[He aquí un primer intento de ordenar de forma más o menos sistemática los datos, fechas, lugares y nombres que cuando se publicó el artículo -agosto de 2006, en la desaparecida revista Informacions- había ido recopilando en entrevistas y reportajes que empezaban a tener cierta unidad temática y cierto peso físico, pero a los que faltaba un hilo conductor, quizás por la inexistencia de bibliografía específica sobre la materia. Conviene tener en cuenta que aun no se habían publicado las dos monografías hoy canónicas sobre la epopeya de los pasadores en Andorra y en Cataluña, Las montañas de la libertad, de Josep Calvet, y Guies, fugitius i espies, de Claude Benet]
La historiografía académica comienza a ocuparse del papel decisivo que contrabandistas, maquis y particulares, pero también oportunistas, vividores y aventureros de todo pelaje, tuvieron durante la II Guerra Mundial en el paso de los Pirineos de pilotos aliados abatidos en los cielos de la Europa ocupada y de refugiados de todas las nacionalidades que huían de los nazis. El historiador leridano Josep Calvet se ha sumergido en los archivos del Pallars Sobirà y del Alto Urgel, ha sistematizado los datos y ha recogido el testimonio de los últimos supervivientes de aquella epopeya.
La historia de los pasadores combina épica, tragedia e idealismo, así como una persistente leyenda negra que la ha convertido en materia ideal para la ficción literaria y cinematográfica, incluso para el periodismo sensacionalista -aquella serie de reportajes de la revista Reporter de los años 70...- pero en cambio la historiografía más o menos oficial se había olvidado de ella. Sólo ahora, cuando apenas queda un puñado de supervivientes de aquella gesta que puedan evocar los hechos, los historiadores profesionales comienzan a interesarse por un episodio quizás marginal en el maremágnum de la guerra, pero que constituye la principal contribución de los vecinos de los Pirineos -convertidos en puerta de la libertad- al esfuerzo de guerra y finalmente a la victoria aliada. Calvet, que prepara una tesis doctoral sobre la materia, ha investigado los registros de las prisiones de la Seo de Urgel y de Sort, y ha sistematizado e interpretado los datos disponibles: cantidad y nacionalidad de los evadidos que acabaron en el calabozo; el periplo que seguían los que llegaban a España y eran capturados por la guardia civil de fronteras; las diferentes fases que el goteo de fugitivos experimentó durante la guerra; las peculiaridades de Andorra en este juego, y la credibilidad de los rumores de expolios, incluso de asesinatos, que salpican el episodio de los pasadores.
Sobre este último punto, el más controvertido y el que hasta la fecha ha hecho correr más tinta, Joaquim Baldrich (el Pla de Santa Maria, Tarragona, 1917-Escaldes, Andorra, 2012) ha explicado cómo en cierta ocasión en que volvía de Acs-les-Bains con dos aragoneses que como él ejercían de guías, al llegar a la cima del Port Negre le oyó decir a uno de ellos: "Aquí descansan". Los que descansaban eran dos parejas de refugiados belgas a los que, continúa Baldrich, habían asesinado y robado, después de violar a las mujeres. Calvet no cuestiona el testimonio de Baldrich -que sostiene que llegó a ver el brazo congelado de una de las víctimas enterradas en la nieva- pero tampoco oculta sus reservas sobre la rumorología que se ha generado alrededor de este oscuro punto: "Sólo he podido documentar el caso de una familia de judíos que salió de Luzenac y que se dirigía a Barcelona a través de Andorra. Después de dos meses sin tener noticias de ellos, los familiares se pusieron en contacto con el consulado español en Lyon. Se abrió una investigación y resultó que el guía los había liquidado cuando todavía se encontraban en territorio francés. Lo detuvieron. Se sabe que hubo casos de pasadores que cuando llegaban a las proximidades de la frontera abandonaban a los fugitivos, incluso los engañaban y les indicaban caminos erróneos que los acababan conduciendo a manos de los alemanes. Pero si los asesinatos hubiesen sido tan habituales como en ocasiones que ha dicho, tendríamos más denuncias como las de esta familia judía. Además, hay que tener en cuenta que todo este asunto se presta a la especulación y al sensacionalismo, y acusaciones tan graves hay que probarlas. No vale con los rumores."
