Pierre Saint Laurens, contrabandista y pasador de hombres, recuerda en sus memorias la entrega a los alemanes por parte del secretario de la vegueria francesa, el ínclito Pierre Larrieu, de un grupo de fugitivos judíos; sostiene que el secretario Larrieu le impidió liberar a los fugitivos a punta de pistola en un tenso encuentro mantenido en Fra Miquel, el refugio en lo alto del puerto de Envalira.
Días atrás conocíamos el testimonio sensacional de Carla Kimhi, la judía austríaca que en 1942, cuando tenía 12 años, huyó de los nazis a través de Andorra y llegó a España gracias a uno de los pasadores con base en nuestro rincón de Pirineos: un tal Pierre, de quien no sabemos nada más que tenía una hija de la misma edad de Carla que había tenido que dejar atrás -se había exiliado tras la Guerra Civil española- y a la que visitaba aprovechando sus periplos como contrabandista de hombres. He aquí otro capítulo de la leyenda blanca de los pasadores contado por una vez y de viva voz por uno de sus protagonistas. Pero esta fascinante epopeya tiene como es bien sabido su reverso, su lado oscuro: episodios de pura sevicia en que los supuestos guías que tenían que conducir su cargamento de fugitivos hasta la relativa seguridad que les brindaba la neutralidad española aprovechaban la ocasión para desvalijarlos, abandonarlos en la montaña a su (mala) fortuna, incluso entregarlos a la policía alemana de fronteras. Hechos abonados a la rumorología y que raramente son fehacientemente documentados.
También hace unos días sabíamos gracias al historiador leridano Josep Calvet (Huyendo del Holocausto) del caso de cuatro judíos polacos expoliados por sus presuntos salvadores -los guías españoles Antonio Heredia y Luis Sala Gil, aquí van sus nombres para infamia suya- en la frontera hispanoandorrana. Y hoy rescatamos gracias al historiador francés Éric Guillon otro capítulo que engordará la leyenda negra. La cuenta, además, un testimonio presencial: Pierre Saint Laurens (Gaillac, departamento del Tarn, 1918-?), contrabandista y miembro de la red Morhange que operaba en Tolosa en los años centrales de la II Guerra Mundial.
El caso es que Saint Laurens evoca en sus memorias de guerra, Contes de faits: souvenirs, témoignages (1995), un hiriente, infame episodio que implica directa y nada gloriosamente al secretario de la vegueria francesa, el ambiguo Pierre Larrieu, viejo conocido nuestro. Según cuenta Saint Laurens, en cierta ocasión en que regresaba a pie a Tolosa -nos encontramos en plena Guerra Mundial- tuvo que detenerse a descansar en el refugio de Envalira, de cuyo guarda nos habla, y en términos no precisamente elogiosos: "Le patron du refuge, Pereira, était un portugais acquis aux services franquistes et nazis, et il était préférable de ne pas trop s'attarder chez lui". Se da la circunstancia de que justo mientras Saint Laurens recuperaba fuerzas al calor del refugio se detuvo frente a él una camioneta conducida por un tal Trouvé, la mano derecha de Larrieu, que cuando lo vio salir de la cabaña no pudo evitar el sospechoso gesto de arrancar la camioneta para seguir adelante.
Saunt Laurens no se lo permitió porque le dieron muy mala espina, dice, "los lamentos humanos" que procedían de la parte posterior del vehículo. Démosle la palabra para describir la "visión dantesca" que, continúa, le heló la sangre: "Un caos de niños y de ancianos hacinados de cualquier manera en la caja, hasta el punto de que era imposible decir cuántos habría; unos lloraban, los otros chillaban y una de las ancianas me contó en mal francés que los habían detenido de madrugada, por judíos, que los habían desvalijado y que ahora los conducían a la frontera para entregarlos a los alemanes". Saint Laurens se olvida de consignar lo más importante: ¿quién lo hizo? ¿Y por orden de qué autoridad? Continúa el relato diciendo que mientras intentaba liberar a aquellos desgraciados el tal Trouvé tuvo tiempo de telefonear a la vegueria, Larrieu se presentó en el refugio y a punta de pistola arrestó al contrabandista. Los judíos fueron finalmente conducidos hasta la frontera y entregados como había augurado la anciana a los alemanes. Un destino muy diferente, como se ve, del de los Kimhi.
