La intervención del cónsul argentino en Barcelona desencalla la repatriación del as de la aviación aliada enterrado en la Massana (Andorra); el permiso de la familia, pendiente de confirmación escrita, último trámite para que los restos del piloto sean trasladadas a la localidad de Bahía Blanca.
Hacía casi dos años que no hablábamos de él y la verdad, algunos ya habíamos perdido la esperanza de que la Operación Charney, la repatriación a su Argentina natal de los restos del aviador Kenneth L. Charney (Quilmes, 1920-la Massana, 1982) que reposan en el cementerio de la Quera, llegase un día a buen (aero)puerto. El papeleo, las dificultades de reunir los fondos necesarios y el aparente desinterés de la familia, que es la que en última instancia tiene que autorizar (o no) la repatriación, habían ido retrasando el desenlace de esta apasionante aventura promovida por el historiador militar Claudio Meunier, el hombre que con una perseverancia a prueba de Focke Wulff localizó los restos del aviador en el anónimo nicho 209 de la Quera. Todo esto ocurría en 2008. Como ven, cuando todavía no le habíamos visto las orejas al lobo de la crisis. Bueno, que entonces nos las prometíamos muy felices. Y todavía más cuando en 2010 el Comú de la Massana condonó el alquiler pendiente de la tumba -impagado desde 1988, se dice rápido- e identificó con una austera lápida el paradero de Charney. Con todo este ajetreo, no es extraño que Meunier llegara a anunciar para 2011 el regreso a casa del héroe.
Charney, a la cola de un He 111 con la esvástica nazi abatido sobre la base británica de El Daba en Egipto. Fotografía: Archivo C. Meunier.
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Pero todo esto fue a parar al baúl de las buenas intenciones, y aquí parecía que iba a permanecer durante una buena temporada, quizás para siempre. Hasta ayer: la consejera de lo social de la Massana, Pilar Gabriel, contactó a través de La Querencia -la asociación que aglutina a buena parte de los argentinos residentes en Andorra- con el cónsul de su país en Barcelona, Felipe Álvarez de Toledo, de visita relámpago a la capital para resolver trámites consulares de sus conciudadanos. El objetivo era desencallar el dosier Charney. Y en este punto hay que decir, en honor a la verdad, que no deja de sorprender que haya sido precisamente el Comú quien haya tomado la iniciativa. El caso es que entre unos y otros el último vuelo de Charney parece hoy un poco más cercano que ayer. El cónsul Álvarez de Toledo confirmó ayer que el ministerio de Exteriores argentino gestionará ante las autoridades municipales de Bahía Blanca -la ciudad donde Charney se crió y donde Meunier considera que debe ser enterrado- la cesión de una tumba en El Recuerdo de Villa Harding Green, el barrio más populoso de la ciudad.
Para el tramo andorrano de la operación el dinero parece que no será un problema: la factura por la exhumación y la cremación de los restos del as ascendería -dice Gabriel- a poco más de 800 euros. Y excusará el lector que hablemos en términos tan fríamente contables de uno que abatió siete aviones del Eje, más otros seis tocados y cinco probables, por no hablar de las dos Distinguished Flying Cross -¡dos!- y el sobrenombre de El Caballero Negro que se ganó a pulso con la temeraria, casi suicida táctica de lanzarse de morros contra los escuadrones de bombarderos enemigos para romper la formación y proceder a liquidarlos uno a uno. En dos palabras: un as. De hecho, la cremación es uno de los aspectos que parece haber agilizado el expediente: a diferencia de un féretro, que requiere de un papeleo kafkiano para cruzar legalmente una frontera -y no digamos ya si son dos, la española y la argentina, y de postres hay que cruzar un océano y 10.000 kilómetros- la urna con las cenizas la puede guardar el interesado en la maleta, glups, sin necesidad de más trámites. Otra cosa es quien se hará cargo del pasaje de Meunier, si como parece el historiador es quien se encarga físicamente de la repatriación. Argentina, dice el cónsul, sólo intermediará con el consistorio de Bahía Blanca, pero no financiará la operación.
