, por su parte y para terminar con los tres héroes del Port del Rat, se había lanzado en paracaídas sobre Rouen el 6 de septiembre, cuando su B-17 se quedó sin combustible tras una incursión sobre Sttutgart. También con él fue cruel, el destino, porque el bombardero dijo basta cuando los aviadores ya tenían el Canal de la Mancha a la vista.En fin. Más casualidades: en este mismo raid sobre Sttutgart fue abatido el B-17 de los tenientes Keith Murray y Charles Hoover, dos de los compañeros de escapada de PLasket. Los dos formaban parte de la tripulación del Big Time Operator -bonito nombre para un bombardero- y después de saltar en paracaídas sobre Bélgica se reencontraron -ya me dirán si no es casualidad- en el mismo refugio de París. Trate de imaginar el lector la cara que se les debió quedar... El caso es que Hoover sobrevivió a la guera y murió en 1987, mientras que Murray... ¡vive todavía en Dallas, Texas! Prometedor, ¿no? Tanto, que no nos quedará más remedio que tirar también de este otro hilo. Y para matar la espera, presten atención porque dentro de nada les hablaremos del último descubrimiento de Benet: el aviador polaco Witold Raginis.
[Este artículo se publicó el 10 de junio de 2013 en El Periòdic d'Andorra]