Saint Laurens se libró por muy poco de caer en manos de los boches, pero todavía le quedan arrestos para intentar una nueva operación de contrabando que será, esta sí, la última, con una emisora de radio portátil que transporta a hombros desde Acs -la última localidad francesa donde vivió Carla- y sorteando a las patrullas alemanas de guardia en la frontera. Dice que lo recoge en el puerto de Envalira, agotado, en medio del temporal y cuando ya lo daba todo por perdido, un amigo andorrano -el laurediano Antonio Pintat- que lo acoge en su hotel de Sant Julià, le busca comprador para la emisora e incluso lo invita a una suerrealista, cinematográfica timba de póquer con los delegados locales de los servicios de inteligencia español (Auguste Marfany), francés (el doctor Bourrel) e inglés (Fornell). También está presente el alemán; lástima que no nos da su nombre.
Contes de faits recoge otras aventuras andorranas. Asegura nuestro hombre de hoy que también ejerció esporádicamente como pasador -con dos rutas principales: la fácil, según él, por Enveig i Puigcerdà, en la Cerdeña; y la nuestra, que consistía en traer al fugitivo hasta Andorra y dejarlo aquí en manos de un transportista local que lo conducía en coche hasta Barcelona- y aunque no aporta más detalles dice que su base de operaciones en Andorra era el domicilio de un tal Costes, francés establecido en Escaldes que había convertido su piso en una especie de centro de acogida de fugitivos, incluida una "vieja judía" que le pide a Saint Laurens que la traiga de su casa en Tolosa jabón para su higiene personal y... ¡la cubertería de la familia! Una cubertería que acabará confiscada por una patrulla alemana en Porta. Pero la ocupación de la Francia de Vichy, en noviembre de 1942, termina con el negocio -"Andorra había dejado de ser la tierra de libertad", dice, porque los grandes "caids" del contrabando [sic] se convierten en informadores de alemanes y españoles- y Saint Laurens no volverá a tentar la suerte por aquí abajo. De su trayectoria tras la guerra,a la que sobrevivió, tan solo sabemos que ejerció como magistrado en Dahomey. Pierre, en fin: como el que ayudó a escapar a los Kimhi. Quién sabe...
El caso es que Saint Laurens evoca en sus memorias de guerra, Contes de faits: souvenirs, témoignages (1995), un hiriente, infame episodio que implica directa y nada gloriosamente al secretario de la vegueria francesa, el ambiguo Pierre Larrieu, viejo conocido nuestro. Según cuenta Saint Laurens, en cierta ocasión en que regresaba a pie a Tolosa -nos encontramos en plena Guerra Mundial- tuvo que detenerse a descansar en el refugio de Envalira, de cuyo guarda nos habla, y en términos no precisamente elogiosos: "Le patron du refuge, Pereira, était un portugais acquis aux services franquistes et nazis, et il était préférable de ne pas trop s'attarder chez lui". Se da la circunstancia de que justo mientras Saint Laurens recuperaba fuerzas al calor del refugio se detuvo frente a él una camioneta conducida por un tal Trouvé, la mano derecha de Larrieu, que cuando lo vio salir de la cabaña no pudo evitar el sospechoso gesto de arrancar la camioneta para seguir adelante.
Saunt Laurens no se lo permitió porque le dieron muy mala espina, dice, "los lamentos humanos" que procedían de la parte posterior del vehículo. Démosle la palabra para describir la "visión dantesca" que, continúa, le heló la sangre: "Un caos de niños y de ancianos hacinados de cualquier manera en la caja, hasta el punto de que era imposible decir cuántos habría; unos lloraban, los otros chillaban y una de las ancianas me contó en mal francés que los habían detenido de madrugada, por judíos, que los habían desvalijado y que ahora los conducían a la frontera para entregarlos a los alemanes". Saint Laurens se olvida de consignar lo más importante: ¿quién lo hizo? ¿Y por orden de qué autoridad? Continúa el relato diciendo que mientras intentaba liberar a aquellos desgraciados el tal Trouvé tuvo tiempo de telefonear a la vegueria, Larrieu se presentó en el refugio y a punta de pistola arrestó al contrabandista. Los judíos fueron finalmente conducidos hasta la frontera y entregados como había augurado la anciana a los alemanes. Un destino muy diferente, como se ve, del de los Kimhi.
Saint Laurens se libró por muy poco de caer en manos de los boches, pero todavía le quedan arrestos para intentar una nueva operación de contrabando que será, esta sí, la última, con una emisora de radio portátil que transporta a hombros desde Acs -la última localidad francesa donde vivió Carla- y sorteando a las patrullas alemanas de guardia en la frontera. Dice que lo recoge en el puerto de Envalira, agotado, en medio del temporal y cuando ya lo daba todo por perdido, un amigo andorrano -el laurediano Antonio Pintat- que lo acoge en su hotel de Sant Julià, le busca comprador para la emisora e incluso lo invita a una suerrealista, cinematográfica timba de póquer con los delegados locales de los servicios de inteligencia español (Auguste Marfany), francés (el doctor Bourrel) e inglés (Fornell). También está presente el alemán; lástima que no nos da su nombre.
