Incursiones relámpago, estilo Sturmtruppen, en episodios que tuvieron lugar en Andorra y cercanías durante la Guerra Civil española, la II Guerra Mundial y las dos postguerras, con ocasionales singladuras a alta mar, a ultramar y si conviene incluso más allá.
[Fotografía de portada: El Pas de la Casa (Andorra), 16 de enero de 1944. La esvástica ondea en el mástil del puesto de la aduana francesa. Copyright: Fondo Francesc Pantebre / Archivo Nacional de Andorra]

martes, 31 de marzo de 2015

Pau Castell, historiador de la brujería: "Les ataban las manos a la espalda, las izaban con una polea y las dejaban suspendidas en el aire lo que duraban tres Avemarías"

Ha exhumado medio centenar de procesos del Tribunal de Corts -la jurisdicción penal andorrana, en la época sin apelación posible- conservados en el Archivo Nacional y fechados entre principios del siglo XV y 1593. El resultado es un fascinante a la vez que inquietante Quién es quién de la brujería local, con sorpresas como que las, ejem, hechiceras confesas -y confesaban, vaya si no, ya verán cómo- acababan no sólo en la horca, como reveló Robert Pastor años atrás, sino también y en la hoguera reglamentaria o, peor aun, descuartizadas. Lo cuenta en su tesis doctoral, accesible en línea en www.tdx.cat. Un festín.

El historiador leridano Pau Castell se doctoró con una tesis titulada Orígens i evolució de la cacera de bruixes a Catalunya (segles XV-XVI), accesible en línes en www.tdx.cat. También ha publicado Un judici a la terra dels bruixots: la cacera de bruixes a la Vall Fosca (1548-1549). Fotografia: P. Castell.


¿Conocemos los nombres de las primera brujas andorranas?
Sabemos de Caterina Yvona de Escaldes, que ejerció hacia 1430. Pero el juicio se ha conservado fragmentariamente y además no se refiere a ella como bruja sino como "metzinera" ("envenenadora"), que es un término muy vinculado a la brujería, pero que no es exactamente lo mismo.

¿Y de las primera que terminaron sus días en el patíbulo?
La Vidala del Pujol [¿Puial?] y la Duranda de Canillo, hacia los años 50 del siglo XV.

¿Colgadas?
Primero las colgaron y después quemaron el cadáver: era el procedimiento habitual. Pero también hubo casos de descuartizamiento.

Glups.
Joana Call, alias la Sucarranya, de Engordany. El escribano dibujó una viñeta donde se ve claramente como la trocean. ¡Y adjuntó el dibujo al legajo! Nos ha llegado hasta hoy.

¿Por que la descuartizaron, a la pobre Sucarranya?
Era la pena reservada a los crímenes más graves. La acusan de haber envenenado a unos vecinos, lo que no deja de ser una acusación recurrente en estos casos. El caso es especialmente penoso porque declara an te el juez merecer la hoguera "antes de que su hermano pase vergüenza". Fue un juicio exprés: denuncia, interrogatorio, sentencia y ejecución se sustanciaron entre el 21 y el 27 de junio de 1471. Y aun tuvo arrestos para hacer unas mandas testamentarias: 10 libras para misas y cirios por su alma.

Perdone que me ponga gore, pero, ¿cómo se procedía al descuartizamiento de un reo?
Habitualmente, a golpes de hacha.

¿En vivo?
No necesariamente. El descuartizamiento era una vergüenza pública que se infligía después de la ejecución, que habitualmente era en la horca.

La hoguera, ¿constituía también una pena añadida a la horca?
Dos de las brujas andorranas terminan en la hoguera: Maria Guida de Encamp y Maria Tomassa de la Mosquera. La primera, en 1473; la segunda, en 1499. Pero insisto: lo normal era que las quemaran sólo una vez muertas: "Que sea ahogada hasta que el alma se le separe del cuerpo y su cuerpo [sea] quemado", acostumbran a dictar las sentencias.

¿Cuál era el repertorio de prácticas brujeriles habituales?
Las acusan de provocar enfermedades como los "galtirnons", una inflamación del cuello que es todo un clásico. También de entrar de noche en casas ajenas para sorber la sangre de los niños, y de hacer "bruixonades": provocar una granizada y cargarse la cosecha del vecindario, por ejemplo.

¿Con esto era suficiente para acabar en el patíbulo?
Era suficiente para ser acusadas. En el juicio se encargaban de obtener la confesión mediante la tortura, porque de otra forma eran acusaciones muy difíciles de probar. Vamos, imposible: ¡a ver cómo se prueba que alguien ha provocado una granizada! La confesión era lo que las llevaba al patíbulo.

Entonces, ser acusado -mejor dicho, acusada- equivalía a condena segura.
Había una remota posibilidad de escapatoria: llevar el caso a una instancia judicial fuera de Andorra. Pero pocas lo conseguían. Es el caso de Toneta de Escaldes, que consigue ser juzgada de nuevo en Barcelona, y por la Inquisición. Cuando la interrogan -atención, mediante tortura- sobre la confesión que había hecho ante el tribunal de Corts, alega que "había bebido vino y no estaba en su sano juicio".

¿Cuáles eran las torturas habituales?
El derecho penal de la época permitía interrogar al reo "con la ayuda de los tormentos" para así "obtener la verdad sobre su culpa". Los métodos que he podido documentar en Andorra son el "estrep de corda" o "estrepada", que consistía en atar las manos de la víctima por la espalda, pasarle una cuerda por las muñecas y levantarla con una polea de manera que quedara suspendida en el aire.

Duele solo de pensarlo.
Se entiende que la acusada acabara admitiendo cualquier cargo que le imputaran. Otro tormento consistía en atar los pulgares del reó y levantarlo a peso con la polea dichosa. Estaba estipulado incluso el tiempo que debía estar suspendida: tres Avemarás. Se trataba de obtener la confesión, no de matar al reo.

¿Por qué lo izaban por los pulgares?
Porque cualquier otro dedo no habría resistido el peso; simplemente, se habría partido.Más tormentos: el fuego.

A ver...
Ataban los pies del reo, se los untaban con aceite o sebo y, si no confesaba, retiraban el pedazo de madera que separaba los pies de las brasas. Y el último: el de la mano. Ponían un bastoncillo entre los dedos de la acusada y se los ataban con una cuerda.

¿Dónde está el suplicio?
Iban tirando de la cuerda, y te aseguro que al final duele. Y mucho.

¿Ha documentado alguna absolución?
Maria Carta, de Andorra la Vella, acusada en 1461 y absuelta por falta de pruebas. En estos casos, lo habitual era desterrar a la supuesta bruja para evitar represalias.

¿Qué debemos pensar del tribunal de Corts? ¿Que eran una pandilla de crédulos que se encarnizaban con la primera mujer que tenía la mala suerte de caer en sus zarpas?
Eran hijos de su tiempo: la mayor parte de la población creía sinceramente que las brujas eran capaces de "dar mal"; es decir, de matar a una oveja solo con tocarla, o de hacer que un bebé dejara de mamar para matarlo. Unas creencias que en el Pallars se han mantenido vigentes hasta bien entrado el siglo XX. Había que buscar un culpable para las desgracias que no tenían explicación. Y estas culpables eran a brujas. 

Brujos, ¿los hubo?
En el Pallars, pocos; en Andorra, ninguno en el período que he estudiado, que termina en 1593 con el juicio de Rosella de Sornàs, Jaume Joana de Llorts y Salvatge de Encamp. Antes de que me lo preguntes, no sabemos cómo acabaron. Falta esta parte del proceso.

[Esta entrevista se publicó el 19 de marzo de 2015 en el diario Bon Dia Andorra]

Carles Gascón, autor de 'La catedral saquejada': "Los agresores eran gente del país, mercenarios que hacían la guerra a tiempo parcial"

Año del Señor de 1195: medio millar de hombres a las órdenes del conde Ramon Roger de Foix pone sitio a la Seo de Urgel, prende fuego a la ciudad y expolia la la catedral. Empieza lo que el historiador local Carles Gascón denomina la Guerra de los Cien Años del Pirineo, que trastocará para siempre el orden establecido e influirá decisivamente en la configuración del Coprincipado de Andorra. Lo cuenta en La catedral saquejada (Salòria), donde propone también suculentas novedades historiográficas, como que fue la madre del conde de Urgel, Dolça, quien reclamó la intervención de Ramon Roger de Foix en contra de su propio hijo, y que el obispo, Bernat de Castelló, se puso muy probablemente del lado del invasor. Sin que se notara demasiado.

