El historiador Lluís Obiols reconstruye en Lo niu de bandolers de Catalunya la carrera de Joanot Cadell de Arséguel
Sidamunt, el Pla de Urgel, un dia de enero del Año del Señor de 1587. Una partida de bandoleros entre los que hay tipos de nombres tan sonoros y tan nuestros como el Minyó de Montellá, el Sarigüelo de Cabó, los Garreta de Oliana y el Poll del Pla (¿de Sant Tirs?) da el alto a un transporte de oro y plata propiedad de la orden de San Juan de Jerusalén -porque algunos de los protagonistas de la historia de hoy gastan propsapia muy alta, en seguida lo verán. Del "'Alto!" pasan al pedernal, y del pedernal a los heridos y también, porque estas cosas suelen acabar así, a algún que otro muero. Todos del lado de la guardia. Como se veía venir, el resultado de este asalto al más puro estilo del Lejano Oeste -pongan una diligencia de la Wells&Fargo en lugar de la tartana local, y una partida de pistoleros estilo Billy el Niño, y la cosa funcionaría igual- fue que la cuadrilla del Minyó se apropió del tesoro y se lo llevó, atención, a Arséguel.
¿Por qué precisamente a Arséguel, rincón de mundo que hoy no supera el centenar de habitantes y que en el siglo XVI no debía tener muchos más? Pues porque cuatro siglos antes de que el musicólogo Artur Blasco la convirtiese en la capital del acordeón diatónico de los Pirineos, en esta melómana y estratégica población del Baridá tenía su guarida Joan Cadell, señor del lugar y cabeza visible de la facción de los Cadells -ya saben, la contraparte de los Nyerros- que se había convertido en una especie de Vito Corleone de los bandoleros de este trocito de la galaxia y les ofrecía refugio y proteccióh en el acogedor castillo local. No la busquen hoy, la fortaleza de Cadell, porque fue arrasado cinco años y unas cuantas decenas de muertos después por las tropas de Felipe II comandadas por el gallardo Jeroni de Argensola. Añadamos que de paso arasaron todo el pueblo.
Esta prometedora y sanguinaria historia -solo le falta algo de sexo, pero es bien cierto que no se puede tener todo- es la que reconstruye el historiador y archivero (del Alto Urgel) Lluís Obiols (Adrall, 1985) en Lo niu dels bandolers de Catalunya, título honorífico que un cronista de la época, el jurista gerundense Jeroni Sanconominas, le concedió a Arséguel- que publica ediciones salòria y que saca a la luz la (fascinante) vifa y la (truculenta) trayectoria del tal Cadell, unos de los bandoleros más activos y temidos en la Cataluña del siglo XVI, quizás con un caché historiográfico y sobre todo mediático inferior al del televisivo Serrallonga -es el peaje que tenems que pagar en provincias- pero con un currículum sensacional, nunca antes ni después superado en los anales del frondoso bandolerismo catalán: hasta dos asedios en toda regla, cnco años de persecuciones y centenares de hombres necesitaron las fuerzas reales para reducir y limpiar lo niu de bandolers. Como dice Obiols, "hubo batidas para cazar bandoleros antes y después, pero esta obstinación y esta mobilización militar con todas las de la ley, absolutamente inusual, es lo que convierte el caso de Cadell en excepcional, único".
¿Por qué precisamente a Arséguel, rincón de mundo que hoy no supera el centenar de habitantes y que en el siglo XVI no debía tener muchos más? Pues porque cuatro siglos antes de que el musicólogo Artur Blasco la convirtiese en la capital del acordeón diatónico de los Pirineos, en esta melómana y estratégica población del Baridá tenía su guarida Joan Cadell, señor del lugar y cabeza visible de la facción de los Cadells -ya saben, la contraparte de los Nyerros- que se había convertido en una especie de Vito Corleone de los bandoleros de este trocito de la galaxia y les ofrecía refugio y proteccióh en el acogedor castillo local. No la busquen hoy, la fortaleza de Cadell, porque fue arrasado cinco años y unas cuantas decenas de muertos después por las tropas de Felipe II comandadas por el gallardo Jeroni de Argensola. Añadamos que de paso arasaron todo el pueblo.
