Incursiones relámpago, estilo Sturmtruppen, en episodios que tuvieron lugar en Andorra y cercanías durante la Guerra Civil española, la II Guerra Mundial y las dos postguerras, con ocasionales singladuras a alta mar, a ultramar y si conviene incluso más allá.
[Fotografía de portada: El Pas de la Casa (Andorra), 16 de enero de 1944. La esvástica ondea en el mástil del puesto de la aduana francesa. Copyright: Fondo Francesc Pantebre / Archivo Nacional de Andorra]

lunes, 13 de enero de 2014

Los búnkers olvidados

Franco levantó a lo largo de los Pirineos miles de fortificaciones para hacer frente a una invasión... ¿aliada? que nunca se materializó. Afortunadamente, claro.

Los Pirineos están literalmente sembrados de búnkers de hormigón que parecen salidos de una película bélica. No sé, Los cañones de Navarone, El día más largo, Los doce del patíbulo o así. Desde El Port de la Selva, en el extremo norte de Gerona, hasta Irún, en Guipúzcoa, se cuentan a millares: semienterrados, colgados por la maleza, convertidos en improvisados almacenes o en precarios refugios de indigentes. Como el del Faro de Arnella, en El Port de la Selva, donde en marzo de 2005 apareció el cadáver de una ciudadana suiza que se había instalado en él cuatro años antes. Fue asesinada. Un suceso inquietante, pero que a algunos les descubrió la existencia de unas fortificaciones que salpican toda la frontera con Francia, con especial densidad en la línea imaginaria que uniría El Port de la Selva -de nuevo- con San Clemente Sescebes y Darnius; la collada de Tosas; el valle del Segre, desde Martinet hasta la Seo y Andorra, y Bonaigua, la Vall Fosca y la boca sur del túnel de Viella. Muchos de estos búnkers son hoy visibles a simple vista desde las mismas carreteras que debían proteger de una invasión que nunca se produjo.

Boca de fuego del puesto de mando del centro de resistencia de Músser, que domina el valle del Segre y la carretera N-260 entre Bellver y la Seo de Urgel gracias a sus cinco oberturas. Para acceder a él, los ingenieros militares construyeron un túnel que salva el desnivel hasta la cima del Roc de l'Àguila. En la boca del búnker se ha conservado una inscripción: "RGTO ZAPA. n7 Cia Zapadores T H 11 - 10- 1944". Fotografía: Máximus.

Primer equívoco que hay que deshacer: estas infraestructuras militares no son vestigios de la Guerra Civil -como es el caso de las baterías de costa que se han conservado en las playas de Sant Martí d'Empúries, Caldas y Pineda de Mar, entre otras localidades de la costa catalana- sino los restos de la Línea Pirineos, una red levantada por Franco entre 1943 y 1947 a lo largo de toda la cadena, que pretendía impermeabilizar la frontera hispanofrancesa y que hasta principios de los años 90 estuvo protegida con el tampón del secreto militar. Sólo la perseverancia del historiador leridano Louis Estéva y del gerundés Arcadi del Pozo, coronel de ingenieros retirado, ha conseguido restituir una historia semiolvidada. La Línea P, como era conocida en el argot militar de la época, preveía la erección -sobre el papel, claro- cerca de 10.000 búnkers, pero sólo de levantaron la mitad. Aún así, el resultado es una obra de ingeniería bélica sin parangón en la Península, una réplica hispana -y a escala, claro- del Muro del Atlántico y de las célebres líneas Maginot y Sigfrid.

Ante el silencio que en este punto guarda la documentación oficial, tres son las hipótesis que los historiadores aventuran para justificar un esfuerzo descomunal, que drenó las energías humanas y los recursos materiales de un país exhausto que a duras penas luchaba por sobrevivir en lo más crudo de la postguerra. Las dos primeras tienen un innegable atractivo épico, incluso novelesco, pero la fuerza de los hechos les da poca o ninguna verosimilitud. Así, se ha relacionado la construcción de la Línea P con la amenaza del maquis, a partir de la coincidencia de fechas entre el despliegue de los regimientos de ingenieros que la levantaron y la frustrada invasión del Valle de Aran, en otoño de 1944. Del Pozo es taxativo a la hora de rebatir la hipótesis del maquis porque -afirma- "una línea fortificada como la Pirineos tenía sentido contra un ejército moderno, que se despliega en columnas blindadas y motorizadas, y en cambio es absolutamente ineficaz en una guerra de guerrillas".

Circuito de túneles y trincheras que comunica el sistema de nidos de fusilería del Cabiscol. Fotografía: Máximus.

