Incursiones relámpago, estilo Sturmtruppen, en episodios que tuvieron lugar en Andorra y cercanías durante la Guerra Civil española, la II Guerra Mundial y las dos postguerras, con ocasionales singladuras a alta mar, a ultramar y si conviene incluso más allá.
[Fotografía de portada: El Pas de la Casa (Andorra), 16 de enero de 1944. La esvástica ondea en el mástil del puesto de la aduana francesa. Copyright: Fondo Francesc Pantebre / Archivo Nacional de Andorra]

viernes, 30 de mayo de 2014

Crónica negra a la andorrana: un esbozo

El periodista mallorquín Sebastià Bennasar incluye media docena de casos andorranos entre los 501 crims que has de conèixer abans de morir; el volumen pasa lista a medio millar de casos de homicidio, secuestro, estafa, corrupción, violación y bandolerismo cometidos desde el siglo V hasta hoy en los territorios de habla catalana.

La crónica negra de este país todavía no ha sido escrita. He aquí una labor quizás poco grata para estómagos sensibles y mentes bienpensantes, de esas que sostienen que por aquí arriba no ocurren según que cosas. Pero convendría ir poniéndose manos a la obra porque si no lo hacemos nosotros nos lo harán ellos, con poco, mucho o ningún conocimiento de causa. La prueba ya la tenemos aquí: el periodista mallorquín Sebastià Bennasar (Palma, 1976) ha incluido una docena de casos don Denominación de Origen Pirineos -seis andorranos, cuatro del Alto Urgel, y dos más de la Cerdaña: aquí pincha todo bicho viviente- entre los 501 crims que has de conèixer abans de morir (Ara Llibres), una especie de Quien es Quien de nuestra criminalidad que recoge como dice el título medio millar de casos (y uno de propina) documentados en los territorios de habla catalana exactamente entre el 415 -año en que el rey godo Ataúlfo, que se lo montaba en Barcelona, probó el amargo y frío sabor de la espada- y 2010, el año en que la Garrotxa se hermanó con Puerto Hurraco (y alrededores) gracias al asesino de la Caridad y al sherif de Olot.

Hay un poco de todo: atracos y también secuestros, pequeñas y grandes estafas, corruptelas y corrupciones a gran escala, bandolerismo, pistolerismo, envenenamientos, descuartizamientos, terrorismo de izquierdas y de derechas, fugas espectaculares -no se pierdan la protagonizada en 1993 por Martí Cots, apodado el Rambo de la Cerdaña, caso celebre por estas latitudes que es, por cierto, uno de los preferidos del autor- y sobre todo, asesinatos. Muchos asesinatos. El denominador común de estos 501 crims es -ya se ha dicho- la, ejem, catalanidad de sus protagonistas. Y que no se ofendan (demasiado) ni valencianos ni mallorquines ni andorranos. También son extensivas a todos estos territorios (y a todos los demás, sospechamos) las conclusiones de Bennasar: "Si algo hemos aprendido rodeados de criminales es que la vida humana es muy vulnerable, que con frecuencia no vale gran cosa, y que la muerte ronda por nuestra casa mucho más de lo que querríamos". No hay aquí lugar para el hecho diferencial, ya saben, el raca raca de los primeros años del pujolismo: por lo que respecta a crímenes, criminales y criminalidad, "somos un país bastante normal", sostiene.

Así que Andorra también aporta su cuota de sangre y vísceras. Seis casos, exactamente, que podrían constituir el esbozo de la crónica negra local que, decíamos al comienzo, reclama su relato con urgencia. Vaya por delante que por aquí arriba priman los casos de sangre. El autor los ha ordenado cronológicamente: el primero de la lista data de 1969 y es un crimen pasional -según la terminología de la época- que hoy encajaría mejor bajo la etiqueta de violencia doméstica... si no fuera porque en esta ocasión la víctima fue él, y no ella. Y ya se sabe que no es lo mismo. En octubre de aquel año, una chica granadina que había trabajado como camarera en un hotel de Andorra la Vella clavó un cuchillo de carnicero que había tomado en la cocina en el corazón del hijo de los propietarios, que en aquel momento dormía en su habitación -en la de él, no en la de ella: "El chico intentó extraer el cuchillo, pero cayó al suelo sin fuerzas; ella, ensangrentada, salió al comedor, abrió los ventanales y se lanzó al vacío": ¿El móvil? El temor de la homicida a que el novio la abandonara por otra.

Homofobia, mafia y narcotráfico
El segundo caso andorrano es el infame asesinato de Nuno Robeiro, en abril de 2000, en el callejón que en la época se encontraba tras la cava Benito de Escaldes. Un crimen que sacudió a un país entero por el sádico encarnizamiento de sus autores -"Nuno murió a consecuencia de las patadas que le propinaron en la cara y en la cabeza", recuerda el autor- y por el tufo homófobo del caso. Los asesinos fueron detenidos inmediatamente. Si el asesinato de Ribeiro descubrió a los andorranos la existencia de una criminalidad inédita hasta entonces en este país, el tiroteo del hotel Roc de Caldes de Escaldes, en febrero de 2006, saldado con dos víctimas mortales y el subsiguiente suicidio del asesino, el ciudadano chino Xu Huainan, suposo el regreso de Andorra al submundo de la criminalidad internacional. Un capítulo que se había abierto a lo grande, con toques de Guerra Fría, en febrero de 2004 y con la muerte a machetazos de un turista ruso en la habitación de su hotel en Soldeu, un caso de regusto también mafioso -se llegó a detener a un ciudadano israelí de origen ruso- pero que se ha fundido en el tiempo como las lágrimas del replicante Roy en la lluvia interestelar.

Pero volvamos a Xu: Bennasar especula que liquidó a sus víctimas "por un venganza con trasfondo económico", y destaca que el homicida, antes de suicidarse, destruyó la tarjeta de su móvil. Y esto es todo, porque del caso nunca más se supo. El último caso es probablemente uno de los mas siniestros. De nuevo, violencia doméstica; y de nuevo, la víctima mortal es él. Los hechos ocurrieron el 9 de agosto de 2010 en un piso de la avenida Fiter i Rossell de Escaldes. La mujer apuñaló al marido, dice Bennasar, lo ocultó en un saco y se delató al pedir a unos pintores que trabajaban en el edificio que le hicieran el favor de bajarle el bulto hasta la calle: en ello estaban cuando una de las bolsas en que había envuelto el cuerpo troceado se rompió y empezó a gotear sangre. La policía lo tuvo como es de suponer fácil, muy fácil.

Comparados con los anteriores, los dos últimos casos que completan la lista negra andorrana son casi un juego de niños: el primero lleva el sello del terrorismo de extrema derecha que sacudió España (y algo también Andorra) durante la Transición, y vincula a un tal Miguel Gómez Benet, exconsejero nacional del Movimiento, con una finca de Sant Julià de Lòria -no dice cuál- y con el contrabando de armas -200 pistolas belgas y 25 fusiles ametralladores checos- que después fueron utilizados para atentar contra la revista satírica El Papus. Hay que suponer que no todas, porque de otra manera hubieran atentado no contra un revista, sino contra todo el barrio.

Todavía más light, contemplado desde esta perspectiva, es el blanqueo de dinero procedente del narcotráfico destapado en noviembre de 2010, con una banda que tenía su centro de operaciones "en una sucursal bancaria de Escaldes". No se sorprendan de la reserva a la hora de dar nombres de entidades financieras: la prensa andorrana no los vincula jamás de forma concreta e individual con la criminalidad internacional. En este caso, la red estaba integrada, entre otros personajes de honorable reputación, por un agente de policía y dos banqueros. Tampoco los nombres de los sospechosos, que fueron debidamente detenidos, se conocieron jamás. Son los únicos criminales anónimos de la lista. Pero es que mi país y yo somos así, señora.

Tor, el Rambo de la Cerdaña y el crimen del hotel Avenida
El Alto Urgel y la Cerdaña también enseñan la patita en este particular tour por la criminalidad de montaña. Los honores mediáticos son, naturalmente, para Tor, con la rivalidad histórica entre el Palana y el Sansa y su reguero de sangre, de sobras conocido. Bennasar también reconstruye el doble crimen del hotel Avenida de la Seo, con ramificaciones andorranas porque las dos víctimas fueron muertos otra vez a machetazos a cuenta de una remesa de material electrónico sustraída en Andorra. Fue en junio de 1996, y el único detenido por los estos hechos acusó a su vez a un supuesto ciudadano filipino de quien naturalmente nunca más se supo.

No muy lejos de la Seo, en Pont de Bar, tuvo lugar en 1997 el apuñalamiento y tiroteo del propietario del cámping de Ardaix. Fue acusada del crimen la esposa de la víctima, Carme Badia, que se libró por falta de pruebas y a la que el lector probablemente recuerde porque en 2004 fue nuevamente detenida, ahora bajo la acusación de haber asesinado, en Barcelona, a la psicóloga Anna Permanyer. La lista se completa con el espectacular periplo de Martí Cots, alias el Rambo de la Cerdaña, de ofici, payés, que una vez detenido solicitó ser encerrado en una prisión "donde hubiera vacas". Fue acusado de asesinar en 2004 en Puigcerdá a una prostituta camerunesa: la apuñaló y la lanzó el río Segre cuando aún respiraba. Lo condenaron a cinco años, así que el tío debe de andar por ahí.

[Este artículo se publicó el 31 de agosto de 2011 en El Periòdic d'Andorra]

jueves, 29 de mayo de 2014

Jordi Panyella, autor de 'Salvador Puig Antich. Cas obert': "El antifranquismo no hizo suyo el caso hasta el día siguiente de la ejecución"

¿Otro libro sobre Puig Antich? Pero, ¿no estaba todo dicho, sobre todo después de que la película de Manuel Huerga estableciera la verdad sobre el caso? Pues resulta que no: el periodista Jordi Panyella (Barcelona, 1966) ha conseguido en Cas obert el milagro de localizar testigos inéditos que aportan nueva luz sobre lo que ocurrió el 25 de septiembre de 1973 en el número 70 de la calle Gerona de Barcelona. Testigos que sostienen, por ejemplo, que el joven militante anarquista no fue el único que disparó en aquella infausta jornada, que el policía Anguas murió probablemente víctima de fuego amigo, y que todo el proceso estuvo manipulado desde el principio para encubrir la chapuza policial en que derivó la operación para capturar a la célula anarquista y con un único objetivo: castigar a Puig Antich con la pena de muerte. Fue, en fin, el último ajusticiado con garrote vil de la historia (negra) de España: el 2 de marzo de 1974. Hace 40 años.

