El levantamiento nacional contra la legalidad republicana supuso el inicio de uno de los períodos más convulsos de la historia reciente de Andorra. El país tuvo que lidiar con una avalancha de refugiados sin precedentes -se calcula que más de 4.000 a lo largo de la contienda- además del batallón de gendarmes enviados por el copríncipe francés para garantizar la soberanía, con la escasez de víveres y con la amenaza de invasión, primero republicana y después franquista. La historiadora Amparo Soriano ha recreado esta compleja y apasionante coyuntura en Andorra durant la Guerra Civil espanyola.
La conclusión de este denso volumen asalta de manera natural al lector cuando al llegar a la última página comparte la perplejidad de la autora: "Que Andorra emergiera indemne, que conservara la soberanía, la independencia y sus instituciones seculares, después de unos años tan convulsos como fueron los de la Guerra Civil -a los que siguieron otros tantos de guerra mundial- es un auténtico milagro". Sobre todo, porque entre 1936 y 1939 Andorra sobrevivió con la amenaza constante de invasión: primero, por parte de los elementos anarquistas -el Cojo de Málaga y toda su tropa- que impusieron su ley en el Alto Urgel y la Cerdaña en los primeros meses de la contienda; después, por las fuerzas franquistas, que llegaron a plantearse muy seriamente el bombardeo de la central hidroeléctrica de Escaldes, según desvela Soriano. Y todo porque la erección de Fhasa, a partir de 1930, había convertido Andorra en un preciado objetivo estratégico, amenaza que la presencia de los gendarmes y guardias móviles enviados en verano de 1936 por el copríncipe francés -el presidente de la República, entonces Albert Lebrun- ayudó a conjurar... al lado de las gestiones que, como enseguida veremos, realizó el empresario Miguel Mateu ante el mismísimo
Franco.No fue este peligro latente de invasión el único que tuvo que afrontar el Consell General de la época, con el Síndico Cairat al frente. Un Consell que, como el resto de la población andorrana del momento, repartía sus simpatías entre nacionales y republicanos: la carestía y la escasez de alimentos derivados de la situación bélica en España convirtieron el aprovisionamiento de la población y de las bocas extras procedentes del éxodo de refugiados -elementos de la derecha que huían de la represión roja en los primeros meses de la guerra; anarquistas después de los Fets de Maig de 1937, y republicanos de todo pelaje después de la caída de Cataluña, en enero de 1939- condicionaron decisivamente la posición del Consell y por lo tanto de Andorra ante la contienda. Colocada entre la espada de los comités anarquistas, de la Generalidad catalana y del gobierno francés del momento, que supieron, no pudieron o no quisieron coadyudar a satisfacer las necesidades de pura supervivencia que les planteaba Andorra, y la pared de una Mitra y, sobre todo, de un gobierno golpista que sin embargo fue el único capaz de movilizar recursos a favor del país -a un precio que se cobró puntualmente, eso sí, en el momento en que estalló la crisis de Fhasa- los consejeros optaron por la única vía posible: la del equilibrismo. Y cuando eso dejó de ser posible, por el puro pragmatismo. Es decir, y como apunta Soriano, que optaron por "hacer el andorrano": nadar y guardar la ropa, ni contigo ni sin ti.
De esta panorama deliberadamente confuso, donde lo que estaba en juego era en primer lugar la supervivencia física de sus ciudadanos y de los refugiados, e inmediatamente después, la de Andorra como entidad política, emergen con luz propia los nombres de cuatro personajes que continuamente entran y salen del escenario levantado por Soriano: el obispo de Urgel y copríncipe de Andorra, Justí Guitart; el Síndico General, Francesc Cairat; el coronel al mando de los gendarmes destacados por el copríncipe francés, Réné Baulard, y le industrial catalán Miguel Mateu, consejero delegado de Fhasa. De todos ellos nos habla ampliamente la autora, que se llevó con Andorra durant la Guerra Civil espanyola el premio de investigación histórica que patrocina el Consell General, en su edición del 2005.
