Los milagros existen. Y si no, que se lo digan al conservador de los fondos fotográfico del Archivo Nacional de Andorra, Isidre Escorihuela, y a su directora, Susanna Vela, que seis meses atrás se quedaron estupefactos cuando el historiador Climent Miró se presentó en las dependencias con su último descubrimiento: tres instantáneas inéditas de la fatídica jornada del 18 de octubre de 1943. Seguro que lo recuerdan porque lo hemos contado aquí mismo en otras ocasiones: la lectura de la sentencia de muerte de Pere Areny Aleix, autor confeso del parricidio de su medio hermano, Antoni, la madrugada del 31 de julio de ese mismo año en el dormitorio que compartían en el domicilio familiar de Casa Gastó, en el lugar de Ransol (Canillo). Areny fue pasado por las armsas a mediodía del 18 de octubre, previa lectura pública de la sentencia en plaza Benlloch de Andorra la Vella, en un episodio convertido en espectáculo y del que hasta la fecha conocíamos tan solo gracias a la muy divulgada y canónica fotografía de Valentí Claverol, tomada desde el edificio del Comú, y a los dos minutos de película rodados por Bonaventura Rebés desde el balcón de la casa familiar en la misma plaza. Hasta ahora, insistimos: las tres imágenes exhumadas por Miró mientras revisaba fondos fotográficos para L'Abans: la Seu d'Urgell -monumental ejercicio de memoria gráfica de la que un día les hablaremos- forman parte de la colección particular de Manuel Pomares (la Seo, 1924-2014) que su nieta, Anna Solans, ha depositado en el Archivo Comarcal del Alto Urgel. Tres fotografías de autor vamos a decir que desconocido y de las que Solans ha cedido copia digital al Archivo Nacional de Andorra. Un tesoro documental que complementa la visión que hasta ahora teníamos de este trágico y decisivo capítulo de nuestra historia reciente, porque Areny fue el último reo condenado a muerte y ejecutado en este rincón de los Pirineos.
Las fotografías de Pomares están tomadas desde el lateral de la plaza Benlloch que queda frente al Comú -el ayuntamiento de Andorra la Vella. Es decir, desde el ángulo inverso al de Claverol, que -lástima- no aparece en las fotografías de Pomares. Seguramente, por poco. Opina Escorihuela que nuestro hombre -hablamos ahora de Pomares, no de Claverol- debía encontrarse en el segundo piso de Casa Molines o, más probablemente, de Casa Cintet. Iconográficamente no aportan, advierte, novedad alguna al material hasta ahora conocido. Pero revelan una perspectiva absolutamente inédita del episodio: Calverol, que era el único fotógrafo autorizado por el Consell General para documentar la escena, tomó la versión oficial que ha permanecido hasta hoy en la memoria colectiva.
Por eso vemos de frente a consellers, batlles y veguers, así como al resto de las autoridades que presiden el espectáculo. Nuestro fotógrafo va por libre, moviéndose como un reportero en tierra hostil, dispara a escondidas y por eso el resultado recuerda -en opinión de nuevo de Escorihuela y salvando todas las distancias- la fotografía "sucia" de los corresponsales de guerra de la época. Especialmente, arguye, la impresionante instantánea tomada a pie de calle, claramente robada y con el reo escoltado por un agente de policía y por mossèn Lluís Pujol, arcipreste de los Valles de Andorra, que lo atenderá en sus últimos momentos. Porque no olvidemos que este hombre a quien el mismo tribunal ha descrito en la sentencia como un individuo de mentalidad "bastante simple" y por quien no tendrá clemencia se dirige con la cabeza gacha, humilde y resignadamente al patíbulo, un poste de madera levantado al efecto en la Roureda de Moles, al lado del cementerio de Andorra la Vella, donde lo atarán, le vendarán los ojos y lo fusilarán.
La perspectiva de Pomares ayuda a hacerse una composición de lugar y una idea cabal de la escena: la plaza Benlloch no parece tan abarrotada como en las fotografías de Claverol, y asistimos, con mucha mayor nitidez que en la película de Rebés, al trágico, patético paseíllo que le obligaron a recorrer al reo desde la cárcel, un habitáculo entonces en la Casa de la Vall, hasta el centro de la plaza donde tendrá lugar la lectura de la sentencia. Pomares nos muestra también cómo el círculo de espectadores que asiste al espectáculo va cerrándose a su paso, cómo escucha el veredicto y cómo se lo llevan a pie, maniatado y escoltado, camino del patíbulo.
