Nació en el Shangai de entreguerras que Ballard y Spielgberg retrataron en El imperio del sol. Vivió desde El Cairo, y con la angustia en el cuerpo, la derrota del Afrika Korps de Rommel. En los años 50 la crítica la considero la Françoise Sagan de la novela británica, y en 1957 se instaló -quién lo iba a decir- en Engordany. Fue un amor a primera vista. Pero Ursula Simpson, esta perfecta expatriada hija del Imperio, ha conocido las dos Andorras, y de la de hoy no sabe si se enamoraría.
Ursula Simpson, en los primeros años 30, en la época en que su familia residía en Shangai. Fotografía: Archivo Simpson. |
En la carretera de Engordany se levanta el chalet Simpson, una sorprendente construcción inspirada en la borda pirenaica y de una cierta apariencia marina. Lo erigió Stanley Simpson, el padre de Ursula, en 1957. Es una visión casi turbarbora, porque el chalet sobrevive hoy enclaustrado entre bloques de pisos de dudosa personalidad y la suya es una presencia cada vez más incongruente, claramente anacrónica y que parece -sabe mal decirlo- condenada a la extinción. El contraste ofrece una metáfora de ladrillo y piedra de las dos Andorras que ha conocido Ursula y, como ella, todos los andorranos de una cierta edad: el país de postal que atrajo como un imán a personalidades como el escultor Josep Viladomat, el compositor Josep Fontbernat, el lingüista Manel Anglada, el polígrafo Esteve Albert, el memorialista Lluís Capdevila o el ingeniero Simpson, y como si no cupiese término medio, el ultramoderno centro comercial y financiero en que se ha convertido medio siglo después, sin tiempo ni tampoco ganas de mirar al pasado reciente.
El chalet, en fin, es una caja de sorpresas, lleno a rebosar de los recuerdos de las vidas viajeras, marineras y aventureras de quienes la han morado en el último medio siglo: una escultura totémica de la Polinesia, la viga tallada de una mansión castellana del siglo XVI, una imagen budista, dibujos orientales a la tinta china... Desde que Stanley Simpson murió, en 1990 -y a los 100 años: ¡cómo son estos expatriados!- quien gestiona la memoria de esta nave varada en la confluencia de los dos Valiras es Ursula. Y lo hace, además, a través de sus novelas, porque biografía y bibliografía están en este caso estrechamente vinculadas. La suya fue una carrera literaria precoz y prometedora, hasta el punto de que a principios de los 50 la crítica la despachó como la François Sagan británica.
Una comparación fácil, basada en la juventud de las dos escritoras y en el hecho de que ambas compartían unos exóticos orígenes coloniales. Una etiqueta que, dice, encajó con más resignación que entusiasmo. El caso es que la bibliografía de Ursula arranca con The Sun Behind Me, recreación -y empieza el sarao- de su experiencia vital en el Cairo de la postguerra: "Quise reflejar el impacto que el advenimiento del nacionalista Nasser tuvo en una sociedad tan cosmopolita como lo era la egipcia del momento; una sociedad que hasta entonces había sido un ejemplo de convivencia y de multiculturalismo: en mi escuela estudiábamos niños de todas la religiones y de un montón de nacionalidades, y nos entendíamos bien. Con Nasser, todo esto se acabó: tenía la obsesión de expulsar a todos los que no fueran musulmanes, empezando por los judíos y terminando por los cristianos. La debí escribir a la vez con el corazón y con el estómago, porque incluso ganó un premio del Daily Mail a la mejor novela del mes..."
El chalet, en fin, es una caja de sorpresas, lleno a rebosar de los recuerdos de las vidas viajeras, marineras y aventureras de quienes la han morado en el último medio siglo: una escultura totémica de la Polinesia, la viga tallada de una mansión castellana del siglo XVI, una imagen budista, dibujos orientales a la tinta china... Desde que Stanley Simpson murió, en 1990 -y a los 100 años: ¡cómo son estos expatriados!- quien gestiona la memoria de esta nave varada en la confluencia de los dos Valiras es Ursula. Y lo hace, además, a través de sus novelas, porque biografía y bibliografía están en este caso estrechamente vinculadas. La suya fue una carrera literaria precoz y prometedora, hasta el punto de que a principios de los 50 la crítica la despachó como la François Sagan británica.