El historiador de la Seo Carles Gascón, autor también de Càtars al Pirineu català i de Comarques oblidades -donde sigue la peripecia de José Zulueta, el ideólogo de la Cooperativa del Cadí- propone en La catedral saquejada la tesis de que fue la misma madre del conde Ermengol de Urgel, Dolça, quien auspició la intervención del conde Ramon Roger de Foix, y que el obispo de Urgel,  se unió sibilinamente a los invasores. Fotografía: Ricard Lobo.

¿Por qué estalla esta Guerra de los Cien Años pirenaica?
La unión de las casas de Castellbó y de Caboet, primero, y de Castellbó y Foix, después, culmina la maniobra envolvente sobre los territorios del obispo de Urgel, que se encuentra en la disyuntiva de luchar para conservar su poder o resignarse a un papel secundario, que es lo que acabará ocurriendo.

¿Serán cien años de reloj?
La guerra se prolongará durante todo el siglo XIII, hasta que el Pareatge de 1278 resuelve aunque sea parcialmente las principales disputas políticas en juego.

¿Quién gana?
Más bien quién pierde: el obispo de Urgel, que empieza la guerra como poder hegemónico en los territorios del norte del condado, la terminará siendo obligado a compartir el señorío de Andorra con el conde de Foix.

¿Es gracias a esta guerra, que Andorra es Andorra?
Entre otras causas, porque se firmaron otros pareatges similares en Orgañá, la Vallfarrera y Ferri de la Sal, por ejemplo, y ninguno de estos territorios dio lugar a una entidad remotamente parecida a Andorra, regida por dos soberanos -el obispo de Urgel y el conde de Foix- que ejercen un poder indiviso.

Pero sin el coseñorío, que es consecuencia de la guerra, ¿habría seguido Andorra el camino de los otros valles pirenaicos?
Sin duda.

Dice el historiador Climent Miró que el norte del condado de Urgel no se recuperará jamás de este siglo de enfrentamientos fratricidas. ¿Por qué?
Todo el territorio desde Coll de Nargó hasta los valles de Andorra había estado hasta entonces en la órbita del condado de Urgel. En adelante serán los señores de Foix los que mandarán por aquí arriba, y el condado de Urgel, que en otro tiempo no muy lejano llegaba hasta las mismísimas puertas de Lérida, queda reducido a la mitad de lo que actualmente es la comarca de la Noguera. 

¿Y el señor obispo?
Seguirá siendo un actor importante, pero el que podría haber sido el árbitro de los litigios de esta región acaba confinado tras las murallas de la Seo. Y todavía puede darse con un canto en los dientes.

Vayamos a la guerra: ¿en qué consistió, la invasión?
En el sitio e incendio de la Seo y el consiguiente saqueo de la catedral, donde se había refugiado la población -en la época, un millar escaso de almas. Pero el saqueo fue tan solo un efecto digamos colateral, no el objetivo de las operaciones: el conde lo autorizó para pagar la soldada de los mercenarios que servían en su ejército.

¿Hubo víctimas?
Muertos, sin duda. Y nos consta que algunos defensores fueron secuestrados y tuvieron que satisfacer luego el consiguiente rescate. También fueron muy comentados los sacrilegios cometidos por las huestes del conde de Foix.

A ver, a ver.
Hubo quien dio de comer a las monturas en los altares de la catedral.

La datación del saqueo, con la transcendencia que tuvo, sorprende por incierta. ¿Cómo se explica esta ausencia de fechas concretas?
Durante años se dijo que había tenido lugar en 1198. Pero hemos reducido la horquilla a un período comprendido entre mayo de 1195, cuando Bernat de Castelló es nombrado obispo de Urgel, y agosto de 1196, cuando el mismo obispo y la condesa dan unos dineros para reconstruir precisamente el altar mayor de la catedral, signo inequívoco que el saqueo ya se había producido.

Los hombres de Foix, ¿eran un ejército de verdad, o simples bandoleros?
Ni una cosa ni otra. Los documentos de la época los describen como "aragoneses" o "brabançones" -de Brabante, en Falndes, tesis que considero altamente improbable. En mi opinión, se trataba de gente el país que se dedicaba a la guerra a tiempo parcial. Incluso conocemos el nombre de uno de ellos: un tal I. de Nargó.

¿Eran muchos?
Medio millar, quizás, pero es una cifra que deducimos de lo que sabemos de episodios similares en territorios próximos. Las crónicas coetáneas no nos dicen nada al respecto. Pero para un ejército feudal, medio millar de hombres no estaba nada mal.

¿Y los defensores?
En el mejor de los casos hubo una milicia integrada por los caps de casa. Pero la gran diferencia es que los agresores eran mercenarios, profesionales que guerreaban a cambio de una paga; los defensores eran civiles, tejedores, sastres, herreros, tenderos...

Propone una tesis alternativa a la tradicional para explicar la invasión del obispado. Primero de todo, ¿cuál es la tesis digamos oficial?
Que el conde Ramon Roger de Foix saqueó la catedral porque era intrínsecamente malo. Un degenerado. Un argumento completamente ahistórico que en los últimos tiempos se había apuntalado en el supuesto catarismo del conde.

¿Y qué relectura propone?
Que un hecho de tan graves consecuencias no se puede explicar simplemente porque el conde era "malo". El deber del historiador es buscar las causas geopolíticas, económicas y sociales que condujeron a esta guerra.

Pues díganoslos usted.
Se puede resumir en la lucha de facciones dentro del condado de Urgel.

¿Cuáles eran, estas facciones?
De un lado, y simplificando, la alta nobleza, con Arnaldo de Castellbó como figura prominente.

¿Y del otro?
El obispo, el conde y el rey, que intentarán en vano limar los poderes de los señores feudales e imponer una especie de nuevo orden público. Fracasarán.

El conde de Foix, ¿a quién apoya?
A los barones, para enfrentarse a Ermengol de Urgel. La cosa se complica porque la madre de Ermengol -y a su vez tía del conde Ramon Roger- es quien insta al conde de Foix a intervenir...

¡...contra su propio hijo!
Eso es, porque Ermengol estaba casado con Elvira, a quien creía estéril, y quería promover a otra de sus hijas, casada ésta con el conde de Cabrera.

Mala pécora, esta Dolça.
Y encima se equivocó por todo lo alto: Ermengol de Urgel tuvo finalmente una hija con esta esposa supuestamente estéril, Auremabiaix. Quien, por cierto, fue amante de Jaime I el Conquistador.

También insinúa que el obispo se puso del lado del de Foix: ¡el invasor de su propio obsipado! ¿Un traidor?
Más bien un peón al servicio de la facción que lo había puesto en el cargo, los canonges de la catedral, a su vez extraídos de la nobleza local.

[Esta entrevista se publicó el 4 de marzo de 2015 en el diario Bon Dia Andorra]

viernes, 27 de marzo de 2015

Samuel Sequerra, el ángel de los Pirineos

El historiador Josep Calvet rescata del olvido el papel del delegado de la Joint Distribution Committee en la acogida a miles de fugitivos judíos que durante la II Guerra Mundial huyeron a través de los Pirineos.

Se llamabab Nanette Fleischmann y Regine Heit. La una, polaca nacida en 1903; la otra, alemana de 1906. Y las dos, judías. Por esta razón, ambas ingresaron el 19 de enero de 1903 en el Santo Hospital de la Seo de Urgel con gravísimas congelaciones; tan graves, y tan mal tratadas fueron, que al cabo de un mes tuvieron que amputarles los do pies. A Nanette y a Regine. Desconocemos cómo llegaron a la Seo, pero es muy probable que con alguna de las numerosas expediciones de fugitivos que aquellos días cruzaban la frontera de norte a sur y pasando por Andorra. Esta fue la ruta que había seguido el marido de Nanette, Siegfried, con otros tres compañeros y camino de la Seo, en una peripecia que ya hemos relatado aquí mismo y en la que fueron engañados, expoliados y abandonados por los guías. Aunque por lo menos sobrevivieron; otros, ni eso.

