El aviador angloargentino Kenneth L. Charney, as de la II Guerra Mundial, yacía como saben los lectores olvidado en un nicho del cementerio de la Quera, en la Massana (Andorra), donde se estableció en 1980 y donde murió dos años después. Hasta que la constancia del historiador argentino Claudio Meunier (Bahía Blanca, 1970), que había reconstruido su periplo bélico en Alas de trueno y Nacidos con honor, lo rescató del olvido, esta segunda y definitiva muerte. El Comú de la Massana identificó en agosto de 2010 el nicho 209 con una humilde placa en memoria de Charney, y la sociedad civil de Bahía Blanca, donde el piloto se educó, se ha mobilizado para repatriar sus restos. El final feliz de esta historia está cada vez más cerca. O por lo menos, eso opina Meunier.
-¿Cuándo y por qué se interesa en la figura de Charney?
-Hace una década me lancé a investigar la peripecia de los pilotos argentinos enrolados en los ejércitos aliados en la II Guerra Mundial. Charney me llamó la atención porque se alistó en la RAF sin haber concluido siquiera los estudios secundarios, algo realmente insólito. De hecho, lo habían expulsado tanto de su primer colegio, en Bahía Blanca, como del internado inglés adonde lo envió la familia para enderezarlo. Un caso, está claro, de notoria indisciplina.
-¿Qué tiene de singular el caso de Charney entre los 800 ciudadanos argentinos que se enrolaron en las fuerzas aéreas aliadas?
-Aparte de su registro -siete aviones enemigos abatidos, más cuatro probables y otros cinco dañados, récord absoluto entre los pilotos angloargentinos- Charney fue conocido por su temeraria, casi suicida táctica en combate. El mismo Clostermann, el gran as francés con quien voló en Normandía, evoca a Charney con admiración en su biografía, El gran circo.
-¿En qué consistía, esta táctica?
-Cuando descubría una formación de bombarderos, Charney enfilava su Spitfire de frente hacia el enemigo. Los pilotos alemanes se veían obligados a romper la formación para evitar el impacto, y a los cazas les resultaba más fácil abatirlo uno a uno. El mérito -temerario- de Charney consistía en mantener el rumbo aun sabiendo que si se encontraba entre los pilotos enemigos a uno como él, la colisión era inevitable. Él y otro aviador canadiense fueron los únicos entre los aliados con las narices suficientes para combatir así.
-¿Cómo localizó el destino final de Charney en Andorra?
-Pat Lang, una exnovia suya que vive en Argentina, me puso sobre la pista de sus hermanas, que hoy residen en Inglaterra. Ellas me informaron de su muerte en Andorra, en 1982. Creían equivocadamente que su cuerpo fue incinerado. Después tuve la fortuna de contactar con Miachel Leonard, uno de sus amigos andorranos, que me contó su triste final: murió de cáncer y casi en la miseria; su esposa, June Cherry, a duras penas pudo hacerse cargo del entierro. Fue el mismo Leonard quien descubrió el nicho donde Charney fue enterrado, y desde el Comú me lo confirmaron.
-¿En qué punto se encuentra la iniciativa para repatriar sus restos a Argentina?
-La atención que le han prestado los medios de comunicación ha levantado expectación; nos mobilizamos y en unas semanas reunimos 2.000 de los 11.000 euros que calculamos que costaría la operación. Hemos recibido importantes aportaciones a título individual, como la de Algie Middleton, veterano que fue compañero de Charney en la RAF. También se han interesado el capitán de navío Juan José Membrana, veterano de la guerra de las Malvinas que hoy trabaja en Aerolíneas Argentinas, y Óscar Luis Aranda Durañona, comodoro de la Fuerza Aérea. Es solo cuestión de tiempo.
-Su viuda, June, ¿está de acuerdo con la repatriación?
-Ella misma nos confirmó que el deseo de Charney era ser enterrado en un país.
-¿Por qué cree que se exilió en Andorra?