Esta prometedora y sanguinaria historia -solo le falta algo de sexo, pero es bien cierto que no se puede tener todo- es la que reconstruye el historiador y archivero (del Alto Urgel) Lluís Obiols (Adrall, 1985) en Lo niu dels bandolers de Catalunya, título honorífico que un cronista de la época, el jurista gerundense Jeroni Sanconominas, le concedió a Arséguel- que publica ediciones salòria y que saca a la luz la (fascinante) vifa y la (truculenta) trayectoria del tal Cadell, unos de los bandoleros más activos y temidos en la Cataluña del siglo XVI, quizás con un caché historiográfico y sobre todo mediático inferior al del televisivo Serrallonga -es el peaje que tenems que pagar en provincias- pero con un currículum sensacional, nunca antes ni después superado en los anales del frondoso bandolerismo catalán: hasta dos asedios en toda regla, cnco años de persecuciones y centenares de hombres necesitaron las fuerzas reales para reducir y limpiar lo niu de bandolers. Como dice Obiols, "hubo batidas para cazar bandoleros antes y después, pero esta obstinación y esta mobilización militar con todas las de la ley, absolutamente inusual, es lo que convierte el caso de Cadell en excepcional, único".
Hemos comenzado este relato en Sidamunt, al sur de la provincia de Lérida, porque esta operación significó según el historiador el punto de inflexión de todo este asunto: hasta entonces se habían ido sucediendo en todo el valle del Segre, entre el Pirineu y la comarca del Segriá -este era el muy considerable radio de acción de las partidas en la órbita de Cadell- "infamies, homicidis, latrocinis, furts, adulteris, strupos y mil altres crims, maleficis y maldats", causados por "hòmens ociosos e inclinats a tot gènero de vicis", en las suculentas y escandalizadas palabras de Jeroni Grau, juez de lo criminal de la Seo de Urgel sobre 1570. Pero el ataque al tesoro de San Juan de Jerusalén perpetrado además en pleno camino real, las tensiones prebélicas con la vecina Francia y la okupación del castillo de la vecina localidad de bar por secuaces de Cadell acabaron convirtiendo lo que inicialmente era un molesto problema de orden público en una cuestión de estado. Y continúa corriendo la sangre: en 1587, la cuadrilla del muy activo Minyó saquea la villa de Graus, en la Ribagorza, y se refugia en Coll de Nargó -"Tierra absolutamentre de ladrones", dicen las crónicas de la época- antes de recalar como era reglamentario en el santuario de Arséguel, chez Joanot. En enero de 1588 es la cuadrilla de otro tal Joan Gia la que gira visita a la Seo y aprovecha para cepillarse a mosén Màrtyr (!) Pallerols y a mosén Joanot Piquer, "fills d'esta ciutat, dos hòmens pacífichs". Y el 1 de abril, otra cuadrilla, esta a las órdenes de un tal Plometa, repite visita y liquida el maestro Fonaner, barbero, que debió tener la mala suerte de cruzarse en su camino.
Para cortar el problema de raíz, el virrey de Cataluña ordena a los jueces Frances Ubach y Josep Mur poner sitio al castillo de Arséguel, donde como hemos visto todas estas partidas buscaban cobijo y protección. La operación se lanza a principios de diciembre de 1588, pero hay que levantarla al cabo de diez días por las dificultades de mantener un sitio en pleno invierno, con el único rédito de la muerte del dichoso Minyó, a quien a estas alturas -digámoslo- ya hemos cogido algo de tirria. En los tres años sigiuentes asistios a un curioso y peligroso juego: como diría Jordi Pujol, Cadell se dedica a hacer "la puta i la Ramoneta", es decir, a actuar con sibilina, calculada doblez, alternando solicitudes de clemencia en las que se ofrece para levantar una fuerza de 500 hombres y luchar en Flandes a cambio del perdón real con acciones de bandolerismo puro y duro: en septiembre de 1589, nueva y sanguinaria ioncursión en la Seo, blanco por lo que se ve bastante fácil: "Alguns bandolers, fills de perdició, van per estes costes fent mil mals, fins a girarse y voler forçar les dones que van per lo terme d'esta ciutat [...] Mataren Jaume Peres, nafraren un tal Múrries y dos altres nafrats y molt mal tocats..." Más aún: a finales de año, secuaces de Cadell a las órdenes de los hermanos Averó y del Batlle d'Alós saquean el monasterio de las Avellanas,e n la vecina comarca de la Noguera, echan al abad y colocan en su lugar a un tal Abella. De la Seo, por cierto. En enero de 1592 le toca a Orgañá, donde "han mort dos o tres hòmens, ensagniades dos o tres dones y robat per 4 mil ducats".
