Incursiones relámpago, estilo Sturmtruppen, en episodios que tuvieron lugar en Andorra y cercanías durante la Guerra Civil española, la II Guerra Mundial y las dos postguerras, con ocasionales singladuras a alta mar, a ultramar y si conviene incluso más allá.
[Fotografía de portada: El Pas de la Casa (Andorra), 16 de enero de 1944. La esvástica ondea en el mástil del puesto de la aduana francesa. Copyright: Fondo Francesc Pantebre / Archivo Nacional de Andorra]

sábado, 31 de enero de 2015

Charney: misión cumplida

El aviador angloargentino Ken Charney será enterado el 9 de mayo en el cementerio la Chacarita de Buenos Aires. El historiador Claudio Meunier, artífice de la repatriación de los restos del as de la II Guerra Mundial, recogió ayer la urna con las cenizas y le rindió un último homenaje en la Quero, el camposanto de la Massana (Andorra) donde han reposado desde el fallecimiento de Charney, en 1982.

La escena tuvo lugar ayer, sábado, a primerísima hora de la mañana y en medio de una inusual expectación. Inusual por el lugar y por el cometido, ya verán. El historiador argentino Claudio Meunier firmaba la documentación y recogía en una funeraria de la localidad de Escaldes la urna con las cenizas de Kenneth Langley Charney (Quilmes, Argentina, 1920-la Massana, 1982), cuyos restos habían sido incincerados el día anterior. Sólo quedaban dos detalles y habría culminado un apasionante ejercicio de memoria histórica de la de verdad, iniciado hace una década: subir hasta el cementerio de la Quera, en la Massana -donde los restos del piloto angloargentino descansaron durante 23 años y hasta el viernes- para rendirle un último homenaje -en un gesto que la comitiva argentina cumplimentó ayer mismo- y volver a cruzar el Atlántico en el Airbus que pilota el capitán Alejandro Covello, compañero de idor en esta misión y, por cierto, antiguo piloto de combate de la Fuerza Aérea Argentina. Piloto de Pucara, el célebre avión de ataque a tierra del que supimos por vez primera durante la guerra de las Malvinas. A Covello le fue de poco, pero no llegó a combatir en ella.

Charney, el primero por la izquierda, recibe el saludo del duque de Edimburgo. Fotografía: Archivo familia García (la Massana).

Charney posa en la carlinga de un reactor, probablemente un Meteor. Fotografía: Archivo familia García (la Massana). 

Firma autógrafa de Charney en las guardas de un libro sobre la II Guerra Mundial que hoy conserva la familia García, en cuyo chaletde la Massana vivió el piloto sus últimos años. Fotografía: Máximus.

Pero esta es otra historia. Será mañana cuando Meunier i el capitán Covello vuelen de regreso junto con el teniente Charney. El martes aterrizarán en Buenos Aires y culminará así un episodio que empezó en junio de 2005 cuando el Diari d'Andorra recogió el interés del historiador por contactar con amigos y conocidos andorranos del difunto Charney, as de la Segunda Guerra Mundial -siete aviones del Eje abatidos y dos Distinguished Flying Cross en su haber: la historia la hemos contado aquí mismo en otras ocasiones- que se había instalado a mediados de los 70 en Soldeu. Meunier pretendía reconstruir los años andorranos de Charney, un vacío en su biografía, y ha removido durante el último decenio cielo y tierra hasta conseguir la repatriación de los restos a su Argentina natal.

"Siempre tuve la convicción de que nos saldríamos con la nuestra", decía ayer con legítimo orgullo. El último obstáculo fue la autorización de la viuda, June Cherry, residente en Eastbourne (Inglaterra), requisito indispensable para la exhumación, cremación y traslado de los restos. El "sí" definitivo que abría de par en par las puertas a la Operación Charney llegó a finales de diciembre y de forma algo rocambolesca, a través de un conocido de Michael Leonard, amigo de los años andorranos del piloto, vecino a su vez de June. Rápidamente Meunier puso manos a la obra. Insiste el historiador que esta es una gesta colectiva en que él ha actuado simplemente como catalizador, concitando las complicidades del comú de la Massana, que habilitó una subvención para hacer frente al alquiler impagado del nicho donde yacía Charney y evitar el deshaucio; del mismo Leonard, decisivo a la hora de localizar la tumba del piloto y de gestionar el "sí" de la viuda; del capitán Covello, que ha facilitado el viaje transoceánico de regreso a casa a bordo de su Airbus, y del Consejo de residentes británicos en Argentina, que ha abonado los 1.200 euros de la factura de la funeraria. Todos unidos para hacer posible el final feliz, el final redondo de esta historia, que tendrá lugar el 9 de mayo en el sector británico del cementerio de la Chacarita, en Buenos Aires: "Que Ken vuelva finalmente a casa es culpa de todos los que durante estos diez años nos han ayudado de forma desinteresada a llega hasta aquí".

Se trataba, dice Meunier, de darle un adiós "digno de un hombre con ideales, que luchó por la libertad de todos sin pedir nada a cambio, y que participó activamente en la victoria aliada. Teníamos el deber moral de reconocérselo y evitar que esta historia se perdiera". Se trataba también, continúa, de demostrar que hubo ciudadanos argentinos comprometidos con la lucha por la democracia, para contrarrestar "cierta leyenda que define a Argentina con un país germanófilo". Charney -esto es cosa sabida- se enroló en la RAF y participó, en fin, en las campañas de Malta y Normandía. A diferencia de la mayoría de sus compañeros de armas -de los veinte pilotos destinados a Malta, recuerda Meunier, solo sobrevivieron dos- él sobrevivió a la guerra... después de 350 misiones de combate y un puñado de incidencias que hemos recordado aquí mismo en otras ocaciones. Sobrevivió, sí, pero tocado, como cuenta Pierre Clostermann, el as francés que sirvió a sus órdenes en el escuadrón 602 de la RAF, en sus memorias de guerra, Le grand cirque.

Y más aun cuando se jubiló, en 1973 y después de 40 años de servicio. Se convirtió en un hombre taciturno, dice el historiador y corroboran los que le conocieron en esta última, algo penosa etapa -Leonard, otra vez, y la familia García, que lo tuvo de inquilino en su chalet Carvajal de la Massana- incapaz de darle un sentido a su nueva condición de civil. Murió el 3 de junio de 1982, oficialmente a consecuencia de un ataque de corazón. Y su memoria ha estado a punto, muy a punto de perderse. El 9 de mayo, en la Chacarita, enterarán también un pedacito de Andorra: en la caja -coffin, dice Meunier- depositarán la maqueta en miniatura de un Spitfire que los últimos tiempos apareció en el nicho de la Quera. Y también una botella de whisky, el elixir de los pilotos de combate, dice Covello. Y no vamos nosotros a contradecirlo. Que la tierra le sea leve, Ken: misión cumplida.

[Este artículo de publicó el 11 de enero de 2015 en el Diari d'Andorra]