Incursiones relámpago, estilo Sturmtruppen, en episodios que tuvieron lugar en Andorra y cercanías durante la Guerra Civil española, la II Guerra Mundial y las dos postguerras, con ocasionales singladuras a alta mar, a ultramar y si conviene incluso más allá.
[Fotografía de portada: El Pas de la Casa (Andorra), 16 de enero de 1944. La esvástica ondea en el mástil del puesto de la aduana francesa. Copyright: Fondo Francesc Pantebre / Archivo Nacional de Andorra]

viernes, 28 de febrero de 2014

El maquis hermafrodita, carne de novela (La Pastora I)

Alicia Giménez Bartlett se lleva el Nadal con la recreación novelada de la vida de Teresa Pla, el maquis hermanofrodita, que se refugió en Andorra en 1956 y que, tras ser delatada, fue detenida y entregada a la Guardia Civil cuatro años después.

La fascinante crónica negra de Andorra todavía está por escribir. Una lástima, pero qué le vamos a hacer, mi país y yo somos así, señora. Mientras esperamos que alguien ponga manos a la obra, habrá que conformarse con las migajas. Por ejemplo, las que saltan de la mesa de Donde nadie te encuentre, la novela con que la escritora Alicia Giménez Bartlett (Almansa, Albacete, 1951) se llevó el día de Reyes el último premio Nadal. Bartlett, conocida sobre todo por la saga de la inspectora Petra Delicado -Ana Belén en la versión televisiva: así, cualquiera- se atreve aquí con la muy truculenta y muy real historia de Teresa Pla Meseguer (Castellón, 1917-2004), también conocida como La Pastora, Teresot, Florencio y Durruti: brevemente, un hermafrodita masculino a quien el padre registró al nacer como mujer (Teresa), que como mujer creció y que en 1949, después de ser vejada por un pelotón de la Guardia Civil, cambió literalmente las faldas por los pantalones e ingresó en el maquis que operaba en las montañas del Maestrazgo, donde -ya convertida en Florencio- se labró una sólida reputación como guerrillera antifranquista. Tanta, que al ser capturada, en 1960, la acusaron de 29 asesinatos -que no fueron probados- y fue condenada a sendas penas de 30 y 40 años de reclusión. Teresa, Teresot, Florencio o Durruti se benefició de la amnistía de 1977 y vivió sus últimos años en relativa paz, de nuevo en su Castellón natal.

Fotografía de la ficha policial de Florencio Pla fechada en 1960, el año que fue capturada en Andorra y entregada a la Guardia Civil. Fotografía: Archivo.

Hasta aquí, y muy brevemente, la vida y obra de la protagonista de Donde nadie te encuentre. Pero, ¿qué tiene que ver, en todo esto, nuestro rincón de Pirineo? Pues mucho, porque resulta que en 1956, cuando la célula del maquis en que militaba pasa a Francia, Florencio se quedó en Andorra, "guardando el rebaño de dos masías, y viviendo del contrabando de tabaco y de nailon", según afirmaba en una entrevista publicada en 1988 en la revista El Temps. El plácido exilio andorrano terminó bruscamente en 1960, cuando fue delatada por otro contrabandista, capturada por la policía y entregada a la Guardia Civil. Un caso excepcional que contradice la tradicional hospitalidad que encontraron en Andorra los refugiados políticos de uno y otro signo, y que Florencio, recordaba en esta misma entrevista de El Temps: "Llevaba cinco años trabajando duro. Había ahorrado algún dinero y los guardé en casa de un amigo, que un buen día desapareció con ellos. Como me había quedado sin nada, le reclamé a otro contrabandista de nombre Cisco que me devolviera 12.000 pesetas que le había prestado en cierta ocasión. Pero este Cisco me denunció al teniente de la policía de La Pobla de Segur. Me cogieron cuando salía a pastorear con el rebaño. Y me entregaron a la Guardia Civil". Con la delación y la traición andorrana acaba precisamente la novela de Gimenez Bartlett, publicada por Destino. Pero esto es sólo el comienzo. Esta historia continuará. No les quepa la menor duda.

[Este artículo de publicó el 11 de enero de 2011 en El Periòdic d'Andorra]

jueves, 27 de febrero de 2014

La leyenda negra y el doctor Coco

Las memorias de Cyril Penna ofrecen nuevas pistas para una posible identificación del infausto médico.

Cómo son las cosas: días atrás dábamos aquí mismo noticia de Escape and Evasion, las apasionantes, magnéticas memorias de guerra del aviador británico Cyril Penna, que entre el 1 y el 10 de marzo de 1943 disfrutó de la proverbial hospitalidad andorrana. Un hombre sin duda afortunado, por otra parte, teniendo en cuenta que había sido abatido el 29 de noviembre de 1942 al norte de París -servía como artillero en un Short Stirling que regresaba de una misión sobre las factorías Fiat de Turín, y tuvo la mala pata de darse de bruces con el Messerschmitt 110 de Helmut Bergmann- y que el 16 de abril de 1943 llegaba sin novedad a Gibraltar después de la odisea que relata en el libro. El caso es que Penna deja en Escape and Evasion  constancia del trato casi sádico que un tal Antoni de barcia -médico mallorquín en aquella época instalado en Andorra- le dispensó en un improvisado quirófano en el hostal de Escaldes donde se alojaban al capitán Dick Adams, aviador norteamericano y compañero suyo de escapada. Recuerda Penna con espanto la sospechosa insistencia del tal Barcia en amputar el pie izquierdo de Adams, que había sufrido severas congelaciones durante el paso del Pirineo. La cosa no fue a más porque en el últim momento Penna consiguió sacar a Adams de aquel tugurio y trasladarlo a la consulta que el doctor Trias, eminencia de la cirugía española entonces refugiado en Andorra, habñia abierto en la Casa  Guillemó -que todavía existe- y en la que él mismo había sido tratado.

Espeluznante imagen de un médico tratando las gravísimas congelaciones en los pies de un refugiado que acaba de cruzar el Pirineo. Atención al cigarrillo. ¿Sería el doctor Trias? Y el paciente, ¿Cyril Penna? Fotografía: Archivo Nacional de Andorra.

En el detallado informe que redactó para el MI9 -la rama de la Inteligencia Militar británica que tomaba declaración a los evadidos que regresaban a casa- deja Penna constancia del incidente sin identificar al médico -"My feet were very badly frost botten, and a doctor in Andorra Clinic wished to amputate my left foot". En cambio, en Escape and Evasion sí le pone nombre y apellido: los de Antoni de Barcia. Claude Benet especula en Guies, fugitius i espies que podría tratarse, efectivamente, del doctor Coco, el alias con que Viadiu bautiza en Entre el torb i la Gestapo a un doctor de infausta memoria, alcohólico y cocainómano -de ahí el sobrenombre- y que curiosamente es el único personaje de la versión televisiva de la novela que no parece de cartón piedra. Aunque bien podría deberse a la estupenda interpretación de Fermí Reixach. Pero esta es otra historia y la cuestión es que, según Benet, este Barcia "intentaba amputar las manos, los pies o los miembros helados de los refugiados que transitaban por Andorra para entregarlos a la Gestapo. Nos falta la prueba definitiva que vincule a este Barcia con el doctor Coco, pero pondría la mano en el fuego que estamos hablando de la misma persona".

He aquí otro hilo que habrá que estirar, a ver qué sale. La solución quizás no esté tan lejos como parece: la historiadora catalana Rosa Sala Rose -autora de aquel estupendo volumen, La penúltima frontera, sobre el paso de fugitivos judíos por los Pirineos durante la II Guerra Mundial- prepara una monografía de pronta aparición que promete espectaculares revelaciones sobre la leyenda negra que históricamente ha ensombrecido la epopeya de los pasadores. Incluso ha abierto un blog -La leyenda negra en Andorra- en que solicita la colaboración de los internautas para poner algo de luz en materia hasta ahora rservada. A ver.

[Este artículo se publicó el 27 de agosto de 2013 en El Periòdic d'Andorra]

miércoles, 26 de febrero de 2014

El último del Palanques

Con la muerte de Eduardo Molné, el pasado 21 de agosto, desaparece el último testimonio de la cadena de evasión que Forné dirigía desde la Massana.

Ya está, ya no queda ninguno, así que a partir de ahora tendremos que husmear en los libros de historia y en las (escasas) entrevistas que concedieron en vida el puñado de hombres que desde el hotel Palanques de la Massana se jugaron durante la II Guerra Mundial el pellejo para conducir hasta el consulado británico en Barcelona a fugitivos de toda la Europa ocupada que pretendían cruzar el Pirineo, la última frontera de la libertad: ya saben, pilotos aliados abatidos en los cielos del continente, militares polacos refugiados en Francia después de la blitzkrieg de 1939, franceses en edad militar que pretendían evitar el Servicio de Trabajo Obligatorio o unirse a las fuerzas de la Francia Libre, y judíos de todas las nacionalidades -o peor aún, apátridas- condenados a los campos de exterminio.

Molné, a la izquierda, con Joaquim Baldrich, ante el hotel Palanques, el centro de operaciones de la cadena que Antoni Forné dirigía desde la Massana. Fotografía: Màximus.

Documento procedente de los National Archives británicos que de cuenta de la captura de Fernando Molné y de cuatro polacos por parte de la Gestapo, la noche del 29 de septiembre de 1943. Fotografía: Màximus (Fondo Lang / Archivo Nacional de Andorra).