Era por lo tanto cuestión de tiempo que el señor virrey de hartara de todo este tinglado. Y esto es justo lo que pasará ese mismo año, con el nombramiento de Alemany de Tragó como gobernador del vizconado de Castellbó y la comisión de Jeroni de Argensola -veterano de la guerra de Flandes, como Alatriste- como comandante del segundo y definiitvo sitio. Una operación que arranca el 22 de septiembre de 1592 y que concentrará en Arséguel una fuerza de cerca de 600 hombres, entres soldados pagadaos por a Generalidad, tropas castellanas y el somatén. Parece que la fortuna le ha dado finalmente la espalda a Cadell. Y ya era hora. Pero le quedaba un último as en la manga: misteriosamente, porque las crónicas no recogen las causas del portento, en la madrugada del 27 de octubre el centenar y medio de bandoelros acogidos por Cadell, con sus familias y seguidos por los habitantes de Arséguel, que temen con toda la razón las represalias reales, consiguen romper el cerco y escapar... ¡sin ser vistos! Por ninguno de los 600 hombres que los rodean. ¿Portentoso o no? Obiols lo atribuye a un más que probable acuerdo secreto para evitar males mayores -aunque acabó con el castillo y el pueblo de Arséguel arrasados.
Para cortar el problema de raíz, el virrey de Cataluña ordena a los jueces Frances Ubach y Josep Mur poner sitio al castillo de Arséguel, donde como hemos visto todas estas partidas buscaban cobijo y protección. La operación se lanza a principios de diciembre de 1588, pero hay que levantarla al cabo de diez días por las dificultades de mantener un sitio en pleno invierno, con el único rédito de la muerte del dichoso Minyó, a quien a estas alturas -digámoslo- ya hemos cogido algo de tirria. En los tres años sigiuentes asistios a un curioso y peligroso juego: como diría Jordi Pujol, Cadell se dedica a hacer "la puta i la Ramoneta", es decir, a actuar con sibilina, calculada doblez, alternando solicitudes de clemencia en las que se ofrece para levantar una fuerza de 500 hombres y luchar en Flandes a cambio del perdón real con acciones de bandolerismo puro y duro: en septiembre de 1589, nueva y sanguinaria ioncursión en la Seo, blanco por lo que se ve bastante fácil: "Alguns bandolers, fills de perdició, van per estes costes fent mil mals, fins a girarse y voler forçar les dones que van per lo terme d'esta ciutat [...] Mataren Jaume Peres, nafraren un tal Múrries y dos altres nafrats y molt mal tocats..." Más aún: a finales de año, secuaces de Cadell a las órdenes de los hermanos Averó y del Batlle d'Alós saquean el monasterio de las Avellanas,e n la vecina comarca de la Noguera, echan al abad y colocan en su lugar a un tal Abella. De la Seo, por cierto. En enero de 1592 le toca a Orgañá, donde "han mort dos o tres hòmens, ensagniades dos o tres dones y robat per 4 mil ducats".
Era por lo tanto cuestión de tiempo que el señor virrey de hartara de todo este tinglado. Y esto es justo lo que pasará ese mismo año, con el nombramiento de Alemany de Tragó como gobernador del vizconado de Castellbó y la comisión de Jeroni de Argensola -veterano de la guerra de Flandes, como Alatriste- como comandante del segundo y definiitvo sitio. Una operación que arranca el 22 de septiembre de 1592 y que concentrará en Arséguel una fuerza de cerca de 600 hombres, entres soldados pagadaos por a Generalidad, tropas castellanas y el somatén. Parece que la fortuna le ha dado finalmente la espalda a Cadell. Y ya era hora. Pero le quedaba un último as en la manga: misteriosamente, porque las crónicas no recogen las causas del portento, en la madrugada del 27 de octubre el centenar y medio de bandoelros acogidos por Cadell, con sus familias y seguidos por los habitantes de Arséguel, que temen con toda la razón las represalias reales, consiguen romper el cerco y escapar... ¡sin ser vistos! Por ninguno de los 600 hombres que los rodean. ¿Portentoso o no? Obiols lo atribuye a un más que probable acuerdo secreto para evitar males mayores -aunque acabó con el castillo y el pueblo de Arséguel arrasados.