Calvet ha determinado que fueron alrededor de 60.000 los fugitivos detenidos por la guardia civil después de cruzar los Pirineos. De esta cifra infiere que el total de los evadidos -incluidos los que no fueron capturados- podría oscilar entre los 80.000 y los 100.000 para toda la cadena. Por lo que respecta a nacionalidades, y tomando como referencia los detenidos en 1943, entre el 70 y el 80% eran ciudadanos franceses o canadienses -en realidad, muchos de estos últimos eran franceses que se hacían pasar por quebequeses; les seguían en orden de importancia los polacos (un 5% del total), belgas (4%), y británicos, norteamericanos y holandeses (un 3% para cada una de estas nacionalidades).
El paso de refugiados experimentó tres fases bien diferenciadas: hasta mediados de 1941 no había otro obstáculo que el burocrático. Aunque no se trataba de un obstáculo menor: había que presentar pasaporte en regla, visado de tránsito por Francia y España, y atención, un pasaje de barco que acreditara que aquella persona estaba efectivamente en tránsito.A partir de esta fecha, los consulados españoles dejan de expedir visados, se impermeabiliza la frontera y toda persona capturada en una franja de cinco kilómetros a partir de la frontera era inmediatamente repatriada. Una disposición que sólo se aplicaba -y no siempre- en lugares como el Ampurdán, donde la repatriación era sencilla. En el Pirineo central catalán, los detenidos eran mayoritariamente internados. Judíos, polacos y pilotos aliados conforan mayoritariamente estas primeras oleadas de refugiados. Los franceses empezaron a aumentar en número a partir de la ocupación de Vichy, en noviembre de 1942: huían del Servicio de Trabajo Obligatorio (STO) decretado por los alemanes, o pretendían unirse a las tropas de la Francia Libre que operaban en África. El destino habitual de los franceses era Casablanca; la de ingleses y norteamericanos, Gibraltar. El goteo de judíos comienza a declinar en los primeros meses de 1943, cuando los que se habían concentrado en Vichy han conseguido huir o han sido capturados y deportados a los campos de exterminio.
Una vez en manos de las autoridades españolas, y si conseguían evitar la repatriación fulminante, el primer paso era el confinamiento en la prisión del partido judicial -el actual parador de turismo, en el caso de la Seo- y la expedición más o menos inmediata al seminario viejo de Lérida, y de aquí a los campos de internamiento, especialmente Miranda de Ebro -nada que envidiar a los tristemente célebres de Argélers, Barcarès i Sant Cebrià-, Rocallaura i Figueras. Este era el destino habitual de los hombres en edad militar, entre los 18 y los 40 años. El internamiento, que podía prolongarse hasta seis meses, se fue acortando, especialmente a partir de enero de 1943, cuando la batalla de Stalingrado despejó dudas y dejó claro que la derrota alemana era sólo cuestión de tiempo, y convenció a las autoridades franquistas que convenía estar a buenas con los aliados. Los aviadores recibían habitualmente un trato privilegiado, dentro de este contexto: en la Seo, por ejemplo, los derivaban a los hoteles Andria y Mundial; en Sort, al Pessets. Mujeres y niños quedaban en libertad si eran detenidos en Lérida, y la política oficiosa era la de no separarlos del cabeza de familia. En Gerona, en cambio, hombres, mujeres y niños eran separados: ellos acababan en el campo de internamiento; ellas, en la prisión de mujeres; los pequeños, en el hospicio.
