Muere a los 95 años Joaquim Baldrich, penúltimo superviviente de la red de pasadores que Antoni Forné dirigía desde el hotel Palanques de la Massana.
Lo que no pudieron ni la Gestapo nazi ni la Guardia Civil española ni los gendarmes franceses, ni tampoco las delaciones de los topos infiltrados en las redes de pasadores en que militó durante la II Guerra Mundial lo consiguió ayer la edad, estos 95 años que en los últimos tiempos le habían minado fatalmente la salud y que se lo llevaron definitivamente ayer. Con la desaparición de Joaquim Baldrich (el Pla de Santa Maria, Tarragona, 1917-Escaldes, Andorra, 2012) se nos va uno de los últimos supervivientes del que es, probablemente, el capítulo más fascinante del siglo XX andorrano: el que entre 1941 y 1944 escribieron las decenas de hombres de acción y de convicción que, como el mismo Baldrich, se enrolaron en las redes de pasadores para conducir hasta la seguridad del cosulado británico en Barcelona a centenares de pilotos aliados abatidos en los cielos de la Europa ocupada, a judíos de todas las nacionalidades que huían de la Solución Final, a franceses en edad militar que pretendían evitar el Servicio de Trabajo Obligatorio impuesto por los alemanes, y a políticos de todos los colores que huían de la tiranía nazi.
Fueron en total 380 los hombres y mujeres que él contribuyó a salvar, según recordaba Baldrich en las entrevistas en que se prodigó en sus últimos años. Cuatro centenares de fugitivos que requirieron de unos cuarenta peligrosos viajes entre Andorra y Barcelona. Baldrich se había puesto a las órdenes de Antoni Forné, antiguo militante del POUM -su historia es bien conocida- que terminada la Guerra Civil se instaló en la Massana y que dirigía desde el hotel Palanques una de las redes de pasadores que operaban desde nuestro rincón del Pirineo. Forné era el cerebro, el contacto del MI6, el legendario servicio exterior británico; Baldrich, el hombre de acción, perfecto conocedor del terreno gracias al entrenamiento de sus años como contrabandista, y el encargado de guiar a las partidas de refugiados hasta su destino final: Barcelona.
Fueron en total 380 los hombres y mujeres que él contribuyó a salvar, según recordaba Baldrich en las entrevistas en que se prodigó en sus últimos años. Cuatro centenares de fugitivos que requirieron de unos cuarenta peligrosos viajes entre Andorra y Barcelona. Baldrich se había puesto a las órdenes de Antoni Forné, antiguo militante del POUM -su historia es bien conocida- que terminada la Guerra Civil se instaló en la Massana y que dirigía desde el hotel Palanques una de las redes de pasadores que operaban desde nuestro rincón del Pirineo. Forné era el cerebro, el contacto del MI6, el legendario servicio exterior británico; Baldrich, el hombre de acción, perfecto conocedor del terreno gracias al entrenamiento de sus años como contrabandista, y el encargado de guiar a las partidas de refugiados hasta su destino final: Barcelona.
Baldrich inaugura el monumento en honor a los pasadores de la cadena del Palanques erigido frente al hostal, en la Massana: era el 17 de enero de 2006. Fotografía: El Periòdic d'Andorra.
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Baldrich, con el uniforme de brigadista, en el frente de Madrid. Fotografía: La batalla del Pirineu.