El periodista catalán firma ejemplares de Salvador Puig Antich. Cas obert, en la librería La Puça de Andorra la Vella.

-¿Qué era el Movimiento Ibérico de Liberación (MIL)?
-Una organización anarquista y revolucionaria, antisistema y anticapitalista, con un componente nacional y de lucha contra el franquismo; pero sobre todo, obrerista y de clase. Para entendernos: si Puig Antich tuviera hoy 18 años, sería uno de esos que de vez en cuando quema contenedores por las calles.

-¿Qué papel tenía él en el MIL?
-Simpatizó desde muy joven con el anarquismo; en 1972 se integró en la formación y paso a formar parte de su brazo digamos operativo. Básicamente, un comando armado que se dedicaba a atracar bancos. Ellos lo llamaban "expropiaciones".

-¿No tenía delitos de sangre?
-En cierta ocasión la cosa se les fue de la mano e hirieron de un tiro a un empleado de una sucursal del Banco Hispanoamericano. Fue su gran golpe... y también el que puso a la policía en estado de alerta. Eran muy jóvenes y también muy inexpertos. Fíjate, que alquilaron el coche que después utilizarían en el asalto... ¡con su propio DNI! La policía, claro, los fichó inmediatamente.

-¿Por qué lo detienen, el 25 de septiembre de 1973?
-Tres militantes del MIL habían acordado una cita: eran Santi Solé, Xavier Garriga y el mismo Puig Antich. Resulta que a Solé lo detiene antes la policía y lo utiliza como cebo; se pensaban que a la cita iba a acudir sólo otro militante pero se presentaron los otros dos. A partir de aquí el operativo policial hace aguas, se ven superados por las circunstancia, y se produce el tiroteo final, que le endosan en exclusiva a Puig Antich.

-¿Iba armado, él?
-Llevaba dos pistolas, pero la policía procedió de forma tan chapucera que cuando lo cachearon sólo le encontraron una de las dos; la otra la llevaba a la espalda, y es la que acabó esgrimiendo y disparando, pero con la intención de escapar, no de matar. Pero los policías también desenfundaron las suyas, cosa que en su día se silenció.

-¿Cuál es el delito concreto por el que lo condenan a garrote?
-Asesinato terrorista, según el código militar. Pero es que el MIL ya se había autodisuelto y, por lo tanto, Puig Antich ya no formaba parte de ninguna banda terrorista. Otra manipulación de la ley.

-La gran aportación del libro son los testigos hasta hoy inéditos. ¿Por qué no habían hablado hasta ahora?
-Los localizo en la causa, donde aparecen citados con nombres y apellidos. Los abogados defensores de Puig Antich solicitan que declaren, pero el tribunal militar los rechaza uno a uno. Yo he ido a buscar a los que ni entonces ni hasta ahora habían hablado, quizás porque otros investigadores que se han acercado al caso los consideraban testigos secundarios. Y he tenido la fortuna de dar con dos que en mi opinión resultan decisivos porque podrían llegar a sustentar la reapertura del caso ante el Tribunal Supremo.

-Pues vamos a por ellos: ¿el primero?
-El que en el libro -y en el sumario- aparece baj el seudónimo de Valero, mozo que se encuentra prsente en el momento en que le practican la autopsia al guardia Anguas. Pues este Valero sostiene que en el cadáver aparecieron cinco orificios de bala.

-¿Y qué demuestra, este dato?
-Según la versión oficial, sólo había disparado Puig Antich: cuatro disparos, de los que tres impactaron en el policía Anguas. Por eso la autopsia sólo habla de tres orificios: para ajustarse a la versión oficial. Pero resulta que no fue exactamente así: los policías también dispararon. Por otra parte, la autopsia sólo la practicó uno de los dos doctores que la firmó -Sánchez Maldonado-, hecho que constituye una flagrante irregularidad.

-¿Y el segundo de los testigos clave?
-El alférez Enric Palau, que prestaba su servicio militar en el juzgado militar número 3, el que instruyó finalmente la causa. Palau se encargaba de tareas administrativas, y fue partícipe de la manipulación del sumario, cuando la policía le ordenó expurgar ciertos documentos, que desaparecieron de esta manera de cuerpo central de la causa. Recuerda que estos documentos probaban que Puig Antich no había sido el único que disparó.

-También ha entrevistado a las enfermeras -Margarida Jansà y Natividad Viguera- que trataron a Puig Antich en el Clínico. ¿Qué relevacia tienen en el caso?
-Demuestran que una prueba de cargo como lo fue la confesión del reo fue un burdo montaje policial: Puig Antich había recibido un tiro en la mandíbula y por lo tanto no estaba en condiciones de hablar; pero se presentó el fiscal con dos policías y salieron de la habitación con una declaración de ocho folios. Ellas sostienen que Puig Antich tenía la boca cosida y que tenía que alimentarse sorbiendo por una cañita. No podía hablar, en suma, y por lo tanto aquella declaración era imposible. Un montaje.

-Hubo médicos del Clínico que vieron el cadáver de Anguas y que también afirmaron que tenía presentaba cinco orificios...
-Los doctores Barjau, Latorre y Muné; los dos primeros aparecen gracias al proceso de revisión del caso emprendido en 2005. Vieron el cadáver del guardia la misma tarde de los hechos, justo después de ingresa en el Clínico. A Munné lo he localizado yo mismo. Y los tres testimonios concuerdan con el de Valero.

-El último de sus testigos: Garriga, el compañero de Puig Antich. ¡Que extraño, que hasta hoy no se haya decidido a hablar, después de 40 años?
-Se trata de un amigo de la infancia de Puig Antich, que siempre ha tratado de evitar que todo aquello se convirtiera en un circo, en un espectáculo. Es su decisión y hay que respetarla. Y si habla hooy es por su voluntad de que se haga justicia.

-¿Estaba teledirigida, la condena?
-El caso se plantea en los estertores del franquismo, con la tensión subsiguiente entre los sectores más inmobilistas del Régimen y los más... posibilistas. A este tenso contexto hay que añadirle el asesinato de Carrero Blanco en el atentado del 20 de diciembre de 1973. Aquello hizo crecer las ansias de venganza y la voluntad de aplicar un castigo ejemplar. Por esto mismo creo que el caso Puig Antich es la expresión máxima de la tiranía del franquismo.

-¿Quién hay detrás de este encarnizamiento con el militante de base de un grupúsculo anarquisa ya disuelto?
-No creo que existiese una mano negra sino que confluyeron una serie de factores: los errores de la operación en que fue detenido, con la policía manipulando los hechos y las pruebas; la connivencia de la justicia militar para escarmentar a la sociedad catalana, y por último, el factor político, con las luchas intestinas a que se veían abocado el Régimen.

-En su opinión, ¿Puig Antich disparó contra Anguas?
-Si. Otra cosa es si fue él quien lo mato. Esto no podemos saberlo. Puig Antich, en fin, no era inocente, pero tampoco era culpable del delito por el que fue procesado y condenado, porque no le dejaron demostrar que la suya no fue la única pistola que disparó en aquella jornada.

-¿No hubiera sido más fácil liquidarlo in situ, sin la pantomima del jucio?-
-Lo intentaron, de ahí procede la herida en la mandíbula que lo manda al Clínico. Y lo intentan de nuevo cuando la policía llega al Hospital y se encuentra con el cadáver de su compañero. Entonces pidieorn a los médicos que les entregaran a su hombre. Pero se negaron, claro.

-¿Por qué el caso Puig Antich tiene, me parece a mí, más transcendencia hoy que hace 40 años?
-Por desgracia, tuvo más eco al día siguiente de la ejecución que en los días y semanas y meses precedentes; la oposición organizada en torno a la Assemblea de Catalunya no le prestó apoyo por su militancia en un grupo anarquista y, lo que era mucho peor, armado. No era e los suyos.También hay q€ue decir que probablemente no se esperaban que Franco fuera capaz de llegar a ejecutarlo. A partir de entonces, el caso ha ido creciendo hasta convertirse en sinónimo de injusticia, de revuelta, de ataque contra Cataluña.

-¡¿Contra Cataluña, dice?! ¿Se veía él como representante de Catalña?
-No tenía intención de convertirse en mártir de ninguna causa; lo que quería era vivir. Pero el Régimen aprovecho el caso para imponer un castigo ejemplar. Es a partir de aquí que el país [Cataluña] se lo hace suyo y lo convierte en un referente de la libertad.

[Esta entrevista se publicó el 16 de abril en El Periòdic d'Andorra]


jueves, 22 de mayo de 2014

Noviembre, 1947: la jornada andorrana de Pompeu Fabra

Sabíamos por Pompeu Fabra a l'exili, el relato de sus últimos años que Jordi Manent publicó en 2005, que durante la jornada andorrana de 1947 -el episodio es bien conocido: el autor de las Converses filològiques, del Diccionari general de la llengua catalana y de la Gramàtica viajó en noviembre de ese año hasta este rincón de mundo para otorgar testamento... en catalán: lo hizo el día 27, ante el notario episcopal, Rossend Jordana- Fabra se había hospedado en casa del doctor Sastre que actuó como testimonio del acto, al lado de Manuel Mas- y que había encontrado las fuerzas, a sus 79 años, para caminar hasta la iglesia de Santa Coloma "una magnífica tarde de otoño, con el cielo de un azul intenso y sin apenas viento", y que la excursión le satisfizo enormemente, según contó el mismo doctor. Sabíamos incluso por esta misma fuente que su esposa (la de Sastre, se entiende), se percató de que el Maestro -como le llamaban sus discípulos y como sigue siendo hoy conocido- carecía de dentadura y le preguntó si precisaba de un menú especial para la cena: "Le respondió que no se preocupara de nada porque comía absolutamente de todo; y en efecto, rebañaba las costillitas como un dentado de 30 años", escribió Sastre en 1968 a instancias de Jordi Mir, documentalista e investigador de la vida y milagros de Fabra invitado por la Societat Andorrana de Ciències con la excusa del 66º aniversario del testamento.