Con la muerte, el pasado 21 de agosto, de Eduard Molné (1917-2013) desaparece el último testimonio de la cadena que el abogado catalán Antoni Forné dirigía desde el Palanques por cuenta del MI6, el legendario servicio exterior de Su Graciosa Majestad. Él y Joaquim Baldrich, fallecido en enero de 2012, fueron los primeros que a principios de la década pasada dieron el paso de evocar públicamente uno de los episodios más fascinantes pero -hasta entonces- peor conocidos del siglo XX andorrano: la participación en este tráfico de hombres de redes de pasadores radicadas en nuestro rinconcito de Pirineo. Hubo por supuesto otras, pero la de Forné es probablemente una de las mejor estudiadas gracias en primer lugar al mismo Forné -en aquella imprescindible, fundacional serie de artículos publicados en 1979 en la desaparecida revista Andorra 7- y al testimonio de Baldrich y de Forné, que salieron del armario en otoño de 2003 en otro reportaje publicado esta vez en el semanario Informacions. Pongamos nombre a esta estirpe de héroes, porque además de Molné, Baldrich y Forné -el cerebro de la cadena- también deben figurar aquí -se lo debemos- sus compañeros de peripecia bélica: Alfredo Vicente Conejos, Josep Mompel y Salvador Calvet. Queda dicho.

Pero vayamos de una vez al grano: así como Baldrich era el pasador arquetípico, el hombre de acción que condujo hasta Barcelona -según recordaba él mismo- a cerca de 400 clientes en algo menos de 40 misiones -y sin perder jamás un solo hombre, como le gustaba recordar con legítimo orgullo- Molné encarna al colaborador ocasional, espontáneo y la mayor parte de las veces anónimo que prestaba servicios puntuales pero que constituía un eslabón imprescindible para el éxito de las cadenas. Jamás ejerció de guía sobre el terreno, ni condujo a ningún grupo de refugiados por caminos erigidos en autopistas de la libertad.

De hecho, su participación en esta peripecia se reduce a un único pero sonadísimo episodio. Fue la noche de 23 de septiembre de 1943. Molné, él mismo hijo del hotel Palanques y mecánico de profesión, había acompañado al volante de su Renault -matrícula AND 591- a Forné y a Conejos hasta el Vilaró, justo antes de llegar al lugar de Llorts, para recoger una expedición formada por cinco militares polacos procedentes de Pàmies -dos oficiales, Jan Daniez y Jan Sarnicki, y dos soldados, Czeslaw Giejstowt y Josef Lawicki, cuenta Claude Banet en Guies, fugitius i espies, la biblia sobre la materia- que habían sobrevivido al frío y al agotamiento pero que habían perdido por el camino a otro compañero de evasión, Alozy Bukowski. El plan consistía en conducirlos en automóvil hasta el Palanques para reponer fuerzas. Pero en la Massana les esperaba una desagradable sorpresa: dos coches con matrícula francesa -un Delaye y un Citroën, según Forné- con cuatro o cinco hombres envueltos muy cinematográficmente en sospechosas gabardinas: "Fue Conejos el primero que, instintivamente, exclamó: '¡La Gestapo!' Un terror repentino y muy vivo se apoderó de nosotros, pero no perdimos el oremus, y aceleramos al pasar con la intención de huir", contaba el mismo Forné en 1979.

Un silencio que duele
Tuvieron éxito... a medias: la persecución terminó tras unos tiros intimidatorios -especula Forné que querían cogerlos vivos- por parte de los alemanes; Molné cruzó el coche al llegar al desvío de Sispony, y tanto Conejos como Forné saltaron hacia el otro lado, aprovechando la oscuridad para huir en dirección a Sispony. Ni Molné ni los polacos -los cuatro encajados en el asiento posterior del pequeño Renault- tuvieron tanta suerte y fueron capturados inmediatamente a punta de pistola. La comitiva inició enseguida el camino hacia el cuartel general de la Gestapo en Tolosa, con el Renault de Molné situado entre los dos vehículos alemanes. Así lo contaba el mismo Molné en Informacions: "A partir del puerto de Envalira nos encontramos un palmo de nieve en la calzada, así que nos hicierrn bajar para empujar los coches. Cuando llegamos a la frontera del Pas de la casa la barrera estaba bajada. Parlamentaron con el policía de la aduana andorrana, que me conocía, pero a pesar de que le hice gestos ostensibles para que me viera, no se apercibió de que iba dentro del Renault". Aquí sí que se vio perdido, admitía, porque Molné fue  encerrado en la prisión de Saint Michel, donde pasó "ocho o diez días". Si salió indemne de ésta fue porque pudo convencer a sus captores de que era un simple taxista que se había limitado a ejercer de chófer... y también -probablemente sobre todo- gracias a las gestiones de su padre, exsubsíndico, y del entonces síndico, Francesc Cairat, ante el obispo Iglesias -muy bien relacionado con el régimen franquista: había sido capellán castrense del dictador- y ante la vegueria francesa. Mucha menos fortuna tuvieron los polacos y un tal Bobby, norteamericano también de origen polaco que formaba parte de la cadena de Forné y que fue capturado en el Palanques: de ninguno de ellos se volvió a saber jamás.

El episodio tiene especial significación por dos motivos: por un lado, porque el golpe alemán -que Viadiu recoge, novelado, en Entre el torb i la Gestapo- fue posible por la infiltración de un topo en el grupo de Forné, un tal Nicodème -Nico, para los amigos. De otra, porque se trata de una de las escasas operaciones documentadas en que los alemanes actuaron dentro de Andorra, violando así la neutralidad del país. Por lo que respecta a Molné, se trata de la única misión en que consta que participara, y de hecho él mismo siempre insistió en figurar en un discretísimo segundo plano a la hora de los homenajes, como en la inauguración del monumento que evoca la memoria de la cadena justo ante el Palanques. ¿Un pobre bagaje? "Tuvo el valor suficiente para acompañar a Forné y a Conejos en una aventura en que se jugaban mucho, como después se vio. Y estoy convencido de que si no lo hubieran pillado, habría repetido", especula Benet, que describe a nuestro héroe del día como "un hombre elegante y modesto; otros con muchos menos méritos lo habrían explotado más; él, en cambio, optó siempre por la discreción".

De la misma opinión es el historiador catalán Josep Calvet, autor de Las montañas de la libertad, la monografia definitiva sobre la epopeya de nuestros pasadores: "No fue el guía prototípico, el refugiado español más o menos politizado, sino el autóctono que colabora de forma esporádica pero decisiva, en un nivel quizás secundario pero imprescindible: sin la complicidad de gente como Molné la misión de los pasadores estaba condenada al fracaso". Por eso duele, y mucho -añadimos nosotros- el silencio institucional que ha acompañado a la desaparición de nuestro hombre: ni una palabra por parte de las autoridades; nada de nada. Como apunta Calvet de forma sangrante, "en otro país, Molné sería un héroe". O quizás porque, como remata Benet, "Andorra es un país ingrato con la memoria histórica, sin apenas curiosidad, como si a mucha gente ya le pareciera bien que de ciertos temas cuanto menos se hable, mejor. Y en parte se entiende, porque si tiras de la madeja, a veces salen episodios honrosos, como el del Palanques, y otras aparecen sorpresas muy, muy desagradables". La buena noticia es que todavía estamos a tiempo de que el silencio y la indiferencia no se repitan con Lluís Solà, él sí el último de nuestros pasadores. De todos.

[Este artículo se publicó el 27 de agosto de 2013 en El Periòdic d'Andorra]


martes, 25 de febrero de 2014

Ifni: la guerra fantasma

El 23 de noviembre de 1957, el Ejército de Liberación penetraba en territorio de Ifni con el objetivo de expulsar a la potencia colonial: España. El régimen de Franco decidió conservar aquel "pedazo de arena, piedras y lagartijas" -como lo definió el humorista Gila- en un conflicto que a lo largo de medio año se cobró cerca de 300 muertos del lado español. Con todo, aquella guerra quedó rápidamente cubierta por un velo de silencio. Medio siglo después, los soldados de reemplazo que se vieron involucrados en la última contienda colonial reclaman un lugar en los libros de historia.

Más conocida como "la guerra silenciada", "la guerra olvidada" o hasta "la guerra chica" -así era como ser referia a ella el almirante Carrero Blanco, delfín de Franco- la de Ifni fue una guerra nunca declarada oficialmente que se dio por terminada la medianoche del 30 de junio de 1958.El alto el fuego fue una de las consecuencias de los acuerdos de Sintra del 1 de abril de aquel mismo año, un sucedáneo de tratado de paz con el que Franco se ahorró la humillación de la derrota. Pero el dictador no pudo evitar pillarse los dedos: conservaba Sidi Ifni, la capital de la colonia, pero renunciaba tácitamente al resto del territorio y rendía al Marruecos de Mohamed V el denominado Protectorado Sur. Es decir, la zona al norte del Sáhara español comprendida entre el paralelo 27º 40' y el río Dra, con capital en Tarfaya. Salvar el honor le había costado a Franco cerca de 300 bajas, la mayor parte de las cuales soldados de reemplazo destinados en la colonia o procedentes de los regimientos que fueron enviados precipitadamente desde la Península para combatir la insurrección.

Vista de Sidi Ifni, la capital de la colonia. Ifni era una franja de terreno de unos 30 kilómetros por 70, una cuña desconectada del Sáhara que penetraba en territorio marroquí; la presencia española se remontaba a 1934, con el desembarco del coronel Capaz; en los años 50 estaba habitado por entre 8.000 y 12.000 baamranis, tribu nativa de origen bereber. En la capital se concentraba una guarnición de 2.700 soldados. Fotografia: Archivo Contijoch.

Tras el intento de invasión del 23 de noviembre de 1957, el ejército rodeó la ciudad de Sidi Ifni de un perímetro defensivo que incluía alambre de espino, trincheras, búnkeres y barricadas. Fotografía: Archivo Contijoch.

El ejército español utilizó en Ifni a los venerables Junkers (en la foto) y Heinkel alemanes, veteranos de la II Guerra Mundial. Fotografía: Archivo Contijoch.

Barricada levantada por la guarnición del destacamento de Telata, uno de los cuatro que resistió hasta la evacuación, junto con los puestos de Tiluin, Tennin y Tiugsa. Fotografia: Archivo Contijoch.