Una comparación fácil, basada en la juventud de las dos escritoras y en el hecho de que ambas compartían unos exóticos orígenes coloniales. Una etiqueta que, dice, encajó con más resignación que entusiasmo. El caso es que la bibliografía de Ursula arranca con The Sun Behind Me, recreación -y empieza el sarao- de su experiencia vital en el Cairo de la postguerra: "Quise reflejar el impacto que el advenimiento del nacionalista Nasser tuvo en una sociedad tan cosmopolita como lo era la egipcia del momento; una sociedad que hasta entonces había sido un ejemplo de convivencia y de multiculturalismo: en mi escuela estudiábamos niños de todas la religiones y de un montón de nacionalidades, y nos entendíamos bien. Con Nasser, todo esto se acabó: tenía la obsesión de expulsar a todos los que no fueran musulmanes, empezando por los judíos y terminando por los cristianos. La debí escribir a la vez con el corazón y con el estómago, porque incluso ganó un premio del Daily Mail a la mejor novela del mes..."
¿Valió la pena?
Ursula, que había empezado escribiendo relatos y reportajes para revistas literarias, se encontró de repente convertida en una escritora profesional, su sueño desde siempre. Y si con The Sun Behind Me causó sensación, la consagración le llegó con la segunda novela, The Vintage, en la que otra vez recurrió a su memoria personal para levantar un drama rural con todas las de la ley y con la vendimia de Beaujolais de fondo: "Era algo completamente diferente. Lo que pretendía era reflejar el alboroto que causaban los temporeros italianos que cada otoño aterrizaban en el Beaujolais, y que yo conocía bien había pasado allí algunos veranos". La fortuna le sonrió: la Metro compró los derechos para adaptar la novela al cine, en una película -hoy semiolvidada, todo hay que decirlo- que dirigió el entonces debutante Jeffrery Hayden -después prolífico director de teleseries más o menos míticas, desde Falcon Crest y Magnum hasta, ejem, El coche fantástico- con un reparto de primer nivel en que por primera y única vez actuaron juntas dos de las estrellas del cine de los años 50: Mel Ferrer y Michèle Morgan. Ursula se encargó de escribir ella misma el guión, y la cosa le debió gustar porque durante toda la década trabajó para el cine... contra la opinión de su editor de Collins: "No se cansaba de advertirme de que si me vendía al cine acabaría dilapidando el talento que pudiera tener. Y lo malo es que tenía razón, pero aquel trabajo me permitía ingresar unos buenos dineros".
Tras este éxito inicial, Ursula abandonó también precozmente su carrera literaria: no volvió a publicar ninguna otra novela, aunque tiene cuatro manuscritos en el cajón: "No he dejado jamás de escribir, pero soy incapaz de dar una novela por acabada. Esteve Albert siempre me decía que tenía que publicar, pero supongo que me falta confianza en mis posibilidades: hay tantos escritores, y tan buenos, que... ¿qué puedo aportar, yo?" Y se pone a repasar en voz alta la lista de sus escritores: Durrell, Virginia Woolf, las hermanas Bronte, Wilde y, oh, sorpresa, Jane Francesca Elgee... ¡la made de Oscar! Pero la pátina cinematográfica de Ursula no se termina aquí, porque el Shangai donde nació en 1930 es exactamente el que recrea J. C. Ballard, estricto coetáneo suyo y amigo de la familia, en El imperio del sol, que como el lector recordará Spielgberg llevó a la gran pantalla: "Era aquel un mundo de contrastes durísimos: al lado de una enorme miseria, de pobre gente que se moría literalmente de hambre, había una especie de euforia típicamente americana, con las fastuosas fiestas sociales de la colonia extranjera. En fin: a Jamie [Ballard] no le gustaba nada. Y a mí, tampoco. O sea que los sábados nos quedábamos en las habitaciones jugando. Era algo parecido a un acuerdo que habían tomado las familias, así nos evitábamos tener que participar en aquel paripé".
