Incursiones relámpago, estilo Sturmtruppen, en episodios que tuvieron lugar en Andorra y cercanías durante la Guerra Civil española, la II Guerra Mundial y las dos postguerras, con ocasionales singladuras a alta mar, a ultramar y si conviene incluso más allá.
[Fotografía de portada: El Pas de la Casa (Andorra), 16 de enero de 1944. La esvástica ondea en el mástil del puesto de la aduana francesa. Copyright: Fondo Francesc Pantebre / Archivo Nacional de Andorra]

jueves, 24 de julio de 2014

El ángel era él

Identificamos al Niño del Paraguas, el angelito retratado por Catalá-Roca en el Pesebre Viviente de Engordany de 1954, una de las obras maestras del fotógrafo que integran la antológica que le consagra la Pedrera hasta el 25 de septiembre.

Hace una semana planteábamos en las páginas de El Periòdic d'Andorra un enigma histórico-fotográfico: ¿quién era el Niño del Paraguas, el angelito del Pesebre Viviente de Engordany que Català-Roca retrató en 1954 y que hoy forma parte de la antológica del fotógrafo tarraconense que, bajo el lema -poco imaginativo, la verdad- de Català-Roca y hasta el 25 de septiembre Catalunya Caixa le consagra en la Pedrera? Pues enigma resuelto: el Niño del Paraguas es el hombre de aquí abajo, Antoni Sánchez (1951), hijo y vecino del mismo Engordany, a quien El Periòdic ha localizado gracias a la colaboración de los lectores. Recupera así el nombre el protagonista de una de las fotografías emblemáticas de Català-Roca, una imagen que desde mayo de 2010, y antes de recalar en Barcelona, se ha expuesto en Vigo y Valladolid junto a otras 200 fotografías del padre del fotoperiodismo español. Atención, porque estamos hablando de una selección que incluye auténticos iconos de la fotografía española del segundo tercio del siglo XX (y más allá), desde El piropo y las putillas del Barrio Chino barcelonés hasta la serie sobre los gitanos de Montjuic, el guardia urbano que posa orgulloso a lomos de su montura y frente a un pirulí con publicidad de papillas y La esquina, la estampa de un padre y un hijo en una Barcelona neblinosa y desolada que ilustra la portada de La sombra del viento, el superventas de Ruiz Zafón.

Fotografía original de la que salió la portada de la Revista de Actualidades, con Antoni Sánchez con su traje de angelito alado y armado con un paraguas de pastor. Cuenta Antoni que no recuerda que nadie le sacara este retrato, pero sí que identifica el escenario: los prados de Casa Sucarana de Engordany, hoy engullidos por edificios. Ignoró la existencia de la fotografía hasta 1987, cuando el Angelito -así la tituló el mismo Català-Roca- fue seleccionada para una retrospectiva que le dedicó el Spanish Institute de Nueva York. Hoy preside el salón familiar. Fotografía: Fondo Francesc Català-Roca / Colegio de Arquitectos de Cataluña.
Antoni, en la puerta del comercio familiar que regenta en Engordany, sostiene la fotografía de Català-Roca. El Archivo Nacional de Andorra conserva un ejemplar de la Revista de Actualidades de enero de 1955 con el reportaje del Pesebre Viviente, cuyo texto firma el periodista José María Carrascosa. Fotografía: Àlex Lara.

Foto de familia del Pesebre Viviente: Antoni es el pastorcillo con bastón, faja y barretina, de pie en la fila de abajo. La imagen no forma parte del legado de Català-Roca, pero también está fechada en 1954 -un día que a Antoni le tocó hacer de pastorcillo, y no de angelito. La tomó el desaparecido Jaume Puig, otro personaje hoy injustamente semiolviado. Los Sánchez tienen en ella un protagonismo destacadísimo; aparte de Antoni también aparecen los abuelos, Elvira, que ejercía de hilandera, y Joan, de mulero; de hecho, hasta la mula del Pesebre era de Casa Becaina. Falta Carles, uno de los hermanos de Antoni, que también formó parte de la cuadrilla de angelitos alados. En la fotografia también aparecen, entre otros, Elena Altimir, como Virgen María -la quinta de la fila de atrás- y el Panxut, que ejercía de pastor -el hombre con americana del fondo, en fila aparte. Fotografía: Casa Becaina. 

A diferencia de la mayoría de sus compañeras y de sus personajes hoy caídos en el anonimato, el Niño del Paraguas tiene nombre y apellidos. Y no es extraño que sean los de Antoni Sanchez, el menor de los cuatro hermanos de Casa Becaina de Engordany (Andorra), porque los Sánchez se enrolaron casi en pleno y desde el primer momento en el Pesebre Viviente, aventura escénica en que el polífgrafo Esteve Albert embarcó a todo el pueblo y que se convirtió, junto a la sintonía de Radio Andorra y la hoy denostada economía del bazar en uno de los símbolos de la Andorra de finales de los 50 y principios de los 60. Otro hermano, Carles, formaba también parte de la escuadrilla de angelitos alados de Albert, y un tercero, Albert, ejercia como contrabandista (de ficción, por supuesto). Todavía hay más: los mayores de Casa Becaina, los abuelos Joan y Elvira, ejercían de mulero y de hilandera, y la nuera, Pepita Prat, cuidaba del hogar y preparaba el vino hervido para calentar los ánimos de unos inviernos que todo el mundo recuerda durísimos.
Antoni tenía tres años cuando Català-Roca realizó su primer safari andorrano: eran las Navidades de 1954, la primera edición del Pesebre, y publicó un reportaje tituado Las cien figuras vivientes de Engordany, con texto del periodista José María Carrascosa, en el número de enero de 1955 de la Revista de Actualidades. Antoni mereció los honores de portada. Lo curioso es que el momento se le ha borrad del todo de la memoria: "No recuerdo que nadie me sacara ninguna fotografía. Si que identifico el lugar, justo en los prados de Casa Sucarana, hoy engullidos por los edificios, y me imagino que debió de ser después de la función, mientras esperábamos que nos recogieran". Eran, en su memoria infantil, sesiones maratonianas, que empezaban a media tarde y que se podían alargar hasta bien entrada la medianoche. Dos funciones semanales, los viernes y losa sábados, que se convirtieron en un atractivo turístico: subían hasta Engordany convoyes de autocares con cargamentos de turistas que eran alojados en unas gradas primero improvisadas pero que con los años acabaron incorporando incluso calefacción, aprovechando las aguas termales de la localidad. Participaban en el Pesebre un centenar de vecinos bajo las órdenes de Albert, "buen hombre pero a la hora de actuar, severo". Hay que decir en su honor que el de Engordany fue el primero de todos los Pesebres Vivientes que después fueron proliferando por la geografía catalana. Así que suyo es el mérito del pionero.

Niño suplente
El disfraz de angelito, recuerda Antoni, se lo habían cosido en casa -la cuñada era modista- con lo que quedaba de un vestido de comunión de los hermanos mayores. Las alas las fabricaban -y parece lógico, no dirán que no- las monjas de la Sagrada Familia, "ya había que devolverlas" (!). Y el paraguas con el que en la fotografía se protege de la lluvia es un paraguas de pastor, "porque en el Pesebre también había un rebaño de corderos que vigilaba el Panxut, todo un personaje en aquella época". Lo cierto es que Antoni ignoró la existencia de esta fotografía hasta 1987, cuando el Angelito -así es como la tituló el mismo Català-Roca- fue seleccionada para una magna exposición sobre su obra que le dedicó el Spanish Institute de Nueva York. Desde entonces preside el comedor familiar al lado de otras imágenes del Pesebre Viviente como la de aquí arriba: "Los niños que hacíamos de ángel éramos siete u ocho. Nos vestíamos y nos soltaban, si ensayar ni nada. A veces te tocaba acompañar a San José y a la Virgen; otras, a los Reyes Mahos... Y hay que añadir que es casualidad que me pillara vestido de ángel porque en el Pesebre hice de todo, desde pastorcillo hasta Niño Jesús. Como era tan pequeño, era el Niño suplente cuando no había disponible un bebé de verdad". Digamos también que en el reportaje de la Revista de Actualidades, y según Carrascosa, el papel estelar de Niño Jesús le tocó a Nico -no dice el apellido- "rubio como el trigo castellano, de dos años y medios y unos ojos tan grandes como he visto muy pocos".
Pero, ¿qué tiene el Niño del Paraguas para figurar entre las obras maestras de un maestro de la fotografía? Según el comisario de Català-Roca, Chema Conesa, la obra resume el ideario artístico del fotógrafo y encarna el toque Català, la captura del instante decisivo teorizado por Cartier Bresson que el tarraconense practicaba de manera intuitiva: "No hay en esta fotografía nada de artificioso; la naturalidad, la espontaneidad y por tanto la verdad es absoluta. Se limita a ser un testimonio mudo, sin participar ni intervenir en la escena. Así es como eleva un momento anodino a la categoría de obra de arte". El Niño del Paraguas encarna también otra de las virtudes que convierten a Català-Roca en un humanista con cámara: la empatía que transmite su objetivo, que se advierte en la mirada cándida y en la inocencia que emanan de Antoni, con su paraguas, sus alitas, su vestidito y sus zapatones. Una empatía que tenía truco, porque el fotógrafo disparaba con la cámara a la altura del estómago, lo que le confería a la escena un punto de vista que elevaba al personaje. Con estos antecedentes, en fin, quizás no sea del todo utópico pensar que esta estupenda exposición que es Català-Roca recale un día en Andorra. Y ya puestos, ¿y completarla con la treintena de imágenes de Català-Roca que constituyen la serie completa que dedicó al Pesebre Viviente? ¿Y con el resultado, parcialmente publicado por El Periòdic d'Andorra, de las dos otras visitas que Català-Roca giró por nuestro rincón de Pirineos, cámara en ristre, y que hoy se conservan en el Colegio de Arquitectos de Cataluña?