El caso de Nanette y de Regine es tan solo uno de los que recoge el historiador leridano Josep Calvet en Huyendo del Holocausto. El mismo Calvet, seguro que lo recuerdan, que días atrás reconstruïa documentalmente en periplo de Carla Kimhi y de su familia, los Bernson. Pero si nos hemos detenido precisamente en estas dos fugitivas es porque en junio de 1943 fueron trasladadas desde la Seo hasta la clínica del doctor Pi i Figueras en Barcelona, eminencia de la cirugía de la época, gracias a los buenos oficios de Samuel Sequerra, que en cuanto supo del caso de nuestras dos protagonistas de hoy, se fue hasta la Seo y se las llevó inmediatamente.

¿Sequerra? Sí, hombre, el gran olvidado de la epopeya de los pasadores y la figura clave, sostiene Calvet, para entender la supervivencia de los miles de fugitivos judíos -el historiador calcula que entre 4.000 y 6.000, solo para los Pirineos leridanos- desfilaron entre 1943 y 1944 por Viella, Sort, La Seo, Lérida y finalmente, Barcelona (o Madrid, como en el caso de los Bernson). Nacido en 1913 en Faro (Portugal), Sequerra era un economista -judío, por supuesto- que trabajaba para el gobierno portugués y que en noviembre de 1941 desembarca en Barcelona con el cargo oficial de delegado de la Cruz Roja portuguesa -una tapadera- pero con el objetivo real de abrir una sede de la American Joint Distribution Committee (JDC), organización de ayuda a los refugiados judíos sufragada con fondos de sus correligionarios norteamericanos. La fijó en el hotel Bristol, entonces en la plaza de Cataluña y epicentro de una frenética actividad. Hasta que las oficinas, que ocupaban toda una planta del hotel, fueron asaltadas el 18 de julio de 1944 por un grupo de falangistas y Sequerra y los suyos tuvieron que emigrar al vecino Paseo de Gracia.

Héroe busca biógrafo
Entre estas localidades, y como hemos visto en el caso de Nanette, se encontraba la Seo, así que Calvet cree más que probable que Sequerra protagonizara alguna incursión andorrana para comprobar in situ las condiciones de sus fugitivos en el Principado. De hecho, uno de los judíos que efectivamente cruzó a través de Andorra la frontera, el austríaco Franz Glück -encontrarán su peripecia en el libro- se quedó en Barcelona trabajando a las órdenes de Sequerra, así que nuestro hombre conocía la importancia de la estación andorrana en el tinglado de los pasadores. ¿En qué consistía el trabajo de Sequerra y las dos decenas de hombres y mujeres que integraban la JDC? Según Calvet, mantenían un contacto continuo con los hoteles de los pueblos de frontera, que les informaban de la llegada de una expedición y estaban autorizados a alojar por cuenta de la JDC a cualquier apátrida que recogieran. Una vez informado de la llegada de un grupo, Sequerra los recogía, pagaba la cuenta y se los llevaba a Barcelona, donde buscaba alojamiento temporal para una gente que, como los Bernson, llegaban al final de la escapada con lo puesto. La JDC abonaba 23,50 pesetas diarias por persona entre alojamiento, manutención y dinero de bolsillo. Además, gestionaba los permisos para abandonar el país y organizó los primeros grandes convoyes de refugiados judíos que zarparon hacia Palestina, como el que en enero de 1944 salió de Cádiz con los Bernson a bordo.

Sequerra era un todoterreno, sabía con quién estaba tratando y no dudaba en sobornar a guardias, policías y si convenía, incluso gobernadores civiles. Cuenta Calvet que ideó una hábil argucia para evitar que los refugiados judíos en edad militar acabaran en el campo de refugiados de Miranda de Ebro: "A partir de un cierto momento, todos los judíos detenidos en España tuvieron menos de 18 o más de 40 años; y como tenía a las autoridades en nómina, funcionaba". Con este expediente, lo más sorprendente de todo es el absoluto desconocimiento del papel prominente de este portugués discreto en el capítulo de los pasadores de la II Guerra Mundial. El hecho de ser judío, advierte Calvet, le impide ser reconocido Justo entre las Naciones -como el Schindler de Spielgberg, o como el embajador Sanz Briz, biografiado por Arcadi Espada en En el nombre de Franco- pero esto no explica ni el silencio que hasta hoy había caído sobre su figura, ni tampoco el escaso interés de la JDC en rescatar del olvido la memoria de este hombre.

Hasta ahora, claro. En fin, que Sequerra continuó al frente de la JDC de Barcelona hasta 1952, atendiendo a los huérfanos judíos que recalaban en la ciudad y gestionando su traslado a Palestina. Y hay que añadir que lo hizo con la ayuda de su hermano Joel. Gemelos, por cierto. En 1952 dejaron Barcelona y se instalaron en Brasil, para continuar desde allí la labor que habían empezado en España: ahora, acogiendo a los judíos que arribaban a América huyendo del Egipto de Naser. Digamos para terminar que la JDC continúa hoy en activo en Barcelona, dedicada ahora a socorrer a los inmigrantes judíos de la Europa del Este. "Por no tener, se lamenta Calvet, Sequerra no tiene ni la biografía que se merece. Es un olvidado". Pues ahora, por lo menos, ya tiene artículo.

[Este artículo se publicó el 13 de marzo de 2015 en el diario Bon Dia Andorra]

martes, 24 de marzo de 2015

Muertos que recuperan su identidad (75 años después)

El Archivo Nacional de Andorra pone nombre y apellidos a los cadáveres de los tres refugiados de la Guerra Civil aparecidos en el fondo fotográfico de Narcís Casal i Vall, adquirido en diciembre y formado por 144 placas de vidrio: Pere Isern, Emili Font i Josep Forradelles. Los tres eran catalanes y murieron entre 1937 y 1938 cuando intentaban huir de la zona republicana a través de Andorra.

"Pronunciadas por el nunci las palabras mort qui t'ha mort y mort es qui no parla, el Sr. facultativo ha practicado el reconocimiento del cadáver y ha determinado que la defunción se produjo a consecuencia de un ataque de asistolia a causa del frío y del agotamiento". Es el 31 de octubre de 1938 y el difunto en cuestión es Pere Isern, "vaquero, natural de Lavansa (Lérida), de veinticinco años de edad y de estado soltero". Así consta en el acta de la visura practicada ese mismo día por el batlle episcopal, Antón Tomàs Gabriel, en la borda del Tosal, y si hablamos de este asunto hoy y aquí es porque Isern es el protagonista de la impactante fotografía que tienen aquí abajo: la publicó el Archivo Nacional de Andorra a principios de diciembre, formaba parte de un lote de 144 placas de vidrio de autor anónimo que acababa de ingresar en el mismo Archivo, y mostraba a un nutrido grupo de hombres -con importante presencia de gendarmes franceses, dando a la escena un raro empaquen institucional- que exhibía el cuerpo exánime de un hombre no identificado. El conservador de los fondos fotográficos del Archivo, Isidre Escorihuela, se preguntaba entonces por la identidad de aquel pobre diablo, por los motivos de la enorme expectación que generó el funeral del difunto -que tuvo lugar en la parroquial de Escaldes y que nuestro anónimo fotógrafo tampoco se perdió- y por los misteriosos individuos ataviados con cazadoras de cuero, polainas y aspecto paramilitar que acompañan el cortejo fúnebre -¿milicianos, o quizás requetés? Y por supuesto, por el autor de la serie.





El cadáver de Pere Isern Arnau, recuperado el 31 de octubre de 1938 al pie del monte Claror. Según el médico que asistió al levantamiento del cadáver, practicado en la Borda del Tosal aunque el cuerpo se localizó algo más arriba, fue "un ataque de asistolia a consecuencia del frío y del agotamiento". Sus compañeros de huida rescataron sus restos al día siguiente del fallecimiento. El hecho de que su hermano, Joan, residiera ya en Andorra, explica la rara expectación que generó el funeral de Isern, que fue enterrado en el cementerio de Escaldes. Fotografías: Fondo Casal i Vall / Archivo Nacional de Andorra.