Franco.No fue este peligro latente de invasión el único que tuvo que afrontar el Consell General de la época, con el Síndico Cairat al frente. Un Consell que, como el resto de la población andorrana del momento, repartía sus simpatías entre nacionales y republicanos: la carestía y la escasez de alimentos derivados de la situación bélica en España convirtieron el aprovisionamiento de la población y de las bocas extras procedentes del éxodo de refugiados -elementos de la derecha que huían de la represión roja en los primeros meses de la guerra; anarquistas después de los Fets de Maig de 1937, y republicanos de todo pelaje después de la caída de Cataluña, en enero de 1939- condicionaron decisivamente la posición del Consell y por lo tanto de Andorra ante la contienda. Colocada entre la espada de los comités anarquistas, de la Generalidad catalana y del gobierno francés del momento, que supieron, no pudieron o no quisieron coadyudar a satisfacer las necesidades de pura supervivencia que les planteaba Andorra, y la pared de una Mitra y, sobre todo, de un gobierno golpista que sin embargo fue el único capaz de movilizar recursos a favor del país -a un precio que se cobró puntualmente, eso sí, en el momento en que estalló la crisis de Fhasa- los consejeros optaron por la única vía posible: la del equilibrismo. Y cuando eso dejó de ser posible, por el puro pragmatismo. Es decir, y como apunta Soriano, que optaron por "hacer el andorrano": nadar y guardar la ropa, ni contigo ni sin ti.
De esta panorama deliberadamente confuso, donde lo que estaba en juego era en primer lugar la supervivencia física de sus ciudadanos y de los refugiados, e inmediatamente después, la de Andorra como entidad política, emergen con luz propia los nombres de cuatro personajes que continuamente entran y salen del escenario levantado por Soriano: el obispo de Urgel y copríncipe de Andorra, Justí Guitart; el Síndico General, Francesc Cairat; el coronel al mando de los gendarmes destacados por el copríncipe francés, Réné Baulard, y le industrial catalán Miguel Mateu, consejero delegado de Fhasa. De todos ellos nos habla ampliamente la autora, que se llevó con Andorra durant la Guerra Civil espanyola el premio de investigación histórica que patrocina el Consell General, en su edición del 2005.
País pequeño, pretendientes grandes
Las relaciones de Andorra con los dos bandos contendientes en la Guerra Civil, así como con la Generalidad y el gobierno francés fueron siempre delicadísimas, complejas, un auténtico número de equilibrismo que tuvieron que interpretar el Consell General y el Síndico Cairat. Los dos convoys de alimentos enviados por la España nacional no fueron un simple y generoso gesto humanitario sino que se cobraron a su debido momento y en especie: con la renuncia a exigir la rescisión de la concesión de Fhasa y con la oposición activa del Consell a la confiscación de la central decretada en diciembre de 1938 por el ministro francés de Obras Públicas, Anatole de Monzie -el mismo Monzie, por cierto, que en agosto de 1939 inauguraría la emisora de Radio Andorra en Encamp. Las presiones fueron continuas, con amenazas explícitas de suspender el envío de alimentos si se retomaba el suministro de energía eléctrica a la Cataluña republicana. Por lo menos en dos ocasiones, Franco amenazo abiertamente con la intervención: en 1937, cuando se planteó como solución de emergencia si no bastaba con los argumentos de Mateu para interrumpir el servicio, y en diciembre de 1939, cuando jugó -quizás de farol- la carta de enviar a los guardias civiles estacionados en la Seo si las elecciones al Consell General no daban un resultado suficientemente afín con el nuevo régimen. Finalmente, en la crisis de Fhasa de un año antes, en 1938, Franco tenía previsto el bombardeo de la central de Escaldes si fracasaban las gestiones diplomáticas, De Monzi no renunciaba a la confiscación y Fhasa retomaba el suministro de fluido a la República.