Salida de las columnas que iban a liberrar los fuertes del interior de la colonia, asediados por el Ejército de Liberacion. Fotografia: Archivo Contijoch.

Demolición del fuerte de Telata por las fuerzas españolas en retirada. José Luis Martínez de Abellanosa sugiere que se trata en realidad del bombardeo del puesto de Tiluin previo al lanzamiento de los paracaidistas. Fotografía: Archivo Contijoch.


Dos de los doce fuertes distribuidos por el interior de la colonia en los que se desplegaron pequeñas guarniciones que fueron presa fácil del Ejército de Liberación. Fotografia: Archivo Contijoch.

El primer salto en combate de los paracaidistas del ejército español tuvo lugar en Ifni; en la fotografía, un salto de entrenamiento sobre la posición de Tiluin, semanas antes del comienzo de las hostilidades. Fotografía: Archivo Contijoch.


Cuestión de honor
Mohamed V se mostró más astuto que el Generalísimo, porque el nuevo statu quo con el que Franco pretendía blindar lo que quedaba de la denominada África Occidental Española -o AOE, qu englobaba las colonias de Ifni, el Protectorado Sur y el Sáhara español- duró poco más de otro decenio. El 30 de junio de 1969, y en cumplimiento esta vez de los acuerdos de Fez, se consumaba la llamada "retrocesión", barroca fórmula diplomática que se tradujo en la definitiva cesión de Sidi Ifni a Marruecos. Seis años después, España abandonaba el Sáhara por la puerta de atrás, dejando el territorio y su no muy promarroquí población en manos de Mohamed V.

Hasta la retrocesión, Sidi Ifni -o "Ciudad de las flores", en el idioma local- había sobrevivido en un inquietante "alto el fuego en estado de alerta permanente", como destaca el presidente de la Asociación Catalana de Veteranos de Sidi Ifni, Miquel Querol: "Por eso para los miles de soldados de reemplazo que prestamos servicio en la colonia la condición de excombatientes, y que el tiempo de servicio militar compute como cotizado en la Seguridad Social". Querol, que fue destinado al territorio en 1962, sirvió quince meses en el cuerpo sanitario. Como él, calcula que entre 1957 y 1969 debieron desfilar por Sidi Ifni cerca de 20.000 reclutas, "una quinta parte de los cuales fueron catalanes", matiza. La entidad, creada en 1988, aglutina a 430 de estos veteranos, y además de los beneficios de que disfrutan los militares destinados en misiones de paz en el exterior, reclaman la recuperación pública de este capítulo hoy olvidado de nuestra historia reciente.

Es cierto que, a diferencia por ejemplo del Sáhara español, sobre Ifni cayó enseguida un velo de silencio, probablemente fruto de la mala conciencia. La memoria colectiva sólo ha conservado -y aun gracias- la imagen de una pletórica Carmen Sevilla rodeada de paracaidistas, en las Navidades de 1957, cuando aterrizó en a colonia en compañía del humorista Miguel Gila y una docena de artistas más para elevar la moral de la tropa. Los lectores más veteranos quizás recuerden también los nombres de la dos víctimas ilustres de la guerra: el teniente Ortiz de Zárate y el alférez Francisco Rojas Navarrete, las únicas víctimas con nombre y apellidos de una lista de más de 300 bajas entre los cuales seguramente figuren unos sesenta catalanes, añade Josep Maria Contijoch, veterano de la guerra fantasma y él mismo autor de Sidi Ifni'57. Impresiones de un movilizado.

Soldados de segunda
El mismo Contijoch consigna otro aspecto sangrante de aquella contienda: cerca de un centenar y medio de soldados nativos que servíen en 1957 en el ejército español cobraban todavía en el 2001 pensiones de 70.000 pesetas mensuales. Un trato que no han merecido los reclutas que, como él y Querol, fueron destinados a una colonia en "estado de alerta permanente". Pero, ¿qué era, Ifni? La población de aquel territorio de 1.500 kilómetros cuadrados a duras penas ascendía en 1958 a unas 50.000 almas, mayoritariamente de la etnia de los ait ba amrani. Los europeos, nos 5.000, eran sobre todo militares -y sus familias- y se concentraban en la capital, Sidi Ifni, y en los destacamentos del interior, fortines custodiados por pequeñas guarniciones de tropa española e indígena. La ocupación efectiva del territorio arranca en 1934, con el desembarco del coronel Fernando Capaz. La nueva colonia comenzaría enseguida a tener un papel destacado en los asuntos de la metrópolis: se calcula que aproximadamente 9.000 baamaranis sirvieron en el bando franquista durante la Guerra Civil, enrolados en el Grupo de Tiradores de Ifni que el mismo Capaz había creado en 1934.

La efervescencia que se respiraba en el territorio en 1957 hay que atribuirla a la entonces recentísima independencia de Marruecos, que el sultán Mohamed V había proclamado en junio del año anterior. Pero Mohamed V no se contentaba con el fin del protectorado hispanofrancés y pretendía construir el Gran Marruecos, que incluía Ifni, el Sáhara español y parte de Mauritania y del Senegal, entonces bajo protección francesa. El instrumento del expansionismo marroquí era el llamado Ejército de Liberación, las "bandas armadas" según la terminología franquista, sospechosos a ojos de los españoles de actuar a las órdenes de la familia real marroquí. Las "bandas" se habían dirigido inicialmente contra la Mauritania francesa amparándose en la actitud contemporizadora de las autoridades españolas del AOE, que permitieron a los insurrectos plantar sus bases en un Sáhara en teoría bajo control español. Franco esperaa que dándoles algo de coba conjuraba el riesgo de que las reivindicaciones nacionalistas se giraran sobre sus posesiones. Pero una vez más se equivocaba.

La insurrección estalló en Ifni en enero de 1956, cuando tres nativos murieron en la localidad de Sidi Inno abatidos por una patrulla de la policía que intentaba retirar una bandera marroquí izada en a mezquita de la localidad. En abril, el cabo Ángel Sánchez Jiménez se convertía en el primer muerto español de la etapa prebélica. Pero el atentado más sonado tuvo lugar el 12 de junio de 1957, con el asesinato en pleno zoco viejo de Sidi Ifni de Mohamed ben Lahsen, el capitán Musa, oficial de la policía nómada y por lo visto un auténtico personaje local... demasiado afecto a los españoles. La revuelta se había extendido a la capital. El balance tras dos años de enfrentamientos larvados se elevaba, la vigilia de la insurrección general, a ocho muertos.

La invasión propiamente dicha empezó la madrugada del 23 de noviembre. A Contijoch, la alarma general le sorprendió en la cama: "Aquello era un auténtico caos. Nadie sabía qué hacer. Nos ordenaron dirigirnos a nuestras posiciones. La mía era la oficina del estado mayor del gobernador de Ifni, el general Mariano Gómez de Zamalloa. Afortunadamente, el fregado fue en la circunvalación y en el aeropuerto, y legionarios y paracaidistas enseguida se desplazaron a los puntos calientes para hacer frente a los moros. Hay que tener en cuenta que Sidi Ifni era entonces una ciudad abierta, vulnerable: no había posiciones defensivas, ni trincheras, ni búnkers. Todo esto vino después: en 1957 no había nada de nada". La operación, para los atacantes, consistía en ocupar el aeropuerto y destruir los polvorines de la ciudad. Además, los rebeldes contaban con que los soldados nativos que servían en el ejército español eliminarían a los oficiales. Pero a pesar del efecto sorpresa, las "bandas" no consiguieron ninguno de sus objetivos iniciales, y los baamaranis de Sidi Ifni se mostraron sorprendentemente leales a España. Contijoch recuerda unos pocos días de auténtico miedo: "No había una línea de frente ni combatíamos contra un ejército regular. Se trataba más bien de una guerrilla urbana, con mucha tensión contenida y tiros esporádicos que con frecuencia eran más fruto de nuestro nerviosismo que de un ataque enemigo". A pesar del pasmo inicial, la llegada de refuerzos masivos a partir del día siguiente de la invasión dejó meridianamente claro a las dos partes que Sidi Idni no iba a caer en manos de los rebeldes. Otra cosa era el resto de la colonia.

La auténtica guerra se libró en el interior del territorio, en aquella cuña que penetraba entre 30 y 40 kilómetros en tierra marroquí y que trazaba una frontera de unos 130 kilómetros de frente. De los doce destacamentos españoles en el interior de la colonia, sólo resistieron cuatro: Tiugsa, Tenin, Telata y Tiuluin. Los ocho restantes fueron tomados y sus guarniciones, aniquiladas o hechas prisioneras. Pero lejos del caos que con frecuencia se ha adjudicado al mando español, Contijoch recuerda una reacción ordenada y contundente. Durante la semana siguiente se organizó un puente aéreo con medio millar de operaciones de aterrizaje y de despegue desde el minúsculo aeródromo de Sidi Ifni. Un puente aéreo que permitió el refuerzo de la guarnición local con cuatro batallones de reemplazo procedentes de la Península así como la VI bandera de la Legión, tropas que se añadían a los tres tabores de tiradores con base en el territorio de Ifni y a las dos banderas paracaidistas que habían sido destinadas a la colonia meses antes en previsión de posibles incidentes. Inmediatamente se organizaron las operaciones de rescate -bautizadas con nombres muy del momento: Netol y Gento- que culminaron el 8 de diciembre con el regreso a la capital de los convoys con los supervivientes de los últimos fortines liberados.

