Incursiones relámpago, estilo Sturmtruppen, en episodios que tuvieron lugar en Andorra y cercanías durante la Guerra Civil española, la II Guerra Mundial y las dos postguerras, con ocasionales singladuras a alta mar, a ultramar y si conviene incluso más allá.
[Fotografía de portada: El Pas de la Casa (Andorra), 16 de enero de 1944. La esvástica ondea en el mástil del puesto de la aduana francesa. Copyright: Fondo Francesc Pantebre / Archivo Nacional de Andorra]

sábado, 28 de febrero de 2015

A pie, con monseñor (Guitart)

Josep Moliné Troc se refugió en Andorra en los inicios de la Guerra Civil, y aquí se quedó toda la vida. Su hija evoca hoy el papel de Moliné en el paso clandestino de fugitivos de la Seo de Urgel y comarca en los primeros meses del conflicto. Entre sus clientes, atención, el obispo Guitart.

La versión oficial de esta historia consta en el Martirologi de l'Església d'Urgell y la recoge también Francisco Javier Galindo en en volumen La Seu, 1936. Y dice que el obispo Justí Guitart huyó de la Seo a primera hora de la mañana del 23 de julio de 1936, "en el auto del Fluix [el Flojo] y vestido con una simple sotana" -se trataba de no llamar demasiado la atención, porque probablemente se jugaba la vida- y que aquel mismo día cruzaron la frontera y se refugiaron en la casa rectoral de Andorra la Vella, como huéspedes de mossèn Lluís Pujol arcipreste de los Valles de Andorra. Una segunda versión, o mejor un capítulo complementario sobre la huida del Excelentísimo obispo de Urgel y copríncipe de Andorra, la aporta en sus memorias el que fuera alcalde de la Seo, Enric Canturri, según el cual Guitart ya había intentado huir en una ocasión pero le habían cerrado el paso en la frontera y se había visto obligado a regresar a la Seo con el báculo entre las piernas. Y hoy añadimos una tercera versión inédita hasta la fecha. Nos la ofrece Lourdes Moliné (la Seo, 1937), quien sostiene que fue su padre, Josep Moliné Troc (Calvinyà, 1909-Escaldes, 1978) quien ayudó al obispo en su huida a Andorra. A pie y por la montaña, nada de coche y chófer. Y añade un detalle: Guitart le confió a su padre un fajo de cartas con el encargo de enviarlas, "pero con las prisas del momento se olvidó de darle el dinero para los sellos y fue el mismo Moline quien tuvo que comprarlos de su bolsillo".

Josep Moliné y su esposa, Clara Altimir, padres de Lourdes, contrajeron matrimonio en febrero de 1938 en Escaldes. Fotografía: Familia Moliné.

Moliné era un hombre de izquierdas, según  recuerda su hija y corrobora su expediente, conservado en el Archivo Histórico de Lérida y exhumado -cómo no- por el historiador Josep Calvet: las autoridades franquistas no le autorizaron a regresar a España hasta septiembre de 1954. Lo acusaban de haber formado parte del comité de Anserall, localidad ubicada entre la Seo y Andorra. Pero enseguida que estalló la guerra, añade Lourdes, se refugió en Andorra: "Tenía claro que, si se quedaba, lo liquidaban. Fueron aquellos primeros seis meses en los que imperó el, ejem, terror rojo, con la veintena larga de asesinatos documentados por Galindo y perpetrados en la Seo y cercanías por los reglamentarios "incontrolados" y con la aquiescencia del comité local.

La primera mención oficial a Moline procede de un documento fechado en 1940 -dice que tiene 31 años- y su nombre aparece junto al de otros rojos de la comarca: José Obiols Miguel, "gran propagandista de izquierdas (...) está en un Batallón de trabajadores"; Enrique Travé Bigordá, "formó parte del comité durante ocho días, ingresó en la escuela de aviación voluntario (...), se encuentra enujn Batallón de trabajadores"; José Catalán Parra, de "ideología izquierdista (...), carabinero retirado (...), se encuentra actualmente detenido en la cárcel de la Seo de Urgel (...), no ejerció cargo alguno en el pueblo de Anserall"; Concepción Moles Martí, también de "ideología izquierdista", que durante el "período rojo se amistó con un miliciano (...), se encuentra en la actualidad en Francia", y José Coll Blasi, "toda su familia es de ideología izquierdista (...), formó parte del comité de Anserall y parece que su actuación fue bastante mala".

De nuestro hombre de hoy, Moliné Troc, se limita a consigna que ejerció "un cargo" en el comité de Anserall y que reside en Andorra. Hay que esperar tres lustros, hasta 1954, para volver a tener noticias oficiales de Moliné. El 10 de abril de 1954, el comisario jefe del puesto de la Seo informa al Director General de Seguridad y al gobernador civil de Lérida de la denuncia formulada por Nuria Calvet, vecina de la Seo, según la cual Moliné era el guía que acompañaba a su marido; Segismundo Gallifa, el día que éste pasó hacia Andorra para desde aquí, dice la mujer, dirigirse a zona nacional. Por lo visto, Gallifa nunca llegó a su destino.