 Emili Font Alex, de quien solo conocemos el nombre, apareció muerto en la montaña de Perafita el 9 de abril de 1937. De nuevo, el reconocimiento médico practicado in situ por el doctor Nequi establece que falleció "a causa del frío y por inanición, a consecuencia de la fatiga experimentada". Fue enterrado en el cementerio de la capital. Fotografía: Fondo Casal i Vall / Archivo Nacional de Andorra.

Josep Forradelles, nacido en Noves de Segre, "de unos 26 años de edad y maestro de primera enseñanza", según el acta de la visura, formaba parte de una expedición que había partido de la localidad de Tost el 26 de agosto de 1938. Tuvo la mala suerte de golpearse la cabeza en una caída, y aunque pareció recuperarse, cuatro días después, y cuando el grupo ya llegaba a Andorra, falleció de repente, tras sentirse muy cansado, a medio kilómetro de la frontera andorrana, por la parte del Port Negre. Sus compañeros y las autoridades andorranas rescataron el cadáver al día siguiente, luego de trasladarlo hasta territorio andorrano. Fotografía: Fondo Casal i Vall / Archivo Nacional de Andorra.

Pues tres meses después, enigma resuelto. El fotográfo es el futuro editor Narcís Casal i Vall (Barcelona, 1911-1987), y resulta que entre el lote de 144 placas adquirido por el Archivo hay dos más de temática mortuoria: las tienen también aquí arriba y muestran los cuerpos de dos individuos encontrados también muertos en nuestras montañas, que Escorihuela presumía hace tres meses y con buen tino fugitivos de la España republicana. Un documento extraordinario porque jamás hasta la fecha, dice, se había documentado el fatal destino de un buen número de refugiados que durante la Guerra Civil cruzaban la frontera con la esperanza de dejar atrás la zona roja.

Escorihuela ha identificado también a estos dos infortunados: Emili Font Aleix, de quien no sabemos más que el nombre y los apellidos -ignoramos su procedencia y las circunstancias concretas de su defunción- y cuyo cuerpo fue localizado y rescatado el 10 de abril de 1937 en la montaña de Perafita; y Josep Forradelles, que formaba parte de una expedición que había salido el 26 de agosto de 1938 de la localidad de Tost (Lérida) y que dos días después sufrió a la altura de Vinyoles de Segre una caída que acabaría resultando fatal para él: Foradelles murió el 30 de agost a consecuencia de este golpe en la cabeza cuando se encontraba, en un negro giro del destino, a medio kilómetro de la frontera andorrana, por la parte del Port Negre, como relataron sus compañeros de escapada al batlle Tomàs.

El caso es que después de tocar sin mucha suerte las teclas más variopintas -el Memorial Democrático de Barcelona, el madrileño Archivo Nacional de la Memoria, el Museo Militar de Montjuïch, e incluso la asociación de veteranos de los tercios de Nuestra Señora de Montserrat- resulta que la respuesta estaba mucho más cerca: el historiador alemán Gerrhard Lang -sí, hombre, el biógrafo de Skossyreff- dio la pista aportando copia de una carta que el jefe de la policía andorrana de la época, Secundí Tomàs, envió en mayo de 1937 al gobierno franquista de Burgos con la fotografía de Font con la vaga esperanza de confirmar su identidad, porque lo cierto es que sus señas proceden de una papel que los policías que fueron a recuperar el cuerpo a Perafita encontraron a unos metros del cadáver, papel "que parecía ser una autorización a nombre de Emili Font Aleix con fecha del 28 de noviembre de 1936". Y esto es todo. En fin, a partir de aquí, y por una rara confluencia astral, la archivera que precisamente estas semanas ha inventariado el monumental fondo documental de la Batllia episcopal, cayó en la cuenta de la existencia de una impresionante serie de fotografías de levantamientos de cadáveres que coincidían temporalmente con las fechas probables de las imágenes de Narcís Casal. Y todo encajó cuando adjuntas a las fotografías mortuorias (o al revés) aparecieron las actas de las visures practicadas por el batlle Tomàs, que han permitido poner nombre y apellidos a estos tres cadáveres hasta hoy anónimos. 

Morir en el Port Negre
Una apasionante labor detectivesca, ya lo ven, que no se termina aquí porque las visures contienen información valiosísima para comprender las condiciones en ocasiones letales a que tenían que hacer frente los fugitivos en un trayecto relativamente corto como era el que seguían para pasar a Andorra, habitualmente por la antigua ruta de contrabandistas que parte de la Cerdaña y que penetra en Andorra por el Port Negre. Emili Font, "que había aparecido en la montaña de Perafita todavía nevada" -la visura la practica el batlle en Entremesaigües, hasta donde han trasladad el cadáver, el 10 de abril de 1937- murió según el "facultativo" que asiste al levantamiento -el doctor Nequi, por cierto, hoy con calle a su nombre en la capital- "a causa el frío, por inanición como consecuencia de la fatiga experimentada". Fue enterrado en el cementerio de Andorra la Vella.

En el caso de Pere Isern, el cadáver lo identifica in situ un hermano suyo, Joan, vecino en la época de la capital. Sus compañeros de periplo tuvieron que abandonarlo, ya muerto, en la zona de Claror -asistolia, o parada cardíaca, ¿recuerdan?- "a un kilómetro aproximadamente de la frontera española", y al día siguiente vuelven al lugar del fatal desenlace para trasladarlo hasta la Borda del Tosal para las preceptivas diligencias. El acta del batlle concluye con una declaración casi sorprendente del hermano superviviente, Joan, "que tiene el convencimiento de que la defunción ocurrió a consecuencia del agotamiento y del frío, sin que tuviera la menor sospecha de que existiesen móviles que pudiera haber inducido al crimen a los compañeros con los que viajaba". Signo inequívoco de que en casos similares se habían registrado, sin duda, circunstancias comportamientos sospechosos. La leyenda negra, pero en la Guerra Civil. Como hemos visto, en fin, Pere Isern fue enterrado el 31 de octubre de 1938 en el cementerio de Escaldes, en una multitudinaria ceremonia a la que no debía ser ajeno la presencia en Andorra de su hermano.

Pero el caso más singular, enseguida lo verán, es el de Josep Forradelles, natural de Noves de Segre (Lérida), "de unos 26 años de edad y maestro de primera enseñanza", dice el acta de la visura, con el reglamentario mort qui t'ha mort y mort és qui no parla. Singular porque murió, lo hemos visto, a consecuencia de un mal golpe que se pegó en la cabeza de camino hacia Andorra. Sus compañeros de viaje lo relatan como sigue: "El martes, de madrugada [30 de agosto de 1938] se encontró muy cansado diciendo que no podía seguir [...] Como nevaba y hacía muy mal tiempo, intentamos hacerle reaccionar practicándole unos masajes, y entre dos lo ayudamos a caminar hasta que estuvimos a medio kilómetro de la frontera [con Andorra]". Fue aquí, a la vista del Port Negre, donde cayó muerto. Al día siguiente, sus compañeros, que habían continuado el camino sin él, "convencidos de que no podían hacer nada por él y resultándoles imposible trasladarlo hasta territorio andorrano por lo agotados que se encontraban", regresaron al lugar del Cap dels Clots de la Tora, en Claror -este es el topónimo que consta en el acta-, donde habían abandonado el cadáver, para recoger el cuerpo. Necesitaron una comitiva de ocho hombres, a las órdenes de los policías Riberaygua y Benazet, reforzados por "dos guardias mandados por el Sr. Coronel Comisario Extraordinario" -¡Baulard!- para trasladarlo hasta las Feixes del Jaumetó, en Escaldes, "donde el tribunal nos estaba esperando".