El campo de internamiento ha dejado un recuerdo nefasto en muchos de los que experimentaron en carne propia, sobre todo el superpoblado de Miranda. Es el caso del político luxemburgués Emile Krieps (1920-1998), ministro de Defensa en los años 80 y que, según ha comprobado Calvet, pasó por los Pirineos -probablemente a través de Andorra, quizás de la Cerdaña- en noviembre de 1942: "Conservó durante toda la vida un cierto resentimiento hacia España. Como él, hay muchos otros que no perdonan el trato que recibieron como refugiados. Pero si bien son ciertas las privaciones que padecieron, así como las durísimas condiciones de vida en los campos, también lo es que no se pueden comparar con las que imperaban en los campos nazis. Como me explicó una vez uno de estos fugitivos, judío en su caso, el internamiento era tan sólo una etapa de un camino que en su caso terminó en los EEUU. Su hermano, que prefirió quedarse en Bélgica, fue deportado y no sobrevivió".
¿Cuál es el papel de Andorra en todo este tráfico? Las cadenas de evasión descubrieron el Principado en 1942, cuando españoles y alemanes estrechan la vigilancia de los pasos más accesibles, como el Ampurdán y el País Vasco. La escasa bibliografía existente ha dejado constancia de que desde Andorra operaban como mínimo las cadenas Alexis, la de Francesc Viadiu; la de Antoni Forné y Joaquim Baldrich -bautizada a posteriori como Tolosa-la Massana-Barcelona- y la mucho más célebre línea Ponzán, con base en el hotel París de Tolosa. "Teniendo en cuenta que Andorra era relativamente accesible desde el punto de vista orográfico -y por lo tanto, especialmente apta para familias con niños y personas mayores- era previsible una amplia lista de detenidos en la caserna de la Seo. Pero sorprendentemente, sólo constan unos 400 nombres. Poquísimos si lo comparamos con los alrededor de 3.000 registrados en Sort, etapa final de una vía mucho más difícil. ¿Por qué se produce, este fenómeno? Quizás porque los guardias de la Seo estaban más untados que los de otros puestos fronterizos. Quizás porque los pasadores andorranos obtuvieron unas altas cotas de eficacia debido a que eran en su mayoría contrabandistas profesionales, y no aventureros ocasionales". Añadamos que Badrich sostiene que a lo largo de su carrera como guía pasó a 380 refugiados -y sin ninguna baja, como le gusta recordar- una cifra que ella sola casi iguala la de los que fueron capturados por las autoridades españolas en la Seo. Y por lo que parece, por aquí había unos cuantos Baldrichs más.
Aparte de los guías sin escrúpulos que se aprovecharon del estado de necesidad de los fugitivos, Calvet ha seguido la pista de otro aventurero que vio la ocasión de pescar en río revuelto: un tal Fornesa, agente de bolsa que había tenido cierto papel político en la Seo antes de 1936, refugiado en París durante la guerra civil y que reaparece en 1940 en la capital del Alto Urgel: según el historiador, los servicios secretos españoles lo tenían fichado como agente de una cadena que operaba desde Sant Julià de Lòria.
Si el paso de fugitivos es un hecho contrastadísimo y relativamente conocido, no lo es tanto -por no decir en absoluto- la última aportación de Calvet: el tráfico de refugiados no se acabó en Andorra con el desembarco de Normandía y la liberación de Francia, en el segundo semestre de 1944. Al contrario, hasta 1949 -cuatro años después del fin de la guerra- las rutas de evasión continuaron abiertas y activas. Ahora ya no eran judíos perseguidos, ni pilotos aliados abatidos, ni personalidades políticas de los países ocupados, sino oficiales alemanes, militantes o simpatizantes del partido nazi -Calvet se atreve a hablar de decenas, quizás un centenar de ellos- que habían conseguido evadirse de los campos de prisioneros aliados. Esperaban encontrar refugio en la España franquista, y quizás ayuda para trasladarse a la América del Sur: "No eran jerarcas como Léon Degrelle o Pierre Laval, sino cuadros medios u oficiales de baja graduación, y Franco no dudó en entregarlos a los aliados si los cazaba". En estos casos, y contrariamente a las cadenas que operaban durante la guerra -que desembocaban mayoritariamente en el Alto Urgel o la Cerdaña por Os de Civís, la Portella de Joan Antoni y el valle de Incles- las rutas seguidas por los epígonos del nazismo penetraban en el Pallars Sobirà por el lugar de Tor, que añade sí otro elemento siniestro a su peculiar y sangrienta historia.