[Este artículo de publicó el 2 de agosto de 2011 en El Periòdic d'Andorra]  

martes, 22 de julio de 2014

Los zapadores se divierten

El historiador Claude Benet aporta luz (y datos) sobre los militares franceses descubiertos por Casimir Arajol; fueron requeridos por Baulard, el comandante de los gendarmes estacionados en Andorra durante la Guerra Civil, y tenían su base en Porte, a escasos kilómetros de la frontera.

Pues no; no vinieron al final de la Guerra Civil, como especulábamos días atrás, sino al comienzo; y lo hicieron a instancias del coronel Baulard -ya saben, el comandante de los gardes mobiles, los gendarmes que el Copríncipe francés envió hasta este rincón de Pirineo para desalentar el aventurerismo de los incontrolados, ay, que ya habían dado muestras de sus apetencencias expansionistas aprovechando el río revuelto de la guerra. Y fue exactamente el 25 de noviembre de 1936, es decir, cuatro meses después de iniciado el conflicto: Baulard sugería a sus superiores que enviaran al país (o alrededores) un destacamento de skieurs militaires para garantizar la circulación del correo postal entre Andorra y Francia. Lo dice con la boca pequeña, porque de momento es algo más que una hipótesis pero algo menos que un hecho documentado, el historiador Claude Benet, autor -seguro que lo recuerdan- de Guies, fugitius i espies y que es, con el permiso de la también historiadora Amparo Soriano (Andorra durant la Guerra Civil espanyola), la máxima autoridad sobre esta convulsa y todavía confusa época.



Arriba: cuatro de los zapadores del 28ème Génie posan en las escaleras del hotel Paulet de Escaldes, con un niño y un policía andorrano, quizás Pere Canturri; jugando distendidamente con unos gorrinos en un punto de la carretera de la Massana: el hombre de la izquierda, con americana y corbata, es sin duda un civil, lástima que quedara fuera del encuadre; sobre estas líneas, vista de Escaldes desde la habitación del hotel Paulet. Fotografías: Colección Casimir Arajol.


Retrato de grupo en la carretera de la Massana, ahora con uno de los gendarmes de Baulard (a la derecha), y otra escena doméstica desde la terraza del Paulet. Fotografías: Colección Casimir Arajol.

El caso es que, según cuenta Benet, los skieurs plantaron su cuartel general en Porte, localidad de la Cerdaña francesa justo al otro lado de la frontera andorrana -ni en Ospitalet ni en Ax, como también aventurábamos días atrás- desde donde subían y bajaban (o al revés) a bordo de sus flamantes skis y cargando con las sacas de correos. Aunque debemos pensar que los esquís los reservaban para el invierno y que hasta que las nieves cerraban el puerto de Envalira el servicio lo prestaban de forma motorizada. Una situación, ésta de calzarse los esquís para llevar de un lado a otro paquetes postales, absolutamente inédita y consecuencias directa de la situación bélica, porque España y Francia habían firmado en 1930 un convenio para facilitar precisamente el tránsito postal por el otro lado cuando la climatología impedía hacerlo por la frontera natural. Por decirlo claramente: cuando Envalira estaba cerrado, el correo francés pasaba por la frontera española, y desde aquí, hasta Puigcerdá y Bourgmadame.
Así que tenemos de un lado a los esquiadores militares de Baulard -que muy probablemente sean los que Pere Canturri recierda bajando en procesión desde el puerto y en dirección al Pas de la Casa- y de otro los militares del 28ème Génie rescatados del olvido por el bibliófilo Casimir Arajol en aquella estupenda serie de fotografías que hoy completamos con una nueva entrega inédita. ¿Se trata del mismo destacamento? Benet deja en el aire la respuesta hasta que aparezca la prueba fehaciente, quizás un registro que certifique la unidad a la que pertenecían los skieurs... Por supuesto, podremos sobrevivir unos años más sin resolver este pequeño enigma, pero, ¿no darían algo -no sé, un poquito de soberanismo, ahora que cotiza tan a la baja y a todo el mundo le sobran un par de arrobas- por dar con la respuesta? En cualquier caso, Benet especula que el nulo rastro que dejaron en la memoria colectiva andorrana -las fotografías de Arajol aparte, claro- se deba probablemente al hecho de que no estuvieron estacionados en el país sino en Porte, y a que complementaban las funciones esencialmente policíacas que ejercían los gendarmes de Baulard: "Es muy posible que los andorranos del momento no distinguieran entre unos y otros, entre gardes y soldados".
De hecho, y contrariamente a los que sosteníamos días atrás, en las fotografías que hoy reproducimos sí que encontramos escenas en que militares del 28ème Génie -si es que lo son- y gardes mobiles confraternizan relajadamente en un punto de la carretera de la Massana. Aun más: también accede a retratrse con ellos unos de los seis agentes de la Policía andorrana -Benet sugiere que se trata de Canturri, el padre de nuestro Pere: otro dato pendiente de confirmación- en este caso en las escaleras del Paulet, que en algún momento sirvió de cuartel del destacamento como prueban las imágenes tomadas desde el balcón de una de las habitaciones del hotel, con Escaldes al fondo. El historiador, en fin, ha aportado algo de luz al misterio de los zapadores. Queda por comprobar, entre otros extremos, si se trata de la misma unidad que Baulard mandó llamar, pero los indicios apuntan en esta dirección. Y falta también por confirmar cuál era exactamente esta unidad -¿el 28º regimiento de ingenieros? ¿El 28º batallón? ¿O el 28º de transmisiones?- y sobre todo hasta cuándo prestaron sus servicios de enlace postal. Tampoco estaría mal conocer el nombre de su comandante -quizás dejó un dietario de su aventura andorrana, extremos al que eran muy aficionados los militares franceses, vean el caso del mismo Baulard- y cuál fue su destino en la inminente guerra mundial. Pero si hemos llegado hasta aquí, no duden que daremos con el final de esta historia. Es cuestión de tiempo, y la verdad, después de 74 años, no viene de unos meses.

[Este artículo se publicó el 8 de julio de 2014 en El Periòdic d'Andorra]

viernes, 11 de julio de 2014

Trafalgar: y Britannia gobernó las olas

El 21 de octubre de 1805 la flota de Nelson destrozaba ante las costas de Cádiz a la escuadra francoespañola comandada por Villeneuve; la victoria inglesa dio paso a un siglo largo de supremacía inglesa en el mar. Britannia gobernaba sin oposición a las olas.

Para Inglaterra fue la victoria decisiva, por no decir definitiva, que conjuraba de una vez por todas la amenaza de una invasión napoleónica, inauguraba un siglo de supremacía marítima y de paso -déjenme que lo diga: last, but not least- consagraba a Nelson como héroe popular.  Francia, que tan sólo seis semanas después aplastaba a los austrorusos en Austerlitz, lo digirió como un traspiés circunstancial en la lucha por el dominio del continente: "Una tempestad ha hundido unos cuantos navíos tras una batalla imprudentemente entablada", sentenció lacónicamente Napoleón. Pero para España significó la destrucción de su (sobre el papel) poderosa escuadra -el único activo que le confería cierto peso militar en la escena mundial-, el aislamiento de las colonias americanas y la expulsión definitiva del club de las grandes potencias, donde ejercía desde por lo menos un siglo antes como convidado de piedra. Un trago amargo que hubo que digerir convirtiendo Trafalgar en el paradigma de la derrota gloriosa que parece haber sido el sino fatal de las armadas hispánicas, desde la Invencible hasta Cavite.


El "toque Nelson" y su demoledor resultado: el almirante inglés dividió su escuadra en dos columnas y cargó perpendicularmente contra la el centro y la retaguardia aliada, dejando a la vanguardia francespañola literalmente fuera de juego. Una maniobra arriesgada porque durante la aproximación los navíos ingleses qudaban expuestos al fuego enemigo sin posbilidad de réplica, que ya contaba en los manuales de la época. Nelson se atrevió porque era consciente de la inferior capacidad marinera y sobre todo artillera de las tripulaciones francesas y españolas. A la escuadra inglesa la jugada le salió redonda, pero Nelson murió en la cubierta del Victory de un disparo procedente del Redoutable. Fotografías. Museo naval.
La batalla de Trafalgar comenzó a las 12.08 del 22 de octubre de 1805, cuando el Santa Ana, navío español de 112 cañones, abrió fuego sobre el Royal Sovereign (100). Son el segundo y el primer buque, a la izquiera del óleo de Clarkson Stanfield. En primer plano, el Victory de Nelson (100), resiste el ataque del Redoutable francés (74), que consciente de su inferioridad artillera, pretendía abordarlo. No lo consiguió porque el apoyo del Temeraire (98) permitió someter al buque francés. Pero fue precisamente del Redoutable del donde procedió el disparo que a las 13.30 hirió mortalmente a Nelson: son las tres naves del centro de la escena. A continuación del Victory, el Bucentaure francés (80), nave capitana de Villeneuve que fue capturada y posteriormente se hundió. A las 16.30, Gravina, a bordo del Príncipe de Asturias, ordena la retirada de lo que queda de la Combinada: lo siguieron tan solo once de los 33 navíos que horas antes formaban la flota francoespañola.