Tras este éxito inicial, Ursula abandonó también precozmente su carrera literaria: no volvió a publicar ninguna otra novela, aunque tiene cuatro manuscritos en el cajón: "No he dejado jamás de escribir, pero soy incapaz de dar una novela por acabada. Esteve Albert siempre me decía que tenía que publicar, pero supongo que me falta confianza en mis posibilidades: hay tantos escritores, y tan buenos, que... ¿qué puedo aportar, yo?" Y se pone a repasar en voz alta la lista de sus escritores: Durrell, Virginia Woolf, las hermanas Bronte, Wilde y, oh, sorpresa, Jane Francesca Elgee... ¡la made de Oscar! Pero la pátina cinematográfica de Ursula no se termina aquí, porque el Shangai donde nació en 1930 es exactamente el que recrea J. C. Ballard, estricto coetáneo suyo y amigo de la familia, en El imperio del sol, que como el lector recordará Spielgberg llevó a la gran pantalla: "Era aquel un mundo de contrastes durísimos: al lado de una enorme miseria, de pobre gente que se moría literalmente de hambre, había una especie de euforia típicamente americana, con las fastuosas fiestas sociales de la colonia extranjera. En fin: a Jamie [Ballard] no le gustaba nada. Y a mí, tampoco. O sea que los sábados nos quedábamos en las habitaciones jugando. Era algo parecido a un acuerdo que habían tomado las familias, así nos evitábamos tener que participar en aquel paripé".
Por lo que Ursula no tuco que pasar, afortunadamente, fue por el campo de concentración adonde Ballard fue a caer tras la invasión japonesa. Los Simpson habían abandonado el Extremo Oriente en 1937, y se habían trasladado brevemente a Christchurch, la capital de la Isla Sur (Nueva Zelanda), de donde era originaria la familia paterna. Aquello fue un paréntesis que Ursula recuerda por el contraste con la vida de señores que habían llevado en Shangai: "Acostumbrada a estar permanentemente rodeada del servicio doméstico, poder espavilarme casi completamente sola, solo bajo la lejana vigilancia de una abuela con la manga muy ancha, representó para mí el descubrimiento de la libertad". El siguiente destino de Simpson padre -ingeniero al servicio de la petrolera Shell- fue El Cairo, donde los sorprendió el estallido de la II Guerra Mundial. Una época sorprendentemente plácida, tocada incluso de un halo romántico en el recuerdo de Ursula: "La guerra había llevado al Cairo a gentes de todas las nacionalidades, y cuando los soldados venían a recuperarse del servicio en el desierto, tan morenos... Por supuesto que a lo lejos, pero no tanto, oíamos de vez en cuando el sonido de los disparos, pero no recuerdo haber sentido miedo de una inminente ocupación alemana. De todas formas, los amigos egipcios de la familia lo habían preparado todo por si finalmente llegaba el día fatídico. El plan consistia en disfrazarnos de indígenas y huir a una propiedad que tenían en el delta del Nilo, donde viviríamos como si fuéramos egipcios mientras durara la ocupación. Como comprenderás, me moría de ganas de que llegara el momento de poder embarcarme en una aventuras al más puro estilo Durrell. Pero ese momento no llegó jamás."