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La red de Forné la completaban Salvador Calvet, Josep Mompel, Alfredo Vicente Conejos y Eduardo Molné, hijo del Palanques y que es hoy, con la desaparición de Baldrich, el último superviviente de la cadena. Precisamente Molné evocaba ayer la figura proteica de su compañero de fatigas, "un hombre valiente", decía, "que tuvo un papel destacadísimo en la red y que se jugó muchas veces el pellejo". Hay que decir que Baldrich exhibía con legítimo orgullo el gito de los cerca de 400 hombres que condujo hasta Barcelona sin haber perdido jamás a ninguno, ni sufrir ni un solo encontronazo con la policía franquista. Sólo en dos ocasiones se vio en la tesitura de recurrir a la Parabellum y al naranjero que lo acompañaban en sus viajes: en Tarascón, la única vez que cometió la imprudencia de ir a recoger a un grupo de fugitivos a territorio francés, y en que fue interceptado por la Gestapo, nada menos; y de vuelta de una de sus excursiones a Barcelona, cuabndo una pareja de la Guardia Civil subió a su mismo autobús de línea -de Berga a la Seo- y se pusieron a comprobar la documentación del pasaje. Así lo recordaba el mismo Balrich en una entrevista publicada en 2003 en el semanario Informacions: "Terminada una misión, normalmente regresaba a pie desde Manresa .Pero aquel día decidí coger el autobús. ¡Menuda ocurrencia! En cuanto los vi subir pensé que los tendría que liquidar allí mismo. Nunca he tenido pasaporte; mi único salvoconducto era mi parabellum, y no podía dejar que me pillaran porque en mi pueblo me acusaban de 83 asesinatos: ¡me habrían liquidado a mí! Tuve suerte: se bajaron del autobús antes de llegar a mi asiento. Pero los habría matado".
Así era y así se expresaba Qiomet Baldrich, a quien Claude Benet -que lo convirtió con toda justicia en unno de los protagonistas de Guies, fugitius i espies, la obra canónica sobre los pasadores- reconocía ayer el doble mérito de haber optado por el bando de la democracia en un momento en que no era precisamente la elección más fácil -ni en España, ni en Francia ni tampoco en Andorra- y de haber hablado antes que nadie, cuando el tema parecía todavía carne de tabús y de prejuicios, "sin miedo, sin medias tintas y con un lenguaje llano, a diferencia de otros que se llenaron la boca y que hablaron mucho pero que en cambio bien poca cosa hicieron". También lo puso como referencia ética, "porque supo escoger su camino y mantenerse firme en sus convicciones antifascistas y de hombre de izquierdas; es, en definitiva, la clase de hombre que deberíamos tener en mente en los momentos de incertidumbre como los actuales". En un sentido similar se refirió a nuestro hombre el historiador catalán Josep Calvet (Las montañas de la libertad): "Baldrich es el prototipo de pasador: un hombre de acción que, a diferencia de Viadiu y Forné, que operaban desde la retaguardia, se jugaba la vida en cada salida".
Así era y así se expresaba Qiomet Baldrich, a quien Claude Benet -que lo convirtió con toda justicia en unno de los protagonistas de Guies, fugitius i espies, la obra canónica sobre los pasadores- reconocía ayer el doble mérito de haber optado por el bando de la democracia en un momento en que no era precisamente la elección más fácil -ni en España, ni en Francia ni tampoco en Andorra- y de haber hablado antes que nadie, cuando el tema parecía todavía carne de tabús y de prejuicios, "sin miedo, sin medias tintas y con un lenguaje llano, a diferencia de otros que se llenaron la boca y que hablaron mucho pero que en cambio bien poca cosa hicieron". También lo puso como referencia ética, "porque supo escoger su camino y mantenerse firme en sus convicciones antifascistas y de hombre de izquierdas; es, en definitiva, la clase de hombre que deberíamos tener en mente en los momentos de incertidumbre como los actuales". En un sentido similar se refirió a nuestro hombre el historiador catalán Josep Calvet (Las montañas de la libertad): "Baldrich es el prototipo de pasador: un hombre de acción que, a diferencia de Viadiu y Forné, que operaban desde la retaguardia, se jugaba la vida en cada salida".
De la Tierra y Libertad al fardo de contrabandista
La de Joaquim Baldrich -todo el mundo le llamaba Quimet y, en sus años mozos, Barrabum, por su temprana pasión por las carreras ciclistas, que practicó en la juventud- es la historia de un luchador: joven militante anarquista por vía paterna, durante la Guerra Civil se enroló en la 153 brigada mixta, la célebre columna Tierra y Libertad, con la que combatio en los frentes de Madrid y Guadalajara. El fin de la contienda lo pilló en la capital española, así que cogió, regresó a pie hasta Tarragona, y como en el Pla de Santa María -su pueblo, rebautizado el Pla de Cabra durante la República- lo acusaban de 83 asesinatos, nada menos "Nunca maté a nadie", aseguraba- optó por continuar hasta Andorra, donde entró el 14 de agosto de 1939. Por Seturia, como Verdaguer medio siglo antes. Ejerció de mozo, de chofer, de transportista y de contrabandista. Un trabajo, este último, que le sirvió de escuela para el oficio de guía, y que ejerció hasta bien entrados los años 60.