Pero no fueron los nacionales los únicos que miraron hacia Andorra con ojos tirando a depredadores -o carroñeros. De hecho, los primeros que lo hicieron fueron los anarquistas de la Seo, con la connivencia, dice Soriano, de un reducido grupo de andorranos y de obreros de Fhasa: el golpe de mano hubiera proclamado una república independiente y tenía que materializarse en otoño de 1936, cuando las primeras nieves cerraran el puerto de Envalira imposibilitando la llegada de fuerzas francesas. Mateu se les avanzó, y el 27 de septiembre -justo el día previsto para el golpe anarquista, según la historiadora- entraba por la frontera del Pas de la Casa un batallón de 64 guardias móviles y 32 gendarmes dirigidos por el comandante Baggio y por el coronel Baulard. En verano de 1938 tuvo lugar una amenaza mucho más explícita por parte de la República, cuando el delegado de la Generalidad en Andorra, Josep Maria Imbert, advirtió que una nueva expulsión -ya lo habían echado del país en una ocasión- comportaría como represalia el bombardeo y la ocupación. Otro farol que se quedó en el tintero. Más consistencia tuvo, en marzo de 1938, un complot republicano que preveía la incursión de un millar de hombres con la misión de desarmar a las fuerzas francesas y "eliminar a los elementos hostiles", es decir, a los simpatizantes nacionales refugiados en Andorra. Este golpe, que tampoco pasó de las buenas -o mejor, malas- intenciones fue la respuesta republicana a los rumores aventados por los mismos gendarmes de que Francia se aprestaba a ocupar el país, asustada por el creciente número de refugiados.
Pero no fueron los nacionales los únicos que miraron hacia Andorra con ojos tirando a depredadores -o carroñeros. De hecho, los primeros que lo hicieron fueron los anarquistas de la Seo, con la connivencia, dice Soriano, de un reducido grupo de andorranos y de obreros de Fhasa: el golpe de mano hubiera proclamado una república independiente y tenía que materializarse en otoño de 1936, cuando las primeras nieves cerraran el puerto de Envalira imposibilitando la llegada de fuerzas francesas. Mateu se les avanzó, y el 27 de septiembre -justo el día previsto para el golpe anarquista, según la historiadora- entraba por la frontera del Pas de la Casa un batallón de 64 guardias móviles y 32 gendarmes dirigidos por el comandante Baggio y por el coronel Baulard. En verano de 1938 tuvo lugar una amenaza mucho más explícita por parte de la República, cuando el delegado de la Generalidad en Andorra, Josep Maria Imbert, advirtió que una nueva expulsión -ya lo habían echado del país en una ocasión- comportaría como represalia el bombardeo y la ocupación. Otro farol que se quedó en el tintero. Más consistencia tuvo, en marzo de 1938, un complot republicano que preveía la incursión de un millar de hombres con la misión de desarmar a las fuerzas francesas y "eliminar a los elementos hostiles", es decir, a los simpatizantes nacionales refugiados en Andorra. Este golpe, que tampoco pasó de las buenas -o mejor, malas- intenciones fue la respuesta republicana a los rumores aventados por los mismos gendarmes de que Francia se aprestaba a ocupar el país, asustada por el creciente número de refugiados.
La guerra de Fhasa
Como dice Soriano, la historia contemporánea de Andorra es inimaginable sin la existencia de la central eléctrica de Escaldes, erigida a partir de 1930 y que convirtió al país en objetivo estratégico para los contendientes de la Guerra Civil. Franco exigió -bajo amenaza- el corte del fluido eléctrico a la industria de guerra catalana, que consumía el 90% de la energía generada. Mateu, consejero delegado de la hidroeléctrica, fue el ejecutor del sabotaje encubierto, con la aquiescencia del Consell General. La diplomacia republicana maniobró con habilidad y consiguió que el ministro de Obras Públicas francés ordenara la confiscación de la empresa. Una expropiación efímera, que a duras penas duró quince días -del 6 al 18 de diciembre de 1938- hasta que la intervención directa del copríncipe frances, el presidente Albert Lebrun desautorizara a Monzie -a instancias de un Guitart inspirado por Mateu: ni un solo kilowatio más llegó a la exhausta red eléctrica catalana. Un colaboraiconismo que enfurecerá a algunos, pero que le ahorró a Andorra un más que probable bombardeo franquista, justo cuando la guerra ya estaba perdida para la República.