Pompeu Fabra, el hombre que convirtió el catalán en una lengua moderna y apta para todos los registros, autor del Diccionario general de la lengua catalana, de la Gramática y de las suculentas Converses filològiques. Fotografía: Universidad Pompeu Fabra.

Arriba, Villa Carmen, chalet donde residió el doctor Sastre durante su exilio andorrano y donde la familia acogió a Fabra durante los tres días que pasó en Andorra, entre 26 y el 29 de noviembre de 1947. La fotografía fue tomada en 1968, un lustro antes de que li picota demoliera el edificio. Abajo, perspectiva actual del lugar donde se levantaba Villa Carmen, a la altura del número 85-87 de la avenida Príncipe Benlloch de Andorra la Vella. Fotografía: Tony Lara / El Periòdic d'Andorra.

Lo que no sabíamos hasta ayer, y gracias esta vez al mismo Mir, es que el domicilio donde el doctor Sastre residió durante su exilio andorrano y en la que Fabra fue acogido entre el 16 y el 29 de noviembre de 1947 era Villa Carmen, chalet que el doctor le había alquilado a un empresario de la Seo de Urgel. Un edificio que en 1968 todavía resistía en pie: Mir tuvo el buen ojo de fotografiarlo en una de sus escapaditas por aquí arriba. Un lustro después había desaparecido. El caso es que Villa Carmen, según ha podido averiguar Mir, se levantaba exactamente a la altura del número 85-87 de la avenida Príncipe Benlloch de Andorra la Vella. Un hito desde ahora mismo en nuestra ruta fabriana, a llado del templo románico de Santa Coloma, de la notaría Jordana y, por qué no, de la plaza Benlloch de la capital, desde donde Fabra subió el 29 de noviembre al coche correo que salía hacia Ospitalet, la primera localidad francesa tras la frontera.

Fue el último coche, por cierto, que salió aquel año, porque la nevada que cayó inmediatamente después cerró el puerto de Envalira hasta la primavera siguiente. En Ospitalet cogió el tren para rehacer el camino inverso que habñia seguido tres días antes: Latour-de-Carol, Vilafranca de Conflent y Prades. Especula Mir con lo que hubiera podido ocurrir si la nevada se hiubiera avanzado tan solo una jornada, porque el Maestro tenía vetado el acceso a España: ¿se hubiera quedado encerrado en Andorra? Fabra tuvo aquel día suerte, sin duda; pero, ¿y noostros? ¿Se imagina el lector que por una azar meteorológico aquel gigante de la filología, el normativizador de la lengua catalana, hubiera tenido que quedarse toda la temporada entre nosotros?

En fin, que se cumplían ayer 66 años del testamento fabriano. Y quedan aun unos cuantos más -18, exactamente- para que el testamento, conservado en el Archivo Nacional, sea de dominio público. Advierte Mir, sin embargo, que conviene no hacerse demasiadas ilusiones, que se trata de un papel de contenido más simbólico -por la perseverancia de un anciano de 79 años que insiste en venir a testar al único lugar donde podía hacerlo en catalán- que material. Pero él sí que ha tenido acceso al documento... Y si quieren saber que dice, tendrán que esperar hasta mañana.

Ya es mañana. Y les advertíamos ayer que no se hicieran demasiadas ilusiones con el testamento de Fabra. Pero alguna, sí. Resulta que Mir es vecino de la localidad leridana de Tremp. Casualmente, el pueblo donde había nacido el doctor Sastre, de quien fue amigo y quien le facilitó el acceso a un borrador del testamento conservado en el archivo familiar. Augura Mir que no encontraremos en él -el día que vez la luz- grandes disposiciones patrimoniales. Entre otros motivos, porque Fabra vivió sus años de exilio, que fueron los últimos, en una absoluta precariedad. Lo que sí que refleja es la preocupación del Fabra padre por asegurar el futuro de su hija Teresa, su hija mediana, de constitución enfermiza: "Era consciente de que la salud de la chica empeoraba y quería tener bien atado su futuro para el día en que él faltase". Fabra deja dicho que se le respecte a Teresa el porcentaje de derechos de autor que le corresponda. Unos ingressos, añade Mir absolutamente irrisorios dada la situación del país y de la lengua, y que procedían entonces y casi exclusivamente de las ventas de la Gramàtica en catalán y en francés. Hay que decir que los temores de fabra se revelaron finalmente tan fundados como inútiles, porque Teresa falleció en Perpiñán el 20 de enero de 1948: once meses antes que el mismo Fabra, muerto en su piso de la calle Merchands de Prada la Nochevieja de aquel mismo año.

No es la única revelación de Mir ,que aportó fotografías casi inéditas - sólo se habían expuesto en público en la exposición del 50º aniversario del fallecimiento de Fabra, que en el 2000 recaló en Encamp (Andorra)- de la casa donde se alojó entre el 26 y el 29 de noviembre. Un chalet llamado Villla Carmen que el doctor Sastre, su anfitrión, le habñia alquilado a Saturní Palau, peletero y propietario de la afamada Casa Biel de la Seo. y donde Sastre insistió que Fabra se instalara durante su escapada andorrana. La fotografía de aquí arriba fue tomada en 1968. Y no ha sido hasta hoy que, con la colaboración de antiguos vecinos de la zona, la SAC ha podido conjeturar que Villa Carmen se erigía exactamente en el solar que hoy ocupa el numero 85-87 de Príncipe Benlloch.

En cualquier cas, y como es de sobra conocido, Fabra había aterrizado en Andorra por su tozudez en otorgar testamento en catalán. Según había establecido el Consell General el 1 de junio de 1938, "todas las súplicas dirigidas al Muy Ilustre Consell General tendrán que estar redactadas en la lengua oficial catalana", requerimiento que afectaba también a "todos los carteles y rótulos oficiales y semioficiales". Otro de los motivos fue que precisamente en Andorra se había establecido el doctor Sastre, viejo conocido de los años de guerra y exilio: "El Maestro Fabra conocía mi nuevo lugar de residencia y me escribió para anunciarme que tenía la intención de otorgar testamento e interesarse por si en Andorra era posible hacerlo en catalán".

El doctor hizo las gestiones necesarias, con la complicidad del notario Jordana, y el resultado fue que "una tarde de los últimos días de noviembre [de 1947] se presentó en casa sin hacer ruido, como era su costumbre, y nos rogó que lo acompañáramos al hotel. Naturalmente, les respondimos que estaríamos muy honrados de que aceptara compartir nuestra humilde morada. Y a la mañana sigiuiente fuimos a la notaría".
El resto es cosa sabida: la estancia, que tenía que ser de un solo día, se alargó hasta el 29 de noviembre y el día extra que se regaló le sirvió para escaparse, cmo ya se ha dicho, hasta la iglesia de Santa Coloma.Otro lugar donde será difícil, por no decir imposible, sentarse sin oír la divisa del Maestro: "No hay que abandonar jamás ni la labor ni la esperanza".

[Estos artículos se publicaron los días 28 y 29 de noviembre de 2013 en El Periòdic d'Andorra]

martes, 20 de mayo de 2014

Ursula Simpson: de la Shangai de Ballard al Cairo de Rommel (o casi)

Nació en el Shangai de entreguerras que Ballard y Spielgberg retrataron en El imperio del sol. Vivió desde El Cairo, y con la angustia en el cuerpo, la derrota del Afrika Korps de Rommel. En los años 50 la crítica la considero la Françoise Sagan de la novela británica, y en 1957 se instaló -quién lo iba a decir- en Engordany. Fue un amor a primera vista. Pero Ursula Simpson, esta perfecta expatriada hija del Imperio, ha conocido las dos Andorras, y de la de hoy no sabe si se enamoraría.

Ursula Simpson, en los primeros años 30, en la época en que su familia residía en Shangai. Fotografía: Archivo Simpson. 
Adenmás de Shangai, Ursula Simpson ha vivido enEl Cairo, Londres, Christchurch, Buenos Aires, Glasgow y Engordany, adonde llegó en 1957 con su padre, el ingenierio Stanley Simpson. El chalet que levantaron nada más instalarse en el país -en la fotografía, el salón de la casa- es hoy el reducto de una Andorra periclitada, enclaustrado entre anodinos, más bien vulgares bloques de pisos. Fotografia: Máximus.

En la carretera de Engordany se levanta el chalet Simpson, una sorprendente construcción inspirada en la borda pirenaica y de una cierta apariencia marina. Lo erigió Stanley Simpson, el padre de Ursula, en 1957. Es una visión casi turbarbora, porque el chalet sobrevive hoy enclaustrado entre bloques de pisos de dudosa personalidad y la suya es una presencia cada vez más incongruente, claramente anacrónica y que parece -sabe mal decirlo- condenada a la extinción. El contraste ofrece una metáfora de ladrillo y piedra de las dos Andorras que ha conocido Ursula y, como ella, todos los andorranos de una cierta edad: el país de postal que atrajo como un imán a personalidades como el escultor Josep Viladomat, el compositor Josep Fontbernat, el lingüista Manel Anglada, el polígrafo Esteve Albert, el memorialista Lluís Capdevila o el ingeniero Simpson, y como si no cupiese término medio, el ultramoderno centro comercial y financiero en que se ha convertido medio siglo después, sin tiempo ni tampoco ganas de mirar al pasado reciente.

El chalet, en fin, es una caja de sorpresas, lleno a rebosar de los recuerdos de las vidas viajeras, marineras y aventureras de quienes la han morado en el último medio siglo: una escultura totémica de la Polinesia, la viga tallada de una mansión castellana del siglo XVI, una imagen budista, dibujos orientales a la tinta china... Desde que Stanley Simpson murió, en 1990 -y a los 100 años: ¡cómo son estos expatriados!- quien gestiona la memoria de esta nave varada en la confluencia de los dos Valiras es Ursula. Y lo hace, además, a través de sus novelas, porque biografía y bibliografía están en este caso estrechamente vinculadas. La suya fue una carrera literaria precoz y prometedora, hasta el punto de que a principios de los 50 la crítica la despachó como la François Sagan británica.