-Después de abandonar la RAF, en 1970, ejerció durante tres años como instructor de la fuerza aérea saudí. Se jubiló, regresó a la Argentina, probó en España y en 1980 se instala definitivamente en Andorra. Curiosamente, vivió sus últimos años muy cerca de Clostermann, vecino de Montesquiu. Pero por desgracia sólo lo supo después del fallecimiento de Charney. Una lástima.
-¿Cuál fue, en su opinión, la mayor victoria de Charney como piloto de caza?
-Según explica Clostermann, con quien había volado en el 602 escuadrón, en agosto de 1944 ellos dos y un tercer piloto, el noruego Johnsen, se toparon en Normandía con un escuadrón de 40 cazas alemanes, una formación mixta de Focke Wulff 190 y Me 109 pertenecientes al célebre escuadrón Richtofen. En lugar de retirarse prudentemente, como manda el sentido común -eran tres contra 40- entablaron desigual combate: abatieron cuatro cazas enemigos antes de que la artillería aliada ahuyentara a los alemanes, y salieron indemnes del encontronazo. Para rematarlo, hicieron una pasada final sobre la cabeza de playa en formación de V. Aquella acción le reportó a Charney su segunda Distinguished Flying Cross -la máxima condecoración del arma aérea de Su Graciosa Majestad.
-¿Qué aviones pilotó durante la contienda?
-Siempre voló el célebre Spitfire, en las versiones Vb, mientras estuvo estacionado en Inglaterra, con el escuadrón 91; el Vc Tropical, en Malta, con el 185 escuadrón; el Mk IX en Normandía, con el 602 escuadrón, y el Mk XIV al final de la guerra, con el 132.
-¿Lo tocaron alguna vez?
-Durante la campaña de Malta, a principios de 1942, un Me 109 le destrozó la cabina, y lo hirió de cierta gravedad en el rostro y en un brazo. Tuvo que efectuar un aterrizaje de emergencia sin tren de aterrizaje. Le gustaba contarlo diciendo que tuvo la suerte de haber salido del trance sin perder ni un solo diente.
-Sobrevivir a cuatro años de guerra tiene mérito.
-Por supuesto. Tanta longevidad no era habitual en un piloto de caza. Y más si tenemos en cuenta que efectuó más de 350 misiones. Peor vio caer a muchos colegas y eso le dejó tocado. Por eso siempre decía que en realidad él debería haber muerto muchas veces. El final de la guerra le dejó un enorme vacío. Era incapaz de llevar una vida familiar convencional, y por eso su mujer lo abandonó, llevándose con ella a las dos hijas que habían tenido.
-¿Cuál es su exacto lugar en los anales de la guerra aérea?
-Johnnie Johnson, el mayor as de la RAF, acreditó 33 victorias. Charney, la mitad, entre las confirmadas y las probables. En mi opinión, los registros alemanes .las 352 victorias de Eric Hartmann, sin ir más lejos- están hinchados. Hitler necesitaba héroes para su propaganda, y si hacía falta se los inventaba.
-Para terminar: ¿cómo cree que vivió Charney la guerra de las Malvinas?
-Como todos los veteranos argentinos de la RAF que he conocido, para quienes la soberanía del archipiélago es innegociable. De hecho, los hubo que se ofrecieron voluntarios y llegaron a pilotar aviones comerciales que transportaban soldados, medicinas, armamento y provisiones entre el continente y las islas. Y hubo, en fin, que al estallar la guerra se deshicieron de las condecoraciones ganadas con las alas de la RAF.