El balance de Trafalgar -"Una tempestad ha hunido unos cuantos navíos tras una batalla imprudentemente entablada", según Napoleón"- arroja las sigiuentes cifras: 4.400 muertos y 2.550 heridos por parte aliada, frente a los 450 y 1.250 del lado ingles. Por lo que respecta a las flotas, el resultado es todavía más abrumador:la escuadra española perdió diez navíos, incluido el Santísima Trinidad; la francesa, ocho, incluido el Bucentaure, la nave capitana de la flota combinada; la flota inglesa, por su parte, regresó íntegra a puerto. La mayor parte de los buques, a trancas y barrancas; pero no se perdió ni uno. Fotografía: Museo Naval.


Puede que cupiesen tres interpretaciones de sus consecuencias, pero batalla de Trafalgar sólo hubo una: la que el 21 de octubre de 1805 libraron ante el cabo de este nombre en la costa atlántica de Cádiz les escuadras inglesa -27 navíos de línea, comandados por el vicealmirante Nelson- y la francoespañola -con 33 navíos, al mando del también vicealmirante Pierre Charles de Villeneuve. Conocemos el desenlace, pero, ¿cómo se llegó a tamaño desastre? El historiador militar Hugo O'Donnell, autor de La campaña de Trafalgar, evoca los difíciles equilibrios de la diplomacia española para satisfacer las cláusulas de la peligrosísima alianza con la Francia Napoléonica, que exigía el pago de subsidios millonarios a cambio de no exigir la aplicación del Tratado de San Ildefonso, que estipulaba que en caso de guerra con Inglaterra, España debía entrar en liza al lado de Francia. Con la mala suerte de que el conflicto anglofrancés se había reactivadoen 1803 con la ruptura de la paz de Amiens: "Como enemigo, Francia era incluso más temible que Inglaterra, y el incumplimiento de las humillantes cláusulas de la alianza hubiera sido la coartada perfecta que Napoleón esperaba para invadir España. El mismo emperador lo había advertido abiertamente, así que en realidad a España no le quedaba alternativa".
La chispa que encendió la entrada en liza de España fue la captura en octubre de 1804 y por parte inglesa de unas fragatas procedentes de América, lo que suponía una flagrante violación de la precaria neutralidad española. Un agravio tal que ni el contemporizador Godoy pudo pasar por alto: en diciembre España declaraba la guerra a Inglaterra y ponía lo que quedaba de su escuadra en manos de Napoleón. La sentencia de muerte del imperio estaba dictada: "La jugada de Godoy era que al sacrificar la flota a los designios franceses, Napoleón se diera por satisfecho", especula O'Donnell. Lo cierto es que Napoleón necesitaba a la escuadra española para ejecutar la soñada invasión de la pérfida Albión. Una operación que antes de Trafalgar llegó a parecer factible: 150.000 hombres y 2.000 buques de transporte se concentraban en Bayona y cercanías preparados para cruzar el Canal. Pero para lanzar la invasión antes había que alejar de la Mancha a la flota inglesa del Canal -la Channel Fleet- y aprovechar ese intervalo precioso para transportar a la otra orilla a la fuerza expedicionaria. Descartado el enfrentamiento abierto, era la única opción francesa, y para conseguirlo Napoleón ingenió un audaz plan: reunir las dos flotas aliadas  -la Combinada- y proyectarlas al Caribe como señuelo para Nelson, y una vez expedito el camino, regresar rápidamente a aguas europeas para garantizar una momentánea superioridad francoespañola en el Canal. El plan se torció cuando, de regreso de las Antillas, Villenueve se dio de bruces con la escuadra de Calder, qué mala suerte: el combate, que tuvo lugar frente a Finisterre el 22 de julio de 1805, se saldó con tablas, pero obligado por la escasez de vitualla y de pertrechos, el comandante francés ordenó poner proa a Cádiz en lugar de dirigirse hacia la base de Brest, tal como estaba estipulado. Por este motivo O'Donnell considera que fue Finisterre, y no Trafalgar, la batalla decisiva que obligó a Napoleón a renunciar a su sueño inglés.
El 20 de agosto, la flota Combinada se refugiaba pues en Cádiz y Nelson retomaba el bloqueo: "Esta inactividad aparentemente humillante era sin embargo la mejor opción para los intereses españoles, porque evitaba el combate y mantenía a la flota inglesa ocupada con el bloqueo, aliviando la presión sobre el comercio americano". Hasta Villeneuve comprendió la inoportunidad de obedecer a Napoléon, que ordenaba combatir a la mínima ocasión "para salvar el honor de las águilas francesas", y el 8 de octubre suspendió la orden de hacerse a la mar. Pero las circunstancias se confabularon contra los intereses aliados: el 18 de octubre llegaron informes de que seis navíos habían abandonado el bloqueo en dirección a Gibraltar, cosa que ponía a la flota de Nelson en clara desventaja numérica; paralelamente, se supo que el almirante Rosily había llegado a Madrid, camino de Cádiz, para substituir a Villeneuve, "quien se veía ahora postergado y encima por un personaje tan dudoso como Rosily, que hacía una década que no navegaba". Así que olvidando la prudencia con que se había manejado hasta entonces, el vicelamirante decidió jugárselo todo a una carta suicida y ordenó la salida de la flota para reivindicarse ante el emperador.
La última gran batalla de la historia de la navegación a vela se saldó con una escabechina: los españoles sufrieron un millar de muertos y más de 1.400 heridos; a los franceses todavía les fue peor (3.400 y 1.150); los ingleses, en cambio, salieron del encuentro relativamente bien parados (450 muertos y 1.250 heridos). Eso sí, entre sus bajas mortales hubieron de contar a Nelson. El balance todavía fue más demoledor por lo que respecta a las flotas: la escuadra española perdió diez navíos, entre hundidos y capturados -incluido el Santísima Trinidad, el mayor buque de guerra de la época; la francesa, ocho, incluido el Bucentaure, la nave capitana de Villeneuve, mientras que todos los navíos ingleses, absolutamente todos, regresaron a puerto. La mayoría, eso también, tan tocados que tardaron meses en volver al servicio o tuvieron que ser jubilados prematuramente, como fue el caso del Victory. En fin, que España desapareció ese 21 de octubre de 1805 del mapa de las potencias marítimas, papel que había ejercido durante los últimos tres siglos; y Londres bautizó con el nombre de Trafalgar su plaza más emblemática.

Del "Nelson Touch" a la "Band of Brothers"
La táctica inglesa en Trafalgar consistió en atacar la reglamentaria línea de combate enemiga -los 33 navíos de la Combinada se extendían por un arco de siete kilómetros- dividiendo la escuadra propia en dos columnas que cortaron perpendicularmente el centro y la retaguardia aliada. La vanguardia quedó aislada y apartada del centro del combate y los ingleses obtuvieron una momentánea pero decisiva superioridad numérica donde se jugaba el destino de la batalla. Por no hablar de su superior y no menos decisiva eficacia artillera. Pero el Nelson Touch, como se bautizó a esta heterodoxa táctica, no era estricta novedad: "Constaba en todos los manuales de táctica", recuerda O'Donnell, "y era extremadamente arriesgada porque durante la aproximación a la línea enemiga, los navíos ingleses quedaban expuestos al fuego contrario sin posibilidad de réplica. Nelson se atrevió a llevarlo a la práctica no por una audacia temeraria, sino porque era conocedor de las pocas condiciones marineras de las tripulaciones aliadas, que dejaron en la línea de combate huecos enormes por donde se deslizaron los ingleses". Además del Toque Nelson, O'Donnell se refiere al espíritu de compañerismo que reinaba entre los capitanes ingleses, la Band of Brothers de las crónicas coetáneas, a los que dejaba toda la iniciativa una vez entablado en combate. La devoción por el comandante se transmitió a las tripulaciones, que vibraron -y no es extraño- con el último mensaje de Nelson antes de la batalla: "England expects that every man will do his duty". Sólo hace falta recordar la escena de Master & Commander en que Jack Aubrey rememora su participación en la batalla del Nilo, al lado del almirante, para entender la confianza ciega que despertaba entre sus hombres.

Dramatis Personae (y dos buques)

Nelson: el héroe inglés. Vencedor de San Vicente, Copenague, Aboukir y el Nilo, y comandante de la flota del Mediterráneo desde 1803, Horatio Nelson (Norfolk, 1758) había perdido en combate un brazo y un ojo, y ya era considerado un héroe nacional antes de morir en Trafalgar, a bordo del Victory. Y eso que su vida íntima -casado con Frances Nisbet y amante de Emma Hamilton, lady Hamilton, la esposa del embajador inglés en Nápoles- le costó la enemistad manifiesta del Almirantazgo.

Villeneuve: el villano francés. El malo de Trafalgar. O'Donnell lo culpa de la decisión de abandonar la seguridad que ofrecía el puerto de Cádiz y salir a combatir a la superior escuadra inglesa, pero considera que la formación en línea que planteó -pésimamente resuelta, eso sí- era la única viable. Pierre Charles Villeneuve (Valensoles, 1763) cayó prisionero para mayor humillación a bordo del Bucentaure, su nave capitana. Liberado en 1806, se suicidó en Rennes para no tener que rendir cuentas ante el emperador.