Mientras Calvet encarna a la nueva generación de investigadores que aborda sistemáticamente uno de los momentos más apasionantes y mal conocidos de nuestra historia reciente, el empresario Claude Benet representa al historiador aficionado que lucha -con frecuencia contra los elementos- para salvar del olvido los últimos esbozos de memoria de esta gesta. Estirando el hilo de Baldrich, Benet ha llevado a cabo un trabajo detectivesco para localizar a supervivientes de aquella epopeya. Suyos son testimonios inéditos como el de Réné Felez, passeur de Acs dels Tèrmens, que transportaba personas y documentos a través de Andorra y que en cierta ocasión presenció, sostiene, cómo una patrulla alemana entraba en el valle de Incles, en territorio andorrano y, por tanto, fuera de la jurisdicción de las tropas germanas. "Tuvo la fortuna de que no se les ocurrió entrar en la cabaña -todavía hoy existente- en que se había ocultado. Pero la anécdota demuestra que, contra lo que se acostumbra a decir, los alemanes sí que patrullaban por Andorra, aunque fuera discretamente."
Entre los nombres propios rescatados por Benet están los de Maurice Roth, judío francés residente actualmente en Haifa (Israel), a quien sus padres habían ocultado en una granja gentil a la edad de 7 años para evitarle la deportación: "De Andorra sólo recuerda el nombre, y desde entonces esta palabra ha sido para él sinónimo de libertad. Tenemos que ponernos en la piel de esta pobre gente que llegaba a un lugar, Andorra, del que probablemente nunca antes habían oído hablar, después de haber caminado decenas, puede que centenares de kilómetros en condiciones generalmente muy precarias". Roth ha escrito parte del periplo en sus memorias, L'enfant coq. Benet también contactó con el sargento Maurice Collins, piloto del 226 escuadrón de bombardeo de la RAF, abatido en el norte de Francia y que llegó por sus propios medios a Andorra a finales de 1942.
Una tercera historia es la de monsieur Tonneau, cónsul belga en la ciudad francesa de Foix y antinazi notorio, pero a quien su afición a la bebida convirtió en un delator involuntario. Cuando su indiscreción se convirtió en una amenaza para la seguridad de las cadenas de evasión, los servicios secretos ingleses lo hicieron nombrar cónsul de Bélgica en Andorra. Y monsieur Tonneau desapareció sin dejar rastro cuando se dirigía a tomar posesión de su nuevo cargo... Más incierto, pero mucho más flamante, es el caso del mariscal Lattre de Tassigny, que había dado a las fuerzas bajo su mando la orden de resistir la ocupación alemana de la Francia de Vichy, y que por esta razón fue recluido en Riom: "Un passeur me explicó que había conducido a un alto oficial francés que al llegar a Andorra se desabrochó la guerrera y sacó una bandera tricolor que llevaba oculta en el pecho. Quizás fuese Lattre..." Una escena sospechosamente cinematográfica convendrá el lector, que obliga a consignarla entre interrogantes, como piadosamente indica Benet. De hecho, otras fuentes aseguran que el futuro mariscal -y jefe de las fuerzas francesas en Indochina- escapó a bordo de un avión de la RAF que lo recogió en la localidad de Manziat dans l'Ain...
