Tristany y Savalls, Castells, Moore y Alfonso Carlos de Borbón, por el lado carlista, y Martínez Campos, Cabrinetty, López Domínguez y Puigbó, por el alfonsino. Esta era la temible fauna que allá por 1874 convirtió nuestro pedazo de Pirineo en campo de batalla de los capítulos finales de la tercera y última carlistada.Sufrieron sus consecuencias los pacíficos vecinos de la Seo y de Puigcerdà, que vieron cómo en cuestión de unos pocos meses pasaban de las manos de unos a las de los otros, y vuelta a empezar. Hay que decir que todo esto acabó con la previsible derrota del pretendiente, Carlos María Isidro, y que la batalla de Castellar de n'Hug, que tuvo lugar el 14 de noviembre de 1875, puso el punto final a la tercera guerra carlista en Catalunya. Curiosamente, una de las víctimas más ilustres de aquella contienda fue nuestro buen obispo Caixal, carlista confeso, que fue desterrado a Alicante al volver la Seo a manos alfonsinas -lo que ocurrió el 26 de agosto de 1875-, que nunca volvería a pisar su obispado, y que moriría cuatro años después en su exilio romano y más o menos dorado. Entre la Seo y el Vaticano, a mediados del XIX, la elección debía ser fácil.
Partidas carlistas atacan posiciones defendidas por soldados alfonsinos en la zona del actual parque del Segre. Fotografía: L'Illustration / Rastres de sang i foc. |
Así que no nos demoremos más y vayamos a la medianoche del 15 de agosto de 1874. Una partida de 200 carlistas a las órdenes del comandante García -que ya sabemos que no es mucho concretar- del teniente Collell y del alférez Espar ha conseguido tomar la Llengua de la Serp, fortín en ruinas al lado mismo de la fortaleza de la Seo. Esperarán hasta el mediodía para que el rector de Castelleciutat, mosén Pere Cerqueda, les haga desde la sierra del Corb la señal acordada -hacer ondear al viento un pañuelo blanco- para asaltar la ciudadela.
La mayor parte de la guarnición alfonsina, dice Boixader, se ha ido de fiesta a Castellciutat -es la Virgen de la Asunción- y la fortaleza ha quedado prácticamente desierta: el único centinela que vigila el chiringuito es reducido sin contemplaciones, y los ocupantes ordenan a los artilleros que han sido hechos prisioneros que disparen los cañones contra el castillo vecino. El gobernador militar hace retroceder a la guarnición alfonsina -de forma no muy honrosa, todo hay que decirlo- en dirección a Puigcerdà, con la mala fortuna de que a medio camino se topan con la columna de Savalls. También en esta ocasión se desenvuelven con más pena que gloria: acaban rindiéndose al enemigo. Aunque tratándose de un enemigo como Savalls, conocido por sus feroces represalias, a ver quién es el listo que se atreve a plantarle cara. El caso es que se rinden. Y sin ninguna baja, detalle este que no dice mucho del ardor guerrero de las fuerzas liberales. Y resulta que los únicos alfonsinos que no caerán en manos carlistas serán los que huyan en dirección a Andorra. Habría que ver la gracia que le haría a Don Guillem. Pero esta es otra historia.
La Seo siguió un año en manos carlistas. Tampoco tenían muchas ganas de volver a la situación anterior. Mientras tanto, a Tristany y a Savalls se les había puesto la insigne, fidelísima heroica e invicta Puigcerda entre ceja y ceja. El gobierno liberal no se puede permitir otro tropiezo y envía al capitán general de Cataluña en persona, José López Domínguez, al frente de una fuerza de 7.500 hombres para auxiliar a la capital de la Cerdaña. El encuentro decisivo tuvo lugar entre el 2 y el 5 de septiembre en Castellar de n'Hug, y la derrota carlista fue total: 111 hombres se dejaron el pellejo en la batalla. Savalls y Tristany, no, por descontado, porque tenían una rara habilidad para salir bien parados de las peores escabechinas: los dos murieron de viejos, el primero en Niza, en 1886, y el segundo en Lourdes, en 1899. Castellar de n'Hug, en fin, pagó muy cara la connivencia con los carlistas -un incendio destruyó el pueblo- pero en cambio los vecinos de Puigcerdà respiraron aliviados cuando divisaron los refuerzos liberales: acababa de concluir el último sitio de la villa, y los carlistas, como en abril de 1873, se quedaron con las ganas de doblegar la ciudad. Ya no se les presentaría ninguna otra oportunidad.
Castelleciutat, arrasada
A la Seo, en cambio, todavía le quedaba otra prueba de fuego: liberada Olot, era la última plaza fuerte catalana en manos del pretendiente. Así que el nuevo capitán general de Cataluña, Arsenio Martínez Campos, se puso al frente de una división de 6.000 hombres -tres brigadas al mando de Nicolau, Sáenz de Tejada y Catalán- que el 22 de julio ponían sitio a la ciudad, defendida por 1.300 carlistas al mando de Lizárraga. El 27 de julio entran en la ciudad y los carlistas se retiran a las posiciones fortificadas del castillo y la ciudadela. El 1 de agosto Martínez Campos recibe por fin dos cañones Krupp que habían tenido que llegar a través de la collada de Tosas y que a la hora de la verdad no fueron de gran ayuda: "Las granadas explotaban nada más salir disparadas por la boca de los cañones, siendo tan peligrosas para el enemigo como para los propios artilleros", dice Boixader. El de agosto llegan más piezas de artillería, esta vez desde Sète, y el 11, a las 9 horas, "todas las baterías abren fuego sobre las fortificaciones, mientras Martínez Campos observa el espectáculo desde la ermita de San Marcos". El bombardeo de Castellciutat provocó un incendio que arrasó la mitad de las casas d de la población, hasta el punto que Martínez Campos permite la evacuación de mujeres y niños, muy británico. El 20 de agosto ordena el asalto definitivo al castillo y a la ciudadela. Los combates de alargan 36 horas. Lizárraga sueña una operación de rescate por parte de Castells. Una operación que no llegará nunca. Y el 26, agotadas las reservas de agua y víveres, y justo después de un conato de motín, se rinde a Martínez Campos.
El balance de la batalla es desolador: la ciudadela y la torre Solsona quedaron totalmente destruidas; el castillo todavía salió bastante bien librado, "casi sin desperfectos", dicen las crónicas de la época. E parte de bajas incluye 220 muertos y 108 heridos del lado carlista, aparte de los 148 oficiales, 877 soldados y 130 voluntarios capturados, que desfilan ante las tropas alfonsinas presididas por el mismísimo y camaleónico obispo Caixal. Por el lado liberal hay que lamentar 28 muertos y 160 heridos. No hay constancia, añade Boixader, de muertos y heridos entre la pblación civil. Afortunadamente los calistas desistieron enseguida de hacerse fuertes en la ciudad y optaron sabiamente por retirarse a ls posiciones fortificadas. La tercera guerra carlista, que había comenzado en abril de 1872, tenía los días contados: las última operaciones tuvieron lugar en la Pobla de Lillet y otra vez en Castellar de n'Hug en noviembre de 1875: Moore y Castells son derrotados por el coronel Deogracias Saldaña y huyen a Francia por Osseja.Y el 16 de noviembre se da por terminada la tercera y última carlistada. Por fin.
[Este artículo se publicó el 11 de septiembre de 2013 en El Periòdic d'Andorra]
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