Sostiene su viuda que fue asesinado en la montaña y que Francisco Escudé, otro fugitivo que partió hacia Andorra al día siguiente, el 24 de noviembre de 1936, en compañía de Jaime Carrera, creyó percibir a medio camino entre Arcabell y Bescarán cierto olor que indentificaron como el de un cadáver que alguien estuviera intentando quemar. Cadáver que  no llegaron a ver y que solo al llegar a Andorra y percatarse que Gallifa no había llegado a su destino concluyeron que podía ser el del marido de la denunciante. Se da la circunstancia de que otro fugitivo, José Vila, vecino de la Baronia de Rialb, que tenía que haber pasado a Andorra junto con Gallifa pero que tuvo que hacerlo dos días después a causa de un registro en su domicilio que le obligó a posponer el viaje, declara en las mismas diligencias haber hecho el trayecto con el mismo Moliné como guía, y que "el trato que recibió por su parte fue inmejorable, hasta el punto de llevarles cena al pajar donde los ocultó antes de partir, ya que debieron salir a las dos de la madrugada partiendo del pueblo de Calviña".

La viuda Calvet eleva su denuncia al saber que Moliné está gestionando ante las autoridades franquistas los trámites para regresar legalmente a España. El juez debió archivar las diligencias o por lo menos, fallar a favr de nuestro hombre, porque el 15 de septiembre del 1954 el mismo comisario de la Seo que medio año antes advertía de la denuncia que pesaba sobre Moliné, advierte a sus superiores de que "con fecha del día de hoy realiza su entrada en España el que fue exiliado español en los Valles de Andorra José Moliné Troc (...) que tiene autorizada su entrada en España por el Excmo. Sr. Ministro de la Gobernación, sin que exista comunicado en contrario, fijando su residencia en Calviñá, casa Vilanova". A ojos del franquismo, Moliné estaba limpio de sspecha.



Diligencias conservadas en el expediente de Josep Moliné del Archivo Histórico de Lérida: al solicitar permiso para residir legalmente en España, a principios de 1954, Moline fue denunciado por Nuria Calvet, vecina de la Seo: era sospechoso del asesinato de su marido, Segismundo Gallifa, al que al parecer ayudó a pasar a Andorra el 23 de noviembre de 1936. No consta la resolución del expediente, pero lo cierto es que el 15 de septiembre de 1954 el gobernador civil le autoriza expresamente a instalarse en España. A ojos de las autoridades franquistas, Moliné está limpio. Fotografia: Archivo Josep Calvet.

Una lista del ministerio de Gobernación con los nombes de vecinos de la Seo y comarca sospechosos de "izquierdismo". Al lado de Moliné aparecen también citados Josó Coll Blasi, Concepción Moles Martí, José Catalán Parra y Enrique Traver Bigordà. El documento es de 1940, dado que dice que Moliné tiene 31 años de edad y que nuestro hombre de hoy nació en 1909. Fotografía: Archivo Josep Calvet.

Ya fuera el obispo Guitart el cliente de Moliné, ya fuera otro religioso al que la memoria familiar ha ido ascendiendo en el escalafón eclesiástico hasta convertirlo en prelado, lo cierto es que fue durante los primeros meses de la Guerra Civil un activo guía que condujo, dice Lourdes, hasta una veintena de expediciones de fugitivos -gente "de orden", religiosos amenazados o simplemente, y como ocurre en todas las guerras, hombres en edad militar que no querían ser enviados al frente- que buscaban la relativa seguridad que ofrecía Andorra y pasar desde aquí y a través de Francia al lado nacional. Y decimos relativa porque -porque como recuerda Josep Llangort, abuelo de Galindo y él mismo fugitivo de primera hora, "las continuas visitas a Escaldes de gente sospechosa de la Seo y los rumores de una posible agresión contra los refugiados mantenían un justificado estado de inquietud" entre la colonia de fugitivos instalada en Andorra. Entre las expediciones que Moliné guió por la montaña hubo una muy especial: "En febrero de 1938 nos cogió a mi madre y a mí y nos trajo a Andorra. Por lo que después contaban, los piececillos me salían de la mochila donde me habían encasquetado". En esta misma expedición ayudó a pasar a dos familias más de Calviñá, una de las cuales era la de casa Pedescoll.

Los Moliné se instalaron en casa Felícia de Escaldes, y el padre compaginó desde entonces el trabajo como agricultor con el contrabando, la tienda de ultramarinos que más adelante abrieron en casa Quimet y con los ocasionales servicios como guía que le reportaban unos ingresos extra. En su madurez Moliné raramente hablaba de estos años durísimos. Pero Lourdes recuerda haberle oído referirse a los "malos guías" que veían en el tráfico clandestino de refugiados una oportunidad para el enriquecimiento fácil. Siempre que no se tuvieran escrúpulos, claro. Es la leyenda negra de los pasadores, que arranca antes de la II Guerra Mundial. Una denominación, por cierto, esta de "pasadores", que vino después y que "en casa", dice Lourdes, "nunca se usó": "Mucha gente se quedó en la montaña; hubo guías que los abandonaban o que los mataban para quedarse con el dinero y las joyas que pudieran llevar encima. Se sabía quiénes eran, estos malos guías, y tenían la precaución de no salir de noche por temor a represalias..."