Fue durante esta fase de la contienda que legionarios y paracaidistas estrenaron los primeros subfusiles Cetme, entonces de última generación. También se enviaron a Ifni cañones sin retroceso, ametralladoras Alfa y morteros de 120 milímetros, pistolas Astra y los veteranos pero eficacísimos naranjeros de la Guerra Civil. Las corbetas Atrevida y Descubierta, por su parte -las unidades más modernas de la Marina- patrullaron las costas de Ifni y del Sáhara, y una flota liderada por el crucero Canarias apareció un buen día ante Agadir y apuntó sus baterías contra la ciudad, en un claro gesto intimidatorio que emulaba la periclitada diplomacia de las cañoneras.

En campaña
Fue en el transcurso de las operaciones de liberación de las posiciones del interior asediadas cuando tuvieron lugar las acciones más sonadas de la guerra: el 29 de noviembre, cinco aviones Junkers JU.52 lanzaron sobre Tiluin una compañía entera de 75 paracaidistas. La guarnición y este refuerzo llegado por vía aérea fueron finalmente evacuados el 3 de diciembre, en una de las escasas acciones airosas de aquella guerra. La liberación de las otras tres posiciones fue más dramática: la columna de Ortiz de Zárate, que había salido de Sidi Ifni y se dirigía por carretera a socorrer el puesto de Telata, fue víctima de una emboscada y resistió ocho jornadas a campo abierto hasta ser a su vez liberadoa, el mismo 3 de diciembre. Zárate, sin embargo, murió en combate. Era el primera paracaidista caído en acción de guerra, y fue inmediatamente promovido a la condición de héroe del régimen. También o fue el alférez Rojas Navarrete, caído junto con otros 18 reclutas que protegían la carretera de Tiugsa a Sidi Ifni. La evacuación de Tiugsa, por cierto, se cobró otras cuatro víctimas, y la de Tenin, cuatro más.

Pero el 8 de diciembre todas las guarniciones se encontraban a salvo en la capital, convertida en plaza fuerte y rodeada de alambre de espinos, barricadas y búnkers, y defendida por cerca de 9.000 efectivos. Un bastión inexpugnable para la guerrilla. Pero el balance tras dos semanas de guerra semiabierta era demoledor: 34 muertos, 41 heridos y seis desaparecidos, más 21 prisioneros en manos de las bandas que no serían repatriados hasta mayo de 1959. Lo peor de todo era que la carnicería no había servido para nada, porque una vez liberadas y evacuadas, las posiciones interiores fueron dinamitadas y España abandonó de hecho la mayor parte del territorio.

A partir de aquel 8 de septiembre, Ifni sólo existiría en los mapas: los más de 1.500 kilómetros cuadrados de la colonia se habían visto reducidos al centenar escaso que formaba el perímetro defensivo levantado al rededor de la ciudad. Sin duda, las deficiencias del ejército español por lo que respecta a artillería, carros blindados e incluso de un puerto como dios manda desde done poder abastecer y pertrechar a las tropas fueron elementos que ayudan a comprender el desenlace. Por otra parte, ¿qué hubiera ocurrido si Franco se hubiera enfrentado a un ejército de verdad, y no a unos enemigos con carabinas y fusiles de cerrojo por todo armamento? Pero la guerra todavía no había concluido. De hecho, no concluiría hasta la retirada española de la ciudad, once años después. En enero de 1958, una vez fracasada la invasión -fracaso a medias, porque los guerrilleros quedaron como los amos de todo el territorio, excepto de Sidi Ifni- el Ejército de Liberación se revolvió, ahora sí, hacia el sur, hacia el país Tekna y Alaiún, el norte del Sáhara.

El principio del fin
En este nuevo escenario se produjo el mayor revés español de la guerra: el 13 de enero de 1958 una incursión en territorio controlado por la guerrilla terminó con 47 legionarios muertos, 64 heridos y un desaparecido. Es el desastre de Edchera, a la vez punto de inflexión de la contienda. En febrero, España había desplegado en el conjunto de la AOE cerca de 11.000 soldados, y ahora ya con la colaboración francesa procedió a liquidar los últimos reductos de resistencia en el Sáhara. Pero esta aparente victoria no ocultaba la realidad: España conservaba el Sáhara, sí, pero Ifni había quedado reducida a una ciudad virtualmente asediada: las "bandas armadas" fueron inmediatamente sustituidas por soldados del Ejército real marroquí que ocuparon posiciones al rededor de la capital. Ya no las abandonarían jamás y España no volvería a poner el pie más allá del perímetro defensivo de Sidi Ifni.

Pero, ¿fue realmente una guerra "silenciada"? Como recuerda Pius Pujadas, destacado a la colonia justo después de la guerra, "en la Península sabíamos que había habido tiros y algunos muertos. Pero no que las bajas se elevaban a centenares de hombres y que la solución había consistido en abandonar el interior de la colonia y concentrarse en la capital". Y eso que en enero de 1958, superada la fase crítica de la guerra, las Cortes franquistas lanzaron un órdago y elevaron Ifni y el Sáhara a la categoría de provincias españolas. Se trataba de una supuesta jugada maestra con la que el régimen pretendía dar carta de naturaleza a una ficción administrativa: considerar que aquellas dos colonias africanas formaban parte intrínseca de España como cualquier otra provincia metropolitana y que, por lo tanto, no les afectaban las resoluciones de la ONU que instaban a la descolonización de los dos territorios. El mismo Contijoch, al regresar a casa en junio de 1958, se topó con la cruda realidad del desconocimiento general por parte de la población de lo que había ocurrido en Ifni: "Los diarios lo cubrieron las primeras semanas, cuando el régimen no pudo ocultar las muertes de Zárate y de Rojas, ni tampoco el desastre de Edchera, pero dándole un tono inevitablemente épico, triunfalista, como si nos estuviéramos paseando ante unas bandas de desharrapados. La visita de Camen Sevilla también tuvo mucha repercusión. Pero si consultamos la prensa e la época comprobaremos ocn estupor que a partir de enero de 1958 las referencias a Ifni son cada vez más escasas, hasta que acaban despareciendo. Un apagón en el que tomó parte incluso el diario Arriba, que a pesar de ser el diario de Falange había hecho hasta entonces el seguimiento más completo de la guerra."

El balance final varía según las fuentes. Como no se dispone de datos oficiales, existe un consenso tácito entre los escasos historiadores que han investigado la contienda en reconocer unos 300 muertos por parte española, más medio millar más de heridos, para un contingente que pasó de 3.614 a 5.200 hombres e quince días, y a cerca de 11.000 en enero de 1958. Dos tercios de las bajas mortales se registraron en Ifni. Y no se dispone de datos para las bajas del Ejército de Liberación, al que los servicios de información españoles atribuían unos efectivos totales que oscilaban entre los 4.000 y los 5.000 guerrilleros. Por lo que respecta al resultado estratégico de la guerra, el acuerdo de Sintra firmado el 1 de abril de 1958 por España y Marruecos sancionaba el statu quo de Ifni -los españoles conservaban la capital pero abandonaban el resto de la colonia-  establecía la cesión del Protectorado Sur, con capital en Tarfaya. Franco aceptaba la mutilación del AOE con la esperanza de satisfacer así las ambiciones territoriales de Marruecos. Un tremendo error de cálculo que sólo tardaría un decenio más en aflorar, pero que se zampó los años de juventud de los reclutas que fueron destinados a la colonia para cumplir con su servicio militar.

La vida cotidiana en Sidi Ifni
En 1957, Sidi Ifni era una ciudad de cerca de 8.000 habitantes dividida en dos barrios: el europeo y el baamani, y las dos comuniades mantenían unas relaciones correctas. El tedio era el principal enemigo de los reclutas destinados en "El Territorio", el nombre con que se conocía a la colonia. Los reclutas podían pasarse sus 15 meses de servicio sin salir de Ifni. En los buenos tiempos de antes de la guerra, las autoridades ofrecían anualmente un avión para que los nativos cumplieran con el precepto de visitar la Meca por lo menos una vez en la vida. Las únicas opciones e ocio en Sidi Ifni eran las sesiones triples en el cine Avenida. El casino de oficiales estaba vetado a la tropa, como también cualquier contacto femenino: las únicas mujeres que veía un recluta eran o bien las esposas y las hijas de los oficiales -fuera por lo tanto de sus posibilidades- o bien las Fátimas, como los soldados llamaban a las mujeres nativas. Por no haber, no había ni prostitutas: el partido Istqlal prohibió a las prostitutas moras que ejerciesen en los burdeles de la ciudad. Y en 1960 ya no quedaba ni una sola de entre las profesionales que fueron llegando desde las Canarias paa sustituirlas. Lo que sí que abundaba en Sidi Ifni era el quifi, la marihuana. Pero el gran acontecimiento de la guerra fe sin duda la caravana de artistas que aterrizó en la colonia en las Navidades de 1957, con Carmen Sevilla y Miguel Gila al frente.

[Ese artículo se publicó en enero de 2007 en la revista Sàpiens]




domingo, 23 de febrero de 2014

Andorra, 1936: entre la espada y la pared

El levantamiento nacional contra la legalidad republicana supuso el inicio de uno de los períodos más convulsos de la historia reciente de Andorra. El país tuvo que lidiar con una avalancha de refugiados sin precedentes -se calcula que más de 4.000 a lo largo de la contienda- además del batallón de gendarmes enviados por el copríncipe francés para garantizar la soberanía, con la escasez de víveres y con la amenaza de invasión, primero republicana y después franquista. La historiadora Amparo Soriano ha recreado esta compleja y apasionante coyuntura en Andorra durant la Guerra Civil espanyola.