Gravina: el mártir español. Era, según O'Donnell, el más dotado de la brillante generación de marineros ilustrados españoles desaparecidos en Trafalgar, con Churruca, Alcalá Galiano, Valdés y Escaño. En Trafalgar ejerció como almirante de la flota española y como segundo al mando tras Villeneuve. Italiano de nacimiento (Palermo, 1756), Gravina murió en enero de 1806 a consecuencia de las heridas que sufrió a bordo del Príncipe de Asturias.

El rey del mar. El Santísima Trinidad, con cuatro puentes y 136 cañones, era el mayor buque de guerra de su época. En Trafalgar muerieron 205 de sus 1.071 tripulantes, fue capturado y al día siguiente de la batalla se hundió a consecuencia del temporal. Más suerte tuvo el Montañés, navío de 80 cañones conde embarcaron los 108 soldados del batallón de voluntarios de Cataluña: después de combatir al Bellerophon -¡pero que nombres estupendos tenían los buques ingleses!- quedó en un golpe de suerte a sotavento y por lo tanto al margen de la batalla. Sufrió tan solo 20 bajas y fue unos de los once navíos aliados que regresaron a Cádiz.

El Victory, museo flotante. Era la nave capitana de Nelson desde que en 1803 se había hecho cargo de la flota de Mediterráneo Construido en 1765, tenía tres puentes y 100 cañones. En Trafalgar embarcaba una tripulación de 734 hombres. Remolcado a Gibraltar tras la batalla -donde fallecieron 57 hombres de su dotación- pudo ser reparado y hasta 1812 sirvió en la flota del Báltico. Desde 1824 está anclado en Portsmouth, la histórica base naval británica, primero como nave capitana del puerto y desde 1922 como museo flotante. Estupenda web en www.hms-victory.com.

[Este artículo se publicó el 21 de octubre de 2005 en el semanario Presència]


martes, 8 de julio de 2014

Don Roque, el diplomático

Robert Lizarte localiza la respuesta del presidente Roosevelt a la felicitación del Síndico Roc Pallarès.

¡Qué final más redondo para el primer intercambio diplomático entre los EEUU y Andorra! Seguro que lo recuerdan, porque lo contábamos ayer mismo a cuenta de la felicitación que el Síndico Roc Pallarès le envió en marzo de 1933 a Franklin D. Roosevelt con motivo de la investidura de este último como 32º presidente. Una pintoresca, ingenua y conmovedora carta manuscrita que se conserva en la biblioteca presidencial de Albany (Nueva York) y que el historiador Gerhard Lang -el hombre que ha seguido el rastro de nuestro Borís Skossyreff por medio mundo- exhumó tiempo atrás y que ha acabado cediendo al Archivo Nacional de Andorra -una copia, ep, que el original se quedó en Albany. Pues ayer nos quedamos a medias: teníamos la carta del Síndico y la respuesta que el jefe de gabinete de Roosevelt, Louis Howe, le proponía al presidente. Y aquí abajo tienen copia de la carta que el cónsul de los EEUU y señora, Mr. y Mrs. Dawson, le entregaron en persona a nuestro buen Roc en mayo del mismo año. La copia del documento forma parte de la colección de Robert Lizarte, que lo mismo sube a un campanario para escrudriñar los secretos de nuestras campanas que caza pedazos de historia perdidos en el hiperespacio. Puestos a ser puntillosos, alguien se quejará porque se trata de una humilde copia, y que lo que toca es localizar el original: si sobrevivió, como parece probable, a la Revolución de 1933, el sentido común indica que debería conservarse en el Consell General o en Sindicatura. Pero tampoco pondremos la mano en el fuego. Ya no.


Respuesta del presidente Roosevelt a Roc Pallarès, fechada el 12 de abril de 1933 y que le fue trasladada al Síndico por el cónsul general de los EEUU un mes más tarde, y crónica del ABC de Sevilla sobre la visita que Pallarès y el subsíndico, Agustí Coma, giraron a Manuel Azaña en octubre de 1931, cuando acababa de jurar como presidente del gobierno provisional de la República. Fotografía: Archivo Robert Lizarte.

Hay que decir que la misiva de Roosevelt fue probablemente una de las últimas intervenciones de Pallarès en la (digamos) escena internacional, porque en agosto de 1933 fue destituido -de hecho, fue una de las víctimas ilustres de la revolución. Pero ni mucho menos la primera: por lo visto, era el Síndico hombre a quien gustaba la alta política, si por alta entendemos internacional. El mismo Lizarte ha localizado la crónica que el ABC de Sevilla -¿de verdad había algún lector sevillano a quien le interesaban estos episodios?- publicó sobre la visita que nuestro hombre y el subsíndico, Agustí Coma, giraron en octubre de 1931 a Manuel Azaña, que acababa de jurar el cargo como presidente del gobierno provisional de la República. Como se ve, tenía querencia por los gestos simbólicos y por los grandes momentos históricos, y sabía aprovechar la ocasión: a Roosevelt le escribió con motivo de la investidura, y seguro que por su cabeza llegó a pasearse la posibilidad de cruzar el Atlántico, pero no; a Azaña, cuando el hombre todavía ocupaba el cargo de forma más o menos interina. Pero él, como si nada: cogió los bártulos y se plantó en Madrid "por un deber de cortesía" -dice el periodista del ABC- "y a la vez gestionaremos algún asunto de enseñanza y alguno de hacienda". Aquí entra en acción Coma, que va directo al grano: "Queremos que la República nos conceda libertad de aduanas y también procuraremos que nos subvencione la enseñanza del castellano". Por pedir, que no quede. Pero que conste que hoy en Andorra cualquier ciudadano (o residente) puede llevar a sus hijos a la escuela pública española. Gratuita... y pagada por los españoles. Así que Pallarès no pedía nada del otro mundo. Para la posteridad queda el detalle de que Pallarès y Coma se hicieron acompañar por Andreu Massó, "el abogado asesor del Consejo General de la misma República" (andorrana, en este caso) y personaje ubicuo en la vida andorrana de los años 30, y la descripción del Síndico -Roque, para el reportero- como "un viejecito en roble (?) apacible y fuerte". El hombre sentado en el centro de la fotografía. Lo que quieran, pero lo cierto es que no habrá mucha gente que pueda presumir de haber conocido a Azaña y de haberse carteado con Roosevelt. Don Roque, sí.

[Este artículo se publicó el 24 de enero de 2014 en El Periòdic d'Andorra]

lunes, 7 de julio de 2014

'My Dear Mr. President...'

El fondo del historiador Gerhard Lang depositado en el Archivo Nacional conserva copia de la felicitación del Síndico Roc Pallarés a Franklin D. Roosevelt con motivo de la primera investidura del presidente de los EEUU; lo más sorprendente es que el yanqui respondió.

La cosa va hoy de presidentes. Uno, Franklin D. Roosevelt, acababa de ser investido 32º presidente de los EEUU. Esto ocurría el 4 de marzo de 1933 -recordemos que Roosevelt fue reelegido en 1936, 1940 y 1944- y a nuestro Síndico, entonces Roc Pallarès, le faltó tiempo para enviarle una carta de felicitación fechada aquel mismo mes de marzo. De tú a tú, porque Pallarès, que apuraba sus últimos meses de mandato, no tenía pelos manías: "Mensaje dirigido por el Presidente de la pequeña República de Andorra al nuevo Presidente de los Estados Unidos, Mr. Roosevelt..." El mensaje en cuestión, que forma parte del muy prometedor fondo que el investigador alemán Gerhard Lang ha depositado en el Archivo Nacional, consiste en dos páginas manuscritas, una veintena escasa de líneas encabezadas por el sello de Sindicatura, redactadas en un esforzado castellano y con una caligrafía más que razonable -¡y sin faltas de ortografía! El contenido constituye una lacónica y algo pelotera declaración de buena voluntad, sin florituras ni divagaciones, en que Pallarès no descuida "hacer votos para que pueda ver realizados y con feliz éxito todos los proyectos que en bien de América y de sus ciudadanos tiene proyectados".


Las dos páginas manuscritas con el membrete de Sindicatura con que el Síndico Roc Pallerès felicitó la investidura de Roosevelt como 32º presidente de los EEUU. La recepción por el Departamento de Estado está fechada el 1 de abril de 1933, y el original se conserva en la biblioteca presidencial de Albany (Nueva York). Como intermediario en el trayecto de ida actuó Ralph Heinzen, corresponsal de la agencia United Press en París. Esta copia realizada por Gerhard Lang se conserva en el Archivo Nacional de Andorra. Fotografía: Máximus.
Transcripción mecanoscrita al inglés de la carta del Síndico Pallarès efectuada por el Departamento de Estado. La copia también procede del fondo Lang y se conserva en el Archivo Nacional de Andorra. Fotografía: Máximus.

