El historiador Arnau González i Vilalta cuestiona en La cruïlla andorrana de 1933 el papel del obispo Guitart en los tumultuosos años 30 andorranos, y desvela la lista de solicitantes del sufragio universal, una de las causas del secuestro del Consell General
El calendario tiene estos caprichos: el miércoles inaugurábamos en Andorra la Vella un bronce en homenaje al obispo Guitart, el copríncipe episcopal de los convulsos años 20 y 30. Se lo describió entonces como un hombre especialmente próximo al pueblo, sinceramente preocupado por el mantenimiento de la neutralidad, la independencia y la soberanía nacional, y como uno de los artífices de los hitos en el camino hacia la Andorra moderna, desde la concesión de Fhasa -Fuerzas Hidroeléctricas de Andorra, SA, hoy Feda- hasta el fomento de la educación y la creación de un servicio de orden público. Casualidad o no, ni una palabra aquel día sobre 1933, uno de los años clave de su pontificado. Fue, para decirlo con la terminología que Arnau González i Vilalta (Barcelona, 1980) utiliza y reivindica sin las manías de otros historiadores, el año en que los andorranos hicieron la Revolución, el año en que los gendarmes franceses ocuparon el país, y el año en que los obreros de la hidroeléctrica -mayormente, catalanes- convocaron sendas huelgas generales, lo nunca visto por aquí arriba.
Por acción o por omisión, algo debía pintar en todo esto el señor obispo. Son precisamente estos prolíficos, apasionantes, decisivos doce meses los que el historiador catalán ha radiografiado en La cruïlla andorrana de 1933: la revolució de la modernitat (Cossetània). Guitart es, obviamente, uno de los protagonistas principales del volumen. Y no sale de él muy bien libardo, que digamos. Él obispo es uno de los responsables, dice el autor, de las "tensas" relaciones que la Mitra y el Consell General mantenían en la época. Más que tensas, prácticamente inexistentes: "Formalmente habían roto relaciones. Lo cierto es que el interlocutor principal del Consell era el delegado del copríncipe francés, que residía en Perpiñán. No digo que la actuación de Guitart fuera negativa, pero sí que tuvo un papel muy secundario y que tanto las autoridades andorranas como Francia lo dejaron de lado".
Por acción o por omisión, algo debía pintar en todo esto el señor obispo. Son precisamente estos prolíficos, apasionantes, decisivos doce meses los que el historiador catalán ha radiografiado en La cruïlla andorrana de 1933: la revolució de la modernitat (Cossetània). Guitart es, obviamente, uno de los protagonistas principales del volumen. Y no sale de él muy bien libardo, que digamos. Él obispo es uno de los responsables, dice el autor, de las "tensas" relaciones que la Mitra y el Consell General mantenían en la época. Más que tensas, prácticamente inexistentes: "Formalmente habían roto relaciones. Lo cierto es que el interlocutor principal del Consell era el delegado del copríncipe francés, que residía en Perpiñán. No digo que la actuación de Guitart fuera negativa, pero sí que tuvo un papel muy secundario y que tanto las autoridades andorranas como Francia lo dejaron de lado".
El historiador catalán Arnau González i Vilalta, autor de La cruïlla andorrana de 1933. Fotografía: Tony Lara / El Periòdic d'Andorra.
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Eso, claro, según la documentación que ha podido consultar en los archivos diplomáticos franceses depositados en Nantes, y en los departamentales de Perpiñán: "Quizás si el archivo episcopal hubiera atendido alguna de las demandas que he cursado los últimos dos años y me hubiera permitido investigar tendría otros elementos de juicio", dispara. En fin, que entre las muchas novedades que aporta La cruïlla andorrana de 1933 conviene fijarse en la lista con las firmas autógrafas de los 240 andorranos que presentan al Consell General con las reclamaciones que darán lugar a la revolución. Reclamaciones tan revolucionarias como el sufragio universal masculino para los mayores de 25 años, la publicidad de las sesiones del Consell, hasta entonces secretas, y la modernización de la administración. La chispa prendió el 5 de abril, cuando un grupo de jóvenes irrumpe en la Casa de la Vall, sede del Consell -el parlamento andorrano- cierra la puerta y se conjura para no abandonar el recinto hasta que se acepte este programa de mínimos. ¿Merece todo esto el nombre de revolución? "Para la opinión pública catalana, española, francesa y europea en general, lo parecía. Tanto por el desconocimiento absoluto sobre la realidad andorrana como también porque aquello era un caramelo para la prensa barcelonesa. Es cierto que no se puede considerar un asalto al poder, un golpe de estado propiamente dicho. Pero la confluencia de las demandas de modernización, el ejemplo de la política española y la tensión social derivada de la presencia de centenares de trabajadores de Fhasa sí que permiten hablar de revolución, si la entendemos como sinónimo de irrupción de la modernidad".