Como muchos otros colegas, Moliné era desde antes del estallido de la Guerra Civil un consumado contrabandista, aficionado a la caza y a la pesca y que conocía por lo tanto todos los rincones de las montañas entre la Seo y Andorra. Él y sus camaradas de correrías -entre los que Lourdes recuerda a Enric Muntanya- bajaban a la Seo con el fardo a cuestas... si no tenían la mala fortuna de dar con una patrulla de la guardia civil; entonces tocaba correr y, en caso extremo, abandonar el fardo -50 quilos de tabaco a la espalda- con la esperanza de que los guardias se contentaran con decomisar el fardo y su contenido.Con frecuencia era así, pero el susto en el cuerpo solo servía para ir tirando: "Los que se llenaban los bolsillos eran los que estaban en los dos extremos de la cadena". La peripecia de Moliné incluye ingresos en prisiones francesas y, siempre según la memoria familiar, un internamiento en el campo de Argelés, de donde dice Lourdes que finalmente escapó. Por supuesto que en esta trayectoria sucintamente esbozada quedan lagunas por cubrir, y datos y fechas por verificar. Pero mola rescatar del olvido a un coetáneo de Cirera -el guía de san Josemaría- y hermano mayor de los Baldrich, Català y compañía.

La Seo, julio de 1936: entre el terror, la sangre y el éxodo
El obispo Guitart fue uno de las decenas, probablemente centenares de fugitivos de la Seo y comarca que en los primeros meses de la Guerra Civil se refugiaron en Andorra huyendo del terror rojo. Para llegar a entender la anarquía y la barbarie que señorearon en la época al otro lado de la frontera del río Runer conviene echarle un vistazo a La Seu, 1936. Galindo deja en él constancia de los asesinatos perpetrados en la ciudad entre el 22 de julio y el 11 de octubre de ese año, con episodios especialmente brutales como la caza de Ángel Ballarà, armero de la Seo, que logra huir de su casa, adonde lo han ido a buscar a medianoche, pero es perseguido hasta ser herido en una pierna y rematado en la Isla.

O el de los hermanos Lluís e Ignasi Tarragona, los dos introducidos a la fuerza en un coche la noche del 2 de septiembre, tiroteados y abandonados en Tavèrnoles, donde al día siguiente aparecieron sus cadáveres carbonizados. Sin olvidar las ejecuciones sumarísimas que tuvieron lugar los días 9, 10 y 11 de octubre en el cementerio de la Seo, con dos decenas más de víctima entre los cuales se encontraba Jaume Cebrià, que tuvo la ocurrencia, cuenta Galindo, de no morir a la primera descarga y a quien el enterrador encontró a la mañana siguiente cogido a la reja del camposanto: lo remató in situ. Entre la larga lista de fugitivos del Alto Urgel que pudieron huir a tiempo y que se refugiaron en Andorra, de paso o definitivamente, Galindo cita casos como los del vicario Fornesa, Llovera, Borró, Sinca, Pellicer, Ingla, Roca, Albiña, Cerqueda, Llinàs, Guardiet, Revés, Navarro y el secretario del obispo, Piquer. Así como las catorce monjas y novicias de la Sagrada Familia que el 27 de julio pasan a Andorra con la ayuda de un guía. Quien sabe si la de nuestro Moliné...

[Esta entrada es una versión ampliada de un artículo publicado el 10 de noviembre de 2014 en el Diari d'Andorra]

La leyenda negra: otro capítulo (según Pierre Saint Laurens)

Pierre Saint Laurens, contrabandista y pasador de hombres, recuerda en sus memorias la entrega a los alemanes por parte del secretario de la vegueria francesa, el ínclito Pierre Larrieu, de un grupo de fugitivos judíos; sostiene que el secretario Larrieu le impidió liberar a los fugitivos a punta de pistola en un tenso encuentro mantenido en Fra Miquel, el refugio en lo alto del puerto de Envalira.

Días atrás conocíamos el testimonio sensacional de Carla Kimhi, la judía austríaca que en 1942, cuando tenía 12 años, huyó de los nazis a través de Andorra y llegó a España gracias a uno de los pasadores con base en nuestro rincón de Pirineos: un tal Pierre, de quien no sabemos nada más que tenía una hija de la misma edad de Carla que había tenido que dejar atrás -se había exiliado tras la Guerra Civil española- y a la que visitaba aprovechando sus periplos como contrabandista de hombres. He aquí otro capítulo de la leyenda blanca de los pasadores contado por una vez y de viva voz por uno de sus protagonistas. Pero esta fascinante epopeya tiene como es bien sabido su reverso, su lado oscuro: episodios de pura sevicia en que los supuestos guías que tenían que conducir su cargamento de fugitivos hasta la relativa seguridad que les brindaba la neutralidad española aprovechaban la ocasión para desvalijarlos, abandonarlos en la montaña a su (mala) fortuna, incluso entregarlos a la policía alemana de fronteras. Hechos abonados a la rumorología y que raramente son fehacientemente documentados.

Saint Laurens (Gaillac, departamento del Aude, 1918-?) en la época en que ejercía de contrabandista y pasador. Su testimonio deja en muy mal lugar al veguer francés, Lesmartres, y a su secretario, Larrieu, y lanza una duda general sobre la lealtad de los andorranos del momento, más interesados en el negocio que en la causa de la libertad. Fotografía: Archivo Saint Laurens / Contes de faits.

También hace unos días sabíamos gracias al historiador leridano Josep Calvet (Huyendo del Holocausto) del caso de cuatro judíos polacos expoliados por sus presuntos salvadores -los guías españoles Antonio Heredia y Luis Sala Gil, aquí van sus nombres para infamia suya- en la frontera hispanoandorrana. Y hoy rescatamos gracias al historiador francés Éric Guillon otro capítulo que engordará la leyenda negra. La cuenta, además, un testimonio presencial: Pierre Saint Laurens (Gaillac, departamento del Tarn, 1918-?), contrabandista y miembro de la red Morhange que operaba en Tolosa en los años centrales de la II Guerra Mundial.