Hasta aquí, nada que se salga de la cortesía habitual en las relaciones (ejem) internacionales. Al fin y al cabo, se trata de dos presidentes interactuando en razón de su cargo. Lo curioso del caso es la pintoresca fórmula en que el Síndico le hizo llegar a Roosevelt su "más cordial y sincera felicitación": a través del corresponsal en París de la agencia United Press, un tal Ralph Heinzen que por lo que parece aterrizó por nuestro rinconcito de Pirineos en el invierno de 1933, quizás atraído por la (digamos) revolución que se estaba cociendo por aquí. Así lo cuenta el primer documento de este exótico dosier que parece salido, comprenderá el lector, de una película de los hermanos Marx: una carta que el presidente -jolín, otro- de UP en Nueva York le envía al delegado de la agencia en Washington, Fred Storm: "Aquí va una interesante: he ejercido a lo largo de mi vida de intermediario entre jefes de gobierno, y también de consejero en la sombra de pobres diplomáticos, pero jamás me habían solicitado que mediara entre dos presidentes". La cosa comienza bien., y continúa todavía mejor con el relato de cómo el presidente de Andorra -"La República más antigua del mundo, según tengo entendido", suelta Storm en un alarde de originalidad- le solicitó al bueno de Heinze que trasladara sus congratulations a Roosevelt: "Como no tiene secretario, lo escribió él de su propia mano, y como tampoco tiene ministro de Asuntos Exteriores ni, de hecho, problemas exteriores -¡hombre afortunado!- tuvo que recorrer a nosotros para llegar a la Casa Blanca". Lo mejor de todo llega en el post scriptum: "Por cierto: su nombre es Roc Falleres" [sic].
El caso es que contra pronóstico, la carta del Síndico acabó llegando a la Casa Blanca, después de pulular unos días por la Secretaría de Estado y de generar el correspondiente papeleo sobre cómo procedía responder al presidente de la república más antigua del universo -según tenía entendido Heinze. Y aquí viene la segunda sorpresa: que Roosevet encontró un momento para contestar. Bien, quien hizo un hueco en su agenda fue su jefe de gabinete, Louis Howe, el cerebro de la todavía más concisa respuesta, a duras penas una decena de líneas, mecanografiadas y en inglés, encabezadas por un sonoro "My Dear Mr. President", y que dicen así: "Es con mi más sincero agradecimiento que he recibido la amable comunicación que me dirigió con motivo de mi investidura como Presidente de los EEUU. Reciba un cordial saludo, créame, señor Presidente. Sinceramente, Franklin D. Roosevelt". El caso es que la carta -en el Archivo Nacional se conserva una copia procedente de la biblioteca personal del presidente norteamericano- no está dirigida ni a Roc Pallarès ni tan solo a Roc Falleres, sino a "Su Excelencia Roi [sic] Palleres, presidente de la República de Andorra".
El epílogo de este sainete -uno se imagina a los funcionarios del Departamento de Estado buscando desesperadamente información sobre nuestra remota y minúscula república- es el viaje inverso que tuvo que girar la respuesta presidencial. Nos da de ello oportuna noticia un artículo del Majorca Sun publicado en mayo de 1934 y rescatado de las profundidades abisales de la hemeroteca universal por el mismo Lang. Según el diario mallorquín, los encargados de trasladar el mensaje a Andorra fueron el cónsul general de los EEUU y su esposa, Mr. y Mrs. Dawson, que según la crónica viajaron en coche desde Barcelona, fueron recibidos "calurosamente" por el "ejecutivo" andorrano y por los consellers, se instalaron unos días en el hotel de Bernat Mas en Encamp -el histórico hotel Oros, que resultaría arrasado en las devastadoras inundaciones de octubre de 1937, pero ésta es otra historia- y tuvieron el humor de hacer alguna escapadita, con especial atención a la vez que se desplazaron hasta Soldeu, "la localidda más alta del país", dicen, "y hasta donde nos permitió avanzar la nieve".. La excursión, probablemente la primera misión diplomática norteamericana en Andorra, tuvo como guía de excepción al periodista y viajero Lawrence Fernsworth, que acababa de publicar en el National Geographic un extenso reportaje, Andorra: Mountain Museum of Feudal Europe, con un título que delata los prejuicios con que los yanquis se plantaron por aquí. Pero no nos pondremos ahora tiquis miquis, porque de lo que se trataba hoy era de celebrar la "sincera" y "cordial" amistad entre Roi Falleres y Franklin D.

[Este artículo se publicó el 23 de enero de 2014 en El Periòdic d'Andorra]

sábado, 5 de julio de 2014

Cuando Andorra regateó a Napoleón

Se cumple el segundo centenario del decreto napoleónico que restableció la soberanía francesa sobre Andorra.

Hace 200 años, el 27 de marzo de 1806, Napoleón Bonaparte firmaba en el palacio de las Tullerías de París el decreto imperial que restablecía la (co)soberanía francesa sobre Andorra y que le permitía añadir el de Copríncipe a su larga colección de títulos, comenzando por el de Emperador de los franceses, desde 1804, y rey de Italia, desde 1805. No era fruto de una brillante campaña militar, ni de una astuta encerrona del estilo del pacto de Bayona, que como es sabido comportó la abdicación de los Borbones españoles en favor de su hermano José I. Ni mucho menos. La firma de Napoleón al pie del decreto imperial fue un gol en toda regla que la (ejem) diplomacia andorrana metió por la escuadra del monarca más pdroso del momento, según la entusiasta interpretación que acompaña la exhibición -por primera vez en público- de la copia andorrana del documento, que con motivo del bicentenario se puede visitar en la Casa d'Areny-Plandolit de Ordino.

Napoleón en su estudio de las Tullerías, óleo pintado en 1812 por Jacques-Louis David por encargo del duque de Hamilton que desde 1954 se conserva en la Washington National Gallery of Art. Quizás fue en este lugar donde el emperador firmó el decreto por el que restablecía la qüèstia y por lo tanto la cosoberanía sobre Andorra, suspendida en 1793. Fotografía: Washington National Gallery of Art. 

Fotografía inédita del Armario de las Seis Llaves en 1936, que distribuyó la agencia Wide World Photo; en este mueble que todavía existe en un rincón de la sala noble del antiguo Consell General, en la Casa de la Vall de Andorra la Vella, se conservaron hasta 1993 -fecha en que fueron depositados en el Archivo Nacional- los principales documentos generados por el Consell General, el órgano legislativo andorrano. Entre ellos, la copia del decreto imperial que restablecía la qüèstia. En 1976, con la segregación de Escaldes y la creación de la séptima parroquia, se le añadió una séptima llave, una por parroquia: para abrir el armario, se debían introducir las siete llaves simultáneamente. Fotografía: Wide World Photo / Fondo Marc Pantebre / Archivo Nacional de Andorra.

Aquel 27 de marzo de 1806 hacía más de seis años que se jugaba el partido: exactamente, desde que en 1801 el Consell General -el órgano máximo de la administración andorrana- había comisionado a dos de sus miembros para solicitar a Bonaparte el retorno a la situación anterior a 1793, cuando en plena resaca revolucionaria al tesorero del Arieja le dio un ataque de ortodoxia y se negó a recibir les 935 libras en que el historiador Antoni Morell cifra el tributo -la qüèstia, de reminiscencias feudales y por lo tanto contrarrevolucionarias- que históricamente satisfacía Andorra al copríncipe francés. El honorable pero insidioso gesto del tesorero -¿quién le mandaba hacerle ese favor a los andorranos?- comportó la suspensión de hecho de la cosoberanía que desde 1278 -con el Segundo Pareatge- ejercían el obispo de Urgel y el rey de Francia -heredero del conde de Foix, que es quien firmó el documento. No es que los andorranos sintieran una especial devoción por el emperador, sino que el mutis francés ponía en peligro el equilibrio de poderes entre España y Francia preconizado por Fiter i Rossell en el Manual Digest como una de las claves de la independencia del país. Y sobre todo, y esto era mucho peor, finiquitaba el peculiar régimen aduanero que -ya entonces- se encontraba en la base de la precaria  prosperidad andorrana: "La Revolución no había tenido consecuencias en la vida política de Andorra porque incluso en tiempos de la monarquía absoluta la intervención francesa se limitaba al nombramiento del veguer. Pero sí tocó los bolsillos de los ciudadanos: como súbditos que según este alambicado régimen de Coprincipado se consideraban del rey de Francia, podían importar libremente del país vecino alimentos y otras mercancías con las que mercadear luego por España. Un privilegio similar por el lado español les permitía exportar productos andorranos Pirineos abajo. Así que se había instituido desde tiempos remotos un singular circuito comercial transpirenaico: sobre todo, mulas y animales de tiro, que los andorranos compraban en Francia, engordaban en el Principado y revendían en España haciéndolos pasar por propios", cuenta el también historiador David Mas.
La Revolución había acabado con este interesante statu quo -interesante para los andorranos, claro. Seis años tardó a burocracia imperial en resolver la insólita petición andorrana: no parece una exhibición de influencia diplomática, precisamente. ¿Cabe hablar en estas circunstancias de gol andorrano? ¿Ni siquiera de dribling? "Era necesaria una cierta habilidad para que un asunto que afectaba a la remota, insignificante Andorra llegara siquiera a los oídos del emperador. Y también hay que tener en cuenta la coyuntura: Napoleón estaba en el momento de máximo apogeo. Con el Coprincipado se investía de uno de los títulos -y del aura que lo acompaña- que habían ceñido los monarcas franceses, un gesto que también podía tener algo de vanidad personal. Por otra parte, Bonaparte se aseguraba el control de un paso fronterizo que podía ser decisivo en el caso de una hipotética invasión de España". O no tan hipotética, si tenemos en cuenta cómo transcurrió posteriormente la historia. En cualquier caso, ya fuera por la pericia de los negociadores, por el contexto internacional o por la vanidad del emperador, lo cierto es que Andorra recuperó en 1806 la cosoberanía, y de paso los privilegios comerciales. Y que tanto la una como los otros los ha sabido conservar hasta el día de hoy. Y para esto sí que es necesaria una indiscutible habilidad.

