¡Bonaventura Ubach! Sí, hombre, el monje benedictino, biblista y viajero catalán (Barcelona, 1879-Montserrat, 1960) que en las primeras décadas del siglo XX recorrió Tierra Santa y más allá -Palestina, Siria, el Líbano e Irak- y volvió convertido en el primer orientalista con credenciales científicas del país. El novelista Martí Gironell lo convirtió en héroe de ficción en El arqueólogo, y la monumental colección de gadgets arqueológicos que reunió se conserva hoy en el monasterio de Montserrat, donde ingresó en 1894. Años atrás el Museo del Tabaco de Sant Julià de Lòria (Andorra) expuso una parte de esta colección (Viaje al Oriente bíblico), y el Centre d'Art d'Escaldes hace ahora lo propio con un puñado de recipientes, ungüentarios y vasos de vidrio y cerámica de origen árabe que forman parte de la exposición El Antiguo Egipto y tejidos coptos de Montserrat. Comisariada, y no es casualidad, por el padre Pius Tragan. Atención: el último discípulo vivo de Bonaventura Ubach. Por eso hablamos con él.
-¿Se hubiera reconocido, el padre Ubach, en El arqueólogo de Gironell?
-La novela es muy fiel a su trayectoria, y aprovecha con acierto el hecho evidente de que el padre Ubach llevó una vida muy novelesca. Lo que ocurre es que el autor le ha añadido algún condimento que no acaba de encajar con la realidad.
-Ahora nos lo tendrá que contar.
-El sacerdote que lo acompañó al Sinaí, el monje belga Joseph Vandervorst, se queda obnubilado en la novela contemplando la danza de una bailarina beduina. Tanto, que lo deja todo y no vuelve. El padre Vandervorst existió, pero no tuvo una crisis de fe por culpa de ninguna bailarina. Ni beduina ni nada.
-Una licencia poética puede perdonarse...
-Por supuesto: una novela debe tener algo de sal y algo de pimienta, así que se comprende perfectamente.
-¿La hubiera leído, el padre Ubach?
-Hmmm... Estaría contento por lo menos por una cosa: porque lo que él escribió es muy académico, muy serio, incluso espeso. De muy difícil acceso para el lector no especializado. El arqueólogo ha dado a conocer su figura en todas partes. Si no se le conoce por su ciencia, por lo menos que se le conozca por su vida. Aunque sea novelada.
-Casa poco con la modestia que se le supone a un monje...
-Su obsesión era divulgar el conocimiento de la Biblia. Y hablando de él y de su vida, aunque sea a través de El arqueólogo, estamos hablando de la Biblia, de los escenarios donde transcurren los Evangelios. Pero aplicarle los criterios de hoy al padre Ubach es muy difícil. Es un hombre de otra época. Casi de otro mundo.
-¿Cómo le sentaría, esto de verse convertido en una especia de Indiana Jones a la catalana?
-Esto sí que no, porque a Indiana Jones le falta la dimensión religiosa, que para el padre Ubach lo era todo.
-Me imagino que el material que fue coleccionando está debidamente justificado. Vaya, que no se dedicó a practicar este expolio encubierto y con coartada cultural a que éramos tan aficionados los occidentales hasta hace cuatro días.
-Normalmente lo compraba. Pero también fue un hombre a quien la fortuna sonreía con cierta frecuencia. Una de las piezas más destacads que trajo de sus periplos por Oriente fue un talento babilonio...
-¡¿Un talento?! Ejem: ¿una moneda?
-Una medida de peso: un talento de oro equivalía a 32 kilos de oro. Pues este talento en concreto lo localizó en una morada muy humilde: la puerta del edificio giraba sobre un agujero en el que había una piedra encajada. El padre Ubach se percató de que la piedra aquella no era del mismo color que la tierra de los alrededores. En fin, que le pidió a la señora de la casa que le dejara observar la piedra en cuestión más de cerca. Y la buena mujer, y mejor negociante, contestó: "Si me paga usted la puerta, adelante". Y así lo hizo.
-¿Era un talento de oro?
-De asfalto. Y se lo llevó debajo del brazo, tan satisfecho porque por dos libras esterlinas que para aquella mujer eran una pequeña fortuna, él había podido salvar un talento.
-¿Qué ocurrió con la puerta?
-La dejó, por supuesto.
-Supongo que tenía algún mecenas detrás. ¿Cuál?