Contes de faits recoge otras aventuras andorranas. Asegura nuestro hombre de hoy que también ejerció esporádicamente como pasador -con dos rutas principales: la fácil, según él, por Enveig i Puigcerdà, en la Cerdeña; y la nuestra, que consistía en traer al fugitivo hasta Andorra y dejarlo aquí en manos de un transportista local que lo conducía en coche hasta Barcelona- y aunque no aporta más detalles dice que su base de operaciones en Andorra era el domicilio de un tal Costes, francés establecido en Escaldes que había convertido su piso en una especie de centro de acogida de fugitivos, incluida una "vieja judía" que le pide a Saint Laurens que la traiga de su casa en Tolosa jabón para su higiene personal y... ¡la cubertería de la familia! Una cubertería que acabará confiscada por una patrulla alemana en Porta. Pero la ocupación de la Francia de Vichy, en noviembre de 1942, termina con el negocio -"Andorra había dejado de ser la tierra de libertad", dice, porque los grandes "caids" del contrabando [sic] se convierten en informadores de alemanes y españoles- y Saint Laurens no volverá a tentar la suerte por aquí abajo. De su trayectoria tras la guerra,a la que sobrevivió, tan solo sabemos que ejerció como magistrado en Dahomey. Pierre, en fin: como el que ayudó a escapar a los Kimhi. Quién sabe...
Un país "trufado" de "confidentes" y lanzado al "negocio"
La fauna local no sale muy bien parada del retrato que de ella nos deja Saint Laurens en su relato. Además del portugués Pereira y de los que él denomina los "caids" de contrabando convertidos en chivatos de alemanes y españoles, dice que los andorranos se interesaban sobre todo en los "negocios" y en el "contrabando" (de coches y de neumáticos), y "apenas en el curso de la guerra". Les echa en cara que quieran sacar tajada de la situación, y no siempre con buenas artes. Cualquier excusa es buena para renegociar -a la baja, se sobreentiende- el precio convenido por una mercancía de contrabando. Y lejos, muy lejos de la versión idealizada que nos deja la versión televisiva de Entre el torb i la Gestapo, sostiene que el país estaba "trufado" de "confidentes" de los que era preferible mantenerse lo más alejado posible.
Un diagnóstico que coincide con la Andorra que recordaban Jaume Ros y Joaquim Baldrich, en las antípodas del escenario edulcorado de la película de Lluís Maria Güell. Por eso evita Saint Laurens cafés y hoteles -ni una sola referencia al Mirador- y se refugia en casa del tal Costes, francés como él, natural del Aude y "exdesertor", dice, a quien llaman "el Gabacho" y sospechoso a ojos de los nativos de ser a su vez confidente de los aduaneros. Un laberinto inescrutable de intereses y de lealtades cruzadas y con frecuencia encontradas donde, para terminar de arreglarlo, la vegueria francesa, con Lesmartres y Larrieu enfrentados entre si, juega un papel más que dudoso: "Me resistía ingenuamente a creer que se hubieran convertido tan rápidamente en auxiliares del nazi invasor, pero enseguida me percaté de que el veguer tomaba todas las medidas necesarias para dificultar la entrada de refugiados y para devolver a Francia a los que conseguían llegar".
Un diagnóstico que coincide con la Andorra que recordaban Jaume Ros y Joaquim Baldrich, en las antípodas del escenario edulcorado de la película de Lluís Maria Güell. Por eso evita Saint Laurens cafés y hoteles -ni una sola referencia al Mirador- y se refugia en casa del tal Costes, francés como él, natural del Aude y "exdesertor", dice, a quien llaman "el Gabacho" y sospechoso a ojos de los nativos de ser a su vez confidente de los aduaneros. Un laberinto inescrutable de intereses y de lealtades cruzadas y con frecuencia encontradas donde, para terminar de arreglarlo, la vegueria francesa, con Lesmartres y Larrieu enfrentados entre si, juega un papel más que dudoso: "Me resistía ingenuamente a creer que se hubieran convertido tan rápidamente en auxiliares del nazi invasor, pero enseguida me percaté de que el veguer tomaba todas las medidas necesarias para dificultar la entrada de refugiados y para devolver a Francia a los que conseguían llegar".
[Este artículo se publicó el 2 de febrero de 2015 en el Diari d'Andorra]
En Tolosa en 1948, Saint-Laurens se casó con la Condesa Rosa-Maria de Erdody, hija de Alejandro Erdody y Leovigila Picar y Herndez (natural de Tenerife). Saint-Laurens murio en 1997 en Tolosa sin hijos.
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