[Torb: tormenta de nieve en alta montaña, con vientos superiores a los 56 kilómetros/hora y temperaturas inferiores a los -12º]
Rafel Dalmau reimprime las memorias de guerra de Francesc Viadiu; el autor de Entre el torb i la Gestapo reivindica su papel en la represión de la violencia anarquista en el Alto Urgel y la Cerdaña.
La escena tiene lugar la madrugada del 28 de abril de 1937, justo en la entrada de Castellciutat, al lado de la Seo: Francesc Viadiu (Solsona, Lérida, 1900-Sant Llorenç de Morunys, Lèrida, 1992) y sus dos escoltas -los guardias de asalto Peiró y Cid- acaban de apearse del coche oficial y el comité de bienvenida lo forman seis hombres armados -pongámosles, venga, cinematográfica pinta de milicianos de Tierra y libertad- dispuestos a disparar a la mínima oportunidad. De momento le dedican a Viadiu un rosario de insultos más bien exóticos, teniendo en cuenta que nuestro hombre es en aquellos momentos el delegado de Orden Público de la Generalidad en Lérida: "¡Ya te tenemos! ¡Contrarrevolucionario, fascista, salvacapellanes!" Se entiende que Viadiu no lo acabara de ver claro y que tuviera serias dudas sobre sus posibilidades de salir con vida de aquel encontronazo con los célebres incontrolados: "La situación era francamente crítica. Aquella gente que me rodeaba no las tenía todas consigo y estaba claro que tenían miedo, mucho miedo. Sentía más aprensión de que me acabaran matando de forma accidental que no consciente y deliberadamente. Pero intentar hablar con ellos era un diálogo de sordos".
Portada de la última reimpresión de Delegat d'Ordre Públic a Lleida 'la Roja', que apareció en febrero de 2013. La primera edición es de 1979. Fotografía: Archivo.
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Portada de la última edición -hasta el momento- de Entre el torb i la Gestapo, reimpresa en 2007 y con el célebre cartel de Pere Català Pich, Aixafem el feixisme. Fotografía: Archivo.
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Es evidente que Viadiu sí que se salió con la suya. Con algo de fortuna, todo sea dicho, y una estratagema de lo más pintoresca: primero fue la oportuna y salvadora llegada del camión con una treintena de guardias procedentes de Lérida y que constituían en esa coyuntura su argumento más convincente: el ardid consistió en hacer creer a los pelagatos del control que los guardias no moverían un dedo si no era a sus órdenes, y u si se portaban bien tenían alguna posibilidad de escapar con vida de aquel percance. Contra pronóstico picaron, y se evitó lo que parecía un inminente baño de sangre: en cuanto los guardias ordenaron "¡Alto!", a los "escopeteros" -como él los denomina- les faltó tiempo para desaparecer gallardamente del campo de batalla. Tenían vía libre hasta Bellver.
No era poco, porque se trataba del segundo encontronazo poco amistoso de aquella intensa noche: en Orgaña, antes de llegar a Castellciutat, ya se las había tenido tiesas con un comisario del ayuntamiento de la Seo -dominado en aquel momento por los anarquistas de la FAI, gente expeditiva y poco dada a las sutilezas- que en una amable charla en el café de Picoy le adviertió amablemente de que a la altura de Tres Ponts -recuerde el lector que estamos en los mismos escenarios que un siglo y medio antes se había pateado Langlois- habían emplazado un nido de ametralladoras dispuesto a cerrarles el paso. Un farol, como la columna comprobó minutos después.
No era poco, porque se trataba del segundo encontronazo poco amistoso de aquella intensa noche: en Orgaña, antes de llegar a Castellciutat, ya se las había tenido tiesas con un comisario del ayuntamiento de la Seo -dominado en aquel momento por los anarquistas de la FAI, gente expeditiva y poco dada a las sutilezas- que en una amable charla en el café de Picoy le adviertió amablemente de que a la altura de Tres Ponts -recuerde el lector que estamos en los mismos escenarios que un siglo y medio antes se había pateado Langlois- habían emplazado un nido de ametralladoras dispuesto a cerrarles el paso. Un farol, como la columna comprobó minutos después.