El expediente de Forradelles se completa con la correspondencia en que su padre, Josep, reclama sus pertenencias y el dinero que llevaba encima al morir. No parece muy satisfecho con las cuentas del batlle andorrano, según el cual al difunto se le encontraron al morir "en total, 4.700 pesetas de serie, tres billetes de veinticinco pesetas serie nueva y un miliciano de 5 pesetas, y además 21,50 pesetas de plata". De esta cantidad, la familia recuperó exactamente 2.200 pesetas, "después de deducidos todos los gastos que dice [el batlle] que tuvo que liquidar en francos y haciendo un mal negocio". "Ruinoso", dirá el padre Forradelles con cierto humor negro, y sin conseguir sacarse la mosca de detrás de la oreja porque, dice, su hijo "llevaba más de 6.000 pesetas en serie y el guía cobróse 675". Pues lo cierto es que hechas así, las cuentas no salen. 

Casal i Vall, eslabón perdido de la fotografía andorrana de entreguerras
El primer enigma de esta estupenda historia de misterio era el nombre del autor de las 144 placas de vidrio adquiridas en otoño por el Archivo Nacional en una librería de lance de Barcelona, con escenas de la vida cotidiana de la Andorra de los años 30 -los pioneros del esquí y los primeros excursionistas, más bien exploradores; procesiones religiosas y fiestas mayores, faenas del campo y caramelles, gendarmes y naturalmente, fotografía digamos forense. Escorihuela intuía entonces y con buen ojo qe el autor tenía que ser un andorrano (o hijo de andorrano) establecido en Barcelona pero que pasaba largos períodos en el país. La pista que nos lleva hasta Narcís Casal -que en 1956 levantaría, junto a sus tres hermanos, la editorial Casal y Vall, sello fundamental en el mercado editorial catalán de los años 60- es el reverso de la fotografía de Emili Font enviada a Burgos por la policía andorrana para confirmar la identidad, y donde consta nítidamente la firma del autor: "Cliché N. CASAL". Un fotógrafo de quien hasta la fecha no teníamos noticia, pero que ayudará a reconstruir gráficamente uno de los períodos más convulsos y, por lo tanto, interesantes, del siglo XX andorrano. También obligará al Archivo a un esfuerzo suplementario para adquirir -si todavía está a tiempo- el resto de la colección de Narcís Casal, inicialmente descartada porque era de temática ajena a Andorra. 

[Este artículo se publicó el 24 de marzo del 2015 en el diario Bon Dia Andorra]

martes, 17 de marzo de 2015

La odisea Kimhi en sus documentos

El historiador Josep Calvet reconstruye el periplo por diferentes prisiones españolas -la Seo, Lérida, Madrid y Miranda de Ebro- de los cuatro miembros de la familia Bernson que en 1942 huyeron de los nazis a través de Andorra.

"Ruego a V. se sirva admitir en la prisión a su merecido cargo los extranjeros detenidos en esta localidad a las 7 horas de hoy por haber pasado la frontera sin autorizacion [...], los cuales se componen por el matrimonio Sigmundo Berson y Classa-Zivosga (?) Perzenik y us hijos, Heins y Cara". Es el 23 de noviembre de 1942 y el comandante de la Guardia Civil del puesto de Organñá (Lérida) -que es quien firma el atestado- acaba de empaquetar para la prisión de la Seo a los cuatro miembros de la familia Bernson.

Atestado de la Guardia Civil de Orgañá (Lérida) en que el comandante del puesto, un tal Antonio Espinosa Izquierdo, se saca de encima a los Bernson y los factura a la prisión de la Seu y, por lo tanto, bajo la responsabilidad del gobernador civil. Fechado el 23 de noviembre, dice poner a disposición del "Señor Jefe dela Prisión del Partido" el matrimonio formado por Sigmund y Channa Bernson, junto con sud dos hijos, Heinz y Carla. Fotografía: Archivo Histórico de Lérida. / Archivo Josep Calvet.
Certificado de ingreso en la prisión de la Seo a nombre de Sigmund Bernsona, con fecha del 25 de noviembre de 1942. Se declara hijo de Isaac y de Clara, y esposo de Chana, con domicilio en  París. Fotografía: Archivo Histórico de Lérida / Archivo Josep Cavet.
Interrogatorio al que fue sometido Sigmund Bernson a su ingreso en el campo de Miranda de Ebro. Declara encontrarse en París al estallar la guerra y dedicarse a la exportación de leña; que entró en España, procendente de Andorra, por la parte de Orgañá el 19 de noviembre de 1943, "sin guía, ni brújula ni mapa", pro con "su señora y sus dos hijos"; que fue detenido el 24 de noviembre por la Guardia Civil, trasladado a la Seo donde se encontraba la prisión del partido judicial, y que ingresó el 6 de diciembre en la prisión del Seminario Viejo en Lérida. Continúa el interrogatorio dando cuenta de cierto certificado expedido el 13 de junio de 1921 y en posesión de Sigmund que dice que es abogado en ejercicio en Viena, y que la intención de la familia es largarse a los EEUU en cuanto obtengan la "permisión" del departamento de Estado. Declara finalmente no tener amigos ni familiares en España, y el funcionario lo describe finalmente como hombre "de estatura alta, pelo gris, barba, cejas y ojos castaños". Fotografía: Archivo General Militar de Guadalajara / Archivo Josep Calvet.
Carla Kimhi compareció en enero en la sala de prensa del Gobierno de Andorra para agradecer, decía, que el país la salvara a ella y a su familia de una muerte segura, cuando fue aceptada por los policías que localizaron a Kimhi. Fotografia: Màximus.

Josep Calvet ojea un ejemplar de su última monografía sobre los pasadores -en este caso, pasados-, Huyendo del Holocausto, en la librería la Puça de Andorra la Vella. Fotografía: Tati Masià.


¿Los Bernson? Sí, hombre, los judío vieneses establecidos en Acs que huyeron de su último refugio -habían huido en 1938 de Viena, y desfilado por el norte de Italia, Normandía y París, antes de recalar en el Aieja- cuando los alemanes invadieron lo que quedaba de la Francia de Vichy, a principios de noviembre. La hija menor, Carla, tenía entonces 12 años, y resulta que a finales de enero de este año -ahora ya octogenaria: Kimhi es su apellido de casada- se personó en la sala de prensa del Gobierno de Andorra para explicar la odisea familiar y sobre todo, sobre todo, dar mil veces las gracias al país que, dice, salvó a los Bernson de la muerte. Seguro que lo recuerdan: los Berson habían llegado en automóbil hasta el Pas de la Casa, y subían ya a pie el puerto de Envalira, cuando un soldado alemán destacado en la aduana del Pas les dio el alto. Con el golpe de suerte que lo hizo precisamente en el momento en que una pareja de policías -de policía andorrana, se entiende- aparecía de forma providencial desde el otro sentido de la marcha y reclamaba para sí el trofeo, puesto que se encontraban en suelo andorrano. Se salieron con la suya, el alemán, que no debía de ser un tipo muy curtido, se hizo atrás y los Bernson se salvaron.

Pero todo esto ya lo sabíamos. Lo que desconocíamos es el periplo posterior de Carla y familia. Y es precisamente esto lo que Calvet -autor de una monografía clave sobre todo este asunto de los pasadores, Las montañas de la libertad, y que precisamente ayer presentaba en la librería la Puça su último título sobre la materia, Huyendo del Holocausto- ha reconstruido con ojo clínico exhumando los expedientes sobre los Bernson que se han conservado, oh, milagro, en el Archivo Histórico de Lérida y en el Archivo Militar General de Guadalajara. Pero habíamos dejado a nuestros protagonistas de hoy en la prisión de la Seo, el 24 de noviembre de 1942. Al día siguiente los reexpiden hacia Lérida: Sigmund y Heinz van a parar a la prisión del Seminario Viejo, primer o segundo destino habitual de los extranjeros detenidos por "paso clandestino de fronteras". El 6 de diciembre los vuelven a facturar: padre e hijo son enviados al campo de concentración de Miranda de Ebro, y ellas, a la madrileña prisión de las Ventas, un destino dice Calvet que sorprendente para unas detenidas en Lérida, que acostumbraban a terminar en Barcelona. Tampoco queda claro por qué Sigmund, que dice haber nacido en 1890 en la localidad polaca de Budzanow -hoy, Budaniv, en Ucrania- acaba en Miranda, donde sólo ingresaban los hombres en edad militar, entre los 18 y los 40 años. Él tenía 52.