Una comparación fácil, basada en la juventud de las dos escritoras y en el hecho de que ambas compartían unos exóticos orígenes coloniales. Una etiqueta que, dice, encajó con más resignación que entusiasmo. El caso es que la bibliografía de Ursula arranca con The Sun Behind Me, recreación -y empieza el sarao- de su experiencia vital en el Cairo de la postguerra: "Quise reflejar el impacto que el advenimiento del nacionalista Nasser tuvo en una sociedad tan cosmopolita como lo era la egipcia del momento; una sociedad que hasta entonces había sido un ejemplo de convivencia y de multiculturalismo: en mi escuela estudiábamos niños de todas la religiones y de un montón de nacionalidades, y nos entendíamos bien. Con Nasser, todo esto se acabó: tenía la obsesión de expulsar a todos los que no fueran musulmanes, empezando por los judíos y terminando por los cristianos. La debí escribir a la vez con el corazón y con el estómago, porque incluso ganó un premio del Daily Mail a la mejor novela del mes..."

¿Valió la pena?
Ursula, que había empezado escribiendo relatos y reportajes para revistas literarias, se encontró de repente convertida en una escritora profesional, su sueño desde siempre. Y si con The Sun Behind Me causó sensación, la consagración le llegó con la segunda novela, The Vintage, en la que otra vez recurrió a su memoria personal para levantar un drama rural con todas las de la ley y con la vendimia de Beaujolais de fondo: "Era algo completamente diferente. Lo que pretendía era reflejar el alboroto que causaban los temporeros italianos que cada otoño aterrizaban en el Beaujolais, y que yo conocía bien había pasado allí algunos veranos". La fortuna le sonrió: la Metro compró los derechos para adaptar la novela al cine, en una película -hoy semiolvidada, todo hay que decirlo- que dirigió el entonces debutante Jeffrery Hayden -después prolífico director de teleseries más o menos míticas, desde Falcon Crest y Magnum hasta, ejem, El coche fantástico- con un reparto de primer nivel en que por primera y única vez actuaron juntas dos de las estrellas del cine de los años 50: Mel Ferrer y Michèle Morgan. Ursula se encargó de escribir ella misma el guión, y la cosa le debió gustar porque durante toda la década trabajó para el cine... contra la opinión de su editor de Collins: "No se cansaba de advertirme de que si me vendía al cine acabaría dilapidando el talento que pudiera tener. Y lo malo es que tenía razón, pero aquel trabajo me permitía ingresar unos buenos dineros".

Tras este éxito inicial, Ursula abandonó también precozmente su carrera literaria: no volvió a publicar ninguna otra novela, aunque tiene cuatro manuscritos en el cajón: "No he dejado jamás de escribir, pero soy incapaz de dar una novela por acabada. Esteve Albert siempre me decía que tenía que publicar, pero supongo que me falta confianza en mis posibilidades: hay tantos escritores, y tan buenos, que... ¿qué puedo aportar, yo?" Y se pone a repasar en voz alta la lista de sus escritores: Durrell, Virginia Woolf, las hermanas Bronte, Wilde y, oh, sorpresa, Jane Francesca Elgee... ¡la made de Oscar! Pero la pátina cinematográfica de Ursula no se termina aquí, porque el Shangai donde nació en 1930 es exactamente el que recrea J. C. Ballard, estricto coetáneo suyo y amigo de la familia, en El imperio del sol, que como el lector recordará Spielgberg llevó a la gran pantalla: "Era aquel un mundo de contrastes durísimos: al lado de una enorme miseria, de pobre gente que se moría literalmente de hambre, había una especie de euforia típicamente americana, con las fastuosas fiestas sociales de la colonia extranjera. En fin: a Jamie [Ballard] no le gustaba nada. Y a mí, tampoco. O sea que los sábados nos quedábamos en las habitaciones jugando. Era algo parecido a un acuerdo que habían tomado las familias, así nos evitábamos tener que participar en aquel paripé".

Por lo que Ursula no tuco que pasar, afortunadamente, fue por el campo de concentración adonde Ballard fue a caer tras la invasión japonesa. Los Simpson habían abandonado el Extremo Oriente en 1937, y se habían trasladado brevemente a Christchurch, la capital de la Isla Sur (Nueva Zelanda), de donde era originaria la familia paterna. Aquello fue un paréntesis que Ursula recuerda por el contraste con la vida de señores que habían llevado en Shangai: "Acostumbrada a estar permanentemente rodeada del servicio doméstico, poder espavilarme casi completamente sola, solo bajo la lejana vigilancia de una abuela con la manga muy ancha, representó para mí el descubrimiento de la libertad". El siguiente destino de Simpson padre -ingeniero al servicio de la petrolera Shell- fue El Cairo, donde los sorprendió el estallido de la II Guerra Mundial. Una época sorprendentemente plácida, tocada incluso de un halo romántico en el recuerdo de Ursula: "La guerra había llevado al Cairo a gentes de todas las nacionalidades, y cuando los soldados venían a recuperarse del servicio en el desierto, tan morenos... Por supuesto que a lo lejos, pero no tanto, oíamos de vez en cuando el sonido de los disparos, pero no recuerdo haber sentido miedo de una inminente ocupación alemana. De todas formas, los amigos egipcios de la familia lo habían preparado todo por si finalmente llegaba el día fatídico. El plan consistia en disfrazarnos de indígenas y huir a una propiedad que tenían en el delta del Nilo, donde viviríamos como si fuéramos egipcios mientras durara la ocupación. Como comprenderás, me moría de ganas de que llegara el momento de poder embarcarme en una aventuras al más puro estilo Durrell. Pero ese momento no llegó jamás."

En 1948 los Simpson abandonan la vida nómada y regresan a Londres, con Ursula decidida a convertirse en escritora. Y lo consiguió, a los 18 años y a instancias de su padre, el ingeniero: "Harto de oír cómo me quejaba, un día me cogió y me soltó el sermón: 'si es lo que de verdad quiere, coge unas cuartillas y lleváselas aquí'.Y me señalaba la delegación de una revista canadiense que entonces tenía mucho prestigio. Lo hice y eso fue mi salvación, porque allí intimé con escritores de verdad que me ayudaron a pulir el estilo". Hasta que en 1957, precisamente el año que se estrena The Vintage, Andorra se cruza en el camino de los Simpson: "Mi padre sufría de bronquitis, y el médico le recomendó vivir en un país elevado, porque los inviernos mediterráneos con húmedos y traicioneros. Teníamos Andorra en la lista, y aquel otoño vino para conocerlo personalmente. Enseguida le entusiasmó. El primer invierno alquilamos un piso, pero ya estaba decidido a adquirir una roca, como decía él, para construirse una casita". Así fue como aquel hombre excepcionalmente longevo y de gran sentido del humor -según los que lo recuerdan-, que había combatido en la I Guerra Mundial enrolado en la Royal Navy, y que se había pateado medio mundo por cuenta de la Shell recaló finalmente en Andorra: "Viladomat nos habló de una borda que estaba en los terrenos del Panxut, al lado de su taller. La compramos y él mismo hizo lo planes del chalet, que levantamos el año siguiente. Y hasta hoy."

Así que el año que viene [2007] se cumplirá medio siglo que los Simpson se instalaron en Engordany. Es cierto que Ursula abrió en los 60 una paréntesis de casi una década -su marido trabajaba como editor en Collins- y se trasladó a Glasgow hasta que en 1970, tras el fallecimiento repentino de su esposo, regresó esta vez definitivamente a Andorra. Engordany, en Escaldes, se convirtió en el centro de operaciones de una familia paradójicamente enamorada de la mar. La prueba es que Stanley matriculó la primera embarcación andorrana, el velero Pareora II, alma luminosa en lengua maorí: "Siempre había cultivado la afición por la vela, y antes incluso de la guerra había sido campeón de la Isla Sur. Y tenía una barca amarrada en el puerto de Tarragona con el que hacíamos largas travesías cuando llegaba el buen tiempo. Así que matriculó el Pareora II en Andorra: si los suizos, que tampoco tienen mar -que se sepa- son una potencia en deportes náuticos, ¿por qué no nosotros?" De esta afición marinera surgió una novela inédita, The Calms of January, ambientada en la Jávea del Desarrollismo, que los Simpson conocieron de primera mano porque se contaban entre los fundadores de su club náutico. Como también conocieron de primera mano las glorias y las miserias de la Argentina de Perón, donde la familia vivió en 1950 -siguiendo otra vez el periplo laboral del patriarca- y que Ursula plasmó en The Hills of Cordova, que también ha quedado inédita: "No me gustaba la buena sociedad de Buenos Aires, aquellas gentes tan estirada y orgullosa. Para ellos, las provincias del interior era un territorio primitivo, casi salvaje, que miraban de lejos y con condescendencia. Así que pensé que la provincia sería muy probablemente mi lugar, y apara allí me fui con mi madre. Acertamos de pleno, porque aquí nos reencontramos con la libertad".

Llega la hora del balance. A Ursula se le encienden los ojillos al evocar la Andorra preindustrial -o mejor, precomercial- que la hechizó: "Nos conocíamos todos, en cada casa tenías a un amigo, y existía una buena voluntad general, un espíritu que el tiempo ha ido arrinconando, así de simple. Éramos una comunidad minúscula, donde te interesabas por los problemas del vecino de una forma natural, sana y cálida. Hoy sólo se trata de hacer dinero. Es lo que único que cuenta. La Andorra que yo conocí ya no existe. Pienso que si llegara hoy a este país sin saber nada de él, de la misma manera que llegué en 1957, no me enamoraría de él como entonces. Definitivamente, no". Tras media vida aquí, la conclusión no deja de tener un regusto amargo, triste, algo desolador, y que invita finalmente a la reflexión: ¿ha valido la pena?

[Este artículo se publicó el 8 de febrero de 2006 en Informacions]

¡Menudo dolor de muelas!