Sea o no cierto -como el supuesto paso por Andorra de parte de la familia Rotshchild, que Alberto Poveda apunta en Paso clandestino, la historia de Lattre pone en evidencia la necesidad de poner algo de orden y de rigor académico en una materia tan apropiada para la mistificación. El mismo Benet se sorprende del escaso eco que ha despertado el caso de Baldrich, hasta el punto que ha tenido un historiador foráneo, el mismo Calvet, quien ha recogido el testimonio del último de nuestros pasadores para un documental: "Es un tema difícil, en el que no todos sus participantes jugaron limpio. Hay quien cree que es mejor dejarlo como está y no revolver el asunto. Pero precisamente por este mismo motivo, considero que hay que recordar y honrar a los muchos que sabemos que actuaron honorablemente. Entiendo que justo después de la guerra, cuando afluyeron a Andorra inmigrantes de muy diverso color político, evitar según qué temas evitaba incómodas confrontaciones. Pero ha pasado mucho tiempo y no debemos tener miedo a conocer nuestro pasado".
La historia de los pasadores combina épica, tragedia e idealismo, así como una persistente leyenda negra que la ha convertido en materia ideal para la ficción literaria y cinematográfica, incluso para el periodismo sensacionalista -aquella serie de reportajes de la revista Reporter de los años 70...- pero en cambio la historiografía más o menos oficial se había olvidado de ella. Sólo ahora, cuando apenas queda un puñado de supervivientes de aquella gesta que puedan evocar los hechos, los historiadores profesionales comienzan a interesarse por un episodio quizás marginal en el maremágnum de la guerra, pero que constituye la principal contribución de los vecinos de los Pirineos -convertidos en puerta de la libertad- al esfuerzo de guerra y finalmente a la victoria aliada. Calvet, que prepara una tesis doctoral sobre la materia, ha investigado los registros de las prisiones de la Seo de Urgel y de Sort, y ha sistematizado e interpretado los datos disponibles: cantidad y nacionalidad de los evadidos que acabaron en el calabozo; el periplo que seguían los que llegaban a España y eran capturados por la guardia civil de fronteras; las diferentes fases que el goteo de fugitivos experimentó durante la guerra; las peculiaridades de Andorra en este juego, y la credibilidad de los rumores de expolios, incluso de asesinatos, que salpican el episodio de los pasadores.
Sobre este último punto, el más controvertido y el que hasta la fecha ha hecho correr más tinta, Joaquim Baldrich (el Pla de Santa Maria, Tarragona, 1917-Escaldes, Andorra, 2012) ha explicado cómo en cierta ocasión en que volvía de Acs-les-Bains con dos aragoneses que como él ejercían de guías, al llegar a la cima del Port Negre le oyó decir a uno de ellos: "Aquí descansan". Los que descansaban eran dos parejas de refugiados belgas a los que, continúa Baldrich, habían asesinado y robado, después de violar a las mujeres. Calvet no cuestiona el testimonio de Baldrich -que sostiene que llegó a ver el brazo congelado de una de las víctimas enterradas en la nieva- pero tampoco oculta sus reservas sobre la rumorología que se ha generado alrededor de este oscuro punto: "Sólo he podido documentar el caso de una familia de judíos que salió de Luzenac y que se dirigía a Barcelona a través de Andorra. Después de dos meses sin tener noticias de ellos, los familiares se pusieron en contacto con el consulado español en Lyon. Se abrió una investigación y resultó que el guía los había liquidado cuando todavía se encontraban en territorio francés. Lo detuvieron. Se sabe que hubo casos de pasadores que cuando llegaban a las proximidades de la frontera abandonaban a los fugitivos, incluso los engañaban y les indicaban caminos erróneos que los acababan conduciendo a manos de los alemanes. Pero si los asesinatos hubiesen sido tan habituales como en ocasiones que ha dicho, tendríamos más denuncias como las de esta familia judía. Además, hay que tener en cuenta que todo este asunto se presta a la especulación y al sensacionalismo, y acusaciones tan graves hay que probarlas. No vale con los rumores."
Calvet ha determinado que fueron alrededor de 60.000 los fugitivos detenidos por la guardia civil después de cruzar los Pirineos. De esta cifra infiere que el total de los evadidos -incluidos los que no fueron capturados- podría oscilar entre los 80.000 y los 100.000 para toda la cadena. Por lo que respecta a nacionalidades, y tomando como referencia los detenidos en 1943, entre el 70 y el 80% eran ciudadanos franceses o canadienses -en realidad, muchos de estos últimos eran franceses que se hacían pasar por quebequeses; les seguían en orden de importancia los polacos (un 5% del total), belgas (4%), y británicos, norteamericanos y holandeses (un 3% para cada una de estas nacionalidades).