Aún es más insólita la pista alemana. Del Pozo recuerda el especial y comprensible interés del estado mayor nazi en tomar Gibraltar, y la conocida finta que Franco le hizo a Hitler en Hendaya. Lo que ya no es tan conocido es que la Wehrmacht llegó a diseñar una Operación Félix que preveía la conquista del enclave británico cruzando previamente la Península con la aquiescencia de Franco. Y todavía más inquietante: la Operación Ilona, la ocupación de España hasta la línea del Ebro en respuesta a un hipotético desembarco aliado en la Península. Ni la una ni la otra se concretaron jamás, como es obvio, pero la sola existencia de estos planes ha bastado para dar credibilidad a una hipótesis digna de Sven Hassel.

Parece por lo tanto que se impone la opción aliada, sobre todo si tenemos en cuenta que desde finales de 1942, con la derrota de Stalingrado y el desembarco en el norte de África, se veía venir que la derrota nazi era sólo cuestión de tiempo. Pero Del Pozo vuelve a matizar: "Al final de la guerra, los partidos comunistas se convirtieron en fuerzas decisivas en Francia e Italia. Es este peligro rojo el que Franco debía de tener en la cabeza cuando ordenó la construcción de la Línea P, y no en una remota invasión aliada, sobre todo si pensamos en el contexto geopolítico, con la Guerra Fría a punto de estallar, y Franco postulándose ante los estadounidenses como un bastión anticomunista".

Más equívocos. A pesar de lo que podría parecer a primera vista, los batallones que se encargaron de levantar la Línea P no eran compañías disciplinarias integradas por excombatientes republicanos, sino los regimientos de ingenieros -Fortaleza 1, 2 y 3- reforzados con batallones de infantería de la región militar que aportaban el peonaje. Con una excepción: los búnkers que coronan la collada de Tosas, construídos inmediatamente después de la Guerra Civil -cuando la Línea P no estaba ni tan solo proyectada, aunque al final los acabó incorporando- por unidades de represaliados. Con esta excepción, el testimonio de Enric Vidal (la Seo de Urgel, 1926), que recuerda el intenso tráfico militar de la época, certifica las fraternas relaciones que se establecieron entre el elemento castrense y los habitantes de las localidades donde se acantonaron. En la Cerdaña y en el Alto Urgel no es difícil dar con descendientes de soldados de aquellos regimientos que se casaron con mujeres del país: "Hay que tener en cuenta que a partir de 1947, cando progresivamente se va abandonando el proyecto original, las unidades de ingenieros se dedicaron a obra civil, abriendo caminos de montaña, tendiendo puentes y alquitranando carreteras. Sin ir más lejos, la de la Pobla de Lillet  a la Molina tiene este origen. Y en Martinet, los militares arreglaron el campo de futbol, que todavía se utiliza hoy."

Batería antiaérea: en Músser se ha conservado esta bañera; el cañón, un Oerlikon de 20 milímetros, iba instalado sobre unas guías. El emplazamiento, tras una pequeña loma, lo convertía en prácticamente invisible para la aviación enemiga.
Artillería ligera: El hierro del hormigón con que se construyó la Línea P procedía de las vías estrechas desguazadas durante la Guerra Civil. Cada búnker consumía 3,5 toneladas de cemento.

Pozos de tiradores: defienden las posiciones propias del ataque de la infantería enemiga. Éste del Cabiscol conserva el encofrado de madera que protegía a los defensores de esquirlas y balas rebotadas. Fotografías: Máximus.


Del Pozo ha estudiado la estrategia defensiva a que obedecía el diseño de la Línea P: los 10.000 búnkers proyectados se distribuían en 169 "centros de resistencia" -según la nomenclatura oficial- cada uno de los cuales integrado por medio centenar largo de fortificaciones y responsable de la defensa de 4 kilómetros de frente. A la parte catalana de la frontera le correspondían 96 de estos centros de resistencia; otros 20 a la aragonesa -los Pirineos centrales se consideraban una defensa natural prácticamente inexpugnable para un ejército motorizado- y a Navarra y el País Vasco, 53. En Cataluña, la doctrina militar dejaba dos puertas abiertas a una hipotética invasión procedente de Francia: las llanuras del Ampurdán y de la Cerdaña.