-El padre Antoni Marcet, en la época abad de Montserrat. Hay que decir que el padre Ubach y el abad habían sido compañeros en el noviciado...
-Así, cualquiera.
-La cuestión es que se entendieron a la perfección y que el abad hizo lo que estuvo en su mano para ayudarlo en sus viajes. Hay que tener en cuenta que eran los años en que se estaba reconstruyendo el monasterio, destruido durante la Guerra de la Independencia.
-Asi que tenía una buena billetera.
-No exactamente. Cuando por el camino se topaba con una excavación arqueológica, sabía ganarse a los arqueólogos de turno y con frecuencia le caía alguna pieza interesante. Uno de estos amigos que fue haciendo a lo largo del camino le obsequió con un ladrillo del palacio del rey de Babilonia. ¡Nabucodonosor! ¿Te lo puedes imaginar? Y no le costó ni un duro.
-¿Qué pensaría, si viera en lo que se ha convertido Irak?
-Lo hubiera vivido de una forma trágica. El Bagdad que és conoció era la ciudad de la paz, donde convivían musulmanes, judíos y cristianos, tanto católicos como ortodoxos. Si pudiera ver lo que ha ocurrido, se le caería el alma a los pies.
-¿Cómo se explica que un personaje que, como se ha visto, daba tanto juego, haya estado a la sombra durante tanto tiempo? ¿Falta de márketing montserratino, quizás?
-En Montserrat queda mucho trabajo por hacer. Cuando regresé de Roma, donde ejercí durante 35 años como profesor, pensé que había llegado el momento de hacer algo por el monasterio. Me fijé en el legado del padre Ubach, por si había alguna manera de darle la importancia que merecía. La sorpresa fue que había muchas piezas que ni se conocían. Arreglamos una sección del museo para exponer la colección, contactamos con el museo egipcio de Turín y pusimos en movimiento un patrimonio que estaba en Montserrat pero al que nunca ante nadie le había prestado atención.
-Regálenos una exclusiva: por ejemplo, una joya de la colección que aun espere ser descubierta...
-La colección de monedas romanas acuñadas en Egipto, desde la época griega hasta la bizantina. Hay cerca de 300 y es única. Excepcional, precisamente por el hecho de haber sido acuñadas en Egipto.
-Así, cualquiera.
-La cuestión es que se entendieron a la perfección y que el abad hizo lo que estuvo en su mano para ayudarlo en sus viajes. Hay que tener en cuenta que eran los años en que se estaba reconstruyendo el monasterio, destruido durante la Guerra de la Independencia.
-Asi que tenía una buena billetera.
-No exactamente. Cuando por el camino se topaba con una excavación arqueológica, sabía ganarse a los arqueólogos de turno y con frecuencia le caía alguna pieza interesante. Uno de estos amigos que fue haciendo a lo largo del camino le obsequió con un ladrillo del palacio del rey de Babilonia. ¡Nabucodonosor! ¿Te lo puedes imaginar? Y no le costó ni un duro.
-¿Qué pensaría, si viera en lo que se ha convertido Irak?
-Lo hubiera vivido de una forma trágica. El Bagdad que és conoció era la ciudad de la paz, donde convivían musulmanes, judíos y cristianos, tanto católicos como ortodoxos. Si pudiera ver lo que ha ocurrido, se le caería el alma a los pies.
-¿Cómo se explica que un personaje que, como se ha visto, daba tanto juego, haya estado a la sombra durante tanto tiempo? ¿Falta de márketing montserratino, quizás?
-En Montserrat queda mucho trabajo por hacer. Cuando regresé de Roma, donde ejercí durante 35 años como profesor, pensé que había llegado el momento de hacer algo por el monasterio. Me fijé en el legado del padre Ubach, por si había alguna manera de darle la importancia que merecía. La sorpresa fue que había muchas piezas que ni se conocían. Arreglamos una sección del museo para exponer la colección, contactamos con el museo egipcio de Turín y pusimos en movimiento un patrimonio que estaba en Montserrat pero al que nunca ante nadie le había prestado atención.
-Regálenos una exclusiva: por ejemplo, una joya de la colección que aun espere ser descubierta...
-La colección de monedas romanas acuñadas en Egipto, desde la época griega hasta la bizantina. Hay cerca de 300 y es única. Excepcional, precisamente por el hecho de haber sido acuñadas en Egipto.
[Esta entrevista se publicó el 27 de marzo de 2013 en El Periòdic d'Andorra]
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