Detenidos en Orgañá
El reglamentario interrogatorio a que Sigmund es sometido en Miranda depara una sorpresa: resulta que en los recuerdos de Carla los Bernson fueron detenidos en el autobús que hacía la línea entre la Seo y Barcelona. El padre, a quien los funcionarios describen como un hombre "de estatura alta, pelo gris, barba, cejas y ojos castaños", declara en cambio haber salido en Andorra el 19 de noviembre "por los montes en el pueblo español de Orgañá sin guía, ni brújula ni mapa". Y es aquí mismo, en Orgañá, donde el comandante Espinosa los detiene. Contaba en cambio Carla que los había ayudado a huir un tal Pierre, exiliado republicano. Considera Calvet que la afirmación "sin guía, sin brújula, sin mapa", bien podría tener como objetivo no revelar la identidad de su salvador.

El caso es que los Bernson -todos, hombres y mujeres- se reencuentran finalmente en Madrid el 23 de marzo de 1943. Cabe imaginar la alegría del momento, cuatro meses después de la separación. Ya están en libertad. De aquellos meses madrileños recordaba Carla 71 años después su alegre paso por el Liceo Francés y por el orfanato de la Sagrada Familia, que la habían acogido. Pero la jornada madrileña de los Bernson fue relativamente breve. Sigmund había anunciado a sus interrogadores que la intención de la familia era "esperar la permisión del departamento de los EEUU" para emigrar al otro lado del Atlántico. Pero a la hora de la verdad, y como contó Carla, su destino fue Palestina, entonces protectorado británico: los Bernson se unieron al primer convoy de refugiados que Samuel Sequerra, el hombre de la Joint Distribution Comittee -agencia norteamericana de ayuda a los refugiados financiada con capital judío- hizo zarpar hacia Tierra Santa.

El buque era el Nyassa y navegaba bajo pabellón portugués. Había salido de Lisboa el 15 de enero de 1944 e hizo escala en Cádiz para recoger a su cargamento humano. Con récord incluido, dice Calvet, porque el Nyassa fue el primer transporte de pasajeros que cruzaba el estrecho de Gibraltar desde el inicio de la guerra. El caso es que los Bernson llegaron sanos y salvos al puerto palestino de Haifa el 22 de enero. La madre fallecería antes del final de la contienda; Sigmund, nada más terminada, de un ataque al corazón y en Viena, adonde había viajado con la vana ilusión de recuperar parte del patrimonio familiar. Carla se enroló en 1948, nada más proclamado el estado de Israel, en la fuerza aérea del Tsahal.

El periplo de los Bernson encarna y resume -concluye Calvet- el de los otros miles de refugiados judíos -entre 4.000 y 6.000, según sus cálculos- que pudieron huir del Holocausto a través del Pirineo de Lérida, en un éxodo que se concentró sobre todo en julio de 1942, con la celebre redada del Velódromo de París, y diciembre de aquel mismo año, justo tras la ocupación alemana de Vichy. Al cabo de unos meses, los que no habían huido habían sido detenidos y deportados. Ya no quedaban más que un puñado de judíos ocultos. Los topos de toda guerra. A esta historia, en fin, no le podía faltar un héroe, y este héroe es Sequerra, el gran olvidado de la epopeya de los pasadores que merece, ya lo verán, artículo propio. Pues lo tendrá.

[Artículo publicado el 11 de marzo de 2015 en el diario Bon Dia Andorra]

miércoles, 4 de marzo de 2015

Baby Doc: el huésped más incómodo

Los EEUU, Francia y el Vaticano presionaron en mayo de 1986 al obispo Martí Alanis para que acogiera al derrocado dictador haitiano; tres días de frenética actividad diplomática en que participaron activamente el veguer episcopal, Francesc Badia, y el secretario del Copríncipe, Joan Massa, evitaron que se consumara la Operación Duvalier.

Baby Doc salió de Haití en febrero de 1986, tras ser derrocado por una revulera popular; se instaló en Francia -fue pululando entre la Alta Saboya, la Costa Azul, los Alpes Marítimos y, claro, París- y no regresó a su país hasta al cabo de un cuarto de siglo. En 2011 volvía a pisar tierra haitiana, donde fue acusado de corrupción, tras haber amasado una fortuna calculada en 300 millones de euros que se llevó consigo al exilio. Murió el 4 de octubre de 2014 en Puerto Príncipe, la ciudad donde nació, en 11951.
El fallecimiento de Jean-Claude Duvalier hace quince días pasó por aquí arriba casi desapercibido. Normal, pensará el lector, porque no parece haber ningún vínculo entre nuestro rincón de Pirineos y quien fuera dictador de Haití entre 1971 y febrero de 1986. Pero las cosas podrían haber sido muy diferentes si se hubiera consumado el plan urdido por la embajada de los EEUU en Madrid, la Santa Sede y la misma Francia para endosarnos a tan incómodo huésped. La Operación Duvalier -recuerda Francesc Badia, veguer episcopal entre 1972 y 1993- se gestó contra reloj una vez el dictador hubo aterrizado en territorio francés y a lo largo de tres días de frenética actividad diplomática en que se vio directamente involucrado.

Retrocedamos hasta principios de mayo de 1986. El obispo de Urgel y Copríncipe de Andorra, Martí Alanis, se encuentra en Palma de Mallorca en la inauguración del II Congreso Internacional de la Lengua Catalana, qué oportuno. Y en el palacio episcopal de la Seo reciben una llamada. La atiende Nemesi Marqués, delegado permanente de la Mitra; su interlocutor le plantea la sensacional propuesta de que Andorra conceda asilo político al derrocado dictador haitiano. Marqués se pone inmediatamente en contacto telefónico con Martí Alanis, que se muestra tajante: "De ninguna manera podemos cobijar a este individuo en Andorra", le instruye; "pocas veces lo era tan taxativo", recuerda Badia.

Inmediatamente después, el Copríncipe recibe en Palma una segunda llamda. Ahora es el Nuncio apostólico en Madrid -en la época, Mario Tagliaferri- que insiste en la ocurrencia: "Al llegar a esta punto el obispo ya estaba francamente preocupado: temía que recurrieran a los hechos consumados, y que la comitiva de Duvalier se plantara en el Pas de la Casa con el consiguiente recuelo diplomático. Así que el Obispo ordena a Badia que informe de la situación al entonces síndico, Francesc Cerqueda, que le brinda todo su apoyo, y que ponga en marcha un discreto despliegue policial en el Pas.

La larga mano del Elíseo
En este momento entran en liza los EEUU: probablemente advertidos de la negativa del Obispo, la embajada yanqui juega una última carta y envía a Palma al cónsul norteamericano en Barcelona para entrevistarse en persona con el Copríncipe, que se sacude como puede el muerto de encima. El argumento al que recurrió, cuenta Badia, es que tan solo la escolta que acompañaba a Duvalier ya sería probablemente más nutrida que todo el cuerpo de policía andorrano, que en aquellos momentos apenas superaba el medio centenar de agentes. Aparentemente, el señor cónsul picó el anzuelo. Pero por si acaso, y ya de regreso a la Seo, el sábado, 3 de mayo, se reúne con Badia y le ordena que a la mañana siguiente parta hacia Madrid para entrevistarse con el Nuncio. Y así fue: "Para mi sorpresa, dijo que nos comprendía perfectamente y me pidió que le trasladara al obispo Martí Alanis su pleno apoyo. Y en aquel mismo momento terminó el incidente. Jamás volvimos a recibir llamada alguna respecto a este lamentable capítulo".