El caso es que Saint Laurens evoca en sus memorias de guerra, Contes de faits: souvenirs, témoignages (1995), un hiriente, infame episodio que implica directa y nada gloriosamente al secretario de la vegueria francesa, el ambiguo Pierre Larrieu, viejo conocido nuestro. Según cuenta Saint Laurens, en cierta ocasión en que regresaba a pie a Tolosa -nos encontramos en plena Guerra Mundial- tuvo que detenerse a descansar en el refugio de Envalira, de cuyo guarda nos habla, y en términos no precisamente elogiosos: "Le patron du refuge, Pereira, était un portugais acquis aux services franquistes et nazis, et il était préférable de ne pas trop s'attarder chez lui". Se da la circunstancia de que justo mientras Saint Laurens recuperaba fuerzas al calor del refugio se detuvo frente a él una camioneta conducida por un tal Trouvé, la mano derecha de Larrieu, que cuando lo vio salir de la cabaña no pudo evitar el sospechoso gesto de arrancar la camioneta para seguir adelante.

Saunt Laurens no se lo permitió porque le dieron muy mala espina, dice, "los lamentos humanos" que procedían de la parte posterior del vehículo. Démosle la palabra para describir la "visión dantesca" que, continúa, le heló la sangre: "Un caos de niños y de ancianos hacinados de cualquier manera en la caja, hasta el punto de que era imposible decir cuántos habría; unos lloraban, los otros chillaban y una de las ancianas me contó en mal francés que los habían detenido de madrugada, por judíos, que los habían desvalijado y que ahora los conducían a la frontera para entregarlos a los alemanes". Saint Laurens se olvida de consignar lo más importante: ¿quién lo hizo? ¿Y por orden de qué autoridad? Continúa el relato diciendo que mientras intentaba liberar a aquellos desgraciados el tal Trouvé tuvo tiempo de telefonear a la vegueria, Larrieu se presentó en el refugio y a punta de pistola arrestó al contrabandista. Los judíos fueron finalmente conducidos hasta la frontera y entregados como había augurado la anciana a los alemanes. Un destino muy diferente, como se ve, del de los Kimhi.

Saint Laurens se libró por muy poco de caer en manos de los boches, pero todavía le quedan arrestos para intentar una nueva operación de contrabando que será, esta sí, la última, con una emisora de radio portátil que transporta a hombros desde Acs -la última localidad francesa donde vivió Carla- y sorteando a las patrullas alemanas de guardia en la frontera. Dice que lo recoge en el puerto de Envalira, agotado, en medio del temporal y cuando ya lo daba todo por perdido, un amigo andorrano -el laurediano Antonio Pintat- que lo acoge en su hotel de Sant Julià, le busca comprador para la emisora e incluso lo invita a una suerrealista, cinematográfica timba de póquer con los delegados locales de los servicios de inteligencia español (Auguste Marfany), francés (el doctor Bourrel) e inglés (Fornell). También está presente el alemán; lástima que no nos da su nombre. 

Contes de faits recoge otras aventuras andorranas. Asegura nuestro hombre de hoy que también ejerció esporádicamente como pasador -con dos rutas principales: la fácil, según él, por Enveig i Puigcerdà, en la Cerdeña; y la nuestra, que consistía en traer al fugitivo hasta Andorra y dejarlo aquí en manos de un transportista local que lo conducía en coche hasta Barcelona- y aunque no aporta más detalles dice que su base de operaciones en Andorra era el domicilio de un tal Costes, francés establecido en Escaldes que había convertido su piso en una especie de centro de acogida de fugitivos, incluida una "vieja judía" que le pide a Saint Laurens que la traiga de su casa en Tolosa jabón para su higiene personal y... ¡la cubertería de la familia! Una cubertería que acabará confiscada por una patrulla alemana en Porta. Pero la ocupación de la Francia de Vichy, en noviembre de 1942, termina con el negocio -"Andorra había dejado de ser la tierra de libertad", dice, porque los grandes "caids" del contrabando [sic] se convierten en informadores de alemanes y españoles- y Saint Laurens no volverá a tentar la suerte por aquí abajo. De su trayectoria tras la guerra,a la que sobrevivió, tan solo sabemos que ejerció como magistrado en Dahomey. Pierre, en fin: como el que ayudó a escapar a los Kimhi. Quién sabe...

Un país "trufado" de "confidentes" y lanzado al "negocio"
La fauna local no sale muy bien parada del retrato que de ella nos deja Saint Laurens en su relato. Además del portugués Pereira y de los que él denomina los "caids" de contrabando convertidos en chivatos de alemanes y españoles, dice que los andorranos se interesaban sobre todo en los "negocios" y en el "contrabando" (de coches y de neumáticos), y "apenas en el curso de la guerra". Les echa en cara que quieran sacar tajada de la situación, y no siempre con buenas artes. Cualquier excusa es buena para renegociar -a la baja, se sobreentiende- el precio convenido por una mercancía de contrabando. Y lejos, muy lejos de la versión idealizada que nos deja la versión televisiva de Entre el torb i la Gestapo, sostiene que el país estaba "trufado" de "confidentes" de los que era preferible mantenerse lo más alejado posible.