¿Por un plato de lentejas?
La jugada maestra del bando nacional para atraer al Consell General a su causa consistió en llegar allí donde fracasaron -por incapacidad o por desidia- tanto la Generalidad como la República española y también Francia: subvenir a la urgente necesidad de alimentos que el alud de refugiados -los 4.500 habitantes que tenía Andorra en 1936 casi se habían duplicado al final de la guerra- la escasez y la consiguiente carestía causaron en los inviernos de 1938 y 1939: según los datos recogidos por Soriano, el kilo de pan se pagaba en julio de 1936 a 0,45 pesetas; un año después, a 1,20; en enero de 1938, a 1,80, y en julio de ese mismo año, a 3,50. Las gestiones de Cairat, Guitart y sobre todo Mateu ante las autoridades franquistas consiguieron la concesión de sendos créditos de 600.000 pesetas por parte del Banco Exterior de España que el Consell destinó a la adquisición de alimentos: el primer envío llegó en el otoño de 1937, con el compromsio de comercializarlo exclusivamente en el interior del país. Pero no se pudo evitar la especulación: la historiadora consigna la reclamación por parte del Consell a un tal Joaquim Font, de la Cortinada, para que devuelva todos los productos que le han sido expedidos porque "efectúa las ventas a unos precios más elevados que los convenidos". El segundo convoy, más problemático, no llegó hasta bien entrado 1939, en todo caso después del 6 de febrero, cuando la columna de requetés mandada por el capitán Aguirre arriba a la frontera de la Farga de Moles y se toman las célebres fotografías de hermandad con el jefe de la policía andorrana de la época, Secundí Tomàs.
La historia menuda
Al lado de las revelaciones más espectaculares, Andorra durant la Guerra Civil espanyola incorpora un puñado de notas a pie de página -léanlas, no tengan pereza- especialmente suculentas: así, cuando en octubre de 1938 se resuelve a favor de Mateu, naturalmente, el pleito interpuesto contra Fhasa por medio centenar de obreros despedidos, el acta de notoriedad rubricada por el Síndico Cairat da fe de los usos y costumbres al más puro estilo de Manchester, siglo XIX, que regían en la Andorra de la época: "El patrón puede despedir al obrero libremente después del día, semana o mes durante los que ha sido contratado. Ningún obrero tiene derecho a exigir al patrón el reingreso prescindiendo de toda consideración con respecto al motivo que haya determinado al patrón a prescindir del obrero.No se abonará importe alguno en concepto de preaviso de despido. No se abonará ningún indemnización en caso de enfermedad ni de asistencia médica..."
No es menos curiosa la noticia -fuera del ámbito temporal que no ocupa- de que en enero de 1933 el entonces Síndico, Roc Pallarés, y el Subsíndico, Antoni Coma, solicitaron al Consejo de ministros español que asumiera la cosoberanía que hasta entonces venía ejerciendo la Mitra, en otra muestra de las tensas relaciones del Consell General con el copríncipe episcopal. O las actividades subversivas que los ciudadanos suizos Weilenmann y Schaub patrocinaron en los primeros años 30 entre los residentes andorranos en Barcelona, con el lanzamiento del periódico El Andorrà. O la nómina de agentes que desde Andorra trabajaban para el servicio de información y para la policía militar franquista, con presencias sorprendentes. Y el papel que Trémoulet -el factótum de Radio Andorra- jugó en favor de los intereses republicanos, que no deja de sorprender en un personaje que tras la II Guerra Mundial sería acusado de colaboracionismo en Francia, y condenado en ausencia a muerte, y que acabaría refugiándose en España a la sombra de jerarcas del franquismo como Serrano Suñer.
