Incursiones relámpago, estilo Sturmtruppen, en episodios que tuvieron lugar en Andorra y cercanías durante la Guerra Civil española, la II Guerra Mundial y las dos postguerras, con ocasionales singladuras a alta mar, a ultramar y si conviene incluso más allá.
[Fotografía de portada: El Pas de la Casa (Andorra), 16 de enero de 1944. La esvástica ondea en el mástil del puesto de la aduana francesa. Copyright: Fondo Francesc Pantebre / Archivo Nacional de Andorra]

sábado, 19 de septiembre de 2015

El otro éxodo de la Guerra Civil (2)

El historiador Jordi Rubió publica L'èxode català de 1936, la primera monografía consagrada a los fugitivos que huyeron a través de los Pirineos durante la conflagración.


Guardias franceses a las órdenes del coronel Baulard atienden en Sant Julià de Lòria a un refugiado aparentemente enfermo (arriba); sobre estas líneas, la chenille, ambulancia semioruga -¡como los half track de La Nueve!- que el destacamento sanitario francés utilizaba para rescatar a los fugitivos heridos en la montaña. Fotografías: Archivos departamentales de los Pirineos Orientales. 

Se lamentaba días atrás el historiador Ferran Sánchez Agustí del desinterés académico por los fugitivos de la zona republicana que durante la Guerra Civil se evadieron por los Pirineos, en una especie de ensayo general -pero en sentido inverso- de lo que iba a ocurrir a partir de 1942 con las redes de evasión aliadas. Antes lo hubiéramos dicho, porque precisamente esta semana llega a las librerías L'èxode català de 1936 a través dels Pirineus (Gregal), la primera monografía consagrada a un episodio que hasta ahora solo se había tocado de forma tangencial. El volumen parte de la tesis doctoral del autor, el historiador gerundense Jordi Rubió (Olot, 1983), constituye algo así como la precuela de Las montañas de la libertad, la biblia de Josep Calvet sobre la evasión pirenaica en la II Guerra Mundial, y el complemento ideal a Andorra durant la Guerra Civil espanyola, de nuestra Amparo Soriano. 

Vaya por delante que Rubió presta especial, muy especial atención -y aquí radica la novedad- en los fugitivos de la Cataluña bajo control -más o menos, sobre todo en los primeros meses- de la Generalitat, lo que él mismo denomina "el primer éxodo de la Guerra Civil" y que hay que distinguir -porque no tienen nada que ver- con el éxodo por antonomasia, el republicano de 1939, por otro lado profusamente estudiado. Es decir, añade, militares y políticos catalanes comprometidos con el golpe de estado obligados a huir tras el fracaso del Alzamiento en Cataluña, pero también eclesiásticos -sobre todo en los primeros meses- y después comerciantes y pequeños empresarios, profesionales y propietarios, desertores del ejército republicano e insumisos -hay que tener en cuenta, advierte, que el ejército republicano se nutrió inicialmente de milicianos, y que las quintas no empezaron a ser movilizadas hasta mediados de 1937. Incluso políticos afectos al régimen legítimo y altos cargos de la misma Generalitat. Dicho esto, advierte el autor de la escasa, por no decir nula homogeneidad ideológica de este éxodo, unido tan solo -y como mucho- por "un único componente transversal": las convicciones católicas.Y entre los movimientos más o menos masivos de refugiados registrados en los dos últimos siglos a través de los Pirineos -desde los exiliados de las guerras carlistas hasta las redes de evasión aliadas en la II Guerra Mundial, pasando por el exilio por excelencia, que es el de la España republicana en febrero de 1939, Rubió opina que el más semejante al que nos ocupa es el de los insumisos y desertores franceses de la I Guerra Mundial, otro capítulo prácticamente desconocido del que pronto nos ocuparemos.

Pero pongámosle de una vez cifras: Agustí consideraba recientemente -y a cuenta de la reciente publicación de La Guerra Civil al Montsec- que cerca de 30.000 personas huyeron por los Pirineos de la España republicana; Rubió, por su parte, ha contabilizado 15.000 en los archivos franceses, de los que entre 9.000 y 10.000 con nombre y apellidos. Esta es la cantidad "mínima" de evadidos, dice. "Quizás la podríamos doblar con los que no constan en los archivos, que no son exhaustivos, y si añadiéramos los evadidos que huyeron en tren o por vía marítima, más los de otras zonas de España que pasaron por los Pirineos catalanes, no resultaría exagerado hablar de unos 50.000 fugitivos".