La conclusión de este denso volumen asalta de manera natural al lector cuando al llegar a la última página comparte la perplejidad de la autora: "Que Andorra emergiera indemne, que conservara la soberanía, la independencia y sus instituciones seculares, después de unos años tan convulsos como fueron los de la Guerra Civil -a los que siguieron otros tantos de guerra mundial- es un auténtico milagro". Sobre todo, porque entre 1936 y 1939 Andorra sobrevivió con la amenaza constante de invasión: primero, por parte de los elementos anarquistas -el Cojo de Málaga y toda su tropa- que impusieron su ley en el Alto Urgel y la Cerdaña en los primeros meses de la contienda; después, por las fuerzas franquistas, que llegaron a plantearse muy seriamente el bombardeo de la central hidroeléctrica de Escaldes, según desvela Soriano. Y todo porque la erección de Fhasa, a partir de 1930, había convertido Andorra en un preciado objetivo estratégico, amenaza que la presencia de los gendarmes y guardias móviles enviados en verano de 1936 por el copríncipe francés -el presidente de la República, entonces Albert Lebrun- ayudó a conjurar... al lado de las gestiones que, como enseguida veremos, realizó el empresario Miguel Mateu ante el mismísimo

Franco.No fue este peligro latente de invasión el único que tuvo que afrontar el Consell General de la época, con el Síndico Cairat al frente. Un Consell que, como el resto de la población andorrana del momento, repartía sus simpatías entre nacionales y republicanos: la carestía y la escasez de alimentos derivados de la situación bélica en España convirtieron el aprovisionamiento de la población y de las bocas extras procedentes del éxodo de refugiados -elementos de la derecha que huían de la represión roja en los primeros meses de la guerra; anarquistas después de los Fets de Maig de 1937, y republicanos de todo pelaje después de la caída de Cataluña, en enero de 1939- condicionaron decisivamente la posición del Consell y por lo tanto de Andorra ante la contienda. Colocada entre la espada de los comités anarquistas, de la Generalidad catalana y del gobierno francés del momento, que supieron, no pudieron o no quisieron coadyudar a satisfacer las necesidades de pura supervivencia que les planteaba Andorra, y la pared de una Mitra y, sobre todo, de un gobierno golpista que sin embargo fue el único capaz de movilizar recursos a favor del país -a un precio que se cobró puntualmente, eso sí, en el momento en que estalló la crisis de Fhasa- los consejeros optaron por la única vía posible: la del equilibrismo. Y cuando eso dejó de ser posible, por el puro pragmatismo. Es decir, y como apunta Soriano, que optaron por "hacer el andorrano": nadar y guardar la ropa, ni contigo ni sin ti.

De esta panorama deliberadamente confuso, donde lo que estaba en juego era en primer lugar la supervivencia física de sus ciudadanos y de los refugiados, e inmediatamente después, la de Andorra como entidad política, emergen con luz propia los nombres de cuatro personajes que continuamente entran y salen del escenario levantado por Soriano: el obispo de Urgel y copríncipe de Andorra, Justí Guitart; el Síndico General, Francesc Cairat; el coronel al mando de los gendarmes destacados por el copríncipe francés, Réné Baulard, y le industrial catalán Miguel Mateu, consejero delegado de Fhasa. De todos ellos nos habla ampliamente la autora, que se llevó con Andorra durant la Guerra Civil espanyola el premio de investigación histórica que patrocina el Consell General, en su edición del 2005.

País pequeño, pretendientes grandes
Las relaciones de Andorra con los dos bandos contendientes en la Guerra Civil, así como con la Generalidad y el gobierno francés fueron siempre delicadísimas, complejas, un auténtico número de equilibrismo que tuvieron que interpretar el Consell General y el Síndico Cairat. Los dos convoys de alimentos enviados por la España nacional no fueron un simple y generoso gesto humanitario sino que se cobraron a su debido momento y en especie: con la renuncia a exigir la rescisión de la concesión de Fhasa y con la oposición activa del Consell a la confiscación de la central decretada en diciembre de 1938 por el ministro francés de Obras Públicas, Anatole de Monzie -el mismo Monzie, por cierto, que en agosto de 1939 inauguraría la emisora de Radio Andorra en Encamp. Las presiones fueron continuas, con amenazas explícitas de suspender el envío de alimentos si se retomaba el suministro de energía eléctrica a la Cataluña republicana. Por lo menos en dos ocasiones, Franco amenazo abiertamente con la intervención: en 1937, cuando se planteó como solución de emergencia si no bastaba con los argumentos de Mateu para interrumpir el servicio, y en diciembre de 1939, cuando jugó -quizás de farol- la carta de enviar a los guardias civiles estacionados en la Seo si las elecciones al Consell General no daban un resultado suficientemente afín con el nuevo régimen. Finalmente, en la crisis de Fhasa de un año antes, en 1938, Franco tenía previsto el bombardeo de la central de Escaldes si fracasaban las gestiones diplomáticas, De Monzi no renunciaba a la confiscación y Fhasa retomaba el suministro de fluido a la República.

Pero no fueron los nacionales los únicos que miraron hacia Andorra con ojos tirando a depredadores -o carroñeros. De hecho, los primeros que lo hicieron fueron los anarquistas de la Seo, con la connivencia, dice Soriano, de un reducido grupo de andorranos y de obreros de Fhasa: el golpe de mano hubiera proclamado una república independiente y tenía que materializarse en otoño de 1936, cuando las primeras nieves cerraran el puerto de Envalira imposibilitando la llegada de fuerzas francesas. Mateu se les avanzó, y el 27 de septiembre -justo el día previsto para el golpe anarquista, según la historiadora- entraba por la frontera del Pas de la Casa un batallón de 64 guardias móviles y 32 gendarmes dirigidos por el comandante Baggio y por el coronel Baulard. En verano de 1938 tuvo lugar una amenaza mucho más explícita por parte de la República, cuando el delegado de la Generalidad en Andorra, Josep Maria Imbert, advirtió que una nueva expulsión -ya lo habían echado del país en una ocasión- comportaría como represalia el bombardeo y la ocupación. Otro farol que se quedó en el tintero. Más consistencia tuvo, en marzo de 1938, un complot republicano que preveía la incursión de un millar de hombres con la misión de desarmar a las fuerzas francesas y "eliminar a los elementos hostiles", es decir, a los simpatizantes nacionales refugiados en Andorra. Este golpe, que tampoco pasó de las buenas -o mejor, malas- intenciones fue la respuesta republicana a los rumores aventados por los mismos gendarmes de que Francia se aprestaba a ocupar el país, asustada por el creciente número de refugiados.

La guerra de Fhasa
Como dice Soriano, la historia contemporánea de Andorra es inimaginable sin la existencia de la central eléctrica de Escaldes, erigida a partir de 1930 y que convirtió al país en objetivo estratégico para los contendientes de la Guerra Civil. Franco exigió -bajo amenaza- el corte del fluido eléctrico a la industria de guerra catalana, que consumía el 90% de la energía generada. Mateu, consejero delegado de la hidroeléctrica, fue el ejecutor del sabotaje encubierto, con la aquiescencia del Consell General. La diplomacia republicana maniobró con habilidad y consiguió que el ministro de Obras Públicas francés ordenara la confiscación de la empresa. Una expropiación efímera, que a duras penas duró quince días -del 6 al 18 de diciembre de 1938- hasta que la intervención directa del copríncipe frances, el presidente Albert Lebrun desautorizara a Monzie -a instancias de un Guitart inspirado por Mateu: ni un solo kilowatio más llegó a la exhausta red eléctrica catalana. Un colaboraiconismo que enfurecerá a algunos, pero que le ahorró a Andorra un más que probable bombardeo franquista, justo cuando la guerra ya estaba perdida para la República.

¿Por un plato de lentejas?
La jugada maestra del bando nacional para atraer al Consell General a su causa consistió en llegar allí donde fracasaron -por incapacidad o por desidia- tanto la Generalidad como la República española y también Francia: subvenir a la urgente necesidad de alimentos que el alud de refugiados -los 4.500 habitantes que tenía Andorra en 1936 casi se habían duplicado al final de la guerra- la escasez y la consiguiente carestía causaron en los inviernos de 1938 y 1939: según los datos recogidos por Soriano, el kilo de pan se pagaba en julio de 1936 a 0,45 pesetas; un año después, a 1,20; en enero de 1938, a 1,80, y en julio de ese mismo año, a 3,50. Las gestiones de Cairat, Guitart y sobre todo Mateu ante las autoridades franquistas consiguieron la concesión de sendos créditos de 600.000 pesetas por parte del Banco Exterior de España que el Consell destinó a la adquisición de alimentos: el primer envío llegó en el otoño de 1937, con el compromsio de comercializarlo exclusivamente en el interior del país. Pero no se pudo evitar la especulación: la historiadora consigna la reclamación por parte del Consell a un tal Joaquim Font, de la Cortinada, para que devuelva todos los productos que le han sido expedidos porque "efectúa las ventas a unos precios más elevados que los convenidos". El segundo convoy, más problemático, no llegó hasta bien entrado 1939, en todo caso después del 6 de febrero, cuando la columna de requetés mandada por el capitán Aguirre arriba a la frontera de la Farga de Moles y se toman las célebres fotografías de hermandad con el jefe de la policía andorrana de la época, Secundí Tomàs.

La historia menuda
Al lado de las revelaciones más espectaculares, Andorra durant la Guerra Civil espanyola incorpora un puñado de notas a pie de página -léanlas, no tengan pereza- especialmente suculentas: así, cuando en octubre de 1938 se resuelve a favor de Mateu, naturalmente, el pleito interpuesto contra Fhasa por medio centenar de obreros despedidos, el acta de notoriedad rubricada por el Síndico Cairat da fe de los usos y costumbres al más puro estilo de Manchester, siglo XIX, que regían en la Andorra de la época: "El patrón puede despedir al obrero libremente después del día, semana o mes durante los que ha sido contratado. Ningún obrero tiene derecho a exigir al patrón el reingreso prescindiendo de toda consideración con respecto al motivo que haya determinado al patrón a prescindir del obrero.No se abonará importe alguno en concepto de preaviso de despido. No se abonará ningún indemnización en caso de enfermedad ni de asistencia médica..."