No es menos curiosa la noticia -fuera del ámbito temporal que no ocupa- de que en enero de 1933 el entonces Síndico, Roc Pallarés, y el Subsíndico, Antoni Coma, solicitaron al Consejo de ministros español que asumiera la cosoberanía que hasta entonces venía ejerciendo la Mitra, en otra muestra de las tensas relaciones del Consell General con el copríncipe episcopal. O las actividades subversivas que los ciudadanos suizos Weilenmann y Schaub patrocinaron en los primeros años 30 entre los residentes andorranos en Barcelona, con el lanzamiento del periódico El Andorrà. O la nómina de agentes que desde Andorra trabajaban para el servicio de información y para la policía militar franquista, con presencias sorprendentes. Y el papel que Trémoulet -el factótum de Radio Andorra- jugó en favor de los intereses republicanos, que no deja de sorprender en un personaje que tras la II Guerra Mundial sería acusado de colaboracionismo en Francia, y condenado en ausencia a muerte, y que acabaría refugiándose en España a la sombra de jerarcas del franquismo como Serrano Suñer.
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Amparo Soriano: "En caso de contencioso entre España y Francia, el vencedor muy probablemente se hubiera anexionado Andorra"
-¿Existían en Andorra facciones encontradas según sus simpatías se inclinasen por nacionales o republicanos?
-El ciudadano de a pie prescindió de ideologías y ayudó por igual a todos los refugiados, independientemente de su adscripción política. Otra cosa es la actitud del Consell, en todo momento condicionada por las circunstancias: la escasez de alimentos, cuando estuvo claro que el único que estaba en condiciones de ayudar a paliarla fue Mateu, forzó al Consell a echarse atrás en su antigua pretensión de rescindir la concesión de Fhasa, e incluso a oponerse a la confiscación de la central decretada en diciembre de 1938 por el copríncipe francés.
-Una actitud muy pragmática y muy andorrana.
-Las simpatías con el bando franquista existieron, sin duda, pero a pesar de las apariencias diría que fueron minoritarias. La política oficial del Consell consistió en intentar no molestar a ninguna de las partes, y no quemarse en el aquel juego de equilibrios.
-Pero dentro de la política andorrana, ¿había grupos ideologizados, o solo contaban los intereses más o menos particulares de los que tenían silla en el Consell?
-Entre los consellers había de todo: desde los elementos más conservadores, gente de orden que temía el contagio revolucionario, hasta los que comulgaban con las nuevas ideas que, sobre todo a partir de 1930, con el desembarco en el país de centenares de obreros de Fhasa adscritos mayoritariamente a los sindicatos anarquistas, inocularon savia nueva en la hasta entonces abotargada vida política andorrana. Especialmente entre la juventud, que es la que protagonizó la ocupación del Consell de 1933 y la implantación del sufragio universal masculino. Abolido, por cierto, en 1941.
-Jaume Ros y Joaquim Baldrich se indignaban con la visión idealizada que Viadiu ofreció de Andorra en Entre el torb i la Gestapo, convertida en una especie de Casablanca de los Pirineos. ¿Comparte usted su indignación?
-Lo que planteo, y no me cansaré de insistir en ello, es que independientemente de la ideología, cuando vieron amanazados sus intereses desde un lado o del otro, recurrieron a la vieja estrategia de fer-se l'andorrà, hacerse el andorrano, para conservar el statu quo. El aluvión de refugiados agravó todavía más el ya serio problema del abastecimiento de alimentos. Los convoys enviados por Franco, así como la confiscación de Fhasa decretada por el copríncipe francés por su cuenta y riesgo, sin contar con el Consell, causaron que las simpatías de los indecisos y de los neutrales se decantaran finalmente por el bando nacional. Que quede claro que la ayuda franquista no era en absoluto desinteresada, sino que desde el principio tuvieron clarísimo que era una manera de tener a los andorranos cogidos por el pescuezo, una deuda que ya llegaría el momento de cobrarse. Y llegó: durante la crisis de Fhasa de diciembre de 1938.