¿Y si no hubiera firmado?
La situación políticamente inédita (y dudosa) en que quedó Andorra entre 1793 y 1806, cuando Napoleón ordena aceptar el tributo andorrano y el nombramiento del veguer, y restablecer con este simple gesto la cosoberanía, permite especular con lo que hubiera podido ocurrir si el emperador no hubiera firmado el dichoso papel. O si la petición, más bien súplica andorra -qué extraño, debió de pensar el corso, que vengan a casa a decirme que no quieren ser independientes, que prefieren tener como soberano a alguien como yo- no hubiera llegado a sus altas manos. ¿Habría continuado Andorra bajo la soberanía ahora única del obispo de Urgel? O más probablemente habría terminado absorbida por uno u otro de sus ambiciosos, insaciables  vecinos? En este último caso, ¿por cuál? ¿Por la poderosa Francia, que con Napoleón ya había previsto la anexión de la Cataluña español? ¿O quizás por España, hacia donde basculaba de forma natural la influencia del obispo, y que también había trazado una serie de planes más o menos quiméricos para ocupar el Principado, uno a cargo de Francisco de Zamora, a finales del XVIII, y otro algo más tardío, obra de Bonifacio Ulrich y fechado hacia 1840? Mas lo tiene claro: "La cosoberanía ha sido históricamente la garantía de nuestra independencia. Con el obispo como copríncipe único, calculo que a mediados del siglo XIX, tras la Desamortización de Mendizábal y en el contexto de las guerras carlistas, España hubiera intentado zamparse a Andorra. Otra cosa es si Francia lo hubiera permitido. Aunque también cabe imaginar una especia de transacción entre ambas. Por ejemplo, que Andorra pasara a manos españolas a cambio de la cesión a Francia del enclave de Llívia. O el mismo tejemaneje pero con el Valle de Arán como moneda de cambio. Lo que me parece de todo punto inimaginable es que Andorra hubiese sobrevivido hasta el día de hoy como estado independiente". En cualquier caso, la historia parece haberle dado la razón a Fiter i Rossell, que aviesamente recomienda en el Manual: "En temps de guerra entre Espanya i França, no demostrar parcialitat per una Corona en contra de l'altra, sinó conserva la neutralitat" (máxima 37). Y también: "Per ningun motiu redimir-se de la quèstia i drets que les Valls paguen als coprínceps, ni tampoc procurar altra Justícia que la que han tingut fins al present" (máxima 48).

El armario de las sorpresas
El decreto imperial que hasta el 27 de abril se expone en la Casa d'Areny-Plandolit procede el fondo documental conservado en el llamado Arxiu de les Set Claus (Archivo de las Siete Llaves), así denominado porque se custodiaba en el Armari de les Set Claus (Armario de las Siete Llaves: una por parroquia, o que es como se llaman los municipios por aquí arriba) que por lo menos desde 1580 servía de archivo para la documentación que generaba el Consell General, el máximo órgano político y administrativo del país: actas, sentencias, privilegios, cuentas, ordenaciones, resoluciones, correspondencia con copríncipes y veguers, e incluso una escogida biblioteca con títulos como la copia manuscrita del Manual Digest (1748), el Politar andorrà (1763) y la Lleuda de Cerdanya (1493). Pero la estrella del Arxiu de les Set Claus és el Pareatge de 1278, firmado por el obispo de Urgel, Pere d'Urg, y Roger Bernat III, conde de Foix y vizconde de Castellbò, un documento que constituye el acta de nacimiento del Coprincipado. Interesante es también el Codex miscel·lani, un conjunto heterogéneo de textos fechado entre los siglos XII y XVI, entre los que destaca un largo fragmento en catalán del Tristany i Isolda que el romanista suizo Enric Ros sospecha que podría tratarse de la versión madre -procedente, eso sí, del original francés, hoy perdido- de uno de los títulos fundacionales de la literatura occidental. Vamos, que según el bueno de Ros los Tristanes que pululan por el mundo son (quizás) traducciones y versiones del andorrano... En total, el Arxiu de les Set Claus conserva 5.525 documentos en papel y 190 pergaminos, el más antiguo de los cuales data de 1176, que no está nada mal. Faltan, eso sí, las actas del Consejo entre 1681 y mediados del XIII. Un lamentable vacío que ha impedido seguir, por ejemplo, la peripecia de la comisión encargada de negociar el regreso de la cosoberanía. O la génesis del Manual Digest, el gran tratado político e institucional del país. Añadamos para finalizar que el Armari de les Set Claus lo fue originalmente de solo seis: la séptima llave hiubo que añadirla un cerrajero en 1978, cuando Escaldes -hasta entonces un quart o barrio de la capital, Andorra la Vella- se convirtió en la séptima parroquia del país. Los fondos del Arxiu de les Set Claus se microfilmaron en 1983 y se pueden consultar en el Archivo Nacional.

[Este artículo se publicó el 14 de abril de 2006 en el semanario Presència]





Vindicación del obispo Simeón

El historiador catalán Jordi Buyreu reconstruye el decisivo papel del prelado de Urgel en el mantenimiento de las instituciones, la neutralidad y los privilegios andorranos tras la Guerra de Sucesión, en que el Consell de la Terra reconoció al perdedor, el archiduque Carlos.

Imagínese el lector al Muy Ilustre Síndico dirigiendo una recua de mulas cargando los 600 quesos, 600, que el Consell de la Terra le envía en plan obsequio al rey Felipe V, que ha puesto corte en Zaragoza. Sólo el viaje ya debió de ser una aventura, por no decir una proeza, entre dramática y algo cómica. Dramática porque la comitiva atravesaba un país sumido en la Guerra de Sucesión; y cómica porque uno se imagina el diálogo de besugos del buen Síndico ante las inquisitivas preguntas de las tropas con que se iba cruzando: "¿Qué llevan estas bestias? Pues quesos para nuestro señor el Rey". El caso es que los andorranos de la época intentaban congraciarse con el nieto de Luis XIV, el Borbón que aspiraba a la corona hispánica -de hecho, ya era rey- y en cuyo favor se estaba decantando la guerra. Estamos en 1711 y resulta que llevados de un exceso de celo, por las circunstancias o -más probablemente- por una fatal colusión de todos estos factores, el Consell de la terra tenía que hacerse perdonar la precipitada toma de partido por el rival de Felipe, el archiduque Carlos de Anjou, desde 1705 rey de los catalanes. Lo cuenta con pelos y señales el historiador catalán Jordi Buyreu, profesor de Historia Moderna en la Universidad de Barcelona, en La Guerra de Sucesión en los Valles de Andorra (1700-1720), suculento artículo recientemente publicado en la revista de Historia Moderna de la Universidad de Valencia.

"Plan de Castel Siutat et de la Ville d'Urgell" conservado en la Biblioteca Nacional de Francia. Fotografia: Gallica.


"Planta de fortificación de Castellciutat con lo que esté hecho, lo que se va fabricando y lo que se ha de hacer", fechado en 1692 y conservado en el Archivo General de Simancas junto a un discurso del ingeniero mayor Ambrosio Borsano sobre la ciudadela, uno de los escenarios de la Guerra de Sucesión en el Alt Urgell. Fotografía: Ministerio de Cultura / Archivo General de Simancas.

Una aventura excepcional porque nuestros abuelitos del XVIII llevaron hasta la perfección el noble arte de hacerse el andorrano. Ya saben, mirar hacia otro lado, hacer como si no y preguntarse en voz alta: ¿Yo? ¡Ni idea! Buyreu trata de explicar(se) en una veintena de suculentas páginas cómo se li hizo aquella buena gente para mantener no solo las exenciones fiscales y los pirivilegios comerciales que España y Francia les reconocían desde tiempos casi inmemoriales sino también y sobre todo el peculiarísmo statu quo jurisdiccional e institucional: el Coprincipado, la (proto)independencia y la semilla de la soberanía actual. En resumen: ¿cómo es posible que Felipe V respetara la singularidad andorrana después de que el Consell de la Terra apostara por Carlos de Anjou, cuando en la vecina Cataluña se aplicó a consciencia para anular sus instituciones seculares Decreto de Nueva Planta mediante? ¿Por qué perdonó a Andorra pero no a Cataluña? Y mira que tenía muchos y buenos motivos para el castigo. No solo el reconocimiento del rey Carlos III, detalle que según cómo podría interpretarse como un crimen de lesa majestad. Es que en 1709 el Consell de la Terra satisfizo la qüestia reglamentària al obispo Julián Cano, como era de ley aunque el mitrado estuviera huido, y también al de Anjou, por si acaso se le ocurría cortar el grifo y retirar los privilegios comerciales, como había amagado que haría. Hay que añadir que Andorra no lo tenía fácil, y que se la jugaba tomara la decisión que tomara e independientemente del aspirante al que apoyara: el obispo, decíamos, estaba huido porque -como recuerda Buyreu- era partidario de Felip, mientras que el capítulo catedralicio de la Seo se había alineado con el archiduque. Una situació "anómala" -según el historiador; quizás le sentaría mejor "pintoresca"- en que a los andorranos no les quedaba otra que hacer equilibrismos -la puta i la Ramoneta, vaya- para evitar males mayores. Tan pronto hubo reconocido al de Anjou como Carlos III, éste les confirmó los privilegios para importar mulas desde Francia. Pero es que además, cualquiera le tosía entonces a Carlos, con los ejércitos austracistas instalados en Cataluña y llevando la voz cantante en la guerra.
Pero estas veleidades imperiales no les iban a salir gratis, y los Borbones se lo iban a cobrar antes que después: ya en 1709, el duque de Noailles propone una primera represalia -los dichosos mulos que los andorranos podían importar libres de impuestos para después revenderlos en España. El mismo año, dice Buyreu, el Consell de la Terra ha de abonar una multa de 1.000 libras francesas, oficialmente por haber dejado pasar por su territorio a una partida de badoleros, pero la cosa huele también a represalia. En 1711, otra multa, esta vez de 11.000 libras. Una relación tirante que ya había empezado mal: en 1701, en los prolegómenos de la Guerra de Sucesión, las Cortes catalanas acordaron un "donativo" de 1,5 millones de libras barcelonesas al rey Felipe, y la Diputación del General exigió a Andorra  una contribución de 450 libras, "como el resto de poblaciones catalanas". Una exigencia absolutamente inólita que provocó las lógicas renuencias y que solo la intervención in extremis del obispo Cano evitó.