El paso de refugiados experimentó tres fases bien diferenciadas: hasta mediados de 1941 no había otro obstáculo que el burocrático. Aunque no se trataba de un obstáculo menor: había que presentar pasaporte en regla, visado de tránsito por Francia y España, y atención, un pasaje de barco que acreditara que aquella persona estaba efectivamente en tránsito.A partir de esta fecha, los consulados españoles dejan de expedir visados, se impermeabiliza la frontera y toda persona capturada en una franja de cinco kilómetros a partir de la frontera era inmediatamente repatriada. Una disposición que sólo se aplicaba -y no siempre- en lugares como el Ampurdán, donde la repatriación era sencilla. En el Pirineo central catalán, los detenidos eran mayoritariamente internados. Judíos, polacos y pilotos aliados conforan mayoritariamente estas primeras oleadas de refugiados. Los franceses empezaron a aumentar en número a partir de la ocupación de Vichy, en noviembre de 1942: huían del Servicio de Trabajo Obligatorio (STO) decretado por los alemanes, o pretendían unirse a las tropas de la Francia Libre que operaban en África. El destino habitual de los franceses era Casablanca; la de ingleses y norteamericanos, Gibraltar. El goteo de judíos comienza a declinar en los primeros meses de 1943, cuando los que se habían concentrado en Vichy han conseguido huir o han sido capturados y deportados a los campos de exterminio.
Una vez en manos de las autoridades españolas, y si conseguían evitar la repatriación fulminante, el primer paso era el confinamiento en la prisión del partido judicial -el actual parador de turismo, en el caso de la Seo- y la expedición más o menos inmediata al seminario viejo de Lérida, y de aquí a los campos de internamiento, especialmente Miranda de Ebro -nada que envidiar a los tristemente célebres de Argélers, Barcarès i Sant Cebrià-, Rocallaura i Figueras. Este era el destino habitual de los hombres en edad militar, entre los 18 y los 40 años. El internamiento, que podía prolongarse hasta seis meses, se fue acortando, especialmente a partir de enero de 1943, cuando la batalla de Stalingrado despejó dudas y dejó claro que la derrota alemana era sólo cuestión de tiempo, y convenció a las autoridades franquistas que convenía estar a buenas con los aliados. Los aviadores recibían habitualmente un trato privilegiado, dentro de este contexto: en la Seo, por ejemplo, los derivaban a los hoteles Andria y Mundial; en Sort, al Pessets. Mujeres y niños quedaban en libertad si eran detenidos en Lérida, y la política oficiosa era la de no separarlos del cabeza de familia. En Gerona, en cambio, hombres, mujeres y niños eran separados: ellos acababan en el campo de internamiento; ellas, en la prisión de mujeres; los pequeños, en el hospicio.
El campo de internamiento ha dejado un recuerdo nefasto en muchos de los que experimentaron en carne propia, sobre todo el superpoblado de Miranda. Es el caso del político luxemburgués Emile Krieps (1920-1998), ministro de Defensa en los años 80 y que, según ha comprobado Calvet, pasó por los Pirineos -probablemente a través de Andorra, quizás de la Cerdaña- en noviembre de 1942: "Conservó durante toda la vida un cierto resentimiento hacia España. Como él, hay muchos otros que no perdonan el trato que recibieron como refugiados. Pero si bien son ciertas las privaciones que padecieron, así como las durísimas condiciones de vida en los campos, también lo es que no se pueden comparar con las que imperaban en los campos nazis. Como me explicó una vez uno de estos fugitivos, judío en su caso, el internamiento era tan sólo una etapa de un camino que en su caso terminó en los EEUU. Su hermano, que prefirió quedarse en Bélgica, fue deportado y no sobrevivió".