Apellidos que suenan
¿Quiénes son los instigadores de la revolución? González i Vilalta cita a los miembros de Unió Andorrana, el primer protopartido del país, donde aparecen nombres como los de Cinto Riberaygaua, Antoni Picart, Esteve Sirés y Manuel Cairat, muy influenciados por los emigrados a Barcelona y Besiers. Más que imponer una ideología, su programa consiste en una reforma de la administración que incida en la sanidad y en la educación y que sustituya el rudimentario aparato estatal existente en ese momento: "Los podríamos definir como progresistas o modernizadores, pero en el contexto andorrano del momento no es mucho decir porque cualquier reforma era modernizadora por definición". Sostiene el historiador que presunta la existencia de un partido profrancés y de otro favorable a la Mitra es una ilusión alimentada por la prensa catalana que no respondía a la realidad. Tampoco los elementos catalanistas, aglutinados en torno a Bonaventura Armengol, tuvieron influencia alguna más allá de las proclamas meramente retóricas.
Y llegamos así al otro momento álgido del año: la ocupación ejecutada por un escuadrón de medio centenar de gendarmes franceses comandados por el coronel René Baulard. La entrada se produjo el 18 de agosto, a iniciativa del copríncipe francés y con la aquiescencia del obispo Guitart, y se prolongó hasta el 9 de octubre. Lo explica también Antoni Morell en 52 dies d'ocupació? Pero, ¿por qué se decidió a intervenir, Francia? Por el cambio de régimen electoral, que los copríncipes no podían aceptar porque no se les había consultado; por la conflictividad laboral de Fhasa, el no reconocimiento del Consell por parte del veguer francés, y por la destitución del mismo Consell aprobada por el Tribunal de Corts. Todo esto es lo que convenció a Francia de que debía enviar un cuerpo de gendarmes para controlar a los obreros, disolver el Consell y convocar nuevas elecciones.
¿Se puede hablar propiamente de ocupación? "La operación se diseñó como una ocupación en toda regla: cierre de fronteras, control de las comunicaciones interiores, destitución de las autoridades locales... Y todo esto, en un país que los franceses consideraban algo propio y que tenían que tutela y proteger de posibles injerencias extranjeras. La prensa catalanista hizo especial énfasis en la ocupación, pero también la británica e incluso la norteamericana", arguye Vilalta, que añade que el especial talante de Baulard y la elección de los gendarmes entre la tropa catalanohablante ayudó a atenuar entre los andorranos la sensación de ocupación extranjera: "Aunque el hecho es que la presencia de los gendarmes fue muy mal recibida por la población". La ocupación es una buena excusa para lanzarnos a la historia-ficción y elucubrar con una hipotética anexión de Andorra (a Francia, se entiende): "Tanto los catalanistas como las autoridades españolas pretendían también apropiarse del país. El clima anticlerical de la II República parecía el escenario propicio para un cambio de soberanía. Pero había dos factores que lo impedían: la preocupación por el contagio catalanista, que preocupaba tanto en Madrid como en París, y la tajante negativa francesa a admitir la sustitución de la Mitra por el presidente de la República española. Los franceses preferían un socio menor y manejable como era el obispo de Urgel". Guitart mismo.
Y llegamos así al otro momento álgido del año: la ocupación ejecutada por un escuadrón de medio centenar de gendarmes franceses comandados por el coronel René Baulard. La entrada se produjo el 18 de agosto, a iniciativa del copríncipe francés y con la aquiescencia del obispo Guitart, y se prolongó hasta el 9 de octubre. Lo explica también Antoni Morell en 52 dies d'ocupació? Pero, ¿por qué se decidió a intervenir, Francia? Por el cambio de régimen electoral, que los copríncipes no podían aceptar porque no se les había consultado; por la conflictividad laboral de Fhasa, el no reconocimiento del Consell por parte del veguer francés, y por la destitución del mismo Consell aprobada por el Tribunal de Corts. Todo esto es lo que convenció a Francia de que debía enviar un cuerpo de gendarmes para controlar a los obreros, disolver el Consell y convocar nuevas elecciones.
¿Se puede hablar propiamente de ocupación? "La operación se diseñó como una ocupación en toda regla: cierre de fronteras, control de las comunicaciones interiores, destitución de las autoridades locales... Y todo esto, en un país que los franceses consideraban algo propio y que tenían que tutela y proteger de posibles injerencias extranjeras. La prensa catalanista hizo especial énfasis en la ocupación, pero también la británica e incluso la norteamericana", arguye Vilalta, que añade que el especial talante de Baulard y la elección de los gendarmes entre la tropa catalanohablante ayudó a atenuar entre los andorranos la sensación de ocupación extranjera: "Aunque el hecho es que la presencia de los gendarmes fue muy mal recibida por la población". La ocupación es una buena excusa para lanzarnos a la historia-ficción y elucubrar con una hipotética anexión de Andorra (a Francia, se entiende): "Tanto los catalanistas como las autoridades españolas pretendían también apropiarse del país. El clima anticlerical de la II República parecía el escenario propicio para un cambio de soberanía. Pero había dos factores que lo impedían: la preocupación por el contagio catalanista, que preocupaba tanto en Madrid como en París, y la tajante negativa francesa a admitir la sustitución de la Mitra por el presidente de la República española. Los franceses preferían un socio menor y manejable como era el obispo de Urgel". Guitart mismo.
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