No es menos curiosa la noticia -fuera del ámbito temporal que no ocupa- de que en enero de 1933 el entonces Síndico, Roc Pallarés, y el Subsíndico, Antoni Coma, solicitaron al Consejo de ministros español que asumiera la cosoberanía que hasta entonces venía ejerciendo la Mitra, en otra muestra de las tensas relaciones del Consell General con el copríncipe episcopal. O las actividades subversivas que los ciudadanos suizos Weilenmann y Schaub patrocinaron en los primeros años 30 entre los residentes andorranos en Barcelona, con el lanzamiento del periódico El Andorrà. O la nómina de agentes que desde Andorra trabajaban para el servicio de información y para la policía militar franquista, con presencias sorprendentes. Y el papel que Trémoulet -el factótum de Radio Andorra- jugó en favor de los intereses republicanos, que no deja de sorprender en un personaje que tras la II Guerra Mundial sería acusado de colaboracionismo en Francia, y condenado en ausencia a muerte, y que acabaría refugiándose en España a la sombra de jerarcas del franquismo como Serrano Suñer.

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La historiadora Amparo Soriano, profesora de istoria en el Insituto Español de la Margineda (Andorra), en la presentación de Andorra durant la Guerra Civil espanyola, volumen con el que ganó el premio Principat d'Andorra de investigación histórica de 2005. Fotografía: El Periòdic d'Andorra.


Amparo Soriano: "En caso de contencioso entre España y Francia, el vencedor muy probablemente se hubiera anexionado Andorra"

-¿Existían en Andorra facciones encontradas según sus simpatías se inclinasen por nacionales o republicanos?
-El ciudadano de a pie prescindió de ideologías y ayudó por igual a todos los refugiados, independientemente de su adscripción política. Otra cosa es la actitud del Consell, en todo momento condicionada por las circunstancias: la escasez de alimentos, cuando estuvo claro que el único que estaba en condiciones de ayudar a paliarla fue Mateu, forzó al Consell a echarse atrás en su antigua pretensión de rescindir la concesión de Fhasa, e incluso a oponerse a la confiscación de la central decretada en diciembre de 1938 por el copríncipe francés.

-Una actitud muy pragmática y muy andorrana.
-Las simpatías con el bando franquista existieron, sin duda, pero a pesar de las apariencias diría que fueron minoritarias. La política oficial del Consell consistió en intentar no molestar a ninguna de las partes, y no quemarse en el aquel juego de equilibrios.

-Pero dentro de la política andorrana, ¿había grupos ideologizados, o solo contaban los intereses más o menos particulares de los que tenían silla en el Consell?
-Entre los consellers había de todo: desde los elementos más conservadores, gente de orden que temía el contagio revolucionario, hasta los que comulgaban con las nuevas ideas que, sobre todo a partir de 1930, con el desembarco en el país de centenares de obreros de Fhasa adscritos mayoritariamente a los sindicatos anarquistas, inocularon savia nueva en la hasta entonces abotargada vida política andorrana. Especialmente entre la juventud, que es la que protagonizó la ocupación del Consell de 1933 y la implantación del sufragio universal masculino. Abolido, por cierto, en 1941.

-Jaume Ros y Joaquim Baldrich se indignaban con la visión idealizada que Viadiu ofreció de Andorra en Entre el torb i la Gestapo, convertida en una especie de Casablanca de los Pirineos. ¿Comparte usted su indignación?
-Lo que planteo, y no me cansaré de insistir en ello, es que independientemente de la ideología, cuando vieron amanazados sus intereses desde un lado o del otro, recurrieron a la vieja estrategia de fer-se l'andorrà, hacerse el andorrano, para conservar el statu quo. El aluvión de refugiados agravó todavía más el ya serio problema del abastecimiento de alimentos. Los convoys enviados por Franco, así como la confiscación de Fhasa decretada por el copríncipe francés por su cuenta y riesgo, sin contar con el Consell, causaron que las simpatías de los indecisos y de los neutrales se decantaran finalmente por el bando nacional. Que quede claro que la ayuda franquista no era en absoluto desinteresada, sino que desde el principio tuvieron clarísimo que era una manera de tener a los andorranos cogidos por el pescuezo, una deuda que ya llegaría el momento de cobrarse. Y llegó: durante la crisis de Fhasa de diciembre de 1938.

-¿Cuál fue el papel de los refugiados que se instalaron en Andorra a raíz de la Guerra Civil?
-De entre los 4.000 y 5.000 que pasaron por el país entre 1936 y 1939, probablemente un 10% de ellos se quedó aquí. Y fueron decisivos desde todos los puntos de vista: económico, intelectual y humano. Llegaron al país sin otro patrimonio que su talento -más o menos- y sus ganas de trabajar. Se casaron aquí, abrieron comercios y colaboraron decisivamente en el despegue de Andorra.

-Anarquistas, republicanos y franquistas amenazaron con invadir Andorra, pero resulta que los únicos que efectivamente se esteblecieron en el país fueron los gendarmes franceses. ¿Puede hablarse de una ocupación encubierta?
-Los gendarmes vinieron porque lo solicitó el Consell General... a instancias de Mateu, precisamente para prevenir y evitar una hipotética intervención de los comités anarquistas de la Seo. Hay que añadir que el Consell se desdijo cuando comprobó que las parroquias [los ayuntamientos] se oponían a lo que consideraban una injerencia francesa. Pero ya era demasiado tarde. La misión de Baulard y sus hombres era la de garantizar el orden y la integridad territorial, lo cual estaba bien. Lo que ya no era tan razonables era el desplazamiento de un batallón que llegó a contar en los momentos álgidos con una fuerza de unos 150 hombres, sección de ametralladoras incluida. Parece un despliegue claramente desproporcionado, fruto de un afán de marcar el territorio, de exhibir de qué parte estaba la razón de la fuerza. La prueba de que era del todo punto innecesario y que se trataba de un despliegue desproporcionado es que los gendarmes dispusieron de todo el tiempo del mundo para dedicarse a quehaceres tan poco marciales como escribir manuales de mecánica y componer música...

-Baulard fue muy mal recibido en septiembre de 1936, pero en cambio se marchó con el título de andorrano honorario en el zurrón. ¿Fue un simple agente al servicio de Francia, o llegó a impliucarse en las vicisutudes de Andorra y los andorranos?
-Él aterrizo en el país con la actitud propia de un virrey, con una prepotencia, incluso chulería, más bien antipáticas. Cuando al llegar a la frontera se encontró la aduana cerra, ordenó a sus gendarmes que la cruzaran, sin ningún miramiento. Ideológicamente, y teniendo en cuenta que aquí se encontró con refugiados de todos los colores políticos, y que tenía que convivir con los comités anarquistas de la Seo y con los cerca de 600 carabineros de la República desplegados en la comarca, su actitud fue contemporizadora, aunque personalmente creo que sus simpatías se decantaban sinceramente del lado republicano.

-Y a Mateu, ¿dónde lo situaría, ideológicamente?
-Mateu era por herencia monárquico hasta el tuétano: su padre había sido íntimo amigo de Alfonso XIII y su adscripción al Movimiento -como primer alcalde de la Barcelona de posguerra, como embajador de Franco en España, hasta como agente de los servicios de inteligencia nacionales- hay que interpretarla como la vía más corta y directa para el restablecimiento de la monarquía y, sobre todo, para evitar la instauración en España de un régimen comunista, una posibilidad que le causaba auténtico pánico.

-¿Andorra equivalía para él la gallina de Fhasa, que había que exprimir en provecho propio, o cultivó alguna relación especial con el país?
-Aunque Fhasa constituía sólo una pequeña parte de su imperio industrial -era el propietario de la Hispano Suiza y del Diario de Barcelona, entre otras empresas- era también la obra de su juventud. Cuando el fin de semana llegaba al castillo de Perelada, su refugio ampurdanés, lo primero que hacía era telefonear a Andorra para preguntar si llovía. Fhasa era la niña de sus ojos.

-¿Y el obispo Guitart, a quien en el libro llega a describir como "catalanista"?
-El copríncipe era amigo íntimo del cardenal Vidal i Barraquer, que le pidió que no se adhiriera a la cata colectiva en que los obispos españoles -excepto cuatro excepciones: ¡cuatro!- se ponían abiertamente del lado de la "Cruzada". Al final lo hizo, pero escarmentado por la represión que había presenciado en su diócesis, donde durante la guerra fueron asesinados cerca de 500 religiosos. Pero una cierta sensibilidad catalanista me parece fuera de duda: defendió el uso pastoral del catalán y se negó a colaborar con la represión franquista.

-¿Cuál fue el papel de Guitart a la hora de gestionar el envío de alimentos desde la España franquista, si es que tuvo alguno?
-El hombre clave en este asunto fue Mateu. Guitart actuó literalmente a su dictado. Era Mateu quien tenía acceso directo a los mandamases del régimen, como Serrano Súñer y Nicolás Franco. Y también fue decisivo para conseguir la autortización para que el convoy atravesara territorio francés, desde Irún hasta l'Ospitalet.

-¿Y el del Síndico Cairat?
-Mateu es quien maneja los hilos, el hombre de mundo que tiene los contactos de altísimo nivel necesarios para franquear literalmente fronteras, y quien finalmente avalará la operación. Cairat, como el resto de la delegación que gestionó el envío de convoys ante el gobierno de Burgos -el veguer episcopal Jaume Sansa, el conseller Antoni Picart, el médico Xavier Maestre y Antoni Aixàs, delegado comercial del mismo Cairat- se limitaron a seguir escrupulosamente las instrucciones de Mateu, que les decia a quién tenían que dirigirse y en qué términos, y a gestionar la recogida de los alimentos en el depósito de l'Ospitalet para distribuirlos luego en Andorra.