[Esta entrevista se publicó el 3 de noviembre de 2010 en El Periòdic d'Andorra]
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Closterman: "Si pretende suicidarse, que lo haga él solo"
20 de diciembre de 1943, en algún lugar al noroeste de Francia. Un escuadrón de la RAF formado por cuatro Hurricanes y cuatro Spitfires atacan lo que parece una rampa de lanzamiento de las temibles V-1, las bombas volantes que al final de la guerra aterrorizaron Londres y que se erigieron en la penúltima baza de Hitler para cambiar el signo del conflicto. Falló, pero esta es otra historia. El caso es que después de una primera pasada, la artillería antiaérea alemana abate tres de los Hurricanes. Charney, líder del escuadrón, ordena a dos de sus Spitfires que escolten al Hurricane superviviente, y al tercero que lo acompañe en un nuevo y arriesgado raid sobre la base de las V-1: La sangre se me heló en las venas. Ken estaba completamente rodeado. Si pretende suicidarse, que lo haga él solo". Quien así habla es, atención, Pierre Clostermann, el mayor as de la aviación francesa en la II Guerra Mundial, que terminó con un score de 23 victorias confirmadas, que servía entonces a las órdenes de Charney en el escuadrón 602 City of Glasgow de la RAF. Y es uno de los muchos y jugosos episodios protagonizados por Ken que el piloto francés relata en El gran circo, su estupenda autobiografía de guerra. Hay que decir que en el raid de las V-1 Clostermann lo acabó acompañando, y que los dos salvaron el pellejo por bien poco, bien magullados y después de sendos aterrizajes de emergencia en el aeródromo de Dentley.
Hasta aquí, el relato de una derrota casi humillante. Pero no se engañe el lector, porque estamos ante dos ases de los de verdad. Así que El gran circo abunda también en victorias igualmente in extremis. La que ha pasado a los anales de la guerra aérea es la que protagonizaron el 2 de julio de 1944, en plena campaña de Normandía y sobre los cielos de Caen. Clostermann, Charney y dos pilotos más del 602 -el capitán Frank y el noruego Jonsen- son atacados por una formación de 40 Focke-Wulff 190 alemanes. Parecen muchos, y más teniendo en cuenta el momento, con Hitler jugándose el todo por el todo en Normandía, pero no seremos nosotros los que dudemos de la palabra de Pierre. El caso es que el desigual combate termina sorprendentemente bien para los buenos: Clostermann abate tres cazas enemigos, y Charney, otros dos, en una acción que les reportó sendas Distinguished Flying Cross, la preciada DFC. Deportivamente, el francés reconoce en el libro que "ciertos factores nos daban ventaja: combatíamos a 120 kilómetros de nuestra base, mientras que los cazas boches lo hacían a 200 de la suya. Así que eran los primeros en abandonar". Aun así, es difícil concebir cómo cuatro Spitfires cazaron ese día cinco Focke Wulff y dieron a la fuga a otros 35, que no está nada mal.
Hay que decir que no todo fue este colegueo de color de rosa entre nuestros dos portentosos aviadores: en otra misión sobre Abbeville, en el Somme, en diciembre de 1943, el Spitfire de Charney estuvo a punto de colisionar en pleno vuelo con el de Clostermann, que se vio obligado a ejecutar una maniobra evasiva que lo puso a tiro de los antiaéreos alemanes, los temibles Flak. Aun hay más episodios conjuntos: el fallido bombardeo del transporte Munsterland en el puerto de Cherburgo, el desastroso ataque a un convoy en Bény-Bocage, el tedio de la vida en la base de Skeabrae, en las islas Orcadas, las escapadas por los tugurios de Londres... ¿Qué pensaba Ken de esta vida de guerrero del aire? Pues demos la palabra a Meunier, que ha husmeado en los diarios de nuestro as: "No es que matar me produzca placer, pero me siento realizado cuando veo un enemigo abatido. Nos hemos entrenado exactamente para esto, y desde el principio supe que llegado el momento aplastaría a los alemanes a la menor oportunidad". Es lo que tiene la guerra, que incluso a los buenos se les pone cara de malos.
[Este artículo se publicó el 16 de noviembre de 2010 en El Periòdic d'Andorra]
de Malvinas a andorra...i spy...de casualidad encontré esta maravilla¡¡..te felicito con el alma¡¡.NO SE SI NAVEGO A TODA MAQUINA..O VUELO A LA CALLE 9 DE JULIO(BAHIA BLANCA)..CHARNEY...VOS EN EN LA QUERA..Y YO MIRANDO EL MAR.lucio
ResponderEliminarQue buen artículo. Me interesa que Ken había nacido en Quilmes.
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