Un éxodo con todas las de la ley en que Andorra jugó -como lo haría en la II Guerra Mundial- "un papel importantísimo", tanto por el volumen de evadidos que huyó por aquí -a finales de agosto de 1936 cuenta 2.000 refugiados, para una población que a duras penas llegaba a las 6.000 almas; en septiembre había un centenar de religiosos, y en abril de 1938, 1.200 hombres en edad militar, entre los 18 y los 45 años- como por la ayuda que les prestó el destacamento a las órdenes del comisario Baulard, con sus tres compañías de guardias móviles -en total, 140 hombres- que llegaron el 27 de septiembre de 1936, a los que hay que añadir los "bomberos" del 28º Génie de Montpellier y una unidad sanitaria al mando del teniente médico Bertrezene que, entre otros cometidos, vacunaba sistemáticamente a los refugiados y les prestaba primeros auxilios muy necesarios, porque los fugitivos podían llegar con los pies destrozados a causa del periplo -cinco noches al raso no eran raras, antes de llegar a Andorra-, especialmente en invierno. Baulard disponía incluso de la chenaille de aquí arriba, una especie de ambulancia todo terreno equipada con orugas para operar en la montaña y rescatar a los fugitivos atrapados en la nieve. Más datos: según un informe del comité de Londres, encargado de controlar las fronteras terrestres y marítimas de España, el mayor flujo de refugiados que pasaban a Francia desde Andorra se registró entre el 24 y el 29 de junio de 1937, con 144 evadidos: de ellos, el 85% opta por ser repatriado por Hendaya e Irún; el resto, por el internamiento en campos de refugiados -casernas abandonadas, escuelas- como el que habilitado en Montauban.

Agentes franquistas: una lista
Más allá de los casos bien conocidos del obispo Guitart -que se refugió en Andorra a finales de julio de 1936- y de san Josemaría -en diciembre del año siguiente- el autor pone como ejemplo paradigmático del fugitivo por tierra andorrana a Josep Gassiot, profesor barcelonés que, dice, se sintió intimidado por la FAI. Con motivo, porque el hombre ya había tenido que largarse el curso anterior a Almería, nada menos, para evitar el acoso anarquista -se incautaron de su casa- y al regresar le faltó tiempo para darse cuenta de que corría peligro: contactó con una red de evasión que, cuenta Rubió, operaba desde el mismo Gobierno Militar de Barcelona -¿quintacolumnistas o vulgares oportunistas?- y abonó por el billete 2.000 pesetas en billetes de serie anteriores a la guerra. El periplo de Gassiot arranca el 20 de octubre de 1937: la primera etapa, en tren hasta Manresa; desde aquí tenía que llegar por sus propios medios hasta Puig-reig, donde le espera el guía, un pasador que aprovechaba la excursión para llevar a Andorra y de contrabando, claro, una saca llena de monedas de plata: "El grupo era recibido al anochecer en masías que tenían un tentempié a punto, incluso una cueva en las proximidades para descansar". El 24 de octubre llegan finalmente a Sant Julià, y Gassiot obtiene a través de los enlaces del gobierno franquista sobre el terreno "una habitación de hotel, alimentos e incluso calzado". Y todo, a cuenta del Alzamiento.

Rubió pone nombre y apellidos a estos elementos que operaban, dice, como "red de reclutamiento" en suelo andorrano, y que expedía a los fugitivos de la zona republicana en autobús, directamente hasta Irún, o bien en tren, caso este en que acompañaban a los evadidos hasta la estación de Hospitalet -la primera localidad francesa tras dejar atrás la frontera andorrana- donde eran empaquetados hacia Hendaya bajo estricta vigilancia -había que evitar la tentación de que los fugitivos prefirieran quedarse en territorio francés como refugiados. Para el coronel Baulard, dice el autor, estos elementos franquistas no eran sino "oragnizaciones humanitarias" que se limitaban a ayudar a los refugiados.