Fuenteovejuna... de la Cerdaña
Pero, ¿qué se le había perdido, a Viadiu, en este rincón de mundo, jugándose el pellejo en cada control de carretera? El autor de Entre el torb i la Gestapo era en aquel momento -ya se ha dicho- el responsable de Orden Público en Lérida, y se dirigía hacia Bellver exactamente para cumplir su cometido: para poner -o imponer- algo parecido a un cierto orden y un cierta legalidad. Los vecinos de la localidad acababan de liquidar a Antonio Martín, alias El Cojo de Málaga -funesto personaje, dice, "que dominaba todos los municipios de la comarca... excepto Bellver, el único que no se había dejado tiranizar"- y a un tal Fortuny, secuaz del Cojo y jefe del comité de la Seo -glups: ya empezamos. Seguro que a esas alturas ya se arrepentían de su heroicidad: alarmantes rumores indicaban que las tres columnas de incontrolados que había comandado el Cojo -procedentes de Puigcerdá, Alp y la Seo: más de 200 hombres armados, no era cosa de broma- convergían en Bellver y se preparaban para el asalto definitivo. Viadiu y su treintena de guardias eran la única esperanza de que la cosa no terminara en un baño de sangre. El problema es que venían de Lérida y corrían el riesgo de llegar tarde. Pero no fue así: a las 4 de la madrugada entraban en Bellver sin noticia de la fuerza enemiga: con la desaparición de Martín y la desbandada de sus esbirros parecía haberse conjurado el peligro de la venganza faista. Las dos comarcas parecían dispuestas a recobrar una cierta normalidad... porque la guerra continuaba ahí fuera.
Este es uno de los episodios recogidos en Delegat d'Ordre Públic a Lleida 'la Roja', las memorias de guerra de Viadiu que Rafael Damau acaba de reimprimir. Un texto de claro carácter reivindicativo en que el autor pasa revista a su controvertida peripecia bélica, justo antes de su mucho más conocida faceta como pasador de hombres al servicio del MI6 desde el hotel Palanques de la Massana. Los suyos lo acusaban de haber provocado el enfrentamiento con los faistas que terminó con la muerte del Cojo; él insistía que se había limitado a cumplir con la palabra dada -que socorrería a todos los pueblos bajo protección de la Generalidad que fuesen atacados por incontrolados- y que en cualquier caso, cuando él y sus guardias llegaron a Bellver, Martín y Fortuny ya habían sido abatidos por uno de los defensores. Gran tirador, por cierto, porque hizo blanco a una distancia de entre 600 y 800 metros, la que había entonces entre las primeras casas del pueblo y el río Segre: "¿Quién os mató?" se pregunta Viadiu. "No fue Fuenteovejuna. Fue Bellver de Cerdaña, este admirable pueblo que supo mantener a raya a los incontrolados".
El de Bellver es posiblemente el más célebre de los episodios en que Viadiu participó durante la Guerra Civil. Aunque hay otros, menos conocidos pero igualmente significativos: en Delegat d'Ordre Públic reivindica también su papel en los primeros compases de la contienda, cuando los faistas aspiraban a "limpiar Solsona de fascistas". Como delegado en el Solsonés, Viadiu puso entonces bajo su protección a los frailes benedictinos del santuario del Miracle, y ayudó a huir al prior del convento del Corazón de María y al mismísimo obispo de Solsona,Valentí Comellas, un "ultracarquista" a quienes los anarquistas buscaban para "peinarlo con raya". También de infausta memoria, este Comellas, porque una vez terminada la guerra y repuesto en la Mitra, dice Viadiu, el obispo no movió ni un dedo para salvar la vida de dos hombres que en plena fiebre anarquista se jugaron por él el pellejo y lo acompañaron hasta Andorra. Pero así se escribe la historia.
Este es uno de los episodios recogidos en Delegat d'Ordre Públic a Lleida 'la Roja', las memorias de guerra de Viadiu que Rafael Damau acaba de reimprimir. Un texto de claro carácter reivindicativo en que el autor pasa revista a su controvertida peripecia bélica, justo antes de su mucho más conocida faceta como pasador de hombres al servicio del MI6 desde el hotel Palanques de la Massana. Los suyos lo acusaban de haber provocado el enfrentamiento con los faistas que terminó con la muerte del Cojo; él insistía que se había limitado a cumplir con la palabra dada -que socorrería a todos los pueblos bajo protección de la Generalidad que fuesen atacados por incontrolados- y que en cualquier caso, cuando él y sus guardias llegaron a Bellver, Martín y Fortuny ya habían sido abatidos por uno de los defensores. Gran tirador, por cierto, porque hizo blanco a una distancia de entre 600 y 800 metros, la que había entonces entre las primeras casas del pueblo y el río Segre: "¿Quién os mató?" se pregunta Viadiu. "No fue Fuenteovejuna. Fue Bellver de Cerdaña, este admirable pueblo que supo mantener a raya a los incontrolados".