Los restos humanos exhumados en las excavaciones de la parroquial de Canillo ilustran sobre las condiciones de vida y hábitos higiénicos de los vecinos de esta localidad andorrana entre los siglos VIII y XVIII.

Miren bien la estupenda dentadura de aquí abajo. Perteneció a un vecino de Canillo que vivió en la Edad Media, pongamos que entre los siglos X y XIII, y que murió con unos 60 años. Una edad relativamente avanzada para los estándares de la época. Seguro que han notado algo raro, en este pedazo de mandíbula. Sí, hombre, el desgaste regular que presentan todas las piezas dentales. Todas: incisivos, caninos, premolares e incluso las muelas. Un desgaste sorprendente y que todavía lo es más porque se trata de un rasgo que comparten los 348 dientes que ha analizado la arqueóloga catalana Maria Rosa Aran, autora del estudio antropológico de los restos óseos exhumados en las campañas de 2009 y 2010 en el subsuelo de la nave central de Sant Serni, la parroquial de Canillo. Ya saben: aquel pequeño tesoro con los restos de 37 individuos -14 de los cuales, mujeres- fechados entre los siglos VIII y XVIII que constituyen uno de los yacimientos funerarios jamás excavados en el país.

Mandíbula de un individuo que vivió en Canillo entre los siglos X y XIII; el ejemplar muestra el peculiar desgaste de las piezas dentales, causado probablemente por la fricción debida a una actividad laboral o doméstica. Fotografía: M. R. A.

Créneo de un adulto que vivió en el siglo XVIII; atención a la mandíbula inferior, que ha perdido buena parte de los dientes: ser desdentado total (o parcial) era algo normal en los siglos medievales a partir de una cierta edad. Fotografía: M. R. Aran.

Pero volvamos a la dentadura y a la mandíbula de aquí arriba. Una auténtica mina, como demostró ayer Aran en la primera sesión de comunicaciones del Congreso español de Paleopatología que tiene lugar en Andorra la Vella. ¿Por qué presentan las piezas dentales de los habitantes de Canillo en la Edad Media este desgaste tan acusado, tan uniforme y tan generalizado? Aran lo atribuye a la fricción causada por alguna actividad laboral o doméstica, desconocemos cuál, y lo compara con el que experimentaban los pescadores de épocas pasadas de determinadas zonas costeras, que se dejaban literalmente los dientes arreglando las redes; o al de los artesanos que fabricaban cestos, que también utilizaban boca y dientes para guiar el mimbre. No es la única conjetura que puede extraerse de los dientes analizados. Resulta que en el 35% de las piezas estudiadas hay rastro de cálculos -sarro, vamos. Un indicador, añade la antropóloga, de los malos hábitos de higiene bucal de nuestros antepasados: que se lavaban poco los dientes. O nada, por decirlo claramente. Pero en esto, los habitantes de Canillo no eran diferentes de sus coetáneos de cualquier otro lugar.

Los cálculos no sólo delatan si su sufrido poseedor era poco o nada cuidadoso con su aliento; también dan una idea de la dieta que consumían, que Aran presume rica en proteínas de origen animal. También tenían caries, como nosotros, y en un 3% de los casos se han detectado fístulas, una infección de la encía que terminaba afectando al maxilar y que tenía, llegado este caso, dolorosísimas consecuencias. ¡Y sin dentista a la vista! Para finiquitar este catálogo de calamidades bucales, he aquí con nosotros una magnífica hipoplasia: una infección derivada de una enfermedad anterior que acaba por provocar en la pieza dental una caractarística pigmentación rojiza. Debía ser grave, porque el individuo en cuestión es un niño que, obviamente, no llegó a la edad adulta.

Pasemos de una vez al cráneo, que debió de pertenecer a un adulto que vivió y murió no en la Roma de los césares, como Máximo, sino en la Andorra del XVIII, la de Fiter y Rossell. Sirve también para ilustrar el desgaste dental y nos muestra el alarmante caso de un desdentado, por lo que se ve un estado más o menos general cuando se llegaba a la edad adulta.

Con nombre y apellidos
Hasta aquí, el repaso de las dentaduras, uno de los apartados más fascinantes -y también inquietantes- del estudio antropométrico hasta ahora inédito. Pero no el único. En total -ya se ha dicho- los arqueólogos exhumaron de Sant Serni los restos casi completos de 37 individuos. No se cuentan aquí los diversos osarios también excavados y que de momento esperan turno: quizás nos reserven más sorpresas. El grueso de los cuerpos data de la Edad Media: siete individuos murieron entre los siglos VIII y X; y otros 17, entre el XI y el XIII. La nómina se completa con siete individuos más que vivieron entre los siglos XIV y XVII, y para terminar, los últimos seis, del XVIII. Todos ellos anónimos excepto siete afortunados de los que conocemos nombre y apellidos gracias al libro de óbitos de la parroquia. Lo que no se ha podido es cuadrar los nombres con los esqueletos recuperados. Y es una lástima. Bueno, alguno sí que ha sido posible. Dos, de hecho: los de Joan Ermengol vicario perpetuo de Canillo, fallecido en 1654, y el de su sobrino Antoni, que murió en 1671. Pues bien, según los arqueólogos del ministerio de Cultura el bueno de Antoni expresó en las últimas voluntades que redactó en 1658 la voluntad de recibir sepultura al lado de su tío Joan: concretamente, a su izquierda. Según los arqueólogos del ministerio que han excavado el yacimiento, en las planimetrías del subsuelo del templo se distinguen dos cuerpos enterrados en paralelo que podrían ser los de tío y sobrino -revelaba la periodista Alba Doral en un reportaje publicado en el Diari d'Andorra.

Tampoco se han podido determinar las causas de la muerte de los individuos exhumados, aunque en un caso, solo uno, el libro de óbitos informa que el difunto falleció a causa de un muy difuso "mal de estómago". Por edades, el contingente mayor -trece- corresponde a adultos de entre 30 y 59 años, pero también hay seis adultos jóvenes -entre los 20 y los 29- y tres menores de 10 años: siete recién nacidos -que podrían indicar que cierta zona del templo se reservaba para las criaturas que morían al poco de nacer- y un anciano.

Claro que según los parámetros de la época, en la categoría digamos senil se encuadraban los mayores de... ¡60 años! En cualquier caso, advierte la arqueóloga, la muestra es demasiado amplia desde el punto de vista arqueológico -¡casi un milenio!- y con tan pocos individuos disponibles, que supondría una insensatez pretender generalizar las conclusiones. Con estos antecedentes, digamos para terminar que la altura media de los pacientes de Aran oscilaba entre el 1,60 y el 1,65 metros, pero los esqueletos son tan escasos que es imposible inferir de estos datos la estatura media de los vecinos medievales de Canillo. En cambio, Aran sí que se atreve a diagnosticar el estado físico general: sufrían artrosis, patologías óseas degenerativas que delatan una escasa ingesta de vitaminas, fracturas y osificaciones. Vamos, que casi como hoy... ¡pero sin dentista!

[Este artículo se publicó el 16 de septiembre de 2011 en El Periòdic d'Andorra]

lunes, 19 de mayo de 2014

Dos aviadores y un destino

Adonis Moulène se convirtió el 6 de agosto de 1956 en el primer piloto que aterrizaba en Andorra. Con la mala fortuna que al día siguiente se estrellaba durante la maniobra del despegue. Cuatro días después, y en memoria de su colega francés, el cántabro Laureano Ruiz completaba con éxito una gesta -despegue inlcuido- que no se ha vuelto a repetir en medio siglo.

De arriba abajo: 6 de agosto de 1956, Moulène, con gafas oscuras, posa ante la flamante Broussard con que se ha convertido en el primer piloto en aterrizar en Andorra; era un vuelo de exhibición para Max Holste, con la finalidad de convencer al Consell General de la viabilidad de instalar un aeródromo en Santa Coloma. Fotografía: Fondo Peig / Archivo Nacional de Andorra. 




Los 450 CV del motor no consiguieron que el aparato ganara suficiente altura, y fue a tropezar contra una línea de chopos que se levantaba al final de la improvisada pista. La hipótesis más plausible indica que la humedad empapó el suelo de tal modo que frenó el avance de la Broussard; en lugar de hacer un caballete, Moulène optó por elevarse: dio con los árboles y la avioneta cayó. Fue el único herido del accidente; trasladado inmediatamente a Francia, murió el 18 de septiembre. Fotografías: Fondo Peig / Archivo Nacional de Andorra. 



Laureano Ruiz, en la cabina de la avioneta Jodel D112 -aparato biplaza de patente francesa- con que consiguió la proeza de aterrizar en Andorra... y de despegar después para contarlo: fue en un prado de Santa Coloma, el 11 de agosto de 1956. La Jodel era una avioneta casi artesanal, que había ensamblado el mismo aviador en su taller de Santander. Equipada con un motor Continental de 65 CV, pesaba 500 kilos y podía alcanzar los 160 kilómetros/hora. Sus características alas en forma de diedro le conferían una silueta muy particular. En el momento de despegar y -sobre estas líneas- en pleno vuelo: a la Jodel le costó ganar altura, y sólo lo consiguió con el empujoncito de la brisa que sopló aquella tarde. Fotografías:Fondo Fèlix Peig / Archivo Nacional de Andorra.



El piloto cántabro, en una visita al lugar de los hechos que efectuó en 2005, mostrando una fotografía de Peig, y caminando por la pista -de hecho, el prado de un antiguo cámping de Santa Coloma, al lado del Valira. Fotografía: El Periòdic d'Andorra

Por la noche había llovido, y el prado del cámping de Santa Coloma que el día anterior había servido de improvisada pista de aterrizaje estaba empapado. Por eso sorprende que un piloto tan experimentado como Adonis Mouléne (Montet et Bouxal, Midi Pyrénées, 1917-1956) -piloto de combate en la II Guerra Mundial y piloto de pruebas en los primeros reactores que volaron en Francia- insistiese en despegar en quellas condiciones. Tenía tanta confianza en su pericia y en el aparato que pilotaba -una avioneta Broussard MH1521 de 450 CV de potencia concebida para operar en condiciones extremas- que incluso rehusó el premonitorio ofrecimiento de las autoridades locales de talar la línea de chopos que se levantaban al final de la pista. Dijo que no y esta negativa selló el trágico destino que les esperaba la mañana del 6 de agosto de 1956.