Un diagnóstico que coincide con la Andorra que recordaban Jaume Ros y Joaquim Baldrich, en las antípodas del escenario edulcorado de la película de Lluís Maria Güell. Por eso evita Saint Laurens cafés y hoteles -ni una sola referencia al Mirador- y se refugia en casa del tal Costes, francés como él, natural del Aude y "exdesertor", dice, a quien llaman "el Gabacho" y sospechoso a ojos de los nativos de ser a su vez confidente de los aduaneros. Un laberinto inescrutable de intereses y de lealtades cruzadas y con frecuencia encontradas donde, para terminar de arreglarlo, la vegueria francesa, con Lesmartres y Larrieu enfrentados entre si, juega un papel más que dudoso: "Me resistía ingenuamente a creer que se hubieran convertido tan rápidamente en auxiliares del nazi invasor, pero enseguida me percaté de que el veguer tomaba todas las medidas necesarias para dificultar la entrada de refugiados y para devolver a Francia a los que conseguían llegar".

[Este artículo se publicó el 2 de febrero de 2015 en el Diari d'Andorra]

viernes, 27 de febrero de 2015

1943: el lado oculto de la sentencia

Los milagros existen. Y si no, que se lo digan al conservador de los fondos fotográfico del Archivo Nacional de Andorra, Isidre Escorihuela, y a su directora, Susanna Vela, que seis meses atrás se quedaron estupefactos cuando el historiador Climent Miró se presentó en las dependencias con su último descubrimiento: tres instantáneas inéditas de la fatídica jornada del 18 de octubre de 1943. Seguro que lo recuerdan porque lo hemos contado aquí mismo en otras ocasiones: la lectura de la sentencia de muerte de Pere Areny Aleix, autor confeso del parricidio de su medio hermano, Antoni, la madrugada del 31 de julio de ese mismo año en el dormitorio que compartían en el domicilio familiar de Casa Gastó, en el lugar de Ransol (Canillo). Areny fue pasado por las armsas a mediodía del 18 de octubre, previa lectura pública de la sentencia en plaza Benlloch de Andorra la Vella, en un episodio convertido en espectáculo y del que hasta la fecha conocíamos tan solo gracias a la muy divulgada y canónica fotografía de Valentí Claverol, tomada desde el edificio del Comú, y a los dos minutos de película rodados por Bonaventura Rebés desde el balcón de la casa familiar en la misma plaza. Hasta ahora, insistimos: las tres imágenes exhumadas por Miró mientras revisaba fondos fotográficos para L'Abans: la Seu d'Urgell -monumental ejercicio de memoria gráfica de la que un día les hablaremos- forman parte de la colección particular de Manuel Pomares (la Seo, 1924-2014) que su nieta, Anna Solans, ha depositado en el Archivo Comarcal del Alto Urgel. Tres fotografías de autor vamos a decir que desconocido y de las que Solans ha cedido copia digital al Archivo Nacional de Andorra. Un tesoro documental que complementa la visión que hasta ahora teníamos de este trágico y decisivo capítulo de nuestra historia reciente, porque Areny fue el último reo condenado a muerte y ejecutado en este rincón de los Pirineos.


18 de octubre de 1943: el reo, Pere Areny Aleix, es conducido desde la prisión, ubicada en  la Casa de la Vall, hasta la plaza Benlloch de Andorra la Vella, donde se ha concentrado una pequeña multitud -que parece más numerosa en la fotografía de Claverol- para asistir a la lectura pública de la sentencia, que lo condenará a muerte. Las fotografías de Pomares están tomadas desde el lateral de la misma plaza, frente al Comú, probablemente desde el primer piso de Casa Cintet. Claverol era el único fotógrafo autorizado por el Consell General para documentar el episodio, por eso las imágenes de Pomares, que por otra parte era un fotógrafo aficionado, son de peor calidad, poco nítidas e incluso "sucias" : no dejan de ser imágenes robadas. Fotografía: Colección Pomares / Archivo Comarcal del Alto Urgel / Archivo Nacional de Andorra.

La fotografía canónica de Claverol, autor de las únicas imágenes de la lectura pública de la sentencia conocidas hasta la fecha. Claverol disparó desde el Comú de Andorra la Vella; Pomares, dese el segundo piso de Casa Cintet, que no aparece (por poco) en la fotografia de Claverol. En cambio, quien sí que sale con toda claridad es Bonaventura Rebés, que rodó dos impresionantes minutos de película: es el hombre trs la cámara a la derecha del balcón que preside la escena. Fotografia: Fundación Valentí Claverol / Todos los derechos reservados.

La más borrosa y probablemente la más impresionante de la fotografías aparecidas en el archivo de Pomares: tras la lectura de la sentencia y cuando ya conoce el veredicto, Pere Areny es conducido en comitiva hasta el patíbulo, situado al lado del cementerio de Andorra la Vella, a unos 500 metros escasos de este lugar. Aquí todavía está en la plaza, escoltado por un agente de policía y por mossèn Lluís Pujol, arcipreste de los Valles de Andorra, que le auxiliará en este último trance.  Fotografía: Colección Pomares / Archivo Comarcal del Alto Urgel / Archivo Nacional de Andorra.

Las fotografías de Pomares están tomadas desde el lateral de la plaza Benlloch que queda frente al Comú -el ayuntamiento de Andorra la Vella. Es decir, desde el ángulo inverso al de Claverol, que -lástima- no aparece en las fotografías de Pomares. Seguramente, por poco. Opina Escorihuela que nuestro hombre -hablamos ahora de Pomares, no de Claverol- debía encontrarse en el segundo piso de Casa Molines o, más probablemente, de Casa Cintet. Iconográficamente no aportan, advierte, novedad alguna al material hasta ahora conocido. Pero revelan una perspectiva absolutamente inédita del episodio: Calverol, que era el único fotógrafo autorizado por el Consell General para documentar la escena, tomó la versión oficial que ha permanecido hasta hoy en la memoria colectiva.