-Mateu gestionó dos convoys con alimentos para la población andorrana, pero también fue el artífice de los cortes de suministro eléctrico comprometidos por Fhasa con la República. ¿Cómo debe juzgarle la historia?
-Hagamos sólo una reflexión: ¿qué hubiera ocurrido si Fhasa no hubiese existido? Sin Fhasa no en entiende la historia contemporánea de Andorra; quizás los gendarmes no hubieran venido en 1933, ni en 1936; quizás Franco hubiera tenido entonces las manos libres para ocupar el país y anexionárselo... Aunque sin Fhasa, lo cierto es que Andorra dejaba de tener valor estratégico. También es verdad que entonces quizás la excusa para una intervención nacional hubiera sido la fuerte implantación anarquista... Pero todo esto es historia ficción.

-Pues sigamos con ella: si Franco hubiera ocupado Andorra aprovechando la coyuntura de la II Guerra Mundial, ¿cómo hubiera reaccionado Francia?
-Lo que está claro es que no se hubiera quedado cruzada de brazos. Entre otras razones porque, como copríncipe de Andorra que era, el presidente de la República no hubiera podido inhibirse. En un hipotético contencioso entre España y Francia, el vencedor muy probablemente se hubiera anexionado Andorra. Un contencioso, por cierto, en el que el obispo hubiera tenido bien poco que decir.

-Continuemos especulando: con una República consolidada y sin Guerra Civil en España, ¿hubiera tenido el obispo los días contados copríncipe -o los años?
-Con la República las fricciones fueron desde el principio continuas. Además, una parte de la sociedad andorrana veía al obispo como a una rémora. Con la instalación de Fhasa el país entró bruscamente en la modernidad después de siglos de letargo: se completó la red de carreteras, penetraron ideas si no revolucionarias, por lo menos democratizantes... El espejo en que muchos querían verse era el de Mónaco, con los casinos y los balnearios que era (y son) la fuente de su prosperidad. Y para todo esto el obispo era un obstáculo. Con este ruido de fondo y el apoyo interesado de la Generalidad y de la República, ¿hubieran acabado echando al obispo? Quizás sí. Pero en este caso habría que ver cómo hubiera reaccionado Francia. De hecho, para los intereses del copríncipe episcopal las cosas fueron de la mejor manera posible...

[Este artículo de publicó el 7 de mayo de 2006 en la revista Informacions]



sábado, 22 de febrero de 2014

Miguel Mateu, defenestrado

El gremio de historiadores cuestiona el cambio de nombre del tramo final de la avenida Carlemany de Escaldes en adelante rebautizada como Pont de la Tosca; el Comú pretende realzar así el monumento, pero Amparo Soriano cree que se le castiga "por franquista".

Indignada. Así se siente Amparo Soriano, autora de Andorra durant la Guerra Civil espanyola y probablemente la historiadora que más y mejor ha estudiado la trayectoria de Miguel Maeu, ante el cambio de nombre del tramo final de la avenida Carlemany de Escaldes, acordado el verano pasado -con cierta agostidad, por decirlo claramente- y que ha eliminado del nomenclátor y de la memoria pública al empresario, financiero y político catalán, el hombre clave -según Soriano- en la erección de Fhasa. Fhasa, sí: Forces Hidroeléctricas d'Andorra, la central eléctrica que hizo posible el despertar de todo un país de la modorra secular, completó la red de carreteras, creó el primer servicio de Policía y lo catapultó, en fin, hacia la modernidad. Casi nada, vamos. El Comú -o ayuntamiento- ha rebautizado el tramo con el mucho más aséptico nombre de avenida del Pont de la Tosca, en na decisión que, según las actas del consejo, sólo pretende "realzar la importancia histórica y simbólica del monumento".

Miguel Mateu i Pla (Barcelona, 1898-1972) era hijo del fundador de la Hispano Suiza; en 1929 obtuvo la concesión de Fhasa, Fuerzas Hidroeléctricas de Andorra; miembro del estado mayor franquista durante la Guerra Civil, alcalde de Barcelona (1939-1945), embajador en Francia (1945-1947), procurador a Cortes (1943-1972) y presidente de la patronal Fomento del Trabajo. Fotografía: Archivo.

El Comú de Escaldes rebautizó en agosto de 2010 como Avenida del Pont de la Tosca el tramo final de la avenida Carlemany de Escaldes, que desde los años 70 llevaba el nombre del prócer Miguel Mateu; abajo, el monumento que la robó la calle al fundador de Fhasa. Fotografías: El Periòdic d'Andorra.
El argumento oficial no convence en absoluto a Soriano, que percibe en la decisión una sospechosa aplicación selectiva de la memoria histórica y un castigo más o menos velado por los conocidos vínculos de Mateu con el primer franquismo. En este sentido, conviene recordar que el empresario formaba parte del estado mayor del bando nacional durante la Guerra Civil, que fue el primer alcalde de la Barcelona de postguerra y que ejerció también como consejero de Falange, a demás de procurador a Cortes. Un franquista de tomo y lomo, vamos. Aunque este historial, añade Soriano, no puede borrar sus méritos andorranos, que son precisamente por los que figuraba hasta ahora en el callejero. Fue Mateu, y no otro, quien intercedió ante Franco para que en plena Guerra Civil pudieran llegar a Andorra los alimentos que escaseaban; y fue Mateu quien evitó que los nacionales bombardearan la central de Escaldes, destino que corrieron las otras hidroeléctricas pirenaicas en territorio de la República. Aún más: gracias a Fhasa -es decir, a Mateu- se completó la red de carreteras, se creo el servicio de orden y se fundó el Banc Agrícol, precedente del actual Andbanc: "Todo esto no tiene nada que ver con el franquismo; de hecho, es anterior a la Guerra Civil. Por eso me parece injusto y demagógico que ahora le retiren el nombre. Y me recuerda mucho a esta lastimosa reescritura de la historia que consiste en borrar lo que no nos gusta de lo que ocurrió, como el olvido de Pétain en la lista de los copríncipes franceses en la Nova aproximació a la història d'Andorra", insiste la historiadora.

Y los otros, ¿que?
El argumento definitivo es para Soriano es el agravio comparativo con otros coetáneos de Mateu que simpatizaron o, como mínimo, contemporizaron con el franquismo. Señaladamente, dice, el Síndico Cairat y el obispo Guitart, "por no hablar de otros personajes de gran prominencia en la vida económica del momento". De Guitart recuerda que se mostró "especialmente combativo con la República" -contra la República, se entiende- mientras que ante Franco procedió "con total mansedumbre": pues un busto recuerda hoy en la capital al señor obispo. Argumentos similares son los que plantea Antoni Morell para criticar la decisión del Comú. El historiador, que ha radiografiado los años 30 andorranos en 52 dies d'ocupació?, evoca el conocido caso del escultor Josep Viladomat, autor de una escultura ecuestre de Franco que hasta el final de la dictadura presidió el patio del museo militar de Montjuich. Pues bien: Viladomat tiene hoy museo propio y avenida a su nombre en la misma Escaldes. Morell cita también a Juan Antonio Samaranch, delegado nacional de educación física y presidente de la Diputación de Barcelona en el último franquismo, y hoy presidente del Campeonato europeo de policías y bomberos que Andorra acogerá en junio. Y lanza un par de preguntas que merecerían respuesta oficial: "¿Por qué le pusieron el nombre de Mateu a la avenida? ¿Por sus vínculos con Franco? ¿O en agradecimiento a su papel clave en el establecimiento de la primera industria moderna de este país?" Y dispara con bala: "Porque si es por su ideología, deberíamos concluir que el Quart de Escaldes que le homenajeó poniéndole su nombre a una avenida también era franquista... ¿Lo era?"

Más matices introduce Joan Peruga en el análisis del personaje. El autor de L'Andorra del segle XIX asegura que ya durante los años 30 "la omnipotencia y la omnipresencia de Fhasa y de su consejero delegado generó fricciones con muchos sectores de la sociedad andorrana y con las autoridades del momento". Además, su "profunda" filiación franquista lo convierte en un personaje "incómodo". Por eso concluye que, "aunque debe tener presencia, y mucha, en los libros de historia, no lo encontraré a faltar en el callejero de Escaldes". En un punto intermedio se sitúa Arnau González i Vilalta. El autor de La cruïlla andorrana de 1933 constata que Mateu, aun con su incuestionable pedigrí franquista, "no ejerció en Andorra ninguna autoridad dictatorial" y que por lo tanto se trata de un caso particular, diferente a otros casos comparables que se han dado en Cataluña en que toda referencia pública al franquismo ha sido eliminada, "una decisión que en la práctica lo que supone es borrar la historia, exactamente lo mismo que hacía la Dictadura". Vilalta aboga por una muy sensata tercera vía consistente en cambiar el nombre de la avenida en cuestión... pero manteniendo alguna referencia a su titular anterior. ¿Como podría quedar en este caso, la placa? Algo así como "Avinguda del Pont de la Tosca. Anteriorment, avinguda Miquel Mateu i Pla. Empresari català amb interessos a Andorra. Primer alcalde franquista de Barcelona, membre de l'aparell polític i empresarial de la Dictadura del general Francisco Franco". La verdad: más que la placa de un callejero parece la entrada de un diccionario biográfico. Pero es una idea.

[Este artículo se publico el 25 de enero de 2011 en El Periòdic d'Andorra]

viernes, 21 de febrero de 2014

Cuando Josemaría fue un fugitivo

Son las 14 horas del viernes, 10 de diciembre de 1937. Un grupo de ocho hombres -el que posa en la portada del libro de aquí abajo, en la plaza Benlloch de Andorra la Vella, para el objetivo de Valentí Claverol- espera a que los gendarmes del puesto de aduanas del Pas de la Casa acaben de revisar la documentación para subir al autobús y cruzar la frontera, camino de l'Ospitalet, Lourdes y finalmente San Sebastián, ya en la España nacional. Se encuentran en la última etapa de un periplo que había comenzado el 8 de octubre de aquel mismo 1937, cuando la expedición abandonó la relativa seguridad que les ofrecía el consulado de Honduras en Madrid dispuestos a dejar atrás la zona republicana. El itinerario: Madrid-Valencia-Barcelona-Peramola-Pallerols-Sant Julià de Lòria. Entre estos ocho hombres se encuentra Josemaría Escrivá de Balaguer, sacerdote aragonés que en 1928 había fundado la prelatura del Opus Dei y que había de ser canonizado en 2002. En tiempo récord, por cierto, pero esta es otra historia.