Fuese por las dotes convicción del obispo, fuese prque los EEUU, Francia y el Vaticano ya le habían buscado otra salida mas viable a Duvalier, Andorra acababa de esquivar, no sabremos si por méritos propios o por simple hartazgo del personal, la molesta presencia del dictador caribeño. Pero quedan todavía algunos cabos por atar. El más gordo de todos: ¿quién fue el instigador de todo este asunto? Joan Massa, en aquellos momentos secretario de los servicios del Copríncipe episcopal -porque este era exactamente su cargo-, ve detrás de tdo esto la larga mano de los servicios especiales del Elíseo. Y apunta a un hecho según él clave: la primera llamada que se recibió en el palacio episcopal fue hecha directamente desde París, omitiendo de lleno el canal reglamentario, que eran los veguers, en este caso el francés. Badia evoca desde sus 93 años la sincera cara de estupefacción de su colega galo, Louis Deblé, cuando le expuso la delicada situación. Por eso lo interpreta como una ocurrencia extraoficial del Quay d'Orsay -y saben, el ministerio de Exteriores francés- para sacarse el muerto de encima: "Otra cosa es si ellos [los franceses] actuaban al dictado de los norteamericanos, que quizás le debían algún favor al dictador".

Más cabos sueltos: el papel del entonces jefe de gobierno español, Felipe González. Massa fue testigo presencial de la conversación telefónica que mantuvieron en plena crisi con el obispo Martí Alanis: "Felipe entendió enseguida que aquello no podía ser, que Duvalier era un pez demasiado grande para un país tan pequeño. Desconozco si el mismo González realizó por su parte alguna gestión ante la embajada de los EEUU, pero podría haber sido así".

Y hemos dejado para el final la gran pregunta: ¿qué hubiera ocurrido si la comitiva de Duvalier aparece aquella noche de mayo por el Pas? Badia no lo duda: recibí órdenes expresas de no dejarles pasar. Llegado el caso la decisión la hubiéramos tomado conjuntamente con el veguer francés, que hubiera estado de acuerdo... siempre que no hubiese instrucciones en sentido contrario. Como recuerda Badia, al día siguiente al día siguiente recibieron en la Seo una llamada tranquilizadora del mismo Badia: "Noche sin incidentes". La vigilancia se mantuvo unos días, y finalmente el incidente Duvalier se perdió como las lágrimas del replicante Roy en la lluvia interestelar. Hasta hoy claro.

El hombre a quien todo el mundo se quería sacar de encima
La buena memoria del veguer Badia y del secretario Massa ha permitido añadir el nombre de Andorra a la larga lista de países que sonaron como candidatos para acoger en el exilio a Duvalier (1951-2014), derrocado el 7 de febrero de 1986 a causa de una revuelta popular y que embarcó con destino a Francia en un avión de la Fuerza Aérea de los EEUU. Lo más curioso del caso es que ni estos, sus antiguos padrinos, ni Francia la antigua metrópoli, estaban en absoluto dispuestos a concederle asilo. Finalmente el gobierno galo cedió y se instaló en Francia (la Alta Saboya, la Costa Azul, los Alpes marítimo y, claro, París), ya arruinado, primero con un permiso temporal y después de forma más o menos temporal, pero con la connivencia de las autoridades. En 2011 volvió finalmente a Haití, de donde había salido 25 años antes. Fue entonces acusado de corrupción -se calcula que huyó con 300 millones de dólares en los bolsillos- pero no por las 30.000 muertes violentas que se registraron durante sus quince años de mandato. 

[Este artículo se publicó el 19 de octubre de 2014 en el Diari d'Andorra]

martes, 3 de marzo de 2015

Teoría y práctica de la raza andorrana

La Biblioteca Nacional ingresa una copia del capítulo andorrano de A tramp in Spain, del viajero británico Bart Kennedy.

¡Por fin! Un ilustre viajero decimonónico -bueno, más bien un epígono- que no sólo tuvo el detalle de visitarnos y contarlo luego por escrito sino que se plantó por aquí arriba con la mochila libre de tópicos, dispuesto a describir y, sobre todo, a ver, lo que tenía delante y no lo que habían dicho de Andorra y sus nativos sus antecesores. Así que ni rastro de las reminiscencias feudales que otros se empeñaban en ver, ni de hostales de dudosísima higiene y platos con mosca incorporada no aptos para todos los estómagos. Para entendernos: la antítesis de los Regnault, Vuillier y Cunninghame, incluso de los Wrigt y Halliburton, para quienes los nativos acostumbraban a ser hombres cerriles y de modales rústicos, y que en todas partes encontraban kilos de roña, ecs, y una simplicidad que rozaba la estulticia.

Una mirada, la de Bart, limpia y desprejuicida como sólo se la habíamos visto al fotógrafo Deverell, de quien algún día habrá que hablar. Pues es también la mirada de Bart Kennedy (Leeds, Reino Unido, 1861-1930), peripatético británico que concluyó en Andorra lo que tituló A tramp in Spain, travesía peninsular que emprendió en 1901 y que publicó tres años más tarde, y de la que la Biblioteca Nacional acaba de ingresar una copia moderna. Kennedy merece capítulo aparte entre nuestros ilustres viajeros victorianos, decíamos al principio, por el entusiasmo inédito con que describe nuestro rincón de mundo. Y eso que sólo pasó por aquí dos días de un periplo que le llevo cuatro meses -o precisamente por eso- antes de llegar a su destino: Ospitalet. Le bastan los tres amigos que hace entre los nativos -el síndico Josep Calva, Miquel Calones y el propietario del hostal donde se hospeda en Soldeu, de quien no dice el nombre pero que tiene que ser un Areny- para elaborar una exaltada teoría sobre la excepcionalidad de la raza andorrana. Aquí, sostiene, incluso los perros gastan un talante amable y acogedor.

Para empezar, dice que el nativo tiene"un aire, un color y una constitución más propios de los pueblos del norte de Europa", aunque no puede dejar de observar que las mujeres del país "no tienen la gracia de las españolas a pesar de su saludable aspecto": es bien cierto que no se puede tener todo. Quizá porque el bueno de Kennedy era algo enclenque, lo cierto es que se queda pasmado ante los individuos con los que se va cruzando, "tan grandes y robustos como no había visto hasta ahora". Entre ellos, el ejemplar más formidable es el del mismo Calones, en cuyo hostal de Andorra la Vella se hospeda las dos noches: "El hombre más imponente que he conocido", describe, impresionado. "Sin ser en realidad demasiado alto, da la impresión de ser un gigante y está dotado de un rostro a la vez noble y sencillo". Sencillo. No le basta con estos piropos, y durante la visita reglamentaria a Casa de la Vall, en que Calones ejerce de cicerone, insiste en la excepcionalidad de aquel individuo a sus ojos sensacional: He aquí al Hombre tal como Dios lo hubiera querido crear: noble y libre, heredero a su vez de una raza de hombres nobles y libres".

El único que se escapa, para mal, de esta aproximación casi lombrosiana a la raza autóctona es precisamente el síndico Calva, "hombre de piel morena y de aspecto tan poco andorrano que si me lo hubiera encontrado en España hubiera dicho que era andaluz, porque tenía la constitución de un natural de Granada" -o cual ya es hilar fino. La diferencia entre Calva y los otros andorranos que va conociendo, concluye, "es probablemente la mirada atenta e inquieta del síndico". Vaya lo uno por lo otro.

Pero como no todo puede ser de color de rosa, incluso Kennedy cae ocasionalmente en el lugar común del buen salvaje que tantos otros antes y también después de él vendrán a buscar por aquí arriba: "Es obvio que los andorranos han llevado na vida sencilla y rústica, apartada durante siglos del mundo -¡y sin echarlo de menos!-, que viven como sus padres y como lo harán sus hijos -¡nosotros!- que desconocen las arte sy las ciencias pero que saben de la suprema sabiduría de la simplicidad". Dicho así, y pensándolo bien, no acaba de quedar claro si nuestro hombre nos está haciendo la pelota o se está quedando con el personal. Pero enseguida nos saca de dudas: "Los andorranos eran para mí extranjeros de una forma diferente a la que hasta entonces había conocido: entre ellos me sentía como en casa, y me encontraban a gusto compartiendo con ellos el vino y escuchando sus historias al lado del fuego".