Por eso vemos de frente a consellers, batlles veguers, así como al resto de las autoridades que presiden el espectáculo. Nuestro fotógrafo va por libre, moviéndose como un reportero en tierra hostil, dispara a escondidas y por eso el resultado recuerda -en opinión de nuevo de Escorihuela y salvando todas las distancias- la fotografía "sucia" de los corresponsales de guerra de la época. Especialmente, arguye, la impresionante instantánea tomada a pie de calle, claramente robada y con el reo escoltado por un agente de policía y por mossèn Lluís Pujol, arcipreste de los Valles de Andorra, que lo atenderá en sus últimos momentos. Porque no olvidemos que este hombre a quien el mismo tribunal ha descrito en la sentencia como un individuo de mentalidad "bastante simple" y por quien no tendrá clemencia se dirige con la cabeza gacha, humilde y resignadamente al patíbulo, un poste de madera levantado al efecto en la Roureda de Moles, al lado del cementerio de Andorra la Vella, donde lo atarán, le vendarán los ojos y lo fusilarán.

La perspectiva de Pomares ayuda a hacerse una composición de lugar y una idea cabal de la escena: la plaza Benlloch no parece tan abarrotada como en las fotografías de Claverol, y asistimos, con mucha mayor nitidez que en la película de Rebés, al trágico, patético paseíllo que le obligaron a recorrer al reo desde la cárcel, un habitáculo entonces en la Casa de la Vall, hasta el centro de la plaza donde tendrá lugar la lectura de la sentencia. Pomares nos muestra también cómo el círculo de espectadores que asiste al espectáculo va cerrándose a su paso, cómo escucha el veredicto y cómo se lo llevan a pie, maniatado y escoltado, camino del patíbulo.

Estas tres fotografías son la prueba, en fin, de que todavía es posible que aparezcan documentos históricos inéditos, de que en este ámbito no está todo dicho, aunque lo parezca. En este caso, los negativos de material plástico y del formato estándar en la época, 6 por 7 centímetros- forman parte de la colección de Pomares, contable de profesión y fotógrafo aficionado durante toda su vida, que se interesó sobre todo en las escenas, fiestas y celebraciones familiares. Un archivo que depositó en manos de la nieta con el encargo de no divulgarlo hasta su fallecimiento. Quizás era consciente de la transcendencia histórica del documento, algo que se les escapó a Solans pero que Miró supo detectar a tiempo. Por lo que respecta a la autoría, el mismo Miró especula con que fuese Pomares el autor de la serie; su nieta, en cambio, descarta la hipótesis y se decanta por alguno de los amigos de juventud del abuelo, que lo acompañaron hasta Andorra para asistir a un episodio que sin duda dio mucho que hablar en la comarca. El enigma está servido y esta historia parece que no se termina nunca. Estén atentos, porque habrá más.

[Este artículo se publicó, con alguna modificación, en el diario Bon Dia Andorra el 13 de febrero de 2015]

domingo, 22 de febrero de 2015

Carla Kimhi: una odisea judía del siglo XX

12 de noviembre del 1942: el día siguiente de la ocupación nazi de lo que queda de Francia. Es la respuesta de Hitler al desembarco aliado en el norte de África. Se ha acabado la pantomima de Vichy. Cuatro personas caminan carretera arriba, hacia el puerto de Envalira. Acaban de rodear el Pas de la Casa. Son los Bergson, matrimonio de judíos austríacos con sus dos hijos, Sigmund, de 18 añis, i Carla, de 12. Han venido andando desde el otro lado de la frontera, hasta donde los ha acompañado un vecino de Acs, la localidad vecina donde los Bergson llevan meses ocultos: "Un día, de repente, los soldados alemanes aparecieron por la plaza de Acs. Y fui con la noticia a casa: '¡Han llegado, han llegado!' Mi padre no lo dudó un segundo: 'Nos vamos'.Y nos fuimos. Con lo puesto." Los Bergson llevaban cuatro años huyendo de Hitler: exactamente, desde el Anschluss, cuando el Tercer Reich se zampó Austria. La familia huyó primero a Italia, luego a Normandía, París y finalmente, Acs, en el pedazo de Francia que Hitler cedió a Vichy y a un tiro de piedra de España... y de Andorra. Pero estamos en la carretera de Envalira. Han bordeado el edificio de la aduana francesa del Pas de la Casa, donde pronto ondeará la esvástica, y lo han dejado unas decenas de metros atrás. De repente, sale de él un oficial alemán que se encamina con paso firme hacia el grupo de fugitivos: "Nos abrazamos los cuatro, petrificados por el miedo, y nos quedamos quietos allí en medio del camino. Por el otro lado de la carretera, aunque algo más lejos, vimos otros dos hombres acercándose. Por el uniforme, dedujimos que eran policías. Pero fue el alemán el que llegó primero". Les exigió los pasaportes, les arrestó y les ordenó que lo siguieran hasta la garita de la aduana. Los Bergson no se movían. Así es como dieron tiempo a que llegara la pareja de uniformados: dos agentes de la policía andorrana -y ya es casualidad porque en la época, estamos en 1942, en todo el país sólo había seis agentes. Y entonces se produjo el forcejeo (dialéctico) entre el oficial alemán y los dos agentes: "Enseguida se hicieron cargo de la situación, le exigieron a su vez el pasaporte con el visado en regla al alemán, y como éste no los tenía y se encontraba en territorio andorrano le hicieron retroceder. Cuando se hubo ido, nos tranquilizaron, nos aseguraron que no nos ocurriría nada y nos pidieron que les acompañáramos hasta el edificio donde se encontraba la aduana andorrana, donde esperaríamos a que nos viniera a recoger el jefe de la policía, que esa misma tarde nos conduciría a Escaldes. Y así fue. Estábamos salvados. Andorra nos había salvado la vida. Comprenderán que cada vez que recuerdo este episodio acabe llorando".