Volvamos a la escapada: habían entrado en Andorra el 2 de septiembre por el Mas d'Alins, después de recorrer a pie los últimos 100 kilómetros del trayecto, con el guía del Pallars Josep Cirera al frente, y para ellos -como para tantos otros antes y después- nuestro rincón de Pirineo iba a convertirse en sinónimo de libertad. El periplo andorrano de San Josemaría se prolongó ocho días, y hace tres años Alfred Llahí y Jordi Piferrer lo reconstruyeron al detalle en Terra d'acollida, volumen que pasó injustamente desapercibido y que acaba de ser publicado en castellano por Rialp -claro. Una edición que se distribuirá en España y la América Latina y que -atención- coincidirá con el estreno, previsto para el 6 de marzo, de There be dragons, la superproducción dirigida por Roland Joffe (La Misión) que recrea la peripecia bélica del fundador del Opus Dei.

Portada de Andorra: tierra de acogida, originalmente publicado en catalán (Terra d'acollida) y que ahora Rialp edita en castellano. Fotografía: Archivo.

Oportunidad de oro, como se ve, para recuperar Tierra de acogida y descubrir la mina de anécdotas vividas de primera mano y por aquí arriba por uno de los hombres clave -claroscuros incluidos- de la Iglesia Católica del siglo XX. La jornada andorrana de San Josemaría tenía que durar exactamente eso: un día. Estaba previsto que el 3 de diciembre los recogiera en el Pas de la Casa un automóvil enviado por el marqués de Embid, hermano de uno de los miembros de la expedición -José María Albareda. Siempre vienen bien estar  bien relacionado. La nieve que cayó al día siguiente de llegar a Andorra cerró el puerto de Envalira -2.800 metros: no es broma- y fue retrasando la partida de la expedición. No les quedó más remedio que prolongar la estancia en el hotel Palacín de Escaldes -que todavía existe: rebautizado Siracusa. El diario que llevaron los ocho expedicionarios -y que constituye la fuente documental del volumen de Llahí y Piferrer- pasa lista a amigos, conocidos y saludados que les salen al paso en tierra andorrana. Entre los primeros se encuentra mosén Lluís Pujol, arcipreste de los Valles de Andorra, y también los monjes benedicitinos de la congregación que dirigía el colegio de Nuestra Señora de Meritxell, también en Escaldes, y las monjas del colegio de la Sagrada Familia.

Entre los conocidos que desfilan por el diario se encuentra un misterioso Sr. C., que los autores identifican con Joan Fornesa, banquero de la Seo, así como el coronel Baulard, huésped también del mismo hotel Palacín. También rinden cuentas: con el guía Cirera, a quien adeudan 5.000 pesetas por los servicios prestados -deuda que saldarán religiosamente después de la contienda- y con la familia Palacín-Fiter, que les hace no obstante un precio de amigos y les arregla la factura. Vean: ocho huéspedes, ocho noches, por unos módicos 1.300 francos. A 20 francos por barba y día, una sustancial rebaja de l10% sobre la tarifa estándar para no refugiados... En fin, que Tierra de acogida es una mina de anécdotas de este estilo: sin doctrina, sin sermones, sin grandes aspavientos, pero un retrato exacto de las penalidades y de las miserias cotidianas de un grupo de desplazados en tierra extranjera -aunque sea de acogida. Se lee de un tirón y tendrá continuidad con la entrada El Paso de los Pirineos que el mismo Llahí prepara para el monumental Diccionario de San Josemária Escrivá de Balaguer que la editorial Monte Carmelo publicará en 2012. Figurar en la geografía y en el imaginario del Opus Dei es un filón -religioso, por supuesto, pero también cultural y sobre todo turístico- que hasta ahora se ha omitidode forma obtusa y que alguien -ayuntamientos, ministerio- tendría que lanzarse a explorar.

[Este artículo se publicó el 8 de febrero de 2011 en El Periòdic d'Andorra]

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Josemaría, gancho turístico

El Diccionario del fundador del Opus Dei, recientemente publicado, consagra una entrada a la huida de la zona republicana a través de los Pirineos.

Somos un país sin memoria o, en el mejor de los casos, con una memoria a la altura de Dory. Ya saben, la amigiuta de Nemo. Qué le vamos a hacer. Ni una humilde placa evoca e lpasp por nuestro rinconcito de Pirineo de la plétora de personajes de toda condición que han tenido el detalle de visitarnos -por gusto o forzados por las circunstancias- no diremos ya a lo largo de la historia, sino de nuestro mucho más familiar siglo XX. Anteayer, como quien dice: ni Josep Trueta, ni Pablo Casals, ni García Márquez, ni Josep Pla ni tan siquiera Martí i Pol han merecido tan alto honor. A duras penas el obispo Benlloch, el benfeactor, y aún. A Miguel Mateu, otro prohombre con calle -en Escaldes, a cuenta de la central de Fhasa que él contribuyó decisivamente a construir- se la quitaron hace unnos años. Por franquista.

Bronce de la escultora catalana Rebeca Muñoz en la iglesia parroquial de Sant Julià de Lòria. Se instaló en diciembre de 2012 y conmemora la primera Misa que San Josemaría celebró en tierra andorrana, la mañana del 2 de diciembre de 1937. Fotografía: Tony Lara / El Periòdic d'Andorra.

Vista actual del hotel Siracusa, en la avenida Pont de la Tosca de Escaldes (Andorra): en 1937 era el hotel Palacín, y en él se hospedó entre el 2 y el 10 de diciembre el grupo de San Josemaría. Abonaron una factura de 1.300 francos, con una sustancial rebaja del 10% sobre la tarifa habitual, recuerda Alfred Llahí en Tierra de acogida. Fotografía: Àlex Lara / El Periòdic d'Andorra.

Bueno: pues por eso mismo tiene doble mérito la ocurrencia de Alfred Llahí, que pretende marcar con una pequeña rosa de Rialp los escenarios principales de la jornada andorrana de San Josemaría -ya saben, el fundador del Opus Dei- en el episodio conocido como El Paso de los Pirineos que el mismo periodista ha contado con pelos y señales en Tierra de acogida. Esos ocho días, entre el 2 y el 10 de diciembre, que el futuro santo pasó entre nosotros huyendo de la persecución religiosa desencadenada en la España republicana -los incontrolados y tal- y que protagonizan una de las 288 entradas del Diccionario de San Josemaría Escrivá de Balaguer (Monte Carmelo), tocho considerable que roza las 1.400 páginas y que pretende resumir en estas 288 pastillas la vida, la obra y la doctrina del santo. Que conste que más de la mitad de las voces son de contenido estrictamente teológico, así que el Diccionario no es precisamente para todos los paladares.

Hay que decir que Llahí no se ha limitado al copy/paste de turno, ni tampoco a extractar los datos de Tierra de acogida, sinpo que lo ha completado con las peripecias anteriores y posteriores a la jornada andorrana, que habían quedado fuera del primer volumen: es decir, lo que ocurrió entre el 8 de octubre de 1937, cuando Escrivá y sus compañeros abandonan la embajada de Honduras en Madrid, donde se habían refugiado, y la madrugada del 2 de diciembre, cuando entran en Andorra por el Mas d'Alins. El 10 de diciembre cruzan la frontera andorranofrancesa por el Pas de la Casa, para plantarse al día siguiente en Hendaya, después de dormir en Saint Gaudens y previa parada en Lourdes para celebrar la reglamentaria Misa.

Pero regresemos a Llahí y a la idea esta de amojonar el rastro andorrano del fundador de la prelatura. Una ocurrencia si se quiere modesta, pero ensayada (con éxito) en todo el Occidente civilizado para aprovechar el gancho de celebrities de primera, segunda o quinta fila. En el caso que nos ocupa, se trata de  un turismo religioso de proporciones modestas -"Sería abusrdo soñar en un turismo de masas", advierte- pero fidelísimo y reincidente: sólo hay que ver los centenares de peregrinos que cada junio se congregan en el aplec de San Josemaría convocado por la Associació d'Amics del Camí de Pallerols de Rialp a Andorra, y que en diciembre pasado, en la también anual jornada Camins de Llibertat, reunió a una pequeña multitud en el Centro de Congresos de Andorra la Vella: un millar de personas son la prueba física del poder de convocatoria de nuestro santo de hoy.

En fin, que lo que Llahí propone es tan discreto como eficaz: una rosa de Rialp -el símbolo de Josemaría- en el hotel Siracusa de Escaldes, donde los refugiados se instalaron en 1937; otra en el Centro de Arte, también en Escaldes, donde en la época la orden benedictina regentaba el colegio Nuestra Señora de Meritxell, y -por qué no- una tercera en la parroquial de Sant Julià de Lòria, la primera iglesia sin profanar que San Josemaría pisaba desde julio de 1936, donde celebró su primera Misa en libertad, y donde hace un año se instaló un bronce de la escultora catalana Rebeca Muñoz que evoca y conmemora aquel momento epifánico. Ya que hablamos de todo esto, alguien podría tomar nota y dedicarse a localizar y marcar nuestros escenarios de la -ejem- memoria. Como dice Llahí, si los mallorquines han convertido en una rentable industria turística los 15 días escasos que Chopin pasó en Valldemossa, ¿por qué no tomamos debida nota? La verdad, otras de más verdes han madurado.

[Este artículo se publicó el 21 de noviembre de 2013 en El Periòdic d'Andorra]