A lo que íbamos: según Rubió, Francesc Carrera es "el principal organizador del espionaje franquista en Andorra", con la ayuda de otras dos figuras prominentes -Santiago Roca y Joan Prat- y una serie de hombres a los que considera "agentes secretos": Camilo Cases, Josep Carrera, Enric Blasi y un tal Gallimó. Pero una de las sorpresas más inquietantes del libro -bueno, sorpresa relativa, porque Estat Catalá siempre actuó en el filo de la navaja- es el papel de este partido -recordemos que nuestro Esteve Albert fue un activísimo militante- tuvo en el negocio de las redes de evasión: según el autor, Estat Catalá organizó un eficaz servicio de evasión que cruzaba Andorra -viniendo de la Vall Farrera, concretamente- "con un objetivo muy claro: recaudar fondos para el partido". Y quienes mantenían esta ruta abierta eran el mismo Albert, Domènec Gironès y Joan Bachs. Un sucio asunto que linda sospechosamente con la pura extorsión. Visto lo cual, casi parece un caso de justicia de poética el hecho que políticos republicanos de una pieza como Josep Coll y Francesc Pelegrí, fundadores del POUM cruzaran por Andorra en enero de 1938, huyendo de posibles represalias. No fueron los primeros: se dice que tras los Fets de Maig de 1937 -con el preludio pirenaico de abril, con el Cojo de Málaga, Viadiu y demás- hasta un centenar de los anarquistas que hasta entonces habían impuesto su ley en la Seo y Puigcerdà se evadieron también por Andorra. Ya se sabe: la revolución, que tiene la mala costumbre de devorar a sus hijos.

L'èxode català de 1936 escudriña también las fuerzas, esencialmente carabineros, encargadas de controlar la frontera, y documenta varios encontronazos con grupos de fugitivos. Sabíamos por Agustí que hubo muertos -recordemos tan solo los cinco hombres que fueron capturados el 5 de marzo de 1938 al pie del Bony dels Tres Culs, entre Civís y Os, y por lo tanto a "palmo y medio de la frontera", y fusilados in situ. Él mismo sostiene que el celo de los carabineros -los llamados 100.000 hijos de Negrín, afectos al PSOE y sospechosos de enchufismo, añade Rubió- tenía un precio, y que, sobre todo cuando ser acercaba el final de la contienda, no era raro que miraran hacia otro lado. Ya en lo primeros de la Guerra Civil, con la zona de frontera controlada todavía por las patrullas anarquistas, da cuenta de la persecución de desertores en territorio andorrano, "dándose el caso de perseguidos que fueron detenidos, incluso abatidos en suelo andorrano por las milicias antifascistas". El historiador Francesc Badia -último veguer episcopal: lo fue hasta la promulgación de la Constitución andorrana, en 1993, y biógrafo del obispo Guitart- recuerda el secuestro a manos de una patrulla anarquista de dos chicas evadidas, perpetrado en septiembre de 1936. Pero la palma se la lleva la frustrada evasión masiva -343 fugitivos- que tuvo lugar a principios de octubre de 1937, que terminó con el grupo tiroteado, dispersado y parcialmente apresado en la misma frontera. Un episodio del que ha quedado rastro en los archivos del ministerio de Exteriores y del que bien pronto daremos noticia.

También merece extensa atención el papel de Francia en la acogida de refugiados: la mano tendida con la que los recibió en los primeros meses de la contienda mutó a partir del otoño de 1937, con el cambio de gobierno, en orden de expulsión, de manera que los evadidos -con la excepción de enfermos, heridos, mujeres, ancianos y niños, y aun así, no de forma automática- se veían en la disyuntiva de continuar el peregrinaje hasta la España nacional, a través de Irún, o regresar al punto de partida, por el paso de Portbou. Obviamente, dice Rubió, el 90% decidió unirse a los sublevados -"Volver les hubiese costado muy probablemente la vida"- aunque hay que añadir que hasta entonces las condiciones en que fueron atendidos no tuvieron nada que ver con lo que al finalizar la guerra se encontrarían los exiliados republicanos. No hubo en este caso un Argelès, un Barcarès ni un Saint Cyprien. En fin, que luz, más luz, se dice que fueron las últimas palabras de Goethe antes de expirar; pues esto es exactamente lo que hace este libro imprescindible: aportar algo de luz, más luz, a un episodio hasta ahora oscuro como una noche sin luna. No se lo pierdan.

[Este artículo es una versión ampliada del publicado el 9 de septiembre de 2015 en el diario Bon Dia Andorra]


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