El arte de hacerse el andorrano
Catorce años y dos cambios de bando después, los consejeros no lo veían tan claro. Con razón: "¿Por qué los vencedores no abolieron las instituciones andorranas? ¿Por qué ni la monarquía española ni tampoco la francesa aprovecharo la coyuntura para acordar el traspaso del territorio a la jurisdicción de la una o de la otra?", se pregunta con legítima sorpresa Buyreu. Seguramente no fue gracias a los 600 quesos de 1711. Más bien apunta a las dotes diplomáticas (!?) de los síndicos del momento -esta rara habilidad para jugar a dos barajas sin terminar nunca de pillarse los dedos- pero sobre todo a la figura proteica del sucesor de Cano, Simeón de Guinda, al frente del Obispado desde 1714 hasta su muerte, en 1737, y a quien el historiador presenta como "un personaje capital para entender el mantenimiento de la neutralidad andorrana en aquellos difíciles años".
¿Cómo se lo hizo el navarro Guinda para convencer a Felipe y conservar pues los privilegios y el statu quo andorrano? Ante todo, siendo un hombre del régimen -del régimen borbónico, claro-, y porque por algún motivo que desconocemos tenía cierta influencia en la corte del monarca. Más que cierta: la suficiente para salirse con la suya y conseguir que en 1717, cuando se decretó la clausura de todos los colegios de la Compañía de Jesús  para favorecer a la leal ciudad de Cervera, la orden no afectara al de la Seo, el único de toda Cataluña que continuó abierto y como si nada. En fin, que el hombre "se tomó muy a pecho los derechos que le confería el Coprincipado y no estaba dispuesto a renunciar ni al poder ni a la jurisdicción sobre los Valles de Andorra, ni a ninguna otra de las prerrogativas y rentas que el título comportaba". Así que ordenó al Consell de la Terra que no satisficiera ningún tributo más que al rey de Francia o a él mismo, como estaba mandado, por mucho que lo mandara la borbónica administración de Su Católica Majestad.
El panorama se complicó de nuevo en 1719 con jua nueva guerra, esta vez entre Franca y España, y la consiguiente ocupación gabacha de los territorios fronterizos, incluida la Seo, donde los ocupantes restablecieron astutamente el régimen anterior a la Nueva Planta. El caso, dice Buyreu, es que "miembros destacados de la comunidad" -se refiere de nuevo a la Seo- mantuvieron "algunas reuniones conspirativas en Andorra para facilitar la entrada en la ciudad [de la Seo] de las tropas francesas". ¿Dónde? En casa del mismísimo Síndico, Joan Antoni Torres. Cuando las cosas se calmaron, tras la retirada francesa, de nuevo tenían los andorranos sobrados motivos para temer la ira del Borbón. Pero ni así. Concluye Buyrey que si salieron indemndes desués de jugar con fuego durante un par de décadas fue gracias a la doble señoría -el Copríncipe francés no tenía ninguna intención de dejarse arrebatar sus derechos de cosoberanía por estas latitudes- a la habilidad negociadora de Torres y compañía y sobre todo, sobre todo, a la influencia entre bambalinas que ejerció el obispo Guinda: "La paradoja es que la monarquía española aceptó las peticiones de Andorra por boca de Guinda -aun habiendo reconocido a Carlos III durante buena parte de la Guerra de Sucesión- mientras anulaba y perseguía las instituciones del Principado de Cataluña?" ¿Cabe mayor y mejor demostración práctica del noble arte de hacerse e landorrano? En fin, que agradecidos como sólo los andorranos sabemos ser, Simeón no tiene hoy ni una calle, ni una plaza, ni un triste rincón que salvaguade su memoria. Y esto, en un país en cuyo callejero clérigos, mosenes, obispos y demás són legión. Mi país y yo somos así, Señora.

[Este artículo se publicó el 2 de julio de 2014 en El Periòdic d'Andorra]


Reivindicación del obispo Simeón

El quinto volumen del Diplomatari de la Vall d'Andorra, consagrado al siglo XVIII, repasa unos años decisivos en la configuración de Andorra como realidad política "diferente de España y de Francia", sostiene el coordinador de la obra, el historiador catalán Jordi Buyreu.

Una mina, oigan. De lectura quizás pelín reconcentrada, porque no se puede obviar su origen (y su destino) esencialmente académico; pero con algo de paciencia -no mucha, de verdad- una auténtica mina de episodios y de personajes insólitos y pintorescos. Esto es lo que ofrece la quinta y -de momento- última entrega del Diplomatari de la Vall d'Andorra, correspondiente al siglo XVIII, editada por Jordi Buyreu y que ayer se presentó en la Biblioteca Nacional. Noticia de las gordas porque el anterior volumen del Diplomatari -el del siglo XV, porque el orden es en esta aventura algo caprichoso- se remontaba al 2002 y el proyecto parecía aparcado sine die en el cajón de las buenas intenciones. Como tantos otros similares, ya que hablamos de ello. ¿Por ejemplo? La coleción L'Andorra dels viatgers que patrocinaba el ministerio de Exteriores en la época de las vacas gordas -la del ministro Minoves, por concretar- y que un día fuese y no hubo nada.

Buyreu, en la presentación del Diplomatari de la Vall d'Andorra en la Biblioteca Nacional de Andorra, en diciembre de 2012. Fotografía: Àlex Lara / El Periòdic d'Andorra.

Pues no. Y vayamos de una vez por todas al meollo del tocho de hoy. Buyreu ha transcrito 109 documentos depositados mayoritariamente en el Archivo Nacional -archivo de las Set Claus, Llibre de resolucions del Consell de la Vall- y en menor medida, en los archivos comunales, parroquiales y también familiares -Casa Bonavida, Casa Colat, Casa Blau... Un trabajo de hormiga -decir de chinos, con el caso Emperador sub iudice, parce inoportuno- que Buyreu ha aparcado con dos criterios entre ceja y ceja: por un lado, seguir documentalmente el "proceso de afirmación" de Andorra como realidad política, social y cultural "diferente del Reino de Francia y de la monarquía hispánica". Un "proceso" que tiene en la Guerra de Sucesión y en la figura del obispo Simeón de Guinda (1714-1737) el momento y el personaje decisivos. Volveremos en seguida a ellos. Por otra parte, rastrear la vida cotidiana de los andorranos del momento. Entre los documentos que el historiador catalán ha desenterrado figura una centencia criminal -con c ochocentista, sí- dictada por el Consell de la Terra el 12 de octubre de 1739 y que condena a Guillem Castellà, "treballador del lloch d'Arensal", a tres años de remo en galera. No sabemos ni el crimen del que se acusa al pobre Castellà, ni dónde cumplió la pena, ni si volvió para contarlo. Tampoco queda claro si el tribunal fue en esta ocasión más o menos benévolo que el que el 2 de septiembre de 1733 había condenado a un ciudadano de quien no sabemos ni el nombre a la pena de "relegació ha una isla, nomenadora per sa magestat cathòlica, per lo temps de deu anys". Tampoco en este caso nos ha llegado el pecado que el reo debía expiar en una "isla". Contrabando de tabaco, quizás, no de los deportes nacionales que ya practicábamos tres siglos atrás con contumacia y que fue objeto de prohibiciones tan repetidas como, por lo que se ve, ignoradas: "Que desta hora en avant ninguna persona de qualsevol estat, sexo o condició que sia se atrevesca a fer o plantar tavaco, fabricar-lo ni negociar ab ell, baix pena de cot de la terra [o multa] i desterro perpétu de estas Valls", insistía el Consell General el 1 de marzo de 1765... señal de que la prohibición no tenía mucho seguimiento.
Más color tiene todavía la intervención del veguer Pere Fiter i Rossell -hermano de Antoni, el del Manual Digest: ¡menuda familia!- fechada en julio de 1754 y por la que ordena la detención de Jaume Vila, Isidor Font y Andreu Vila, "fadrins de la vila de Sant Julià", por haberles reventado el baile de la noche de San Juan a los vecinos de la plaza mayor de la localidad. Los hechos son los siguientes: "Jaume Vila isqué ab una barra, y mos apagarent los llums, cridant als demes fadrins que tranquessent los instruments al músich, no sent content de aver apagat ls llums y fer quedar donselles y casaes y viudes sensa llum a la plasa". Igualmente curiosa es la institución, el 14 de noviembre de 1713, de una causa pía a favor de la "doncellas pobres" de la capital por el benefactor Antoni Bosquets. Debía de haber más mujeres "aptas y idòneas" que dineros contante y sonante. ¿Cómo se repartía el capital? Fácil: en primer lugar, a la más pobre, en una competición algo indigna; si dos candidatas se demostraban igual de pobres, entonces tenía preferencia la más "virtuosa"; y en el caso extremo de que dos aspirantes fuesen igual de pobres y a la vez igual de virtuosas -que ya sería- "se posarà lo nom de cada una en redolí y sgons la sort de cada qual se farà consigna".
Hasta aquí hemos ido viendo cómo se las arreglaban los andorranos del siglo XVIII para ir tirando. Pero es que Buyreu se interesa también (y sobre todo) por la idiosincrasia política de este rincón de Pirineo. Se trata de explicar cómo y por qué Andorra, que tuvo el poco ojo de seguir a los catalanes en el apoyo al candidato austracista consiguió salir indemne de la Guerra de Sucesión. Mérito mayúsculo porque -como nos recuerdan día sí, día también, Junqueras y compañía- los territorios de la Corona de Aragón salieron trasquilados de la contienda. Para Buyreu, el mérito hay que repartirlo a partes iguales entre Guinda -no lo busquen en el callejero andorrano, tan pródigo en copríncipes de aquí y de allá, porque no lo encontrarán por ningún lado- y a las habilidades diplomáticas de los astutos andorranos del Ochocientos, que consiguieron dársela a todo un Luis XIV. En fin, que esto es un no acabar. Ya lo saben: en el Diplomatari del XVIII. Y no se dejen asustar por el título.

