Hay cosas que no se entienden: por ejemplo, que para conocer la historia de Radio Andorra tuviéramos que recurrir hasta ahora a La radiodifusión en Andorra, la tesis doctoral de Eugenio Giral y un sesudo, académico tocho de medio millar de páginas, al portal del historiador Jean-Marc Printz, aquiradioandorra.ad, i -perdonen la insistencia- Aquí Radio Andorra, la novela en que el radiofonista Sylvain Athiel -el impulsor, ya saben, del museo que el ministerio de Cultura proyecta en el histórico edificio de la emisora en Encamp- pasa por el filtro de la ficción los años dorados de la estación. Nada más. Hasta ahora, decíamos, que llega Gualbert Osorio y se saca de la manga La historia d'un mite que va fer historia, monografía sintética, documentada y destinada al público general que llena un vació clamoroso (otro, vamos) en la historiografía sectorial andorrana. Ya era hora.
Osorio sabe de lo que habla: fue el último director de Radio Andorra y el hombre a quien el sábado, 7 de abril de 1984, le tocó el gordo: cerrar definitivamente el chiringuito y poner el punto final a cuatro décadas largas de trayectoria radiofónica. A instancias, por cierto, del Patrimonio Nacional (español), la oficina del ministerio de Hacienda de quien dependía entonces la estación, en uno de los capítulos menos y peor conocidos de esta historia. Y con la intervención en la sombra, atención, de Alfonso Guerra, el maquiavélico, todopoderoso y castizo vicepresidente del gobierno español que presidía en la época Felipe González. Se ve que Guerra se la tenía jurada a Luis Ezcurra, entonces presidente de Proersa, la compañía propietaria de la concesión de Radio Andorra por cuenta del gobierno español... Un galimatías, vamos. Pero, ¿por qué? Pues porque Ezcurra, que había sido subdirector general de TVE en los 60 -es decir, en pleno franquismo- era un hombre del Antiguo Régimen. Y todos sabemos que unos de los propósitos de Guerra era que a España no la reconociera "ni la madre que la parió".
Era la segunda muerte de Radio Andorra, a la que el Consejo General -el Parlamento andorrano- ya había enmudecido manu militari el 10 de abril de 1981. Las emisiones se retomaron temporalmente el 4 de enero de 1984. Y Radio Andorra calló definitivamente el 7 de abril de aquel mismo año. El caso es que fue Guerra quien firmó su sentencia de muerte. Pero la enfermedad la venía incubando la emisora desde años atrás. De hecho, casi desde el mismo nacimiento. Y esta es precisamente una de las tesis de Osorio, que cierra el libro con unas palabras demoledoras: "Radio Andorra nació sin facilidades y murió sin que hubiera ninguna necesidad". Por si quedaba alguna duda, incluso señala a los corresponsables del radiocidio: "Fue utiliza ero poco querida; en cambio, significó el final del aislamiento y la entrada de Andorra en la autovía de la comunicación".
Por La historia d'un mite que va fer historia desfilan, claro, los personajes fundamentales de esta fascinante aventura radiofónica que arranca el 8 de agosto de 1939 con Anatole de Monzie, ministro francés de Trabajos públicos, como locutor de excepción: desde Bonaventura Vila y Jacques Trémoulet, los dos artífices de todo este tinglado, hasta los primeros locutores de verdad, María Escrihuela y Edmond Abouly, que en abril de 1940 retomaron las emisiones suspendidas en septiembre con el estallido de la II Guerra Mundial, y Victoria Zorzano, el primer fenómeno mediático de la estación, las sucesivas mesdemoiselles Aquí -Carmen del Monte, Lidia Merino- con espacio de éxito estratosférico como El concierto de los radiooyentes y El cuarto de hora del oyente, los primeros programas estrictamente informativos, los boletines de María Pura y Rosabel, y Recull d'Andorra, la primera emisión en catalán, con Rossend Marsol, Sícoris, y su "peculiar dicción" -en palabras del autor- como protagonistas.
La leyenda, también
Osorio pone orden y concierto en episodios conocidos pero tan confusos como la llamada Guerra de las radios y el cierre de la frontera francoandorrana, con la retención del síndico Cairat en la aduana del Pas de la Casa, y el lanzamiento de Sofirad, futura Sud Radio, con la que el estado francés haría la competencia a Radio Andorra hasta casi hundirla. También tienen su rincón de gloria las múltiples estrellas que desfilaron por el Roc de les Anelletes, donde hoy se levanta el hospital Nostra Senyora de Meritxell y adonde en 1942 se trasladaron los estudios y la administración, con un lugar de privilegio para Antonio Machín y su tropa, en vivo desde el estudio 1 de Radio Andorra; las dos grandes revoluciones tecnológicas de la estación, con la erección de las antenas del lago de Engolasters, todavía en pie y a adquisición de la nueva emisora Brown Boveri, a principios de los años 60; o el gran hito de Radio Andorra, que tenía el espacio franquicia, ya se ha dicho, en los discos dedicados: el récord absoluto, apunta Osorio, se registró un día del Carmen de los años 60, con Madrecita María del Carmen -por supuesto- de... ¡Manolo Escobar! Para que se hagan una idea: "Las dedicatorias, que leían un locutor y una locutora, se alargaron más de tres horas". Glups.
El puñado de leyendas -o de mixtificaciones- generadas alrededor de Radio Andorra también las aborda Osorio, comenzando por el papel de la estación en la II Guerra Mundial: sostiene que no se puede probar por falta de documentación -¡qué lástima!- que jugara algún papel en la transmisión de mensajes cifrados a los submarinos alemanes -Otto Kertschemer, Erich Topp, Gunter Prien, ¡el héroe de Scapa Flow!: ¿se imaginan? Como mucho, añade, los fugitivos que cruzaban los Pirineos y acababan en Andorra colaban algún mensaje en clave en las dedicatorias para comunicar a sus familias que una expedición había llegado a buen puerto. Eso sí: los dos bando intentaron ganarse la emisora para su causa. Osorio cita una reunión en la Seo entre Trémoulet y emisarios nazis en que los enviados de Hitler pretendían adquirir el 20% de la estación; también un intento de los británicos de apropiársela una vez terminada la guerra. Por cierto, el volumen incluye una notable aproximación biográfica al mismo Trémoulet, gran patrón de Radio Andorra y hombre de apasionante peripecia vital, condenado a muerte por colaboracionista y posteriormente indultado que acabó en España protegido de Serrano Súñer, y por encima de todo, dice Osorio, un auténtico visionario. Porque no otra cosa que un iluminado había que ser a mediados e los años 30 para tener la ocurrencia de instalar una emisora en Encamp, entonces algo así como Marte. Más o menos, especula gráficamente el autor, "es como si hoy día a Turner se le ocurriera trasladar a Andorra la sede central de la CNN. ¿Qué pensaríamos?" Pues esto, insiste, es lo que hizo Trémoulet en los años 30. ¿Por qué precisamente y contra todo pronóstico -y contra el buen sentido- en Andorra? Como no se cansa de repetir estos días el expresidente Zapatero a cuenta de sus memorias, la respuesta la encontrarán en el libro. Y si me permiten un consejo, yo de ustedes no me lo perdía.
[Este artículo se publicó el 28 de octubre de 2013 en El Periòdic d'Andorra]
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