-¿Cuál fue el papel de los refugiados que se instalaron en Andorra a raíz de la Guerra Civil?
-De entre los 4.000 y 5.000 que pasaron por el país entre 1936 y 1939, probablemente un 10% de ellos se quedó aquí. Y fueron decisivos desde todos los puntos de vista: económico, intelectual y humano. Llegaron al país sin otro patrimonio que su talento -más o menos- y sus ganas de trabajar. Se casaron aquí, abrieron comercios y colaboraron decisivamente en el despegue de Andorra.
-Anarquistas, republicanos y franquistas amenazaron con invadir Andorra, pero resulta que los únicos que efectivamente se esteblecieron en el país fueron los gendarmes franceses. ¿Puede hablarse de una ocupación encubierta?
-Los gendarmes vinieron porque lo solicitó el Consell General... a instancias de Mateu, precisamente para prevenir y evitar una hipotética intervención de los comités anarquistas de la Seo. Hay que añadir que el Consell se desdijo cuando comprobó que las parroquias [los ayuntamientos] se oponían a lo que consideraban una injerencia francesa. Pero ya era demasiado tarde. La misión de Baulard y sus hombres era la de garantizar el orden y la integridad territorial, lo cual estaba bien. Lo que ya no era tan razonables era el desplazamiento de un batallón que llegó a contar en los momentos álgidos con una fuerza de unos 150 hombres, sección de ametralladoras incluida. Parece un despliegue claramente desproporcionado, fruto de un afán de marcar el territorio, de exhibir de qué parte estaba la razón de la fuerza. La prueba de que era del todo punto innecesario y que se trataba de un despliegue desproporcionado es que los gendarmes dispusieron de todo el tiempo del mundo para dedicarse a quehaceres tan poco marciales como escribir manuales de mecánica y componer música...
-Baulard fue muy mal recibido en septiembre de 1936, pero en cambio se marchó con el título de andorrano honorario en el zurrón. ¿Fue un simple agente al servicio de Francia, o llegó a impliucarse en las vicisutudes de Andorra y los andorranos?
-Él aterrizo en el país con la actitud propia de un virrey, con una prepotencia, incluso chulería, más bien antipáticas. Cuando al llegar a la frontera se encontró la aduana cerra, ordenó a sus gendarmes que la cruzaran, sin ningún miramiento. Ideológicamente, y teniendo en cuenta que aquí se encontró con refugiados de todos los colores políticos, y que tenía que convivir con los comités anarquistas de la Seo y con los cerca de 600 carabineros de la República desplegados en la comarca, su actitud fue contemporizadora, aunque personalmente creo que sus simpatías se decantaban sinceramente del lado republicano.
-Y a Mateu, ¿dónde lo situaría, ideológicamente?
-Mateu era por herencia monárquico hasta el tuétano: su padre había sido íntimo amigo de Alfonso XIII y su adscripción al Movimiento -como primer alcalde de la Barcelona de posguerra, como embajador de Franco en España, hasta como agente de los servicios de inteligencia nacionales- hay que interpretarla como la vía más corta y directa para el restablecimiento de la monarquía y, sobre todo, para evitar la instauración en España de un régimen comunista, una posibilidad que le causaba auténtico pánico.
-¿Andorra equivalía para él la gallina de Fhasa, que había que exprimir en provecho propio, o cultivó alguna relación especial con el país?
-Aunque Fhasa constituía sólo una pequeña parte de su imperio industrial -era el propietario de la Hispano Suiza y del Diario de Barcelona, entre otras empresas- era también la obra de su juventud. Cuando el fin de semana llegaba al castillo de Perelada, su refugio ampurdanés, lo primero que hacía era telefonear a Andorra para preguntar si llovía. Fhasa era la niña de sus ojos.
-¿Y el obispo Guitart, a quien en el libro llega a describir como "catalanista"?