¿Cuál es el papel de Andorra en todo este tráfico? Las cadenas de evasión descubrieron el Principado en 1942, cuando españoles y alemanes estrechan la vigilancia de los pasos más accesibles, como el Ampurdán y el País Vasco. La escasa bibliografía existente ha dejado constancia de que desde Andorra operaban como mínimo las cadenas Alexis, la de Francesc Viadiu; la de Antoni Forné y Joaquim Baldrich -bautizada a posteriori como Tolosa-la Massana-Barcelona- y la mucho más célebre línea Ponzán, con base en el hotel París de Tolosa. "Teniendo en cuenta que Andorra era relativamente accesible desde el punto de vista orográfico -y por lo tanto, especialmente apta para familias con niños y personas mayores- era previsible una amplia lista de detenidos en la caserna de la Seo. Pero sorprendentemente, sólo constan unos 400 nombres. Poquísimos si lo comparamos con los alrededor de 3.000 registrados en Sort, etapa final de una vía mucho más difícil. ¿Por qué se produce, este fenómeno? Quizás porque los guardias de la Seo estaban más untados que los de otros puestos fronterizos. Quizás porque los pasadores andorranos obtuvieron unas altas cotas de eficacia debido a que eran en su mayoría contrabandistas profesionales, y no aventureros ocasionales". Añadamos que Badrich sostiene que a lo largo de su carrera como guía pasó a 380 refugiados -y sin ninguna baja, como le gusta recordar- una cifra que ella sola casi iguala la de los que fueron capturados por las autoridades españolas en la Seo. Y por lo que parece, por aquí había unos cuantos Baldrichs más.
Aparte de los guías sin escrúpulos que se aprovecharon del estado de necesidad de los fugitivos, Calvet ha seguido la pista de otro aventurero que vio la ocasión de pescar en río revuelto: un tal Fornesa, agente de bolsa que había tenido cierto papel político en la Seo antes de 1936, refugiado en París durante la guerra civil y que reaparece en 1940 en la capital del Alto Urgel: según el historiador, los servicios secretos españoles lo tenían fichado como agente de una cadena que operaba desde Sant Julià de Lòria.
Si el paso de fugitivos es un hecho contrastadísimo y relativamente conocido, no lo es tanto -por no decir en absoluto- la última aportación de Calvet: el tráfico de refugiados no se acabó en Andorra con el desembarco de Normandía y la liberación de Francia, en el segundo semestre de 1944. Al contrario, hasta 1949 -cuatro años después del fin de la guerra- las rutas de evasión continuaron abiertas y activas. Ahora ya no eran judíos perseguidos, ni pilotos aliados abatidos, ni personalidades políticas de los países ocupados, sino oficiales alemanes, militantes o simpatizantes del partido nazi -Calvet se atreve a hablar de decenas, quizás un centenar de ellos- que habían conseguido evadirse de los campos de prisioneros aliados. Esperaban encontrar refugio en la España franquista, y quizás ayuda para trasladarse a la América del Sur: "No eran jerarcas como Léon Degrelle o Pierre Laval, sino cuadros medios u oficiales de baja graduación, y Franco no dudó en entregarlos a los aliados si los cazaba". En estos casos, y contrariamente a las cadenas que operaban durante la guerra -que desembocaban mayoritariamente en el Alto Urgel o la Cerdaña por Os de Civís, la Portella de Joan Antoni y el valle de Incles- las rutas seguidas por los epígonos del nazismo penetraban en el Pallars Sobirà por el lugar de Tor, que añade sí otro elemento siniestro a su peculiar y sangrienta historia.