La lástima es que en tan solo dos días de escapada -entre el 22 y el 24 de octubre de 1901- no le dan a Kennedy más que para cruzar coma una centella San Julián de Loria, explorar muy por encima la capital, pasar de largo por Encamp y Canillo sin decir ni mu, detenerse en Soldeu el tiempo justo para comer y salir escopeteado para Ospitalet -le falta poco para dejarse el pellejo en Envalira, por tozudo- y concluir que la secular independencia de Andorra debe mucho a una geografía particularmente favorable que la convierte en un bastión prácticamente inexpugnable: "Con un centenar de hombres decididos y bien armados podría mantener a ralla a todos los ejércitos del mundo en un paso tan estrecho como éste", dice a la altura de la Margineda. ¡Un centenar: ríete tú de Leónidas en las Termópilas!

[Este artículo se publicó el 5 de febrero de 2015 en el diario Bon Dia Andorra]

lunes, 2 de marzo de 2015

Tres Rotschild y un destino

El historiador leridano Josep Calvet recoge en Huyendo del Holocausto el periplo de tres de las mujeres de la familia de banqueros judíos que escaparon de los nazis gracias a una red de pasadores que operaba desde territorio andorrano. Y añade nuvos datos a la leyenda negra. No se puede tener todo.

Lérida, 8 de diciembre de 1942. Alberto Poveda, el funcionario encargado del registro de los refugiados que arriban a la ciudad después de haber sido capturados por la policía, da con una de las sorpresas mayúsculas de su carrera: tres mujeres perfectamente equipadas con ropa de abrigo, pantalones y botas de esquí -lo que ya era una absoluta rareza en los fugitivos que aterrizaban en Lérida, habitualmente con una mano delante y otra detrás después de haber sobrevivido a mil penalidades- que se identifican como la baronesa Claude Rotschild y sus dos hijas, Nicole y Monique, de 19 y 17 años. Es decir, las herederas de una de las tres ramas francesas de la celebre saga de banqueros judíos.

Las tres Rotschild, atención, declaran haber cruzado los Pirineos con una de las redes que operaba a través de Andorra -no sabemos cuál: qué lástima- según recuerda el mismo Poveda en Paso clandestino -un día hablaremos de este librito- y recoge el historiador Josep Calvet en Huyendo del Holocausto: judíos evadidos del nazismo a través del Pirineo de Lérida (Milenio). Hay que añadir que las Rotschild le anuncian a Poveda la intención de continuar viaje hasta Barcelona con el objetivo de reunirse con el barón, James Rotschild, que a su vez había cruzado la frontera francoespañola por la parte de Gerona. Y así lo hacen: se hospedarán, por cierto, en el hotel Continental de la Rambla de Canaletasm y una vez reunida toda la familia continuarán hasta Portugal y, desde aquí, hacia Inglaterra. ¡Salvadas!

La de los Rotschild es una de las más afortunadas entre las peripecias con deriva andorrana que recoge Calvet -autor también de Las montañas de la libertad, obra de referencia sobre este asunto. Pero hay otras igualmente suculentas: especialmente reveladora, ya lo verán, es la expedición de otros cuatro judíos -tres de elos polacos, Salomon Nomberg, Moshe Karger y Barnard Margulies, y uno alemán, Siegfried Fleischmann- que en diciembre de 1942 contactan en Ussat-les-Bains con dos contrabandistas españoles -Antonio Heredia y Luis Sala Gil, dos nombres más para la historia universal de la infamia- que se comprometen a conducirlos hasta España. Pasando, claro, por Andorra. El precio del billete: 35.000 francos por cabeza. La expedición, cuenta Calvet, "parte de Ussat la noche del 19 de diciembre, entra en Andorra por el Coll de la Cortinada, y desde aquí se dirigen para descansar al hotel Palanques de la Massana".

Un clásico. Lo que ya no lo es tanto es la extorsión a que los dos guías someterán a los fugitivos: primero les birlan los pocos francos que aun llevaban encima con la excusa de cambiárselos por pesetas; naturalmente, no volvieron a ver ni un céntimo. Después se los llevan en taxi hasta la frontera, donde supuestamente les esperaba un tercer pasador que debía conducirles hasta la Seo. Pero nada sale como les habían prometido: una vez en la frontera, no sólo no hay transporte a la vista sino que antes de abandonarlos a su suerte el tal Sala les roba a punta de pistola sus últimas pertenencias. Expoliados, humillados y cabe suponer que abatidos, todavía encuentran ánimos para continuar a pie hasta la Seo, donde serán detenidos por la policía.
Un capítulo inédito de la leyenda negra que mancha la epopeya de los pasadores y que se añade a otros episodios ya conocidos que Calvet recoge en el volumen, como el de Jacques Grumbach -militante socialista francés abatido en noviembre de 1942 en el puerto de Siguer por su guía, el aragonés Lázaro Cabrero, menudo pájaro- y a de los Allerhand, Gustave e Ida, matrimonio de judíos franceses que salieron de Ussat en septiembre de 1942 y que, concluye Calvet, "fueron presumiblemente asesinados por sus guías".

Cuenta también el periplo del judío austríaco Franz Glück, establecido tras el armisticio en Gnioure -trabajaba en la construcción de la central hidroeléctica de esta localidad vecina de Andorra- que en diciembre de 1942, tras la ocupación de la Francia de Vichy, le ve las orejas al lobo y decide huir sin demora. Por si acaso y con el mismo buen criterio de los Kimhi -¿recuerdan? Lo hará con la ayuda de un contrabandista andorra, dice Calvet y a través del Coll de Peyregrand, pero casi se deja el pellejo en el intento debido a otro clásico: el torb. La fatídica ventisca de nieve tan temida por los contrabandistas y paquetaires: "El trayecto entre Gnioure y Andorra, que en condiciones normales podía hacerse en cinco horas, le llevó 26 de marca continuada".

Llegado a Andorra con graves congelaciones, Glück salva in extremis los pies que un médico pretendía amputarle por las buenas -tal vez el doctor Coco de la leyenda negra- y el 8 de enero de 1943 lo encontramos en la prisión de la Seo -en la época, el convento de Sant Domenec. Calvet concluye el captítulo andorrano con un balance de los fugitivos capturados en la Seo entre 1939 y 1944 bajo la acusación de paso clandestino de fronteras: en total, 486, mayoritariamente franceses (171), seguidos de polacos (166) y supuestos canadienses (44), en realidad franceses que se hacían pasar por originarios del Quebec. Una cifra que considera "extremadamente reducida, sobre todo si la comparamos con los cerca de 3.000 encarcelados en Sort por este mismo delito y en este mismo período". La conclusión no puede ser más favorable para nuestros pasadores: Fue gracias a su actuación que [a diferencia de lo que ocurrió en otros puntos del Pirineo] buena parte de los fugitivos que atravesaron la cadena por Andorra llegaron sanos y salvos hasta Barcelona".

El portugués Sequerra, héroe desconocido
Además de recoger las peripecias de un grupo de fugitivos que cruza los Pirineos a través de Andorra y, sobre todo, analiza las rutas que confluían en Sort, comarca del Pallars Sobirà, Calvet rescata en Huyendo del Holocausto del olvido el papel del American Distribution Joint Committee y de su delegado en Barcelona, el hiperactivo ciudadano portugués Samuel Sequerra, en la asistencia a los fugitivos judíos que, a diferencia de las tres Rotschild, llegaban a España con lo puesto, con frecuencia después de haberlo perdido todo. Como dice Calvet, las actividades de Sequerra durante los años centrales de la guerra -viajando continuamente hasta Sort, Viella y la Seo para contactar con las nuevas remesas de fugitivos y cubrir los gastos que generaban en los hoteles donde se hospedaban- lo convierten en uno de los personajes más interesantes y, a la vez, más desconocidos del período bélico: "Merece una biografía que hoy todavía no tiene"Además de detallar y pormenorizar las rutas de acceso a España, Calvet da la relación de los establecimientos adonde iban a parar cuando pernoctaban en Andorra rumbo a España. La lista la da Claude Benet en Guies, fugitius i espies: hostal del Serrat, hotel Palanques (la Massana), fonda Mandicó (Canillo), Hotel Coma y Cal Carbó (Ordino), hotel Palacín, Paulet, Valira y Pla (Escaldes), hotel Pyrénées (Andorra la Vella) y hotel Pol (Sant Julià de Lòria).

[Este artículo se publicó el 26 de enero de 2015 en el Diari d'Andorra]