Las fortificaciones se distribuían en forma de embudo a lo largo del valle del Segre, en la Cerdaña, hasta confluir en la zona de Martinet, y por el lado el Ampurdán, a lo largo de la carretera Nacional II, a la altura del puente de Capmany, entre Figueras y La Junquera. La Línea P tenía unos 20 kilómetros de profundidad y un triple dispositivo defensivo: una primera "zona de seguridad", donde patrullas de comando debían de fustigar y atraer a las fuerzas invasoras hacia la "zona de resistencia" propiamente dicha, donde se concentraba la mayor potencia de fuego, tanto la instalada en la misma Línea como la procedente de la llamada "zona de reserva", en la retaguardia, a cargo de la artillería móvil. Todo esto, en fin, sobre el papel, porque hay que poner algo de imaginación para ver al ejército español de la época haciendo frente tanto a los vencedores como a los derrotados en la II Guerra Mundial.

El mismo Del Pozo relativiza la eficacia de todo el asunto: el objetivo de una fortificación, recuerda, es retener e inmovilizar el mayor tiempo posible al mayor número de tropas enemigas. Así que haríamos bien en tener en cuenta los antecedentes inmediatos: el Muro del Atlántico levantado por los alemanes en la costa atlántica francesa obligó a los aliados a retrasar un año el desembarco en el continente, mientras concentraban al otro lado del Canal un millón de hombres, 5.000 buques de todo tipo y 2.000 aviones. También en la II Guerra Mundial, la Línea Mannerheim permitió al ejército de un país minúsculo como Finlandia resistir durante ¡cuatro meses! la ofensiva soviética. Pero lo cierto, concluye Del Pozo, es que "si los aliados lograron perforar el Muro del Atlántico, ¡qué no hubieran hecho con la Línea P!" Afortunadamente, la historia nos concedió en esta ocasión el beneficio de la duda.

Un pozo sin fondo
Estéva y Del Pozo han exhumado documentos donde consta la cantidad y el precio de los materiales necesarios para construir un búnker estándar: media tonelada de hierro y 3,5 de cemento, con un coste total de 25.000 pesetas de la época. Hay que añadir, por otro lado, que el ejército no se molestó en adquirir o expropiar los terrenos donde se levanta la Línea, y que por lo tanto la mayoría de las fortificaciones se encuentran hoy en propiedad privada. Así que hay quien tiene la suerte de tener un nido de ametralladoras como quien dice en el jardín. La Línea P se construyó aprovechando la experiencia de la II Guerra Mundial, que había demostrado la inoperancia de fortificaciones similares como la Línea Maginot. La Línea P no se le puede comparar en cuanto a monumentalidad, aunque según Del Pozo la supera en cuanto a concepto táctico: en lugar de miles de soldados acantonados en unas instalaciones que funcionaban como cuarteles permanentes -como era el caso de la Maginot- la Pirineos, más dinámica, apostaba por el despliegue de tropas sobre el terreno sólo en caso de alerta. Por eso los refugios y abrigos de personal son rarísimos. El dispositivo defensivo se completaba con alambradas y campos de minas. Todo este material, junto con las puertas de acero y el armamento, nunca llegó a salir de sus depósitos de la la Seo y Figueras. En cambio, sí que se instalaron los encofrados de madera que tenían que absorber esquirlas y balas rebotadas, y que todavía se conservan en las bocas de fuego de muchos de los búnkers del Alto Urgel y la Cerdaña.

La coda andorrana de la Línea Pirineos

Boca de tiro de uno de los búnkers andorranos situados en la falda del Pic Negre, un nido de ametralladoras estándar donde se hubieran desplegado una Hotchins o una Oerlikon de 20 milímetros. Conserva la inscricpión "5a Cia 1949", que permite fechar su contsrucción. Fotografía: Máximus.

A los ingenieros militares de Franco se les fue ligeramente la mano. La decena de nidos de ametralladora visibles a simple vista que defienden la carretera de la Seo a la frontera de la Farga de Moles tienen una coda andorrana: los búnkers que se levantan en el paraje de Prada Ramonet, al pie del Pic Negre, en Sant Julià de Lòria, a una hora escasa de camino (a pie) del parque de Naturlandia. Unas fortificaciones que quedaron en el lado andorrano cuando en los años 90 se delimitó y amojonó la frontera con motivo de la Operación Montaña contra el contrabando de tabaco. Dicen los pastores que conocen la zona que los de Prada Ramonet no son los únicos búnkers andorranos de la Línea. En uno de ellos incluso se conserva la inscripción "5a Cia 1949", que corresponde al batallón de zapadores que lo levantó y que demuestra que las obras de fortificación todavía no se habían detenido aquel año. No deja de ser curioso que un país desmilitarizado como es Andorra haya conservado los restos de esta infraestructura militar. Pero como ocurre en los restos de los otros miles de búnkers de la la Línea que han sobrevivido hasta hoy, ningún rótulo ni cartel recuerda su humilde historia. Una lástima.

[Este artículo se publicó el 1 de abril de 2005 en la revista Presència]

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