Mientras Calvet encarna a la nueva generación de investigadores que aborda sistemáticamente uno de los momentos más apasionantes y mal conocidos de nuestra historia reciente, el empresario Claude Benet representa al historiador aficionado que lucha -con frecuencia contra los elementos- para salvar del olvido los últimos esbozos de memoria de esta gesta. Estirando el hilo de Baldrich, Benet ha llevado a cabo un trabajo detectivesco para localizar a supervivientes de aquella epopeya. Suyos son testimonios inéditos como el de Réné Felez, passeur de Acs dels Tèrmens, que transportaba personas y documentos a través de Andorra y que en cierta ocasión presenció, sostiene, cómo una patrulla alemana entraba en el valle de Incles, en territorio andorrano y, por tanto, fuera de la jurisdicción de las tropas germanas. "Tuvo la fortuna de que no se les ocurrió entrar en la cabaña -todavía hoy existente- en que se había ocultado. Pero la anécdota demuestra que, contra lo que se acostumbra a decir, los alemanes sí que patrullaban por Andorra, aunque fuera discretamente."
Entre los nombres propios rescatados por Benet están los de Maurice Roth, judío francés residente actualmente en Haifa (Israel), a quien sus padres habían ocultado en una granja gentil a la edad de 7 años para evitarle la deportación: "De Andorra sólo recuerda el nombre, y desde entonces esta palabra ha sido para él sinónimo de libertad. Tenemos que ponernos en la piel de esta pobre gente que llegaba a un lugar, Andorra, del que probablemente nunca antes habían oído hablar, después de haber caminado decenas, puede que centenares de kilómetros en condiciones generalmente muy precarias". Roth ha escrito parte del periplo en sus memorias, L'enfant coq. Benet también contactó con el sargento Maurice Collins, piloto del 226 escuadrón de bombardeo de la RAF, abatido en el norte de Francia y que llegó por sus propios medios a Andorra a finales de 1942.
Una tercera historia es la de monsieur Tonneau, cónsul belga en la ciudad francesa de Foix y antinazi notorio, pero a quien su afición a la bebida convirtió en un delator involuntario. Cuando su indiscreción se convirtió en una amenaza para la seguridad de las cadenas de evasión, los servicios secretos ingleses lo hicieron nombrar cónsul de Bélgica en Andorra. Y monsieur Tonneau desapareció sin dejar rastro cuando se dirigía a tomar posesión de su nuevo cargo... Más incierto, pero mucho más flamante, es el caso del mariscal Lattre de Tassigny, que había dado a las fuerzas bajo su mando la orden de resistir la ocupación alemana de la Francia de Vichy, y que por esta razón fue recluido en Riom: "Un passeur me explicó que había conducido a un alto oficial francés que al llegar a Andorra se desabrochó la guerrera y sacó una bandera tricolor que llevaba oculta en el pecho. Quizás fuese Lattre..." Una escena sospechosamente cinematográfica convendrá el lector, que obliga a consignarla entre interrogantes, como piadosamente indica Benet. De hecho, otras fuentes aseguran que el futuro mariscal -y jefe de las fuerzas francesas en Indochina- escapó a bordo de un avión de la RAF que lo recogió en la localidad de Manziat dans l'Ain...
Sea o no cierto -como el supuesto paso por Andorra de parte de la familia Rotshchild, que Alberto Poveda apunta en Paso clandestino, la historia de Lattre pone en evidencia la necesidad de poner algo de orden y de rigor académico en una materia tan apropiada para la mistificación. El mismo Benet se sorprende del escaso eco que ha despertado el caso de Baldrich, hasta el punto que ha tenido un historiador foráneo, el mismo Calvet, quien ha recogido el testimonio del último de nuestros pasadores para un documental: "Es un tema difícil, en el que no todos sus participantes jugaron limpio. Hay quien cree que es mejor dejarlo como está y no revolver el asunto. Pero precisamente por este mismo motivo, considero que hay que recordar y honrar a los muchos que sabemos que actuaron honorablemente. Entiendo que justo después de la guerra, cuando afluyeron a Andorra inmigrantes de muy diverso color político, evitar según qué temas evitaba incómodas confrontaciones. Pero ha pasado mucho tiempo y no debemos tener miedo a conocer nuestro pasado".
[Este reportaje se publicó en agosto de 2006 en la revista Informacions]
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