Últimas noticias de los pasadores
La batalla del Pirineu recoge en un volumen los textos de la exposición que en 2007 desfiló por el Museu del Tabac de Sant Julià de Lòria (Andorra)
A veces, las casualidades traen incorporadas un no sé qué de premonitorio y vagamente inquietante: el traspaso de Baldrich coincide con la llegada a las librerías de la última monografía sobre los pasadores, La batalla del Pirineu (Garsineu), que firman a seis manos los historiadores Josep Calvet, Annie Rieu-Mias y Noemí Riudor, que lleva un muy ilustrativo y todavía más prometedor subtítulo: Xarxes d'informació i d'evasió aliades al Pallars Sobirà, l'Alt Urgell i Andorra durant la Segona Guerra Mundial. De hecho, se trata de una versión felizmente ampliada de la exposición homónima que en 2007 recaló en el Museu del Tabac de Sant Julià de Lòria (Andorra). Con todo lo que entonces se quedó en el tintero, para entendernos. Así que para untar pan, empezando por el extenso y sabroso capítulo consagrado a la red Wi-Wi que firma Rieu y que en buena parte protagoniza el padre de la historiadora. El apartado andorrano completa y sintetiza en dos ddcenas de densas páginas mucha de la información previamente publicada por Calvet en Las montañas de la libertad y por Claude Benet en Guies, fugitius i espies, y nuestro Baldrich ocupa, por descontado, un destacadísimo lugar.
Mapa con los itinerarios entre Andorra y barcelona que seguían los fugitivos que recogía la cadena de Baldrich. Infografía: Noemí Riudor / La batalla del Pirineu.
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Además de Baldrich, los otros pasadores andorranos (o asimilados) que pululan por La batalla del Pirineu son Lluís Solà, el último superviviente de las cadenas de evasión, junto con Eduardo Molné; Joan Català, nacido en el Pallars, hoy instalado en la Seo; y un tal Joan sastre, alias En Joan de les Ulleretes o Xiquet de Fórnols, al servicio por lo que parece del Deuxième Bureau francés. También reseña el volumen las supuestas actividades semiclandestinas del coronal Baulard y -atención- de mosén Jaume Argelagós, y por supuesto las de Forné y Viadiu. Calvet presta a esta última atención especial, así como a las de los tres hombres de confianza de Viadiu -Laurentino Parramon y Modest Campmajó, nacidos en Josa del Cadí (Alto Urgel), y Josep Ibern, hijo de Àger (la Cerdaña). Y amplía para terminar el oscuro episodio de Lázaro Cabrero, el guía aragonés juzgado en 1953 en Foix (y absuelto, por cierto) por la muerte en la montaña, once años antes, del periodista (y fugitivo judío) Jacques Grumbach, en uno de los escasos capítulos de la leyenda negra que se han podido documentar fehacientemente. Ya que hablamos de la leyenda negra, Baldrich recordaba un caso que no aparece en el volumen, y que recordaba en 2003 en la revista Informacions a propósito también de dos duías aragoneses acababan de incorporarse a la cadena del Palanques: "Volviendo un día a pie de Aix-les-Bains, cuando cruzábamos el Port Negre, oigo que uno le dice al otro: 'Aquí descansan'. '¿Quién descansa ahí?', les pregunté. 'Nada, un par de tipos'. Y efectivamente, el brazo de uno de aquellos desgraciados emergía de la nieve. Se habían tirado a las mujeres y después se los habían cargado a todos. Al llegar al Palanques le advertí a Forné que no quería volver a ver a aquellos dos. Y así fue". Baldrich: genio y figura.
[Este obituario se publicó el 3 de enero de 2012 en El Periòdic d'Andorra]
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