La gesta que había protagonizado el día anterior al convertirse en el primer piloto que aterrizaba en Andorra -en un vuelo de exhibición para convencer al Consell General de la viabilidad de instalar un aeródromo en Santa Coloma- se transformó también en el primer desastre de la historia aeronáutica del país. Fue una combinación fatal de exceso de confianza y de mala fortuna: la avioneta despegó tras recorrer los 300 metros de pista, pero en el último instante la rueda izquierda tropezó con uno de los árboles y el aparato cayó unos metros más allá. Los pasajeros que acompañaban a Mouléne -el representante del copríncipe francés de la época, Yves Michel, y el conseller general Julià Reig- salieron milagrosamente ilesos. Pero el piloto tenía la negra: a consecuencia del topetazo el tren de aterrizae se dobló, penetrando en la cabina y rompiéndole la espina dorsal. Fue repatriado inmediatamente, pero no se recuperó de las gravísimas heridas y falleció el 18 de septiembre. El fotógrafo Félix Peig, autor del reportaje gráfico que ilustra estas líneas, recueda a Moulène como un hombre "muy confiado" y asegura que el estado de la pista "presagiaba el desastre". Otro testimonio presencial evoca el ambiente de euforia que se respiraba aquella mañana y que, insinúa, "quizás influyó en el piloto francés a la hora de tomar la fatal decisión de despegar cuando la prudencia aconsejaba exactamente lo contrario".

Por su parte, Laureano Ruiz -el piloto español que completó la gesta, sin pegársela- también esgrime su teoría: "En condiciones normales la Broussard de Mouléne hubiese tenido suficiente pista para despegar. Pero la humedad del terreno debió de frenarla, impidiendo que ganara suficiente velocidad: al final tuvo que hacer frente al mismo dilema que yo: hacer un caballete, es decir, describir una curva para alargar la trayectoria y ganar velocidad, o estirar a fondo la palanca en la confianza de que ya iba a suficiente velocidad para despegar. Moulène optó por esto último."

El error del piloto francés revaloriza todavía más la proeza de Ruiz, entonces un joven y ambicioso aviador que improvisó la avetura andorrana al enterarse al enterarse del accidente de Moulène: "Con uno de los socios de Aeroplan, la fábrica de avionetas que habíamos fundado en Santander, decidimos retomar el desafío de Moulène, que conocíamos por nuestros contactos con el ingeniero Max Holste -el fabricante de la Broussard, hoy Reims Aviation- como un homenaje a nuestro colega y a la vez como una forma de hacernos publicidad: ser los primeros en despegar de suelo andorrano auguraba una promoción formidable. El 9 de agosto leímos la noticia en el diario y ese mismo día nos pusimos manos a la obra: pintamos uno de los aeroplanos que acababan de salir de la cadena de montaje, y sin solicitar ninguna autorización salimos a la mañana siguiente del aeródromo de La Albericia, con destino a Lérida."

El aparato era una Jodel D112, un modelo sencillo, casi artesanal, pero fiable y muy apreciado por los aficionados a la aviación de la época, equipado con un motor Continental de 65 CV y con unas alas en forma de diedro que le conferían una característica silueta -¡similar a la del Stuka! Pesaba unos 500 kilos y podía alcanzar los 16 kilómetros/hora. Un peso pluma comparado con la Broussad. La última etapa, entre Lérida y Andorra, comenzó a las 7 de la mañana del 11 de agosto: "Llegamos a Andorra tras una hora de vuelo. Como no habíamos estado jamás, no sabíamos dónde aterrizar. Afortunadamente, la visibilidad era excelente, y los restos de la avioneta de Moulène nos sirvieron de referencia. Realizamos unas pasadas sobre el cámping, hasta que los campistas se dieron cuenta de nuestras intenciones, plegaron las tiendas y aclararon la pista. Sólo aterrizar ya constituyó una pequeña gesta: a nivel del mar la Jodel sólo necesita 200 metros de pista, pero a 1.000 metros de altura la cosa se complica algo más. Aún así, lo conseguimos."

Casi clandestinamente, Ruiz se había convertido en el segundo aviador que en cuestión de días tomaba tierra en Andorra. La escala fue brevísima: después de comer -probablemente en el desaparecido hotel Mirador de Andorra la Vella. despegaron dos veces sin carga para reconocer la pista. Como Moulène días atrás -y en un temerario ejercicio de terquedad- también el español se negó a que le talaran los fatídicos chopos. Y a las 4 de la tarde emprendió el reto definitivo: "Apoyamos la cola de la avioneta en un muro, con un hombre en cada ala,  para tener el aparato en línea de vuelo y ahorrarnos unos metros que podían resultar decisivos. Di toda la potencia y la avioneta comenzó a rodar. Esperé hasta el último momento para darle a la palanca, y sí, de repente nos vimos sobrevolando la arboleda donde Moulène había tropezado. Pero todavía no podíamos cantar victoria: volábamos encajonados entre montañas y no ganábamos altura. Tras un cuarto de hora, y cuando ya empezábamos a preocuparnos por la gasolina que habíamos consumido, la suave brisa que sopla a media tarde en aquellos valles nos echó un golpe de suerte: ¡lo habíamos conseguido! En una hora aterrizamos en Lérida".

La peripecia se completó al día siguiente, con el vuelo de regreso a Santander. Un vuelo que Ruiz realizó de una sola tacada por temor de que las autoridades españolas le inmovilizaran el avión en una escala. Porque resulta que la gesta podía haber generado un conflicto diplomático porque una aeronave española había sobrevolado sin autorización territorio andorrano. La buena voluntad local lo evitó, pero Ruiz no se ahorró un juicio que se saldó con un castigo simbólico: la retirada temporal de la licencia de piloto. El aviador alegó que un súbito descenso de la presión le había obligado a aterrizar en territorio andorrano. Y la comprensión del juez hizo el resto. Por cierto, Ruiz se presentó en Reus, donde tuvo lugar el juicio- a los mandos de una de sus Jodel, que el aeroclub de Sabadell acababa de adquirir. La gesta andorrana comenzaba a dar sus réditos...

Un histórico de la aviación española
Iba para marino mercante, pero Laureano Ruiz Liaño (Santander, 1924) consagró su vida a la aviación desde que en 1944 se estrenó en el vuelo sin motor. Fundados del aeroclub de su ciudad natal (1952) y de la empresa Aeroplan (1954), de donde salieron más de medio centenar de aparatos, en 1963 se trasladó a Murcia, donde reside en la actualidad. Posteriormente se recicló como instructor de vuelo y fundó una empresa de fotografía aérea y de vigilancia contra incendios que todavía dirige. Otro momento histórico de Ruiz fue cuando Raoul Salam, el jefe de la temida OAS -recuerden Chacal- requirió sus servicios para que lo trasladara a la metrópoli en plena crisis argelina. Le dijo que ni hablar.

El héroe trágico
La gloria tenía que ser suya pero el destino le gastó una mala pasada. Y eso que la misión andorrana parecía pura rutina para este hombre de currículum impresionante: Adonis Moulène había combatido en Francia en los inicios de la II Guerra Mundial al mando de un monoplaza Morane-Saulnier 406 del grupo de caza III/7, donde -qué casualidades tiene la vida- coincidió con Jean Delemontez, el diseñador de la Jodel de Ruiz. Tras la derrota pasó a Inglaterra con De Gaulle, y en 1942 cayó prisionero de los alemanes en una operación sobre Dakar. En la postguerra se reconvirtió en piloto civil, como probador de Max Holste. Fue en el transcurso de uno de los vuelos de demostración que acostumbraba a realizar como se convirtió en el primer piloto que aterrizó en Andorra. Y en el primero en estrellarse en tierra andorrana.

El fotógrafo que siempre estaba allí
La historia contemporánea de Andorra sería difícil de explicar -y de imaginar- sin los miles de fotografías que Félix Peig (Sabadell, 1919) tomó con su Leika 111F como retratista, como reportero independiente, como fotógrafo oficioso del Consell General en los años 60, y como corresponsal de TVE y de los diarios franceses L'Indépendant i La Dépëche en los 70 y primeros 80. Su monumental fondo fotográfico se conserva hoy en el Archivo Nacional de Andorra. La oportuna serie sobre los aterrizajes históricos de Moulène y de Ruiz -otro pionero de la fotografía andorrana, Francesc Pantebre, dejó testimonio de la gesta del segundo- es una demostración de la mayor de las virtudes de Peig: siempre estaba donde ocurrían las cosas.

viernes, 16 de mayo de 2014

Miquel Bolart, vetereno de la guerra de Ifni: "Lo cierto es que allí no había nada por lo que valiera la pena luchar (y II)

-¿Hubo algún enfrentamiento en campo abierto, o la contienda se enquistó en una incómoda guerra de guerrillas?
-En Tagragra hubo enfrentamientos, sí. Cuando nos retiramos, dejamos atrás una compañía para efectuar la voladura del fuerte; nos encontramos que habían copado los dos laterales del monte y tuvimos que correr tres kilómetros y medio bajo fuego enemigo. Nunca había corrido tanto en mi vida. 

-¿Cómo vivió la celada a la sección de Ortiz de Zárate, camino de Telata?
-Cuando llegamos a Ifni todavía no los habían liberado, pero ya sabíamos que él había muerto. Cuando volvieron a Sidi Ifni estaban destrozados. Casi ni los reconocía, y habíamos pasado meses juntos.

-Además de la Operación Gento, ¿en qué otras tomó parte?
-Cuando nos replegamos, pasado ya todo el jaleo, a la sección de transmisiones nos destacaron unos 10 kilómetros al interior. Estuvimos casi tres semanas. Fue en una de estas digamos misiones, protegiendo un depósito de agua, cuando vino Carmen Sevilla. La buena moza se portó como una señora; dijo que al día siguiente visitaría los puestos de primera línea, así que nos afeitamos -todos con la misma navaja- para recibirla como merecía. A pelo, sin agua ni nada. La poca agua que había era para beber. Yo estuve días sin poder reír.