-El copríncipe era amigo íntimo del cardenal Vidal i Barraquer, que le pidió que no se adhiriera a la cata colectiva en que los obispos españoles -excepto cuatro excepciones: ¡cuatro!- se ponían abiertamente del lado de la "Cruzada". Al final lo hizo, pero escarmentado por la represión que había presenciado en su diócesis, donde durante la guerra fueron asesinados cerca de 500 religiosos. Pero una cierta sensibilidad catalanista me parece fuera de duda: defendió el uso pastoral del catalán y se negó a colaborar con la represión franquista.
-¿Cuál fue el papel de Guitart a la hora de gestionar el envío de alimentos desde la España franquista, si es que tuvo alguno?
-El hombre clave en este asunto fue Mateu. Guitart actuó literalmente a su dictado. Era Mateu quien tenía acceso directo a los mandamases del régimen, como Serrano Súñer y Nicolás Franco. Y también fue decisivo para conseguir la autortización para que el convoy atravesara territorio francés, desde Irún hasta l'Ospitalet.
-¿Y el del Síndico Cairat?
-Mateu es quien maneja los hilos, el hombre de mundo que tiene los contactos de altísimo nivel necesarios para franquear literalmente fronteras, y quien finalmente avalará la operación. Cairat, como el resto de la delegación que gestionó el envío de convoys ante el gobierno de Burgos -el veguer episcopal Jaume Sansa, el conseller Antoni Picart, el médico Xavier Maestre y Antoni Aixàs, delegado comercial del mismo Cairat- se limitaron a seguir escrupulosamente las instrucciones de Mateu, que les decia a quién tenían que dirigirse y en qué términos, y a gestionar la recogida de los alimentos en el depósito de l'Ospitalet para distribuirlos luego en Andorra.
-Mateu gestionó dos convoys con alimentos para la población andorrana, pero también fue el artífice de los cortes de suministro eléctrico comprometidos por Fhasa con la República. ¿Cómo debe juzgarle la historia?
-Hagamos sólo una reflexión: ¿qué hubiera ocurrido si Fhasa no hubiese existido? Sin Fhasa no en entiende la historia contemporánea de Andorra; quizás los gendarmes no hubieran venido en 1933, ni en 1936; quizás Franco hubiera tenido entonces las manos libres para ocupar el país y anexionárselo... Aunque sin Fhasa, lo cierto es que Andorra dejaba de tener valor estratégico. También es verdad que entonces quizás la excusa para una intervención nacional hubiera sido la fuerte implantación anarquista... Pero todo esto es historia ficción.
-Pues sigamos con ella: si Franco hubiera ocupado Andorra aprovechando la coyuntura de la II Guerra Mundial, ¿cómo hubiera reaccionado Francia?
-Lo que está claro es que no se hubiera quedado cruzada de brazos. Entre otras razones porque, como copríncipe de Andorra que era, el presidente de la República no hubiera podido inhibirse. En un hipotético contencioso entre España y Francia, el vencedor muy probablemente se hubiera anexionado Andorra. Un contencioso, por cierto, en el que el obispo hubiera tenido bien poco que decir.
-Continuemos especulando: con una República consolidada y sin Guerra Civil en España, ¿hubiera tenido el obispo los días contados copríncipe -o los años?
-Con la República las fricciones fueron desde el principio continuas. Además, una parte de la sociedad andorrana veía al obispo como a una rémora. Con la instalación de Fhasa el país entró bruscamente en la modernidad después de siglos de letargo: se completó la red de carreteras, penetraron ideas si no revolucionarias, por lo menos democratizantes... El espejo en que muchos querían verse era el de Mónaco, con los casinos y los balnearios que era (y son) la fuente de su prosperidad. Y para todo esto el obispo era un obstáculo. Con este ruido de fondo y el apoyo interesado de la Generalidad y de la República, ¿hubieran acabado echando al obispo? Quizás sí. Pero en este caso habría que ver cómo hubiera reaccionado Francia. De hecho, para los intereses del copríncipe episcopal las cosas fueron de la mejor manera posible...
[Este artículo de publicó el 7 de mayo de 2006 en la revista Informacions]
Muy interesante, no sabia
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