En 1948 los Simpson abandonan la vida nómada y regresan a Londres, con Ursula decidida a convertirse en escritora. Y lo consiguió, a los 18 años y a instancias de su padre, el ingeniero: "Harto de oír cómo me quejaba, un día me cogió y me soltó el sermón: 'si es lo que de verdad quiere, coge unas cuartillas y lleváselas aquí'.Y me señalaba la delegación de una revista canadiense que entonces tenía mucho prestigio. Lo hice y eso fue mi salvación, porque allí intimé con escritores de verdad que me ayudaron a pulir el estilo". Hasta que en 1957, precisamente el año que se estrena The Vintage, Andorra se cruza en el camino de los Simpson: "Mi padre sufría de bronquitis, y el médico le recomendó vivir en un país elevado, porque los inviernos mediterráneos con húmedos y traicioneros. Teníamos Andorra en la lista, y aquel otoño vino para conocerlo personalmente. Enseguida le entusiasmó. El primer invierno alquilamos un piso, pero ya estaba decidido a adquirir una roca, como decía él, para construirse una casita". Así fue como aquel hombre excepcionalmente longevo y de gran sentido del humor -según los que lo recuerdan-, que había combatido en la I Guerra Mundial enrolado en la Royal Navy, y que se había pateado medio mundo por cuenta de la Shell recaló finalmente en Andorra: "Viladomat nos habló de una borda que estaba en los terrenos del Panxut, al lado de su taller. La compramos y él mismo hizo lo planes del chalet, que levantamos el año siguiente. Y hasta hoy."
Así que el año que viene [2007] se cumplirá medio siglo que los Simpson se instalaron en Engordany. Es cierto que Ursula abrió en los 60 una paréntesis de casi una década -su marido trabajaba como editor en Collins- y se trasladó a Glasgow hasta que en 1970, tras el fallecimiento repentino de su esposo, regresó esta vez definitivamente a Andorra. Engordany, en Escaldes, se convirtió en el centro de operaciones de una familia paradójicamente enamorada de la mar. La prueba es que Stanley matriculó la primera embarcación andorrana, el velero Pareora II, alma luminosa en lengua maorí: "Siempre había cultivado la afición por la vela, y antes incluso de la guerra había sido campeón de la Isla Sur. Y tenía una barca amarrada en el puerto de Tarragona con el que hacíamos largas travesías cuando llegaba el buen tiempo. Así que matriculó el Pareora II en Andorra: si los suizos, que tampoco tienen mar -que se sepa- son una potencia en deportes náuticos, ¿por qué no nosotros?" De esta afición marinera surgió una novela inédita, The Calms of January, ambientada en la Jávea del Desarrollismo, que los Simpson conocieron de primera mano porque se contaban entre los fundadores de su club náutico. Como también conocieron de primera mano las glorias y las miserias de la Argentina de Perón, donde la familia vivió en 1950 -siguiendo otra vez el periplo laboral del patriarca- y que Ursula plasmó en The Hills of Cordova, que también ha quedado inédita: "No me gustaba la buena sociedad de Buenos Aires, aquellas gentes tan estirada y orgullosa. Para ellos, las provincias del interior era un territorio primitivo, casi salvaje, que miraban de lejos y con condescendencia. Así que pensé que la provincia sería muy probablemente mi lugar, y apara allí me fui con mi madre. Acertamos de pleno, porque aquí nos reencontramos con la libertad".
Llega la hora del balance. A Ursula se le encienden los ojillos al evocar la Andorra preindustrial -o mejor, precomercial- que la hechizó: "Nos conocíamos todos, en cada casa tenías a un amigo, y existía una buena voluntad general, un espíritu que el tiempo ha ido arrinconando, así de simple. Éramos una comunidad minúscula, donde te interesabas por los problemas del vecino de una forma natural, sana y cálida. Hoy sólo se trata de hacer dinero. Es lo que único que cuenta. La Andorra que yo conocí ya no existe. Pienso que si llegara hoy a este país sin saber nada de él, de la misma manera que llegué en 1957, no me enamoraría de él como entonces. Definitivamente, no". Tras media vida aquí, la conclusión no deja de tener un regusto amargo, triste, algo desolador, y que invita finalmente a la reflexión: ¿ha valido la pena?
[Este artículo se publicó el 8 de febrero de 2006 en Informacions]
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