-¿Y cumplió con su palabra?
-¡Qué va! ¡Cómo iba a venir! 

-¿Sufrieron algún ataque?
-Un par de noches: respondimos al fuego y eso fue todo. La verdad es que fregados de verdad, con cientos o miles de tíos liándose a tiros, no los hubo. Hay que decirlo porque fue así. Era más bien una estrategia de hostigamiento. Claro que en ocasiones reunían una fuerza considerable, 50, 100 o quizás 150 hombres. En la Operación Gento, camino de Tagragra, solicitamos apoyo aéreo a eso de las 10 horas para tomar una loma; a las 13.30 todavía lo esperábamos. Así que el comandante ordenó que avanzáramos sin esperarlos. Fue entonces cuando llegaron, soltaronn cuatro bombas y no nos mataron porque Dios no lo quiso.

-¿Tomaban prisioneros?
-Se hacían prisioneros, sí. Enseguida se hacía cargo de ellos la Policía. Y no querría parecer racista, pero el moro no es lo que parece: cogíamos a uno y lo primero que te soltaba era un "Arriba Franco", o un "Viva España", "Paisa, te quiero mucho"... Pero mejor no darles la espalda porque te arriesgabas a que te clavaran la gumia hasta el hígado. Y no estoy generalizando: hablo de lo que vi. El moro es un tipo especial. Y los del Rif, todavía más. ¡Peor que los gallegos! En fin, que nadie se equivoque: sabían perfectamente lo que hacían, nos dieron lo que quisieron y más, nos hicieron correr, nos mataron a gente... Al moro le das un fusil y parece que sabe disparar casi por instinto.

-Cuando regresaron a la Península, ¿la gente estaba informada de lo que había ocurrido en Ifni? ¿O fue realmente una guerra silenciada?
-Pensaban que habíamos ido a pegar cuatro tiros y poco más. Ni se imaginaban que había habido muertos. Y una guerra, menos todavía. Al principio se habló de una revuelta, pero se fue silenciando progresivamente.

-Pero hubo cuestaciones populares para enviar lotes de Navidad, por ejemplo.
-Codorniu nos envió 12.000 botellas de champán. Pero ni vimos ni bebimos ni una. Alguien se forró con ellas, porque se quedaron en las Canarias. Hay que decir también que el transporte desde las Canarias era problemático, se hacía en barco y para desembarcar había que esperar el momento, más bien el día adecuado para los carabos.

-¿Qué aviones utilizaban los paracaidistas?
-Nos lanzaban desde los Junker: un buen aparato, muy difícil de derribar... aunque hubo un accidente, sí. Pero yo he volado en un Junkers una patrulla de exhibición desde Alcalá hasta Alcantarilla con solo dos motores, el del morro y el del ala izquierda. Estuvimos enganchados casi 20 minutos por si había que saltar, pero resistió. Era muy buen planeador, y muy fiable. Podía transportar hasta a doce paracaidistas, que teníamos que saltar por una puerta de 1,40 metros de alto. Había que agacharse e ir con cuidado de no dar en el dintel con el paracaídas. Si todo iba bien, en ocho segundo habíamos saltado los doce.

-¿Hasta cuándo estuvo destinado en Ifni?
-En mayo de 1958 toda la Segunda Bandera regresamos a la Península para el desfile de la Victoria. Casi salimos en hombros, y bueno, eso ya fue algo. Creo que hacia 1959 volvieron a Ifni, donde se había quedado estacionada la Primera. Pero yo me licencié antes, en septiembre de 1958, al cumplirse los tres años. Podría haberme reenganchado pero hice cábals y vi que como mucho podría ascender hasta comandante. No me interesaba. No me quejo: como caballero legionario paracaidista cobrábamos 575 pesetas al mes, una pequeña firtuna para la época, sobre todo si lo comparas con la peseta diaria que le pagaban al soldado de reemplazo.

-Volvamos a la guerra: desde su punto de vista, ¿era correcta, la estrategia de liberar los puestos del interior, replegarse en la capital y abandonar el resto del territorio? ¿Era la única opción viable?
-Hay que decir que las unidades profesionales, marina, aviación, paracaidistas e incluso Tiradores, podrían haber mantenido la colonia. En cambio, hubo compañías de morteros que desembarcaron en Ifni sin haber disparado jamás, que sacaban la pistola de la funda por primera vez. La estrategia del repliegue me imagino que fue para evitar un enfrentamiento a gran escala con Mohamed V, sospecho que hubo algo así como un acuerdo para que la cos no pasara a mayores. Por otra parte, y con la mano en el corazón, en Ifni no había nada por lo que valiera la pena luchar.

-Así que, en el fondo, replegarse era algo sensato.
-Quizás no era la postura más honrosa, pero sí, era la más sensata, porque nos estaban dando por todos los lados. Por otra parte, lo que se cedió tampoco era gran cosa: 50 años después, en algunos de los puestos que volamos cunado nos retiramos todavía o se ha movido una piedra. Todo continúa igual.

-¿Echaron de menos el apoyo de carros de combate, helicópteros, artillería pesada...?
-Un carro hubiera sido de gra ayuda, pero hay que tener en cuenta la época: en 1957 el ejército español quizás disponía de dos docenas de tanques. Era un ejército muy peculiar, diseñado exclusivamente para la represión interna más que para defender el país de un enemigo exterior. Los pocos Sherman que teníamos en la Península habñian llegado tras el acuerdo con Eisenhower... En fin, no olvidemos que era una época de miseria absoluta. Pero lo que te puedo asegurar es que si algo funcionó de maravilla fue la Armada. Las veces que le dimos al Canarias las coordenadas de bombardeo lo clavó: no se desviaron ni un metro.

-Pues corre el rumor de que en Sidi Ifni cayó algón obús por error...
-Que yo sepa, jamás. Hubo casos de fuego amigo, pero por parte de la aviación, no de la Armada. Las transmisiones del Canarias y el Méndez Núñez las llevaban sargentos con tres millones de años de servicio a sus espaldas. Aquella gente no se equivocaba.

-También se ha dicho que los obuses caían en el lugar indicado pero no exñplotaban porque eran defectuosos...
-Las seis andanadas que dispararaon por encima de nuestras posiciones estallaron. Y tanto: ¡en mi vida lo he pasado tan mal! Pero sí que había armamento en mal estado: las granadas, por ejemplo, pero más que por defectusoas, porque tenían un sistema endiablado, con una cinta que venía enrollada y que en teoría saltaba cuando lanzabas la granda ;luego resultaba que raras veces lo conseguías y tenñías que ir a recuperar la granada... La P2 era más fibale; la pistola Star, una maravilla, y el subfusil... Bueno, con el primer cargador, funcionaba bien, pero cuando se calentaba era jmuy probable que se encasquillara.

-¿Cómo se ganó la vida cuando dejó el ejército?
-Primero como dibujante y guionista, para Selecciones Ilustradas de Toutain; pero duró poco y pronto me pase al sector comercial -soy perito mercantil- hasta la jubilación.

jueves, 15 de mayo de 2014

Miquel Bolart, veterano de la guerra de Ifni: "Pronto nos dimos cuenta de que estábamos combatiendo en una guerra de verdad" (I)

La Operación Gento se organizó para liberar las posiciones de Tiugsa y Tenin. Participaron en ella las dos banderas paracaidistas -entre ellos el caballero legionario Miquel Bolart Cámara (Barcelona, 1938)- más un tabor de Tiradores y una sección de morteros expresamente enviada desde la Península. Un pequeño ejército de más de 1.500 hombres que fue fustigado continuamente por fuego de francotiradores -las bandas armadas rehuían en lo posible y como buenos guerrilleros el combate abierto. Fue en esta operación donde sufrió uno de los episodios de fuego amigo que alimentan la leyenda negra de la guerra de Ifni: "Solicitamos apoyo aéreo para ocupar una cota; eran las 10.30 horas, y tres horas después los Heinkel todavía no habían hecho acto de presencia, así que atacamos la posición. Cuando ya la habíamos tomado, llegaron los bombarderos... ¡Y lo que nos bombardearon! No nos liquidaron a todos de milagro".

Bolart formaba parte de la 6a compañía de la Segunda Bandera Paracaidista. Cobraba una mensualidad de 575 pesetas, una pequeña fortuna en comparación con la peseta diaria que recibía la tropa estacionada en la Península, e incluso con las seis de los reclutas destinados a Ifni. En febrero de 1958 participoó en la ocupación de Ercunt, donde se produjo el segundo salto de combate en la historia del paracaidismo español. Él se lo ahorró porque la papeleta le tocó a la Primera Bandera.


Miquel Bolart sirvió como paracaidista en la Segunda Bandera; se enroló en 1955 y en octubre de 1957 fue destinado a Ifni, donde participó en la liberación del fuerte de Tiugsa: arriba, durante su período de servicio; abajo, en 2007, en su domicilio barcelonés. Fotografías: Archivo Miquel Bolart / Presència.

-¿Cómo fue a parar a los paracaidistas?
-Estaba estudiando peritaje mercantil. La mili te partía la juventud por la mitad. Así que un buen día que me crucé con un paracaidista con su boina y todo, y me dije: "Si tengo que ir, por lo menos que pueda escoger un cuerpo en que  me divierta". En aquella época los pobres reclutas iban con su uniforme y sus botas, mientras que los paracaidistas vestíamos zapatos, americana y corbata. Piensa que en las Ramblas me paraban y me confundían con un soldado americano; en el ejército español nadie vestía así. Me alisté en agosto de 1955; hice la instrucción en Alcalá de Henares, y en enero de 1956 me envían a Alcantarilla para seguir el cursillo de paracaidista. Tenía 17 años.

-¿En qué consistía?
-Primero aprendíamos a caer: primero lo hacíamos con la voltereta alemana; luego cambiaron al rulo, la técnica que utilizaban franceses y norteamericanos. Con el rulo te apoyas en un costado al caer; la voltereta alemana, en cambio, aprovecha la inercia de la caída para da la vuelta hacia adelante o hacia atrás. El paracaidismo ha evolucionado mucho: nosotros caíamos a 4 metros por segundo y el golpetazo era seguro. Ahora hacen lo que quieren, son perfectamente capaces de aterrizar sobre un teléfono móvil.