Estas tres fotografías son la prueba, en fin, de que todavía es posible que aparezcan documentos históricos inéditos, de que en este ámbito no está todo dicho, aunque lo parezca. En este caso, los negativos de material plástico y del formato estándar en la época, 6 por 7 centímetros- forman parte de la colección de Pomares, contable de profesión y fotógrafo aficionado durante toda su vida, que se interesó sobre todo en las escenas, fiestas y celebraciones familiares. Un archivo que depositó en manos de la nieta con el encargo de no divulgarlo hasta su fallecimiento. Quizás era consciente de la transcendencia histórica del documento, algo que se les escapó a Solans pero que Miró supo detectar a tiempo. Por lo que respecta a la autoría, el mismo Miró especula con que fuese Pomares el autor de la serie; su nieta, en cambio, descarta la hipótesis y se decanta por alguno de los amigos de juventud del abuelo, que lo acompañaron hasta Andorra para asistir a un episodio que sin duda dio mucho que hablar en la comarca. El enigma está servido y esta historia parece que no se termina nunca. Estén atentos, porque habrá más.
Por eso vemos de frente a consellers, batlles y veguers, así como al resto de las autoridades que presiden el espectáculo. Nuestro fotógrafo va por libre, moviéndose como un reportero en tierra hostil, dispara a escondidas y por eso el resultado recuerda -en opinión de nuevo de Escorihuela y salvando todas las distancias- la fotografía "sucia" de los corresponsales de guerra de la época. Especialmente, arguye, la impresionante instantánea tomada a pie de calle, claramente robada y con el reo escoltado por un agente de policía y por mossèn Lluís Pujol, arcipreste de los Valles de Andorra, que lo atenderá en sus últimos momentos. Porque no olvidemos que este hombre a quien el mismo tribunal ha descrito en la sentencia como un individuo de mentalidad "bastante simple" y por quien no tendrá clemencia se dirige con la cabeza gacha, humilde y resignadamente al patíbulo, un poste de madera levantado al efecto en la Roureda de Moles, al lado del cementerio de Andorra la Vella, donde lo atarán, le vendarán los ojos y lo fusilarán.
La perspectiva de Pomares ayuda a hacerse una composición de lugar y una idea cabal de la escena: la plaza Benlloch no parece tan abarrotada como en las fotografías de Claverol, y asistimos, con mucha mayor nitidez que en la película de Rebés, al trágico, patético paseíllo que le obligaron a recorrer al reo desde la cárcel, un habitáculo entonces en la Casa de la Vall, hasta el centro de la plaza donde tendrá lugar la lectura de la sentencia. Pomares nos muestra también cómo el círculo de espectadores que asiste al espectáculo va cerrándose a su paso, cómo escucha el veredicto y cómo se lo llevan a pie, maniatado y escoltado, camino del patíbulo.
Estas tres fotografías son la prueba, en fin, de que todavía es posible que aparezcan documentos históricos inéditos, de que en este ámbito no está todo dicho, aunque lo parezca. En este caso, los negativos de material plástico y del formato estándar en la época, 6 por 7 centímetros- forman parte de la colección de Pomares, contable de profesión y fotógrafo aficionado durante toda su vida, que se interesó sobre todo en las escenas, fiestas y celebraciones familiares. Un archivo que depositó en manos de la nieta con el encargo de no divulgarlo hasta su fallecimiento. Quizás era consciente de la transcendencia histórica del documento, algo que se les escapó a Solans pero que Miró supo detectar a tiempo. Por lo que respecta a la autoría, el mismo Miró especula con que fuese Pomares el autor de la serie; su nieta, en cambio, descarta la hipótesis y se decanta por alguno de los amigos de juventud del abuelo, que lo acompañaron hasta Andorra para asistir a un episodio que sin duda dio mucho que hablar en la comarca. El enigma está servido y esta historia parece que no se termina nunca. Estén atentos, porque habrá más.
[Este artículo se publicó, con alguna modificación, en el diario Bon Dia Andorra el 13 de febrero de 2015]
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