Los restos humanos exhumados en las excavaciones de la parroquial de Canillo ilustran sobre las condiciones de vida y hábitos higiénicos de los vecinos de esta localidad andorrana entre los siglos VIII y XVIII.
Miren bien la estupenda dentadura de aquí abajo. Perteneció a un vecino de Canillo que vivió en la Edad Media, pongamos que entre los siglos X y XIII, y que murió con unos 60 años. Una edad relativamente avanzada para los estándares de la época. Seguro que han notado algo raro, en este pedazo de mandíbula. Sí, hombre, el desgaste regular que presentan todas las piezas dentales. Todas: incisivos, caninos, premolares e incluso las muelas. Un desgaste sorprendente y que todavía lo es más porque se trata de un rasgo que comparten los 348 dientes que ha analizado la arqueóloga catalana Maria Rosa Aran, autora del estudio antropológico de los restos óseos exhumados en las campañas de 2009 y 2010 en el subsuelo de la nave central de Sant Serni, la parroquial de Canillo. Ya saben: aquel pequeño tesoro con los restos de 37 individuos -14 de los cuales, mujeres- fechados entre los siglos VIII y XVIII que constituyen uno de los yacimientos funerarios jamás excavados en el país.
Pero volvamos a la dentadura y a la mandíbula de aquí arriba. Una auténtica mina, como demostró ayer Aran en la primera sesión de comunicaciones del Congreso español de Paleopatología que tiene lugar en Andorra la Vella. ¿Por qué presentan las piezas dentales de los habitantes de Canillo en la Edad Media este desgaste tan acusado, tan uniforme y tan generalizado? Aran lo atribuye a la fricción causada por alguna actividad laboral o doméstica, desconocemos cuál, y lo compara con el que experimentaban los pescadores de épocas pasadas de determinadas zonas costeras, que se dejaban literalmente los dientes arreglando las redes; o al de los artesanos que fabricaban cestos, que también utilizaban boca y dientes para guiar el mimbre. No es la única conjetura que puede extraerse de los dientes analizados. Resulta que en el 35% de las piezas estudiadas hay rastro de cálculos -sarro, vamos. Un indicador, añade la antropóloga, de los malos hábitos de higiene bucal de nuestros antepasados: que se lavaban poco los dientes. O nada, por decirlo claramente. Pero en esto, los habitantes de Canillo no eran diferentes de sus coetáneos de cualquier otro lugar.
Los cálculos no sólo delatan si su sufrido poseedor era poco o nada cuidadoso con su aliento; también dan una idea de la dieta que consumían, que Aran presume rica en proteínas de origen animal. También tenían caries, como nosotros, y en un 3% de los casos se han detectado fístulas, una infección de la encía que terminaba afectando al maxilar y que tenía, llegado este caso, dolorosísimas consecuencias. ¡Y sin dentista a la vista! Para finiquitar este catálogo de calamidades bucales, he aquí con nosotros una magnífica hipoplasia: una infección derivada de una enfermedad anterior que acaba por provocar en la pieza dental una caractarística pigmentación rojiza. Debía ser grave, porque el individuo en cuestión es un niño que, obviamente, no llegó a la edad adulta.
Pasemos de una vez al cráneo, que debió de pertenecer a un adulto que vivió y murió no en la Roma de los césares, como Máximo, sino en la Andorra del XVIII, la de Fiter y Rossell. Sirve también para ilustrar el desgaste dental y nos muestra el alarmante caso de un desdentado, por lo que se ve un estado más o menos general cuando se llegaba a la edad adulta.
Con nombre y apellidos
Hasta aquí, el repaso de las dentaduras, uno de los apartados más fascinantes -y también inquietantes- del estudio antropométrico hasta ahora inédito. Pero no el único. En total -ya se ha dicho- los arqueólogos exhumaron de Sant Serni los restos casi completos de 37 individuos. No se cuentan aquí los diversos osarios también excavados y que de momento esperan turno: quizás nos reserven más sorpresas. El grueso de los cuerpos data de la Edad Media: siete individuos murieron entre los siglos VIII y X; y otros 17, entre el XI y el XIII. La nómina se completa con siete individuos más que vivieron entre los siglos XIV y XVII, y para terminar, los últimos seis, del XVIII. Todos ellos anónimos excepto siete afortunados de los que conocemos nombre y apellidos gracias al libro de óbitos de la parroquia. Lo que no se ha podido es cuadrar los nombres con los esqueletos recuperados. Y es una lástima. Bueno, alguno sí que ha sido posible. Dos, de hecho: los de Joan Ermengol vicario perpetuo de Canillo, fallecido en 1654, y el de su sobrino Antoni, que murió en 1671. Pues bien, según los arqueólogos del ministerio de Cultura el bueno de Antoni expresó en las últimas voluntades que redactó en 1658 la voluntad de recibir sepultura al lado de su tío Joan: concretamente, a su izquierda. Según los arqueólogos del ministerio que han excavado el yacimiento, en las planimetrías del subsuelo del templo se distinguen dos cuerpos enterrados en paralelo que podrían ser los de tío y sobrino -revelaba la periodista Alba Doral en un reportaje publicado en el Diari d'Andorra.
Tampoco se han podido determinar las causas de la muerte de los individuos exhumados, aunque en un caso, solo uno, el libro de óbitos informa que el difunto falleció a causa de un muy difuso "mal de estómago". Por edades, el contingente mayor -trece- corresponde a adultos de entre 30 y 59 años, pero también hay seis adultos jóvenes -entre los 20 y los 29- y tres menores de 10 años: siete recién nacidos -que podrían indicar que cierta zona del templo se reservaba para las criaturas que morían al poco de nacer- y un anciano.
Claro que según los parámetros de la época, en la categoría digamos senil se encuadraban los mayores de... ¡60 años! En cualquier caso, advierte la arqueóloga, la muestra es demasiado amplia desde el punto de vista arqueológico -¡casi un milenio!- y con tan pocos individuos disponibles, que supondría una insensatez pretender generalizar las conclusiones. Con estos antecedentes, digamos para terminar que la altura media de los pacientes de Aran oscilaba entre el 1,60 y el 1,65 metros, pero los esqueletos son tan escasos que es imposible inferir de estos datos la estatura media de los vecinos medievales de Canillo. En cambio, Aran sí que se atreve a diagnosticar el estado físico general: sufrían artrosis, patologías óseas degenerativas que delatan una escasa ingesta de vitaminas, fracturas y osificaciones. Vamos, que casi como hoy... ¡pero sin dentista!
[Este artículo se publicó el 16 de septiembre de 2011 en El Periòdic d'Andorra]
No hay comentarios:
Publicar un comentario