-¿Difícil, la instrucción?
-Para conseguir el título de paracaidista tenías que sacar seis saltos. Primero practicábamos la voltereta sobre una lona, saltando desde una altura de dos metros y pico; te intentaban inculcar el automatismo de saltar justo en el momento en que te tocaba -"Preparados, listos, ya"- a dar el saltito para que no se te torcieran los tobillos; cuando superabas esta primera fase te llevaban a una torre de 8 o 10 metros de altura para practicar el salto enganchado a una cuerda: una de las experiencias más terroríficas de la instrucción, porque vas cayendo en diagonal y como estás tan cerca del suelo la sensación de que te la vas a pegar es inevitable.

-¿En qué Bandera se alistó?
-Cuando ingresé sólo existía la Primera; a partir de mi promoción, que fue la sexta, crearon la Segunda, con lo que se formó la Agrupación de Banderas Paracaidistas. 

-¿Había muchos catalanes?
-En comparación con el resto del país éramos pocos; pero más de los que parecía. Una bandera, que es casi como un regimiento, constaba de cinco compañías y la plana mayor: unos 700 hombres, bajo el mando de un comandante; el mío era Tomás Pallás Sierra. Superado el cursillo de Alcantarilla nos envían de vuelta a Alcalá, con el título de caballero legionario paracadista de segunda y el roquiqui, las alas, y también con el traje de señor, porque hasta entonces vestíamos igual que los soldados de infantería y no lucíamos insignia.

-¿Qué destino le tocó?
-Primero, la 6a compañía; luego, Transmisiones de la plana mayor de la bandera, era el encargado de cargar con la emisora.

-Y va a parar a Ifni.
-A finales de octubre de 1957, justo antes del follón. La Primera Bandera  había llegado el año anterior, justo cuando tenía un permiso y con la mala suerte de que cuando me llegó el telegrama no pude reincorporarme a tiempo. En Alcalá nos quedamos unos 80 paracaidistas, y fue entonces cuando comenzaron a organizar la Segunda Bandera. Por eso soy uno de los fundadores. Estuve unos dos meses en la Segunda, y entonces me trasladaron a la plana mayor. El comandante Pallás estuvo desde el principio en la Segunda Bandera, y el teniente coronel Crespo del Castillo estaba al frente de la Agrupación de Banderas.

-Vayamos pues a Ifni.
-Nada más llegar nos dijeron que había habido una sublevación de bandas armadas, y que eran unos tipos muy preparados. No sabría decirte; lo que sí estaba claro es que los tíos aguantaban como si nada ráfagas de ametralladora a 50 centímetros del suelo. Eso sí que te lo puedo decir.

-¿Había mucha diferencia entre el equipo y el armamento de los paracaidistas respecto a los de Tiradores?
-Nosotros hacíamos instrucción abierta y cerrada a diario, armamento y táctica; éramos soldados preparados para el combate. Ellos eran reclutas que lo único que querían era que los meses de mili pasaran lo más rápidamente posible. En cuanto al equipo, los americanos insistieron en que no usáramos el nuevo material que nos habían cedido en virtud del acuerdo entre Franco y Eisenhower. Sólo podíamos utilizar los cascos y las emisoras.

-La famosa Marconi de pedal, ¿la llegó a usar?
-Eran las únicas que había, reliquias de la guerra de aquí. A nosotros nos facilitaron unos radioteléfonos americanos estupendos, de estos que se ven en las películas de la época. Pero los debieron transportar embalados y algún listo de intendencia los mezcló al sacar las cajas. En fin, como estos aparatos funcionan por parejas, cada una con su propia frecuencia, como los habían mezclado resultó que era imposible contactar con la compañía vecina. Más aún cuando nos metíamos en alguna vaguada. Piensa que Ifni no es el Sáhara: es una zona montañosa y la persiana de señales ópticas enseguida quedaba inutilizada. Vaya, que con frecuencia nos encontrábamos a oscuras.

-¿De que armamento disponían?
-El máuser de 7,92 milímetros. Para mí, el mejor fusil del mundo. Si eres un buen tirador, donde pones el ojo pones la bala. Era un arma semiautomática de cerrojo: cargaba cinco balas en peine y había que tirar del cerrojo a cada tiro. Pero era un muy buen fusil; el nuestro era de 1952, el último modelo. También teníamos el fusil ametrallador FAO, que también era una buena arma. Lo que ocurre es que en una época en que otros ejércitos ya tenían una cadencia de fuego altísima, nosotros todavía andábamos con armamento de la postguerra.

-Pero, ¿no me está diciendo que era una buena arma, el Máuser?
-Sí que lo era, pero una arma semiautomática, ante un M1 americano, que dispara ocho tiros sin darte tiempo siquiera a respirar, o la misma Thompson, que disparaba 37 balas sin encasquillarse... Era otro mundo. El máuser era un buen fusil, pero era un fusil de cinco balas. Y además, de cerrojo.

-Y el enemigo, las bandas armadas, ¿qué armamento tenía?
-De todo, menos ametralladoras Thompson: mosquetones nuestros, y también franceses... No es que estuvieran muy bien equipados, pero para el tipo de guerra que practicaban, era suficiente.

-¿Y qué pasa con el Cetme?
-Llegó al final de la guerra y sólo lo vieron algunos; yo, desde luego, no. Los que llegaron a partir de 1958 sí que lo disfrutaron. Como subfusil automático es de lo mejorcito, porque no se encasquilla, tiene una cadencia de fuego muy alta y es ligero, apenas pesaba 3,5 kilos: ahora debe pesar incluso menos. Piensa que el máuser superaba los 5 kilos. Los primeros Cetme que llegaron a Ifni todavía venían equipados con trípode, porque la idea de un fusil ametrallador estaba todavía muy enquistada en el alto mando. Pero es que el Cetme era más que un subfusil: era un fusil de asalto con una cadencia casi de ametralladora.

¿Qué ambiente se encontró en Ifni al llegar, en octubre de 1957?
-Persistía la idea de que los problemas venían de fuera, aunque ya se habían registrado levantamientos en algunas cabilas del interior. En Sidi Ifni era otra cosa, porque era más fácil de controlar. Cuando estalló la revuelta, se cortó de raíz. Pero cuando vimos las caras de los compañeros que llegaban no dire que del frente -porque no había propiamente frente- sino del interior, enseguida nos dimos cuenta de que estábamos combatiendo en una guerra de verdad. Algo diferente a todo lo que habíamos vivido hasta entonces.

-El levantamiento del 23 de noviembre, ¿nadie se lo olió?
-Hubo avisos, sí, pero muy dudosos. Además, en aquella época, la inteligencia militar dejaba mucho que desear. Nadie se lo imaginaba: piensa que en Sidi Ifni se encontraba el cuartel general de Gómez de Zamalloa, el gobernador del África Occidental Española, que abarcaba también el Sáhara. 

-¿Usted era de los que paseaba tranquilamente por el barrio moro?
-Al principio íbamos al zoco de compras sin ningún tipo de resquemor, quizás por ese punto de imprudencia juvenil, sin sabr demasiado donde nos estábamos metiendo; pero por la razón que fuese, no teníamos sensación de inseguridad. Después, cuando el levantamiento, lo cerraron y nos enviaron a hacer rondas de vigilancia por el perímetro. En cierta ocasión llegaron a disparar contra el burdel.

-¿Dónde lo sorprende el ataque del 23 de noviembre?
-En el campamento. Oímos algo de jaleo, pero no nos tocó ir a resolver aquello; así que me ahorré las primeras horas. Sí que nos ordenaron socorrer el puesto de Tiugsa. Iba con el mulo cargando mi emisora, junto con un soldado de quintas. Cuando sonó el primer tiro el trabajo fue nuestro para que el  mulo no se escapara... hasta que le pegaron tres tiros. No nos dieron a nosotros de puro milagro.

-El chivatazo de la cuñada de un policía indígena que según algunos salvó a los oficiales de morir a manos de sus ayudantes baamranis, ¿mito o realidad?
-Dicen que fue asi. Te diré una cosa: si me vinieran con la historia de que fue un espía infiltrado, no sé, algo así, no lo creería; en cambio, algo tan en el fondo estúpido como un soplo de la cuñada del policía, pues lo creo. Me parece más creíble que no una filtración a la inteligencia militar, porque si existía algo parecido a esto, nunca supe dónde estaba. Para que veas cómo las gastaban, estando yo en la plana mayor de la Agrupación, se organizó el salto en una zona pedregosa y con unas pendientes de más del 15%. Si hubiéramos saltado allí, el que menos hubiera dejado una pierna de recuerdo. Por suerte a alguien se le ocurrió realizar una descubierta para reconocer la zona de salto.

-Así que no saltaron sobre Tiugsa.
-No. Nos llevaron hasta cierto punto en camión, y desde allí seguimos avanzando a pie. Casi los dos tercios del trayecto.

-¿Y qué ocurrió?
-Íbamos la Agrupacion al completo, la dos Banderas Paracaidistas. Imagínate, cerca de 1.300 hombres. Un auténtico ejército. Cada cierto número de kilómetros sonaba un disparo y comenzaba el baile: cuerpo a tierra, que si las ametralladoras por aquí y los morteros por allá... Imagínate a mil y pico tíos, doce compañías, cuerpo a tierra, porque no sabías si te estava disparando un tío, o había otros 50 dispuestos a freirte. Pasada la alarma, y sin haber capturado a un solo moro, retomábamos el camino... hasta que volvía a sonar un disparo y vuelta a empezar. Al final ordenaron que nadie se lanzara cuerpo a tierra hasta que se localizara al enemigo. Lo cierto es que sólo hubo que lamentar un par de heridos, y que hasta que no llegamos a la zona de Tagraga yo no vi ni un solo moro, ni creo que nadie viera ninguno. Pero nos dieron por el saco durante todo el trayecto.

[Primera parte de una entrevista inédita a Miquel Bolart mantenida en 2007; la segunda parte se publicará mañana]