Carta autógrafa de Joanot Cadell a los cónsules de la Seo, fechada en julio de 1589. Fotografía: Fondo ayuntamiento de la Seo de Urgel / Archivo comarcal del Alto Urgel
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¿Qué fue de los bandoleros? A Cadell nos lo encontarmos en noviembre de ese mismo año tranquilamente instalado en la vecina Tarascón, como Tartarín, y maquinando con sus amigos franceses nuevas incursiones en tierras catalanas como si no hubiera ocurrido nada. Morirá en Foix en una fecha indeterminada entre 1598 y 1602, con sus bienes secuestrados por la justicia e implorando de vez en cuando y sin mucha convicción un perdón real que nunca llegará. Curiosamente, sus descendientes conservarán hasta finales del siglo XIX la baronía de Arséguel, pero ahora ya con la lección bien aprendida y sin trabucaires a la vista. Por lo que respecta a sus conmilitones -más de un centenar de hombres: un pequeño ejército privado- dice Obiols que procedían de la Cerdaña, del Alto Urgel, el Baridá, Cabó, Oliana y el valle del Querol... y que entre sus secuaces había por lo menos tres honorables andorranos: lo Truyta, Steve Lavaneres y un tal Bocanegra. Quizás fue gracias a ellos que las partidas de bandoleros respetaron -parece- la neutralidad del país. Hombres de ofico, opina, que se dedicaban temporalmente a bandolear para sacarse un sobresueldo: como el contrabando actual, vamos ,pero con el riesgo cierto de terminar torturado, decapitado y descuartizado.
La más cruel paradoja de toda esta historia es que mientras que el padrino de Arséguel y comarca salió razonablemente bien librado del embrollo -como si dijéramos, sólo le chamuscaron la segunda residencia, aunque fues un castillito en la montaña- mucho peor les fue a los que se la jugaron por prenderlo: en 1600, en la vecina Castellbó, un tal Perot Ribó de Artedó mató a golpe de pedernal al pobre Alemany de Tragó. El valiente Argensola ,por su parte, fue destituido y puesto en prisión, y tardó más de una década en limpiar su nombre. Triste destino que, especula Obiols, hay que atribuir a los tentáculos e influencias de Cadell, que llegaban hasta las más altas instancias, incluidas la Real Audiencia y el Consejo de Aragón, desde donde movió los hilos para defenestrar a Argensola.
En cuanto a Joanot Cadell, el autor lo erige en epítome de la pequeña nobleza comarcal a la que la falta de expectativas de promoción acaba convirtiendo en capitostes de las dos facciones -Nyerros y Cadells- en que se dividió y se desangró la sociedad catalana del XVI. Unas bandosidades que tenían poco, por no decir ningún componente ideológico, que funcionaban a la manera de las familias mafiosas -como un conglomerado de intereses y vínculos personales y de parentesco- y lo retrata como un hombre hábil, que supo utilizar sus muchos contactos y que se preocupó exclusivamente por la buena salud de su bolsillo. Tan hábil, que ni murió colgado de horca bien alta, ni tan solo descuartizado, sino probablemente de viejo y en su jergón. Y tan relevante como Serrallonga: "Lo que pasa es que Arséguel cae muy lejos de Barcelona. Estoy seguro de que si hubiera nacido en el Vallés, lo sabríamos todo de él, tendría su novelita e incluso una serie de televisón en prime time". Eso, seguro.
La más cruel paradoja de toda esta historia es que mientras que el padrino de Arséguel y comarca salió razonablemente bien librado del embrollo -como si dijéramos, sólo le chamuscaron la segunda residencia, aunque fues un castillito en la montaña- mucho peor les fue a los que se la jugaron por prenderlo: en 1600, en la vecina Castellbó, un tal Perot Ribó de Artedó mató a golpe de pedernal al pobre Alemany de Tragó. El valiente Argensola ,por su parte, fue destituido y puesto en prisión, y tardó más de una década en limpiar su nombre. Triste destino que, especula Obiols, hay que atribuir a los tentáculos e influencias de Cadell, que llegaban hasta las más altas instancias, incluidas la Real Audiencia y el Consejo de Aragón, desde donde movió los hilos para defenestrar a Argensola.
En cuanto a Joanot Cadell, el autor lo erige en epítome de la pequeña nobleza comarcal a la que la falta de expectativas de promoción acaba convirtiendo en capitostes de las dos facciones -Nyerros y Cadells- en que se dividió y se desangró la sociedad catalana del XVI. Unas bandosidades que tenían poco, por no decir ningún componente ideológico, que funcionaban a la manera de las familias mafiosas -como un conglomerado de intereses y vínculos personales y de parentesco- y lo retrata como un hombre hábil, que supo utilizar sus muchos contactos y que se preocupó exclusivamente por la buena salud de su bolsillo. Tan hábil, que ni murió colgado de horca bien alta, ni tan solo descuartizado, sino probablemente de viejo y en su jergón. Y tan relevante como Serrallonga: "Lo que pasa es que Arséguel cae muy lejos de Barcelona. Estoy seguro de que si hubiera nacido en el Vallés, lo sabríamos todo de él, tendría su novelita e incluso una serie de televisón en prime time". Eso, seguro.
[Este artículo se publicó el 18 de noviembre de 2012 en El Periòdic d'Andorra]
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