Para el tramo andorrano de la operación el dinero parece que no será un problema: la factura por la exhumación y la cremación de los restos del as ascendería -dice Gabriel- a poco más de 800 euros. Y excusará el lector que hablemos en términos tan fríamente contables de uno que abatió siete aviones del Eje, más otros seis tocados y cinco probables, por no hablar de las dos Distinguished Flying Cross -¡dos!- y el sobrenombre de El Caballero Negro que se ganó a pulso con la temeraria, casi suicida táctica de lanzarse de morros contra los escuadrones de bombarderos enemigos para romper la formación y proceder a liquidarlos uno a uno. En dos palabras: un as. De hecho, la cremación es uno de los aspectos que parece haber agilizado el expediente: a diferencia de un féretro, que requiere de un papeleo kafkiano para cruzar legalmente una frontera -y no digamos ya si son dos, la española y la argentina, y de postres hay que cruzar un océano y 10.000 kilómetros- la urna con las cenizas la puede guardar el interesado en la maleta, glups, sin necesidad de más trámites. Otra cosa es quien se hará cargo del pasaje de Meunier, si como parece el historiador es quien se encarga físicamente de la repatriación. Argentina, dice el cónsul, sólo intermediará con el consistorio de Bahía Blanca, pero no financiará la operación.
Cada día más cerca
Pero el escollo final, a estas alturas y después de un lustro no es tanto el dinero como la familia. Charney dejó viuda -June, con quien se casó en 1980 en la Massana, hoy residente en Sussex, Inglaterra- y dos hijas de un matrimonio anterior. Según Fernández de Toledo, es una de estas hijas, residente por su parte en los EEUU, con quien Meunier ha contactado y quien ha dado el consentimiento verbal para la exhumación, la cremación y la repatriación de los restos. Ahora sólo falta que estas buenas intenciones se traduzcan en un poder notarial sin el cual Charney jamás podrá moverse de la Massana. Así que de momento no hay ni calendario ni plazos, admite el cónsul, y todo está en manos de la hija norteamericana. Pero es bastante más de lo que teníamos anteayer y no nos engañemos, el apoyo de la cancillería argentina, ni que sea moral, constituye un aval en absoluto menor para una gestión de estas características. También lo es que el Comú de la Massana mantenga tres años después el interés en resolver favorablemente la última peripecia de Charney, y que Meunier haya encontrado en La Querencia un interlocutor transatlántico que le facilitará enormemente las gestiones.
En resumen: que el inquilino del nicho 209 de la Quera tiene fundadas esperanzas de adquirir más pronto que tarde billete de vuelta y ser recibido en Bahía Blanca como el héroe que es -un as de la aviación, y la máquina de matar más eficaz entre los 800 angloargentinos que se enrolaron en las fuerzas aéreas aliadas durante la II Guerra Mundial. Antes de terminar recordemos que Charney es uno de los pilotos que vuelan en El gran circo, las memorias de guerra del gran Clostermann; que fue el primero en descubrir lo que quedaba del 7º ejército pánzer en retirada, en las jornadas siguientes a Normandía -"¡Envíen a toda la aviación!"- en una gesta que ha pasado a los libros de historia -¡y a los videojuegos: vean Call of Duty!- con el nombre de la Bolsa de Falaise, y que el final de la guerra lo pilló en el Pacífico, a bordo del portaaviones HMS Smitter y a punto para la invasión de Malasia. Ah, sí: y que siempre, siempre desde que obtuvo las alas de combate, en mayo de 1941, pilotó un Spitfire, el héroe de la Batalla de Inglaterra. ¿Saben qué? Que me largo al bazar Valira a ver si queda una maqueta, quizá una Airfix, para armarla este fin de semana, que no tengo a la niña.
En resumen: que el inquilino del nicho 209 de la Quera tiene fundadas esperanzas de adquirir más pronto que tarde billete de vuelta y ser recibido en Bahía Blanca como el héroe que es -un as de la aviación, y la máquina de matar más eficaz entre los 800 angloargentinos que se enrolaron en las fuerzas aéreas aliadas durante la II Guerra Mundial. Antes de terminar recordemos que Charney es uno de los pilotos que vuelan en El gran circo, las memorias de guerra del gran Clostermann; que fue el primero en descubrir lo que quedaba del 7º ejército pánzer en retirada, en las jornadas siguientes a Normandía -"¡Envíen a toda la aviación!"- en una gesta que ha pasado a los libros de historia -¡y a los videojuegos: vean Call of Duty!- con el nombre de la Bolsa de Falaise, y que el final de la guerra lo pilló en el Pacífico, a bordo del portaaviones HMS Smitter y a punto para la invasión de Malasia. Ah, sí: y que siempre, siempre desde que obtuvo las alas de combate, en mayo de 1941, pilotó un Spitfire, el héroe de la Batalla de Inglaterra. ¿Saben qué? Que me largo al bazar Valira a ver si queda una maqueta, quizá una Airfix, para armarla este fin de semana, que no tengo a la niña.
[Este artículo se publicó el 16 de noviembre de 2013 en El Periòdic d'Andorra]
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