El de Bellver es posiblemente el más célebre de los episodios en que Viadiu participó durante la Guerra Civil. Aunque hay otros, menos conocidos pero igualmente significativos: en Delegat d'Ordre Públic reivindica también su papel en los primeros compases de la contienda, cuando los faistas aspiraban a "limpiar Solsona de fascistas". Como delegado en el Solsonés, Viadiu puso entonces bajo su protección a los frailes benedictinos del santuario del Miracle, y ayudó a huir al prior del convento del Corazón de María y al mismísimo obispo de Solsona,Valentí Comellas, un "ultracarquista" a quienes los anarquistas buscaban para "peinarlo con raya". También de infausta memoria, este Comellas, porque una vez terminada la guerra y repuesto en la Mitra, dice Viadiu, el obispo no movió ni un dedo para salvar la vida de dos hombres que en plena fiebre anarquista se jugaron por él el pellejo y lo acompañaron hasta Andorra. Pero así se escribe la historia.
'Entre el torb i la Gestapo': crónica de un éxito editorial
No nos encontramos quizás ante un estricto best seller, pero sí de un primo hermano suyo: un long seller, especie aun más rara, estos libros de largo recorrido que superan las modas y las coyunturas y acaban convirtiéndose en títulos de fondo. Ejemplares con pátina de los que a los libreros les cuesta deshacerse porque con los años les han cogido cariño: son casi de la familia. Pues a esta rara raza pertenece por derecho propio Entre el torb i la Gestapo, a novela que recrea en clave de ficción -mucha ficción, quizás demasiada- las redes de pasadores de hombres que operaban durante la II Guerra Mundial desde Andorra al servicio del MI6, y que Viadiu conoció desde dentro con el nombre en clave de Alexis. La novela, publicada inicialmente por Hogar del Libro (1974) y Ruedo Ibérico (Cadena de evasión, 1976), fue reeditada en 2000 en una iniciativa conjunta de a familia Viadiu y de la librería La Puça de Andorra la Vella, coincidiendo con la emisión de la serie homónima por TV3 y Andorra Televisió -a misma serie que veteranos como Quimet Baldrich y Jaume Ros no se cansaron en vida de vilipendiar con acritud- y reimpresa en 2007. Un long seller que ahora roza los 10.000 ejemplares, sumando ediciones y reimpresiones: "Hablar en este caso de superventas es posiblemente exagerado; 10.000 ejemplares no son ciertamente una enormidad, pero sí que es una cifra muy, pero que muy buena: tres o cuatro veces la tirada habitual en la memorialística en lengua catalana", dice el editor Rafael Català, con la discreta trampa de colocar en la sección de memorias una obra de ficción como lo es Entre el torb i la Gestapo. Pero no nos vamos a poner ahora quisquillosos.
El caso es que el éxito sostenido del torb es el culpable de la segunda vida de Delegat d'Ordre Públic, publicado inicialmente en 1979 por Rafael Dalmau y hasta ahora inencontrable. La bibliografía de Viadiu -miembro de Estat Català, fundador de ERC y diputado por Lérida al Parlamento catalán, exiliado en 1939, retornado en1952, juzgado en consejo de guerra y condenado a 20 años de prisión, de los que cumplió once meses- se completa con Hostal d'Entença (Hogar del Libro, 1980), donde repasa precisamente su experiencia como inquilino de la cárcel Modelo, que se levanta en la calle de Entenza de Barcelona. Un título, este último, hoy descatalogado y carne de coleccionista. Hay que añadir para terminar que Viadiu y el editor Rafael Dalmau coincidieron en su juventud en las filas de Estat Català, y que el mismo Dalmau es uno de los personajes históricos que trufan las páginas de Delegat d'Ordre Públic. Así que publicarlo en el sello del editor fue -concluye el nieto, el también editor Rafael Català- una forma literaria de reecontrarse con un viejo amigo de los años de plomo.
El caso es que el éxito sostenido del torb es el culpable de la segunda vida de Delegat d'Ordre Públic, publicado inicialmente en 1979 por Rafael Dalmau y hasta ahora inencontrable. La bibliografía de Viadiu -miembro de Estat Català, fundador de ERC y diputado por Lérida al Parlamento catalán, exiliado en 1939, retornado en1952, juzgado en consejo de guerra y condenado a 20 años de prisión, de los que cumplió once meses- se completa con Hostal d'Entença (Hogar del Libro, 1980), donde repasa precisamente su experiencia como inquilino de la cárcel Modelo, que se levanta en la calle de Entenza de Barcelona. Un título, este último, hoy descatalogado y carne de coleccionista. Hay que añadir para terminar que Viadiu y el editor Rafael Dalmau coincidieron en su juventud en las filas de Estat Català, y que el mismo Dalmau es uno de los personajes históricos que trufan las páginas de Delegat d'Ordre Públic. Así que publicarlo en el sello del editor fue -concluye el nieto, el también editor Rafael Català- una forma literaria de reecontrarse con un viejo amigo de los años de plomo.
[Este artículo se publicó el 14 de febrero de 2013 en El Periòdic d'Andorra]
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