[Este artículo se publicó el 7 de diciembre de 2012 en El Periòdic d'Andorra]

miércoles, 2 de julio de 2014

Alicia Giménez Bartlett: "Los años andorranos fueron los más amables en la vida de la Pastora" (la Pastora y IV)

Vuelve la Pastora. Ahora, la de ficción, la que la escritora Alicia Giménez Bartlett (Almansa, 1953) convirtió en la protagonista de Donde nadie te encuentre, premio Nadal 2011. Ya saben: Florencio Pla Meseguer (Castellón, 1917-2004), alias la Pastora, el maquis hermafrodita que en 1956 se refugió en Andorra y que cuatro años después fue delatado, detenido y entregado a la policía franquista, acusado de 29 asesinatos y condenado a sendas penas de 30 y 40 años de prisión. Giménez Bartlett parte de la investigación que en la España negra -en este caso, negrísima- de 1956 emprenden un psiquiatra francés y un periodista barcelonés seducidos por el rastro del maquis hermafrodita.


Giménez Bartlett, creadora de Petra Delicado, se llevó el premio Nadal del 2011 con la novela Donde nadie te encuentre, donde sigue el rastro de Florencio la Meseguer, el maquis hermafrodita. Fotografía: El Periódico de Catalunya.


-¿Fue la Pastora un personaje digamos mediático, en España de los 50, o simple carne de cañón para publicaciones sensacionalistas tipo El Caso?
-Estudié el bachillerato en Tortosa, y en la época, en la zona del Maestrazgo y de los Puertos las madres decían: "Portate bien o vendrá la Pastora y se te llevará". Todo esto, en aquel ambiente tenebroso y de miedo. Recuerdo a mi padre, que era republicano, escuchando a escondidas emisoras extranjeras -entre ellas, Radio Andorra- mientras mi madre le decía: "Cuidado, que no te oigan los vecinos. Todo esto es hoy inimaginable".

-La policía le endosaba 29 asesinatos. Él sostenía que se había limitado a vigilar mientras sus compañeros perpetraban los golpes. ¿Cuál es su opinión al respecto, usted que lo ha conocido íntimamente?
-Dos tribunales franquistas, dos, no pudieron condenarlo a muerte porque no se pudieron probar todas las acusaciones. Pero es obvio que estuvo sistemáticamente involucrado en actos de violencia, que presenció asesinatos -en plural- y que si no fue cómplice por activa, como mínimo sí que lo fue por pasiva. Lo que podemos pretender es mitificar al personaje, presentándolo como una Madre Teresa de Calcuta que se encontró un fusil por casualidad. Pero al final, no me atrevo a pronunciarme sobre su culpabilidad. De hecho, lo que más me interesa es su trayectoria psicológica, retratar al ser humano que había detrás de la leyenda, su sufrimiento y su extrema soledad.

-¿Cree que el hermafroditismo de la Pastora derivó en una patología psicológica?
-Los indicios y testimonios dicen que no fue así. Tuvo que ser una persona muy equilibrada -no olvidemos sus muy humildes orígenes, y que no aprendió a leer ni a escribir hasta que ingresó en el maquis- para sobrevivir dos años absolutamente solo, escondido en una cueva, justo antes de irse a Andorra, y no perder la cabeza.

-Para el lector el hermafroditismo es, para decirlo suavemente, un elemento casi exótico. Pero para él debió ser una experiencia traumática.
-En realidad no era un hermafrodita puro. Sufría, es cierto, una malformación genital. Por eso su madre lo inscribió en el registro como mujer, para evitarle en el futuro las probables burlas de que hubiera sido objeto en el servicio militar, por ejemplo. Sus hermanas le pegaban porque era diferente, y aprendió a lidiar con todo este acoso a causa de su sexo ambiguo a base de violencia. Era un tipo alto y bien parecido, que sabía hacerse respetar. En la novela cuento un episodio en  mi opinión revelador: advertido por unos chavales de que un grupo de hombres pretendía emborracharlo y desnudarlo en medio de la plaza del pueblo, se presentó en la fiesta con un estupendo vestido rojo... y con un hacha reluciente y enorme al cinto.

-¡¿Un hacha!?
-Sí. La colocó ostentosamente en el colgador donde los otros dejaban los abrigos, y con voz bien alta dijo: "Espero que nadie me dé mucho trabajo, esta noche, porque sólo he venido a bailar". Y nadie le sopló. Este fue el tipo de aprendizaje vital por el que tuvo que pasar la Pastora.

-Calvo, su biógrafo, cuenta que en sus días andorranos conoció a cierta chica que podría haber sido el amor de su vida.
-Eso parece, pero el mismo Calvo duda de que jamás practicara sexo con nadie. La Pastora era consciente de que nunca tendría un novio, y mucho menos un marido. Pero tampoco novia ni mujer. Creo que había descartado el sexo entre sus expectativas vitales. Vaya, estoy convencida de ello, aunque no podemos estar del todo seguros.

-En un reconocimiento médico que se le practicó en Valencia en 1968 se afirma que el individuo dice tener apetencias por el sexo femenino y haber tenido eyaculaciones..."
-Era un gran masturbador, con el permiso de Dalí. Pero porque no tenía otro remedio, especialmente con los prejuicios y los temores de la época. Dudo por lo tanto que jamás tuviera sexo... si es que fisiológicamente podía practicarlo, porque eso tampoco lo sabemos.

-No parece un individuo excesivamente politizado. ¿Habría ingresado en el maquis si no hubiera sido hermafrodita?
-Diría que se hizo del maquis por motivos más psicológicos que no políticos. Vivió siempre solo y aislado: como sus hermanas le pegaban, su madre, que temía que lo acabaran matando, lo había entregado a los 9 años a otra familia, que a los 11 ya lo enviaba solo al monte a cuidar de los rebaños. No tuvo nunca una familia de verdad, ni por descontado novios, ni tan siquiera amigos. No tenía nada ni tenia a nadie. Y de repente descubre el maquis, encuentra unos compañeros que de entrada le enseñan a leer. Se siente por fin miembro de un grupo. Creo sinceramente que fue todo esto lo que le impulsó a quedarse. 

-Y usted, ¿se habría interesado literariamente por el personaje si no hubiera sido hermafrodita?
-Lo me atrajo de él no fue su condición sexual sino lo que se derivaba de ella: la absoluta soledad que experimentó a lo largo de toda su vida. Es que nos encontramos casi, casi, ante un experimento psicológico: cojan a una persona y háganla vivir aislada toda su vida, a ver qué pasa...

-Si fuera una historia de buenos y malos, ¿el primero sería el periodista Enrique Rubio, que se encarnizó con el personaje?
-Supongo que este señor no hizo nada tan diferente de lo que hoy hacen tantos periodistas: algo de sensacionalismo, aliñado con un poco de sal y otro de pimienta. Todo vale por la audiencia. O para vender diarios. 

-Marino Vinuesa, el funcionario de prisiones que lo acogió al final de su vida. ¿sería el bueno de la película? ¿O hay gato encerrado?
-No, no. He aquí un buen hombre, alguien que sintió piedad y obró en consecuencia. Vinuesa nos permite mantener la fe en el ser humano incluso en una historia tan triste, tan patética como la de la Pastora.

-¿Por qué se refugió en Andorra?
-Ya había estado allí en 1952. Sabía que era muy difícil pasar a Francia sin buenos papeles, y además tenía miedo de sus compañeros del maquis: no dejaba de ser un desertor y tenía todas las papeletas para que le acabaran montando un juicio sumarísimo. Quiero pensar que en algún momento pensó que en Andorra podría establecerse definitivamente. De hecho, allí rehizo su vida, tenía su trabajo e hizo algún dinero. Los años andorranos quizás fueron los más plácidos, los más amables de su vida. Pero lo delataron.

-Para terminar, y sobre el maquis: ¿los considera usted unos revolucionarios con causa, o unos bandoleros contumaces?
-Doy de ellos una visión bastante ecléctica y no los mitifico en absoluto. Ya está bien de prejuicios. ¿Héroes antifranquistas? Sí, pero con la excusa del maquis y del antifranquismo se cometieron muchos actos de violencia extrema e injustificada, y al final la sola idea de luchar contra la maquinaria de represión franquista equivalía a llevar a aquellos hombres, carne de cañón, al matadero.

[Esta entrevista se publicó el 16 de febrero de 2011 en El Periòdic d'Andorra]