Carla Kimhi, acompañada de su actual marido, compareció el 29 de enero de 2015 en la sala de prensa del Gobierno de Andorra para agradecer la ayuda que encontró en el país cuando ella y su familia llegaron a Andorra en noviembre de 1942, huyendo de la ocupación nazi de la Francia de Vichy. Ella, su hermano y sus padres terminaron en Madrid, y en 1944 fueron autorizados a emigrar a Palestina. Fotografía: Fernando Galindo.
Vista general del Pas de la Casa a finales de los años 40, principios de los 50. A la derecha de la fotografía -en realidad, una postal de la casa APA- el edificio de la aduana francesa, de estilo alpino, y que es el mismo que que sirve de portal a este blog. El escenario no debe diferir mucho del que se encontró Carla Kimhi. Fotografía: APA / Colección Rosa Sala Rose.

Lo contaba la semana pasada Carla Bergson -hoy, Kimhi, su apellido de casada- en la sala de prensa del Gobierno de Andorra, tras una recepción oficial con el jefe de Gobierno, Toni Martí, y para dar públicamente las gracias al país que dice que la salvó. La historia es absolutamente inusual: hasta ahora habíamos conocido de primera mano las gestas de los escasos pasadores supervivientes -cada vez menos-, los contrabandistas y resistentes reconvertidos en guías que conducían hasta la relativa seguridad del consulado en Barcelona su cargamento humano; algunos de los fugitivos de entonces dejaron escrito el relato de sus peripecias, que hemos conocido así a través del papel.

Pero jamás hasta la semana pasada habíamos tenido la oportunidad de escuchar de viva voz, y en Andorra, el testimonio de uno de los centenares de hombres, mujeres y niños, quien sabe si miles, para quienes este país se convirtió un día en sinónimo de libertad. Carla Kimhi (Viena 1930) se llama esta mujer que conserva a sus 84 años el porte elegante de la hermosa mujer que sin duda fue. Cuenta que solo en una ocasión, cuatro años atrás, había visitado Andorra desde la epopeya de 1942; su historia quedó entonces en la intimidad familiar. Si ahora ha transcendido ha sido por pura casualidad: le contó la aventura al conserje del hotel en que se hospedaba, el Kandahar del Pas de la Casa, y claro, el conserje se la contó a su vez al propietario del establecimiento, Jordi Montané, y éste fue con  la historia al gabinete del jefe de Gobierno. Y ya se sabe: estamos en precampaña -elecciones el 1 de marzo- y no es cuestión de desaprovechar una ocasión tan pintiparada. Aunque para ser honestos, Martí se ha mantenido en esta ocasión en un elegante segundo plano. De hecho, en la comparecencia de Kimhi ante la prensa ni se le vio, cosa rara, cediéndole como era de ley a ella todo el protagonismo.

De apátrida a palestina; de palestina a sionista
Pero volvamos a 1942. Habíamos dejado a la pequeña Carla refugiada en la aduana andorrana del Pas. Aquella misma tarde y tal como les habían prometido, los Bergson fueron conducidos hasta Escaldes por el jefe de policía, Daniel Armengol. Atención, un hombre de salud de hierro que a sus... ¡100 años! todavía recuerda el episodio. Cualquier día de estos les hablamos del señor Armengol, toda una institución en Andorra. Pero no nos dispersemos. A los Bergson los alojaron en un hotel con aguas termales, "igual que las que habíamos dejado atrás, en Acs". Dice Carla que, por lo que le cuentan, quizás fuese el Muntanya. Quizás. Una vez salvados, el siguiente paso era pasar a España. "Nos dijeron que tendríamos que contratar los servicios de un guía. Pero no teníamos ni un céntimo. Cuatro años de exilio forzado nos habían dejado con lo puesto. Mi padre era doctor en Derecho y dirigía en Viena una empresa de exportación de madera. En París todavía pudo dedicarse a sus negocios, incluso tenía abierta una oficina. Pero cuando empezó la guerra y empezamos a huir de nuevo de los alemanes, fuimos consumiendo los ahorros. La verdad es que no sé cómo se lo hizo para mantener a mujer y dos hijos; sé que él y mi hermano trabajaron ocasionalmente en alguna granja..."

Lo cierto es que llegaron a Andorra con los bolsillos vacíos. O casi. Uno de sus anfitriones sugirió la posibilidad de empeñar las joyas de la señora Bergson. En el caso de que todavía las conservara, claro. Hubo suerte, recuerda Carla. En su memoria, la madre fue conducida a una especie de "castillo" -no hay ninguno en Andorra: como mucho, alguna casa más o menos fortificada, la casa Rossell o la casa de Areny-Plandolit, las dos en Ordino- donde empeñó sus escasas pertenencias con el compromiso de que no serían revendidas y que podría recuperarlas tras la guerra. Naturalmente, las joyas de la señora Bergson, que falleció antes de la derrota alemana, jamás regresaron a manos de la familia. Aun así, Carla se muestra todavía agradecida, porque aquella transacción les permitió contratar al día siguiente un guía. Un pasador.

Dice Carla que se llamaba Pierre, un refugiado español que se dedicaba al negocio del paso clandestino para sacarse unos dineros con que visitar a su hija de 12 años, la misma edad que ella, que se había quedado en España: "Mi padre aceptó el trato y en unos días, no recuerdo cuántos, partimos hacia España". Y que recuerda haber dormido las "noches" que duró el periplo en las "granjas" que encontraban por el camino. Una vez en la Seo de Urgel -a 10 kilómetros de Andorra- siguieron los consejos de Pierre: se dirigieron a la estación de autobuses y compraron "cuatro billetes para Barcelona" -y lo recuerda Carla en castellano. "Si nos arrestaban, que fuese en un lugar público y con testigos, que la Guardia Civil no nos pillaran en un descampado y nos pudiera pegar cuatro tiros". Y eso fue exactamente lo que ocurrió: la pareja que reglamentariamente, recuerda, ocupaba en la inmediata postguerra y en zona fronteriza los últimos asientos del coche de línea arrestó a los Bergson, que iniciaron un nuevo periplo, de prisión en prisión, hasta que terminaron en la madrileña de las Ventas, entonces cárcel de mujeres y cabe entender que destino de Carla y de su madre.

El capítulo español de los Bergson concluye en 1944, cuando obtienen unos certificados para emigrar legalmente a Palestina, entonces protectorado británico. En España, y tras los durísimos inicios a los que se enfrentaba cualquier refugiado de a pie -otra cosa eran los militares aliados, sobre todo los oficiales y los pilotos- los Bergson recibieron el auxilio del Joint Distribution Comittee, la agencia norteamericana de ayuda a los judíos cuya labor en España ha rastreado Josep Calvet en Huyendo del Holocausto. Y todavía recuerda con afecto su paso por el Liceo francés y por el orfanato de la Sagrada Familia. Se da la circunstancia, recuerda Carla con cierto humor, "de que mi primer pasaporte fue palestino. En fin, llegamos a un país joven, vacío, terriblemente caluroso... ¡con lo que a mí me gustaba la montaña! Pero vivos".

Los Bergson habían jugado al gato y al ratón con los alemanes, y al final se habían salido con la suya. Tuvieron suerte, y era conscientes de lo que se jugaban: "Mi primer recuero político, si se puede llamarle así, es el asesinato del canciller Dollfuss, perpetrado por sicarios nazis en julio de 1934. Mi padre decidió huir de Austria en marzo de 1938, y nuestro primer destino fue París. Antes de estallar la guerra, acogimos durante unos días en casa a un chico que había estado recluido en Dachau, que no era entonces un campo de exterminio pero donde se liquidaba igualmente a los judíos. Nos contó cómo los guardias colocaban una cuerda a cierta altura, y al que no lograba saltarla le pegaban un tiro. Quiero decir con esto que sabíamos perfectamente lo que nos jugábamos si caíamos en manos de los alemanes."

Los últimos judíos de Acs
Acs fue la penúltima etapa del periplo iniciado en 1938. Tampoco en esta localidad a un tiro de piedra de la frontera con Andorra y España, estuvieron nunca seguros. Recuerda Carla las frecuentes razzias a la caza del judío, y cómo su padre les ordenaba huir unos días a la montaña, hasta que la tormenta amainaba: "Fueron cuatro años de terror, de sentir que cada día que pasaba le habíamos robado un batalla a la muerte". Los Bergson fueron sin duda afortunados: en Acs coincidieron con otras ocho familias de refugiados judíos. Todas fueron deportadas. Hasta la ocupación nazi de la Francia de Vichy, el 11 de noviembre de 1942, ordenado por Hitler en respuesta al desembarco aliado en el norte de África. Al día siguiente los Bergson hicieron las maletas y se plantaron en el Pas de la Casa a bordo del coche de un vecino de Acs.

¿Que fue de Carla, una vez establecidos los Bergson en Palestina? Sobrevivir. El padre intentó regresar tras la guerra a Viena para recuperar lo que quedara del patrimonio que había dejado atrás; con la mala fortuna que murió en la capital austríaca de un ataque al corazón. Carla y su hermano -la madre había muerto durante la contienda- quedaron solos en Israel. Ella tenía 16 años: "A veces pienso que mi padre se impuso la misión de poner a su familia a salvo, y que una vez logrado esto sentía que había cumplido con su deber". En fin, con la proclamación del estado de Israel, el 14 de mayo de 1948, nuestra ya no tan pequeña Carla fue movilizada y se enroló en la fuerza aérea del recién nacido Tsahal.

Tras el servicio militar ejerció como intérprete -habla alemán, inglés, francés, hebreo y dice que entonces, en los años 40, también un muy buen español- y también como actriz, directora y productora de teatro y música clásica, al frente de la Israel's Kibbutz Chamber Orchestra. Pero esta es otra historia que quizás otro día podamos contar. Hoy Carla había venido a hablar de Andorra, "que fue para mi familia y para tantas otras un rayo de luz en una Europa negra. Negrísima". Y no se marcha antes de una última observación a cuenta de su país adoptivo: "Israel se parece algo a Andorra: los dos son pequeños pueblos rodeados de grandes vecinos. La diferencia es que a ustedes les dejan tranquilos. A nosotros no; ni un minuto. Nos acusan de todo, cuando lo único que queremos es vivir tranquilos. Uno de mis nietos tiene que cumplir pronto su servicio militar. No saben lo que eso me inquieta..."